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Veröffentlichungsjahr: 1907
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El marqués de Bradomín
Ramón del Valle-Inclán
Índice
Cubierta
Portada
Preliminares
El marqués de Bradomín
JORNADA PRIMERA
JORNADA SEGUNDA
JORNADA TERCERA
ELOGIO DE DON RAMÓN MARÍA DEL VALLE-INCLÁN LO ESCRIBIÓ VARGAS VILA EN ESTE AÑO DE MCMVII
NOTAS
Acerca de esta edición
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ESTOS dialogos tuvieron hace tiempo vida en el teatro. Es un recuerdo que me sonrie al releer estas páginas: Con ellas envío á Matilde Moreno y á Francisco García Ortega mi saludo de reconocimiento, de admiración y de amistad.
UN jardín y en el fondo un palacio: El jardín y el palacio tienen esa vejez señorial y melancólica de los lugares por donde en otro tiempo pasó la vida amable de la galantería y del amor. Sentado en la escalinata, donde verdea el musgo, un zagal de pocos años amaestra con los sones de su flauta, una nidada de mirlos prisionera en rústica jaula de cañas. Aquel niño de fabla casi visigótica y ojos de cabra triscadora, con su sayo de estameña y sus guedejas trasquiladas sobre la frente por tonsura casi monacal, parece el hijo de un antiguo siervo de la gleba. La dama pálida y triste, que vive retirada en el palacio, le llama con lánguido capricho Florisel. Por la húmeda avenida de cipreses aparece una vieja de aldea: Tiene los cabellos blancos, los ojos conqueridores y la color bermeja. El manteo, de paño sedán, que sólo luce en las fiestas, lo trae doblado con primor y puesto como una birreta sobre la cofia blanca: Se llama Madre Cruces.
LA MADRE CRUCES
¿Estás adeprendiéndole la lección á los mirlos?
FLORISEL
Ya la tienen adeprendida.
LA MADRE CRUCES
¿Cuántos son?
FLORISEL
Agora son tres. La señora mi ama echó á volar el que mejor cantaba. Gusto que tiene de verlos libres por los aires.
LA MADRE CRUCES
¡Para eso es la señora! ¿Y cómo está de sus males?
FLORISEL
¡Siempre suspirando! ¡Agora la he visto pasar por aquella vereda cogiendo rosas!
LA MADRE CRUCES
Solamente por saludar á esa reina he venido al palacio. A encontrarla voy. ¿Por dónde dices que la has visto pasar?
FLORISEL
Por allí abajo.
LA Madre Cruces se aleja en busca de la señora, y torna á requerir su flauta Florisel. El sol otoñal y matinal deja un reflejo dorado entre el verde sombrío, casi negro, de los árboles venerables. Los castaños y los cipreses que cuentan la edad del palacio. La Quemada y Minguiña, dos mujerucas mendigas, asoman en la puerta del jardín, una puerta de arco que tiene, labrados en la piedra sobre la cornisa, cuatro escudos con las armas de cuatro linajes diferentes. Los linajes del fundador, noble por todos sus abuelos. Las dos mendigas asoman medrosas.
LA QUEMADA
¡A la santa paz de Dios Nuestro Señor!
MINGUIÑA
¡Ave María Purísima!
LA QUEMADA
¡Todas las veces que vine á esta puerta, todas, me han socorrido!
MINGUIÑA
¡Dicen que es casa de mucha caridad!
LA QUEMADA
No se ve á nadie...
MINGUIÑA
¿Por qué no entramos?
LA QUEMADA
¡Y si están sueltos los perros!
MINGUIÑA
¿Tienen perros?
LA QUEMADA
Tienen dos, y un lobicán muy fiero...
FLORISEL
¡Santos y buenos días! ¿Qué deseaban?
LA QUEMADA
Venimos á la limosna. ¿Tú agora sirves aquí? Buena casa has encontrado. En los palacios del Rey no estarías mejor.
FLORISEL
¡Eso dícenme todos!
LA QUEMADA
Pues no te engañan.
FLORISEL
¡Por sabido que no!
MINGUIÑA
¡Tal acomodo quisiera yo para un nieto que tengo!
FLORISEL
No todos sirven para esta casa. Lo primero que hace falta es muy bien saludar.
MINGUIÑA
Mi nieto es pobre, pero como enseñado lo está.
FLORISEL
Y hace falta lavarse la cara casi que todos los días.
MINGUIÑA
En un caso también sabría dar gusto.
FLORISEL
Y dentro del palacio tener siempre la montera quitada, aun cuando la señora no se halle presente, y no meter ruido con las madreñas ni silbar por divertimiento, salvo que no sea á los mirlos.
LA QUEMADA
¿Tú aquí sirves por el vestido?
FLORISEL
Por el vestido y por la soldada. Gano media onza cada año, y á cuenta ya tengo recibido los dineros para mercar esta flauta. ¿Vostedes es la primera vez que vienen á la limosna?
LA QUEMADA
¡Yo hace muchos años!
MINGUIÑA
Yo es la primera vez. Nunca creí verme en tanta necesidad. Fuí criada con el regalo de una reina, y agora no me queda otro triste remedio que andar por las puertas. Un hijo tenía, luz de mi tristes ojos, amparo de mis años, y murió en el servicio del Rey, adonde fué por un rico.
FLORISEL
¿Y vienen de muy lejos?
MINGUIÑA
De San Clemente de Bradomín.
LA QUEMADA
¡Todo por monte!
FLORISEL
Ya sé dónde queda. Allí tiene un palacio el más grande caballero de estos contornos.
MINGUIÑA
¡También es puerta aquella de mucha caridad! Agora poco hace, llegó el señor mi Marqués, al cabo de muchos años. Dicen que viene para hacer una nueva guerra por el Rey Don Carlos, á quien le robaron la corona cuando los franceses.
LA QUEMADA
Aquél murió. El de agora es un hijo.
MINGUIÑA
Hijo ó nieto, es de aquella sangre real.
EN la puerta del jardín asoma una hueste de mendigos. Patriarcas haraposos, mujeres escuálidas, mozos lisiados. Racimo de gusanos que se arrastra por el polvo de los caminos y se desgrana en los mercados y feriales de las villas salmodiando cuitas y padrenuestros, caravana que descansa al pie de los cruceros, y recuenta la limosna de mazorcas y mendrugos de borona, á la sombra de los valladares floridos donde cantan los pájaros del cielo á quienes da nido y pan Dios Nuestro Señor. En todos los casales los conocen, y ellos conocen todas las puertas de caridad. Son siempre los mismos: El Manco de Gondar; el Tullido de Céltigos; Paula la Reina, que da de mamar á un niño; la Inocente de Brandeso; Dominga de Gómez; el señor Amaro, el señor Cidrán el Morcego y la mujer del Morcego. Llegan por el camino aldeano, fragante y riente bajo el sol matinal.
EL MANCO DE GONDAR
Rapaz, avisa en la cocina que está aquí el manco de Gondar, que viene por la limosna.
EL TULLIDO DE CELTIGOS
Y el tullido de Céltigos.
FLORISEL
Tiene dicho Doña Malvina, el ama de llaves, que esperen á reunirse todos.
EL MANCO DE GONDAR
Dile que tenemos de recorrer otras puertas.
EL TULLIDO DE CELTIGOS
No basta una sola para llenar las alforjas.
EL MORCEGO
Los ricos, como no pasan trabajos...
LA MUJER DEL MORCEGO
Padre nuestro, que estáis en los cielos...
POR un sendero del jardín aparece la Señora del palacio, que viene cogiendo rosas. A su lado la Madre Cruces habla conqueridora, y la dama suspira con desmayo. Es una figura pálida y blanca, con aquel encanto de melancolía que los amores muertos ponen en los ojos y en la sonrisa de algunas mujeres.
LA MADRE CRUCES
¡Y cómo me place ver á mi señora con las colores de una rosa!
LA DAMA
De una rosa sin color, Madre Cruces.
LA MADRE CRUCES
Y todavía no la dije algo que habrá de alegrarla. ¡Esperando que me preguntase!
LA DAMA
¡Sin preguntarte lo sé!
LA MADRE CRUCES
¿Que lo sabe?
LA DAMA
¡Ojalá pudiera equivocarme!
LA MADRE CRUCES
