No es amor - Ali Hazelwood - E-Book

No es amor E-Book

Ali Hazelwood

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Beschreibung

Una aventura secreta y prohibida demuestra que en el amor y en la ciencia todo vale. Una novela de Ali Hazelwood, autora bestseller del New York Times. Puede que Rue Siebert no lo tenga todo, pero no le falta de nada: tiene unos pocos amigos con los que siempre puede contar, la estabilidad económica que anhelaba de pequeña y una exitosa carrera como ingeniera biotecnológica en Kline, una de las empresas emergentes más prometedoras en el campo de la ciencia de los alimentos. Ha trabajado duro y ha conseguido que su mundo sea estable y agradable. Hasta que una hostil adquisición por parte de otra empresa y su ofensivamente atractivo representante amenazan con destruirlo todo. Eli Killgore y sus socios quieren hacerse con Kline de todas todas. Eli tiene sus motivos para llevar a cabo este trato, y es un hombre que siempre consigue lo que quiere. Con una excepción: Rue. La mujer en la que no puede dejar de pensar. La mujer con la que tiene prohibido estar. Divididos entre la lealtad y una innegable atracción, Rue y Eli tiran la cautela por las ventanas del laboratorio y de la sala de juntas. Su romance es secreto, sin ataduras y tiene una fecha límite: el día en que una de sus empresas venza. Pero el corazón es un negocio arriesgado; uno en el que se juega a todo o nada.

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Seitenzahl: 536

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Para Jen. A veces me pregunto qué haría sin tiy me entra muchísimo miedo.P. D.: La verdad es que el chocolate blanco está bueno.P. P. D.: Cuando leas esto, dale una galleta a Stellade parte de su tía Ali

Nota de la autora

Querido lector:

Solo quería dejar una breve nota para que supieras que No es amor tiene un tono un poco diferente al de las obras que he publicado hasta ahora. Rue y Eli se han enfrentado —y se siguen enfrentando— a secuelas por problemas relacionados con el duelo, la inseguridad alimentaria y el abandono infantil. Tienen ganas de establecer una conexión, pero no saben muy bien cómo hacerlo si no es mediante una relación física. A mi parecer, el resultado es una historia que, más que una comedia romántica, se podría considerar un romance erótico.

La historia de Rue y Eli, por supuesto, tiene un final feliz, pero quería avisarte de que también trata algunos temas serios para que sepas lo que te vas a encontrar.

Con cariño,

Ali

1

BASTANTE SIMPLE

RUE

—Chicas, necesito haceros una pregunta no retórica: ¿cómo os apañáis para sobrevivir en el mundo real?

Me quedé mirando la cara de desprecio de Nyota, reflexionando sobre la sin igual humillación que suponía que la hermana pequeña de tu mejor amiga (a la que habíais rechazado una y otra vez cuando intentaba entrar en la casa del árbol del patio trasero, la que se había comido un moco en público en las Navidades de 2009 y a la que habían pillado morreando a una mandarina en el cuarto de la plancha unos meses después) cuestionara tu capacidad para ser una adulta funcional.

Hay que tener en cuenta que Tisha y yo éramos tres años mayores que ella y albergábamos un complejo de superioridad claramente fuera de lugar. Pero la cosa había cambiado ahora que la pequeña Nyota tenía veinticuatro años, había demostrado ser un prodigio en la Facultad de Derecho, se acababa de graduar como abogada concursal y cobraba más por hora de lo que yo pagaba por el seguro del coche. Para colmo, la seguía en Instagram, y por eso sabía que era capaz de levantar pesas que pesaban más que ella, que los monokinis le quedaban de infarto y que tenía por costumbre preparar focaccias de cebolla y romero caseras.

En un gran alarde de poder cuya magnitud no me dejaba dormir por las noches, Nyota nunca me había seguido a mí.

—Ya nos conoces —le contesté. Preferí la sinceridad al orgullo. Tisha y yo estábamos encerradas en mi despacho de Kline, que era del tamaño de una ratonera, hablando por FaceTime con alguien que probablemente ni siquiera tenía guardados nuestros números de teléfono. La dignidad era la menor de nuestras preocupaciones—. Sobrevivimos a duras penas.

—¿Puedes simplemente responder a lo que te hemos preguntado? —Tisha se estaba empezando a cabrear.

Si para mí esto era una lección de humildad, para ella ni me lo imagino. Al fin y al cabo, Nyota era su hermana.

—¿En serio? ¿Me llamáis en plena jornada laboral para preguntarme qué es una cesión de crédito? ¿No podíais buscarlo en Google?

—Lo hemos buscado —respondí, omitiendo que habíamos añadido «para dummies» a la búsqueda. Y aun así…—. Creo que hemos pillado la idea general.

—Genial, pues ya estaría. Voy a colgar, os veo a las dos en Acción de Gracias y…

—Sin embargo —la interrumpí. Estábamos a finales de mayo—, la reacción de los otros trabajadores de Kline parece sugerir que quizá no estamos entendiendo del todo lo que implica una cesión de crédito.

Mi umbral de tolerancia ante los sucesos raros era alto y había sido capaz de ignorar al representante de Recursos Humanos que estaba navegando por una web de búsqueda de empleo desde su mesa de forma descarada, a los químicos que habían chocado conmigo de bruces y habían huido sin siquiera pedir perdón y la mirada ausente de mi jefe, Matt, quien solía ser bastante dictatorial, cuando le había dicho que el informe que estaba esperando me llevaría al menos tres horas más. Luego, mientras vaciaba mi botella de agua en una maceta que llevaba en la sala de descanso más tiempo del que yo llevaba trabajando ahí, un técnico se había puesto a llorar y me había dicho: «Debería llevarse a Christofern a casa, doctora Siebert. No es justo que muera por culpa de lo que está a punto de pasarle a Kline».

Yo no tenía ni idea de lo que estaba pasando. Lo único que sabía era que me encantaba mi trabajo actual en Kline, que el proyecto más importante de mi vida estaba en un momento crucial y que tenía demasiados problemas a la hora de socializar como para cambiar de trabajo así como así. Lo de ese día no presagiaba nada bueno.

—Va a haber una asamblea dentro de quince minutos —le expliqué— y nos encantaría ir teniendo una idea más clara sobre lo que…

—Ny, deja de quejarte y haz el favor de explicárnoslo como si tuviéramos cinco años, venga —le ordenó Tisha.

—Tías, sois las dos doctoras —señaló Nyota, y no como un cumplido.

—Vale, escucha con atención, Ny, porque esto va a hacer que te explote la cabeza y puede que tengamos que denunciarlo ante la ONU y celebrar un juicio en La Haya: el tema de las empresas de capital inversión y las cesiones de créditos no se dio en ninguna de nuestras clases del doctorado en Ingeniería Química. Un hecho imperdonable, lo sé, y estoy segura de que la OTAN querrá tomar medidas, pero…

—Cállate, Tish. No te pongas sarcástica cuando me estás pidiendo un favor. Rue, ¿cómo os habéis enterado de la cesión de crédito?

—Florence ha mandado un correo electrónico a toda la empresa —respondí—. Ha sido esta mañana.

—¿Florence es la CEO de Kline?

—Sí. —Me pareció una respuesta muy pobre, así que añadí—: Y la fundadora. —Seguía sin ser una explicación exhaustiva, pero había un momento y un lugar adecuados para fangirlear, y este no era uno de ellos.

—¿Ponía algo acerca de qué empresa de capital inversión ha comprado el crédito?

Eché un vistazo al correo.

—El Grupo Harkness.

—Mmm… Me suena. —Nyota tecleó en silencio, con las vistas de Nueva York resplandeciendo a sus espaldas. Su oficina estaba en un rascacielos, a miles de kilómetros de North Austin. Aquello era un universo completamente distinto. Al igual que Tisha y yo, Nyota siempre quiso irse de Texas. A diferencia de nosotras, ella nunca había vuelto—. Ah, sí. Esos tipos —dijo al fin con los ojos entrecerrados delante de la pantalla del ordenador.

—¿Los conoces? —le preguntó Tisha—. ¿Son famosos o algo?

—Es una empresa de capital inversión, no un grupo de K-pop. Pero sí, son muy conocidos en el sector tecnológico. —Se mordió el labio. De repente, su expresión era de todo menos tranquilizadora, y sentí como Tisha se tensaba a mi lado.

—No es la primera vez que ocurre algo así —dije negándome a ceder ante el pánico. Me había graduado en la Universidad de Texas hacía un año, pero había estado trabajando para Florence Kline desde antes de terminar el doctorado. Nada de esto era nuevo para mí—. Hay movidas administrativas y problemas con los inversores cada dos por tres. Al final siempre se queda en nada.

—No estoy segura de que esta vez sea igual, Rue. —Nyota frunció el ceño—. A ver, lo que pasa es que Harkness es una empresa de capital inversión.

—Todavía no sé lo que significa eso —soltó Tisha.

—Como iba diciendo, es una empresa de capital inversión, es decir, es… un grupo de personas con muchísimo dinero y demasiado tiempo libre. Y en lugar de ser como el Tío Gilito y retozar en la pasta que han ganado con gran esfuerzo o dejarla en cuentas de ahorro como vosotras dos…

—Muy osado por tu parte dar por hecho que tengo ahorros —murmuró Tisha.

—… la usan para comprar otras empresas.

—¿Y han comprado Kline? —pregunté.

—No. Kline no ha salido a bolsa; no se pueden comprar acciones de la empresa. Pero, cuando se fundó, se necesitó dinero para poder desarrollar… ¿raviolis? ¿Es eso lo que hacéis?

—Nanotecnología alimentaria.

—Claro. Vamos a fingir que eso significa algo. En fin, el caso es que, cuando Florence fundó Kline, pidió un gran préstamo. Y, ahora, quien le proporcionó el dinero ha decidido vender ese préstamo a Harkness.

—¿Y eso significa que ahora Kline le debe el dinero a Harkness?

—Correcto. Ves, Rue, sabía que no eras del todo inútil. Mi hermana, en cambio, nunca deja de… —La voz de Nyota se fue apagando mientras fruncía el ceño frente al ordenador.

—¿Qué? —preguntó Tisha alarmada. Nyota no era de las que se callaban en mitad de un insulto—. ¿Qué pasa?

—Nada. Estoy leyendo sobre Harkness. Tienen una gran reputación. Se han centrado en startups tecnológicas de tamaño medio. Creo que tienen a un par de científicos en plantilla. Adquieren empresas prometedoras, proporcionan capital y apoyo para hacerlas crecer, y luego las venden para obtener beneficios. Comprar un préstamo no parece ser su modus operandi habitual.

Tisha me puso la mano en el muslo y yo apoyé la mía encima. Eso de dar consuelo físico no era muy de mi estilo, pero hacer excepciones con Tisha no me suponía ningún problema.

—¿Así que lo único que tiene que hacer Florence es devolverle el préstamo a Harkness y entonces se esfumarán? —pregunté. Parecía bastante simple. No había necesidad de involucrar a ningún portal de búsqueda de empleo.

—Bueno… En el mundo de yupi en el que vives, tal vez. Diviértete paseando con los unicornios, Rue. Es imposible que Florence tenga el dinero.

Tisha me apretó un poco más el muslo.

—Ny, ¿qué significa en la práctica? ¿Quiere decir que van a tomar el control de la empresa?

—Puede ser. Dependerá de lo que ponga en el contrato del préstamo.

Negué con la cabeza.

—Florence jamás les permitiría hacerlo.

—Puede que Florence no tenga elección. —El tono de Nyota se había suavizado de repente, y ahí sí que me asusté de verdad—. Según los términos del acuerdo, Harkness podría tener derecho a nombrar un nuevo CTO e interferir en el funcionamiento diario de la empresa.

Preguntar qué era un CTO no me iba a hacer ganar puntos de cara a ese «Seguir también» en Instagram, así que me limité a decir:

—Vale. ¿Cuál es la conclusión?

—Harkness podría no traeros ningún problema o ser el motivo de que necesitéis buscar otro trabajo. Ahora mismo, es imposible saberlo.

El «joder» de Tisha fue solo un suave murmullo. Florence, pensé, y se me secó la boca. ¿Dónde está Florence ahora mismo? ¿Cómo está Florence ahora mismo?

—Gracias, Nyota —dije—. Has sido de gran ayuda.

—Llamadme después de la asamblea de hoy, para entonces tendremos una idea más clara. —Fue muy amable por su parte utilizar el plural—. Pero no estaría de más empezar a desempolvar vuestro currículum por si acaso. En Austin hay un montón de startups tecnológicas. Buscad en internet, preguntad a vuestros amigos empollones si os pueden pasar algún contacto. Bueno, ¿tenéis más amigos aparte de vosotras dos?

—Tengo a Bruce.

—Bruce es un gato, Tish.

—¿Y…?

Empezaron a discutir y yo desconecté mientras trataba de calcular la probabilidad de que Tisha y yo encontrásemos otro trabajo en la misma empresa. Uno que pagara bien y nos diera la libertad científica que teníamos ahora. Florence incluso me había permitido…

Me asaltó un pensamiento horrible.

—¿Y nuestros proyectos personales? ¿Qué pasa con las patentes de los empleados?

—¿Eh? —Nyota ladeó la cabeza—. ¿Patentes de los empleados? ¿Para qué?

—En mi caso, se trata de un bionanocompuesto que…

—Ajá, en cristiano, por favor.

—Es una cosa que hace que los productos se mantengan más frescos. Y durante más tiempo.

—Ya veo. —Asintió en señal de comprensión. Su mirada de repente era más cálida y me pregunté hasta dónde sabía. Era imposible que Tisha le hubiese contado mi historia, pero Nyota siempre había sido observadora y quizá lo había averiguado sola. Al fin y al cabo, durante años, había pasado todos mis ratos libres en su casa solo para evitar volver a la mía—. ¿Es tu proyecto? ¿Tu patente? ¿Tienes algún acuerdo que ratifique que tú eres la propietaria de esta tecnología?

—Sí. Pero si Kline cambia de manos…

—Mientras el acuerdo esté por escrito, tú tranquila.

Recordé haber recibido un correo electrónico de Florence. Palabras largas, fuente pequeña, firmas electrónicas. Sentí un gran alivio. Gracias, Florence.

—Tías, intentad no comeros mucho el coco, ¿vale? Id a la asamblea a la que probablemente ya estéis llegando tarde. Averiguad todo lo que podáis y después me contáis. Y por el amor de la jueza Brown Jackson, actualizad vuestros malditos currículums. En el tuyo, Tish, sigue poniendo que eres peluquera canina, y eso fue cuando te estabas sacando la carrera.

—Sal de mi LinkedIn —murmuró Tisha, pero su hermana ya había colgado. Se recostó en la silla y soltó otro «joder».

Me quedé mirando al frente y asentí.

—Coincido.

—Ninguna de las dos tiene suficiente estabilidad emocional como para gestionar la incertidumbre laboral.

—No.

—A ver, nos irá bien. Nos dedicamos al sector tecnológico. Lo único que…

Asentí una vez más. Estábamos contentas en Kline. Juntas. Con Florence.

Florence.

—Anoche Florence me envió un mensaje —le conté a Tisha—. Me preguntó si quería ir a su casa.

Se dio la vuelta.

—¿Te dijo por qué?

Negué con la cabeza. Me sentía un poco avergonzada y culpable. Qué bien eso de pasar de tus amigas cuando te necesitan, Rue.

—Le dije que tenía planes.

—¿Qué planes te…? Ah, claro. Tu sesión de sexo trimestral. La Rue Desmelenada. Dios mío, ¿por qué no hemos comentado todavía lo del tío ese?

—¿Qué tío?

—¿En serio? ¿Me mandas una foto del carné de conducir de un tío y luego preguntas que «qué tío»? No te hagas la tonta.

—En fin, había que intentarlo.

Me puse de pie tratando de evitar el recuerdo de aquellos profundos ojos azules, de ese perfil de escultura griega que había hecho que me quedara mirándolo embobada, de esos rizos castaños casi demasiado despeinados… Él había mantenido la mirada al frente al llevarme a casa, como si se empeñara en no mirar en mi dirección.

—¿Has sabido algo más de él? Porque supongo que habrás hecho la locura de… —ahogó un grito y se llevó la mano al pecho— darle tu número.

—No he mirado el teléfono. —Ahora ese dispositivo permanecía en el fondo de mi mochila, presionado bajo una sudadera, una botella de agua y una pila de libros que debía devolver a la biblioteca en dos días. Y ahí se iba a quedar, al menos mientras siguiera preguntándome sin querer cada diez minutos si me habría enviado un mensaje.

Me gustaba obligarme a mantener un cierto distanciamiento cuando se trataba de hombres.

—Debería haber ido a casa de Florence —dije mientras me daban punzadas de remordimiento en el estómago.

—No. Si hubiese tenido que elegir entre que echaras un polvo o que te enteraras un poco antes de todo este lío, creo que habría elegido que tuvieras unos orgasmos. Soy así de generosa. —Tisha bajó la voz mientras nos dirigíamos al espacio abierto de la primera planta, andando una junto a otra por los pasillos ultramodernos de color azul marino de Kline y cruzándonos con varios trabajadores. Todos sonreían a Tisha y conmigo se limitaban a asentir con la cabeza, educados pero mucho más sombríos.

Kline había empezado como una pequeña empresa tecnológica y había crecido rápidamente hasta tener varios centenares de empleados. Yo ya había dejado de llevar la cuenta de las nuevas contrataciones. Además, la naturaleza solitaria de mi proyecto me convertía en una desconocida. La chica alta, seria y distante que siempre salía con la otra chica alta, la divertida y encantadora a la que todo el mundo adoraba. En Kline, el nivel de popularidad de Tisha y el mío eran tan dispares como lo habían sido siempre. Llevaba siendo así desde que íbamos a primaria. Por suerte, había aprendido a pasar del tema.

—Por desgracia, no hubo ningún orgasmo —murmuré.

—¿¡Qué!? No tenía pinta de que se le diera mal follar, la verdad.

—No sabría decirte.

Frunció el ceño.

—¿No quedaste con él para eso?

—En un principio, sí.

—¿Y?

—Apareció Vincent.

—Venga ya, puto Vincent. ¿Cómo coño te…? En realidad, no quiero ni saberlo. ¿La próxima vez, entonces?

«Ya que nunca tienes segundas citas…», fue lo que me había dicho él, y al escuchar ese tono de voz melancólico me había subido la temperatura corporal.

—No lo sé —susurré con sinceridad. Yo también me sentí algo melancólica mientras Tisha y yo nos sentábamos en un sofá al fondo de la sala—. Creo que…

—Aquí es imposible aburrirse —dijo una voz aguda, y noté que se hundía el cojín de mi izquierda. Jay era nuestro técnico de laboratorio favorito. O, para ser más exactos, el favorito de Tisha, de quien se había hecho amigo en un santiamén. A fuerza de estar siempre con ella, yo me había visto envuelta en esa relación. Ese era un buen resumen de en qué consistía mi vida social—. Os juro por Dios que, si nos despiden a todos y no me conceden el visado y tengo que volver a Portugal y Sana me deja y…

—Cuánto optimismo, hijo mío. —Desde mi otro lado, Tisha se inclinó hacia delante con una sonrisa—. Por cierto, hemos investigado todo este embrollo. Si quieres, podemos explicarte lo que es una cesión de crédito.

Jay arqueó una ceja y los piercings que la atravesaban destellaron.

—¿No lo sabíais antes?

Tisha se enderezó y desapareció detrás de mí.

—Venga, venga… —Le di unas palmaditas reconfortantes en la pierna—. Al menos podemos decir que nunca hemos fingido ser algo que no somos.

—¿Personas inteligentes?

—Eso parece.

Una cascada de rizos rojos apareció entre la multitud y el nudo de pánico en mi pecho se aflojó al instante. Florence. La brillante e ingeniosa Florence. Ella era Kline. Había luchado con uñas y dientes por este proyecto y no iba a permitir que nadie se lo arrebatara. Desde luego, no una…

—¿Quiénes son esos cuatro? —susurró Tisha.

De repente, toda la sala se había quedado en silencio. Mi amiga no estaba mirando a Florence, sino a las personas que estaban a su lado.

—¿Gente de Harkness? —supuso Jay.

Me esperaba que llevaran el pelo repeinado hacia atrás, vistieran con traje y tuvieran ese estilo tan desagradable de los machotes que se dedican a las finanzas. Sin embargo, la gente de Harkness tenía pinta de que, en otra línea temporal, podría haber trabajado en Kline. Quizá lo de vestirse de manera informal no era más que una estrategia, pero parecían… normales. Accesibles. A la mujer de pelo largo se la veía cómoda con sus vaqueros y parecía complacida, al igual que el hombre de espalda ancha que estaba un pelín demasiado cerca de ella. Una figura alta con la barba bien cuidada observaba la sala con un poco de altanería, pero ¿quién era yo para juzgar? Ya me habían comentado varias veces que mi cara tampoco inspiraba cordialidad, precisamente. Y el cuarto hombre, el que había llegado último, con paso tranquilo y una sonrisa de tener confianza en sí mismo, parecía…

Se me heló la sangre.

—Ya me caen mal —murmuró Jay, lo cual hizo reír a Tisha.

—A ti todo el mundo te cae mal.

—No es cierto.

—Sí que lo es. ¿Verdad, Rue?

Asentí distraída, con la mirada clavada en el cuarto hombre de Harkness, atrapada como un pájaro en una marea negra. La cabeza me empezó a dar vueltas y sentí que me faltaba el aire. Y es que, a diferencia de los demás, esa cara me resultaba familiar.

A diferencia de los demás, sabía exactamente quién era él.

2

MUY DISPUESTO A DEJARLA CONTINUAR

ELI

LA NOCHE ANTERIOR

Era aún más guapa que en la foto.

Y eso que en la foto también estaba guapa de cojones, de pie frente a un letrero de la Universidad de Austin que a él le resultaba dolorosamente familiar. No era un selfi, sino una foto normal de las de toda la vida que había recortado para eliminar a su acompañante. Lo único que se veía era un brazo delgado, de piel oscura, colgado alrededor de un hombro. Y, por supuesto, a ella. Sonriendo, pero no mucho. Presente pero lejana.

Y preciosa.

No es que importara mucho. Eli se había acostado con suficiente gente como para saber que, a la hora de buscar a alguien con quien tener sexo sin compromiso, el aspecto de las personas no era tan determinante como el hecho de que estuviesen buscando lo mismo que tú. Aun así, cuando llegó al vestíbulo del hotel y la vio en el bar, sentada en ese taburete, se detuvo en seco. Vaciló, a pesar de que su reunión con Hark y los demás se había alargado y pasar por casa para ver cómo estaba Tiny le había hecho llegar unos minutos tarde.

Estaba bebiendo Sanpellegrino, lo cual era un alivio, ya que, dados sus planes para esa noche, cualquier otra cosa le habría hecho dudar. Llevaba unos vaqueros y un jersey sencillos, y su postura era pura belleza. Relajada pero regia. Sin encorvar la espalda, pero sin que pareciera forzada. No parecía nerviosa y tenía el aire tranquilo de quienes hacen esto con la suficiente frecuencia como para saber exactamente qué esperar.

Recordó las preguntas, siempre pertinentes, que ella le había hecho, y también las respuestas, siempre directas, que le había dado cuando era Eli el que preguntaba. Ella le había mandado el primer mensaje el día anterior. Y cuando él le preguntó: ¿Dónde te gustaría que nos viéramos?, su respuesta fue:

En mi piso no.

En mi casa tampoco. Puedoreservar un hotel, invito yo.

Me parece bien pagarloentre los dos.

No hace falta.

De acuerdo. Para tu información,compartiré ubicación con una amigaque tiene mis datos de acceso ala aplicación.

Haces bien.¿Quieres que te dé minúmero de teléfono?

Podemos seguir hablandopor aquí.

Perfecto.

Si eso la hacía sentir más segura, le parecía bien. Las aplicaciones de citas podían ser peligrosas. Aunque lo cierto es que la aplicación que ellos utilizaban no era para tener citas; no en el sentido estricto de la palabra.

Eli miró a la mujer una última vez y algo parecido a la expectación que hacía años que no sentía surgió en su interior. Bien, se dijo a sí mismo. Esto va a salir bien. Echó a andar de nuevo, pero se detuvo a unos pocos metros.

Otro hombre se había acercado.

Al principio, Eli pensó que era algún pobre imbécil que se le estaba insinuado, pero enseguida se dio cuenta de que ella lo conocía. Había abierto los ojos de par en par y luego los había entrecerrado. Se le había tensado la espalda y se había echado hacia atrás, buscando poner más distancia.

Debe de ser un ex o algo así, pensó Eli mientras el hombre hablaba con apremio. Estaban manteniendo una conversación en voz baja y, aunque la música ambiente estaba demasiado alta para que Eli captara las palabras, la tensión en los hombros de ella no era una buena señal. La vio negar con la cabeza y pasarse una mano por sus rizos oscuros y brillantes. Al apartárselos hacia un lado, Eli captó la línea de su nuca: rígida. Y se puso aún más rígida cuando el hombre empezó a hablar más rápido. A acercarse. A gesticular con mayor intensidad.

Entonces le agarró la parte superior del brazo, y ahí fue cuando Eli intervino.

Llegó a la barra en cuestión de segundos, pero la mujer ya estaba intentando zafarse. Se detuvo detrás de su taburete y ordenó:

—Suéltala.

El hombre levantó la vista con los ojos vidriosos. Borracho, tal vez.

—Esto no es asunto tuyo, tío.

Eli se acercó más y sus bíceps rozaron la espalda de la mujer.

—He dicho que la sueltes.

El hombre lo miró con detenimiento. Tuvo un breve momento de sentido común en el que calculó, correctamente, que no tenía ninguna posibilidad contra Eli. Soltó a la mujer a regañadientes y levantó los brazos en un gesto de paz, pero al hacerlo derribó el vaso que ella tenía sobre la barra.

—Esto es un malentendido…

—Ah, ¿sí? —Eli miró a la mujer, que estaba rescatando su móvil de un charco de Sanpellegrino. Su silencio fue respuesta suficiente—. Me parece que no. Fuera —ordenó en un tono cordial y a la vez amenazante. Toda su vida profesional se basaba en encontrar algo que motivara a la gente a hacer bien su trabajo, y, según su experta opinión, a este gilipollas le hacía falta que lo asustaran un poco.

Funcionó: el gilipollas lo miró mal, apretó la mandíbula y echó un vistazo a su alrededor, como si buscara testigos que se unieran a él para denunciar la injusticia de la que estaba siendo víctima. Como nadie dio un paso al frente, se escabulló furioso hacia la entrada del hotel, y Eli se puso frente a la mujer.

Notó como una descarga eléctrica le recorría la espalda. Tenía los ojos grandes y de un color azul oscuro que no estaba seguro de haber visto antes. Eli se los quedó mirando embobado y, por un momento, perdió el hilo de lo que iba a decir.

Ah. Sí. Es que era muy complejo, algo así como:

—¿Estás bien?

En lugar de responder, ella le preguntó:

—¿Esto de ponerte en modo guardaespaldas justiciero lo haces muy a menudo? ¿Es una táctica para compensar tus deficiencias? —Su tono era calmado, pero su mirada echaba chispas. Eli se fijó en que tenía el labio superior ligeramente más grueso que el inferior. Ambos eran de un color rosa oscuro—. Porque igual te saldría más a cuenta comprarte un tanque y ya.

Él enarcó una ceja.

—Y a ti quizá te saldría más a cuenta elegir mejor a los hombres con los que pasar un rato.

—Desde luego, teniendo en cuenta que he venido aquí a pasar el rato contigo.

Vaya. Así que sí lo había reconocido. Y no parecía muy contenta.

Eli no la culpó por considerarlo un imbécil impetuoso e impulsivo, y lo último que quería era incomodarla. Estaba claro que a ella no le apetecía seguir con la cita, y eso lo decepcionó un poco. Más aún cuando volvió a mirarle los labios, pero decidió no darle importancia.

Una pena, pero tampoco era el fin del mundo. Asintió una única vez con la cabeza, se dio la vuelta y…

Una mano lo agarró de la muñeca.

La miró por encima del hombro.

—Lo siento —dijo ella, y cerró los ojos con fuerza. Luego respiró hondo y esbozó la sonrisa más leve que él había visto nunca, lo que hizo que una nueva y acalorada oleada de interés le recorriera el cuerpo.

Eli no era un esteta. No tenía ni idea de si aquella mujer era científicamente bella desde un punto de vista objetivo o si lo que sucedía era que su rostro encajaba a la perfección con él y sus preferencias. Fuese como fuese, el resultado era el mismo.

Le ponía mucho.

—Eli, ¿verdad? —le preguntó.

Él asintió. Terminó de girarse hacia ella.

—Lo siento. Estaba un poco a la defensiva. Normalmente no me reboto tanto cuando alguien… —hizo un gesto vago. Tenía las uñas rojas y las manos gráciles pero temblorosas— me ayuda. Gracias por lo que has hecho. —Le soltó la muñeca, cerró la mano y dejó el puño apoyado en su regazo, y él siguió cada movimiento con atención, hipnotizado.

—No me has dicho cuál es tu nombre —dijo Eli en lugar de un «de nada». En la aplicación solo constaba una inicial: R.

—No, no te lo he dicho. —No dio más detalles, y a él ese tono inflexible le resultó excitante.

¿Rachel? Rose. Ruby se giró para observar la puerta del hotel. El hombre seguía merodeando por ahí, lanzándoles miradas cargadas de resentimiento. Cuando Eli vio que ella tragaba saliva, dijo como si nada:

—Puedo ir a meterle miedo. —Sus días de buscar pelea habían quedado muy atrás, en el instituto, cuando su vida consistía en ir a los entrenamientos de hockey, aguantar castigos y tener mucha rabia. Aun así, sabía cómo lidiar con los imbéciles.

—No, da igual —respondió ella negando con la cabeza.

—O llamar a la policía.

Volvió a indicarme que no con la cabeza. Luego, tras un momento de reticencia, añadió:

—Pero quizá sí que me gustaría que…

—No voy a dejarte sola —dijo él, y la postura de ella se relajó en señal de alivio.

Teniendo en cuenta cómo se estaba comportando ese imbécil, Eli tenía pensado vigilarla de todos modos, lo que probablemente era bastante espeluznante por su parte, pero no podía evitarlo. Ahí estaba, convirtiendo en asunto suyo a una chica cualquiera cuyo nombre ni siquiera sabía. Se apoyó en la barra con los brazos cruzados sobre el pecho. Un grupo numeroso se acercó y tomó asiento junto a ellos, lo que le obligó a acercarse un poco más a ella.

R.

Rebecca.

Rowan.

—Sé que se supone que íbamos a… —La mujer hizo un leve gesto señalando hacia arriba, y un millón de cosas pasaron por la cabeza de Eli al observar el movimiento de su dedo índice.

El tono pragmático del primer mensaje que ella le había mandado: ¿Todavía estás por Austin? ¿Te apetece quedar?

La frase «Solo sexo sin compromiso, nada de relaciones serias ni de segundas citas» en su biografía.

Su respuesta a la pregunta «¿Fetiches?» de la encuesta abierta.

La lista de cosas que no estaba dispuesta a hacer. La lista de las que sí.

A esas alturas dudaba que llegara a pasar algo entre ellos esa noche, pero, aun así, iba a recrearse en esa última lista. Mucho.

—Ya no quiero —continuó ella con voz firme. A él le gustó que no dijera que no podía, sino que no quería. Y ese tono sin un ápice de disculpa. Y su expresión seria y calmada.

—¿Quieres decir que no quieres subir a follarte a un hombre al que no conoces minutos después de que un hombre al que sí conoces te haya agredido? —Eli le lanzó una mirada de sorpresa fingida y ella asintió pensativa.

—Es una buena manera de resumirlo. Supongo que es demasiado tarde para cancelar la reserva de la habitación y que te devuelvan el dinero, así que, si necesitas hacer planes con otra persona para esta noche, por mí no hay problema.

Eli curvó la comisura de los labios.

—Sobreviviré —se limitó a responder.

—Como prefieras —dijo ella con indiferencia. Estaba claro que no le importaba lo más mínimo si él sacaba el móvil y llamaba a media ciudad o si se arrodillaba y le juraba lealtad eterna, y Eli tuvo que reprimir una sonrisa. La mujer ladeó la cabeza—. ¿Haces esto a menudo? —le preguntó.

—¿El qué? ¿Follar?

—Salvar a damiselas en apuros.

—No.

—¿Porque no te encuentras con muchas o porque dejas que se las apañen solitas? —Su tono de voz era suave, y en labios de cualquier otra persona esas palabras habrían sonado a flirteo. Pero en los suyos no—. En cualquier caso, me siento halagada —añadió.

—Deberías. —Eli miró al hombre, que seguía fuera, fulminándolos con la mirada—. ¿Vives sola?

Ella alzó las cejas y él se fijó en una leve cicatriz que le atravesaba la ceja derecha. Dio un golpecito con el índice contra la barra, deseoso de trazarla.

—¿Intentas averiguar si estoy soltera?

—Intento averiguar qué posibilidades hay de que ese imbécil vaya a esperarte a la puerta de tu casa, quién podría ayudarte si eso pasa o si tu mascota podría protegerte.

—Ah. —No parecía turbada por haberlo malinterpretado. Fascinante—. Sí que vivo sola. Y, en principio, él no sabe la dirección.

—¿En principio?

—No estoy segura de cómo ha dado conmigo. La única explicación lógica es que haya averiguado dónde vivo, que el portero no le haya permitido entrar, que me haya visto subir al Uber y me haya seguido. —Había estado agitada hasta hacía un minuto, pero ahora sonaba tan práctica que resultaba desconcertante. Igual que en sus mensajes, pensó Eli. Sus mensajes no llevaban emojis. Ni «jajaja» ni «xd». Escribía con la puntuación correcta y las mayúsculas adecuadas. Él había supuesto que era una manía sin más, pero ahora veía que su comportamiento era la encarnación de su escritura.

Serio. Un poco impenetrable. Complicado.

Y a Eli nunca le habían gustado las cosas fáciles.

—¿Cómo vas a volver a casa? —le preguntó.

—Uber. O Lyft. Lo que sea más rápido. —Cogió el teléfono, pero, cuando pulsó el botón para desbloquearlo, este se negó a encenderse. Eli recordó el agua que se había derramado—. Bueno, esto no estaba previsto —suspiró—. Pediré un taxi.

Ni de coña, estuvo a punto de decir él, pero se detuvo con la boca entreabierta. Esta mujer no era su amiga ni su hermana ni su compañera de trabajo. Era alguien con quien había planeado tener un encuentro sexual que iba a durar parte de la noche y a la que nunca más volvería a ver. No tenía ningún derecho a decirle lo que tenía que hacer.

Aunque podría intentar convencerla.

—Sigue ahí fuera —dijo él con serenidad, y señaló al hombre con la barbilla. Estaba paseándose de un lado a otro cerca de la puerta giratoria, con la piel reluciente de sudor—, esperando a que salgas.

—Ya. —Ella se rascó su largo cuello. Eli se la quedó mirando mucho más tiempo del que debía—. ¿Podrías salir conmigo?

—Sí, pero ¿y si sabe dónde vives y te espera allí? ¿Y si te sigue? —La observó reflexionar sobre la situación—. ¿Tienes algún vecino de confianza? ¿Un amigo? ¿Un hermano?

A ella se le escapó la risa durante un segundo y luego se quedó en silencio y con el semblante melancólico, cosa que Eli no entendió.

—Digamos que no.

—De acuerdo. —Asintió, experimentando el sentimiento contrario del fastidio al pensar en lo que tendría que pasar—. En ese caso, te llevaré a casa.

Ella le dedicó una mirada larga y cautelosa. Eli se preguntó por qué esos ojos grandes y límpidos lo hacían sentir como si le estuvieran dando un puñetazo en el estómago.

—¿Estás sugiriendo que me suba al coche de un hombre al que no conozco para evitar que me acose un hombre al que sí conozco?

Él se encogió de hombros.

—Más o menos.

Ella se mordió el labio inferior. De repente, Eli era físicamente más consciente de la presencia de otro ser humano de lo que recordaba haber sido en muchísimo tiempo.

—Gracias, pero voy a tener que decir que no. El potencial de que acabe en una ironía situacional es demasiado alto incluso para mí.

—No creo que esto se pueda clasificar como ironía situacional.

—Lo sería si resultaras ser un asesino en serie.

Eli sabía que sonreír no le iba a hacer ganar puntos, pero no pudo evitarlo.

—Ibas a subir a una habitación de hotel reservada a mi nombre para pasar varias horas a solas conmigo.

—¿Varias horas?

Por cómo se sentía él en ese momento, sí.

—Varias horas —repitió Eli. Ella le sostuvo la mirada con cada letra—. Me parece que es un poco tarde para preocuparte de si planeo asesinarte.

—Una amiga sabe dónde estoy y se habría asegurado de que todo fuese bien —replicó—. Cambiar de ubicación lo complica todo.

—¿Eso crees? —No tenía motivos para estar tan complacido porque ella manifestase ese instinto de supervivencia.

—Vincent es un idiota, sí, pero, por lo que sé, tú podrías ser perfectamente el Unabomber.

Vincent. Sabía el nombre de ese gilipollas y Eli seguía sin saber cómo se llamaba ella. Manda huevos.

—El Unabomber está muerto.

—Eso es lo que diría el Unabomber si quisiera despistarme —contestó ella con una expresión inescrutable.

Eli no sabía si estaba tonteando, burlándose de él o hablando en serio.

Resultaba estimulante.

—Fabricaba bombas y resolvía teoremas matemáticos. No secuestraba a mujeres jóvenes.

—Sabes mucho sobre el Unabomber para ser alguien que supuestamente no es él.

Eli miró al techo para ocultar lo bien que se lo estaba pasando y exhaló despacio. Luego se enderezó. Sacó la cartera del bolsillo trasero de los vaqueros y cogió el carné de conducir. Lo dejó caer sobre la barra, junto a la mano de ella.

—¿Qué es esto?

Él se apoyó también en la barra, sin responder. Ella cogió el trozo de plástico con destreza. Su mirada se fue alternando entre él y la foto del carné, como si estuviera buscando las cinco diferencias.

—Eli Killgore —leyó—. Tu nombre no es que inspire mucha confianza, Eli.

Él frunció el ceño.

—Es escocés.

—Suena como el nombre de alguien que se dedica a recortar vello púbico femenino para cosérselo a muñecas. No tienes pinta de tener treinta y cuatro años; pareces más joven. ¿Y de verdad eres tan alto? —Él soltó un largo suspiro y ella le devolvió el carné de conducir con cara seria—. Bueno, ahora ya puedo afirmar que tu apellido está estrechamente relacionado con el concepto de derramar sangre, pero sigo sin estar segura de si es un carné falso que has hecho para atraer a las mujeres a tu guarida llena de polillas.

—Apuesto a que te crees muy graciosa.

—En realidad, sé que no lo soy. Nací sin sentido del humor.

Él resopló divertido. Le estaba tomando el pelo, no podía ser de otra forma. Y, al parecer, él estaba muy dispuesto a dejarla continuar, porque empujó la cartera entera hacia ella.

—Adelante.

Observó con impaciencia cómo sus delgados dedos la abrían, preguntándose por qué esos movimientos tan elegantes parecían estar desbloqueando una especie de faceta fetichista oculta en su cerebro. Se la llevó a la nariz para oler el cuero (un movimiento extraño e inexplicablemente atractivo), sacó una tarjeta de crédito al azar y luego otra.

—Eli Asesinoenserie —dijo ella.

—Casi, pero ese no es mi nombre.

—Tienes un carné de la biblioteca —añadió con tono de sorpresa, y él chasqueó la lengua.

—Hay que ver, yo aquí intentando ayudarte en una situación difícil y me lo pagas sorprendiéndote de que sepa leer.

La mujer esbozó una sonrisa pequeña y misteriosa que a él no debería haberle provocado un escalofrío.

—Pensaba que más bien eras de los que tienen tarjetas de acceso al gimnasio.

—Eso no ha sonado para nada condescendiente. —Eli intentó no sonreír y no lo consiguió. Pero daba igual porque ella seguía rebuscando en su vida de forma metódica, revisando la cartera, deteniéndose a examinar las piezas más interesantes, incluso tarareando en voz alta. Él lo sentía como si fuera algo físico, un zumbido a través del aire que le calaba hasta los huesos. Como si esos delgados dedos estuvieran pelándole las diferentes capas lenta e inexorablemente.

—Bueno, tienes seguro médico. Espero que cubra la terapia de prevención de asesinatos —dijo en tono neutro antes de cerrar la cartera y devolvérsela con un solemne asentimiento. Echó un último vistazo a la puerta, donde Vincent se estaba fumando un cigarrillo con aspecto nervioso. Todavía al acecho.

—Desde luego, es una cartera consistente. A pesar de que tu apellido sea literalmente Traficantedeórganos.

—Literalmente no. Y figuradamente tampoco.

—En cualquier caso —sus labios se curvaron para dibujar la sombra de una sonrisa. Eli la sintió en el miembro, envolviéndole las pelotas—, señor Killgore, tiene permiso para llevarme a casa.

3

HABRÍA ESTADO BIEN

ELI

El corazón le dio un vuelco y luego empezó a latir con fuerza. Le entraron unas ganas tontas de dar una vuelta triunfal alrededor del bar. Frenó el impulso y dijo tan secamente como pudo:

—Será un honor.

—De nada. —Otro asentimiento sin sonrisa. Esa mujer tenía una naturalidad asombrosa. Como si no estuviera interesada en ser nada más que ella misma.

—¿Se me permite saber tu nombre ahora?

—No.

—Me lo imaginaba. —Eli suspiró, desbloqueó el móvil y se lo dio—. Sácale una foto a mi carné de conducir, mándasela por mensaje o correo electrónico a una amiga y luego vámonos. Comparte también mi ubicación con ella.

—¿Es una orden?

Sí, y además una fuera de lugar, pero a ella no parecía haberle molestado mucho. Fuera quien fuera su amiga, estaban tan unidas que se sabía su número de memoria. Envió una foto del carné, tecleó una breve explicación que Eli se obligó a no mirar y le devolvió el móvil. Luego se bajó del taburete con elegancia.

Joder, era alta. Incluso llevando zapatos planos, sus ojos estaban solo unos centímetros por debajo de los de Eli. A él —de nada servía negarlo a estas alturas— le parecían espectaculares. Se obligó a apartar la mirada.

—Estás lo bastante sobrio para conducir, ¿no? —preguntó ella.

—Sí. Suelo preferir llevar a cabo mis planes sin estar borracho.

—Perfecto. —Esa palabra sonaba al visto bueno de una reina, y la sonrisa de Eli se ensanchó.

—Sabes que no eres tú la que me está haciendo un favor a mí, ¿verdad? —le preguntó a pesar de que sí era así. Con Vincent merodeando por ahí, si la hubiese dejado volver a casa sola, habría perdido la paz que le quedaba, que de por sí era muy poca.

Ella parpadeó con serenidad y él tuvo la breve certeza de que podía leerle la mente. Aquellos sucios pensamientos que no era capaz de refrenar. La forma en que su dulce aroma parecía instalarse en su cerebro.

No. No podía leérsela, porque era evidente que se sentía cómoda a su lado. Confiaba lo suficiente en él como para permitirle ganar esa batalla de poder. Seguía siendo difícil de descifrar, pero su instinto le decía que a ella tampoco le importaba prolongar su tiempo juntos.

—Vamos. Mi coche está en el aparcamiento.

Evitaron la entrada principal, donde Vincent estaba esperando, y llamaron al ascensor manteniendo un cómodo silencio. Un hombre de mediana edad se subió antes de que se cerraran las puertas, y a Eli no le gustó la mirada larga y lasciva que le dirigió a…

Todavía no sabía su puto nombre, lo que significaba que no tenía derecho a fruncir el ceño porque un imbécil asqueroso le estuviese mirando las tetas. Aun así, lo hizo, y el hombre debió de sentir la rabia que Eli desprendía en oleadas, porque bajó la mirada avergonzado. Eli se sintió como un primate, medio enzarzado en una ridícula batalla por ver quién dominaba, como si los últimos veinte minutos le hubieran hecho retroceder unos cincuenta mil años de evolución y…

Por Dios. Necesitaba… echar un polvo, seguramente. O dormir. O unas vacaciones. Tiempo, eso era lo que necesitaba. Los últimos seis meses habían consistido en trabajar y estar agotado, sin margen para pensar en nada más. Y, de repente, el día anterior, ella le había enviado un mensaje en una aplicación que él no había abierto desde hacía casi un año, y había sentido que aquello era como un regalo cósmico.

Una forma de celebrar lo que él, Hark y Minami habían logrado. Un preludio de lo que pasaría al día siguiente.

Se había hecho demasiadas ilusiones. Un puto descanso, eso era lo que necesitaba.

—¿Dónde vives? —le preguntó mientras la dirigía con un movimiento de la mano hacia donde estaba su coche. Estaba intentando tocarla lo menos posible, pero era difícil teniendo en cuenta que era ella la que se acercaba. El hombro de la mujer le rozó el brazo y sintió la electricidad a través de la ropa. El aire fresco del aparcamiento subterráneo era una distracción más que bienvenida.

—Puedo poner la dirección en tu GPS y…

—¿¡Puedes escucharme aunque sea solo un minuto, por favor!? —gritó alguien. Al girarse, vieron a Vincent corriendo hacia ellos a través del aparcamiento vacío—. No puedes tomar esta decisión por los dos, lo único que necesito es que…

—Vete a casa, Vince —dijo ella.

Vince se detuvo. Luego echó a andar de nuevo en su dirección, esta vez con unos movimientos más amenazantes.

—No, no hasta que me escuches y…

—Te he escuchado. Y te he pedido unos días para poder pensarlo.

—Te estás comportando como una hija de puta, como siempre…

Eli ya había oído suficiente y se puso delante de la mujer.

—Eh. Discúlpate y vete a tomar por el culo.

—Venga ya, por el amor de Dios. —Vince frunció el ceño—. Esto no tiene nada que ver contigo.

Eli no estaba tan seguro. Abrió el coche con el mando a distancia y le lanzó las llaves a la mujer. Ella las cogió al vuelo sin titubear.

—Sube al asiento del copiloto. Yo iré en un segundo.

Ella no se movió, sino que se quedó mirando a Eli con una expresión que él solo podía definir como cariacontecida. Tras un momento largo, abrió la boca. «No le hagas daño», gesticuló moviendo los labios.

Eli rechinó los dientes y se preguntó cómo ese pringado podía tener tanto poder sobre ella. Cómo había conseguido conquistar a una mujer como ella siquiera. Pero asintió, vio como se metía en el coche y se dio la vuelta hacia Vincent.

También era alto y ancho de hombros, aunque no tanto como Eli. Aun así, debió de ver algo en su mirada, porque su primera reacción fue dar un paso atrás. Y cuando su espalda se encontró con una columna, se apretó contra ella.

—Tienes que dejar de molestar a las mujeres que te mandan a tomar por culo, Vincent —dijo Eli. En tono amistoso, según su parecer. Estaba siendo todo un caballero.

—No tienes ni idea de lo que ella…

Eli se acercó lo suficiente como para sentir el hedor a alcohol de Vincent.

—No me importa —dijo con calma. «No le hagas daño», le había pedido la mujer, pero, uf, Eli estaba tentado—. Puedes irte por tu propio pie o esperar a que sea yo quien te obligue. Tú eliges.

Vincent no tardó en decidirse. Soltó un par de palabrotas y se alejó corriendo. Se iba dando la vuelta cada pocos pasos, pero siempre se encontraba a Eli mirándolo fijamente. Una vez hubo desaparecido, Eli fue hacia el coche, donde ella esperaba en el asiento del copiloto con las manos apoyadas en el regazo.

Rosie, tal vez. Rosamund también le quedaría bien.

—¿Dónde dices que vives?

Ella levantó la mirada, pero no contestó.

—Estoy sorprendida —dijo echando un vistazo a su alrededor, y él notó su aroma de una forma tan intensa que tuvo que concentrarse en estarse quietecito. Piel, flores y suavizante. Sobrepasaba el límite de lo bueno y se adentraba directamente en territorio peligroso—. No te tenía por alguien que conduce un híbrido.

Eli resopló y arrancó el motor.

—No quiero saber qué coche creías que me pegaba más.

—Un Mustang, tal vez.

—Santo cielo. —Se pasó una mano por el rostro.

—O un Tesla.

—Vete a la mierda. Te vas andando a casa.

Ella se rio una única vez, en voz baja, y a él ese sonido lo hizo sentir mareado, poderoso y satisfecho. Ella se sentía segura en su coche, haciendo bromas. No estaba en estado de alerta como antes. Estaba dejando que él se ocupara de ella.

Lo único que tenía que hacer Eli ahora era dejar de ser tan consciente de lo cerca que la tenía.

—Toma. —Le dio su móvil—. Pon tu dirección.

—Está bloqueado. Necesitaré tu contraseña.

Él se giró para decírsela, pero se le olvidó cómo se hablaba. Se dio cuenta de que la mujer llevaba un corte de pelo más elaborado de lo que le había parecido en un principio. Llevaba una franja de unos cinco centímetros de cabello muy corto alrededor de la oreja izquierda. Era bonito. Tendría que preguntarle a Minami cómo se llamaba ese estilo.

—¿Te da vergüenza decirla porque son tres sesenta y nueves?

La mente de Eli dio un giro brusco, inapropiado, sexual. Inevitable, también. Llevaba un buen rato al borde del precipicio y cada vez le costaba más aguantar.

—Dos, siete, uno, ocho, dos, ocho.

—¿Tu contraseña es el número de Euler?

Intercambiaron una mirada de sorpresa, como si acabaran de conocerse en ese preciso instante.

—¿Eres científico? —preguntó ella, curiosa de repente, y era la primera vez que él percibía ese tipo de interés por su parte.

Esa mujer le había pedido usar su cuerpo y le había ofrecido el suyo a cambio, había revisado sus documentos con la eficiencia de un funcionario del registro nacional de vehículos, pero no había pensado en él más allá del aquí y el ahora.

Hasta ese momento.

—Si digo que sí, ¿lo considerarás una prueba más de que soy el Unabomber? —Ella esbozó una sonrisa. Un poco más amplia que la de antes—. No soy científico —admitió Eli a pesar de ser reacio a decepcionarla. Dolía decirlo, pero era la respuesta más honesta—. Solo estudié ciencias durante un tiempo.

—¿Cursaste un par de asignaturas en la universidad?

—Algo así. —No tenía sentido dar más detalles.

—¿A qué te dedicas entonces?

—A cosas aburridas relacionadas con el dinero.

—Entiendo. —No parecía decepcionada. Seguía mirándolo, buscando algo. Era embriagador tener esos ojos puestos en él. Su atención valía más que el oro, que las acciones en bolsa, que las predicciones de quiebra.

—¿Tú sí eres científica?

Ella asintió.

—¿De qué tipo?

—Ingeniera.

Salió del aparcamiento y la volvió a mirar cuando el suave peso de la mano de ella se posó en el antebrazo de Eli; una repentina descarga de calor en medio del frescor del aire acondicionado.

Joder. Es que… joder.

—Gracias —se limitó a decir ella. Sonaba seria, como siempre. Y sincera.

—¿Por no ser propietario de un Tesla?

Negó con la cabeza.

—Por ser amable.

Él no era amable. Nadie amable se levantaría al día siguiente y disfrutaría haciendo lo que Eli tenía planeado hacer. Pero era agradable que ella pensara así.

—Y por preocuparte por mí, supongo.

Había algo en su tono. Algo que hizo que la voz de Eli se volviera áspera cuando le respondió:

—Deberías llamar a la policía, contar lo que ha pasado esta noche. Pide una orden de alejamiento.

Ella cerró los ojos y se recostó contra el reposacabezas. Si eso no era una clara señal de que se sentía segura… Eli estudió su esbelto cuello, se imaginó hundiendo el rostro en él y luego se recordó a sí mismo que estaba a punto de incorporarse al tráfico.

Atento. A. La. Carretera.

—Es por tu seguridad —añadió.

—Es complicado.

—No lo dudo, pero, aunque tengáis hijos en común o estéis casados, eso no cambia el hecho de que puede ser muy peligroso y…

—Es mi hermano —lo interrumpió ella.

Eli hizo una mueca.

—Mierda.

—Sí. —La mujer giró la cara hacia las farolas que iban pasando—. Mierda.

Había un cierto parecido, ahora que sabía buscarlo. La altura. El pelo casi negro. El color de los ojos era diferente, pero la forma era la misma.

—Mierda —repitió.

—No siempre es así. Pero cuando bebe…, bueno, ya lo has visto.

—Sí.

—No creo que llegue a hacerme daño.

—¿No crees? No me parece suficiente.

—No. —Ella se mordió el interior de la mejilla—. Mi…, nuestro padre, que desapareció del mapa hace tiempo, murió hace unos meses. Nos dejó una pequeña cabaña en Indiana. Ni siquiera sabíamos que vivía allí. Y no nos ponemos de acuerdo sobre qué hacer con ella. —Volteó la cabeza para mirar a Eli. Estaban solos y era desconcertante lo tranquila que parecía—. ¿Te estoy aburriendo?

—No.

Su sonrisa era leve.

—No es fácil decirle que no a alguien que comparte el cincuenta por ciento de tus genes.

—Lo sé.

—Ah, ¿sí?

Asintió una única vez.

—¿Hermano?

—Hermana. No le va el acoso público, pero siempre ha encontrado formas muy creativas de tocarme las pelotas.

—¿Como qué?

Eli pensó en Maya de adolescente, gritándole que le estaba arruinando la vida y que ojalá se hubiera muerto él. Agarrándole la camisa con fuerza y empapando el algodón de lágrimas después de que la dejaran plantada en el baile del instituto. Revolviendo sus cosas porque estaba «buscando pilas», y luego siguiéndolo por la cocina para criticar su elección de condones y lubricante. Reprochándole por teléfono que siempre la dejaba sola, que le habría salido más a cuenta meterla en un orfanato, y luego arremetiendo contra él cada vez que intentaba pasar tiempo con ella.

—Los hermanos pueden ser complicados.

—Estoy segura de que Vincent estaría de acuerdo.

—No estoy seguro de que Vincent tenga derecho a estar de acuerdo.

Ella guardó silencio durante un buen rato. Cuando Eli pensaba que ya se había terminado la conversación, ella volvió a hablar en tono desganado:

—Un día, cuando aún éramos pequeños, llegó tarde de casa de un amigo. Lo esperé preocupadísima durante una, dos, tres horas. Pensaba que quizá lo habían atropellado o algo así. Al final volvió, pero, en vez de sentirme aliviada, cuando lo vi en la entrada, pensé: «Mi vida sería mucho más fácil si no existieras».

Eli giró la cabeza para mirarla a los ojos. Encontró en ellos una expresión de desconcierto, como si se hubiera sorprendido a sí misma compartiendo algo que claramente le provocaba mucha vergüenza. Y entonces él se sorprendió a sí mismo también diciendo:

—Cuando nació mi hermana, mis padres no paraban de decir lo perfecta que era, y eso me provocó tal resentimiento que me negué a mirarla durante semanas.

Ella no dijo nada; no hubo perogrulladas ni cejas elevadas ni intentos de suavizar lo que acababa de decir. Se limitó a estudiarlo con la misma ausencia de juicio que él le había dedicado a ella, como si no acabara de compartir una historia muy jodida. Hasta que él apartó la mirada. Ni siquiera sabía su nombre y le había contado algo que nunca antes había reconocido en voz alta, ni tan solo delante de sus amigos más íntimos.

Quizá era precisamente porque no sabía su nombre.

—¿Cómo crees que tu hermano logró averiguar dónde vives? —preguntó, más que nada para cerrar lo que quiera que hubiese sido aquella conversación. Un capricho del destino. No podía ser otra cosa.

—¿Por internet?

—Bueno, pues menuda mierda. —Giró a la derecha, en dirección a North Austin, la misma carretera que tenía que tomar al día siguiente. Iba a conducir pensando en ella y no en el día que le esperaba, lo tenía clarísimo. Esta chica había llegado para quedarse, aunque solo fuera dentro de su cabeza.

—Sí, menuda mierda —coincidió ella, y volvió a hacerlo: se recostó en el asiento y cerró los ojos.

Esta vez él aprovechó y la recorrió con la mirada. Aquellas piernas tan largas. Los pechos voluminosos. La hermosa curva de su oreja. Su personalidad era un poco afilada, pero su cuerpo era suave. En realidad, así era como le gustaban a él, si es que se podía decir que tenía un tipo.

Si no hubiera sido por el hermano, lo habría sabido con certeza. Qué puta pena.

—¿Cuántos años tienes? —le preguntó para distraerse.

—Soy seis años, dos meses y cinco días más joven que tú —respondió ella como si nada.

—Vaya. ¿También has memorizado mi número de la seguridad social?

—Deberías invertir en algún tipo de protección contra el robo de identidad por si acaso.

—Lo haré si pides una orden de alejamiento contra tu hermano. —Ahí estaba otra vez. Extralimitándose—. Si de verdad piensas que no es capaz de hacerte daño para conseguir lo que quiere, me parece que eres demasiado confiada.

—Creo que tú eres demasiado confiado.

—¿Yo?

—Sí. ¿Se te ha pasado por la cabeza que la asesina en serie podría ser yo? Y me habrías subido aquí, a tu coche.

Eli volvió a mirarla. Su sonrisa era débil y seguía teniendo los ojos cerrados. Le entraron ganas de acariciarle la mejilla con los nudillos.

—Me arriesgaré.

—Con una chica que te lleva a un lugar desconocido y ni siquiera te ha dicho cómo se llama.

¿Robin? No, no le pegaba. Eli empezó a preguntarse si no era mejor seguir en la ignorancia. Cuanto menos supiera, cuanto más vaga y borrosa fuera en su imaginación, más rápido dejaría de pensar en ella. Y, sin embargo:

—Pues dímelo.

—Es la tercera vez que lo preguntas.

—Es la tercera vez que no contestas. ¿Crees que las dos cosas podrían estar relacionadas?

Ella sonrió levemente apretando los labios. Lo cierto es que eran tan perfectos que parecían creados a imagen y semejanza de algunos de los sueños morbosos que Eli tenía cuando era muy joven y sus hormonas estaban revolucionadas.

—Creo que habría estado bien —dijo ella un poco melancólica.

—¿El qué?

—Esta noche. Tú y yo.

A Eli le empezó a retumbar la sangre en las venas con fuerza y violencia. Cuando miró el GPS, el destino estaba a tres minutos. Redujo la velocidad por debajo del límite, convirtiéndose de repente un conductor prudente.

—¿Sí?

—Tienes pinta de saber lo que haces.

Bueno, no te haces una idea. Todavía tenemos tiempo. Puedo ser delicado. O no. Podría ser muchas cosas si me…

Joder. La chica acababa de tener un episodio desagradable con su hermano. Estaba siendo un asqueroso.

—Es posible que me estés sobreestimando. —Aunque no. Se habría asegurado de que ella se lo pasara bien. Y él también habría disfrutado en el proceso.

—Creo que me estoy estimando a mí misma correctamente. —Una pequeña sonrisa—. Al fin y al cabo, fui yo quien te envió el mensaje.

Empezaba a desear que no lo hubiera hecho. Todo aquello era desestabilizador, y más en un momento en que lo que necesitaba era tener los pies firmes en la tierra.

—Ahora que lo mencionas, ¿por qué lo hiciste?

—Agradecí el hecho de que tu foto de perfil no fuera un selfi en el gimnasio, o tú haciendo el signo de la paz junto a un tigre sedado.

—Veo que el listón está en el subsuelo. —Intentó recordar qué foto tenía. Alguna que le habría hecho Minami, lo más seguro. Siempre estaba sacándoles fotos a Hark y a él. «Son para la página web. Mucho mejor así que esa mierda de fotos con traje y corbata que tenemos ahora.»

—Tu perfil decía que llevabas inactivo un tiempo. Supuse que o bien habías sentado la cabeza y encontrado a alguien, o bien habías dejado de pagar la suscripción. ¿Era así?

—¿El qué?

—¿Encontraste a alguien? —Sonaba… curiosa quizá no, pero interesada, como mínimo, sí, y Eli tuvo que recordarse a sí mismo que no debía hacerse ilusiones. ¿Ilusiones sobre qué? Tampoco es que él estuviese buscando novia. Había fracasado estrepitosamente en eso.

«No todo el mundo tiene la capacidad de amar, Eli.»

—No. ¿Y tú qué? En tu perfil ponía que nada de segundas citas.

—Así es —confirmó ella, y maldita sea por esa costumbre suya de no dar explicaciones. Maldita sea por no vivir más lejos. Ahí estaba, su bloque de pisos.

Eli se aferró al volante, consciente de que no podía ir más despacio sin detenerse.

—¿Es una regla que te impones a ti misma?

Ella asintió, imperturbable.

—Parece arbitrario —añadió él mientras aparcaba, como quien no quiere la cosa. Parece lo que se interpone entre que tú y yo pasemos un rato de puta madre.

—Todas las reglas existen por un motivo.

Eli apagó el coche y se ordenó a sí mismo dejarlo estar. No era bueno para ninguno de los dos hablar de algo que no iba a suceder.

—Vamos. Te acompaño dentro. Por si tu hermano está esperando.

Aunque estaba claro que Vincent había desistido, al menos por esa noche. No les había seguido ningún coche.

Era finales de mayo y estaban en Texas, lo que significaba que afuera hacía un calor agobiante, incluso por la noche. Se alegró de ver a un portero en el vestíbulo, que no solo parecía fornido y alerta sino también muy receloso de Eli. Esa es la actitud, pensó mientras asentía hacia él y se anotaba mentalmente que le pondría al corriente de la situación cuando regresase al coche.

—Sabes que no voy a invitarte a entrar, ¿no? —preguntó ella cuando se detuvieron frente a la puerta del piso.

Eli había tenido un sinfín de pensamientos muy inapropiados en los últimos veinte minutos, pero ese en concreto ni siquiera le había rozado el cerebro.

—Me iré en cuanto estés dentro y te oiga cerrar con llave. Y deberías meter el teléfono en arroz —añadió mientras se preguntaba qué coño le estaba pasando. De su grupo de amigos, él era famoso por ser el despreocupado. El más relajado. Nunca así: intrusivo, autoritario. Ni siquiera con su hermana. Probablemente porque Maya lo habría guillotinado.