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Las "Actas del Debate con el Donatista Emérito" son una serie de registros que documentan un debate teológico entre San Agustín, uno de los más destacados teólogos cristianos del siglo IV, y un destacado representante donatista conocido como Emérito. El donatismo fue un movimiento cristiano que surgió en el norte de África y defendía una postura estricta en relación con la validez de los sacramentos, argumentando que solo eran válidos si eran administrados por sacerdotes sin pecado. El debate tuvo lugar como parte del esfuerzo de San Agustín por persuadir a los donatistas de regresar a la comunión con la Iglesia católica.
Estas "Actas" son una valiosa fuente histórica que permite entender la profundidad del conflicto entre los donatistas y la Iglesia católica en esa época. En el debate, San Agustín y Emérito discuten cuestiones teológicas y eclesiásticas relacionadas con la validez de los sacramentos, la sucesión apostólica y la unidad de la Iglesia. Las actas registran los argumentos presentados por ambos lados y ofrecen una visión de la retórica y los debates teológicos de la época.
Este tipo de diálogo y debate teológico fue común en la antigüedad y desempeñó un papel importante en la evolución del cristianismo. Las "Actas del Debate con el Donatista Emérito" proporcionan un testimonio histórico de uno de esos debates y son una fuente valiosa para comprender los desafíos teológicos y eclesiásticos a los que se enfrentó la Iglesia en el pasado.
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Veröffentlichungsjahr: 2023
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Cervantes Digital
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Traductor: P. Santos Santamarta, OSA
Ocasión del debate y avance del contenido
1. Siendo cónsules los muy gloriosos emperadores Honorio, cónsul por duodécima vez, y Teodosio por octava, el día veinte de septiembre, en la iglesia mayor de Cesarea, habiéndose dirigido a la exedra Deuterio, obispo metropolitano de Cesarea, junto con Alipio de Tagaste, Agustín de Hipona, Posidio de Calama, Rústico de Cartenita, Paladio de Tigabita y los demás obispos, estando también presentes los presbíteros y diáconos, todo el clero y muchísimos fieles, en presencia igualmente de Emérito, obispo del partido de Donato, Agustín, obispo de la Iglesia católica, tomó la palabra y dijo: Amadísimos hermanos, que desde siempre fuisteis católicos, y todos los que habéis tornado a la Católica del error donatista, habéis conocido la paz de esta santa Iglesia católica y la habéis mantenido con corazón sincero, y cuantos quizá dudáis aún sobre la verdad de la unidad católica, prestad atención a nuestra solicitud y nuestro amor sincero para con vosotros.
Cuando se presentó anteayer en esta ciudad nuestro hermano Emérito aún obispo de los donatistas, se nos comunicó inmediatamente su presencia. Y como la ansiábamos, movidos por la caridad que Dios conoce, acudimos en seguida a verle. Le encontramos de pie en la plaza pública. Después del saludo mutuo, como era inhumano y poco digno que se quedara en la plaza, le exhortamos a que entrara con nosotros a la iglesia. Accedió sin dificultad. Juzgamos por ello que no recusaría la comunión católica, igual que se había presentado espontáneamente y no había dudado en absoluto en entrar en la iglesia. Como perdurase largo tiempo en la perversidad herética, aunque dentro de una iglesia católica, dirigí la palabra a vuestra caridad como os dignáis recordarlo. Me oísteis decir muchas cosas, y sin duda las recordáis aún en cuanto está a vuestro alcance: muchas cosas sobre la paz, sobre la caridad; muchas sobre la unidad de la santa Iglesia católica, que el Señor prometió y ha otorgado. En mi discurso me dirigía también a vosotros, y le exhortaba a él; y en cuanto lo podían en mí las entrañas de caridad, en aquel discurso sufría los dolores de parto por todos los que tenían su alma en peligro y deseaba darlos a luz para el Señor. Esto dijo también el bienaventurado apóstol Pablo a algunos: Hijitos míos, por quienes sufro de nuevo dolores de parto hasta que Cristo sea formado en vosotros 1. Aun después de aquel mi discurso, aunque él persistía aún en su pertinacia, no por eso pensé que había que perder la esperanza; igual que pienso que no se la ha de perder respecto de ningún hombre mientras vive en este cuerpo. Y no dije que no había que perder la esperanza anteayer, para osar perderla hoy.
Agustín invita a Emérito a que se dirija a los presentes
2. La causa ha llegado a tal punto que, ya que vino -y en cuanto sabemos vino voluntariamente-, su llegada no ha de ser infructuosa para esta Iglesia. Porque una de dos: o -lo que deseamos y anhelamos más vivamente- nos alegraremos con vosotros de su salvación en la paz católica, o si -cosa que abominamos y detestamos- prosigue él en su pertinacia, conoceréis vosotros mejor, con su presencia, la diferencia que existe entre la paz católica y la disensión herética. Él es ciertamente obispo del partido de Donato, pero ordenado por los donatistas de esta ciudad. Y a estos donatistas ya los hemos recibido en gran parte en el nombre de Cristo en el gremio católico, de tal manera que nos alegramos de que casi todos se han asociado a la comunión católica. Los que ya han entrado en comunión con la Católica, no ciertamente todos, pero sí algunos, parecen dudar, como dije antes de la misma verdad católica; algunos, en cambio, ni siquiera dudan, sino que, anclado aún su corazón en el partido de Donato, nos ofrecen su presencia corporal, tanto hombres como mujeres, estando dentro con el cuerpo y fuera con el espíritu.
Por ello nos parece bien preguntar a su obispo que si tiene aún algo que decir en favor de su partido, después de celebrada en Cartago la Conferencia conocida por todos; si tiene aún algo que decirnos, que nos lo diga, sin perjuicio del partido de Donato, algo que piense que puede favoreceros a vosotros, en cuya ciudad juzga que fue ordenado en bien de vuestra salvación en Cristo. Que nos lo diga y nosotros le responderemos sin comprometer a la Católica, ya que al presente no nos ha constituido en sus defensores. Como pensamos y queremos, eso puede aprovecharos a vosotros, presentes ante él, también presente. De esa manera, si él ha sido seducido, que no seduzca a otros, y si somos nosotros los que seducíamos, él que fuera quizá profiera muchas cosas contra nosotros, de viva voz argúyanos, refútenos, convénzanos y enséñenos.