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Ómnibus Jazmín 568 Recuerda Jessica Steele Claire Farley se despertó en el hospital y no recordaba nada de su vida. Pero lo más sorprendente fue descubrir que llevaba puesto un anillo de compromiso. Y su prometido era ni más ni menos que el maravilloso Tye Kershaw, el marido perfecto: atento, cariñoso... y muy guapo. Pero cuando recobró la memoria resultó que había una pieza del rompecabezas que no encajaba porque no recordaba haber visto a Tye Kershaw en toda su vida. ¿Qué hacía entonces viviendo en su casa, con aquel anillo en el dedo... y durmiendo en la misma cama? Sus mejores intenciones Darcy Maguire Cassie Winters habría jurado que jamás se enamoraría, pero el hombre de sus sueños se había hecho realidad... y era guapísimo. Solo hacía veinticuatro horas que conocía a Matt y este ya había puesto todo su mundo patas arriba. El problema era que solo faltaban unos días antes de que se casara... con otro. Ya habían encargado la tarta, reservado la iglesia y enviado las invitaciones. ¿Conseguiría Matt convencerla para que por una vez en su vida obedeciera a su corazón en lugar de a su cabeza? Una vida juntos Debrah Morris Briny Tucker era un muchacho de campo con apenas unos centavos en el bolsillo que jamás había creído en milagros. Entonces ganó cincuenta millones en la lotería y decidió contratar a Dorian Burrell, una de las mujeres más ricas y bellas que había visto en su vida, para que lo ayudara a refinar sus modales. Pero su costumbre de dar dinero a cualquiera que lo necesitara no parecía formar parte de las lecciones de la bella profesora... Dorian admiraba la generosidad de Briny, y entonces ocurrió que sus empeños por convertirlo en un hombre de la alta sociedad se vieron relegados por otras necesidades... ¿Estaba preparada para pasar de profesora a alumna en manos de Briny?
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Seitenzahl: 516
Veröffentlichungsjahr: 2023
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
N.º 568 - diciembre 2023
© 2003 Jessica Steele
Recuerda
Título original: An Accidental Engagement
© 2003 Debra D’Arcy
Sus mejores intenciones
Título original: Almost Married
© 2003 Debrah Morris
Una vida juntos
Título original: Tutoring Tucker
Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2003
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1180-519-3
Créditos
Índice
Recuerda
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Sus mejores intenciones
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Una vida juntos
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
SE ESTIRÓ. Estaba preocupada y le pesaban los párpados. Intentó recordar qué era lo que la preocupaba, pero no pudo. Abrió los ojos y se quedó un par de segundos tumbada, en paz.
Aquella paz no duró mucho. De repente, abrió mucho los ojos. ¡No recordaba nada! ¡Nada de nada! ¡Su cabeza estaba completamente en blanco!
Intentó no dejarse llevar por el pánico. Era imposible. Tenía que recordar algo. ¡Nada! ¡Ni siquiera cómo se llamaba!
Miró a su alrededor. Las paredes rosas del dormitorio no le decían nada. No las reconocía. Gritó e intentó incorporarse, pero se dio cuenta de que apenas tenía fuerzas para levantar la cabeza de la almohada.
No estaba sola. Había una enfermera rolliza que, alertada por su grito, había corrido a su lado.
–Veo que ha vuelto en sí –comentó con voz dulce y tranquila.
La joven de la cama no se encontraba en absoluto tranquila.
–¿Quién…? ¿Dónde…? No sé dónde estoy ni quién soy –murmuró asustada.
En un abrir y cerrar de ojos, llegó un médico. A partir de ese momento, se sucedieron una serie de visitas en bata blanca por su habitación, diferentes pruebas de memoria, preguntas, sedantes y sueños.
Las enfermeras le habían curado las heridas, pero su memoria seguía sin reaccionar. No recordaba quién era.
En alguno de los ratos de lucidez que tuvo entre sueños, vio a un hombre de traje, no, eran dos.
Uno era alto y fuerte, debía de andar por los cuarenta y tantos y parecía médico pues, aunque no llevaba bata, le ponía una linternita en los ojos y le hacía preguntas. La chica intentaba contestar, pero a menudo se quedaba dormida en mitad de la conversación.
El otro hombre era unos diez años más joven que el primero, debía de tener unos treinta y cinco o treinta y seis, y era también alto, pero más delgado. Aquel no hacía preguntas ni llevaba linternita. Solía acercarse a la cama y hablarle en voz baja. Con él, también se quedaba dormida.
Pasaron varios días y se dio cuenta de que la llamaban Claire. Alguien debía conocerla entonces.
Recordaba vagamente que la habían cambiado de habitación y también de hospital. Allí, todas las caras eran nuevas y no reconoció a los dos hombres, el médico y el otro.
Una mañana, se despertó y no se le fue la cabeza como de costumbre. Permaneció despierta. Aunque seguía sin recordar nada y le daba vueltas la cabeza, se encontraba con más fuerzas, como dispuesta a unirse al mundo de los vivos.
–¿Dónde estoy? –le preguntó a una enfermera.
–En Roselands, una clínica privada –contestó la mujer–. Hace dos días que la trajeron aquí. Cada vez va mejor.
–¿Me llamo Claire?
–Claire Farley –le confirmó la enfermera.
–¿Qué me ha ocurrido?
–Tuvo un accidente de tráfico. Estuvo en coma unos días, pero salió y no tiene ninguna lesión grave. Hubo que darle puntos en la cadera derecha, pero ya se los han quitado, y se golpeó con fuerza el brazo derecho, pero no se lo rompió –sonrió la mujer.
–¿Y la cabeza? ¿La tengo bien? –preguntó Claire asustada–. No recuerdo nada…
–Tiene la cabeza bien –se apresuró a asegurarle la enfermera–, no se preocupe. Se le han hecho todas las pruebas habidas y por haber.
–Pero si no recuerdo nada, no sé quién soy –insistió Claire angustiada.
–Tranquilícese –le aconsejó la enfermera–. Por cierto, me llamo Beth Orchard. Todo tiene una explicación. Como le he dicho, ha estado en coma y su cabeza ha decidido que quiere descansar un poco. Cuanto más tranquila esté, antes recuperará la memoria. ¿Quiere algo?
Claire miró a su alrededor y vio flores y frutas.
–Parece que tengo de todo –contestó.
Beth se fue y Claire comenzó a experimentar un enorme desasosiego. ¡No recordaba absolutamente nada!
–Claire Farley –dijo en voz alta.
Aquel nombre no le decía nada.
En aquel momento, entró uno de los hombres que recordaba. Por lo visto, era el doctor Phipps.
–¿Qué tal va su cabeza? –le preguntó.
–Mal –contestó Claire–. No recuerdo nada.
–Tiene que descansar.
–Eso me ha dicho la enfermera Orchard.
–Intente no preocuparse –le aconsejó el doctor Phipps.
–¿Cuánto tardaré en recuperar la memoria? –preguntó Claire nerviosa–. La voy a recuperar, ¿verdad?
–Por supuesto, en cualquier momento. Si solo ha sido por un golpe en la cabeza, volverá en pocos días…
–¿Qué quiere decir ese si? ¿Es que puede haber sido otra cosa?
–Sí –contestó el médico sinceramente–. A veces, cuando una persona ha estado sometida a un estrés emocional enorme, su cerebro decide desconectar porque ya no puede más.
–¿Cree que eso ha podido ser lo que me ha pasado a mí?
–Pueden haber sido las dos cosas, un golpe muy fuerte en la cabeza y el trauma emocional, pero, por lo que dicen los testigos, usted estaba discutiendo con el conductor de otro coche, así que me inclino a pensar que ha sido por el golpe.
Claire aceptó las palabras del doctor Phipps. No tenía elección. Parecía un hombre inteligente, así que decidió confiar en él.
–¿Y mi familia? ¿Saben que estoy aquí?
–Ya le he dicho que tiene que descansar. Deje a su cerebro recuperarse un poco.
–Muy bien –dijo Claire cerrando los ojos y sintiéndose repentinamente muy cansada.
Cuando se despertó, estaba sola. Se miró la mano derecha y comprobó que tenía dedos largos y elegantes, pero que las uñas le habían crecido bastante y pensó que no le iría mal una lima.
Se sentía esperanzada por las palabras del doctor Phipps. Pronto recuperaría la memoria. De todas formas, le parecía que aquello de preocuparse por tener las uñas demasiado largas no iba con ella. Aquello la esperanzó.
Se miró la mano izquierda y… ¡se despertó de repente! ¡Lucía un precioso anillo de compromiso! ¡Se iba a casar!
¿Con quién? ¿No sería con el otro hombre? Lo recordaba sentado junto a su cama día tras día.
Sintió pánico. ¿Cómo era posible que no recordara que se iba a casar? ¿Y si nunca recuperaba la memoria?
Iba a llamar a la enfermera, cuando llamaron a su puerta. Sintió un gran alivio. Prefería tener compañía a estar sola.
Sin embargo, cuando vio de quién se trataba, se asustó.
–¿Tanto miedo doy? –dijo el hombre alto con el que creía estar prometida.
En dos zancadas, estaba junto a su cama sonriéndola y haciéndola sentir mejor.
–¿Me voy a… casar contigo?
El hombre se sentó en una silla.
–El anillo que llevas es mío, sí.
Claire lo miró fijamente. Si se iba a casar con él, obviamente, lo amaba. Sin embargo, mirándolo, no sentía nada. Menos mal que no la había besado.
–¿Cómo te llamas? –le preguntó mirándose en sus ojos grises.
–Tye –contestó sonriente–. Tye Kershaw, a tu servicio.
Claire se encontró sonriendo también.
–Creo que me podrías gustar –dijo sin pensar–. Perdón –se disculpó dándose cuenta de que lo que él querría sería amor y no simpatía–. No recuerdo nada, aunque…
–¿Has recordado algo? –preguntó Tye muy serio.
Claire negó con la cabeza.
–Me he fijado en mis manos por primera vez esta mañana. Me tengo que cortar las uñas. No sé por qué, tengo la sensación de que no las solía llevar tan largas –dijo dándose cuenta de algo–. ¡No sé cómo soy! –exclamó–. ¿Soy fea?
–No, eres muy guapa –contestó Tye.
–Lo dices porque te vas a casar conmigo, ¿verdad? ¿Hay un espejo por ahí?
Tye se levantó y abrió la puerta del baño.
–El doctor Phipps me ha dicho que quiere que empieces a dar paseos esta tarde, así que vamos a empezar –dijo tomándola en brazos con cuidado.
Al sentir sus fuertes manos a través del camisón, Claire se sonrojó, pero pronto se olvidó al verse en el espejo.
–Dijiste… que era… guapa –balbuceó.
–Teniendo en cuenta la cantidad de heridas y moratones que te has hecho por todo el cuerpo… por no hablar de tu cabeza, claro –contestó Tye–. Eres guapa y, en cuanto te hayas recuperado, volverás a ser la impresionante mujer de siempre.
Claire lo miró. Tenía una boca preciosa. Se le antojaba imposible haberla besado, haber besado a un hombre tan sofisticado, tan seguro de sí mismo y con aquel halo de saber muy bien lo que quería en la vida.
Sin embargo, estaba prometida con él, así que era obvio que lo habría besado… incluso habría hecho el amor con él. Ante aquel pensamiento, se volvió a sonrojar.
Nerviosa, se tocó el pelo rubio.
–¡Quiero volver a la cama! –clamó de repente.
Tye la miró y, obviamente, se dio cuenta de que se había sonrojado.
–Tranquila –le dijo saliendo del baño y dejándola en la cama–. Sé que estás muy nerviosa, pero todo se va a solucionar, te lo prometo –le aseguró arropándola.
–¿Siempre he sido tímida contigo? Quiero decir… ¡no tengo ni idea de cómo me comportaba contigo! Debería sentirme cómoda en tu compañía, ¿no?
–No estaría tan seguro. Supongo que te parezco un perfecto desconocido.
–Gracias por ser tan comprensivo –sonrió Claire.
–Eres un amor –sonrió él.
De repente, Claire se dio cuenta de que se sentía cómoda con él, pero no pudo evitar bostezar.
–Perdón, es que no aguanto más de diez minutos seguidos despierta.
–Muy bien, muy bien, pillo la indirecta –bromeó él–. Aprovecharé para ir un rato a la oficina y trabajar un poco.
Y se fue. Sin besarla. Menos mal. Le estaba agradecida por ello. Efectivamente, era un desconocido y bastante tenía ella con lo que tenía como para que, encima, la besara.
Se dio cuenta de que Tye Kershaw la disturbaba. En su presencia, se había sentido tímida, tensa, nerviosa y cómoda. ¡Y se había sonrojado dos veces en diez minutos! ¿Se habría sonrojado siempre con tanta facilidad?
Recordó la imagen que le había devuelto el espejo. Una mujer joven de ojos azules, nariz fina y boca agradable. Parecía tener veintipocos años. Tenía que preguntarle a Tye… Se quedó dormida.
Se despertó hecha un lío. Tye se había ido a la oficina. ¿En qué trabajaría? ¿Cómo se habría enterado de que estaba en el hospital? ¿Habría quedado con él cuando había tenido el accidente? ¿Habría estado cerca de donde habían quedado y Tye habría ido en su ayuda? Tye…
Dejó de pensar en él cuando una enfermera le llevó el bolso que habían encontrado en su coche. Era de calidad, pero, tras comprobar su contenido, un pintalabios, un colorete y un monedero, no recordó nada.
Durante la semana siguiente, se recuperó bastante. Tanto que el doctor Phipps, que cada vez iba menos a verla, hablaba de darle el alta.
Claire se encontraba mejor, pero todavía le quedaba un largo camino antes de recuperar las fuerzas al cien por cien. Aquello de salir del hospital le producía vértigo. Una parte de ella quería salir y ver el mundo y otra se moría de miedo.
Tye la iba a ver casi todos los días, pero no todos porque a veces tenía que ausentarse de Londres por motivos de trabajo. Hasta entonces, Claire no había sabido en qué lugar del mundo se encontraba.
Tye le había contado cosas, pero no todo. Suponía que porque contarle todo de golpe no era bueno.
Le había preguntado por su trabajo y Tye no había mostrado ninguna reticencia a hablar sobre ello.
–Soy analista financiero y tengo una empresa de consultoría –le había dicho.
Su empresa se llamaba Kershaw Research and Analysis, tenía un equipo de primera trabajando para él y, por lo visto, les iba muy bien.
Claire quiso saber a qué se dedicaba ella y Tye le dijo que, en el momento del accidente, no estaba trabajando, que se había ido de un trabajo y estaba buscando. Claire insistió un poco más, pero él cambió de tema.
–¿Cómo nos conocimos?
Tampoco aquella pregunta obtuvo una respuesta plenamente convincente. Por lo visto, su relación había comenzado con un flechazo. Era lo único que le había contado. El doctor Phipps le debía de haber dicho que no le contara demasiadas cosas.
El domingo estuvo esperando todo el día a que fuera a verla, pero no fue. Claire pensó que estaría trabajando. Al fin y al cabo, era el jefe de la empresa, lo que quería decir que no había fines de semana si había trabajo por hacer.
Una pena porque quería verlo. Además, le iban a dar el alta y no sabía dónde ir. No sabía dónde vivía. Preguntó a las enfermeras y a los médicos, pero ellos tampoco lo sabían o no se lo quisieron decir.
Llevaba un rato sentada en una butaca y decidió volverse a la cama porque le dolía todo el cuerpo.
También había querido saber sobre su familia. Tye le había dicho que sus padres estaban de viaje en América del Norte. Había decidido no llamarlos porque, dado que su falta de memoria no era una cuestión de vida o muerte, no le había parecido bien interrumpir sus vacaciones.
A Claire le pareció bien porque no se acordaba de ellos. Por lo visto, no tenía hermanos, era hija única.
La idea de abandonar la clínica le daba pavor porque allí estaba acompañada por el personal, pero la atormentaba la posibilidad de que otra persona necesitara su plaza.
¿Y dónde iría? No sabía dónde vivía. ¿En una casa? ¿En un piso?
Justo cuando se había empezado a poner nerviosa y estaba rallando la histeria, se abrió la puerta y apareció… Tye.
–¡Cuánto me alegro de verte! –gritó con lágrimas en los ojos.
Avergonzada, apartó la mirada.
–Eh, ¿qué pasa? –dijo Tye yendo hacia ella, sentándose en el borde de la cama y pasándole el brazo por los hombros–. ¿Qué te pasa? –le preguntó agarrándola la cara con la otra mano y obligándola a mirarlo.
Le hablaba con tanta dulzura que Claire sintió que se derretía por dentro.
–El doctor Phipps ha dicho que tengo que volver para un chequeo, pero que me van a dar el alta –gimoteó.
Tye la miró a los ojos.
–Te la dan… mañana –le dijo.
–¿Mañana? ¿Has visto al doctor Phipps?
–He hablado con él por teléfono –contestó Tye sonriente–. ¿Por qué estás tan triste? ¿Por qué lloran esos preciosos ojos azules?
–¡Porque no sé dónde vivo! –confesó dándose cuenta de que cada vez le gustaba más aquella sonrisa.
–Oh, pequeña –dijo Tye abrazándola.
–¿Dónde vivo? –lo instó–. Nadie me lo dice.
Tye no contestó.
–¿Vivo contigo, acaso? –preguntó asustada–. ¿Duermo contigo?
–Sss… –dijo Tye apartándose y levantándose de la cama–. Estás haciendo muchos progresos –le dijo sonriendo de nuevo–, pero aún te queda mucho para poder dormir con nadie. Además, le he prometido al doctor Phipps que, por mucho que me lo pidas de rodillas, no te voy a hacer el amor una vez en casa.
Aquello la hizo reír y tuvo la sensación de que hacía mucho tiempo que no se reía así.
–Tienes una risa preciosa, como tu voz –dijo Tye mirándola como si fuera la primera vez que la oyera reír.
Claire supuso que había pasado mucho tiempo.
–¿Dónde vivimos? –le preguntó.
–En un pueblecito de Hertfordshire –contestó Tye–. El doctor Phipps cree que te vendrá mejor para recuperarte la tranquilidad del campo que el ajetreo de Londres.
–¿También tienes casa aquí?
–Sí, tengo un piso, pero hace poco heredé la casa de mi abuela, Grove House.
–¿He estado en esa casa antes?
Tye negó con la cabeza.
–Va a ser comenzar de nuevo para ti. Allí, no conoces a nadie y nadie te conoce. Así, no tendrás que preocuparte por si has saludado a alguien en la panadería a quien conocías o no –bromeó.
Claire sonrió pensando que no era muy probable que fuera a la panadería así como así porque apenas podía andar sin marearse.
–¿Tu abuela ha muerto?
–Hace unos meses, sí.
–Lo siento. ¿La conocía?
–No –contestó Tye–. Creo que Shipton Ash te va a encantar.
–¿Cómo es?
–Es muy pequeño. Tiene una sola tienda, un bar y unas cuantas casas.
–¿Y voy a estar sola allí? –preguntó preocupada.
–Yo te acompañaré todo lo que pueda –le prometió Tye–, pero no me mires así, dormiremos en habitaciones separadas. Cuando yo no esté, llamaremos a Jane Harris, el ama de llaves de mi abuela, para que vaya a dormir contigo.
–Lo has arreglado todo, ¿verdad? Mientras yo estaba aquí, tú te has ocupado de tenerlo todo listo para cuando saliera…
–Sí, soy un poco egoísta, ya lo sé. Te quería solo para mí –sonrió Tye.
–No eres egoísta en absoluto –dijo Claire–. Has venido a verme casi todos los días…
Debía de ser porque la quería, claro.
–¿Me quieres? –le preguntó de repente–. ¿Te quiero yo a ti? –añadió confusa.
–Me parece que, de momento, será mejor que solo seamos amigos.
–Ah –murmuró Claire–. ¿Quieres que te devuelva el anillo de pedida?
–¡No! –contestó Tye agarrándole la mano al ver que hacía el amago de quitárselo–. No quería decir eso –le aseguró–. Lo que quería decir era que, hasta que estés completamente bien, me parece mejor que nuestro compromiso pase a un plano platónico.
–Un compromiso platónico, ¿eh? –dijo Claire mirándolo a los ojos–. Me gusta la idea –añadió poniéndose en pie.
–Te dejo para que descanses –dijo Tye–. Mañana va a ser un día duro para ti.
–¡Ropa! –exclamó Claire.
–Está todo bajo control –contestó Tye–. Duerme –dijo yéndose.
Claire permaneció despierta un buen rato tras su partida. Miró varias veces el anillo de pedida. Un compromiso platónico. Sonrió. Aquel prometido platónico suyo era agradable, la verdad. Le caía bien.
Quería recuperar la memoria cuanto antes. No solo por ella sino también por Tye. Quería recordar cosas de él y de su relación. Lo que hacían, dónde iban, de lo que hablaban. Quería recordarlo todo, incluso su restaurante preferido.
Recordó lo que había sentido cuando la había tomado en brazos aquel día para conducirla ante el espejo y se encontró queriendo recordar también sus momentos más íntimos.
Sin duda, estando prometidos y viviendo juntos, se acostaban. Sin embargo, no recordaba el más mínimo detalle y Tye no parecía tener prisa ni siquiera por besarla. Por eso, precisamente, era el mejor prometido platónico del mundo. Por primera vez desde el accidente, se durmió con una sonrisa en los labios.
Al día siguiente, lo volvió a ver a las dos de la tarde. Apareció con una maleta en la que había vaqueros, pantalones, camisas y ropa interior. Todo parecía nuevo.
–Esto no es lo que llevaba puesto cuando ingresé, ¿no?
–No –contestó Tye–. La ropa que llevabas quedó destrozada. Además, los médicos la cortaron para saber por dónde sangrabas.
–Se preocuparon mucho por mí, ¿verdad? Me han cuidado muy bien –dijo agradecida.
–Voy a buscar a una enfermera para que te ayude a vestirte –anunció.
Beth Orchard la ayudó a vestirse y Claire se maravilló de lo débil que estaba todavía.
–Es porque ha estado mucho tiempo tumbada –le dijo la enfermera.
Claire dio las gracias a todo el mundo y abandonó la clínica del brazo de Tye. Estaban en octubre y hacía buen tiempo aún. Claire se sintió de maravilla al sentir una ligera brisa en la cara y en el pelo.
Tye andaba lentamente. Para cuando llegaron a su precioso jaguar, Claire estaba exhausta.
Tye la metió dentro en brazos y Claire se lo agradeció. Qué bueno era estar fuera y sentirse un ser humano y no una paciente. Quería verlo todo. En cuanto el coche se puso en marcha, no paró de mirar por la ventanilla. Tal vez, algo le hiciera recordar.
Sin embargo, al poco rato se quedó dormida. Se despertó, miró a Tye, se sonrieron y se volvió a quedar dormida.
Cuando se volvió a despertar, vio un cartel que anunciaba Shipton Ash.
–¡Estamos llegando! –exclamó preocupada–. ¿Va a estar Jane Harris en casa? –añadió sintiéndose repentinamente agobiada.
–Eso espero –contestó Tye muy tranquilo–. Mato por una taza de té.
Claire se sintió mejor al instante.
–Perdón –se disculpó.
Tye se bajó del coche y abrió una gran verja de hierro. Claire observó anonadada el camino jalonado de árboles a ambos lados que llevaba hasta la maravillosa mansión.
Cuando Tye se volvió a meter en el coche y lo puso en marcha, se lo fue a decir, pero…
–A mi madre le encantaban los árboles –dijo mirándolo estupefacta.
–¿Qué recuerdas? –le preguntó él.
–¡Solo eso! He dicho que le encantaban… en pasado –dijo nerviosa–. Tye, me habías dicho que mis padres estaban de vacaciones. ¿Está muerta? ¡Tye, por favor, cuéntame la verdad!
TYE la miró a los ojos.
–Entremos –dijo conduciéndola al interior de la casa.
A Claire le había empezado a doler la cabeza. No sabía de dónde había salido aquel recuerdo, pero allí estaba. Era un hecho: a su madre le encantaban los árboles.
Jane Harris debía de haber oído el coche porque los estaba esperando con la puerta abierta. Era una mujer corpulenta de unos cincuenta años y sonrisa fácil.
Tye las presentó y añadió rápidamente que Claire había tenido un día muy duro y que la iba a acompañar a su dormitorio.
–Sus habitaciones están preparadas –dijo Jane–. ¿Quieren que les suba un té?
–Sí, por favor, Jane –contestó Tye–. No creo que puedas subir sola, así que… –añadió tomando a Claire en brazos como si no pesara nada.
–¡Puedo andar! –protestó ella a pesar de que se sentía cansadísima.
Al sentirse apoyada en su pecho, Claire tuvo la sensación de que algo iba mal, realmente mal.
En cuanto llegaron a su habitación y Tye la había acomodado en la cama, Claire insistió en que le hablara de su madre.
–Háblame de mi madre, Tye.
Tye la miró a los ojos de nuevo y se lanzó.
–Lo cierto es que… no sé nada sobre tu madre.
–¿Cómo? ¿No la conocías?
–No.
–Pero… Me habías dicho que estaban de vacacio… El doctor Phipps y tú os habéis puesto de acuerdo, ¿verdad? Es mejor decirme eso a que mi madre está muerta.
–El doctor Phipps no quería que te preocuparas por nada –contestó Tye–. Sinceramente, creo que ya has tenido bastante por un día. Voy por tu maleta y Jane subirá a ayudarte a ponerte el camisón.
–¿Y si me acuerdo de algo más? –preguntó Claire presa del pánico de repente.
–No me voy lejos, solo al coche –la tranquilizó Tye.
Al momento, llegó Jane con el té.
A Claire le cayó bien la mujer desde el principio. Estaban tomándose una taza y tuteándose ya cuando llegó Tye con la maleta.
–Os dejo para que…
–No te vayas… –lo interrumpió Claire sintiéndose perdida sin él–… todavía.
Tye sonrió.
–No tengo prisa por volver a Londres, tranquila.
Mientras Jane deshacía la maleta, Claire se fue quedando dormida sin darse cuenta. Se despertó al poco con la cabeza dándole vueltas. A su madre le gustaban los árboles y estaba muerta.
Cuando volvió Jane con la cena, estaba exhausta de tanto pensar. Intentó tomarse el guiso que el ama de llaves le había preparado, pero apenas tenía apetito. De repente, tuvo la desagradable sensación de que estaba molestando a todo el mundo.
Pensó en, por lo menos, bajar la bandeja a la cocina, pero, en ese momento, volvió el ama de llaves.
–¿No tienes hambre? –le preguntó observando lo delgada que estaba–. Me parece que va a ser inútil intentar hacer que engordes.
–Lo siento –se disculpó Claire dándose cuenta de que, definitivamente, era una mujer delgada–. Estaba muy bueno.
–Voy a bajar la bandeja, recojo y me voy –anunció Jane–. ¿Quieres algo?
–¿No te quedas a dormir? –preguntó Claire alarmada.
–Tye está aquí –la tranquilizó arropándola–. No te preocupes por nada. Es normal que te sientas insegura de vez en cuando, pero te vamos a cuidar y te vas a poner bien –le aseguró.
Claire consiguió controlar el ataque de pánico y sonrió.
–Además de cocinera con tres estrellas michelín, eres una maravillosa enfermera –le dijo.
–Una enfermera con mucha experiencia y una cocinera normalita –rio Jane.
–¿Eres enfermera de verdad?
–Sí, lo tuve que dejar por una lesión de espalda, pero me encantaba –contestó Jane–. Entonces, dio la casualidad de que la señora Kershaw estaba buscando un ama de llaves con conocimientos de enfermería. Entonces, no estaba enferma, pero era delicada y tenía una úlcera –sonrió–. Ya estoy hablando demasiado, como de costumbre.
En cuanto Jane salió de su habitación, Claire se dio cuenta de que estaba agotada. No había hecho mucho, pero no podía con el cansancio que la embargaba.
Se despertó sobresaltada al notar una presencia en la habitación. Efectivamente, era un hombre y estaba inclinado sobre la cama.
–¡Fuera! –exclamó con las pocas fuerzas que tenía–. ¡Cómo se atreve a entrar! –gritó levantándose de la cama.
–Cariño, soy yo.
Al reconocer la voz de su prometido, se tranquilizó.
–Oh, Tye –sollozó avergonzada–. No sabía que eras tú –añadió sentándose en el borde de la cama agotada.
Tye se sentó a su lado y la abrazó.
–Estás bien, querida. Yo estoy contigo. Nada ni nadie te va a hacer daño –la tranquilizó.
–¿Me han hecho daño? ¿Un hombre, acaso? –le preguntó con los ojos turbados.
–No lo sé –contestó Tye.
–El doctor Phipps me explicó que la amnesia puede ser por el accidente, pero también porque mi cerebro no quiera recordar adrede, porque se haya bloqueado como sistema de protección.
–Eso tengo entendido.
–¿Te lo ha dicho él?
–Claro, le dije que quería saberlo todo.
Claire lo creía. Tye parecía de ese tipo de personas. Suspiró y se dio cuenta de que estaba temblando. Él también debía de haberse dado cuenta porque la estaba abrazando más fuerte.
Cuando los demonios del pasado la abandonaron, Claire se dio cuenta de que solo llevaba un camisón casi transparente y de que un tirante se le había bajado. Se apartó avergonzada.
–Te estás quedando fría –dijo Tye sonriendo.
Claire se sonrojó al darse cuenta de que tenía los pezones erectos.
–Lo siento –dijo porque no sabía qué decir.
Se miraron a los ojos.
–Bueno, al menos vas teniendo mejor color –bromeó Tye y Claire creyó entender por qué se había enamorado de él–. Será mejor que volvamos a la cama porque son casi las doce de la noche.
Se quedó con ella un buen rato, sentado en una silla junto a su cama y dándole conversación.
–Jane cocina bien, ¿verdad? –comentó Tye.
–Sí, el guiso que me ha preparado para cenar estaba delicioso. Lo bueno de los guisos es que los puedes dejar hechos y, si tienes un día ajetreado, al llegar a casa tienes la cena lista –contestó Claire–. ¿Cómo lo sé? ¿Solía cocinar?
–Siempre fuiste algo más que una cara bonita –dijo Tye–. ¿Te importa que me vaya a la cama?
–Claro que no.
–Si me necesitas, estoy al otro lado del pasillo –la informó–. Voy a dejar la puerta abierta, así que si quieres me llamas y…
–Oh, Tye, lo siento, soy una lata, ¿verdad? Supongo que estarás deseando volver a Londres…
–¿Cómo iba a querer volver a Londres teniendo a mi chica aquí?
¿Era su chica? Bueno, eso la dejaba más tranquila.
–Estoy al otro lado del pasillo, ¿eh? –le recordó.
–¡Tye! –lo llamó cuando él ya estaba en la puerta–. ¿Me das un beso?
–Yo…
–¡Perdón! –se apresuró a disculparse–. ¡Dios mío, me paso el día pidiendo perdón! Es que no me acuerdo de cómo besas y…
–Te mueres por que te bese, claro –bromeó haciéndola reír–. ¿Me prometes no abalanzarte sobre mí?
–Se lo prometo, capitán –bromeó Claire también cuadrándose.
Tye se acercó y le dio un beso de lo más casto y dulce en los labios.
–¿Bien? –preguntó Tye.
Claire, con el corazón acelerado y deseosa de, efectivamente, abalanzarse sobre él y rogarle que la besara de manera no tan casta y dulce, no se había sentido tan bien en la vida.
–Sí –contestó sinceramente–. Buenas noches, Tye.
–Que duermas bien –dijo él saliendo de su habitación.
Y durmió bien, sí, pero se despertó pronto. Se sentía muy bien, el cuerpo no le dolía y la cabeza no le daba vueltas. Entonces, ¿qué hacía en la cama?
Aún no había amanecido y Claire tuvo la sensación de que su vida era ajetreada. Le parecía completamente fuera de lugar quedarse en la cama cuando podía levantarse y hacer algo de provecho.
¿Pero qué? Nada. Además, tenía que recuperar fuerzas. ¿Y esperar un par de horas a que Jane le subiera el desayuno?
Pensó en Tye, que estaba al otro lado del pasillo, y se preguntó cuánto tiempo haría que nadie le subía el desayuno a la cama. ¿Se lo subiría ella normalmente? ¿Después de hacer el amor, quizás?
Intentó no pensar en ese tipo de cosas, pero se sonrojó al recordar el beso de la noche anterior.
Se levantó decidida a moverse un poco. Para empezar, decidió darse un baño sola, algo que no le habían permitido todavía. Puso el tapón y abrió los grifos. Solo eso la dejó sin fuerzas y tuvo que sentarse en un taburete mientras la bañera se llenaba.
Cinco minutos después, estaba metida en el agua muy orgullosa de sí misma. Adiós a los días en los que alguien la tenía que acompañar a bañarse. Lo había conseguido sola. No tenía que haber esperado a Jane.
Se enjabonó y se dio cuenta de que todavía tenía algunos moratones. Pensó que había tenido mucha suerte de no haberse roto nada en el accidente. Se enjuagó y se quedó un rato con los ojos cerrados, pensando…
Pensó en su madre y se preguntó qué habría sido de su padre. ¿Su madre habría muerto hacía poco o hacía mucho? ¿Se habrían querido sus padres? ¿Estarían divorciados por el contrario? Darle vueltas a aquel tema no le iba bien. Le estaba empezando a doler la cabeza. Había una barrera y no podía sobrepasarla.
Se puso a pensar en su reacción cuando se había despertado y se había encontrado a Tye en su habitación. Probablemente, había ido a ver si estaba dormida. Pobrecito, él todo preocupado y ella gritándole.
¿La habría atacado un hombre? No quería saberlo. Por una vez, se alegró de estar amnésica.
Salió de la bañera y, en lugar de aterrizar sobre los pies en el suelo, lo hizo con todo el cuerpo. Se había desplomado sin darse cuenta. Su cuerpo, obviamente, estaba exhausto.
Se quedó allí unos minutos, recuperando fuerzas y, por fin, pudo sentarse. Todavía se tenía que secar…
En ese momento, oyó que abrían la puerta de su dormitorio. Estupendo, había llegado Jane. Pero no era de Jane la voz que oyó.
–No me parece muy buena idea que te hayas metido en el baño sola –dijo Tye desde el otro lado de la puerta.
–¡Ni se te ocurra entrar! –le advirtió.
–¿No te habrás mareado?
–¡Yo nunca me mareo! –mintió.
–Has estado enferma –le recordó.
–¡Sí, pero ya no lo estoy y quiero que te vayas!
¿Por qué lo estaba tratando tan mal? Tye no había hecho más que desvivirse por ella. No se merecía semejante trato. Además, no era cierto que estuviera bien del todo.
–¿Sigues ahí? –preguntó avergonzada.
–Me voy a quedar aquí hasta que salgas de la bañera.
–Ya estoy fuera de la bañera.
–¿Estás bien?
–Pues claro –contestó Claire intentado ponerse en pie. Las piernas se le doblaban–. ¿Está… Jane por ahí? –preguntó intentando sonar natural, pero con lágrimas en los ojos.
No llegaron a resbalarle por las mejillas porque la impresión de ver a Tye abriendo la puerta del baño la dejó paralizada. Lo miró fijamente mientras tomaba una toalla y se la colocaba sobre los hombros.
Avergonzada, intentó taparse los pechos, pero él ni la miró.
–¿Hoy viene Jane? –insistió.
–Sí, pero más tarde. Hasta entonces, vas a tenerte que conformar conmigo –contestó Tye–. No te muevas. Ahora vuelvo.
En un abrir y cerrar de ojos, había vuelto con más toallas.
–Haz como si fuera tu mejor amiga –dijo quitándole la toalla mojada y envolviéndola en otra.
La tomó en brazos y la llevó al dormitorio.
–Me siento como una idiota –dijo con lágrimas de nuevo en los ojos.
–No me irás a llorar en el hombro, ¿eh?
–¿Por quién me tomas?
–Por una mujer adorable –contestó Tye sentándola en el borde de la cama–. Por una mujer adorable que está intentando desenvolverse lo mejor que puede en un mundo que le resulta extraño.
–¡Oh, Tye! –sollozó–. Perdona por haberte hablado así antes. No me puedo creer que esté tan débil…
–Has sufrido un grave accidente. No esperamos que te pongas a hacer aerobic nada más salir del hospital –la tranquilizó secándole la espalda–. ¿Estás cansada?
Claire asintió.
–Métete en la cama –le dijo arropándola.
–Eres muy especial –consiguió sonreír antes de cerrar los ojos.
–Tú, también –le oyó decir a lo lejos.
Se despertó y se encontró desnuda. ¿Qué había pasado? ¿Y su camisón? ¿Qué hacía allí aquella toalla? Su cerebro le recordó lo que había sucedido.
Decidió levantarse y vestirse, pero, como si le hubieran leído el pensamiento, llamaron la puerta.
–¡Pasa!
Se avergonzó al ver que era Tye.
–¿Qué hora es? –le preguntó.
–Las diez y pico –contestó–. ¿No quieres…?
–¿No deberías estar trabajando? –lo interrumpió sintiéndose culpable por mantenerlo alejado de sus obligaciones.
–Es lo bueno que tiene ser el jefe, ¿sabes? –contestó Tye sentándose en el borde de la cama–. Me puedo tomar un día libre si quiero.
–¡Pero el trabajo se resentirá! –protestó Claire pensando que era encantador.
–No, claro que no –le aseguró–. He instalado un despachito en la biblioteca de mi abuela y ya está.
Claire lo miró en silencio. Le había dicho que su abuela había muerto y, de repente, sintió pena por él porque estaba segura de que la quería mucho.
Alargó la mano para tocarlo y, al hacerlo, se le cayó la toalla.
–¡Oh! –exclamó tapándose con las sábanas–. ¿Es que no me queda vergüenza? Debe de ser que se me ha acabado en el hospital, con todos esos médicos y enfermeras que me han visto desnuda…
Tye sonrió.
–Sí, estás hecha toda una sinvergüenza –bromeó–. Por eso te sonrojas tan a menudo, ¿verdad? ¿Qué va a ser lo siguiente que hagas?
Claire sabía que se estaba refiriendo a su incursión a solas en el baño.
–Lo siento, no debería haberme metido en el baño sola y…
–¿Cómo? ¿Y mi maravilloso rescate qué?
Claire sintió que se volvía a sonrojar.
–¿Siempre me he sonrojado tanto? ¿Incluso antes de acostarnos? –preguntó sonrojándose todavía más al darse cuenta de lo que acababa de decir.
Tye se quedó mirándola perplejo, pero sonrió.
–Siempre has sido una delicia –contestó–. El doctor Phipps ha dicho que te tomes las cosas con tranquilidad y que esta tarde intentes andar por el pasillo diez minutos –añadió muy serio.
–¿Has hablado con él?
–Por supuesto –contestó Tye–. Para contarle que habías recordado que a tu madre le gustaban los árboles y que te asustaste cuando entré en tu habitación anoche.
Claire suspiró.
–No quiero ocasionarte más molestias.
–¡Bien! ¿Eso quiere decir que me vas a obedecer en todo? –sonrió.
–¡Ni en sueños! –rio Claire haciéndolo reír a él también–. Creo que me voy a levantar.
–¿Te traigo algo de ropa?
–Sí, gracias, me voy a vestir.
–Mejor será –dijo Tye abriendo un cajón y sacando su ropa interior. Además, le llevó un pantalón y una camisa–. ¿Te ayudo? –dijo mirándola picarón con las braguitas y el sujetador en la mano.
–¡Todavía me queda algo de vergüenza! –sonrió Claire.
–Bueno, entonces, creo que no me queda más remedio que bajar a hacer el desayuno –suspiró y se fue.
Claire se quedó mirando la puerta y se dio cuenta de que había muchas cosas sobre sí misma que no sabía. Se miró la mano en la que lucía el anillo de pedida y, aunque no recordaba haber querido a Tye Kershaw, se dijo que era un hombre al que no le extrañaba haber amado.
Tardó un buen rato en vestirse, pero se sintió orgullosa de sí misma, de verse en pie y fuera de la cama, donde no tenía intención de volver en un buen rato.
El desayuno resultó ser casi un brunch.
–¿Me estás cebando? –protestó cuando Tye le llevó beicon, huevos, judías y pan.
–Te recuerdo que esta tarde tienes un maratón –bromeó.
Eran casi las tres cuando volvió a aparecer por su habitación.
–¡Ya puedo yo sola! –le aseguró.
–Ya lo sé.
–¡Te estoy entreteniendo y quitando tiempo de trabajo!
–Lo tengo todo en el ordenador, ya lo haré esta noche.
–¿Sé manejar un ordenador? –le preguntó.
–Como todo el mundo hoy en día –contestó Tye–. Vamos, ha llegado el momento de moverse un poco.
Recorrieron el pasillo arriba y abajo unas cuantas veces y para ella fue, efectivamente, un maratón.
–Si sigues así de bien, sin forzar, tal vez podamos dar un paseo fuera a finales de esta semana –le prometió.
–¿Hoy es martes?
–Sí –le confirmó Tye.
–¿El viernes, entonces?
–Si te portas bien, sí –contestó Tye muy sonriente.
Claire quería seguir andando un poco más, pero Tye insistió en que no lo hiciera y ella obedeció. Había sido suficiente para un día.
La dejó en su habitación, sentada junto a la ventana. Desde allí, vio llegar a Jane y, al poco rato, estaba a su lado con una bandeja de sándwiches y té.
–Una pequeña merienda para que aguantes hasta la cena –le dijo.
–¡Menudo complot tenéis montado entre los dos! –bromeó Claire, que todavía estaba llena del brunch.
Jane se rio.
–Has perdido peso en el hospital, ¿sabes? ¿Te apetece que te haga algo especial para cenar?
–¿Te vas a quedar unas horas?
–Sí, y mañana voy a venir antes. A las nueve de la mañana o así, después de pasear al perro de mi vecino.
Cuando Jane se fue, Claire se dio cuenta de que Tye le debía de haber contado lo ocurrido y le debía de haber pedido que fuera antes para ayudarla en el baño.
Se puso a pensar en él, en lo paciente que era, en lo poco que le pedía. La había visto desnuda y, sin embargo, le pedía a Jane que la ayudara en el baño. Se sonrojó al pensar que en el pasado incluso podía ser que se hubieran bañado juntos.
No lo recordaba. Intentó hacer memoria, pero no logró nada. Todo el mundo le decía que se tranquilizara, que iría recordando, pero no era así. ¿Cómo iba a tranquilizarse?
Se puso nerviosa y se levantó de la butaca. No podía más de tener el cuerpo débil y la mente en blanco. Fue hacia la puerta sin saber dónde iba a ir, pero sintiendo la imperiosa necesidad de salir de su dormitorio so pena de volverse loca.
Vio la escalera y, poco a poco, fue bajándola.
«¡Por Dios, parece que tengo cien años en lugar de veinti…», pensó.
¿Veinti cuántos? Ni siquiera lo sabía.
Cuando le quedaban tres escalones, se apoyó agotada en la barandilla de madera. Le dolía todo el cuerpo, pero se dijo que debía mantenerse optimista. No había hecho ruido, así que, ¿qué hacía Tye mirándola allí abajo?
–¿Qué demonios haces? –dijo yendo hacia ella y agarrándola.
–¡No! –gritó–. ¡Quiero hacerlo yo sola!
Tye la miró malhumorado y exasperado, pero dio un paso atrás.
Claire reunió las pocas fuerzas que le quedaban y, apoyándose con fuerza en la barandilla, consiguió llegar abajo.
Levantó la vista del suelo y sintió que la embargaba la adrenalina. ¡Lo había conseguido! Le pareció ver que Tye estaba admirado aunque no quisiera admitirlo.
–¿Ahora sí? –le dijo.
Le estaba preguntando si le dejaba ayudarla ya. La otra alternativa era caerse de bruces al suelo.
–Ahora sí –contestó riendo triunfal.
Tye se acercó, la tomó en brazos y la llevó al salón, donde la dejó en un sofá.
–¿Qué voy a hacer contigo?
–No te enfades –le suplicó–. Estaba… –se interrumpió avergonzada de contarle sus preocupaciones. Ya tendría él bastante con las suyas.
–¿Sí?
–Necesitaba salir de mi habitación. Me estaba volviendo loca –dijo con voz trémula–. Intenté recordar, pero… nada.
–Oh, cariño –murmuró Tye sentándose a su lado–. Me siento impotente por no poder ayudarte. Lo único que te puedo decir es que el doctor Phipps cree que tienes muchas posibilidades de ir recobrando la memoria en breve.
–Eso espero.
–Ya verás como sí –dijo Tye cambiando de tema–. Lo has hecho muy bien con las escaleras. ¿Lo vas a repetir? –bromeó.
A Claire le encantaban sus bromas y su sentido del humor y se encontró pensando que podría enamorarse de aquel hombre.
–Por supuesto –contestó–. ¿Te importa que me quede aquí un rato?
–Claro que no. Comprendo que el cambio de aires te viene bien.
–Tú vuelve a trabajar.
–¡Eres una negrera! ¡Menos mal que no trabajo para ti!
Claire sonrió.
–¿Seguro que estás bien si te dejo un rato?
–Seguro.
–Si pones los pies en alto y descansas un rato, puede que te permita cenar en el comedor.
Claire se quitó los zapatos, se tumbó en el sofá y cerró los ojos. A los pocos segundos, abrió uno y vio que Tye la observaba. Sonrió y se fue.
La cena fue agradable. Claire se empeñó en caminar hasta el comedor y lo consiguió. Le dio un tremendo placer sentarse a una mesa. Hacía tiempo que no lo hacía.
–¿Conozco a tu familia? –le preguntó.
–Conoces a Miles, mi hermanastro, pero no a Paulette, su exuberante mujer.
–¿Y a tus padres?
–Mi madre se fue de casa cuando yo era pequeño y apenas la recuerdo.
–¿Te crio tu abuela? –aventuró.
–Viví con ella entre semana y los fines de semana, con mi padre. Cuando se volvió a casar, quiso que me fuera a vivir con él y su nueva esposa.
–¿Le fue bien en su segundo matrimonio?
–Sí. Anita es un poco mayor que él y tiene un hijo diez años mayor que yo, pero a mí siempre me ha tratado como si también lo fuera.
–¿Os lleváis todos bien?
–Muy bien.
–Qué bonito –sonrió Claire–. Así que todos erais felices, incluida tu abuela.
–Bueno, yo no diría tanto.
–¿Y eso?
–Ya sabes, pasa hasta en las mejores familias. A la abuela no le caía muy bien Anita.
–Ah –murmuró Claire no queriendo preguntar los detalles de lo que suponía un tema espinoso–. ¿Y no tienes más hermanos? ¿Tienes alguna herm…? –se interrumpió de repente.
–¿Qué te ocurre?
–Nada, nada, estoy bien… Tye, ¿tengo una hermana?
Lo miró a los ojos. Necesitaba saberlo. Tye no contestaba.
–¿Por qué lo preguntas?
–Porque creo que la tengo –contestó Claire–. Acabo de ver a dos niñas, una mayor que la otra, en la playa. La pequeña se hizo una herida en el pie y… ¡Tye, tengo una cicatriz en el pie!
–Sí, lo sé, te debieron de dar un par de puntos.
–¿Tengo una hermana? –insistió–. ¿Alguien que se preocupe por mí?
–Claro que sí cariño –contestó Tye agarrándole las manos–. Yo me preocupo por ti –la tranquilizó.
OH, TYE –sollozó Claire. Era un gran alivio oírle decir que se preocupaba por ella, pero necesitaba saber más–. ¿Tengo una hermana? –insistió.
–No lo sé –contestó Tye tras mirarla en silencio–. No sé si tienes una hermana.
–¿Nunca te dije si tenía una hermana?
–No.
A Claire le pareció raro.
–Tal vez, no sé, mi familia no se llevaba bien y por eso no te hablaba mucho de ella –dijo intentando buscar una respuesta.
–Podría ser –murmuró Tye–. De todas formas, vas recordando cosas. Eso es bueno –sonrió.
–Ojalá el proceso fuera un poco más rápido –dijo llorando de nuevo–. Me voy a ir… a la cama –añadió agotada y desanimada.
Tye miró el plato de Claire, que estaba a medias, pero no insistió para que terminara de cenar. Aceptó que hubiera perdido el apetito y la dejó partir.
–Muy bien, vamos, amor mío –dijo levantándose.
La tomó en brazos sin que Claire se opusiera. No se encontraba con fuerzas para subir las escaleras, la verdad.
–Te prometo que mañana me voy a portar mejor –dijo en la puerta de su dormitorio sintiéndose culpable.
–No tengas prisa por hacer promesas. A lo mejor, mañana no las cumples –le advirtió él.
Claire se rio. Le gustaba su sentido del humor.
–¿Quieres que me quede?
Claro que quería. Le gustaba tenerlo cerca, le caía bien y, además, se sentía más segura. Sin embargo, recordó que le había dicho que trabajaría por la noche. Ya le había robado bastante tiempo.
–No, no –contestó–. Estoy bien, de verdad.
Tye la miró y asintió.
–Bien, pues te dejo para que te acuestes. Vendré a verte dentro de poco.
Claire se quedó un buen rato sentada en la butaca después de que Tye se hubiera ido. Pensó en él, en su bondad y en su paciencia y no se extrañó de haberse enamorado de él. La prueba de que él también estaba enamorado de ella la tenía en el dedo. ¿Seguiría enamorado de ella?
No se lo había dicho. De hecho, si no se lo hubiera pedido ella, no la habría besado. Y había sido un beso de lo más casto, no un beso apasionado. Pero, bueno, ¿y de qué se quejaba? ¿No tenía suficiente en la cabeza como para, además, querer complicarse más con una relación sentimental?
Volvió a recordar el beso y lo que le hizo sentir y se dio cuenta de que una parte de ella habría preferido un beso más ardiente. Incómoda, se levantó de la butaca, pero lo hizo demasiado aprisa y la habitación le dio vueltas.
Se agarró a la cama para no caerse y se sintió frustrada. Instintivamente, supo que no estaba acostumbrada a estar enferma y débil.
Se fue al baño decidida a lavarse los dientes y ponerse el camisón sin ayuda. Una vez en la cama, muy orgullosa por haberlo conseguido, se dijo que iba a recuperarse pronto y que tenía que animarse.
En ese momento, llamaron a la puerta y sonrió sabiendo que era Tye.
–¿No estás durmiendo todavía? –dijo asomando la cabeza.
Qué ridículo era ponerse tan contenta por verlo. Bajó la mirada.
–Creo que he dormido tanto que no voy a tener sueño hasta Navidad –contestó.
–Es parte del proceso de curación –comentó Tye acercándose a la cama–. ¿Necesitas algo?
Ojalá se sentara y se quedara un rato charlando con ella, pero era obvio que había terminado de trabajar y quería irse a dormir.
–No, gracias –contestó.
–¿Te has tomado las pastillas?
–He decidido no tomar más –le informó.
Tye la miró muy serio.
–Ya –dijo–. ¿No vas a cambiar de opinión?
–No –le contestó muy resuelta.
–¿Quieres que hablemos de ello? –preguntó Tye sentándose como si tuviera todo el tiempo del mundo.
Claire se sintió culpable. Había tenido un día muy largo y debía de estar deseando irse a la cama. Sabía que lo mejor sería decirle que no había nada de lo que hablar y tomarse las pastillas, pero una vez que tomaba una decisión no se echaba atrás.
–Ya casi no me duele la cabeza –le explicó–. Y la otra pastilla, el tranquilizante, prefiero no tomarla porque no quiero estar todo el día atontada. Quiero estar alerta por si me acuerdo de algo, no quiero tener el cerebro dormido. Así es imposible recordar.
Tye la miró, sonrió y la agarró de la mano.
–Me parece razonable, pero…
–¿Pero? –dijo Claire tragando saliva.
–Pero es un poco tarde para llamar al doctor Phipps y preguntarle si está de acuerdo con nosotros.
Claire lo miró asombrada.
–¿Por qué lo vas a llamar?
–Porque es el que sabe, el que te ha puesto el tratamiento y el que debe interrumpirlo cuando te vea repuesta, ¿no crees? ¿Qué pasa si lo interrumpimos nosotros y destrozamos todo lo que habías conseguido hasta ahora? ¿Qué diría el doctor Phipps?
–Eh…
No sabía qué decir, sobre todo porque aquel «nosotros» le había llegado al alma y le impedía pensar con claridad.
–No hace falta que lo llames –cedió por fin.
Tye le apretó la mano, sonrió y se levantó. Se cercioró de que tuviera agua en la mesilla para tomarse las pastillas y se dirigió a la puerta.
–Jane vendrá pronto mañana por la mañana.
Al darse cuenta de que lo que le estaba diciendo era que no se bañara hasta que llegara el ama de llaves, Claire le sacó la lengua.
–Buenas noches –Tye sonrió al salir de la habitación y la dejó con el corazón acelerado.
Claire se tomó las pastillas y se quedó dormida casi inmediatamente.
Tuvo pesadillas y se despertó muy pronto. Por lo visto, los demonios del pasado la perseguían. Todavía era de noche. Se incorporó y encendió la luz. La habitación quedó iluminada, pero seguía sintiendo una opresión oscura en su interior.
Tenía la respiración acelerada y miedo. ¿De qué? No tenía ni idea.
¡Tye! Estaba a punto de levantarse para ir a buscarlo cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo y pudo recobrar el control.
Ya le había dado bastante la lata. Tenía que dejarlo dormir. Dejó la luz encendida un rato para calmarse por completo y se encontró pensando en él.
Preguntándose de nuevo si seguiría enamorado de ella. Le había dicho que prefería que su compromiso permaneciera en un nivel platónico hasta que se hubiera recuperado y solo la había besado porque ella se lo había pedido.
¿Y si ya no la quería? No parecía desearla, desde luego. La había visto desnuda y ni se había inmutado.
¿La habría deseado al verla en el baño? No era que ella lo deseara a él, por supuesto, pero le habría parecido normal que hubiera hecho amago de acariciarla o algo.
¿Se habría hartado de hacer el amor con ella? Recordó la sonrisa picarona con la que le había dicho que le había prometido al doctor Phipps que no le haría el amor aunque se lo suplicara.
Se dijo que así era mejor, pero, aun así, se sentía un poco decepcionada porque el hombre con el que estaba prometida se pudiera contener tan fácilmente.
Se preguntó cuándo estaría completamente curada. ¿Tenía una hermana? Se angustió. Sabía que su madre estaba muerta, pero, ¿y su padre? Tenía que tener algún pariente en algún sitio. ¿Y quién era aquel hombre en la oscuridad, aquel que tanto la asustaba y que la había hecho gritar cuando había visto a Tye en su habitación?
Estuvo despierta un buen rato más, pero, al final, acabó calmándose y se volvió a dormir.
Cuando Tye llamó a su puerta por la mañana, estaba profundamente dormida. Abrió los ojos y lo vio entrar con una bandeja, así que se incorporó.
–¿Has pasado una mala noche? –aventuró observando las ojeras que tenía.
–No –dijo viendo que Tye estaba mirando la lámpara, que todavía estaba encendida.
Era absurdo negarlo, pero no quería preocuparlo.
–Hoy voy a tener un buen día –le dijo.
–Uy, uy, eso no me suena bien. ¿Debería empezar a preocuparme? –bromeó Tye.
–En absoluto. Tú vete a trabajar y olvídate de mí.
–Eso es imposible, cariño. ¿Verdad que te vas a tomar un buen desayuno para empezar bien ese maravilloso día que vas a tener?
–Eh… –contestó Claire.
Lo cierto era que no tenía hambre, pero debía comer. Al fin y al cabo, no quería que Tye se preocupara, ¿verdad?
–Sí, tengo mucha hambre –mintió.
–Tómate el té y duerme un poco más –le aconsejó Tye antes de salir.
Claire se tomó el té, pero no se volvió a dormir.
Le hubiera gustado probar a bañarse sola, pero después del espectáculo del día anterior decidió que era mejor no hacerlo.
Era cierto que tenía más fuerzas que el día anterior, pero se sentó junto a la ventana esperando a que llegara Jane.
El ama de llaves la ayudó a bañarse y le llevó el desayuno a la cama. Claire pensó que Tye se habría ido a Londres, pero Jane le dijo cuando fue a recoger la bandeja del desayuno que estaba trabajando en la biblioteca.
Claire se preguntó si el brinco que le había parecido que daba su corazón al enterarse de que Tye estaba en casa sería parte del amor que había sentido por él antes del accidente o solo alegría porque se sentía más segura con él cerca.
Decidió no darle vueltas y aceptar las cosas como llegaban. Quería hacer muchas cosas y no estaba dispuesta a estar todo el día en su habitación.
En silencio para no molestar a Tye y con cuidado pues sabía que no estaba totalmente recuperada, comenzó a bajar las escaleras.
Al llegar al final, descansó un poco y fue en busca de la cocina. Tras andar por el pasillo y abrir un par de puertas, la encontró. Allí estaba Jane, que se quedó mirándola boquiabierta.
Claire sonrió.
–Ya iba siendo hora de que hiciera algo, ¿no?
–Pero si no está recuperado del todo… –protestó el ama de llaves–. Precisamente, te estaba preparando un café –añadió.
Claire se lo tomó en la cocina con ella. La antigua enfermera era una mujer de lo más amable y Claire se animó a pedirle que, por favor, la dejara hacer algo útil.
Se sintió muy feliz el rato que estuvo pelando patatas para la cena, pero aquello se terminó pronto, así que anunció su intención de ir a dar un paseo.
–Voy contigo –contestó Jane.
–¿Te importa si voy sola? –dijo Claire–. Lo necesito.
–Muy bien –contestó Jane entendiéndola a la perfección–, pero ponte mi abrigo.
Claire se lo puso para darle gusto y salió. Sabía que no iba a llegar muy lejos, pero la llenaba de felicidad estar fuera.
Tomó aire y miró a su alrededor. Se maravilló de ver que, aunque estaban en octubre, casi en invierno, las rosas seguían en flor.
Las miró fascinada. En su casa… ¡Oh! ¿En su casa qué? Nada. Se le había ido. Había estado a punto de recordar algo, pero se le había ido. Cansada, se apoyó en una de las paredes de la casa para descansar.
El sol de la mañana le daba en la cara y cerró los ojos para intentar recordar algo más. Su casa estaba en Londres con Tye, ¿no? ¿Tendrían jardín allí? ¿Habría rosas? Nada, no recordaba nada.
Comenzó a dolerle la cabeza. Se apartó de la pared y se acercó a las rosas. Estuvo varios minutos tocándolas y oliéndolas para ver si, así, recordaba algo. Nada, por mucho que lo intentara no lo conseguía.
Decepcionada, se dio la vuelta y se dirigió a la casa. A medio camino, levantó la vista y contuvo la respiración. Tye la estaba observando desde una de las ventanas. ¿Cuánto tiempo llevaría mirándola?
–¡Me gusta tu abrigo! –dijo abriendo la ventana.
–¡No te lo pienso regalar! –sonrió Claire observando la prenda que le estaba varias tallas grande.
Cuando entró en la cocina, Jane estaba preparando unos sándwiches y una ensalada para comer.
–Tye me ha pedido algo ligero, pero si tú quieres algo más no hay problema.
–No, no, un sándwich está bien –contestó Claire saliendo de la cocina.
Se prometió subir las escaleras sola aquella tarde, pero, de momento, se dirigió al salón. Allí, de repente, se sintió desanimada. ¿Recuperaría algún día la memoria? No era fácil vivir así.
Jane le llevó la comida en una bandeja.
–¡No deberías haberte molestado! –le dijo–. Ya hubiera ido yo por ella.
–No pasa nada –contestó el ama de llaves sonriente–. A Tye también se la he llevado a la biblioteca. Me voy a ir a comer a casa y volveré dentro de un par de horas –anunció.
Claire supuso que Tye iba a comer delante del ordenador, pero no fue así. Se abrió la puerta y apareció sonriendo.
–¿Qué te he hecho para que no quieras comer conmigo? –bromeó.
–Creí que estabas trabajando –contestó Claire.
–¿Te vienes a la biblioteca conmigo? –le dijo agarrando su bandeja.
Claire lo siguió encantada.
La biblioteca era más grande de lo que se la había imaginado y sus estanterías, que cubrían las paredes del suelo al techo, estaban repletas de libros nuevos y antiguos.
–¡Guau! –exclamó–. Menuda biblioteca.
–Sí, a mi abuelo le gustaba coleccionar libros –le explicó Tye abriendo la puerta de su moderno despacho.
Dejó la bandeja de Claire junto a la suya en la mesa y le puso una silla para que se sentara. Cuando lo hizo, se sentó a su lado y tomó un sándwich.
–Ya me he dado cuenta de que has bajado las escaleras tú solita y me apuesto el cuello a que tienes intención de subirlas igual, lo que me hace preguntarte: ¿Qué tal van tus planes de portarte bien?
A Claire le encantaba su sentido del humor. Le hacía olvidar por unos segundos la gravedad de su situación.
–Te quería preguntar una cosa –dijo–. ¿Tenemos rosas en tu… en nuestra… en la casa de Londres?
–¿Por qué? ¿Has recordado algo? –dijo Tye alerta.
Claire negó con la cabeza.
–He salido fuera y, al ver las rosas, he tenido la sensación de que iba a recordar algo, pero se me ha ido –suspiró apenada–. De verdad, creo que debería dejar de tomar las pastillas.
–Das por hecho que son tranquilizantes. ¿Y si no lo son? ¿Qué tal tienes la cabeza?
Tenía un dolor impresionante, pero no se lo iba a decir. Tomó un sándwich, aunque no tenía demasiado apetito, y le dio un mordisco.
–Jane hace unos sándwiches buenísimos –comentó.
Tye la miró con dulzura.
–Tye, ¿te sigo importando? –le espetó–. Quiero decir, sé que te preocupas por mí, me estás cuidando a las mil maravillas, pero, ¿me sigues amando? –añadió arrepintiéndose, al ver que no contestaba, de habérselo preguntado–. Perdona, te he puesto en un compromiso –dijo apartando la mirada.
–No, en absoluto –dijo Tye pasándole el brazo por los hombros–. ¿Quién no te iba a amar conociéndote, mi vida? –añadió en tono alegre–. ¡Venga, cómete el sándwich! –le ordenó haciéndola reír.
Aquella noche, ya metida en la cama, Claire reflexionó que, a pesar del terrible dolor de cabeza que la había obligado a seguir tomándose las pastillas, había sido un buen día. Un día espléndido, en realidad. Había subido y bajado las escaleras ella sola dos veces.
Después de comer, había subido a dormir la siesta y, horas después, había bajado para cenar con Tye.
La velada había resultado muy animada. Habían hablado de todo, menos del accidente, de su familia y de su amnesia. Además, no había mencionado ni por asomo nada que hubieran hecho juntos en el pasado.
Lo cierto era que a Claire no la habría molestado que le hubiera descrito algunos episodios. Seguramente, le habría ayudado a recordar, pero, dado que había prometido portarse bien, no había dicho nada y había decidido que todo le parecía correcto.