Disimular el amor - Jessica Steele - E-Book

Disimular el amor E-Book

JESSICA STEELE

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Beschreibung

Holden Hathaway creía que Jazzlyn era igual que él. Y, aparentemente, llevaba razón. Ninguno de los dos quería mantener relaciones estables. De hecho, antes de conocerlo a él, Jazzlyn siempre había terminado sus relaciones con los hombres tras la tercera cita. Sin embargo, Holden era el hombre más interesante que Jazzlyn había conocido nunca y, de pronto, ella empezó a desear algo más... lo más extraño fue que a Holden, que hasta entonces había sido un soltero empedernido, no pareció importarle.

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Seitenzahl: 203

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1998 Jessica Steele

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Disimular el amor, n.º 1415 - noviembre 2021

Título original: A Most Eligible Bachelor

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1105-181-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

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Capítulo 1

 

 

 

 

 

JAZZLYN sabía que nunca se casaría. No le preocupaba y raramente pensaba en ello. Esa idea, sencillamente, estaba allí en su cabeza, sólida como una roca.

No era que le desagradaran los hombres. Como cualquier muchacha de veintidós años, salía de vez en cuando con alguno, pero tan pronto como veía en ellos la intención de tomarse la relación en serio, ella escapaba. Su récord de citas con un mismo hombre era de tres hasta el momento.

Aquel miércoles por la tarde se dirigió a su casa, después de terminar de trabajar como secretaria en uno de los principales despachos de abogados londinenses. Se puso a pensar en el matrimonio, a pesar de que ella sabía que no iba a casarse nunca, porque recordó que su padre tenía una relación cada vez más estable con su pareja actual. Grace Craddock era toda una señora. Algo que no se podía decir de las mujeres que habían acompañado anteriormente a su padre.

Aquellas otras habían estado con su padre no más de dos o tres meses. Seis meses hacía que Jazzlyn había sido presentada a aquella mujer que su padre había conocido en una fiesta de navidad. Grace era más mayor que las otras mujeres que su padre había llevado otras veces a casa. Tenía como cincuenta y cinco años, dos más que Edwin Palmer, y se había divorciado de su presumido marido algunos años antes. El padre de Jazzlyn se había casado tres veces, pero estaba pensando en casarse una cuarta.

A Jazzlyn le preocupaba aquello. Deseaba que su padre fuera feliz, por supuesto, y que también lo fuera Grace. Había tomado mucho cariño a la mujer. ¿Pero su padre era una persona preparada para el matrimonio? La muchacha no estaba muy segura. La madre de Jazzlyn había muerto cuando ella tenía cinco años y había crecido con dos diferentes madrastras y una sucesión de tías en una casa tan cargada de tensión, discusiones y acusaciones, que a veces su padre la enviaba a casa de sus abuelos por un tiempo. Sólo que cuando ella volvía, las discusiones no se habían acabado todavía. Como resultado de todo ello, Jazzlyn supo desde temprana edad lo que era el matrimonio, lo que pasaba con las parejas. Y ella no quería que le pasara eso.

Le gustaba su trabajo en Brown, Latimer y Brown, y sabía que a final de año una de las secretarias importantes se jubilaría anticipadamente y ella era una firme candidata al puesto. Un trabajo ofrecía más satisfacciones que un matrimonio, teniendo en cuenta que sólo había un sesenta por ciento de posibilidades de que tuviera éxito.

De manera que, sintiéndose bastante satisfecha con su trabajo y medianamente feliz con su vida, Jazzlyn llegó a su casa de las afueras de Buckinghamshire. Al entrar, fue recibida por el perro más desaliñado del universo.

–¡Hola Remmy!

Acarició al perro de caza que había entrado al estudio de su padre unos seis años antes, para finalmente quedarse con ellos, después de que Jazzlyn buscara inútilmente a su dueño.

Jazzlyn puso el agua a hervir. Su padre seguramente habría oído el coche y se acercaría a tomar una taza de té con ella, siempre que no estuviera muy concentrado en el cuadro que estuviera pintando en aquel momento.

–Y tú querrás una galleta, ¿a que sí? –le dijo a Rembrandt.

El perro movía el rabo de un lado a otro y al escuchar la palabra galleta, comenzó a agitarlo con más intensidad.

Jazzlyn le estaba dando una galleta canina y preparando la tetera, cuando vio un coche grande y elegante que se acercaba por la avenida.

–Ese coche es de lujo –murmuró.

No era extraño que su padre tuviera de vez en cuando algún cliente rico que iba a que le hiciera un retrato. Su padre también podía haberse hecho rico si hubiera aceptado todos los encargos que le salían, pero no le gustaban los retratos y prefería pintar algo creativo. De manera que al precio al que estaban los materiales, tanto lienzos como pinturas, su economía nunca llegaba a un nivel demasiado saneado. Hecho que, por otro lado, no importaba lo más mínimo ni al padre ni a la hija.

Rembrandt comenzó a ladrar antes de que el coche se detuviera. Jazzlyn ordenó al perro que se callara, mientras observaba al hombre alto y moreno que salía del coche. Tenía como unos treinta y cinco años y vestía un traje oscuro. Probablemente acababa de salir del trabajo. También llevaba un abrigo encima.

La muchacha salió de la cocina y cerró la puerta para que el perro se quedara encerrado. Al salir al vestíbulo y sin saber por qué, se miró al espejo. Excepto algunos pelos de perro, su aspecto era tan limpio como lo había sido al salir de casa.

Era alta y delgada. Su cabello espeso y largo, tan rubio, que era casi blanco. Sus ojos eran de color violeta, y su rostro, muy pálido.

El timbre de la puerta sonó y fue corriendo a abrir. No debía hacer esperar a los clientes de su padre.

Abrió la puerta y vio al hombre alto. Era mucho más alto que ella. Jazzlyn esbozó una sonrisa amable y natural, en espera de que él anunciara el propósito de su visita.

Por extraño que pudiera parecer, el hombre no dijo nada, sino que se la quedó mirando unos segundos. Observó sus mejillas encendidas y su boca sonriente.

–Me gustaría ver al señor Palmer.

Su voz era suave y agradable y Jazzlyn supo que habría seducido a más de una mujer. Ella misma sintió un ligero temblor en la espalda, pero lo ignoró. Tenía que ser fuerte.

–Mi padre no tardará. Entre, por favor.

–Gracias.

Jazzlyn lo llevó hacia el salón, dándose cuenta de que no le había preguntado si tenía una cita para ver a su padre. Debía de estar más cansada de lo que parecía, pensó.

Intentó arreglar el error cometido al entrar al salón, pero el teléfono comenzó a sonar en ese momento.

–Siéntese donde quiera mientras contesto al teléfono –sugirió amablemente, dándose la vuelta y dirigiéndose hacia el aparato.

–¿Hola?

Contestó alegremente, pero todo cambió cuando escuchó la voz de Tony Johnstone, con el que había salido la tarde anterior. Ella no había sido muy cariñosa con él al darse cuenta del giro que estaba tomando la relación e imaginaba que él se había dado cuenta, pero, al parecer, se había equivocado.

–¡Pensé que ya habrías llegado a casa!

–Acabo de llegar.

–¿Te veré esta noche?

–Me temo que no.

Era indudable que no había captado el mensaje.

–¿Mañana?

–Lo siento, Tony –dijo, pensando en que tendría que ser franca–. Me lo he pasado muy bien contigo, pero no nos veremos más –aclaró, intentando hablar en voz baja.

A esto le siguió un silencio sorprendido, seguido por una exclamación.

–¡Jazzlyn!

Ella siguió firme. Le caía bien Tony, de otra manera no habría salido con él, aunque odiaba herir los sentimientos de cualquiera. De todos modos, opinaba que era imposible que se sintiera tan turbado.

–Creía que nos estábamos enamorando –insistió él.

¡Pero si había salido con él sólo cuatro veces!

–Me temo que no –repitió ella suavemente.

–Pero, pero… ¡Yo imaginaba que podía ser una relación estable!

Eso si que era absurdo. ¡Apenas se conocían!

–Si te hice pensar eso, lo siento. Pero…

–Yo estaba pensando que después de salir unas cuantas veces podríamos comprometernos –dijo él, negándose a aceptar una negativa.

«¡Comprometidos!», repitió mentalmente Jazzlyn. La muchacha tenía un corazón tierno y no le gustaba tener que ser tan tajante, pero ante la sugerencia de Tony sobre un posible matrimonio, se quedó helada.

–¡Nunca pensé en algo así, Tony! –declaró, sin querer malgastar más tiempo.

–¡Te ofendí ayer noche! Tuve un comportamiento demasiado directo. Lo siento –se disculpó–. Me di cuenta, pero eres tan guapa, tan encantadora que no pude evitarlo. Pero no volverá a ocurrir, te prome…

–Tony, escucha. Te repito que me he divertido mucho en tu compañía. Pero creo que no hay ninguna razón para seguir viéndonos.

–Pero…

–Así que espero que recuerdes los buenos ratos que hemos pasado juntos, pero no me vuelvas a llamar de nuevo.

–¡Pero quiero casarme contigo!

«¿Después de cuatro citas?».

–Entonces, Tony, lo siento… lo siento mucho, pero yo no quiero casarme contigo –aseguró.

–¡Jazzlyn!

–Adiós, Tony –dijo en voz baja.

Aunque estaba nerviosa y enfadada, luchó por no colgar el teléfono bruscamente y esperó educadamente a que él primero se despidiera.

–¿Me llamarás, me escribirás o intentarás localizarme si cambias de opinión? –preguntó él, tras una pausa.

–Por supuesto –dijo ella, sabiendo que eso nunca ocurriría. Luego, tomando sus palabras como una despedida, dejó despacio el teléfono.

Comenzaba a sentir una especie de tristeza por haber herido los sentimientos de Tony, mezclada con cierta irritación por las intenciones de éste. Luego se dio la vuelta y se dio el gran susto de su vida. La proposición de Tony, porque era evidente que le había sugerido que se casaran, le había hecho olvidarse por completo del visitante de su padre. Además, éste se suponía que tenía que estar en el salón, esperando sentado y, por tanto, alejado de ella y del teléfono.

Pero no fue así. El hombre alto y moreno había ignorado el ofrecimiento de ella de ir a sentarse al salón y no se había movido ni un centímetro. Es decir, que se había quedado a su lado y debía de haber escuchado cada palabra de su conversación con Tony Johnstone.

Y para demostrar que no estaba sordo, y sin disculparse por haber oído toda la discusión, se refirió a ello.

–¡Bravo! –dijo descaradamente.

Jazzlyn comenzó a sentirse molesta y deseó poder recordar cada palabra de la pelea.

–Tenía que… hacerlo –se disculpó.

Le apetecía mucho más decirle que se metiera en sus asuntos, pero recordó que era un cliente de su padre.

–¿De verdad? –preguntó audazmente.

Jazzlyn no tenía la más mínima intención de continuar con aquel tema. Extrañamente, sin embargo, quizá por el aspecto impresionante de aquel hombre, o quizá por su tendencia extrovertida y sincera, le contestó.

–Ha sido culpa mía, tenía que haberme dado cuenta antes de las señales.

–¿Señales?

Jazzlyn lo miró. Era indudable que él sabía lo que quería decir, pero era el tipo de persona que le gusta saber todos los detalles.

–Hemos salido cuatro veces –contestó ella, sin saber por qué–. Y me hablaba de bailar el vals mientras entrábamos a la iglesia. Nunca tendría que haberlo visto cuatro veces. Raramente lo hago.

–¿Sales tres veces y ya está?

Ella no podía creerse que estuviera teniendo una conversación de ese tipo con ese hombre. Y menos que estuviera contestando a sus preguntas.

–Normalmente sí, a menos que sea alguien al que conozco hace tiempo y sepa que yo no estoy interesada en una relación estable.

En ese momento Jazzlyn se recuperó y decidió cambiar de tema educadamente. Ya había dicho bastante. Pero parecía que el desconocido quería saber más.

–¿No quieres casarte? –preguntó él tranquilamente.

Los ojos de ella se abrieron mucho y no supo si enfadarse o reír.

–A todo el mundo le parece bien.

–¿Y a ti no?

El hombre se estaba acercando demasiado y a ella no le gustaba. No lo conocía, así que no contestó.

–¿Un corazón herido? –tuvo el descaro de preguntar el hombre. Ella no tuvo más remedio que reírse.

–¡No es por eso! –dijo con una carcajada, mostrando una dentadura perfecta.

Estaba totalmente perdida. Aquel hombre, sin ningún esfuerzo, la hacía reír, cuando estaba bastante enfadada. El hombre la observó y pareció gustarle lo que veía. Justo cuando ella se preguntaba qué otra cosa, que no era de su incumbencia, le preguntaría, oyó sonidos que indicaron que su padre se acercaba.

–Si me disculpa… –dijo ella, consciente de que él también había oído los pasos de alguien que se aproximaba. La muchacha fue hacia el vestíbulo–. Tienes una visita –murmuró, decidiendo ir a cambiarse de ropa para sacar el perro a pasear.

Jazzlyn y Rembrandt se marcharon durante más de una hora y cuando volvieron a casa, ella ya estaba recuperándose de la sensación de culpa que le había producido herir los sentimientos de Tony Johnstone. Admitía que ella había roto la regla de salir con un hombre por cuarta vez, pero también era cierto que no le había dado la más mínima muestra de cariño para que él pensara en algo serio. Él tampoco había demostrado de ninguna manera que sus intenciones querían llegar más allá. Si hubiera dado a entender que deseaba una relación más íntima, ella se habría negado a salir la última noche.

El impresionante coche ya no estaba aparcado en la entrada. Tampoco esperaba que lo estuviera.

–¿Tomaste un té? –preguntó a su padre cuando le encontró hojeando una revista de arte en el salón. Aunque esa no era la pregunta que hubiera deseado hacerle en primer lugar, tenía que admitirlo.

–¿Sabes quién era ese hombre? –dijo su padre, sin contestar a la pregunta que ella le había hecho.

–¿Un cliente?

Edwin Palmer hizo un movimiento negativo con la cabeza.

–Holden Hathaway.

–¿Holden Hathaway? –ese nombre le sonaba–. ¿Dónde he oído yo ese nombre antes?

–Lo habrás oído si tu empresa tiene alguna relación con Zortek Internacional. Él está en la directiva, pero…

–¿Zortek International? –el nombre no le decía nada.

–Son parte de un gran grupo. Tienen que ver con ingeniería, diseño… –replicó vagamente su padre, sin saber, al parecer, más que ella misma.

–Entonces ¿de qué conoceré yo ese nombre? –preguntó, pero justo cuando preguntaba, comenzó a recordar.

–Debiste de oír que Grace hablaba de él.

Efectivamente. Grace no tenía hijos, pero sí tenía un sobrino.

–¡Ah! Es el sobrino al que Grace quiere tanto –recordó.

Grace nunca había mencionado el apellido, pero sí que había repetido su nombre de pila varias veces.

–¿A qué ha venido? –preguntó–. ¿Quería que le hicieras un retrato?

–¡Claro que no! Además, dudo que él soportara quedarse mucho tiempo sentado, a menos que pudiera, a la vez, trabajar. Es un hombre muy ocupado el señor Hathaway.

Y si estaba tan ocupado, ¿por qué había ido a visitar a su padre?

–¿Le pasa algo a Grace? –preguntó, temerosa de que le hubiera ocurrido algo.

–Grace está bien –aseguró su padre–. Como sabes, está pasando unos días con su hermana mayor, la madre de Holden. Éste pensaba llamarnos por teléfono y al ver nuestra dirección en la guía se dio cuenta de que iba a pasar por aquí, de manera que decidió venir en persona.

–Pero ¿para qué? ¿Por qué ha venido si no estaba Grace?

–Porque el cumpleaños de ella es el viernes de la semana que viene, como sabes, y generalmente él la lleva a algún lugar para celebrarlo.

–¿Está planeando una sorpresa? –aventuró Jazzlyn, pensando en que quizá él quería ponerse de acuerdo con su padre.

–No, no. Grace al parecer ha hablado a su hermana de mí y de que últimamente nos estábamos viendo mucho. Entonces Holden ha pensado que quizá yo también estaba pensando en algo para el viernes.

–Eso es muy amable de su parte –comentó Jazzlyn–. ¿Y habías pensado algo?

–Sí, pensé en llevarla a cenar fuera.

–¿Se lo dijiste a Holden? –su padre asintió–. ¿Qué contestó él?

–Me preguntó enseguida si le dejaba reservar mesa para nosotros cuatro. Le dije que me encantaría. ¿Qué te parece a ti, Jazzlyn? –dijo el hombre de mediana estatura, esbozando una sonrisa.

–A mí me parece estupendamente. ¿Ya sabes a qué restaurante vais a ir?

–Te he dicho que vamos a ir los cuatro. Tú también estás incluida –dijo su padre sorprendido.

–¿Yo? ¡Ah, lo siento!. Creí que los cuatro erais vosotros dos con Holden y su esposa.

–No está casado. Ni lo ha estado.

Jazzlyn recordó al hombre. Sus ojos grises firmes, su mandíbula decidida, su boca que hablaba de su sentido del humor a parte de ser, tenía que admitirlo, bastante bonita.

–¿Vendrás? –insistió su padre–. Me gustaría mucho.

–A mí también –contestó ella, sin vacilar.

No tenía modo de averiguar si Holden Hathaway había sabido antes de su existencia o si ella había sido añadida al trío en el último momento. Pero incluso así, tenía mucha estima a Grace y le apetecía estar con ella para celebrar su cumpleaños.

 

 

Jazzlyn se dio cuenta de que se acordó de Holden en bastantes ocasiones durante los días siguientes. Cosa que le resultaba bastante extraña. Ella tenía bastantes amigos del sexo opuesto, pero no solía pensar así en ellos. A excepción de su padre, que era distinto.

Continuó acordándose de Holden de vez en cuando. Siempre de improviso, igual que la llegada de él a su casa. ¿Por qué no le había dicho quién era? Y así pasó la semana hasta que el sábado recibió una carta de Tony Johnstone, declarándole su amor y pidiéndole que lo llamara.

Sabiendo que no era capaz de llamarlo, Jazzlyn le escribió una carta diciéndole lo más suavemente posible que ella no lo amaba y que sabía que, aunque se lo había pasado muy bien con él y le caía estupendamente, nunca lo amaría.

El lunes Tony la telefoneó, como si esa carta hubiera sido el estímulo que él hubiera estado esperando. Ella acababa de regresar del trabajo y estaba saludando a Grace, que había llegado esa misma tarde, cuando el teléfono sonó.

Fue una larga conversación. Por lo menos, por parte de Tony. Aunque cuanto más hablaba, más fría se ponía Jazzlyn.

–Lo siento, Tony –le insistió, después de haberle repetido que no saldría más con él–. Tengo que irme. Tengo visita y la he dejado abandonada –añadió, mirando a Grace con gesto de disculpa.

–Pareces preocupada –comentó Grace, cuando Jazzlyn se reunió con ella–. ¿Puedo ayudarte en algo?

Jazzlyn hizo un gesto negativo con la cabeza, al tiempo que se le ensombrecía el rostro, normalmente alegre.

–¿Cómo haces para deshacerte de los hombres que quieren salir contigo sin herir sus sentimientos?

–Nunca tuve que hacerlo. Me casé con Archie Craddock cuando tenía dieciocho años, así que no tuve mucho tiempo de tener pretendientes –contestó Grace–. Luego pasé los treinta años siguientes lamentándolo.

–Lo siento.

–No lo sientas. El dolor hace tiempo que se borró. Incluso soy capaz de hablar con él por teléfono sin enfadarme.

–¿Seguís viéndoos? Si no te molesta que te lo pregunte… –añadió rápidamente.

–No te preocupes. Y sí, nos seguimos viendo. Tú no puedes, o por lo menos yo no he podido, no importa cómo haya sido Archie, dejar una vida de treinta años en común como si no hubiera existido. Aunque suele ser Archie quien llama y no yo cuando tiene algún problema.

El padre de Jazzlyn las interrumpió al entrar en ese momento.

–¿Cómo están mis dos mujeres preferidas? –preguntó.

Jazzlyn notó que su padre estaba feliz. Tomó a Rembrandt y lo llevó a darle un corto paseo. Mientras caminaba, se dio cuenta por enésima vez que no era Tony Johnstone quien le preocupaba, sino Holden Hathaway.

¿Por qué no le diría quién era? ¿Por qué le permitió creer que era un cliente de su padre? Pero, por otra parte, ¿por qué iba a presentarse él mismo? ¿Y no era a su padre a quien quería ver? Así era, aunque ella hubiera sido incluida en aquella cena. Por otro lado, Holden Hathaway no sabía si el padre de Jazzlyn tenía algún plan para el cumpleaños de Grace… Pero de todos modos no se explicaba por qué él no se había presentado directamente como el sobrino de Grace. Finalmente, Jazzlyn se preguntó si el trabajar para una firma de abogados no estaba volviéndola demasiado desconfiada con la gente.

El perro estaba intentando jugar con un tronco de árbol y Jazzlyn se acercó.

–No, Remmy, es demasiado grande.

Poco tiempo después se dirigía a casa con la sensación de que algo no funcionaba del todo.

Grace se iba a quedar con ellos unos días y Jazzlyn reconocía que se alegraba de ello tanto como su padre. Era un placer salir de su trabajo y encontrarse a Grace en casa. Era una mujer tranquila, suave, callada y que hacía unos guisos exquisitos.

Jazzlyn intentó dejar de pensar en Holden Hathaway, así como en dejar de buscar las razones por las que no se había presentado. Era un hombre encantador y elegante y en los ambientes en los que se movía seguro que no tenía que molestarse en cosas tan triviales como explicar quién era o qué pensaba a nadie. Aparte de que ella era tan solo la hija del novio de su tía.

Jazzlyn también se alegraba de que Grace estuviera en casa por otros motivos. Tony Johnstone la había empezado a llamar todas las noches y eso se estaba convirtiendo en una enorme molestia, con lo cual le venía bien tener una persona cerca en la que confiar.

–¿Qué puedo hacer, Grace? –le preguntó, el jueves por la noche, cuando Tony volvió a llamar.

–O tomas una acción legal, que creo que no harás, o le pides a tu padre que hable con él la próxima vez, que también se que no lo harás. No te puedo decir mucho más, cielo, excepto que es mejor que lo soluciones cuanto antes. Por lo que me has contado, nunca le diste esperanzas para que se comportara así. Me imagino que en un mes, si puedes soportarlo, se cansará y dejará de llamarte inútilmente.

Un mes de llamadas de Tony Johnstone no era ningún proyecto maravilloso para Jazzlyn, pero ésta se sintió mucho más tranquila después de haber hablado de ello con Grace.

Jazzlyn, a pesar de que siempre salía pronto del trabajo, aquel viernes se retrasó. De todos modos, llegó con tiempo suficiente para prepararse para la noche.

Irían a cenar a The Linden. Holden Hathaway debió de preguntar al padre de Jazzlyn, ya que The Linden era su restaurante favorito. Rex Alford, divorciado, de treinta años y propietario del restaurante, era amigo de Jazzlyn desde hacía varios años. La muchacha solía verlo en fiestas y también había salido un par de veces con él. Aunque rechazó la tercera cita. Habían seguido siendo amigos, sin embargo, y Rex incluso había negociado con el padre de Jazzlyn para que dejara algunos cuadros expuestos en el local.

Holden llamó por teléfono aquella tarde para decirles que iría a recogerlos. Jazzlyn estaba en su habitación cuando escuchó que él llegaba. Estaba casi lista y bajó enseguida para no hacerle esperar demasiado.

Grace se había puesto un vestido de color azul oscuro que le sentaba muy bien. Jazzlyn, por su parte, con su cabello rubio suelto alrededor de los hombros, se puso un vestido negro sin mangas. Al ver a Holden Hathaway, de repente, experimentó la necesidad de saber que estaba muy guapa.

Su padre la presentó.

–Ya conoces a mi hija Jazzlyn, ¿no? –dijo.

–Así es –replicó Holden, acercándose para darle la mano, a pesar de que no había tal necesidad.

Jazzlyn notó la mano caliente de él sobre la suya.

–Hola –contestó ella, mirándolo y pensando en cómo lo recordaba.

–¿Cómo estás, Jazzlyn?

–Bien –replicó–. Tengo que ir a darle una galleta al perro, porque vamos a dejarlo solo…

Después de darle la galleta a Rembrandt, de darle algunos consejos de lo que tenía que hacer y lo que no, y de encenderle la televisión de la cocina, todos estaban listos para salir.

Jazzlyn se sentó en el asiento delantero, a pesar de que Grace era la homenajeada, pero al volverse notó que ésta estaba de lo más alegre con Edwin Palmer.

Su padre comentó que hacía muy buena noche y Grace hizo referencia a lo contenta que estaba y a los regalos tan bonitos que había recibido.

–¿No sabías que el señor Palmer te estaba haciendo un retrato? –preguntó Holden.

–¡No! Sabía que Edwin me había hecho algunos bocetos, claro, pero el retrato ha sido una sorpresa.