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Veröffentlichungsjahr: 1907
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Águila de blasón: comedia bárbara
Ramón del Valle-Inclán
Índice
Cubierta
Portada
Preliminares
Águila de blasón: comedia bárbara
PRÓLOGO
JORNADA PRIMERA
JORNADA SEGUNDA
JORNADA TERCERA
JORNADA CUARTA
JORNADA QUINTA
Acerca de esta edición
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Noche de luna. Una vieja está sentada al pie de la fuente en el jardín del palacio abandonado. Tiene los cabellos de plata, y los ojos verdes, del verde misterioso de la fuente. La vieja habla con un murmullo parecido al de las hojas secas en el bosque de las leyendas, y un sapo la mira y la escucha. La vieja evoca el recuerdo del último dueño del palacio, un caballero enamorado y valeroso como un paladín. La voz de la vieja, á través del claro de la luna, se responde con otras voces lejanas: Son las voces de las abuelas que adormecen á sus nietos con cantares que aún tienen el perfume de la Gesta.
¡Oíd!
Fray Jerónimo Argensola clama desde el púlpito, y en la penumbra de la iglesia la voz resuena pavorosa y terrible. En el altar mayor brillan las luces, y el viejo sacristán, con sotana y roquete, pasa y repasa espabilando los cirios.
FRAY JERÓNIMO
¡El pecado vive con vosotros, y no pensáis en que la muerte puede sorprenderos! Todas las noches vuestra carne se enciende con el fuego de la impureza, y el cortejo que recibís en vuestro lecho, que cobijáis en las finas holandas, que adormecéis en vuestros brazos, es la sierpe del pecado que toma formas tentadoras. ¡Todas las noches muerde vuestra boca, la boca pestilente del enemigo!
Se oyen algunos suspiros, y una devota se desmaya. La rodean otras devotas, y en la oscuridad albean los pañolitos blancos, que esparcen un olor de estoraque al abanicar el rostro de la desmayada. Varias voces susurran en la sombra.
UNA VIEJA
¿Quién es?
UNA MOZA
No sé, abuela.
UN MONAGO
Me parece que es la amiga del Mayorazgo...
OTRA VIEJA
¡Para qué vendrá la mal casada á la iglesia!
UNA VOZ EN LA SOMBRA
Querrá arrepentirse, madre Juliana.
Se oye una risa irreverente, y el murmullo del comento se apaga y se confunde con el murmullo de un rezo.
FRAY JERÓNIMO
Sobre vuestras cabezas, en vez de la cándida paloma que desciende del cielo portadora de la divina Gracia, vuela el cuervo de alas negras, donde se encarna el espíritu de Satanás. Si alguna vez recordáis el frágil barro de que somos hechos, lo hacéis como paganos: os asusta el frío de la sepultura, y el manto de gusanos sobre el cuerpo que pudre la tierra, y las tablas negras del ataúd, y la calavera con sus cuencas vacías, con su mudo y horrible reir. ¡Pero como vuestra alma no se edifica, sigue prisionera en las cárceles oscuras del pecado!
Dos señoras, madre é hija, conducen á la desmayada fuera de la iglesia. Ha recobrado el sentido y llora acongojada: sostenida por las dos señoras atraviesa el atrio y una calle angosta, con soportales, donde pasean en parejas algunos seminaristas, mocetones de aspecto aldeano que hablan en dialecto y visten el traje de los clásicos sopistas, burdo manteo de bayeta y derrengado tricornio. Al final de la calle hay una plaza desierta, sombreada por cipreses, como los viejos cementerios. Las tres señoras penetran en una casona antigua. Anochece y en el zaguán de piedra se percibe el olor del mosto.
Una sala en la casa infanzona. Las tres señoras susurran en el estrado. Está abierto un balcón y se alcanza á ver gran parte de la plaza, por donde aparece Don Juan Manuel Montenegro: es uno de esos hidalgos mujeriegos y despóticos, hospitalarios y violentos, que se conservan como retratos antiguos en las villas silenciosas y muertas, las villas que evocan con sus nombres feudales un herrumbroso son de armaduras. El Caballero llega con la escopeta al hombro, entre galgos y perdigueros que corretean llenando el silencio de la tarde con la zalagarda de sus ladridos y el cascabeleo de los collares. Desde larga distancia grita llamando á su barragana, y aquella voz de gran señor, engolada y magnífica, penetra hasta el fondo de la sala y turba el susurro de las tres devotas, oue comentan el sermón de Fray Jerónimo. Sabelita levanta enjugándose los ojos, y sale al ancho balcón de piedra donde aroman los membrillos puestos á madurar.
EL CABALLERO
¡Isabel! ¡Isabel!
SABELITA
¡Aquí estoy!
EL CABALLERO
Que baje por la escopeta Don Galán.
SABELITA
¿No sube?
EL CABALLERO
No... Tengo que verme con el capellán de mi sobrino Bradomín. He quedado en ir á probar el vino de una pipa que avillan esta tarde.
SABELITA
¿Ha cazado mucho?
EL CABALLERO
Nada, cuatro estorninos. Y tú, por qué has llorado?
SABELITA
¡Si no he llorado, Don Juan Manuel!
El Caballero descarga su escopeta en el aire, la deja arrimada al muro y se camina sin esperar a que bajen por ella. Al olor de la pólvora, los perros corren en corcovos llenando la plaza con sus ladridos animosos. La barragana, suspirando, se retira del balcón. Las otras dos señoras, madre é hija, por mostrarse corteses suspiran también, y comienza de nuevo el afligido susurro de la conversación.
DOÑA ROSITA
¡Quién te ha conocido en casa de tu madrina tan alta y tan respetada! El demonio te cegó para enamorarte de Don Juan Manuel.
SABELITA
Me trata como á una esclava, me ofende con cuantas mujeres ve, y no puedo dejar de quererle. ¡Por él condenaré mi alma!
ROSITA MARÍA
Pensándolo es como te condenas.
SABELITA
Fray Jerónimo me miraba desde el púlpito. ¡Yo sentía aquellos ojos de brasa fijos en mí!... No puedo olvidar sus palabras.
DOÑA ROSITA
Lo que debes hacer es no dejar nunca de rezarle á la Virgen Santísima.
SABELITA
Ya le rezo... ¡Pero no puede oirme porque estoy en pecado mortal, y así me cogerá la muerte!... Daban miedo los ojos de Fray Jerónimo... ¡No, no olvidaré nunca sus palabras! Las tengo clavadas en el corazón, como tiene las espadas la Virgen Santísima de los Dolores. ¡Cuántas penas me mandas, Divina Señora!
DOÑA ROSITA
¡Sabelita, quién no tiene tribulaciones!
ROSITA MARÍA
¡Sabelita, todos hemos venido al mundo para sufrir!
SABELITA
¡Siempre encerrada en este caserón, con vergüenza de que me vean! Si salgo, es como hoy, para ir á la iglesia, envuelta en mi mantilla... ¡Y hasta de la iglesia me arrojan!
ROSITA MARÍA
¡Sabelita, qué cosas!
DOÑA ROSITA
¡Sabelita, no digas!...
Las dos señoras procuran consolarla, y las palabras de la madre y las palabras de la hija se corresponden con la semejanza monótona de las ondas del mar en calma sobre una playa de arena. La barragana del Caballero llora, las dos señoras se santiguan y hay un largo silencio en la sala, que comienza á ser invadida por la oscuridad. Las tres sombras que ocupan el estrado permanecen mudas bajo el vuelo de un mismo pensamiento, el recuerdo del fraile y de sus anatemas, que son en aquella hora como un gran vuelo de murciélagos por la sala oscura. En el silencio resuenan los pasos de una vieja que viene por el corredor. Es Micaela la Roja: Sirve desde niña en aquella casona hidalga, y conoció á los difuntos señores. Entra lentamente: En sus manos seniles tiembla la bandeja con las jícaras de cristal, que humean en las marcelinas de plata.
LA ROJA
¡Santas y buenas noches!
DOÑA ROSITA
¡Que siempre has de hacer lo mismo, Sabelita!
ROSITA MARÍA
¡Pero si nosotros ayunamos!
SABELITA
Quebrantáis el ayuno por mí.
ROSITA MARÍA
¡Qué cosas tienes!
DOÑA ROSITA
¡Válate Dios!
Se resignan con un gesto de amistoso reproche, arrastran sus sillas hacia el velador, y con pulcritud de beatas cada una moja en su jícara medio bizcocho de las benditas monjas de San Payo. Fuera suenan las esquilas de un rebaño, y la voz del zagal que grita debajo de las ventanas.
EL ZAGAL
¡Abran el portón!
LA ROJA
Ya está ahí el rapaz con el ganado. Vamos allá.
EL ZAGAL
¡Abran el portón!
LA ROJA
¡Qué prisa traes, condenado! Ni que te viniese siguiendo un lobo.
Sale la vieja y el choclear de sus madreñas y su voz cascada se extinguen poco á poco en el largo corredor.
DOÑA ROSITA
¡Cómo se conserva esta Micaela la Roja! Debe andar con el siglo, pero es de esas naturalezas antiguas...
ROSITA MARÍA
¿Cuántos años llevará sirviendo en esta casa, Micaela?
DOÑA ROSITA
Hija, yo la recuerdo toda mi vida, y no soy ninguna muchacha.
SABELITA
¿Cuántos años tiene usted, Doña Rosa?
DOÑA ROSITA
No me acuerdo... ¡Muchos! Pero no hablemos de edades que es conversación de lacayos.
ROSITA MARÍA
Ya se ven pocos de estos criados antiguos que se suceden en las familias.
DOÑA ROSITA
Micaela la Roja, ha visto nacer á todos los hijos de Don Juan Manuel. Por cierto que son la deshonra de su sangre esos bigardos. Sólo han heredado de su padre el despotismo, pero qué lejos están de su nobleza. Don Juan Manuel lleva un rey dentro.
SABELITA
Hay uno que no es como los otros.
DOÑA ROSITA
Miguelito, el que llaman Cara de Plata.
SABELITA
Sí, señora. Yo los encontré una tarde en el atrio de la iglesia, y no me arrastraron y me cubrieron de lodo, porque me defendió Cara de Plata.
DOÑA ROSITA
El mayor sobre todo, es un bandolero. A la santa de su madre la tiene tan esclava, que la pobre no puede disponer ni de un ferrado de trigo. Yo tuve, poco hace, un apuro y me fui á verla en su Pazo de Lantañón. Viaje perdido. Estaba tan pobre como yo. Sus hijos se habían juntado, y le habían vendido el trigo, todavía en el campo.
SABELITA
¡Pobre madrina mía!
DOÑA ROSITA
Me preguntó por ti, y más te compadece que te culpa. Doña María no concibe que pueda existir una mujer que no esté loca por Don Juan Manuel.
Vuelven á oirse en el corredor las madreñas de Micaela la Roja. Se acercan con lento y clueco son. Detrás viene el zagal. Trae la montera en las manos y el susto en los ojos.
LA ROJA
Muerto de miedo venía el rapaz. Diz que le seguían unos hombres que estaban ocultos en el Pinar de los Frailes.
ROSITA MARÍA
¿Serían ladrones?
DOÑA ROSITA
¿Sería la gavilla de Juan Quinto?
LA ROJA
No le presten mucho crédito á las historias de ese rapaz. Extraviósele una oveja y paréceme que todo ello de que le seguían, es para disculparse...
EL ZAGAL
Que me crea que no, verdad le dije, señora Micaela. Eranle siete hombres con las caras tiznadas.
LA ROJA
¡Ay, mi hijo, paréceme que has nacido el año del miedo!
Saboreado el chocolate, las dos señoras, madre é hija, se quedan á rezar el rosario. Los criados llegan uno á uno desde la cocina y conforme van llegando se arrodillan en el umbral de la puerta.
SABELITA
¡Quién apagó la luz del Cristo! ¿Fué el aire?
LA ROJA
No, cordera: Consumióse el aceite.
Sabelita, medio dormida al pie del brasero, espora A Don Juan Manuel. Va sonó la queda en la campana de la Colegiata. Un velón de aceite alumbra la sala, que es grande y desmantelada, con vieja tarima de castaño temblona al andar, y los criados, en la sombra del muro, velan desgranando mazorcas de maíz en torno de las cestas llenas de fruto. Una voz cuenta un cuento. De pronto resuenan fuertes aldabadas y la barragana se despierta con sobresalto.
SABELITA
¡El amo!... Bajen á abrir.
LA ROJA
No me parece el llamar del amo.
SABELITA
¿ Pues quién puede ser á esta hora?
DON GALÁN
¡Cómo no sea el trasgo!
LA ROJA
Qué más trasgo que tú, Den Galán.
La vieja criada se levanta después de volcar en la cesta el maíz desgranado en su falda, y mira por la ventana. Es noche de luna, y distingue claramente la figura del amo, que espera delante de la puerta en compañía de dos hombres desconocidos, que tienen las caras negras. Al mismo tiempo divisa otros bultos agazapados en la esquina, y con vago recelo entorna la falleba.
LA ROJA
¿Quién llama?
EL CABALLERO
¡Cuidado con abrir!... Asoma una luz para verles la cara á estos sicarios.
SABELITA
¿Qué sucede?
LA ROJA
¡El amo!... ¡El amo rodeado de una gavilla de ladrones!
SABELITA
¿Qué dices? ¿Le han hecho daño?
LA ROJA
¡Tráenle atado como á Nuestro Señor Jesucristo!
Asustada la vieja, retrocede hasta el fondo de la sala, donde los criados, en un grupo medroso, murmuran santos nombres con murmullo de rezo. Sabelita, toda trémula, corre á la ventana.
SABELITA
¡Don Juan Manuel! ¡Don Juan Manuel! ¿Le han hecho daño? ¿Está herido? ¡Jesús! ¡Jesús!
EL CABALLERO
¡Cuidado con abrir! Estos bandoleros pretenden entrar conmigo.
El Capitán se destaca del quicio de la puerta: Tiene el rostro tiznado, y el habla muy mesurada y cortés.
EL CAPITÁN
Señora, permítanos usted pasar, que de lo contrario, aquí mismo lo degollamos...
SABELITA
¡No le hagan daño! Ahora les abren.
EL CABALLERO
Al que toque la llave he de picarle las manos en un tajo.
EL CAPITÁN
¡Ya habla usted de más, Señor Don Juan Manuel!
EL CABALLERO
¡Calla, hijo de una zorra y de cien frailes!
EL CAPITÁN
¡Un rayo me parta! ¡Amordazadle!
SABELITA
¡No le hagan daño!...
EL CABALLERO
Isabel, saca una luz á la ventana...
Las últimas palabras apenas se oyen. El Caballero forceja entre los ladrones, y su voz muere sofocada bajo el pañuelo con que le amordazan.
SABELITA
¡No le hagan daño!... ¡No le hagan daño por amor de Dios!
EL CAPITÁN
Eso deseamos nosotros, señora. Sepa que el pañuelo que le liemos puesto á la boca es un pañuelo de seda Pero si tardan en abrir, por dar tiempo á que acuda gente, sepa también que nos iremos con su cabeza cortada.
SABELITA
¡La llave! ¿Dónde está la llave?
