Algo personal - El mejor candidato - Un secreto bajo las aguas - Jessica Steele - E-Book

Algo personal - El mejor candidato - Un secreto bajo las aguas E-Book

JESSICA STEELE

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Beschreibung

Algo personal Jessica Steele Chesnie Cosgrove estaba emocionada desde que había empezado a trabajar para el guapísimo magnate Joel Davenport. Lo más difícil de aquel empleo no eran las muchas exigencias de Joel, sino la cantidad de mujeres que intentaban seducirlo. Las tornas cambiaron cuando Joel se enteró de que Chesnie estaba saliendo con su máximo rival. La mejor manera de solucionar aquel pequeño problema era anunciar su propio compromiso... ¡con Chesnie! El mejor candidato Renee Roszel El anuncio se había publicado, ya había entrevistado a los candidatos y Jennifer Sancroft estaba a punto de encontrar un marido que la ayudara a conseguir el ascenso que tanto ansiaba. Pero cuando conoció al sexy Cole Barringer todos los demás candidatos quedaron en un segundo plano. Un secreto bajo las aguas Sandra Paul Beth Livingston se las pagaría. Por haberlo atraído hasta su barco y después permitir que su gente lo encerrara. Sí, el destino de la bella Beth estaba unido al de Saegar, príncipe de Pacífica, porque este pretendía convertirla en su esposa y colmarla de pasión y felicidad para siempre. Pero también estaba furioso con ella y, si Beth no lograba calmarlo, acabaría sufriendo su cólera... y su deseo.

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Seitenzahl: 446

Veröffentlichungsjahr: 2023

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 559 - marzo 2023

© 2002 Jessica Steele

Algo personal

Título original: A Professional Marriage

© 2002 Renee Roszel

El mejor candidato

Título original: Bridegroom on her Doorstep

© 2002 Harlequin Enterprises Ulc

Un secreto bajo las aguas

Título original: Caught by Surprise

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2003

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-1141-560-6

Table of Content

Créditos

Algo personal

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

El mejor candidato

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Un secreto bajo las aguas

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Publicidad

Capítulo 1

El señor Davenport la está esperando.

Chesnie sintió que le daba un vuelco el corazón, pero se puso en pie con elegancia y siguió a Barbara Platt, la mujer a quien esperaba sustituir, al despacho contiguo.

–Chesnie Cosgrove –anunció Barbara al hombre alto y rubio que lo ocupaba.

–Gracias, Barbara –contestó este, que tendría unos treinta y seis o treinta y siete años–. Siéntese, señorita Cosgrove –le indicó Joel Davenport cuando su secretaria se hubo retirado–. ¿Le ha costado encontrar la empresa? –añadió en tono agradable mientras observaba a aquella mujer de ojos verdes y pelo ámbar.

–No –contestó ella, pensando que era difícil no ver las oficinas de Yeatman Trading.

–Bien… Hábleme de usted –le indicó Joel Davenport comenzando la entrevista.

–He estudiado…

–Si no supiera que tiene tres años de experiencia como secretaria de dirección, que escribe a máquina increíblemente rápido y que, según su antiguo jefe, posee unas habilidades natas para la organización y la comunicación, no estaría aquí –la interrumpió.

¿De verdad quería aquel trabajo? ¡Aquel tipo era realmente duro! Antes de llegar frente a él había pasado dos entrevistas en Recursos Humanos. Obviamente, aquel hombre lo sabía todo sobre ella. ¿Y por qué no volverse a Cambridge? Porque había decidido probar suerte lejos de allí y debía intentarlo. Decidió dar otra oportunidad a Joel Davenport.

–Tengo veinticinco años –dijo dándose cuenta de que eso, evidentemente, también lo sabría–. He trabajado siempre en Cambridge –añadió. «Tranquila, Chesnie, tranquila», se dijo–. ¿Qué quiere saber exactamente?

Joel Davenport la miró fijamente.

–Tiene usted unas referencias inigualables. Lionel Browning pensaba que es usted la mejor secretaria del mundo. Obviamente, la estima mucho.

–Y yo a él –contestó Chesnie.

–Entonces ¿por qué se ha ido?

Pensó en contestar lo mismo que les había dicho a los de Recursos Humanos, que deseaba un puesto mejor, pero decidió que no quería mentir a aquel hombre que podría convertirse en su nuevo jefe.

–Siempre me han gustado los retos y quería mejorar en la profesión…

–¿Pero?

–Pero nunca habría dejado a Lionel si no hubiera sido porque su hijo decidió incorporarse a la empresa. La compañía de Hector Browning se arruinó y entonces decidió echarle una mano a su padre.

–¿No se llevaban bien?

–Eso no es relevante a nivel profesional –contestó Chesnie muy digna.

–Entonces ¿qué fue mal?

–¡Todo! –contestó sinceramente. Aquella entrevista iba fatal, así que ya no tenía nada que perder–. El mismo día que mi casero me anunció que iba a vender la casa en la que vivo y que debía buscarme otro sitio, tuve una buena pelea con Hector.

–¿Suele pelearse con las personas con las que trabaja?

–¡Lionel y yo no intercambiamos una palabra más alta que otra en todos los años que trabajé con él! –exclamó Chesnie pensando que, sin embargo, con Joel Davenport podría pelearse en cualquier momento.

–¿Hector Browning la trató mal?

–Eso me habría dado igual –contestó Chesnie haciendo una pausa–. Lo que no podía soportar era… Verá, por lo comentarios que hacía, me di cuenta que no podía soportar que su padre y yo estuviéramos tan unidos –volvió a dudar, pero decidió seguir. Al fin y al cabo, era inocente y estaba contando la verdad–. Cuando Hector me acusó de tener una aventura con su padre, supe que uno de los dos se iba a tener que ir de allí y obviamente iba a ser yo, porque él es su hijo.

–Dimitió.

–Me fui la semana pasada…, cuando finalizó el mes.

–¿Y era cierto? –preguntó Joel Davenport.

–¿A qué se refiere?

–¿Era cierto que tenía usted una aventura con su padre?

Chesnie lo miró con los ojos muy abiertos. ¿Cómo se atrevía a hacerle aquella pregunta?

–¡Claro que no! –contestó muy digna.

Joel Davenport asintió y no insistió, así que ella asumió que la creía.

–El departamento de Recursos Humanos ya le habrá explicado otros aspectos del cargo: el sueldo, la jubilación y las vacaciones. Supongo que le parecerán bien o no estaría aquí…

–Me parecen bien –contestó Chesnie.

¿Bien? ¡Le parecían insuperables!

–Le aseguro que el puesto está bien pagado, pero la persona que lo ocupe se lo va a ganar de verdad. Mi secretaria personal tiene que tener cien por cien de disponibilidad –le explicó–. Aparte de sus estudios y su experiencia, es usted una mujer guapa y supongo que tendrá varios admiradores –añadió. Aquello la sorprendió.

No tenía ninguno y, además, lo último que buscaba en su vida era una relación, pero, de repente, en un alarde de feminidad, le dejó creer lo contrario.

–Le aseguro que no interferirán en mi trabajo.

–A veces, puede que tenga que venir conmigo a las oficinas de Glasgow –le advirtió él–. ¿Y si la aviso media hora antes de que empiece la representación teatral a la que va con el hombre de su vida?

–Espero que el hombre de mi vida sepa disfrutar de una obra de teatro con o sin mí –contestó Chesnie.

–¿No existe ese hombre todavía?

–No.

–¿No tiene planes de casarse ni nada parecido?

Chesnie lo estudió despacio y se dio cuenta de que aquellos grandes ojos azules la estaban escrutando también.

–No estoy ni remotamente interesada en casarme –contestó por fin.

–Parece como si tuviera usted algo en contra del matrimonio.

Con el ejemplo de sus padres y de sus hermanas, como para no tenerlo…; pero no se lo dijo.

–Creo que, según las últimas estadísticas, el cuarenta por ciento de las parejas que se casan se divorcian. Me interesa más el trabajo que el matrimonio, la verdad.

Joel Davenport asintió.

–¿Sigue viviendo en Cambridge?

–Sí, de momento sí, pero estoy pasando unos días en casa de mi hermana aquí en Londres.

–Ya sabe que se tendría que mudar aquí, claro. ¿Ha buscado ya un piso?

–No, me pareció más sensato que, primero, me dieran el trabajo –contestó, sorprendida al verlo ponerse en pie.

–Pues vaya buscando –le dijo amablemente.

Chesnie lo miró. Obviamente, la entrevista había terminado. Se levantó

–Me gustaría que empezaras el lunes, Chesnie –sonrió dándole la mano.

Chesnie mantuvo la compostura y la seriedad hasta que hubo abandonado el edificio de Yeatman Trading, pero, una vez en la calle, sonrió encantada. ¡Lo había conseguido!

Le apetecía aquel trabajo. Iba a ser duro, pero aquello había sido una constante en su vida. Trabajo y más trabajo, siempre ocupada.

Mejor que casarse, desde luego.

Sus padres se habían llevado mal toda la vida y ninguna de sus hermanas tenía una bonita historia de amor.

Nerissa se casó por primera vez cuando ella tenía doce años. La relación había durado muy poco y su hermana mayor no tardó en volverse a casar y en cansarse de su segundo marido.

Robina, la segunda, se pasaba el día entre la casa que compartía con su marido y la de sus padres. Siempre estaban discutiendo.

Tonia, la tercera, se había casado, había tenido dos hijos inmediatamente y su relación con su marido se había ido al garete.

Con semejantes antecedentes, Chesnie no tenía ni la más mínima intención de contraer matrimonio. Así había sido siempre. De hecho, lo único que había hecho en su vida había sido estudiar y trabajar.

Había salido de vez en cuando con algún chico en la universidad y había intercambiado algunos besos con uno o dos, pero, en cuanto había visto que la cosa se ponía seria, había dejado de verlos.

Cuando terminó la universidad, ya llevaba dos años trabajando y decidió independizarse, sobre todo porque la casa de sus padres se convertía en una casa de locos cuando sus tres hermanas casadas se ponían de acuerdo para pelearse con sus respectivos maridos el fin de semana y llegaban gritando y llorando.

Tras hablarlo con sus padres, su madre la ayudó a encontrar un piso. Al principio, todo fue bien, pero a los dos meses se dio cuenta de que no podía mantenerse. Para no decepcionar a su madre, se buscó otro trabajo.

Así llegó a Browning Enterprises, donde entró como secretaria de dirección y ganaba mucho más. Todo iba bien. El único problema era Hector, el hijo de Lionel Browning, que solía aparecer por allí cuando necesitaba dinero. Pronto había descubierto que Hector no la apreciaba, pero nunca supo por qué.

Un año después, murió su abuela paterna y su abuelo vendió su casa de toda la vida y se mudó con sus padres. Chesnie, que ya iba a verlos a ellos cada dos o tres semanas, comenzó a ir más a menudo porque temía que el anciano, al que siempre había estado muy unida, se sintiera incómodo con las riñas de sus padres.

Al final, su abuelo se volvió a Herefordshire, de donde según él nunca tendría que haber salido, y le dejó su coche. Su padre se lo tomó bien, pero su madre se lo tomó a la tremenda. Chesnie sabía perfectamente lo que eso quería decir. Su madre no era una mujer fácil.

Eso había sido hacía tres meses. Poco después, Hector Browning la había acusado de mantener una relación sentimental con su padre y ella decidió que no quería seguir trabajando en aquella empresa.

Para colmo, el propietario de la casa la iba a vender y, por lo tanto, tenía que cambiar de piso.

Era el momento de cambiar de vida.

Vio un anunció que solicitaba una secretaria personal y llamó. Pasó la primera entrevista, pasó la segunda y cruzó los dedos…

¡Y lo había conseguido! Para cuando llegó al edificio donde vivía su hermana, todavía no se le había borrado la sonrisa de la cara. ¡La nueva secretaria personal de Joel Davenport, nada más y nada menos!

–¡Ya es tuyo! –exclamó Nerissa al abrirle la puerta y verle la cara.

Tras unos emocionados abrazos, le dijo que Stephen, su marido, le estaba buscando piso y le hizo prometer que volvería el sábado para la fiesta que daban en casa.

Chesnie regresó a Cambridge e hizo la maleta.

El primer día de trabajo fue agotador. Llegó a casa de su hermana con la cabeza dándole vueltas y la sensación de que tardaría al menos dos meses en asimilar toda la información que Barbara le había proporcionado. Quería meterse en la cama porque no tenía fuerzas ni para cenar. Su hermana tenía otros planes, sin embargo.

–¿Qué tal el primer día? –le preguntó Nerissa.

–Estoy destrozada.

–Eso es bueno, ¿no? ¿Y qué tal es tu nuevo jefe?

–No lo he visto. Está en Escocia hasta el miércoles.

–Bueno, ni te quites la cazadora porque el piso del que te hablé se ha quedado libre. Vamos a verlo.

Chesnie sacó fuerzas de flaqueza y obedeció.

El piso tenía un salón, un baño, una mini-cocina y dos dormitorios, y estaba situado a las afueras de Londres.

–Me lo quedo –dijo.

El alquiler era altísimo, pero su sueldo también.

–¿Seguro? –le preguntó su hermana–. Ya sabes que te puedes quedar en mi casa todo el tiempo que quieras. No te precipites.

–Seguro.

–Muy bien. ¡Vamos a celebrarlo!

Menos mal que la celebración fue cenar con una copa de vino…

El martes resultó tan agotador como el lunes. Barbara Platt estaba intentando no agobiarla, pero ambas sabían que les quedaban pocos días juntas, ya que Barbara dejaba la empresa el viernes siguiente y había muchísimas cosas que aprender.

Joel Davenport llevaba ya más de una hora en su despacho cuando Chesnie llegó a trabajar el miércoles. No era que llegara tarde, claro que no. De hecho, llegaba con un cuarto de hora de antelación, pero ya le habían advertido que aquel hombre no paraba de trabajar desde que se levantaba hasta que se acostaba.

Aquel día, Chesnie comprobó que era cierto.

El resto de la semana no fue mejor, pero le gustaba el trabajo.

Cuando llegó el viernes a casa de su hermana, estaba exhausta.

–Te ha llamado Philip Pomeroy –le dijo Nerissa.

–¿Y ese quién es?

–Te lo presenté el sábado en la fiesta. Alto, rubio, de unos cuarenta y tantos años… Quería saber si te apetecía salir con él a dar una vuelta.

–¿Le has dicho que estoy ocupada?

–No, le he dicho que lo llamarías al llegar.

–¡Nerissa!

–Venga, por favor, llámalo. Es muy simpático.

Lo hizo por educación y, aunque le dijo que no iba a salir a cenar con él, Philip le cayó bien.

Al día siguiente, sábado, tuvo que hacer la mudanza al nuevo piso. Aquello, en lugar de agotador intelectualmente, fue agotador físicamente.

La semana siguiente pasó muy deprisa y pronto llegó el viernes, último día de Barbara en el trabajo.

–Te quedas sola –anunció Joel Davenport yendo hacia su mesa– porque me llevo a Barbara a comer.

–Bon appétit –Chesnie sonrió.

No solía sonreír en el trabajo, pero aquella vez le salió sin pensarlo.

–Es imposible que esas pestañas tan largas sean de verdad –apuntó él muy serio.

–Me temo que así es –contestó ella un poco avergonzada.

Barbara le había contado que Winslow Yeatman, el presidente, se jubilaba un par de semanas más tarde y que Joel anhelaba aquel puesto. Por lo visto, su jefe se había incorporado a la empresa cuando esta estaba atravesando un mal momento y enseguida había conseguido mejorar la situación. De ese modo se había ganado un sitio en el consejo de administración.

Pero, como empresario con ideas revolucionarias que era, Joel quería el puesto de presidente para llevar a cabo más cambios beneficiosos para el negocio.

–¿Crees que lo conseguirá? –había preguntado Chesnie.

–Si hay justicia en el mundo, sí –había contestado Barbara, que admiraba ciegamente a su jefe–. El problema es que esta empresa es muy familiar, ¿sabes? La fundó la familia Yeatman hace más de un siglo y, aunque desde entonces han ido entrando otros accionistas, yo sé, por ejemplo, de tres miembros del consejo de administración que quieren a un Yeatman en la presidencia. El consejo está formado por nueve personas y hay otras tres que casi seguro votarán a Joel. No sé, si al final hay empate y le toca decidir al señor Yeatman, creo que va a elegir a un hombre de familia.

–¿De su familia? –preguntó Chesnie.

–No, un hombre casado y con hijos, quiero decir.

–¿El señor Davenport… está casado?

–No.

Chesnie la miró sorprendida.

–Está encantado con su condición de soltero –le explicó Barbara–. Arlene Enderby, se acaba de divorciar, ¿sabes? Es una de las sobrinas del señor Yeatman y le tiene echado el ojo.

–¿Y el señor Davenport lo sabe?

Barbara se rio.

–No creo que haya nada que Joel no sepa sobre la mente femenina. Además, ha salido con ella un par de veces, así que supongo que le habrá quedado claro –se interrumpió–. Estoy hablando demasiado. Ha debido de ser el champán de la comida. No estoy acostumbrada –se disculpó Barbara.

A las cinco menos cuarto, Joel llamó a Barbara a su despacho y, diez minutos después, la ya ex secretaria, salió con lágrimas en los ojos, un estuche de una joyería en una mano, un cheque en la otra y un precioso ramo de flores en los brazos.

–Oh, Chesnie, espero que seas tan feliz aquí como lo he sido yo.

–Seguro que sí –sonrió Chesnie, preocupada por que sabía que su compañera, que se iba porque a su marido lo habían destinado a otra ciudad, dejaba el listón muy alto.

Decidió, en un alarde de lealtad, que Joel Davenport era un buen hombre que se merecía ser presidente, y que ella iba a hacer todo lo que estuviera en su mano para que así fuera.

De repente, se rio de sí misma. ¿Qué tenía ella, una simple secretaria, que ver en la elección del presidente de la empresa?

Capítulo 2

Hacía cuatro semanas que Barbara se había marchado y Chesnie estaba orgullosa de sí misma por no haber tenido que llamarla.

Empezaba a pensar que de verdad podía ser la secretaria personal de Joel Davenport, el cual había insistido en que lo tuteara, y hacer bien su trabajo.

No era fácil trabajar para él porque era inagotable. Para seguirle el ritmo, Chesnie había tenido que esforzarse.

Aparcó el coche de su abuelo y subió a su puesto de trabajar. Sabía que Joel ya estaría en su despacho. Si se encontraba en la ciudad, siempre llegaba antes que ella.

–Buenos días –lo saludó al llegar.

–Buenos días –contestó él sin levantar la mirada del periódico que estaba leyendo.

Nada más dejar el bolso sobre la mesa, llegó Darren, el chico que repartía el correo.

–Buenos días, señorita Cosgrove –dijo sonrojándose.

Chesnie desvió la mirada para darle tiempo a recuperar la compostura.

–¿Qué tal está tu madre? –le preguntó.

–Ya está bien. Vuelve hoy al trabajo –contestó el chico sonriendo–. Gracias.

Al ver que Joel Davenport había salido de su despacho y los observaba, Darren se evaporó.

–Ese chico te idolatra –observó Joel.

–Es un chiquillo –contestó Chesnie muy tranquila.

–Nunca se va a olvidar de ti si lo tratas así.

¿«Así»? ¿Cómo?

–Prefiero ser amable con él.

–¿Tratas así a todos tus admiradores?

¿Qué tenía que ver aquello con el trabajo?

–Depende de la edad –contestó mirándolo fijamente–. Si son jovencitos y sinceros como Darren, sí; pero si son hombres hechos y derechos, retorcidos y experimentados, no, por supuesto.

Joel Davenport gruñó y se giró hacia su despacho.

–¡Tráeme el correo en cuanto lo hayas mirado!

«Sí, señor». ¡Quién fue a hablar! Aquel hombre, que tenía colas y colas de admiradoras que no hacían más que llamar por teléfono. A Chesnie la volvían loca.

El día no había empezado bien y no iba a mejorar. A la una, apareció una mujer guapísima de pelo castaño y ojos azules buscando a Joel.

–¡Tú debes de ser Chesnie! –sonrió–. El tío Winslow me ha hablado de ti.

–Y usted debe de ser Arlene Enderby –contestó ella. «La consejera que no trabaja».

–Exacto. Había venido a buscar a Joel para invitarlo a comer, pero no está.

–Le ha debido de surgir algo… –apuntó la eficiente secretaria para cubrir a su jefe.

–¡Ah, aquí está! –exclamó la otra mujer al verlo aparecer–. ¡Joel, cariño! –añadió abalanzándose sobre él y abrazándolo como si fuera su pareja.

Chesnie miró a su jefe a los ojos y no sonrió. Él tampoco lo hizo. Se limitó a cerrar la puerta de su despacho. De repente, Chesnie se dio cuenta de que le había molestado ver a una mujer en brazos de su jefe. ¡Qué raro! ¿Por qué?

Al cabo de unos segundos, decidió que había sido porque aquello era una empresa y no un lugar para enamorados y, desde luego, no parecía que lo que se estaba tratando al otro lado de la puerta fuera una cuestión de negocios. ¿Qué estaría pasando? Reinaba el más absoluto silencio.

Al día siguiente, apareció un hombre de unos setenta años y pelo cano al que no había visto nunca y preguntó por Joel.

–Soy su padre, Magnus Davenport, a su servicio –dijo alargando la mano.

A Chesnie le cayó bien inmediatamente.

–Chesnie Cosgrove, encantada –contestó estrechándosela–. Me temo que su hijo está en una comida de negocios. ¿Puedo ayudarlo yo?

–¡Vaya, qué fastidio! –suspiró el señor Davenport–. Quería que me invitara a comer…

–Si quiere, lo invito yo –dijo Chesnie sin dudarlo. Le recordaba tanto a su abuelo…

–¡Creí que no me lo iba a decir nunca! –bromeó Magnus.

Durante la comida, descubrió que el padre de Joel era un pillo, chismoso y seductor, pero un encanto.

–Había pensado en ir mañana a las carreras. ¿Quiere venir conmigo? –le propuso.

Tras declinar la invitación educadamente, Chesnie le indicó que tenía que volver al trabajo. Cuando la dejó en la puerta de la oficina, se dio cuenta de que llegaba tarde. Pensó que no tenía importancia, ya que se había quedado casi todas las noches trabajando hasta muy tarde.

Cuando llegó a su mesa, Joel ya había vuelto de su comida de negocios. Entró a saludarlo y él se quedó mirándola esperando una explicación.

–Tu padre vino a la hora del almuerzo para comer contigo, pero no estabas –le dijo–. He ido a comer con él en tu lugar –añadió.

–¿Quién ha pagado?

¡Pero bueno…!

–Yo –contestó Chesnie irritada.

–¡Dime cuánto ha sido y te lo devolveré!

–De eso nada.

Lo vio sonreír y encogerse de hombros.

–Como quieras.

Volvió a su mesa enfadada. Lo había hecho adrede. Quería quitarle la careta de dura que se ponía para trabajar, pero ella no quería mostrarse como era en realidad porque se sentía desvalida. Era su escudo.

Se concentró en su trabajo y para las cuatro de la tarde, se había convertido de nuevo en la eficaz e impasible Chesnie.

Larry Jenkins, de contabilidad, le pidió ayuda con un tema que no era estrictamente de su competencia, pero lo hizo con gusto.

En cuanto apareció Joel, el directivo se esfumó.

–Me han dicho que los chicos se pasan por aquí con una excusa u otra.

Chesnie no supo qué contestar.

–¿Y cuál es la tuya? –le espetó.

Sintió deseos de tirarle algo pesado y punzante entre las cejas cuando Joel le contestó con una carcajada.

–¿Sigues enfadada conmigo?

–¡Me has provocado adrede! –lo acusó.

–¿Ah, sí? –dijo inocentemente.

Acto seguido, se pusieron a hablar de trabajo.

Aquella noche Chesnie volvió a casa muy contenta. Le agradaba su trabajo, se sentía motivada y le gustaba su jefe.

Se dio cuenta de que pensaba en él a menudo. La verdad era que le parecía un hombre muy guapo. «¡Lo tiene todo!».

El miércoles, Chesnie entró más temprano de lo habitual porque al día siguiente Joel se iba a Escocia y quería hablar con él para saber si necesitaba algo especial y que le diera tiempo a preparárselo.

–¿No podías dormir? –le dijo cuando la vio llegar tan pronto.

Desde luego, a aquel hombre no se le escapaba un detalle. Estaba pendiente de todo lo que pasaba a su alrededor.

Chesnie sonrió y comenzó la jornada laboral.

No sonrió tanto cuando, mientras estaba tomando notas en su despacho a media mañana, sonó el teléfono. Joel puso el manos libres mientras Chesnie repasaba las cartas que le había estado dictando.

–¿Quién es? Lo siento, Pomeroy, mi secretaria está ocupada en estos momentos y no se puede poner –dijo. Colgó y siguió con lo que estaban haciendo como quien no quiere la cosa.

Chesnie lo miró anonadada. No se podía creer que no le hubiera pasado la llamada.

–¿De qué conoces a Philip Pomeroy? –quiso saber Joel.

A ella le habría gustado contestarle que no era asunto suyo, pero decidió que uno de los dos tenía que guardar las formas.

–De una fiesta –contestó.

Joel gruño y la miró fijamente.

–¿Sabes que trabaja para la competencia?

–No…

–Es el director de Symington Technology, nuestro más directo competidor en el sector tecnológico.

–No lo sabía –contestó, molesta por sus modales–. Parece que sabes tú más cosas de él que yo. ¿No tendrás su número por casualidad…?

Joel la miró a los ojos y Chesnie no bajó la mirada.

–No creo que haga falta que te molestes en conseguirlo. Seguro que te vuelve a llamar.

Cuando volvió a su mesa, le reprochó mentalmente a su hermana Nerissa que le hubiera dicho a Philip dónde trabajaba. Pero, bien mirado, aunque no tenía interés alguno en él y no quería volver a verlo, era cosa suya, no de su jefe. Este hablaba con todas las chicas que lo llamaban a la oficina. ¿Por qué no le permitía a ella hacer lo mismo? Aunque Pomeroy fuera la competencia…

Philip volvió a llamar poco antes de comer. Si la puerta que conectaba su despacho con el de Joel no hubiera estado abierta, ella no habría aceptado la invitación para salir a cenar al día siguiente. Era su forma de dejarle claro lo que le parecían sus modales y su tácito recordatorio de que su trabajo era confidencial.

–Fenomenal, me apetece muchísimo –le dijo a Philip.

Joel levantó la cabeza y la miró muy serio. Chesnie no pudo evitar sonreír antes de colgar.

A las siete y diez, recogió sus cosas y pasó al despacho de Joel a comprobar si tenía todo lo necesario para el viaje.

–Eres un tesoro –le dijo él, y el corazón de Chesnie empezó a latir a toda velocidad.

Sin embargo, ella no le sonrió cuando se despidió de él y le deseó buen viaje.

Aquella noche pensó en Joel más que nunca. Se dijo que era porque nunca había tenido un jefe tan molesto.

Pero ella le parecía un «tesoro», ¿eh? Sonrió.

El jueves, con Joel de viaje, tuvo un día bastante más tranquilo. A las cuatro y cinco había terminado casi todo lo que tenía y pensó en irse a casa, darse un baño de espuma y arreglarse para salir con Philip.

En ese momento, sonó el teléfono.

–Oficina de Joel Davenport –contestó.

–Hola, Chesnie –saludó el propio Joel.

Chesnie sintió que se derretía por dentro. ¡Qué tontería!

–Perdona que te moleste, pero tengo una reunión mañana en Londres a primera hora y me gustaría que me dejaras unos documentos preparados.

–Muy bien, dispara –le indicó.

Cuando no iban ni por la mitad, a Chesnie le dolía la mano de apuntar. ¿Estaba loco o qué? Adiós a su cita. Joel sabía perfectamente que aquella noche iba a salir, y ella entendió perfectamente que le daba igual. Ya le había dejado muy claro en la entrevista que el trabajo era lo primero y que tenía que renunciar a su vida personal si quería el puesto. Decidió llamar a Philip y anular la cena.

–Espero no haberme pasado –comentó sarcástico.

–¿Para qué estamos los «tesoros»? –contestó ella sin pensar.

–Sabía que podía confiar en ti –se despidió.

La verdad era que no le apetecía cancelar al cena, así que decidió hacer todo lo que le diera tiempo en la oficina y llevarse el resto del trabajo a casa. Una idea brillante, ¿eh? Si aquello era ser una secretaria personal eficiente, resultaba fácil.

Se acomodó encantada en el coche de Philip Pomeroy, que la llevó a cenar a The Linton, un lugar elegante, discreto y caro. Philip resultó ser un hombre encantador y Chesnie se relajó por primera vez desde la maldita llamada de su jefe.

–No tenía ni idea de que trabajaras para Joel Davenport –dijo Philip al comienzo de la cena–. No llevas mucho, ¿verdad?

–Unos dos meses –admitió.

–¿Y qué tal te va trabajando para él? ¿Es…?

–Philip, ¿te importaría que no habláramos del trabajo?

Él la miró y sonrió.

–Trato hecho, pero quiero que le digas a tu jefe que tiene mucha suerte… de poder verte todos los días… Bueno, ¿qué tal tu nueva casa?

Philip le contó que era divorciado y Chesnie se dio cuenta de que se trataba de un hombre con un gran sentido del humor. Precisamente se estaba riendo de algo que le había dicho cuando se encontró con unos ojos azules y fríos que la miraban desde otra mesa.

¿Qué hacía Joel allí? Le estaba recriminando con la mirada que no estuviera encerrada en la oficina ocupándose de todo lo que le había encargado.

Aquello le molestó. Ya era mayorcita y sabía organizarse. Sonrió y se rio más de lo normal solo para fastidiarlo.

Pomeroy estaba encantado, claro.

–¿Más café? –le preguntó.

–No, gracias, Philip –contestó Chesnie–. Me lo he pasado fenomenal, pero mañana tengo que trabajar.

Philip pagó la cuenta y se levantaron para ir a despedirse educadamente de Joel antes de abandonar el restaurante.

–Pomeroy, Chesnie –dijo Joel poniéndose en pie–, os presento a Imogen –y señaló a una despampanante rubia.

No dijo nada más, pero Chesnie estaba segura de que tenía un par de comentarios guardados para el día siguiente.

Se despidieron y se fueron. Al dejarla en casa, Philip le preguntó si querría volver a salir con él y Chesnie le dijo que sí. Se lo había pasado muy bien y, sobre todo, a su jefe le molestaba que saliera con un competidor.

Philip apuntó el teléfono de su casa y se fue tras darle un beso en la mejilla.

En cuanto entró, Chesnie se puso a trabajar. Llevaba cuarenta y cinco minutos frente al ordenador cuando sonó el portero automático. ¿Philip?

–¿Sí?

–Soy Davenport –dijo Joel secamente.

–Sube –le indicó igual de secamente.

En cuanto sonó el timbre, le abrió la puerta. Se quedaron mirándose como enemigos antes de una batalla.

–¡Sigues vestida! –dijo él mirándola de arriba abajo apreciativamente.

–Pasa –le indicó ella pasando al salón.

No le dio tiempo ni a preguntarle qué demonios hacía a aquellas horas en su casa.

–¡Sabes que necesito todos esos documentos para mañana a primera hora! –le espetó él–. Y no se te ocurre otra cosa que…

–Me alegro de que hayas venido –mintió Chesnie muy tranquila–. La verdad es que tenía un par de dudas. ¿Estás muy cansado? ¿Te importaría pasar a mi despacho y contestarme a un par de preguntas?

Joel la miró confuso y Chesnie sonrió encantada. Había ido buscando guerra y lo había desarmado. Obviamente, a él no le gustaba la sensación. ¡Qué lástima!

Tras aclararle un par de dudas, Joel la volvió a mirar de forma inescrutable. Chesnie no sabía si estaba impresionado por su actitud, pero lo que estaba claro era que seguía buscando pelea.

–Lo tendrás todo sobre la mesa a las ocho –lo informó.

Él la miró de manera hostil y se dirigió a la puerta.

–Creí que, después de la conversación de ayer, te había quedado claro que no debías salir con Pomeroy –le espetó.

¿Otra vez recordándole que su trabajo era confidencial?

–¿Crees que Philip me habría llamado a tu despacho si quisiera sonsacarme? ¿Me crees capaz de desvelar secretos laborales?

Joel sonrió por primera vez en toda la noche. ¡Al muy canalla le encantaba verle perder la compostura!

–Es una pena que, a causa del trabajo, lo hayas tenido que despedir sin ni siquiera un beso de buenas noches –se burló.

¡Maldito!

–Me parece que a ti te va a pasar lo mismo –le contestó con una sonrisa.

–¡No trabajes mucho!

Cerdo.

Capítulo 3

Durante el siguiente mes, Chesnie se fue encontrando cada vez más cómoda en el trabajo. Le encantaba lo que hacía aunque era realmente duro y, a veces, le tocaba trabajar también el fin de semana. Sin embargo, no lo habría cambiado por nada. Había encontrado su vocación. Trabajar para Joel Davenport había sido lo mejor que le podía haber sucedido.

Desde aquella noche en la que se había presentado en su casa creyendo que ella le había fallado y se había encontrado con que no había sido ni mucho menos así, había surgido entre ellos una relación armoniosa y respetuosa.

Philip la había llamado varias veces, pero nunca a la oficina, y había salido con él en algunas ocasiones. Creía haberle dejado claro que solo quería una relación amistosa. Solían despedirse con un simple beso en la mejilla. Había quedado con él al día siguiente para cenar.

Sin embargo, no estaba pensando precisamente en Philip cuando sonó el teléfono.

–¿Sí?

–¿La encantadora Chesnie al habla?

–¡Magnus! –Chesnie sonrió al reconocer la voz del padre de Joel.

–Hace mucho que no te veo.

–Es cierto. ¿Qué tal estás?

–He tenido días mejores, la verdad –contestó el hombre un tanto abatido.

–¿Te encuentras mal? –le preguntó Chesnie preocupada.

–Ya me pondré bien…

–¿Has ido al médico?

–Ya me pondré bien –repitió.

Obviamente, no había ido al médico.

–¿No crees que deberías ir?

–Ya veremos –contestó.

Obviamente, no iba a ir.

–¿Estás acompañado?

–¿Quién iba a querer hacer compañía a un viejo como yo?

Chesnie intentó que le contara qué le pasaba exactamente, pero Magnus no parecía dispuesto a confiarse y, al final, se dio por vencida.

Tras colgar, pensó en llamar a Joel, que estaba en una reunión, pero ¿qué podía hacer él? ¿Salir de la reunión e ir a ver a Magnus? Sabía que Joel no se llevaba bien con su padre.

A la una menos cuarto, no pudo más y fue a buscar a Magnus.

Nada más llamar al timbre, este le abrió.

–¡Creí que no ibas a llegar nunca! –exclamó al verla.

¿La estaba esperando?

–¿No estás enfermo? –le preguntó confusa.

–Estoy solo.

Chesnie lo miró fijamente. No le pasaba nada y, por su culpa, iba a tener que trabajar hasta tarde para recuperar el tiempo perdido, pero le daba pena.

–¿Quieres que te invite a comer?

–Te invito yo –contestó Magnus muy sonriente.

Durante la comida, le contó que su mujer lo había echado de casa por vago y que su hijo le había comprado la que tenía ahora y le pasaba una asignación mensual para que viviera.

–Supongo que Arlene seguirá detrás de él, ¿no? –le preguntó tan indiscreto como siempre.

–No tengo ni idea.

–Ya lo perseguía antes de divorciarse y…

–No creo que debas contarme nada más –le indicó Chesnie.

–Sí, ya sé que soy un chismoso. Dorothea siempre me lo decía.

–La sigues queriendo, ¿eh?

–¿A esa arpía? Por supuesto –sonrió.

Volvió a las tres de comer y Joel, por supuesto, ya estaba allí.

–Perdona por llegar tarde –dijo al entrar en su despacho–. Espero que no hayas necesitado nada.

–¿Has estado de compras?

–No, he ido a comer.

–Con la cantidad de horas que te pasas trabajando, tienes derecho a tardar todo lo que quieras en comer –le indicó Joel amablemente–. ¿Con quién has comido?

–Con tu padre –contestó, decidida a contarle que se encontraba solo.

–¿Ha vuelto a aparecer por aquí para que lo invites?

–Llamó y me dijo que se encontraba mal, tú no estabas y no sabía qué hacer. Decidí no interrumpirte y fui a verlo.

–Te agradezco enormemente que no me sacaras de una reunión por mi padre –contestó Joel, que, obviamente, conocía bien a su progenitor–. ¿Fuiste a su casa?

–Sí, la otra vez me dio su tarjeta, así que me acerqué a ver si le ocurría algo.

–Y no le pasaba nada, ¿verdad? Así que el muy sinvergüenza te preocupó lo suficiente como para que fueras a buscarlo y luego te convenció para que lo invitaras a comer, ¿eh?

–¡Pagó él! –exclamó Chesnie molesta–. No hables de él así. Es tu padre y está solo.

–Y tú lo animas, ¿no? –dijo Joel poniéndose en pie furioso.

–¿Qué quieres decir?

–¡Dímelo tú! ¿Qué está pasando aquí?

–¡No empieces! –explotó–. ¡No tenía ninguna intención de convertirme en la madrastra de Hector Browning y te aseguro que en la tuya tampoco!

Joel apretó los dientes.

–Cierra la puerta al salir –le indicó fríamente.

Chesnie volvió a su despacho y se preguntó cómo Barbara Platt había podido aguantar a aquel hombre. Tuvo tentaciones de irse, pero tomó aire varias veces y se dijo que necesitaba el trabajo.

Cuando se calmó, empezó a ver las cosas desde el punto de vista de su jefe. ¡Maldición! No quería entenderlo, quería seguir enfadada con él.

Sin embargo, tuvo que admitir que Joel conocía mejor que ella a su padre y estaba claro que lo quería y se preocupaba por que no le faltara de nada.

A las seis, Joel salió de su despacho y le dejó sobre la mesa unos documentos que ella le había dado para firmar.

Chesnie lo miró y vio que, aunque no sonreía, ya no estaba enfadado.

–No me puedo ir a casa sin saber si voy a tener secretaria el lunes –dijo alargando la mano en señal de tregua.

¡Demonio de hombre! ¡Solo le interesaba el trabajo!

–Ambos estábamos equivocados –dijo Chesnie estrechándole la mano.

–¿Te queda mucho?

–No, terminaré sobre las siete.

–Más o menos como yo. Te invito a cenar.

–He comido mucho –se excusó–, pero gracias.

El sábado, Philip la invitó a un concierto de música clásica. Fue una velada encantadora, pero, al dejarla en casa, la asustó diciéndole que tenían que hablar de una cosa.

–¿Quieres pasar y tomarte un café?

Mientras lo preparaba en la cocina, oyó un ruido a su espalda, se giró y lo vio apoyado en el marco de la puerta.

–¡Chesnie, me vuelves loco! –le soltó–. Te quiero, pero sé que no puedo tocarte. Quiero casarme contigo, pero…

–¡No, Philip, por favor! –le rogó.

–Perdón. Estas cosas no se me dan muy bien, ya lo sé…

–Vamos al salón, nos sentamos tranquilamente y lo hablamos, ¿de acuerdo?

Philip la siguió hasta el sofá.

–Perdona si te he dado pie a creer que…

–No, Chesnie, nunca me has dado pie a nada. He sido yo, lo sé, no he podido evitarlo –dijo Philip angustiado–. Me muero por abrazarte, pero sé que, si lo hiciera, no volverías a salir conmigo nunca más.

Chesnie pensó que eso era exactamente lo que iba a hacer. Sin embargo, lo vio tan abatido y Philip le prometió tantas veces que no iba a intentar nada que se encontró asegurándole que volverían a verse.

–Me encantaría casarme contigo, no lo puedo negar. Prométeme que volveremos a vernos y te prometo que no te volveré a hablar de mis sentimientos si no se produce un cambio de actitud por tu parte –le imploró–. No estás enamorada de otro, ¿verdad?

–No –contestó ella.

–Perfecto –sonrió Philip–. ¿Cenamos el sábado?

Chesnie asintió.

–Muy bien, ahora que hemos aclarado este embrollo, me gustaría preguntarte lo que te quería preguntar antes de verte tan guapa en la cocina.

Pero ¿había más? Chesnie creyó que iba a desmayarse.

–Verás, mi secretaria me ha dicho hoy que se va y me estaba preguntando si querrías venirte a trabajar conmigo.

Chesnie lo miró anonadada.

–No creo que…

–Te pagaré lo que quieras –la interrumpió Philip–. Las vacaciones que tú quieras y…

–Te la estás jugando –sonrió Chesnie–. Ni siquiera sabes si soy buena secretaria o no…

–Davenport te habría despedido inmediatamente si no lo fueras. Además, me han dicho que eres brillante.

Chesnie no supo si aquello le gustaba o no. ¿Tenía un espía en Yeatman Trading? Tras declinar educadamente su oferta de trabajo, se despidieron y Chesnie se metió en la cama un tanto nerviosa.

Y se despertó igual de agitada. Para terminar de alterar su ánimo, su madre la llamó y la puso al tanto de la última pelea que había tenido con su padre. ¡Horror!

¿Matrimonio? ¡No, gracias!

El lunes, para rematar, fue el comienzo de la peor semana de su vida. Jamás había tenido tanto trabajo. Al entrar en el despacho de Joel a entregarle unos documentos, le desagradó encontrarse con Arlene riendo alguna ocurrencia de su jefe. ¿Qué le pasaba? Al fin y al cabo, eran compañeros de trabajo y todos los demás consejeros utilizaban también la otra puerta del despacho de Joel, como había hecho ella.

Cuando él volvió de una reunión a las cuatro, la llamó y le dictó unas cuantas cosas.

–Por cierto, mañana nos vamos a Glasgow –la informó.

¿Quiénes? ¿Arlene y él?

–Reserva habitaciones para una noche –añadió–. Nos veremos en el aeropuerto.

¿«Nos veremos»?, pensó Chesnie sorprendida.

–Claro –mintió.

¡Se iba a Escocia con él! ¡Su primer viaje juntos!

Aquella noche, durmió como un angelito y rezó para que todo saliera bien.

Al día siguiente Joel no paró de darle instrucciones en el avión acerca de la reunión. Al llegar a Glasgow, los estaba esperando un coche que los llevó al hotel. Había reservado una suite para él y una habitación individual para ella en el mismo piso, para estar cerca de su jefe si se le ocurría ponerse a dictar cartas a las doce de la noche, algo que Barbara Platt le había advertido que podía suceder.

De allí, derechos a la primera reunión del día. Aquel hombre era incansable.

A las seis y cuarto, cuando terminaron la última reunión y anunció que volvían al hotel, Chesnie estaba agotada.

–¿Quieres que tomemos una copa antes de cenar? –le propuso Joel–. ¿Quedamos a las siete en el bar?

–Muy bien –contestó ella.

Tras ducharse y cambiarse de ropa, bajó a reunirse con él. Joel ya estaba allí tomándose un whisky y se levantó para recibirla.

–¿Qué quieres beber?

Estaban en el segundo plato de la cena, hablando de una obra de teatro que los dos habían visto, cuando Joel se quedó callado y la miró fijamente.

–¿Sigues saliendo con Pomeroy?

Chesnie lo miró fijamente también.

–De vez en cuando –contestó.

–¿Qué tal está?

«¡Cómo si te importara!»

–Tenemos un trato y nunca hablamos de trabajo –le contestó, segura de que era eso lo que lo preocupaba.

–¡Un pacto! O sea, que os veis bastante a menudo, ¿no?

–Eso es confidencial –le contestó.

–Ya entiendo –sonrió Joel haciéndola sonreír también.

Craso error. Al hacerlo, había captado la atención de su jefe sobre su boca.

–¿Qué te ha ofrecido?

–¿Cómo?

–¡No me digas que no ha intentando que te vayas con él!

–¿Tan buena soy? –bromeó Chesnie.

–¡Mentirosa! –la acusó.

–¿Por qué iba a querer dejar mi trabajo contigo?

–O sea, que le has dicho que no… –dijo arrellanándose en la silla–. Ese hombre al que ves solo de vez en cuando no se ha limitado a ofrecerte un empleo, ¿verdad?

¡Pero bueno…! El hecho de que trabajara para él no le daba derecho a creerla de su propiedad.

–Qué bueno estaba el pastel –dijo sonriendo y dejando los cubiertos sobre el plato.

–¿También le dijiste que no a eso?

Chesnie lo miró fijamente y se preguntó cómo le podía caer bien aquel hombre al que quería propinar un puñetazo en la nariz.

–Mira, si dudas de mi discreción, no tienes más que decírmelo y dejaré mi puesto en cuanto hayas encontrado sustituta –le dijo muy seria–. He rechazado la propuesta de trabajo que me ha hecho Philip… y la otra, también. Ya te dije en la entrevista y te lo repito: no estoy ni remotamente interesada en casarme.

–¿En casarte? –exclamó Joel–. ¿Philip Pomeroy te ha pedido que te cases con él?

–¿Qué creías que me había pedido? –dijo Chesnie enfadada.

–Oh, Chesnie Cosgrove –sonrió–, la verdad es que se me ocurren muchas cosas –añadió–. No para mí, claro –se apresuró a decir–, yo estoy encantado con la relación que tenemos. Con nuestra relación profesional, quiero decir…

En ese momento, el camarero les cambió los platos y su jefe se puso a hablar de otra cosa.

Chesnie se reprochó haberle contado algo que para Philip era tan personal, pero no lo había hecho adrede.

Estaban esperando el ascensor cuando decidió que no podía irse a dormir sin decírselo.

–Joel… Verás, en cuanto a lo de Philip…, no tendría que habértelo contado…

–Eres realmente una buena persona –sonrió él–. No te preocupes, tu secreto está a salvo conmigo.

–Gracias –dijo entrando en el ascensor.

–¿Por qué eres tan contraria al matrimonio? –le preguntó mientras pulsaba el botón de su piso.

–¿No has visto lo que dicen las estadísticas sobre el divorcio?

–¿Has estado casada alguna vez?

–¡No! Tengo bastante con los matrimonios de los demás, gracias.

–¿De tus familiares?

–Tengo tres hermanas y a las tres les ha ido fatal –confesó.

–¿Y tus padres? –le preguntó mientras se abrían las puertas.

–Su matrimonio pende de un hilo desde hace años –se encontró contestando sin pensar. No le gustaba hablar de su familia así como así. Prefería hablar de trabajo–. Bueno, tienes el número de mi habitación, así que, si necesitas algo, me avisas –añadió. Joel la miró fijamente. ¿Qué?–. ¡Algo de trabajo, quiero decir! –exclamó sonrojándose.

–Te estás poniendo colorada –apuntó Joel–. Vaya, vaya, ¿quién lo iba a pensar de la seria señorita Cosgrove?

–¡Buenas noches! –dio media vuelta y se fue a su habitación.

¡Cerdo!

Al llegar a su habitación, se apoyó contra la puerta. ¿Qué le sucedía con aquel hombre? Hablaba con él de cosas tan personales como su familia, cosas de las que jamás hablaba con nadie…

¿Qué tenía que se sentía tan a gusto con él?

Joel la confundía.

Capítulo 4

Llegaron a Londres la tarde del día siguiente. Esa mañana, Joel fue a una última reunión mientras Chesnie repasaba las notas del día anterior. Todavía no había terminado de hacerlo cuando volvió su jefe, pero comieron rápidamente y se fueron directos al aeropuerto.

La oficina de Londres estaba como siempre, bullendo, y no había ni un minuto de descanso. Chesnie se puso al día de las llamadas que se habían recibido en su ausencia.

A las seis y media, Vernon Gillespie y Russell Yeatman, dos de los consejeros que estaban a favor de que Joel ocupara la presidencia, se pasaron a recogerlo para asistir a una conferencia.

A las siete, Chesnie seguía trabajando. Pensó que ojalá hubiera algo de picar en la conferencia, porque Joel apenas había comido. De repente, detuvo en seco sus pensamientos. ¡Ya era mayorcito! No tenía por qué preocuparse por él.

Se fue a casa convenciéndose de que solo había sido porque había visto el día tan horrible y agobiante que había tenido su jefe. Se habría preocupado por cualquiera en su situación.

Se dio una ducha y se preparó un sándwich de queso, y… seguía pensando en Joel.

Estaba agotada, pero reunió fuerzas para ponerse a ordenar un poco la casa. Mientras lo hacía, sonó el teléfono.

–¡Menos mal que estás despierta!

Chesnie sintió que le daba un vuelco el corazón y sonrió.

–¿Estás sola?

Ella tomó aire para no darle una mala contestación.

–Buenas noches, Joel –le dijo amablemente–. ¿Qué tal la conferencia?

–Muy bien –contestó él también con amabilidad–. Verás, necesitaría algunos documentos para la reunión de las nueve de la mañana.

«¿Ahora?»

–Puedo estar en la oficina dentro de media hora y…

–No, no, no se me ocurría pedirte a estas horas de la noche que vuelvas a la oficina.

–¿Ah, no?

–Estoy en la puerta de tu casa –le dijo sorprendiéndola– y como tienes ordenador en casa…

¡Pero si estaba sin maquillar y en vaqueros!

–Muy bien, te abro –contestó todo lo tranquila que pudo.

A los pocos segundos, Joel llamó al portero automático y, en un abrir y cerrar de ojos, llegó arriba.

–Pasa –lo invitó.

Lo iba a guiar directamente al «despacho», aquella ridícula segunda habitación en la que había instalado el portátil, cuando lo sorprendió mirándola.

–Estás preciosa.

A Chesnie se le secó la boca. ¡La encontraba preciosa sin maquillaje!

–Si tú lo dices…

Joel siguió mirándola.

–¿Has comido? –le preguntó nerviosa.

–Claro, a la hora de comer.

¡Pues debía de estar muerto de hambre!

–¿Te apetece un sándwich de queso?

–Mucho –aceptó Joel siguiéndola al salón.

Se tomó el sándwich y dos tazas de café mientras le hablaba del negocio que quería cerrar al día siguiente.

Ella encendió el ordenador a las once de la noche. Tras unas cuantas preguntas, se pusieron manos a la obra.

Eran casi las dos de la madrugada cuando lo apagó.

–Ya está –dijo levantándose y dándose cuenta de lo cansada que estaba.

–¿Le importa a tu casero que se queden hombres a dormir? –le preguntó Joel con naturalidad.

Chesnie sintió que el corazón se le aceleraba, pero consiguió mantener la compostura. ¡No pretendería que compartieran la cama!

–No llevo mucho tiempo viviendo aquí y no lo sé, pero… –se interrumpió y miró en dirección al sofá– si no te importa dormir ahí, por mí no hay problema.

–Te lo agradezco –contestó Joel–. Prefiero descansar una horita o así antes de conducir hasta mi casa –añadió.

Chesnie calculó que debía de llevar veinte horas en pie. Tenía que estar agotado.

Le dio una manta, un par de almohadas y las buenas noches.

No estaba acostumbrada a tener hombres invitados a dormir, así que se apresuró a encerrarse en su dormitorio.

A pesar de que estaba muerta de sueño, no conseguía dormirse. Escuchó en mitad del silencio de la noche para ver si oía algún ruido en el salón, pero nada. Joel debía de estar ya en el séptimo cielo.

Al final, ella también cayó en brazos de Morfeo y, cuando abrió un ojo, eran las seis de la mañana y su jefe estaba en su dormitorio.

¡Joel estaba en su dormitorio!

–¿Qué…? –empezó a decir incorporándose.

–Llamé a la puerta, pero estabas profundamente dormida.

–Sí…, bueno…, eh

–Te he dicho que voy a estar casi todo el día fuera de la oficina, ¿verdad? –dijo Joel observando cómo se le transparentaba el camisón.

Chesnie se tapó hasta las orejas y él sonrió. A ella le entraron ganas de pegarle un bofetón.

–Tendrás que reorganizar mi agenda, por favor.

–Por supuesto –contestó ella–. Adiós.

Joel la miró unos segundos.

–Si eres así con todos tus admiradores, no me extraña que ninguno se quede a pasar la noche –comentó.

Y se fue. Y Chesnie volvió a sentir ganas de pegarle. ¿Qué demonios le estaba sucediendo? Estaba de lo más tontorrona.

Cuando volvió a verlo, Joel no mencionó nada del sofá y Chesnie se lo agradeció. Todo volvía a ser trabajo entre ellos. Como debía ser.

El sábado cenó con Philip y se lo pasó muy bien. Él no volvió a hacer referencia a sus sentimientos hacia ella y se portó magníficamente, aunque le dio el consabido beso en la mejilla al despedirse.

Aunque todavía quedaban meses para la votación del consejo de administración, las cosas en la oficina se estaban calentando.

Así se lo confirmó el propio Philip.

–Chesnie, sé que tenemos un pacto para no hablar de trabajo –le dijo en mitad de la cena–, pero he entrevistado a Deborah Sykes para el puesto de secretaria que te propuse.

¡Deborah! Chesnie la conocía perfectamente. Había sido la secretaria personal de Russell Yeatman hasta hacía un par de semanas.

–Ya…

–Supongo que sabrás que se fue de vuestra empresa de mutuo acuerdo con su jefe –añadió Philip–. Lo que no creo que sepas es que su antiguo jefe va a traicionar al tuyo.

Chesnie estuvo a punto de atragantarse.

–¿Cómo?

–Sí, Russell hace ver que va a votar a Joel para el puesto de presidente, pero, cuando llegue el momento de la verdad, lo que va a hacer es presentar su propia candidatura.

No podía ser.

–Muy amable Deborah por contártelo.

–Creo que supuso que a mi empresa le vendría bien saber quién iba a ser el próximo presidente de Yeatman Trading.

–¿Para que le dieras el trabajo?

–Supongo, pero no tiene nada que hacer.

–¿No te ha gustado?

–¿Cómo voy a querer una secretaria que no sabe tener la boca cerrada?

Cuando llegó a casa, la cabeza todavía le daba vueltas. Estaba claro que lo que le había contado Philip era cierto. Eso quería decir que Joel contaba con dos votos a favor y seis en contra. Desde luego, si los Yeatman querían a uno de los suyos en el cargo, estaba claro que Russell se haría con la presidencia.

Chesnie se pasó todo el domingo pensando si llamar a Joel y contarle lo que sabía. Decidió dejarlo descansar hasta el lunes.

Cuando llegó a la oficina, él ya estaba allí, como de costumbre.

–Me han llegado rumores de que tienes un serio competidor para la presidencia –le dijo sin rodeos.

–¿De dónde te han llegado esos rumores? –dijo Joel, pálido.

–¿Importa?

–¡Claro que sí! –ladró.

–Da igual, Joel, lo cierto es que Russell Yeatman te va a traicionar.

Joel la miró con incredulidad.

–¿Me estás diciendo que se va a presentar a la presidencia?

–Eso es lo que ha llegado a mis oídos.

–¿Quién te lo ha dicho?

–Pomeroy –admitió.

–¿Sigues viendo al enemigo? ¿No teníais un pacto para no hablar de trabajo?

–Yo no le he dicho nada, si es lo que te preocupa –protestó Chesnie.

–¿Y él te ha dado esa información tan jugosa a cambio de nada?

Chesnie lo miró furiosa.

–No confías en mí, ¿verdad? –le espetó mirándolo fijamente a los ojos.

Por segunda vez desde que trabajaba para él, a Chesnie se le pasó por la cabeza dejarlo.

–¿Sabes que cuando te quitas la máscara de dura, te brillan los ojos como esmeraldas?

–No trates de adularme.