Relaciones de trabajo - Jessica Steele - E-Book

Relaciones de trabajo E-Book

JESSICA STEELE

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Beschreibung

Julia 993 Edney se había sentido agradecida cuando un desconocido alto y moreno la había salvado de las no deseadas atenciones de otro hombre, y luego la sorprendió besándola y pidiéndole que aceptara una invitación a cenar con él. Cuando Saville Craythorne descubrió que su nueva secretaria era la chica a la que le había pedido una cita, se dijo que él nunca mezclaba los negocios con el placer, pero Edney necesitaba el trabajo. La respuesta estaba en tener con ella un trato frío y profesional, aunque eso era más fácil de decir que de hacer... cuando la atracción entraba en la agenda de trabajo.

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Seitenzahl: 175

Veröffentlichungsjahr: 2023

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos 8B

Planta 18

28036 Madrid

 

© 1998 Jessica Steele

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Relaciones de trabajo, JULIA 993 - mayo 2023

Título original: AGENDA: ATTRACTION!

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo, Bianca, Jazmín, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411419000

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

EDNEY no estaba disfrutando de la fiesta. Había ido con Tony Watson en su primera cita… y la última. Lo conocía desde hacía meses. Ella era una chica selectiva y había rechazado muchas de sus invitaciones para salir. Pero él había seguido siendo agradable con ella y, cuando su amiga Deborah le dijo que su marido Jeremy iba a dar una fiesta, le dijo:

—Va a haber pocos hombres. ¿Podrías traer tú uno de ésos que siempre tienes jadeando a tu alrededor?

—¡Exageras! —le respondió ella riendo.

Pero Tony Watson le pareció suficientemente seguro y lo había invitado. Eso fue entonces, ahora ella se había pasado casi toda la velada tratando de mantenerlo a distancia. Quería volverse a su casa. Pero el problema era que todavía era pronto y no quería molestar a Deborah y Jeremy. Y tampoco quería volver a casa con Tony. Pero dado que habían ido en el coche de Tony, no le quedaban muchas más alternativas para volver.

Dándose cuenta de que no podía permanecer para siempre en el cuarto de baño, Edney se unió de nuevo a la fiesta. No había cambiado mucho. Bajo cualquier aspecto, era una buena fiesta.

Vio a Tony dirigiéndose impertérrito a donde ella se encontraba e hizo un esfuerzo para esconder su disgusto apartando la mirada… y encontrándose de lleno con la de un hombre alto y moreno que debía acabar de llegar. Estaba segura de que antes no estaba en la fiesta.

Parecía destacar de todo el resto, tenía los ojos oscuros, era sofisticado y de treinta y tantos años. Era la clase de hombre que se hacía notar. Tenía algo, un aire… Su mirada, sin sonreír, estaba fija en ella.

—Hay mucha gente ¿no? —dijo de repente la voz de Tony.

—¿Perdón?

—Has estado mucho tiempo empolvándote la nariz.

Ella trató de sonreír.

—Charlas de chicas —se disculpó.

—¿Comparando notas? ¿Cuántos puntos he conseguido?

Ella pensó que ese chico tenía que madurar, tenía ya veintiocho años. De los dos, ella con veintidós, era la más madura. Pensó que el desconocido no actuaría nunca de esa manera tan burda.

No estaba segura de por qué había pensado eso, pero no lo pudo evitar y miró en su dirección. Ya no estaba solo. Era cierto que había más chicas que hombres en la fiesta, ¿pero qué tenía que hacer media docena de ellas a su alrededor?

Estaba dejando que su irritación con Tony la dominara.

—¿Quieres bailar? —le preguntó a su acompañante.

Al fin y al cabo, había sido ella quien lo había invitado y la música que estaba sonando no era para que fueran a estar muy juntos.

Pero de todas formas, él se las arregló para acercarse a ella. Edney lo apartó sin pretender ser educada ante ese comportamiento de pulpo. Se daba cuenta de que estaba actuando desagradablemente, pero se las arregló para sonreír.

Tony la agarró y la hizo acercarse. Mucho. ¡Ya estaba bien! Lo empujó repentinamente. Sin querer estropearle la fiesta a Deborah, se acercó a la puerta de la terraza y salió por allí.

Desafortunadamente, Tony la siguió.

—¿Qué he hecho? —le preguntó dolido.

—¡No me gusta que me soben! —dijo ella apartándose.

—¡Pero si apenas te he tocado! Estás jugando conmigo. Debo gustarte o no me habrías pedido que viniera contigo, ¿o es que quieres que te suplique?

Ella lo que quería era irse a su casa. Había creído que él era un amigo, pero suponía que era más inocente de lo que pensaba. Se detuvo y lo miró.

—Mira, Tony…

Pero no pudo seguir porque Tony la agarró.

El beso alcanzó en alguna parte entre la mejilla y la esquina de la boca. Ella trató de apartarse, más enfadada que asustada. Casi no podía respirar.

—¡Suéltame! —gritó apartando la boca.

—Te gusta esto, ¿no?

Él se negaba a aceptar un no por respuesta y, con los esfuerzos que ella hacía por soltarse, parecía excitarse cada vez más.

De repente Edney se dio cuenta de lo lejos que estaban de la casa. También de que estaban rodeados por unos altos arbustos y de que no había nadie más por allí. Fue entonces cuando empezó a preocuparse. Estaban tan lejos y con la música sonando dentro de la casa no había forma de que alguien la pudiera oír si gritaba. Nadie los podía ver y nadie los oiría si…

Pero alguien estaba por allí y los había visto y debía haberlo oído todo.

—Por lo que parece, yo diría que a la dama no le está gustando nada.

Sorprendido por oír esa voz y dándose cuenta de que estaban siendo observados, Tony aflojó su agarre. Edney no perdió ni un segundo, se soltó de él y se acercó al hombre que había reconocido inmediatamente como el desconocido de la fiesta.

Ignorando a Tony, le dijo a ese hombre:

—¡Me voy a mi casa!

Entonces se dio cuenta de que debía estar más asustada de lo que pensaba. Como si a ese hombre le importara a donde iba.

—¡Pero he venido en su coche!

—No se preocupe. Yo la llevaré —dijo el hombre.

—¡Pero… no se puede marchar! —protestó ella e, inmediatamente, se dio cuenta de que ese hombre no estaba acostumbrado a que le dijeran lo que podía o no podía hacer.

—¿No puedo? ¿Por qué?

—Acaba de llegar.

—¿Así que se ha dado cuenta de ello? —respondió él divertido.

Le gustó ese hombre.

—Soy muy observadora.

En ese momento, Tony se había recuperado de la sorpresa.

—¡Ella ha venido conmigo y yo la llevaré a su casa!

El desconocido ni se molestó en mirarlo.

—No, no lo va a hacer.

Luego, sin apartar los ojos de Edney, añadió:

—¿Nos vamos?

Edney lo acompañó al interior de la casa, donde su nuevo acompañante fue inmediatamente atrapado por una pareja que había conocido antes y que, evidentemente, querían hablar con él.

Para entonces la buena educación de Edney había resurgido y se fue a buscar a sus anfitriones.

—Me lo he pasado muy bien —les dijo sonriendo.

—¿Te vas? ¿Tan temprano? —protestó Deborah.

—He cometido un error viniendo con Tony. ¿Os importaría mucho si lo dejo aquí?

—No es nada de lo que Jeremy no se pueda ocupar. Te llamaré a un taxi.

—No es necesario. Ese hombre, el que está hablando con Kate y Cyril, se ha ofrecido a llevarme.

Deborah miró en esa dirección y Edney continuó.

—Te parece bien, ¿no?

—Esta vez no te has equivocado. Jeremy lo conoce desde hace años, fueron juntos a la universidad. Le prometió que se pasaría a saludarlo, pero sabemos que no se quedará mucho tiempo. Estarás a salvo con él. Tiene a la mitad de las chicas de por aquí babeando por él, así que no debe estar nada ansioso. Aparte de que tampoco sería su estilo.

Poco después se metieron en su muy caro y elegante coche. Allí Edney le dio su dirección, a una media hora de allí, en las afueras de Londres, olvidándose por completo de Tony Watson.

Pasaron varios minutos sin hablar mucho y entonces Edney pensó que, por lo menos, debía tratar de establecer algo de conversación con ese hombre, que la había salvado de los tentáculos de Tony. La cosa era que, aunque nunca le había pasado, se encontraba torpe de lengua, tímida.

Se dijo a sí misma que aquello era ridículo. Como no habían sido presentados, fue a preguntarle su nombre, pero lo que le salió fue:

—Su esposa, ¿no ha podido venir con usted esta noche, señor…?

—¿No se lo ha dicho Deborah?

—¿Qué?

Edney no estaba muy segura de si esa pregunta se refería a su nombre o a si estaba casado.

—Me refiero a cuando le estaba preguntando por mí. Porque lo ha hecho, ¿verdad? Dado que no le ha gustado el hombre con el que he venido, no se iba a meter así como así en un coche con otro sin preguntar antes…

—Por lo que me ha dicho Deborah, estoy muy a salvo con usted.

Pero no le contó el resto, lo de que la mitad de las chicas de la fiesta babeaban por él y que, por eso no estaba ansioso.

Él pareció relajarse un poco después de eso.

—¿Trabaja en la City? —le preguntó él, cambiando de conversación completamente.

Edney se alegró de terminar con la anterior, y casi dejó que se le notara la alegría, por la excitación que sentía con su nuevo trabajo, que iba a empezar el lunes. Se contuvo a tiempo de decirle orgullosamente que iba a trabajar para I.L. Engineering and Design. Él era un hombre sofisticado, por Dios. Y además, teniendo en cuenta su aspecto y que era amigo de Jeremy, debía ser alguien en el mundo de los negocios.

—Yo… bueno, estoy cambiando de trabajo en este momento —le dijo esperando que él pensara que no estaba sin trabajo, sino exactamente lo que le había querido decir—. Oh, giramos aquí.

Cuando se detuvieron delante del gran edificio con sus jardines, pensó que él debería pensar que no necesitaba trabajo viviendo en un sitio así.

La casa estaba en una total oscuridad. ¡Ya estaba su padre ahorrando electricidad de nuevo!

—Sus padres se han acostado —dijo él mientras salían del coche y se dirigían a la puerta.

—Mi padre. Están divorciados.

—¿Dónde encaja el hombre con quien estaba esta noche?

—No encaja. Ya no. Y tampoco lo hacía antes. Somos una pandilla. Un grupo de amigos. Tony se unió a nosotros hace unos meses. Yo pensé que sería un buen acompañante y lo invité a venir a la fiesta —dijo ella sin poder contenerse—. ¿Quiere entrar a tomar un café?

—No si me lo pide de esta forma.

—Lo siento —se disculpó ella pensando que no había querido invitarlo así, tan de repente, pero necesitaba cambiar de conversación—. Creo que todavía estoy un poco alterada.

—No se preocupe por ello. No todos los hombres son como Tony.

—Ya lo sé.

Y entonces pensó que ese hombre no lo era en absoluto cuando acercó la cabeza y, como para borrar el recuerdo de los lascivos labios de Tony, le rozó los suyos con un cariñoso beso.

No la tocó de ninguna otra manera y, como Edney se quedó mirándolo sorprendida, retrocedió.

—Mañana voy a tomar un vuelo temprano. ¿Te importaría darme tu número de teléfono?

Después de ese beso, un beso que no había exigido nada más y que decía mucho de la sensibilidad de ese hombre… ¡No le importaba nada en absoluto!

Casi lo dijo directamente, pero tuvo que insistir en una pregunta que él no había respondido.

—¿Estás casado?

—¡Una mujer con escrúpulos! —bromeó él.

Ella se rió, pero no quiso darle su número hasta que él no contestara a su pregunta.

—No estoy casado. Aunque no tengo nada en contra del matrimonio… de los demás.

—¿Nunca has estado enamorado? —dijo ella sin poderse contener de nuevo—. Lo siento, debes tener prisa. Buenas noches.

¿Dónde estaba su cerebro para ponerse a hablar de esas cosas a esas horas delante de la puerta de su casa?

—¿El número?

Cuando ella se lo dio notó que él no lo apuntaba. No lo recordaría.

—Muchas gracias por traerme a casa.

—Buenas noches —dijo él y se marchó.

Edney se quedó despierta durante un largo tiempo en la cama. Estaba segura de que él no recordaría el número. Eso la molestaba un poco. Para ser alguien que rara vez actuaba de forma impulsiva, tal como salir con un hombre al que apenas conocía, le preocupaba curiosamente que aquel hombre no se volviera a poner en contacto con ella.

Cuando se despertó el domingo por la mañana, se alegró de descubrir que había dormido perfectamente, a pesar de que volvió a pensar inmediatamente en ese hombre, enseguida se sorprendió de que le hubiera preocupado el hecho de que nunca lo fuera a volver a ver.

¡Y, si él quisiera volverla a ver, ya sabía donde vivía! Y también se lo podía preguntar a Deborah si se le olvidaba su número de teléfono. De todas formas, aunque él la quisiera ver, teniendo en cuenta que había salido de viaje, estaba segura de que no sabría nada de él durante un cierto tiempo.

Bajó a desayunar y su padre ya estaba levantado.

—No hay suficiente beicon para los dos —gruñó.

Edney, que lo adoraba, replicó:

—Me haré un huevo.

—Creo que estoy pillando un catarro.

—¿Has ido a la iglesia esta mañana?

—¿Has ido tú últimamente? Es como una nevera.

—¡Estamos en verano!

—¡Eso díselo al hombre del tiempo! ¿Vas a ir a ver a tu madre el próximo fin de semana?

Edney iba a visitarla a Bristol un fin de semana de cada dos. Más para mantener la paz que por otra cosa.

—Ya sabes que sí. Pero no lo haré si tú lo prefieres.

—¿Qué? ¿Y que llame aquí preguntando dónde estás?

La adversidad de sus padres duraba aún después de once años de divorcio.

—¿Un huevo o dos?

—No necesito sobrealimentarme.

Edney se rió. Llevaba viviendo con él el tiempo suficiente como para saber que, debajo de ese exterior gruñón era un pedazo de pan.

—No tengo muy buen concepto de ese Tony con el que saliste anoche —dijo él, decidido a seguir gruñendo.

—Y yo tampoco. Me trajo a casa otra persona.

—Eso es lo que te enseñó tu madre, ¿no? A ir a una fiesta con un novio y volver con otro.

¡Un novio! De cuerdo que su padre tenía sesenta y cuatro años y estaba un poco anticuado. ¡Pero un novio!

—Él… bueno, me rescató de un destino peor que la muerte.

—¿Qué? —rugió su padre—. ¿Dónde vive ese tal Tony? ¡Voy a ir a verlo! ¡Se va a enterar!

—Oh, papá, lo siento, no he querido preocuparte.

Y era cierto, ella sólo había querido hacerlo reír un poco y quitarle ese humor agrio de encima, a veces lo lograba. Y, a pesar de que Tony había tratado de besarla en contra de su voluntad y que el asunto no había sido muy divertido, había logrado superarlo bien.

—No pasó nada realmente. Y, de todas formas, el hombre que me trajo a casa se ocupó de apartar a Tony.

—¿Le golpeó?

—No tuvo que hacerlo.

—Yo lo habría hecho.

—¡Eres terrible! —dijo Edney sonriendo.

—¿Cómo se llama? Le escribiré agradeciéndoselo.

—¿A quién? —preguntó ella, extrañada.

—Al hombre que te trajo a casa. Tu caballero de brillante armadura.

Edney se rió, su padre se había vuelto a tranquilizar.

—No montaba un caballo blanco —bromeó—. Y no sé su nombre.

—Tu madre no te enseñó buenos modales. Deberías preguntarle el nombre a los hombres que conoces, Edney, así podrías seguir viéndolos —dijo él sonriendo repentinamente.

Luego el domingo siguió su curso. Para Edney fue un día muy ocupado, además de hacer la comida, tuvo que revisar su vestuario para ver qué se ponía al día siguiente, su primer día de trabajo en la empresa.

I. L. Engineering and Design, su nueva empresa, en la que iba a trabajar como ayudante personal de la jefa, requería que fuera vestida adecuadamente, tanto en el trabajo como fuera de él, como le habían advertido. Edney era muy consciente de la suerte que había tenido al conseguir ser la ayudante de Annette Lewis. Su antecesora en el cargo había sido ascendida a secretaria de uno de los directores generales.

Edney había trabajado anteriormente como secretaria en una empresa de ingeniería y se había quedado anonadada al ver el sueldo que ofrecían. Cuando envió su solicitud y el currículum la llamaron para una entrevista personal y allí supo más del trabajo y el sueldo pasó a un segundo término. Quería ese trabajo. Era estimulante, interesante, todo un reto. Trabajaría duramente, pero sabía que lo podía llevar a cabo.

Pero luego pasaron los días y empezó a pensar que no la elegirían a ella. Siempre le había pasado lo mismo. Su confianza en sí misma se había visto afectada por la forma en que sus padres se habían peleado por su custodia después de su divorcio. Primero había vivido con su madre en Bristol, luego con su padre y después de nuevo con su madre. Entonces, cuando ella tenía dieciséis años, su madre se había casado de nuevo con un viudo que tenía un hijo unos años mayor que Edney.

Su padre se había negado entonces a que otro hombre mantuviera a su hija y quiso que se fuera a vivir con él.

—Tu madre me dejó en la ruina con el divorcio y ahora no se va a quedar contigo también. Conseguiré los mejores abogados y la volveré a llevar a juicio para conseguir tu custodia.

Sintiéndose entre dos fuegos y queriendo a los dos, Edney fue entonces muy consciente de la determinación de su madre de luchar contra su ex marido por todo lo que fuera, grande o pequeño. Esta vez, tal vez por haberse vuelto a enamorar, sus prioridades se habían visto alteradas y, a pesar de que el asunto llegó al juzgado, había cedido más fácilmente. Así que Edney se había ido a vivir con su padre a condición de irla a ver cada dos semanas.

Y su padre, que se había quedado en la ruina después del divorcio, se dedicó a trabajar para ganar el dinero estrictamente necesario para mantenerlos a los dos, ya que no tenía la menor intención de que su madre encontrara una nueva manera de ponerle las manos encima a sus ganancias. Así que no había confiado en su ex esposa aún cuando ella se volvió a casar, ni tampoco trabajó más. De todas formas, cuando Edney le dijo que quería estudiar para meterse en el mundo de los negocios, él había logrado sacar dinero de alguna parte como para mandarla a la mejor universidad.

Edney, por su parte, había trabajado duramente y sus calificaciones lo demostraron. ¿Pero sería todo eso suficiente para su nuevo trabajo?

Cuando llegó una carta de la empresa, Edney apenas se atrevió a abrirla. Se esperaba un educado agradecimiento por haber asistido a la entrevista, pero…

Annette Lewis, una auténtica profesional de unos cuarenta años, había estado presente en la segunda entrevista, junto con el jefe de personal. A Edney le pareció que todo había ido bien, pero tuvo que esperar toda una agónica semana para que la llamaran a una tercera entrevista.

Esta vez había sido en la oficina de Annette Lewis. La misma que ella compartiría si la aceptaban. ¡Y allí mismo descubrió que la habían aceptado!

—¿Quiere decir que el trabajo es mío? —preguntó.

—Si lo quieres. La decisión de aceptarte la tomó el señor Craythorne hace ya días. Pero hoy lo primero que él quiere hacer es verte en persona.

—¿Quiere entrevistarme él mismo?

¡Saville Craythorne, el hombre del que Annette era la ayudante personal, ¡el jefe de todo! ¡Esperaba de verdad gustarle!

—Pretendía entrevistarte —dijo Annette—. Pero, desafortunadamente, el señor Butler, su brazo derecho, se ha puesto enfermo de repente y Saville… el señor Craythorne, ha ido con él al hospital y me ha dicho que te ofrezca un contrato temporal por tres meses y, si vales, luego te haremos fija.

Edney había vuelto a casa como subida en una nube.

Annette le había dejado muy claro que se ganaría su salario, que habría veces que saldría tarde si era necesario y que tendría que dedicarse al trabajo en cuerpo y alma.

También le había dicho que pensaba tomarse una vacaciones al cabo de un par de meses, así que, dado que Edney tenía que seguir trabajando con su empresa actual un mes más para que le encontraran un sustituto, iba a tener que aprender rápidamente cuando empezara a trabajar allí, dado que tendría que hacerse cargo de todo en su ausencia.

Annette había sonreído entonces.

—Pero no tienes que preocuparte, mi anterior ayudante aún trabaja en este edificio y te ayudará si lo necesitas. Aunque estoy segura de que no será necesario. Una de las razones por las que te he elegido es porque me has parecido muy tranquila y no creo que te dejes llevar por los nervios.