Magia eterna - Jessica Steele - E-Book

Magia eterna E-Book

JESSICA STEELE

0,0
2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Karrie no podía negar que, en cuanto lo había conocido, se había sentido inmediatamente atraída por Farne Maitland. Sus fascinantes ojos azules y su poderosa masculinidad la subyugaron por completo. Y, además, como trabajaban en la misma empresa, todas sus compañeras se morirían de envidia cuando se enteraran de que estaban saliendo. El tiempo que pasaron juntos fue mágico... pero los problemas empezaron cuando Karrie declaró que tenía la firme intención de llegar virgen al matrimonio. Puesto así, Farne solo tenía una posibilidad: casarse... ¡y lo antes posible!

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 232

Veröffentlichungsjahr: 2021

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1998 Jessica Steele

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Magia eterna, n.º 1430 - agosto 2021

Título original: A Wedding Worth Waiting For

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1375-865-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

AQUEL jueves comenzó como cualquier otro. Después de ducharse y vestirse, Karrie estaba lista para trabajar. Se había pasado media hora pensando si recoger su rubia melena, que le llegaba a la altura del hombro, en una especie de moño, pero finalmente decidió no hacerlo. Lo llevaba como siempre, suelto, ligeramente ondulado y con las puntas hacia dentro. Sólo porque el día anterior Darren Jackson le hubiera dicho: «Me encantaría andar descalzo sobre tu delicada, suave y pálida cabellera», no había por qué volverse loca.

—Muy poético, pero no creo que cambie de opinión. No voy a salir contigo —le había replicado ella con una sonrisa. Darren, un compañero de trabajo, lo había intentado todo desde que ella comenzara a trabajar en Irving & Small, hacía tan sólo tres semanas.

Examinó su aspecto en el espejo de cuerpo entero de su habitación y se sintió satisfecha. Sin duda, el traje de chaqueta naranja que llevaba le sentaba como un guante. Sonrió, recordando una vez más las palabras de Darren, y, con una sonrisa en los labios, bajó al piso de abajo.

Al entrar en el comedor, sin embargo, la sonrisa se desvaneció. El silencio casi se podía cortar con un cuchillo. No obstante, el hecho de que sus padres no se hablaran no era nuevo. En realidad, Karrie había crecido en un hogar en el que los silencios se alternaban con las frías miradas de reproche y con las riñas constantes.

—Buenos días —saludó ella con la mayor alegría de que fue capaz. Durante toda su vida se había esforzado por demostrar la misma alegría, y por no tomar partido por ninguno de sus progenitores.

Bernard Dalton, su padre, la ignoró como de costumbre: aún no le había perdonado que abandonara la empresa familiar para trabajar por su cuenta. Su madre no se molestó en responder a su saludo, pero aprovechó su presencia para romper su silencio.

—Has de saber, que ayer tu padre fue tan amable como para llamarme a las siete en punto para decirme que estaba demasiado ocupado como para que fuéramos al teatro, cosa que previamente me había prometido.

—Vaya —replicó Karrie—. Bueno… a lo mejor podéis ir en otra ocasión.

—Quitan la obra de cartel esta semana. Aunque supongo que encima tengo que darle las gracias porque me llamara personalmente. La última vez fue Yvonne la que tuvo que llamarme diez minutos antes.

Yvonne Redding era la secretaria personal de Bernard.

—Hum… —murmuró Karrie, que seguía buscando algún comentario diplomático que hacer cuando su padre, que nunca tenía un momento que perder, terminó su desayuno y, sin decir palabra, se levantó y se marchó.

—Parte del mobiliario. Para él no somos otra cosa que parte del mobiliario —dijo su madre, interrumpiendo el silencio que siguió al portazo con el que Bernard salió de casa.

—Esto… Jan está muy bien —dijo ella, tratando de cambiar de tema.

Su prima Jan acababa de salir del hospital después de una operación de apendicitis y ella había ido a visitarla a su casa la noche anterior.

La señora Dalton, sin embargo, estaba aquella mañana tan molesta con su marido que poco le importaba cualquier otra cosa. Karrie, al salir de casa, se juró no casarse nunca con un hombre tan adicto al trabajo como su padre.

Afortunadamente, a medida que se alejaba, la cargada atmósfera que reinaba en la casa de sus padres iban cediendo paso a su natural buen carácter. ¿Casarse? No había llegado el momento de pensar en ello, en realidad, ni siquiera había ningún candidato. Bueno, estaba Travis Watson, que le pedía que se casara con él casi cada vez que la veía, pero ella sabía muy bien que jamás lo haría. Era cierto que no le habían faltado candidatos hasta la fecha, pero no había podido decidirse por ninguno de ellos. Por otro lado, con el ejemplo de sus padres, ¿cómo no iba a sopesar hasta el más último detalle? El hombre al que le diera el «sí» tendría que ser muy especial en más de un sentido.

Al aparcar en el gigantesco aparcamiento de Irving & Small, una firma a su vez gigantesca, la sonrisa había vuelto a sus labios. Pensaba en su trabajo. Su cometido en el departamento de compras y suministros era mucho más entretenido que cualquiera de las tareas que había desempeñado en los años que había trabajado para su padre.

Por otro lado, había trabajado para Dalton Manufacturing por algo más que una miseria y, aunque el dinero nunca había sido para ella un verdadero problema, lo que le preocupaba era que su padre comenzaba a esperar que ella le dedicara a la empresa tantas horas como él, algo que en su casa sólo había sido motivo de fricciones, porque su madre no dejaba de quejarse de que la empresa, además de privarle de su marido, comenzaba a arrebatarle a su hija. Cuando le comunicó a su padre que quería cumplir estrictamente con su jornada de trabajo, saliendo a las seis todos los días, él le respondió diciendo que podía irse a buscar trabajo a otra parte.

Y ella le había tomado la palabra. Su padre insistió en que se quedara, pero, para su propia sorpresa, Karrie descubrió en sí misma un orgullo inesperado y se mantuvo en su postura.

—¿Y vas a echar a perder tu oportunidad de llegar a sentarte en el consejo de administración? —le espetó su padre.

¡Llegar a sentarse en el consejo de administración! Pero ella no pensaba caer en la trampa de morder aquella zanahoria. Al abandonar la universidad, su padre le había prometido la dirección de un departamento al cabo de dos años, pero, tras cuatro años de trabajar con él, no había trazas de que aquella idea se concretara.

Bajó del coche y se dirigió al edificio principal de Irving & Small.

—¡Karrie! —la llamó alguien.

Dio media vuelta. ¿De dónde salía Darren Jackson?

—Buenos días, Darren —dijo, con una sonrisa. No quería salir con él, pero le caía muy bien.

—Sigo sin poder creer que ese pelo tan rubio sea natural.

Vaya, se dijo Karrie, qué palabras tan distintas a las del día anterior. Por supuesto que el color de su cabello era natural, en su vida se había teñido. Pero no tenía intención de discutir aquella materia con él.

—Hace un hermoso día —dijo, entrando ya en el edificio.

—Como todos desde que empezaste a trabajar con nosotros —dijo Darren.

—Tú sigue concentrado en tu ordenador —replicó ella cuando llegaron a la oficina que ambos compartían con otras doce personas, antes de separarse de él y dirigirse a su mesa.

El trabajo era interesante, pero no tan absorbente como para que no dejara lugar a pensar en asuntos privados. Aquella mañana, además, sus pensamientos volvían continuamente sobre el mismo tema: su padre. Bernard Dalton era un hombre que amaba su trabajo por encima de todo. Eran incontables las veces que se le hacía la comida y que luego no aparecía por casa, como incontables eran las veces —se dijo, pensando en lo ocurrido la noche anterior— en que, tras quedar con su madre, Yvonne había llamado diciendo que le era imposible acudir a la cita. Karrie estaba demasiado acostumbrada a ver cómo se apagaba, sumida en la tristeza, la mirada de su madre en tales ocasiones.

Karrie sabía que, en un tiempo pasado, su madre había adorado a su padre. Y probablemente lo siguiera adorando, tal vez ésa fuera la razón de que él siguiera teniendo el poder de herirla. Como sabía bien que, aunque le doliera profundamente, lo mejor que ella podía hacer era no intervenir. En cierta ocasión, había intentado hablar con su padre de aquel tema y, aparte de ganarse un profundo rechazo por parte de él, sólo había servido para que tratara a su madre aún peor que antes. El resultado final de todo ello había sido que su madre había acabado todavía más amargada de lo que ya estaba.

—¿Tienes unos…?

Celia, una compañera de trabajo, la interrumpió en el momento en que se estaba jurando, con una tinta invisible pero imborrable, que jamás se permitiría una clase de matrimonio como el que sus padres habían tenido que soportar.

Sorprendida de improviso y, tras hacer un esfuerzo de concentración no exento de suerte, pudo responder a la pregunta de Celia.

A eso de media mañana, tras decidirse a acercarse a la máquina de café, y tras haber marcado en su calendario aquel martes como un día en el que nada especial habría de suceder, ocurrió algo fuera de lo ordinario. Se levantó, rodeó su mesa, dobló la esquina del pasillo… y se topó con un hombre alto y muy guapo que se encaminaba hacia los despachos donde trabajaban los más altos ejecutivos de la empresa.

En la zona cercana a su corazón, algo tembló. Abrió la boca para disculparse, pero luego, pasado el incidente, en realidad no pudo recordar si llegó a hablar o no, porque, cuando sus dulces ojos azules fueron víctimas de la penetrante mirada azul de aquel hombre maravilloso, que debía andar alrededor de los treinta y cinco, pareció quedarse sin voz.

Él asintió. ¿Habló ella entonces? ¿O era sólo una manera de reconocer su presencia? Lo único cierto era que sintió una apremiante necesidad de tranquilizarse, de modo que se hizo a un lado y se deslizó fuera de su oficina.

En la máquina de café, se encontró con Lucy, una chica que se sentaba justo detrás de ella. Lo cual le vino muy bien, porque a Karrie se le había olvidado llevar algunas monedas para la máquina.

—Yo tengo cambio, no te preocupes —le dijo Lucy, evitándole tener que volver. Y justo en aquel momento, Heather, la chica que trabajaba al lado de Celia, se unió a ellas.

—¡No me esperéis! —anunció—. Acaba de llegar Farne Maitland para ver al señor Lane y no quiero perdérmelo cuando se vaya.

—¿Farne Maitland está aquí? —le preguntó Lucy.

Heather asintió, metiendo las monedas apresuradamente en la máquina.

—¡Y Karrie casi lo tira!

—¡Nooo! —exclamó Lucy.

—Pero, ¿quién es? —preguntó Karrie, dándose cuenta de que Heather lo había visto todo.

—¿No lo sabes? —preguntó Lucy, perpleja. Pero fue Heather la que respondió.

—Es directivo de Adams Corporation, nuestra empresa madre. Le gusta estar al corriente de todo. Aunque…

—Aunque a nosotras nos gustaría que viniera por aquí más a menudo —dijo Lucy.

—Os veo un poco excitadas —bromeó Karrie.

—La mitad de las mujeres que trabajan aquí está loca por él —dijo Lucy—. ¡Qué pérdida! Un hombre así y no hay mujer que le haya echado el guante.

—Sé realista, nena —intervino Heather—, ni siquiera se va a fijar en una de nosotras.

—¡Ay! Pero soñar no cuesta dinero —dijo Lucy—. ¡En fin! Será mejor que vuelva, Jenny no ha venido.

—Siempre falta alguien, así no me extraña que haya tanto trabajo. Menos mal que has venido tú, Karrie.

Karrie sonrió. Era agradable sentirse parte del equipo. Qué pena que aquel día estuvieran tan ocupadas que no tuvieran tiempo de charlar mientras tomaban el café.

Ya de vuelta en su mesa, se percató de que no podía dejar de preguntarse si el hombre que la había taladrado con sus ojos azules, Farne Maitland, seguía en el despacho del señor Lane o había abandonado el edificio. Era, no cabía duda de ello, guapísimo y muy atractivo. Por lo visto, era soltero y las mujeres de Irving & Small bebían los vientos por él. Él, por su parte, no parecía dispuesto a fijarse en ninguna de ellas, con la suerte que tendría si…

Karrie interrumpió sus pensamientos. ¡Santo Dios! ¿En qué estaba pensando? Trató de olvidarse de aquel hombre y concentrarse en lo que tenía entre manos. Y, no obstante, no pudo evitar levantar la mirada al oír una puerta que se abría. Dos hombres la atravesaron, como si el señor Lane quisiera escoltar a su visita hasta la puerta, tal vez hasta su coche.

Pero al ver que Farne Maitland se detenía en mitad del pasillo para despedirse de Gordon Lane, Karrie, consciente de que aquel hombre pasaría junto a su mesa en cualquier momento, encontró, de repente, la pantalla de su ordenador de lo más interesante.

De hecho, no apartaba la vista de ella, esperando que Farne Maitland se fuera de una vez.

Y estaba cerca, sabía que estaba cerca. En realidad, había perdido el hilo de lo que estaba haciendo, pero trató de fingir que estaba muy concentrada. Miró de reojo y lo entrevió a unos pasos de distancia. Llevaba un traje gris, caro y elegante. «Concéntrate», se decía, «o, por lo menos, finge que te concentras durante unos segundos más». Unos segundos más y el señor Maitland se habría ido. Y sin embargó, él llegó a su altura… y se detuvo.

Casi se desmaya. Dejó lo que estaba haciendo y lo miró. Oh, Dios, y él parecía estarla examinando de arriba abajo, detenidamente. Se le ocurrió pensar que se había dado cuenta de que era nueva y que quizás se hubiera detenido para darle la bienvenida.

Tras terminar lo que parecía un detenido examen, Farne Maitland, tranquilamente, levantó la vista y la miró a los ojos. En cuanto la oyó, Karrie se dijo que tenía una voz capaz de derretir un bloque de hielo. Aunque también, comprobó ella con alivio, estaba llena de humor.

—¿Y tú a quién perteneces?

Karrie se apresuró a contestar.

—Yo soy del señor y la señora Dalton —dijo, conteniendo las ganas de reír, y vio cómo la mirada de Farne descendía hacia su mano izquierda, como si quisiera comprobar que no llevaba anillos.

—Y dígame, señorita Dalton, ¿le apetece cenar conmigo esta noche?

Karrie se había olvidado de todo. Había olvidado dónde estaba, había olvidado lo que estaba haciendo y había olvidado que, probablemente, había una docena de personas pendientes de ella. Pero al oír el murmullo generalizado, lo recordó todo de una vez y sólo pudo admirarse al comprobar cuánta confianza debía tener Farne Maitland en sí mismo al pedirle, nada más conocerla, que saliera con ella delante de todo el mundo.

Sin duda, no estaba acostumbrado a que lo rechazaran.

—No puedo, tengo que lavarme la cabeza —le dijo, con una sonrisa.

Por la expresión de Farne, a Karrie le resultó imposible saber cómo se había tomado su rechazo. Lo que sí vio fue cómo se fijaba en su cabello, limpio de aquella mañana, dorado y sedoso, y cómo se echaba a reír. Y se lo quedó mirando, fascinada. Y luego, las carcajadas que pugnaban por salir de la boca de su estómago desde su primera réplica, estallaron por fin y su risa se mezcló con la de él.

Y con eso bastó. Unos momentos de risa compartida, Farne Maitland extendiendo la mano, ella estrechándosela y, al cabo de unos segundos, él ya no estaba allí. Él ya no estaba allí, pero ella no podía olvidarlo.

Por increíble que pudiera parecer, justo en el momento en que la puerta doble del fondo de la oficina se cerró tras él, tres mujeres montadas sobre sus sillas de oficina con ruedas se acercaron a ella a la velocidad del rayo.

—¡Te he pedido salir! —exclamó Heather.

—¡Y le has dicho que no! —gritó Lucy, como si no pudiera creerlo.

—Nadie nos había presentado —dijo Karrie, riendo.

—¿Y eso qué importa? —preguntó Celia.

—Pues que sólo estaba siendo amable conmigo, porque se ha dado cuenta de que soy nueva.

—¡Pues a nosotras nunca nos ha pedido salir! —afirmó Lucy.

Darren Jackson se unió al grupo.

—¡Porque vuestro pelo no es dorado como el de un ángel! —explicó.

—¡Cállate, Darren! —exclamaron las tres compañeras de Karrie al unísono.

Al día siguiente, el hecho de que hubiera rechazado una invitación de Farne Maitland seguía siendo motivo de comentario, aunque Karrie no se atrevió a comentar que estaba muy arrepentida de haberlo hecho. Según las numerosas habladurías de aquella oficina, sus visitas no eran muy frecuentes, así que sólo Dios sabía cuándo volvería a verlo.

Aunque, de todos modos, ¿qué probabilidades tenía de que, tras rechazarlo, volviera a pedirle que saliera con él? Ninguna. Y, no obstante, se pasó el día pensando en él, recordándolo. Un hombre sofisticado, elegante, atractivo, y sin embargo, se había reído cuando ella lo había rechazado. Cuánto le gustaba aquel detalle. El jueves, Darren volvió a pedirle que salieran juntos, y ella volvió a rechazarlo, pero Darren no se rió, en absoluto.

Aquella noche volvió a visitar a Jan, su prima recién operada.

—¿Algún cambio en tu vida? ¿Alguna novedad? —le preguntó Jan, y ella pensó en Farne Maitland, pero no se atrevió a hablarle de él.

—Me gusta mucho mi trabajo —dijo, con una sonrisa.

—Hace muchos años que tendrías que haber dejado de trabajar con el tío Bernard —dijo Jan con decisión—. En realidad, no deberías haber trabajado con él.

—No estaba tan mal —dijo ella.

Jan no parecía muy convencida.

—Ahora que te has decidido a dejar Dalton Manufacturing, ¿cuándo das el siguiente paso y te marchas de casa?

Como Jan formaba parte de la familia y conocía muy bien las disputas tan frecuentes en el hogar de los Dalton, Karrie había llegado a confesarle que no le importaría marcharse de su casa.

—No puedo —dijo, sin querer mencionar que sus padres seguían sin hablarse—. No sé, pero me parece una especie de traición a mi madre.

—Tía Margery es demasiado sensible. Tendría que haberse hecho más fuerte con los años —dijo Jan, pero prosiguió con amabilidad—. Ya sabes que si las cosas se ponen difíciles, puedes quedarte aquí conmigo.

Karrie le dio las gracias y no tardó mucho en volver a casa.

Al cabo de tan sólo dos días, le dieron ganas de aceptar la oferta de su prima. En el hogar de los Dalton, la guerra fría había terminado, lo cual significaba que el matrimonio no dejaba de gritarse ni un momento. Karrie, cuando la batalla estalló, no esperó a ver cuál era el problema, la experiencia le había enseñado que el motivo era lo de menos, y subió a su habitación.

Oh, cómo deseaba que las cosas fueran distintas. Pero, ¿cuándo había comenzado todo aquel horror?, se preguntó. Si embargo,conocía muy bien la respuesta: desde el mismo principio.

Tras una de las discusiones más terribles que recordara, su madre, teniendo ella dieciséis años, le había aconsejado: «Nunca te entregues a un hombre hasta que tengas el anillo de novia en el dedo», y luego le había confesado cómo todos sus sueños se habían hecho añicos. Se había casado con Bernard Dalton tras un breve noviazgo, un breve noviazgo en el que ella se había quedado embarazada. Habían tomado precauciones, desde luego, pero de poco habían servido a la vista de los resultados.

Sin embargo, una semana después de la boda sufrió un aborto y Bernard Dalton la acusó de haberlo engañado para obligarlo a casarse con ella. Después de aquello, su matrimonio nunca tuvo tiempo de recuperar la felicidad que en realidad nunca había conocido.

Y a pesar de todo, Margery siempre había adorado a su marido, al menos, al principio. Esperaba que cuando volviera a quedarse embarazada, las cosas mejorasen. Pero todo había ido de mal en peor. En vez de darle el varón que él esperaba, había dado a luz a una niña, a Karrie, y para empeorar las cosas todavía más, el parto fue tan complicado que los médicos le dijeron que no podría tener más hijos.

De modo que, desde muy joven, Karrie se convenció de que antes se quedaría soltera toda la vida que pasar por un matrimonio como el que sufrían sus padres. Y, desde los dieciséis años, desde la noche en que su madre le confiara el hecho más doloroso de su vida, decidió que jamás se acostaría con un hombre antes de casarse, a pesar de tener todas las medidas profilácticas a su alcance. No iba a darle a ningún hombre la oportunidad de acusarla de engaño con el fin de atraparlo.

Pero ambas decisiones nunca le habían resultado problemáticas, ni difíciles de llevar a cabo. Era cierto que desde muy joven muchos hombres le habían pedido que saliera con ellos, pero hasta el momento ninguno le había atraído lo bastante como para salir con él, y menos para casarse. Por otro lado, en cuanto al hecho de compartir su cuerpo, la verdad era que tampoco había conocido a ninguno con el que deseara acostarse de verdad.

Unos portazos la abstrajeron de sus pensamientos. Todo hacía indicar que le esperaba uno de aquellos fines de semana que tan bien conocía. Algo que no dejaba de preguntarse era por qué sus padres no se habían decidido a divorciarse y a emprender una nueva vida, siempre llegaba a la misma conclusión: el amor que una vez habían sentido el uno por el otro seguía siendo más fuerte que el odio que se interponía entre ellos.

Sonó el teléfono. Era probable que sus padres, en el fragor de la batalla, no lo oyeran, de modo que fue a contestar. Se trataba de su amigo Travis, un hombre simpático y sin complicaciones que tenía dos años más que ella. Llamaba para quedar con ella aquel mismo día.

—Mañana estoy libre —le dijo, y añadió—: Por si quieres insistir.

—Ni lo sueñes —bromeó Travis, y los dos se echaron a reír.

—¿Qué tal La codorniz y el faisán? —le propuso.

—Yo llamo para reservar —dijo Travis, y luego la conversación prosiguió animadamente.

Más tarde, ya acostada, no fue en Travis Watson en quien Karrie pensaba, sino en el hombre con quien se había tropezado el martes anterior, el hombre que no se había sentido ofendido por su negativa y se había despedido de ella con un cálido apretón de manos.

Pero, cómo no, Farne Maitland podía permitirse el lujo de reírse, había mujeres haciendo cola para salir con él. A aquellas alturas, él también tendría comprometida la tarde del sábado.

Sacudió la cabeza. Qué le importaba a ella con quién saliera Farne Maitland aquel sábado. ¡Al demonio con los pensamientos estúpidos!

Le costó mucho conciliar el sueño, lo cual, no era precisamente una novedad. Sin embargo, mientras a veces sufría de insomnio pasajero debido a las continuas disputas de sus padres, el motivo de que aquella noche no pudiera dormir era bien distinto. El motivo era, en efecto, que no podía apartar de su cabeza la imagen de un elegante y guapísimo Farne Maitland cenando con una mujer tan guapa y elegante como él en un restaurante caro y precioso.

A la mañana siguiente, consiguió por fin librarse de aquellos pensamientos. ¿Cómo podía haberle preocupado con quién salía un hombre con quien no había pasado ni cinco minutos?, qué absurdo, se dijo aquella mañana, y no volvió a pensar en él hasta que sucedió un pequeño acontecimiento completamente inesperado.

A eso de las diez, sonó el teléfono. Lo normal, se dijo, es que fuera para su padre, que había salido, o para su madre, que tampoco estaba, pero se llevó la sorpresa de su vida. La llamada era para ella… ¡del hombre en quien se había pasado la noche pensando!

—Dígame.

—Hola, soy Farne Maitland.

El corazón estuvo a punto de saltarle del pecho. ¡Farne Maitland! ¿Cómo demonios había conseguido su número de teléfono?

—Supongo —prosiguió él— que habrás quedado para esta noche.

Karrie tenía la boca seca. ¿La estaba pidiendo salir? Tragó saliva.

—¿No tienes con quién salir? —preguntó, con timidez, y supo que él sonreía.

—Sólo quiero salir contigo, Karrie —dijo Farne, con una seguridad apabullante.

De modo que, aparte de averiguar su número de teléfono, sabía su nombre. Tampoco ella pudo evitar sonreír.

—Así que quieres que rompa mi compromiso de esta noche —dijo.

—Paso a buscarte a las siete —concluyó Farne.

Karrie se quedó mirando el auricular, durante mucho rato. Era increíble. ¡Había quedado con Farne Maitland! Y no sólo eso. Él había averiguado su nombre, su número de teléfono y, puesto que había dicho que pasaría buscarla, su dirección.

De repente, una sonrisa, una brillante y alegre sonrisa, iluminó su rostro. ¡Y pensar que era a que no volviera a pedirle que saliera con él a lo que más había temido todos aquellos días!

Capítulo 2

 

 

 

 

 

TEMIDO? ¿Había sentido «temor» de que Farne Maitland no volviera a pedirle que saliera con él? Cómo se le podía ocurrir algo así. ¿Temor? ¡Qué tontería!

Sin embargo, tenía que reconocer que estaba realmente excitada ante la perspectiva de salir con él. Aunque… ¿qué podía hacer con Travis? En circunstancias normales no anularía una cita con un hombre para salir con otro, pero… Pero, ¿es que se estaba volviendo loca?

Media hora más tarde, ya más tranquila, tomó una decisión e hizo lo que quería hacer en vez de lo que debería haber hecho. Lo que debería haber hecho es arreglárselas para encontrar el teléfono de Farne Maitland y decirle que no saldría con él. Lo que hizo, por el contrario, fue llamar a Travis Watson.

—¿Te vas a enfadar mucho si te digo que esta noche no puedo salir contigo?

—¡Karrie! —exclamó él—. No me digas que vas a salir con otro.

—¡Oh, Travis, no me hagas sentir culpable.

—¡Es que tienes que sentirte culpable!

—Eres mi amigo, no mi novio.

—¿Estás diciendo que a un buen amigo no le importa que le dejen de lado por algo mucho mejor?

—¡Travis!

—Oh, de acuerdo. Vente a tomar un té mañana.

—No faltaré —prometió Karrie.

—Te quiero —dijo él.

—Y yo a ti… como a un hermano.

Karrie colgó el teléfono pensando en lo mucho que deseaba que Travis encontrara a alguien muy, muy especial de quien enamorarse. Era una persona extraordinaria y se merecía a alguien que fuera maravillosa, y con esta idea, pensando en «alguien especial», Farne Maitland volvió a apoderarse de sus pensamientos.

Su madre volvió a comer, no así su padre.

—No me ha dicho adónde iba —le dijo Margery—. Estará por ahí en alguna comida de trabajo. No sé por qué no se pone una cama en el despacho, si se pasa la vida en él —dijo con amargura—. ¿Vas a salir esta noche?

—A cenar… me parece.

—¿No estás segura?

—No me ha dicho nada.

—¿Quién? ¿Travis?