Al Rojo Vino - Tamara Herraiz - E-Book

Al Rojo Vino E-Book

Tamara Herraiz

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Beschreibung

Amor, pasión, valentía, coraje, fuerza, trabajo, decisión son los denominadores comunes de las extraordinarias mujeres mencionadas en este libro. Cada una tiene una historia única pero a todas las une desde sus raíces el romanticismo del vino. Porque tal describen ellas mismas, cuando hablamos de vino, hablamos de las costumbres y la cultura de la gente, hablamos del arte de la bebida nacional, hablamos de parte de nuestra identidad.  Laura Catena, Susana Balbo, Ana Amitrano, Margareth Henriquez, Marina Beltrame, Elsabeth Checa, Paz Levinson, Agustina de Alba y Ana Viola, entre otras grandes mujeres, trazan en esta obra la evolución de la industria vitivinícola de la Argentina y la revolución de género que ésta ha experimentado en los últimos 40 años. Pioneras cada una en lo suyo, sus relatos inspiran y transforman.

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Al rojo vinoMujeres extraordinariasque revolucionaron la cultura del vino en la Argentina

Tamara Herraiz

Índice de contenido

Portadilla

Legales

Las casualidades no existen

Ana Amitrano

Susana Balbo

Marina Beltrame

Laura Catena

Lis Clément

Elisabeth Checa “La Checa”

Margareth “Maggie” Henríquez

Paz Levinson

Patricia Ortiz

Flavia Rizzuto

Ana Viola

Una historia lleva a la otra

Cuando todo era nada y nada era el principio

Agradecimientos

Herraiz, Tamara

Al rojo vino / Tamara Herraiz. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Vi-Da Global, 2018.

Archivo Digital: descargaISBN 978-987-34-2745-9

1. Biografías. I. Título.

CDD 920

Textos y edición: Tamara Herraiz

Diseño de tapa e interiores: Jimena Guida

Primera edición en formato digital: octubre de 2018

Digitalización: Proyecto451

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del “Copyright”, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático.

Inscripción ley 11.723 en trámite

ISBN edición digital (ePub): 978-987-34-2745-9

Las casualidades no existen

Cuando entrevisté a la primera mujer de este libro, que fue Lis Clément, ella me preguntó por qué había elegido este tema, cómo me había surgido la idea. Y ciertamente no lo sabía de modo consciente, solo abrí mi boca y salieron las palabras que le dieron identidad a mis instintos y emociones. Le conté que mi abuelo había tenido una bodega en Palmira, Mendoza y que cuando mi padre tenía 16 años, mi abuelo murió. Mi abuela estaba en cama porque había perdido una pierna tras una gangrena en un embarazo. No solo perdió la pierna sino también a la niña que llevaba en su vientre.

La fatalidad atravesó a mi familia, mi abuela entró en una gran depresión, mi papá era hijo único y un chico. Así que vendieron la bodega y se mudaron a Buenos Aires.

Veinte años después nacía yo en la casa de mi abuela y mi padre, escuchando a lo largo de mi vida la triste historia familiar de cómo las circunstancias los llevaron de haber tenido todo a perderlo todo, hasta la felicidad.

En 1983, llegaron mis 15 años, edad en la que toda chica quiere una fiesta pero yo, en cambio, le pedí a mi papá que quería de regalo viajar a Mendoza a conocer la que fuera la bodega de mi abuelo. Me subí a un micro, sola, con una prima lejana que ni conocía y me fui a las montañas. Ella se fue a esquiar y yo a conocer el lugar donde todo cambió para mi familia.

Llegué al pueblo y mientras caminaba por las calles, me fueron contando que mi bisabuelo, Emigdio Herraiz, había sido una gran persona, que había ayudado mucho a la gente del lugar, hay una calle con su nombre y fundó una escuela. Me dijeron que su hijo Enrique, mi abuelo, había seguido esa tradición con mucho amor. En las historias de los pobladores mi familia seguía viva. Todo lo que mi papá y mi abuela me contaban estaba en el aire de ese lugar.

Me volví de Mendoza con mi caja de vinos Trapiche y con el recuerdo de haber recorrido los viñedos soleados, el aire seco en mi piel y una sensación de libertad indescriptible. Fue un viaje inolvidable. Pero volví a Buenos Aires, donde me esperaba una adolescencia dura, con mis padres separados y sin saber qué hacer conmigo misma. Tres años después fui madre de mi primera hija, Celeste. Y desde ese momento todo mi esfuerzo fue para salir adelante, estudiar, trabajar, criar a mi hija. Lo hice, pasó el tiempo, crecí, crecimos, nació Laureano en 2005 y conocí a Alfredo Alonso. Hace de esto último ya diez años ¿Y a qué viene? A que fue Alfredo, mi marido, quién me contó de una mujer excepcional a la que admiraba y que quería que yo conociera, porque él al verme a mí, de alguna manera, la veía a ella. Esa mujer era Margareth “Maggie” Henríquez, quien fuera presidenta de Chandon en la Argentina desde 2002 a 2008. “Menuda comparación”, le dije. “Te agradezco, pero no creo que yo le llegue ni a los talones”. Sucedió que un día se casó Alejandro, el hijo de Maggie, y ella -a quien yo aún no conocía personalmente- nos invitó al casamiento en México. Allí nos fuimos y cuando llegamos y la saludé lo entendí todo. Hay gente que tiene luz propia y que no solo brilla, sino que es generosa con los demás, que viene a este mundo para ayudarnos. Así la vi a ella, una mujer extraordinaria que quise desde el primer momento con un cariño especial. Pasaron los años y seguimos conectadas, ella y su familia son gente muy querida para nosotros.

Maggie es una de las mujeres que más sabe de vinos, hoy es Presidenta y CEO de la Maison Krug, vive en París. Y es un ejemplo a seguir.

Pasó el tiempo, seguí mi vida. Como periodista, el mundo digital me atrapó y vivía una vorágine infernal. El destino me ubicó en las publicaciones digitales de libros y en consecuencia con la esencia de mi profesión: contar historias.

Una cosa lleva a la otra dicen… En busca de mi identidad empecé a pensar qué me gustaría contar. Fue en ese momento que la vi a Susana Balbo en una charla del W20 ¿Quién era esa mujer extraordinaria? Causalmente, era la primera mujer enóloga con título universitario de la Argentina, dueña de una exitosa bodega. Así fue como comencé a investigar sobre cuántas mujeres como yo, estaban unidas al mundo del vino desde las raíces. Y me sorprendí, éramos cientos, miles de mujeres que compartíamos la pasión por el arte y la cultura que representa la bebida nacional argentina.

Así hablé con Marina Beltrame, Paz Levinson, Ana Amitrano, Patricia Ortiz, Flavia Rizzuto, Ana Viola, Elizabeth Checa, Lis Clément, y, por supuesto, Susana Balbo, Margareth Henríquez y otras grandes que se mencionan en este libro, hasta que llegué a Laura Catena quien, como casi todas, me preguntó: “¿Por qué este libro?”. Cuando le conté la razón de mi pequeña semilla inspiradora me dijo que era mucho más que “una pequeña semilla”, que “la historia de la familia construye nuestra identidad, es lo que somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos”. Nada es casualidad.

Me habían dicho que si uno mira atrás a su pasado y sabe unir los puntos puede ver el camino trazado y encontrarse en el presente con su propio propósito. Y eso pasó. Cada una de las mujeres que entrevisté, fueron contándome historias que se conectaban con mi propia historia. A medida que las iba conociendo me iba reconstruyendo, iba encontrando algo de mi.

Estas páginas hablan de la revolución de género que experimenta la industria argentina del vino. Habla de mujeres muy valiosas y extraordinarias que les apasiona lo que hacen, que todos los días dan algo de ellas a los demás. Y estas páginas son parte de un viaje interior que transformó mi realidad, mi presente y en consecuencia mi futuro… (Si se cumple eso de unir los puntos, otra vez).

Nuestra identidad es nuestra huella en este mundo para que las generaciones que nos siguen continúen escribiendo la historia.

Estos relatos -ubicados en orden alfabético- destilan pasión, intuición, fuerza, coraje y “la magia” de mujeres únicas que hicieron y aun hacen grande al vino argentino.

Tamara Herraiz

Ana Amitrano

Eran los años 80’. Ana quería trabajar, así que aprendió algo de fotografía, entró a un estudio y se dedicó a hacer lo que le gustaba. Cámara en mano, los fines de semana andaba de evento en evento, haciendo fotos para novios y quinceañeras. Sí, la señora Amitrano, hoy Gerente Comercial de Bodega Familia Zuccardi (1), era fotógrafa. Quién podía decir que aquella jovencita que se dedicaba a sacar fotos sociales en los casamientos mendocinos iba a convertirse en una de las mujeres más influyentes en la industria vitivinícola. Pues así de sorpresiva es la vida y esta mujer.

Mientras era fotógrafa, Ana conoció a José Zuccardi, quien recientemente había tomado el mando de la bodega fundada 20 años antes por su padre Tito (1). Ana y José se casaron y a los pocos meses de que naciera Sebastián, su hijo mayor, ella comenzó a trabajar en la empresa de la familia. “En esa época existían los viñedos, pero no la bodega y tampoco las marcas. Al principio hacía de todo –recuerda-. Principalmente, me dedicaba a comprender el mundo del vino. Mi vinculación con la industria no existía, ya que nadie de mi familia estaba en ese tema. Imaginate que mi padre era médico”.

Cuenta que ya era raro ver a una mujer haciendo fotografías y luego ingresó en el mundo del vino y nada menos que para dedicarse a la venta. Así que claramente, Ana reconoce que no fue un comienzo fácil: “El mundo del vino era bastante machista en esos tiempos. Además, en el sector comercial de la vitivinicultura no había mujeres. Yo era muy joven, pero el aprendizaje fue muy interesante. En los comienzos iba a restaurantes y supermercados, entre otros lugares, a vender vino”.

En síntesis, Ana fue una pionera exitosa en ventas en una industria en la que las mujeres hasta entonces no habían tenido un lugar de reconocimiento. “La combinación de mujer y encima muy joven, era algo un poco chocante para los hombres. Antes las mujeres no participaban de eventos o charlas sobre vino, ni que decir de la venta. Hace 25 ó 30 años atrás que una charla de vinos en un auditorio la diera una mujer era una sorpresa y daba desconfianza. Una siempre estaba rindiendo examen, porque los que iban a las presentaciones eran solo hombres y la postura que asumían era como si estuvieran diciendo ‘¿qué me vas a venir a decir vos sobre vino, nena?’. Hoy nadie dejaría de considerar una recomendación sobre un vino por venir de una mujer; creo que esa es la mejor síntesis sobre el camino que hemos recorrido las mujeres en relación con esta actividad”.

Por qué una mujer que acababa de tener su primer hijo se dedicaría a hacer algo tan cuesta arriba en una industria que no conocía. El factor económico puede ser la razón, sin embargo, al indagar un poco más en la historia de Ana queda claro que la motivó algo más, lo mismo que la llevó a elegir la fotografía. Ella ama los desafíos, es curiosa, innovadora, le encanta la vida social, relacionarse con los demás. Todo eso está en su ADN. Y además, en sus raíces más profundas tiene la herencia que le dejó una mujer importante de su familia. “Mi abuela Catalina, a la que llamábamos Helena, murió a los 99 años y fue ella la que me ayudó a criar a mis hijos mientras yo viajaba (viajaba y aun viaja constantemente). Era un ejemplo a seguir de honestidad y coraje. Se animó a elegir siendo muy joven. Contra todos los mandatos familiares de principios del siglo pasado, decidió casarse con quien amaba y no con quien la obligaban a hacerlo”, recuerda Ana.

Siempre hay una persona nos marca en nuestra niñez o juventud, esa guía para Ana fue su abuela Catalina. Otra mujer que la acompañó durante sus años más intensos fue Elba, la niñera de sus hijos quien es, además, “una amiga”.

Ana es madre de tres hijos ya adultos y emprendedores como sus padres: Sebastián, que es uno de los más prestigiosos enólogos de la Argentina y se encarga de las líneas Zuccardi, Julia -que por ella nació la etiqueta Santa Julia- es la que lleva adelante el próspero negocio del turismo y Miguel, quien apostó a la próspera elaboración de aceites de oliva extra virgen 100% varietales.”Estoy orgullosa de mis hijos -dice emocionada la madre de esta familia-