Alfa - Ali Hazelwood - E-Book

Alfa E-Book

Ali Hazelwood

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Beschreibung

Una híbrida humana y un licántropo alfa se enfrentan con uñas y dientes a los lazos del destino en la esperada novela del universo de Novia. Serena Paris es huérfana y no pertenece a ninguna manada. No hay otra como ella. Su comparecencia en público como la primera híbrida entre humano y licántropo debería haber puesto fin a siglos de desavenencias entre las especies. En lugar de eso, la colocó en el punto de mira, presa de las despiadadas maquinaciones políticas entre licántropos, vampiros y humanos. Ahora que sus enemigos estrechan el cerco sobre ella, solo le queda una salida... Si él está dispuesto a aceptarla. Como alfa de la manada del noroeste, Koen Alexander está acostumbrado a que lo obedezcan. Tal es su autoridad que solo un necio se atrevería a amenazar a su compañera. Da igual que Serena no sienta lo mismo por él, nada le impedirá mantenerla a salvo. Sin embargo, los vampiros y los licántropos sedientos de poder no son los únicos que persiguen a Serena. Tarde o temprano, su pasado le dará alcance, y puede que Koen sea el único capaz de evitar su aniquilación.

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Veröffentlichungsjahr: 2025

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A las usuarias de LiveJournal tehdirtiestsock, the_miss_lvy pianoforeplay, así como a las prompters anónimas.Estéis donde estéis, espero que os vaya todo fenomenal.

PRÓLOGO

La chiquilla estaba bien enseñada, aunque el mérito no era de su familia, sino de la propia vida.

Cuando echaron la puerta abajo y ella corrió hacia su madre, no fue para buscar consuelo, sino para proporcionarlo. Ven conmigo, quiso suplicarle, aunque no le salieron las palabras, por lo que le tiró de la manga. Ven conmigo. Es mejor así.

Sin embargo, la madre se zafó y no le dedicó ni una sola mirada a la niña, que no tuvo más remedio que refugiarse sola en el piso de arriba. Había un hombre durmiendo en la habitación, un licántropo cruel y desagradable que la asustaba casi tanto como las personas que habían irrumpido en la casa. Aun así, lo despertó para avisarlo.

—Intento descansar un rato para variar, joder —rugió él, apartándola. La chiquilla se agachó antes de que la golpeara—. Como no te calles… —Se interrumpió al darse cuenta de que algo no iba bien.

La niña buscó un escondite con la mirada y se metió en el armario.

Durante un rato, aquello fue todo. Se abrazó las rodillas, envuelta por el olor rancio de la ropa vieja. Cuando los gritos dieron comienzo, empezó a contar. Los de la casa siempre la llamaban estúpida, pero ella sabía contar hasta mil, y los números, amontonados uno tras otro en su cabeza, ahogaron los gemidos de dolor, los insultos y los crujidos de los huesos al romperse. Guardó silencio, pese a que los ruidos se oían cada vez más cerca y más fuerte.

Doscientos cinco. Doscientos seis. Doscientos…

Un charco viscoso de sangre se filtró por debajo de la puerta y la niña fue incapaz de contenerse más. Su exclamación ahogada rebotó en las paredes del armario abarrotado antes de que pudiera taparse la boca. En aquel instante comprendió que podía darse por muerta.

No. No, no, no.

Sin dejar de temblar, se mordió el labio y le rezó al Dios antiguo de su madre. En la oscuridad del armario, no distinguía el color de la sangre. Tranquila, se dijo a sí misma, acurrucándose en un montón de sábanas viejas. Las súplicas habían cesado unos momentos antes, pero todavía se oía a alguien moviéndose por la casa. Tal vez fuera su madre. Puede que estuviera subiendo para ir a buscarla…

La puerta del armario se abrió de golpe. Una figura oscura bajó la mirada hacia ella, que vio cómo la luz del techo enmarcaba su alta silueta con un halo dorado.

Era la muerte. La forma que encarnaría la muerte si se tratara de una persona.

Presa del pánico, la niña abrió la boca y se llenó los pulmones de aire, a punto de echarse a gritar. Pero el hombre se llevó el dedo a los labios y la simple orden la dejó paralizada.

—No me van mucho los gritos —explicó él, acercándose. Detrás, vio el cadáver del licántropo al que había intentado avisar; un líquido verde oscuro le rezumaba de la herida del cuello.

Y ella iba a ser la siguiente.

—No te sientas mal. No es porque hayas hecho ruido. —El tono grave y profundo de la muerte atravesó el silencio. Paseó la mirada por la habitación, distraído, como si estuviera buscando algo—. Te he olido nada más entrar. —Se agachó hasta ponerse a su altura, pisando la sangre sin miramiento alguno.

A la niña le castañetearon los dientes de miedo. Suplícale, le ordenó una voz. Suplica. Pero fue incapaz de abrir la boca.

—¿Estás arriba? —gritó alguien desde la planta baja, y la chiquilla dio un brinco, sobresaltada. Intentó armarse de valor, pero las lágrimas empezaron a correrle por las mejillas. Al darse cuenta, una expresión de desagrado se apoderó del rostro del hombre, idéntica a la que ponía su madre cuando ella se quejaba de su nueva vida.

Debilucha. Llorona. Egoísta.

Con un suspiro, alargó la mano hacia la niña y esta cerró los ojos. Perdida en el tumulto de sus latidos, lo único que deseaba era que todo terminase enseguida. Que sea rápido. Me da igual que me duela con tal de que sea rápido.

Pero entonces un pulgar le enjugó con suavidad las lágrimas, y ella abrió los ojos de golpe.

—¡Eh! —Otra voz llegó desde las escaleras, esta vez más cerca—. ¿Necesitas algo?

El hombre dejó sus ojos negros clavados en ella. Volvió a suspirar.

—Llama a los servicios sociales.

—Joder. ¿Cuántos son esta vez?

—Una.

El hombre contrajo el músculo de la mandíbula mientras le daba una última pasada con el dedo.

—No llores. O sí, lo que quieras. Pero es mejor así. Espero de corazón que no tengas que volver a pasar por un día como el de hoy. —Curvó los labios en una leve sonrisa—. ¿Cuándo comiste por última vez?

Ella parpadeó, sorprendida por el cambio de tema. Lo cierto era que no se acordaba. ¿El día anterior? ¿Hacía dos días?

—Venga, vamos a buscarte algo calentito.

Él extendió los brazos, y ella, como no podía sortear el charco verde por sí sola, dejó que la cogiera en brazos, sin saber muy bien por qué permitía que un asesino la llevara escaleras abajo. A lo mejor también ha ayudado a mamá, pensó, sabiendo que el hombre tenía la fuerza suficiente para ello.

Sí, seguro que sí. Tenía la certeza de que estaban yendo a buscarla en ese preciso instante, de manera que enterró el rostro en el cuello del desconocido y dejó que los lentos latidos de su corazón la tranquilizaran. Y como era algo que sabía hacer, empezó a contar hasta mil una vez más.

CAPÍTULO 1

Ella lo desarmó por completo y lo transformó. Tardó menos de un segundo.

En la actualidad

Si existiera una noche ideal para morir, no sería esta.

Todo va fatal. Podría echar pestes del chaparrón que acaba de caer, del modesto tamaño de la luna, similar a un diente de ajo, y del móvil sin batería que descansa sobre mi mesita de noche. Sin embargo, lo peor de todo es que no llevo más de dos prendas de ropa: las bragas y una camisola. Ambas resultaban del todo adecuadas bajo mi mullido edredón. Por desgracia, me lo he dejado en la cabaña. Tras despertarme a la una de la mañana y ver que alguien estaba intentando entrar.

Estamos en otoño. En un sitio que habría llamado Oregón hace más o menos un año, cuando, inocente de mí, todavía creía que era humana. Ahora que mis genes licántropos han tomado las riendas de mi organismo, cuestiones como la cartografía o las fronteras me resultan sumamente triviales, aunque el meollo del asunto sigue siendo el mismo: en noviembre hace un frío que pela en el noroeste y yo voy demasiado ligera de ropa.

Vaya faena, digo para mis adentros mientras me apresuro a esconderme detrás de un pino Oregón. Con la respiración agitada, me miro fijamente la mano, que sigue teniendo forma humana. Visualizo el cambio, rezando para que mis uñas mordidas se conviertan en garras.

Conviértete en lobo, Serena. Haz el puto favor de convertirte en lobo o te juro que…

Que nada. Mi cuerpo se niega a obedecer. Levanto la vista al cielo, pero la supuesta fuerza de atracción de la luna apenas me provoca un leve cosquilleo. Tras un débil quejido, reanudo mi huida por el bosque, con los pies resbalándose en el barro. Una decena de cortecitos me surcan las plantas y las espinillas. Cuanto más corro, más disminuye mi esperanza de que la tierra del suelo camufle el olor a hierro de mi sangre.

Y llevo corriendo un rato.

El intruso me persigue. Avanza hacia mí. El viento me trae su aroma, cada vez más próximo, y no me gusta lo que me cuenta. Vampiro. Adulto en la flor de la vida. Impaciente. La emoción de la cacería lo estimula, y yo noto su excitación en el fondo del estómago. Pero, por repugnante que resulte, es el menor de mis problemas, ya que, si soy capaz de olerlo de forma tan clara, es que hay muchas posibilidades de que esté lo bastante cerca como para…

—Joder, ya era hora. —Las palabras silban junto a mi oreja como si fueran balas. Un instante después, me estrello de espaldas contra un árbol. No sé qué es lo que más me duele: la corteza clavándoseme en la piel, la fuerza con la que el vampiro me coge la garganta o su hedor nauseabundo.

El bosque está completamente a oscuras. Los licántropos son capaces de ver en la oscuridad sin problema, pero solo la mitad de mis genes pertenecen a dicha especie, por lo que mi visión nocturna varía según el día. Aun así, la sed de sangre del vampiro es inconfundible. Igual que el cuchillo que lleva en la mano.

—Eres bastante lenta, ¿no?

No jodas. Evito poner los ojos en blanco y me obligo a soltar un gemido de impotencia.

—Por favor —suplico. De pronto, su aroma colma el aire, como si tener a una mujer a su merced lo excitara (hay que ver lo previsible que es siempre esta gente), de modo que sigo con el numerito—. Por favor, no me mates. Haré lo que quieras.

—¿Lo que yo quiera?

He despertado su interés. Dejo escapar un quejido y abro mucho los ojos.

—Lo que sea.

Me recorre de arriba abajo con la mirada, como evaluando mi utilidad: tráfico de órganos, caldo de huesos, abono para el jardín… A diferencia de mí, es muy rápido. De un modo casi sobrenatural. En un abrir y cerrar de ojos, desliza el cuchillo por la parte frontal de mi camisola de seda, rasgándola y acentuando el escote.

Puto cabrón.

No obstante, su aroma se dispara mientras me come con los ojos, lo que significa que está lo bastante distraído como para que yo pueda poner en práctica las clases de autodefensa a las que mi hermana me obligó a asistir.

Rodillazo en la ingle.

Cabezazo en la nariz.

Y, de regalo, un codazo en el estómago. A ver, ya puestos…

El vampiro suelta un gruñido. Masculla un «puta de mierda» y alguna otra frase del estilo, pero consigo zafarme de él. Tal vez no sea capaz de darle esquinazo, aunque sí puedo coger un puñado de tierra del suelo y tirárselo a los ojos, cosa que le provoca el daño suficiente para frenarlo. Busco a mi alrededor, desesperada, y… Sí. Localizo una piedra afilada e irregular y me agacho para cogerla.

—Puto engendro de los cojones.

El vampiro vuelve a abalanzarse sobre mí y me retuerce el brazo por detrás de la espalda. Dejo escapar un grito, pero no suelto la piedra. Por desgracia, me tiene cogida la muñeca en un ángulo en el que me es imposible darle un golpe.

En teoría, sé lo que toca hacer ahora —acércate, agáchate, gira el cuerpo, golpea con la mano libre— y vaya si lo intento. Es una pena que el vampiro sea un luchador bastante competente y nada de ello funcione.

Ahí es cuando se me revuelve de verdad el estómago. Esto no va a acabar bien.

—Suéltame —le digo furiosa.

—Que te calles. —Su aroma avinagrado hace que me pique la nariz. Ahora está aún más excitado. Y yo más en la mierda de lo que ya estaba—. Aunque no se me permita matarte, puedo joderte viva antes de…

—¿En serio? —Una voz masculina lo interrumpe. Procede de algún lugar entre los árboles. Un tono grave y lento, despiadado y distante al mismo tiempo. Nada podría desconcertar a esa voz—. ¿Eso crees, colega?

El vampiro se queda rígido. Antes de que pueda reprimir su reacción instintiva, huelo el aroma intenso y acre de su miedo.

Cierro los ojos. Los pulmones me arden y me obligo a inhalar poco a poco. Dejo que mis expectativas de los próximos diez minutos se adapten a las nuevas circunstancias, que tomen una forma que… sigue siendo horrible, sí, aunque un poco menos.

Koen.

Koen está aquí.

Todo saldrá bien.

El vampiro me da un tirón para colocarme delante de él y me acerca el cuchillo a la garganta. Me pregunto si pretende usarme como rehén o como escudo; un escudo de carne y hueso que apenas le llega a la parte superior del pecho.

—¿Qué haces aquí? —exclama.

Buena pregunta. Koen vive a varias horas de distancia y lleva casi dos meses sin pasarse por la zona, desde el día en que, a petición mía, me dejó en la cabaña con una tonelada de suministros, una mirada perforadora y un sarcástico «disfruta de tus charlas con los abetos, asesina» que no casaba con la intensidad de sus ojos.

—¿Acabas de preguntarme qué estoy haciendo en mi territorio? ¿Qué coño haces tú aquí, escoria?

Con unas pocas zancadas largas y pausadas, Koen emerge de entre la espesura.

Está diferente. Es cierto que nunca ha sido como los demás, pero algo ha cambiado desde la última vez que lo vi. Lleva el pelo negro recogido en la parte superior de la cabeza, luciendo una versión desaliñada y más larga de su último corte. Hace semanas que no se afeita y tengo la sospecha de que no está durmiendo todo lo que debería. Su presencia, sin embargo, me produce los mismos efectos de siempre: me brinda una base sólida y me ancla al suelo cuando estoy a punto de desvanecerme en el aire.

Alfa.

Su intenso aroma es inconfundible. Sólido y tranquilizador. El contrapunto perfecto al pánico del vampiro, que dice con un gruñido:

—Si te acercas, la mataré.

Koen se acerca, naturalmente. Con la placidez de alguien que jamás ha puesto en duda su capacidad para que el mundo se pliegue a su voluntad.

—Ajá. Serena, dice que va a matarte. ¿Te parece bien? —Su tono rezuma pura curiosidad intelectual. Sus ojos de color carbón relucen en la oscuridad.

—Teniendo en cuenta que me quedé sin fideos instantáneos la semana pasada… —grazno. Igual debería haberme quedado calladita, porque el vampiro no me disloca el húmero de milagro. Aunque el gesto divertido de Koen casi lo compensa.

—Eres Koen Alexander, ¿no? El alfa del noroeste.

—El mismo que viste y calza. ¿Y tú quién eres, colega?

—Eso da igual, como te acerques más…

Koen chasquea la lengua.

—Tienes que decirme cómo te llamas o tendré que inventarme yo el nombre. ¿Se te ocurre alguno, Serena?

Carraspeo.

—Bob no está mal.

—Bob el vampiro. Me encanta.

—No me llamo…

—Te llamas como la señorita diga, cachomierda. ¿Quieres contarme qué haces en mi territorio antes de que te arranque las pelotas y te las meta por el gaznate?

El vampiro no responde, pero me retuerce el brazo con tanta fuerza que la vista se me nubla y casi pierdo el conocimiento. Cuando me recupero, me doy cuenta de que está acercándome a su cuerpo.

—Tal vez sea demasiado valiosa para que la mate, pero puedo hacerle mucho daño.

—Pues venga. —Por primera vez desde que ha llegado, Koen me mira a los ojos. Soy incapaz de descifrar su expresión—. Esta chica aguanta lo que le echen, ¿verdad, Serena?

No sé cómo, pero consigo asentir: una mentira descarada. Y aun así… Puede que el dolor esté provocándome alucinaciones olfativas, pero me parece percibir lo mucho que mi gesto lo complace.

—¿Seguro? —pregunta el vampiro—. Al fin y al cabo, es medio humana.

—Y tú eres medio gilipollas, fíjate qué coincidencia.

—Todos van tras ella, ¿sabes? Todos los vampiros del continente llevan buscándola desde que dio aquella entrevista.

—Ya, fijo que hay un montón de gente que se muere por diseccionarla.

—Pero ¿sabes el pastizal que ofrecen por ella? —De pronto, la voz del vampiro adopta un matiz persuasivo—. Cuando les entregue a la híbrida, podré poner el precio que me dé la gana.

—Claro que sí. Y seguro que no se deshacen de ti justo a continuación.

El vampiro resopla.

—Ni que fuera tan imbécil. He sido el primero en dar con ella, pero no soy el único que va tras la recompensa. Vendrán más. En cuanto descubran que estás dándole refugio, acudirán en tropel. ¿Seguro que quieres pasarte la vida protegiendo a una medio humana? Haz la vista gorda y deja que te la quite de encima.

—Podrías currarte un poco más la oferta, Bob. Es floja de cojones. —Koen extiende los brazos—. ¿Qué saco yo de esto? Se supone que debes ofrecerme algo a cambio. Dividir la recompensa conmigo, lavarme el coche…

—Dicen que es tu compañera.

Es como si el bosque oyera las palabras. Como si las entendiera. Durante un instante, cada criatura, cada hoja, cada gota de agua permanece inmóvil, como esperando la reacción de Koen.

—¿Eso dicen? —Avanza hacia él sin perder la calma. Está dando un paseo nocturno. Explorando un museo. Libre de toda preocupación.

—Sí. ¿Y sabes qué más dicen?

—Me juego lo que quieras a que me lo vas a contar.

—Que te rechazó.

—Vaya golpe más bajo, ¿no? —Koen no parece estar sufriendo—. Y la conclusión a la que has llegado es que dejaré que te la lleves sin más para cobrarme así mi venganza.

—¿No sería lo mejor? ¿Quitártela de encima de una vez por todas?

Koen levanta la mano, cosa que sobresalta al vampiro. Sin embargo, se limita a masajearse la sien como el típico padre que está hasta los huevos. Preguntándose por qué su retoño acaba de meterse otro lápiz de cera por la nariz.

—Macho, voy a tener que matarte y Jorma me obligará a rellenar una puta tonelada de papeleo. —Suspira, y el rastro de impaciencia de su voz me hiela la sangre.

Aunque al vampiro no. Porque lo siguiente que dice es:

—Y es guapa, ¿a que sí?

Me quedo totalmente inmóvil. Igual que Koen.

—Y ahora mismo, no está en condiciones de rechazar a nadie.

No hay respuesta.

—¿Pillas por dónde voy, alfa?

La actitud de Koen pierde toda pretensión de indiferencia. Cada átomo de su cuerpo se encuentra en estado de alerta, centrado en la presa. En mí.

—Como he dicho, es una preciosidad. No me importa dejártela en cuanto haya acabado con ella —sugiere. Los ojos de Koen se contraen hasta convertirse en dos puntitos contrariados; la aversión que transmite su aroma resulta tan evidente que hasta el vampiro es consciente de que debe recoger cable—. O podrías divertirte tú con ella. Y luego yo me la llevo sin decir ni mu. A ver a quién va a quejarse.

Un búho ulula a lo lejos. Contengo la respiración, esperando que Koen mande al vampiro a la mierda, pero el silencio se prolonga, su mirada se vuelve opaca y, al cabo de unos instantes…

Koen asiente.

Se me cae el alma a los pies.

No. Nunca se le ocurriría. Jamás.

—¿Koen? —digo. Mitad pregunta, mitad súplica.

—En mi defensa, Serena… —Koen levanta los hombros—. Siempre estás liándola, joder.

Se me pone la piel de gallina.

—No. Koen, no…

—Me he tomado la libertad de empezar —dice el vampiro, y, antes de poder preguntarme a qué se refiere, me baja la mitad desgarrada de la camisola por el hombro.

Koen contempla mi pecho casi desnudo como si no fuera más que un trozo de carne. Una ofrenda que evaluar. Algo creado para su uso y disfrute. Veo la extraña danza de sus pupilas y noto el cambio de su aroma antes de que murmure:

—¿Ves? Así se hacen los tratos. Sabía que tenías madera de negociador, Bob.

Vuelvo a rogarle a mi cuerpo que se convierta en lobo. Y este vuelve a ignorarme. Profiero un gruñido furioso y empiezo a patalear, intentando por todos los medios zafarme del vampiro. Pero es más fuerte que yo, y lo más probable es que Koen sea más fuerte que los dos juntos. Aunque consiguiera noquear a alguno de ellos, seguiría jodida.

Aprieto la piedra que tengo en la mano, pero sigo sin poder mover el brazo y usarla.

El terror me recorre de arriba abajo. Me golpea el pecho.

—Toda tuya, alfa. Haz lo que quieras con ella. —El vampiro deja escapar una risa detestable. Baja el cuchillo y me hace avanzar unos centímetros sin soltarme las muñecas. Despide un aroma aborrecible, como si supiera que se me ha acabado el tiempo, que ha ganado—. Lo mismo le gusta y todo.

Koen reflexiona sobre el asunto mientras se acerca a mí lo bastante como para que note su calor; yo le enseño los dientes al tiempo que intento librarme del vampiro. Esto no puede estar pasando. El alfa protege, me dice la vocecilla licántropa que habita en mi interior. El alfa es tu casa. Koen no es así.

Aunque no lo tengo tan claro.

Koen se planta frente a mí, mirándome como si pudiera hacer lo que le diera la gana conmigo, y sí. Es exactamente así.

—¿Tú crees? —pregunta en voz baja y profunda, acariciándome el rostro con la mirada y posándola en mi pecho desnudo.

Se acerca aún más y su presencia me envuelve como un manto cálido. Su aroma me inunda las fosas nasales, seguro, apaciguador, tan asombrosamente perfecto que durante un instante me olvido del vampiro que me tiene agarrada por detrás y de las agujas de pino que tengo clavadas en las plantas de los pies.

—Por favor —susurro, pero no creo que Koen me oiga. Levanta la mano hasta mi rostro, me coge la mejilla y posa el pulgar en mi labio inferior.

—Dime, Serena. ¿Lo disfrutarías?

El pánico vuelve a apoderarse de mí. Niego enérgicamente con la cabeza. No. No.

—Pues en ese caso… —Suaviza la mirada y deja escapar un suspiro medio resignado, medio divertido—. Más vale que uses la piedra que tienes en la mano, asesina.

Tardo un instante en captar el significado de sus palabras y en darme cuenta de que el vampiro ya no está agarrándome la muñeca con tanta fuerza. Me cuesta tan poco liberar el brazo y clavarle el borde afilado de la piedra en el estómago que casi resulta anticlimático.

—Pero ¿qué…? —El vampiro se dobla sobre sí mismo. Me dispongo a golpearlo de nuevo, pero él se recupera y me tira al suelo. Levanta el cuchillo por encima de su cabeza y apunta a mi garganta—. Zorra de mierda…

Se interrumpe con un grito ahogado, como si acabara de tener una súbita revelación. Se me queda mirando, con los ojos desorbitados y la boca entreabierta, y casi me da la sensación de que va a… ¿disculparse? Luego, tras toser un hilillo de sangre violeta, pierde el equilibrio. Observo horrorizada cómo se desploma boca abajo a mi lado, sobre un rincón cubierto de musgo.

No vuelve a moverse.

Ni tampoco yo. No sé qué dirá de mí el hecho de que sea incapaz de apartar la mirada de las heridas en forma de garra que le cruzan la espalda. La sangre le mana a borbotones. El olor a hierro se mezcla con la fragancia terrosa del suelo.

Pasa un buen rato hasta que soy capaz de echar un vistazo a mi cuerpo —intacto de milagro, aunque prácticamente desnudo— y otro a Koen —calmado e impasible—. Cualquier otra persona me ayudaría a levantarme, pero no el alfa de la manada del noroeste. En lugar de eso, menea la cabeza con parsimonia y se limpia la mano con la que acaba de matar a un hombre en la camisa de franela. Los trazos morados crean un cuadro sorprendentemente bonito sobre la tela blanca y negra.

Tarda unos segundos en recordar que existo.

—Hola, Serena. —La intensidad de hace unos momentos se ha disipado y él se muestra indiferente. Tal vez sea consciente de que el más mínimo destello de compasión me haría caerme de culo. O puede que todo se la sude y siempre se la haya sudado—. ¿Qué tal la noche?

—Bastante tranquila —respondo con voz ronca.

—¿Sí? Tienes unas pintas que dan pena.

—No me digas. —Un sudor gélido me resbala por la sien y entre los pechos, los cuales me apresuro a tapar como puedo—. ¿Esas son formas de hablarle a tu querida compañera?

Arquea una ceja.

—Te dije que eras mi compañera, no que te quisiera.

Suelto una carcajada de indignación, pero al menos no estoy llorando. Me alegra poder conservar la poca dignidad que me queda cuando Koen me dirige una mirada fría y escrutadora y se agacha a mi lado.

—Tenemos que irnos —me dice.

—¿Adónde?

—A la Guarida. —Me levanta pasándome un brazo por debajo de las rodillas y otro por la espalda. El frío se convierte en un recuerdo lejano—. Se acabó el retiro en el bosque, asesina.

CAPÍTULO 2

—Ni de puta coña.

—Se enterará aunque no se lo cuentes.

—¿Cómo? ¿Va a mangarme el diario? ¿O es que sabe leer la mente?

Hay que decir que Lowe tiene la decencia de mostrarse un tanto avergonzado.

—No pienso ocultárselo a Misery. Y Misery no va a ocultárselo a ella.

—Anda y que te den. Me caías mejor cuando estabas depre y soltero. Vale, se lo digo a Serena, ¿y luego qué? No podríamos hacer nada al respecto, aunque estuviese interesada.

—Si lo hacemos público… Si contamos que es la compañera del alfa del noroeste, ningún licántropo le hará daño. Dará igual que sea híbrida.

Una mezcla de ira e indignación late en el interior de Koen.

—Ningún licántropo le hará daño porque yo estaré ahí para cargármelo.

—Ah, ¿sí? Misery vive aquí, y Serena quiere estar con Misery. Tú vas a estar en tu territorio.

—Entonces me mudaré al recinto Moreland. Mi manada se las apaña sola.

Pero Lowe se lo queda mirando como cuando tenía doce años, ya demasiado serio para su edad, como si tuviera una puta viga de hormigón metida en el culo, y Koen nunca ha sido capaz de soportarlo. Por aquel entonces, lo único que quería era proteger a Lowe del horror que conlleva ser la clase de licántropos que son. Y sigue queriéndolo.

—Eres un puto grano en el culo. —Koen se pasa la mano por la cara.

—Sip. —Lowe se levanta—. He aprendido del mejor.

Cuatro meses y medio antes

Territorio del suroeste

Las primeras palabras que me dirige Koen Alexander son: «No está enchufado».

Inolvidables, sin duda.

Estoy segura de que toda gran historia de amor comienza de la misma manera: una chica que intenta encender un portátil y aporrea el botón de encendido cada vez con más saña. Un tiarrón con una camisa a cuadros que la observa, escéptico y de brazos cruzados, desde el marco de la puerta. El humillante bochorno de causar una primera impresión más bien tibia cuando conoces a una persona a la que tus amigos quieren y respetan.

Koen ha aparecido con la hermana pequeña de Lowe hace un par de horas, lo que ha desencadenado la reunión familiar que está celebrándose en estos momentos en la planta de abajo. Incluye a Ana, que rebosa alegría; a Misery, que finge no adorarla, y a Lowe, que finge que no se le cae la baba con la nula capacidad de Misery para ocultar su adoración. Son monísimos y merecen algo de intimidad.

Misery se encuentra en su mejor momento. Yo no es que esté hundida en la mierda, que digamos, pero todavía me quedan temas que tratar y solucionar.

Me he pasado los últimos dos meses secuestrada en territorio vampiro. Estaba convencida de que acabarían alimentando a los mapaches con mi cadáver, lo que significa que he recibido una segunda oportunidad con la que todavía no sé qué hacer. He estado deslizándome lentamente por el tiempo y el espacio, sin encontrarme del todo en mis cabales en ningún momento, experimentando una sensación perpetua de sobrecarga sensorial. Tras meses en silencio, los susurros resultan ensordecedores. Las cigarras se empeñan en perforarme los tímpanos. A veces noto que me arde la piel y, otras, que soy un cubito de hielo. Últimamente, me gusta estar sola, de modo que he entrado a hurtadillas en el despacho de Lowe. Me he acomodado en un sillón de cuero. He cogido un portátil y he tomado la drástica decisión de comprobar mi correo electrónico.

Y entonces ha aparecido Koen y se ha puesto a explicarme lo que es la electricidad.

—Ah. —Echo un vistazo al cable de alimentación, que, en efecto, está colgando—. Seré mema. —Sonrío, intentando exhibir la proporción adecuada de autocrítica y vergüenza, y busco un enchufe.

—A tu izquierda.

Me vuelvo.

—Tu otra izquierda.

Quiero salir al jardín, comerme un erizo y esperar a que la hemorragia interna me mande al otro barrio. En lugar de eso, dejo el portátil a un lado y me levanto.

—Koen, ¿verdad? Encantada. —Le tiendo la mano, pero él se la queda mirando y no me la estrecha. Estupendo, pienso, y me la meto en el bolsillo trasero.

Tal vez sea algo típico de los licántropos. Puede que para estrecharle la mano a Koen debas superar cierto coeficiente intelectual, y está claro que yo no paso el corte. Misery comentó que era «un gilipollas de primera» —un cumplido que rara vez dedica—, así que, si no le caigo bien, no pienso ponerme a llorar. Tengo asuntos más urgentes de los que ocuparme.

—¿Querías algo? —le pregunto con una sonrisa educada.

—Hablar contigo. ¿Tienes un momento?

—Claro, ¿qué pasa?

No dice nada, sino que se me queda mirando un buen rato. Sus ojos son…, no diría que negros, aunque tampoco grises. Algo intermedio. Reflexivos. Me recuerdan al alquitrán: dos cepos espesos, untuosos y eficaces. Soy incapaz de volver la cabeza, pero tampoco puedo sostenerle la mirada.

—¿Has venido a echarle un vistazo a la híbrida? —pregunto sin ninguna hostilidad. Los licántropos que he conocido hasta ahora han sido encantadores y no me molesta saciar su curiosidad como agradecimiento a su cálida acogida. Más aun teniendo en cuenta que la mayoría de los humanos me pegaría un tiro a la primera de cambio—. Aquí me tienes. —Me doy la vuelta para proporcionarle una vista panorámica completa de la aberrante criatura que tiene delante—. La verdad, yo creo que parezco totalmente humana, pero… —me interrumpo porque sus ojos… están haciendo algo raro. Brillan y se le contraen y…

Koen gruñe. Inclina la cabeza hacia atrás, dejando al descubierto un cuello robusto. Veo que traga saliva.

—¿Qué coño he hecho yo para merecer esto? —murmura.

—¿Perdona?

—Ah, sí, ya me acuerdo. —Baja la barbilla y suspira. Su voz es profunda y áspera—. Ser un hijo de puta toda mi vida. Eso.

—Eh… No te sigo.

Unas fuertes pisadas suenan desde las escaleras. Es Lowe, que se une a nosotros y pregunta:

—¿Se lo has contado ya?

—Aún no.

Lowe asiente y yo empiezo a sospechar que el motivo por el que Koen quiere hablar conmigo es un pelín más serio que un: «¿Te importa que te pregunte sobre tu sistema musculoesquelético y el tipo de alimentación que llevas? ¿Los híbridos mudáis en otoño?»

—¿Dónde está Misery? —pregunto, de pronto aterrada—. ¿Y Ana?

—Están bien. Las dos están abajo. —Lowe guarda silencio un momento—. ¿Quieres que llame a Misery?

—Pues… —Sí. No me importaría. Aunque también echo de menos ser una adulta funcional capaz de apañárselas sin su vampira guardaespaldas—. Nah.

Lowe se vuelve hacia Koen.

—¿Seguro que quieres decírselo ahora?

—¿Por qué no?

Los dos hombres se me quedan mirando en silencio; Lowe como si yo fuera un gatito herido al que intentan poner una inyección, y Koen… No soy capaz de leer su expresión, lo que tal vez explique la inquietud que me provoca.

O quizá sea cosa de las cicatrices. De las tres marcas de zarpas que tiene en la cara, por ejemplo. La del medio es la más larga: le cruza el ceño desde la frente y continua mejilla abajo, trazando una línea fina y recta. Tiene otras más pequeñas en el labio superior, en la base de la mandíbula y debajo de la clavícula. Pero ninguna está roja ni abultada ni es reciente. Ninguna da a entender que tenga ganas de bronca.

Y es tan grandote como un armario empotrado. Solo le saca unos pocos centímetros a Lowe, pero da cien veces más de cague. Es porque a Lowe parece que lo hayan domesticado, me dice una voz sabia e instintiva desde los recovecos de mi mente. Lowe es capaz de contenerse y moderarse. Koen es impredecible. Salvaje. Koen hará lo que le salga de los…

—Eres mi compañera —dice con voz prácticamente neutra.

Tan neutra que debo de haberlo entendido mal. Es algo que aprendí en la universidad. Lingüística, tercer curso. Los patrones rítmicos del lenguaje ayudan a la comprensión auditiva.

—¿Perdona?

—La vampira y tú sois amigas íntimas, ¿no? —pregunta con ese tono calmado que roza la indiferencia. ¿Se está burlando de mí?—. ¿Te ha explicado lo que es un compañero?

Asiento despacio.

—Eres para mí lo que Misery es para Lowe.

Ah.

¿Eh?

Ah.

—¿El diagnóstico es…, eh…, terminal?

Los labios se le contraen.

—Me temo que no hay cura.

—Entiendo. —Carraspeo—. Caray, esta relación ha pasado de cero a cien en un momento.

Sus palabras me han desconcertado, pero ver la expresión risueña de sus ojos me ha dejado con el culo torcido. Su profunda, cálida y breve carcajada hace que el corazón me dé un vuelco.

—No te haces una idea, chavala.

Me cruzo de brazos.

—Dada la situación, ¿te parece apropiado dirigirte a mí así?

—Cierto, ¿cómo quieres que te llame?

—A ver, mi nombre está para algo, aunque si te empeñas en usar un apodo, preferiría algo con un poco más de…

—¿De qué?

—De garra.

Enarca una ceja.

—¿Zarpazo?

—No. Venga, ya sabes a lo que me refiero. Algo que provoque miedo.

—Burbuja inmobiliaria.

—Vale, más que miedo…, respeto. Un nombre de guerrera.

Me lanza una mirada escéptica de arriba abajo.

—¿Qué mides, metro y medio?

—Mido casi uno sesenta. Y para que te enteres, el otro día me cargué a varios vampiros con estas piernecitas rechonchas.

—Menudo nivel, asesina.

—Chicos. —La voz de Lowe me sobresalta. Se me había olvidado que estaba aquí—. Deberíamos volver al tema en cuestión.

Koen y yo intercambiamos una breve mirada de «Será aguafiestas, el tío».

—Creo que esa parte de la conversación está ya finiquitada —dice Koen, apartándose de la puerta con aire indiferente—. Se lo he contado. Lo ha entendido. Todos podemos retomar ya nuestras actividades diarias, como liderar una manada o… —echa un vistazo a mi portátil— seguir con el boicot a los enchufes.

Reprimo una sonrisa.

—Se me olvida enchufar el cable una vez y…

—Serena. —Lowe vuelve a interrumpir la conversación—. ¿De verdad entiendes lo que significa? —La urgencia que destila su tono contrasta con la indiferencia de Koen y me confunde.

Y entonces la realidad de la situación me sacude.

No, no lo entiendo. Porque ni siquiera me he parado a pensarlo.

—¿Es…? ¿Significa que…? —Misery no me dio demasiados detalles sobre el asunto de los compañeros. Y tampoco es que Lowe se haya abierto en canal conmigo—. ¿Significa que le gusto?

—Sí —dice Lowe… al tiempo que Koen responde:

—No.

Frunzo el ceño.

—Vaya, ya me queda todo más claro. Gracias, chicos.

Lowe fulmina con la mirada a Koen, que está esbozando una sonrisita burlona.

—Mira, no me cabe duda de que eres buena gente y tendrás un montón de admiradores, pero no se trata de eso.

—¿Y entonces de qué se trata?

Lowe se masajea el puente de la nariz.

—Cuando un licántropo encuentra a su compañero o compañera, se activan una serie de cambios fisiológicos. Misery lo comparó con enamorarse a primera vista, y algo de eso hay, pero…

—Perdona —interrumpo—. ¿Te importaría dejarnos a solas?

Estoy mirando a Koen, pero la pregunta va dirigida a Lowe. Por el matiz preocupado que desprende su aroma, la idea no le hace ninguna gracia.

A decir verdad, quedarme a solas con alguien que tal vez no esté bien de la cabeza y que, además, pretende que sea su novia por catálogo me parece una locura. Pero me da que, si Koen quisiera hacerme daño, sería capaz de hacerlo tanto si Lowe se encuentra presente como si no.

Es más: sospecho que Koen no tiene ningún interés en tocarme ni un pelo.

—Por favor —añado con calma.

En respuesta a la mirada inquisitiva de Lowe, Koen asiente. Solo una vez.

—Llamadme si necesitáis algo —dice Lowe con aspereza antes de darse la vuelta. Me parece curioso que se dirija a ambos.

Y entonces nos quedamos Koen y yo solos. No sé por qué, pero tengo la sensación de que el estómago me pesa tres kilos menos. Qué raro.

—Pasa, por favor. Y, eh, toma asiento.

Obedece sin cuestionar nada. Se arrodilla un instante para conectar el puñetero cargador del portátil al puñetero enchufe. Finjo no verlo y cierro la puerta.

Koen se repantiga en el sillón que está junto al mío con un aire casi demasiado relajado, igual que un depredador que examina a su presa. Como si fuéramos a hablar del horario de la recogida de basura y no de un acontecimiento psicosocial extremadamente importante en la vida de un licántropo. A lo mejor todo este rollo de los compañeros no es para tanto.

—Lowe parece… —Vuelvo al sillón. Me paso las palmas por las perneras del chándal—. Muy protector. Con los dos, creo.

—Es adorable, ¿verdad? —Su tono rezuma cariño puro y duro—. Siempre ha sido así, desde antes de que le salieran pelos en los huevos. No he conocido a nadie mejor.

Sonrío.

—Me alegro de que Misery esté en buenas manos.

—Y viceversa.

Ladeo la cabeza.

—¿No te molesta que sea una vampira?

—Se nota que se quieren. —Parece como si no le hiciera falta nada más para darles el visto bueno, lo cual me resulta conmovedor.

—En fin. —Me paso la lengua por detrás de los dientes—. Conque amor a primera vista, ¿eh?

Koen hace una mueca.

—No exactamente. Lowe es un poco romanticón.

—Ah…

—Es lo que tiene ser tan buen tío. Ve el mundo de color de rosa.

—Pero tú lo ves tal y como es porque… ¿no eres tan bueno?

No responde, pero, por el olor que me llega, diría que está de acuerdo.

—Este asunto no tiene nada que ver con el amor, Serena.

—¿Y entonces con qué tiene que ver?

Una pausa. Curva los labios.

—¿En serio no lo sabes?

Me lo quedo mirando, perpleja.

—Bueno, asesina, yo encantado de explicártelo con pelos y señales, si quieres.

—Quiero. A poder ser, como si tuviera cinco años.

—No sé si conseguiré dar con una explicación que no sea para mayores de dieciocho.

—¿A qué te…? Ah. —Me pongo como un tomate. Tras quedarme mirando a Koen con los ojos como platos, me doy cuenta de que estoy agarrándome el pecho como si fuera una institutriz victoriana y dejo caer la mano de golpe—. Eh…

Niego con la cabeza, intentando no parecer una huérfana que no ha pisado una clase de educación sexual en su vida y que cree que las mujeres dan a luz cuando los mocos de la nariz alcanzan un tamaño descomunal.

No soy ninguna ignorante. De cría sí, pero ahora ya no. A Misery, que era la Garantía de los vampiros, la obligaron a vivir entre humanos para así poder cargársela si los suyos violaban el alto el fuego entre las dos especies. Yo era su acompañante: una huérfana escogida al azar para que tuviera una amiga y no se sintiera muy sola (cosa que a nadie le importaba una mierda) o causara demasiados problemas (cosa que acojonaba a todo el mundo). Salvo que la huérfana humana escogida al azar resultó ser más bien una híbrida de humano y licántropo escogida a propósito a la que había que mantener vigilada para evitar que los humanos y los licántropos descubrieran que son compatibles a nivel reproductivo y, por lo tanto, dejasen el odio a un lado e incluso llegasen a formar una alianza contra los vampiros.

Toma giro.

Aunque, en esa época, nadie lo sabía. En aquel momento, mi valor se encontraba ligado exclusivamente a Misery. Mi educación dependía de la suya. Y como nadie estaba capacitado para enseñarle anatomía reproductiva a una vampira, yo tampoco recibí educación sexual.

Sin embargo, en cuanto salimos de allí, dispusimos de acceso ilimitado a internet, al mundillo de las citas y a los novios. Y al sexo, claro está.

Aunque de eso hace eones. Unos cuantos años, pero más bien parece haber pasado una era geológica entera. Por aquel entonces era humana. La luna llena no me hacía temblar de miedo y tampoco me preocupaba de qué color brotaría mi sangre si me hacía un corte. Cuando comprendí que me pasaba algo muy muy malo, el sexo se convirtió en un concepto ridículo y trivial. Durante los primeros días de mi secuestro, me agobiaba la idea de que pudieran forzarme. Al comprobar que no, me olvidé del asunto encantada.

Y aquí me tienes ahora. Dándole vueltas al tema. El sexo es un dragón enorme que está desperezándose ahora mismo en mi mente.

—¿Puedes…? —Trago saliva—. En cuanto a los cambios biológicos que habéis mencionado antes… ¿Eres capaz de controlarte?

Tarda unos segundos en asimilar el significado de mis palabras. En cuanto le queda claro, casi me da miedo que se tome a mal la pregunta, pero no veo ni rastro de actitud defensiva cuando responde con un firme:

—Siempre.

Hace que resulte más fácil creerle.

—Así que, básicamente, ¿solo quieres…?

—Correcto. —Asiente como si nada. Sí, me encantaría una taza de té. Sí, responderé a la encuesta a cambio de un descuento del diez por ciento en el siguiente pedido. Sí, me apetece una barbaridad f…

—Espero no parecerte una creída, pero ¿en qué se diferencia de la reacción de la mayoría de los hombres humanos que he conocido? —Siento una oleada de vergüenza en cuanto pronuncio las palabras—. Dios, sí que parezco una creída. Lo siento. Te prometo que no voy por ahí creyendo que mi cara se la pone dura a todo Cristo…

—Eres la mujer más guapa que he visto en la vida —se limita a responder.

Como si no tuviera ninguna importancia.

Como si estuviera felicitándome por mi buen gusto para los calcetines.

Como si fuera a pensar lo mismo aunque tuviera la pinta de un pie deforme recubierto de verrugas.

Lo cual podría ser justo lo que necesito. Mi aspecto ha sido siempre un tema delicado para mí. Algo desagradable de lo que avergonzarme. «Te sexualizaron a una edad muy temprana», me dijo una vez una amiga licenciada en psicología. Cuando Misery y yo cumplimos doce años, nuestros caminos tomaron rumbos distintos. Ella se hizo más alta, grácil y etérea. Yo, más blanda y redondeada. De pronto mi cuerpo se desbordó. Me convertí en una criatura con caderas y pechos, y la gente —hombres adultos, en su mayoría— empezó a mirarme de un modo que alternaba entre lo incómodo y lo peligroso.

«Igual es algo bueno», dijo Misery con escepticismo al percatarse de que el señor Elrod no me quitaba ojo. «Eso es que eres muy guapa, ¿no?»

«Dudo mucho que un hombre que me dobla la edad me mire por otra razón que no sea la de querer aprovecharse de mí.» Y esa era la clave del asunto. Misery era la Garantía. Había que mantenerla con vida o, de lo contrario, una guerra entre especies asolaría el sur del continente norteamericano. Pero, por encima de todo, Misery era especial y, por lo tanto, intocable.

Yo, en cambio, era una huérfana humana. Reemplazable. Del montón. No tenía ningún valor, y el personal era plenamente consciente de ello. Lo veía en sus miradas. Lo oía en los comentarios que jamás se molestaron en disimular. Lo notaba por las veces que tuve que pedir, insistir y rogar para que me compraran mi primer sujetador o ropa que no se me quedara pequeña en unos meses. Dependía de ellos y carecía de protección. Si no llevaba cuidado, podía pasarme cualquier cosa.

Era consciente. Y, al cumplir los doce, empecé a atrancar la puerta de mi habitación con una silla todas las noches.

—No dudo que se te acerquen muchos tíos. Pero yo no soy humano, así que no sé muy bien cuál es la diferencia. —Se encoge de hombros, de nuevo aburrido con la conversación—. Tal vez sea meramente cuantitativa. Al fin y al cabo, se trata de algo hormonal. Sexual. El resto…, el agrado o el amor no vienen incluidos en el pack.

—Entiendo.

Me arrellano en el sillón y me pongo a tamborilear con los dedos sobre el reposabrazos. Analizo no solo a Koen, sino también el modo en que me hace sentir. Hace años, cuando todavía creía que era humana, no le habría dedicado ni una mirada. Sin embargo, mi yo licántropo observa el mechón de pelo negro que le cae sobre la frente; el rostro bien afeitado y atractivo a rabiar. Es demasiado intenso, demasiado impetuoso. Está demasiado curtido y tiene, al menos, diez años más que yo.

Tengo —¿tenía?— un tipo: mono, educado y atento. Aniñado. De mi edad. Chicos cariñosos y amables que subrayan sus frases favoritas de los libros que leemos juntos y que están lo bastante seguros de su masculinidad como para ponerse mi crema hidratante cuando se quedan a dormir en mi casa. Nunca me ha gustado sentirme sobrepasada.

Koen es el alfa de una manada que ocupa la cuarta parte del país. Koen me confunde con solo estar plantado delante. Koen es diametralmente distinto al tipo de hombres que me gustan, tanto que dudo que tengan siquiera la misma forma geométrica.

—En resumen —digo como si estuviera tomando notas en una reunión—, lo que ocurre es que te resulto atractiva.

—Eso es quedarse muy corta, pero sí.

Estoy un poco acalorada.

—Pero no…, eh…, te morirás de pena por mi culpa, ¿verdad?

Suelta un suspiro.

—Los humanos son la hostia de dramáticos.

—Y los licántropos unos capullos —respondo con dulzura.

—Pues vaya suerte tienes, porque eres una mezcla de ambos.

Me muerdo el interior de la mejilla, intentando ocultar por todos los medios lo entretenida que estoy. A juzgar por la expresión divertida de sus ojos, es perfectamente consciente.

—Bueno, está claro que tu atracción hacia mí es algo que no depende de ti, así que no te diré que me siento halagada. Y pareces un tío fantástico. Tienes…, eh…, un trabajo remunerado y el aspecto de alguien que se tira horas cortando leña a pecho descubierto…

—No corto leña.

—¿No?

—Soy licántropo, genero mi propio calor.

Tiene sentido.

—Lo que quiero decir es que se nota que eres un partidazo. Pero apenas sé nada sobre ti. No tengo ni idea de cuántos años tienes o cómo te apellidas o cuál es tu color favorito… —Me lo quedo mirando—. Diría que el negro. Tu favorito es el negro, ¿verdad?

—En realidad tengo debilidad por el rojo.

—¿El color de la sangre humana?

No lo niega.

—Vale. En fin, como he dicho, te agradezco el interés. Por desgracia, no estoy en condiciones de empezar una relación, así que debo rechazar tu oferta y…

—¿Qué oferta?

—La que acabas… —Frunzo el ceño. Porque no me ha hecho ninguna oferta.

—Esta conversación no es una invitación a nada, asesina.

Es… cierto, aunque no sé por qué acabo de darme cuenta ahora. Koen no está tirándome la caña. No intenta colarse en mi vida a base de desplegar sus encantos. No ha llegado a la conclusión de que una relación conmigo sería el remate perfecto al núcleo familiar de Lowe y Misery, brindándonos la oportunidad de pasar las fiestas juntos cada año en casa de unos u otros.

No espera nada de mí.

Pero…

—Entonces, ¿por qué me lo has contado?

—Es la verdad. Deberías estar al tanto —responde como si fuera obvio, como si lo real cobrara sentido al ser compartido.

—¿Y tú te tomas la verdad muy en serio?

Me examina durante un momento.

—No pienso mentirte, Serena.

—Pues yo seguro que voy a mentirte un montón.

—Ah, ¿sí? —Esboza una sonrisa casi encantada—. ¿Qué clase de milongas cuentas?

—De todo tipo. —Trago saliva y me miro las rodillas—. Pero solo si es por un bien mayor.

—¿Segura?

Sí.

—¿Y tú? ¿Estás seguro?

—¿Seguro de…?

—¿Cómo sabes que soy tu compañera?

—Lo sé y punto. Tú confía en mí.

Por sorprendente que parezca, lo hago. Hay algo que me interesa más que lo que él siente:

—¿Cómo distingo si alguien es mi compañero? Quiero saber si siento lo mismo por ti.

Hace un gesto con la mano para desestimar la pregunta.

—No sientes lo mismo.

—¿Cómo lo sabes?

—Si fuera así, te darías cuenta.

—No es verdad. Puede que las señales estén ahí, pero yo las haya pasado por alto porque solo soy medio licántropa.

—Es imposible que se te hayan pasado por alto.

Tengo la garganta seca. Y un nudo de decepción en el estómago. ¿Acaso estoy…? No. Venga ya. No quiero un compañero, independientemente de lo que signifique esa palabra. A las telarañas de mi libido les han salido telarañas propias. Siempre he necesitado pasar mucho tiempo sola. Además, aún intento averiguar qué soy. Esto no es el comienzo de nada.

Aunque…

—Sí que me siento… a salvo. Aquí, contigo —confieso, antes de retraerme unos instantes e indagar en el interior de mis entrañas y mi mente insidiosa. La presencia de Koen resulta aplastante y sobrecogedora, pero me encuentro sumida en un momento de absoluta calma. No siento ansiedad. Ni me invade una oleada de terror por el futuro—. Suelo tener… A ver, lo de descubrir que soy una híbrida ha sido una experiencia agotadora, pero ahora mismo no tengo nada de miedo.

—Eso es porque soy un alfa. Aportamos calma y orden.

—Pero con Lowe no siento lo mismo.

Él se apresura a quitarle hierro al asunto.

—No hagas mucho caso. No significa nada.

—Pero… —¿Por qué insisto tanto? Acaba de proporcionarme una vía de escape—. Vale. En fin, ya que se trata de una de esas situaciones de lujuria no correspondida con las que a todos…, eh…, nos toca lidiar a veces…

—¿Sí? —Parece hacerle gracia. Como si supiera algo que yo ignoro. ¿No debería sentirse deprimido y rechazado?

—Eres el mejor amigo del marid… del compañero de mi mejor amiga. Y me encantaría que nos lleváramos bien, así que igual podríamos ser…, ya sabes, amigos.

—¿Qué tal conocidos con una relación cordial? —replica.

No sé si habla en serio o no, de modo que asiento.

—Trato hecho. Y te doy permiso para que suspires discretamente por mí.

Exhala una risa áspera y silenciosa. Esta permanece, sobre todo, en la comisura de sus ojos, pero eso no impide que me envuelva.

—Gracias.

No parece demasiado hecho polvo. O puede que sea de esas personas que se lo toman todo con humor. Eso hacíamos Misery y yo cuando las cosas se iban (inevitablemente) al traste: reírnos de la situación. Ver cómo esta se complicaba aún más. Troncharnos hasta quedarnos sin aire.

Sigo reaccionando del mismo modo. Puede que Misery haya sentado la cabeza y encontrado su sitio, pero yo soy una puta calamidad.

—En cualquier caso, si no fuera por todo ese rollo biológico, no te despertaría ningún interés. Soy un desastre —digo con una voz apenas audible.

Aunque él me oye.

—Ya te digo.

—Oye. —Levanto la barbilla—. Una cosa es que lo diga yo, pero tú no deberías.

—Serena, eres una híbrida de humano y licántropo que reconoce soltar trolas a diestro y siniestro, que no sabe cómo funciona la electricidad y que sufre un estrés postraumático de la hostia. Lo diría hasta un crío de tres años.

Quiero tomármelo a malas, pero se me escapa una carcajada sin querer. Koen elige ese instante para levantarse y dirigirse hacia la puerta, y yo vuelvo a sentir un peso en el estómago, una sensación que primero parece acrecentarse porque se marcha y luego porque quiero que se quede un rato más.

Y, entonces, con la intensidad de un terremoto, comprendo que tengo por delante el resto de mi vida. Y que tal vez, poco a poco, podría empezar a vivirla.

—¿Sabes qué? —digo cuando abre la puerta y yo recuerdo de golpe que hay todo un mundo al otro lado de las paredes de esta habitación—. En realidad, creo que deberíamos… —Me mira por encima del hombro—. Pareces… —Noto una oleada de calor en el vientre—. Misery y Ana te quieren mucho, lo que significa que eres buen tío. A lo mejor podríamos…, em…, salir a tomar algo algún día. Un café, tal vez. O… no sé muy bien qué hacéis cuando quedáis, pero… El caso es que te conozco muy poco, pero por ahora me caes bastante bien.

Nadie ha articulado nunca un «Oye, me encantaría tener una cita contigo» de forma tan torpe, pero no pasa nada. Porque la expresión de Koen se suaviza con una pizca de diversión e indulgencia y quizá también de afecto.

Eso es lo que hace que sus palabras me atraviesen como un puñal.

—Lo de antes iba en serio, asesina. Todo este rollo de los compañeros es una cuestión sexual. La parte de mí que importa no está interesada en ti. Me da igual si te caigo bien o no —dice con amabilidad—. Eso es cosa tuya.

CAPÍTULO 3

Ella no espera gran cosa de nadie ni se ofende con facilidad. Hace que alejarla resulte tremendamente difícil y frustrante.

En la actualidad

Koen Alexander, el feroz alfa de la manada más peligrosa del continente, líder indiscutible de una región conocida por su insaciable sed de sangre, escucha música clásica humana mientras conduce.

No me lo esperaba, la verdad.

Pero aquí está. Llevándome de vuelta a la manada del suroeste sin que el hecho de haber masacrado a un vampiro le afecte lo más mínimo. Dando golpecitos en el volante al ritmo de la música como todo un entendido. ¿Se ofendería si manifestara abiertamente mi sorpresa? ¿Me preocupa ofenderlo?

Sí y sí, sobre todo teniendo en cuenta que voy a pasar las próximas horas sola con él en el coche. A merced de alguien que tal vez no sepa lo que es la compasión.

—¿Es Bach? —pregunto sin tener ni idea de cómo suena Bach. En mi vida anterior, cuando era una periodista financiera humana y mi idea de un momento estresante incluía la tarea de juzgar el grado de madurez de una sandía o tener que estornudar mientras iba conduciendo, me gustaba escuchar pop.

—¿Por qué no has cambiado de forma? —pregunta Koen en lugar de responder. No aparta los ojos de la carretera en ningún momento.

—¿Perdona?

—¿Por qué no has adoptado la forma de lobo para huir de Bob?

—Ya. ¿Quién es Bob, a todo esto?

La mirada que me lanza dura apenas una fracción de segundo, pero transmite a la perfección lo que opina de la gente que responde a sus preguntas con más preguntas. Me encanta comprobar que su paciencia y disposición para filtrar sus pensamientos no han aumentado desde que me dejó en la cabaña hace semanas. Jugueteo con las mangas de la sudadera extragrande que me ha prestado y me obligo, por enésima vez desde que he entrado en el coche, a olvidar la forma en que se me ha quedado mirando el pecho en el bosque.

Era una treta. Para distraer al vampiro y salvarme la vida. No pensaba hacerme daño y no tengo ninguna razón para temerlo.

Bueno, sí que tengo una: es un tío que, objetivamente, da un miedo que te cagas.

—Soy incapaz de cambiar de forma cuando hay poca luna —le digo.

Es lo que ocurre con los licántropos: cuando la luna está llena, nos cuesta muchísimo resistirnos a su llamada y nos toca echar mano de todo nuestro autocontrol para no cambiar de forma. Lo primero que me hizo darme cuenta de que a lo mejor no era tan humana como creía fue la sensación de que algo despertaba en mi interior y pugnaba por liberarse una vez al mes, siempre durante la misma fase lunar.

Por el contrario, cuando la luna es apenas visible, solo los licántropos más dominantes y poderosos son capaces de cambiar de forma. Yo no soy ni lo uno ni lo otro, y Koen no debería tener ningún motivo para dudar de mi ineptitud.

No caerá esa breva.

—Pero, cuando te conocí —reflexiona él con su voz grave—, podías cambiar de forma cuando te daba la gana.

—Cuando la luna estaba como ahora, no.

—Cuando era todavía menos visible, si no recuerdo mal. Y me acuerdo perfectamente.

Me obligo a no tensar el cuerpo. Los licántropos captan los cambios fisiológicos como si fueran detectores de mentiras con patas, y yo guardo demasiados secretos para tener encima a un licántropo tan perspicaz como Koen.

—Igual me confundes con otra persona.

Me lanza otra mirada fulminante.

—¿Tu incapacidad repentina para cambiar de forma tiene algo que ver con la razón por la que decidiste desaparecer y tomarte dos meses de vacaciones en medio del bosque?

Sí, tiene que ver, y no, no es asunto suyo.

—La razón por la que decidí desaparecer, si es que se puede emplear esa palabra con alguien cuyo paradero nunca ha sido desconocido, es que las situaciones con las que he tenido que lidiar durante el último año incluyen, en orden cronológico pero no traumatogénico —levanto la mano y empiezo a contar con los dedos—, el paulatino descubrimiento de que no soy del todo humana; la constatación, aún más paulatina, de que mi parte lobuna es mayor de lo que pensaba; mi secuestro y posterior encierro a manos de los vampiros; el primer asesinato múltiple de mi vida, en el que, recordemos, participé como asesina, y, por último, mi salida pública del armario como la primera híbrida de humano y licántropo. —Le planto a Koen mi mano extendida en los morros como si fuera el cartón de bingo más chungo del mundo y lo miro batiendo las pestañas—. Digo yo que mi necesidad de descanso y esparcimiento estaba más que justificada.

—No es por joder, pero dudo que puedas colgarte la medallita del asesinato múltiple si fue en defensa propia.

Probablemente tenga razón. Y no lamento haberme cargado a esos (¿dos? ¿Tres? ¿Siete? Lo tengo todo un poco borroso) vampiros para proteger a Misery.

—Aun así. Pasar de verme como una ciudadana de bien a una asesina oportunista me exigió cierto trabajo interno. Ajustes en cuanto a mi concepto del «yo». Varias sesiones de introspección. Una lloradita o dos. Esa clase de cosas. —Me llevo las rodillas al pecho, me cubro las espinillas llenas de arañazos con la sudadera y pregunto—: Por cierto, ¿cómo lo has sabido?

—¿El qué?

—Que alguien iba a venir a por mí a la cabaña.

—Lowe me ha llamado por la mañana. Dos vampiros, Bob y algún otro pollafría, han intentado hackear el suroeste y han activado los sistemas de detección de intrusos. Alex, el informático, se ha dado cuenta de que buscaban tu ubicación. —Una pausa—. Y la de Ana.

Me tapo la boca con la mano. Ana y yo tenemos algo en común: las dos somos híbridas de humano y licántropo. Pero mientras que yo hice pública mi auténtica naturaleza, muy poca gente está al tanto de su situación.

Porque Ana tiene siete años.

—¿Está…?

—Bien, sí. Bob te localizó gracias a tu teléfono por satélite y siguió tu rastro hasta el norte. De Ana no había ninguna información. Aunque Alex plantó pistas falsas para que el otro pollafría se adentrara en el suroeste.

—¿Y?

—Lowe se lo cargó, claro está. Pero antes de su… fallecimiento prematuro, la compañera de Lowe le hizo ese… —traza un movimiento circular— rollo de la hipnosis.

—¿Qué rollo de…? Ah. ¿Lo subyugó?

—Sí, eso. —Por la expresión de Koen, se nota que la técnica en cuestión no le hace ninguna gracia. Un sentimiento compartido entre la comunidad licántropa.

—Conque Misery subyugó a Pollafría… ¿Y qué dijo?

—Que un miembro del consejo vampírico está ofreciendo cantidades obscenas de pasta a cambio de un híbrido.

—¿Qué miembro?