Amores reñidos - Jessica Steele - E-Book

Amores reñidos E-Book

JESSICA STEELE

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Beschreibung

Emily Lawson siempre había dado prioridad a las necesidades de su abuela y eso le había causado tantos problemas en el trabajo que acabaron por despedirla. Necesitaba un nuevo empleo desesperadamente, pero, por algún motivo, una vez que lo hubo conseguido, discutía constantemente con su jefe, el atractivo Barden Cunningham. Pero, al parecer, esta vez no había discutido lo suficiente, porque había accedido a conducir en medio de una tormenta de nieve para llevarle un informe a su casa. Emily tuvo un accidente con el coche, llegó helada y calada hasta las huesos y, para colmo de males, descubrió que la casa era minúscula y no disponía de ninguna habitación para invitados. ¡Una cosa era compartir el despacho, pero dormir en la misma habitación con el antipático señor Cunningham era otra completamente distinta!

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Seitenzahl: 157

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1999 Jessica Steele

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Amores reñidos, n.º 1461 - junio 2021

Título original: A Nine-To-Five Affair

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises

Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-615-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

MIENTRAS conducía a la entrevista de trabajo esa tarde de invierno, Emmie se vio invadida por confusos pensamientos y emociones, principalmente su necesidad de conseguir ese puesto y la esperanza de lograrlo. No le importaba que sólo fuese temporal, probablemente un máximo de nueve meses. El salario era muy bueno y le daría tranquilidad económica durante un tiempo.

El trabajo como auxiliar y luego sustituta de secretaria de dirección mientras ésta estaba de baja por maternidad sería muy duro, lo que explicaba el excelente salario que Barden Cunningham ofrecía. Pero, aunque en el último año Emmie había tenido un bache en su carrera, varios baches en realidad, sabía que su currículum era ejemplar.

Había obtenido un excelente diploma de secretaria y llevaba tres años trabajando en Usher Trading cuando una mañana, al llegar al trabajo, se enteró de que la compañía cerraba, dejando un rosario de acreedores.

No había sido su único sobresalto ese mes. Todavía no se había recuperado del susto de quedarse en la calle, cuando su padrastro había muerto. Eso había sido mucho peor, ya que Emmie lo quería como si hubiese sido su hija. Su verdadero padre, un científico dedicado a su trabajo, había muerto cuando ella tenía diez años.

Emmie recordaba lo distinta que era su vida entonces. Vivían en una casa elegante en Berkshire y tenían suficiente dinero como para que su madre se dedicara a coleccionar antigüedades. Dos años después de la muerte de su marido, su madre se había casado con Alec Whitford. Alec había sido totalmente distinto al padre de Emmie. Era un hombre lleno de vida y alegría al que no le gustaba trabajar.

Pero no fue hasta la muerte de su madre en un tonto accidente en el jardín que Emmie comenzó a sospechar que ella y Alec estaban en dificultades económicas. Entonces, Emmie tenía quince años.

–¿Busco trabajo, Alec? –le había preguntado, pensando en trabajar por las tardes y los fines de semana.

–De ninguna manera, cielo –le había respondido él–. Venderemos algo.

Cuando Emmie tenía dieciocho años y había terminado en la Escuela de Secretarias su formación, ya les quedaba poco por vender. Para entonces, había aprendido a valorar la seguridad económica por encima de todo. Quería mucho a su padrastro y no le hubiera gustado si fuese distinto, pero Alec se había gastado todo lo que su mujer, que había muerto sin hacer testamento, le había dejado.

Vivía también con ellos la madre de Alec, quien, a pesar de sus ochenta años, estaba en perfectas condiciones mentales. Emmie la llamaba cariñosamente «tía Hannah». La anciana, un personaje poco convencional, tenía su propia pensión, pero como ya le había prestado antes dinero a su hijo y nunca lo había recuperado, se negaba a seguir dándole más.

–Si estás tan escaso de dinero –le había dicho–, ¡vende la casa!

Y él lo había hecho.

Así que se habían mudado a un apartamento de tres dormitorios en una zona muy bonita de Londres, y Emmie había comenzado a trabajar para Usher Trading. Los tres siguientes años transcurrieron agradablemente y ella había llegado a sentir verdadero cariño por la tía Hannah.

Pero luego sobrevinieron la pérdida de su trabajo y la muerte de Alec. Y en medio de su esfuerzo por hacerse a la idea de lo que le sucedía, Emmie se había dado cuenta de que la tía Hannah no se encontraba demasiado bien.

Al principio Emmie lo atribuyó a que, aunque muchas veces se había enfrentado al manirroto de su hijo, la anciana adoraba a Alec y lo había perdido. Quizás, cuando lograse superar su dolor, volvería a ser la misma.

Mientras tanto, Emmie había comenzado a trabajar en una compañía de seguros, pero a las seis semanas, el mujeriego de su jefe, no contento con tener una relación extramarital, le había hecho a ella una proposición, después de insinuársele durante bastante tiempo.

Emmie no se había podido controlar y le había dicho de todo menos bonito, lo cual había acabado con la necesidad de seguir sufriendo sus continuos devaneos, aunque también con su trabajo en la compañía de seguros. Se había consolado pensando que, en realidad no quería seguir trabajando allí, y había buscado otro trabajo.

Le llevó sólo diez semanas perderlo, debido a la impuntualidad. Y era verdad. Su impuntualidad había sido horrorosa. Pero el problema era que la tía Hannah no quería levantarse por la mañana y, aunque no le costaba nada llevarle el desayuno a la cama, Emmie no quería irse a trabajar hasta dejarla vestida y levantada.

El tercer trabajo había tenido peor salario, pero le quedaba más cerca, lo cual le permitía salir de casa más tarde. Parecía que todo marchaba a la perfección hasta que el hijo del jefe había vuelto del extranjero y había comenzado a tratar de persuadirla de lo bueno que podría ser con ella si ella se lo permitiese.

Emmie reconocía que parte del problema era su propia ignorancia de qué hacer en esos casos y se comenzaba a preguntar cuánto más podría soportarlo cuando un día, en el que estaba a punto de explotar, recibió una llamada de la policía. Parecía ser que había en la comisaría una tal Hannah Whitford, que estaba un poco confusa.

–¡Voy para allá! –exclamó Emmie. Controlando el pánico, agarró las llaves del coche y su bolso.

–¿Dónde crees que vas? –preguntó el hijo de su jefe.

–¡No puedo explicárselo ahora!

–¡Tu trabajo! –le había advertido él con tono amenazador.

–¡Todo suyo! –le respondió ella distraída. Quedarse sin empleo era la menor de sus preocupaciones en ese momento. Llegó a la comisaría en tiempo récord.

–¿La señora Whitford? –le preguntó al policía de la entrada.

–Está tomando una taza de té con una de mis compañeras –le dijo, y le explicó que la habían encontrado en pantuflas perdida en la calle.

–¡Pobrecita! –exclamó Emmie.

–Ya se encuentra bien –la tranquilizó el policía–. Afortunadamente llevaba su bolso y encontramos su teléfono en el estuche de sus gafas.

–¡Gracias a Dios que se me ocurrió anotárselo allí! –se lo había puesto porque se le había ocurrido que, antes de leer el número, la anciana buscaría sus anteojos.

–¿Lleva mucho tiempo con estos… olvidos? –preguntó el policía con amabilidad.

Emmie le explicó que sólo desde la pérdida de su hijo, hacía poco. Al enterarse de que Emmie se encontraba fuera la mayor parte del día, el oficial le sugirió que quizás fuese una buena idea buscarle a la señora Whitford un sitio en un hogar de ancianos.

–¡No podría! –fue la reacción inicial de Emmie–. Se sentiría muy mal fuera de casa. ¿Estaba muy alterada cuando la encontraron?

–Alterada, confundida, triste y –añadió con una pequeña sonrisa–, un poquitín agresiva.

Emmie sabía perfectamente lo afilada que podía llegar a ser la lengua de la tía Hannah cuando se encontraba enfadada, y no estaba dispuesta a instalarla en una residencia. El policía le recordó que no eran cárceles, que los residentes podían entrar y salir, y que mientras estaban dentro, alguien los cuidaba y se ocupaba de que comiesen durante el día.

De repente, apareció Hannah Whitford.

–¡Qué lío que han montado! –protestó al verla, pero Emmie se dio cuenta de que era más por vergüenza que enfado–. ¿Tienes el coche fuera?

Emmie no pensaba mencionar la conversación que había tenido con el policía, pero la tía Hannah, que parecía haber tenido una similar en la comisaría, sacó el tema. Cerca del mediodía siguiente, después de haber estado pensando durante un rato, la tía Hannah pareció darse cuenta de que Emmie no estaba en el trabajo.

–¿Qué haces en casa? –preguntó directamente, como era su costumbre.

–Pensaba buscarme otro trabajo –respondió Emmie al darse cuenta de que la anciana había superado la confusión del día anterior y volvía a ser la de siempre.

–Por culpa mía.

Era una afirmación, y aunque Emmie le dijo que había dejado el trabajo aunque no la hubiesen llamado de la comisaría, la tía Hannah no se quedó convencida.

Tampoco estaba de acuerdo en convertirse en una carga para su nieta postiza. Al ver lo violenta que se ponía, Emmie accedió a averiguar, más para que se calmase que otra cosa, sobre sitios donde se pudiese ir a vivir.

Más tarde se dio cuenta de que la tía Hannah no se contentaba con averiguar, así que comenzaron a visitar residencias. La primera que vieron, Keswick House, resultó ser una agradable sorpresa. Llena de luz y con buena ventilación, tenía un agradable ambiente. Los residentes, que parecían ocupados y activos, estaban rodeados de sus propios muebles. La contra del sitio era el precio, ya que para pagarlo no alcanzaba la pensión que recibía mensualmente.

La tía Hannah no se dio por vencida y siguieron visitando otras residencias, pero Emmie no estaba dispuesta a permitir que la anciana se fuese a vivir a cualquier sitio. Por otro lado, tampoco quería dejarla sola en la casa, especialmente después de que tuviese un segundo ataque de amnesia temporal, del cual salió turbada y confusa. ¿Qué habría hecho la pobrecita si ella hubiese estado trabajando? ¡Tenía que sentirse segura! Emmie llamó a Lisa Browne, la dueña de Keswick House.

Una semana más tarde, el día anterior a que Emmie comenzase a trabajar nuevamente, la señora Whitford se mudó a Keswick House. Afortunadamente, entre el traslado de sus tesoros personales y la ilusión de la mudanza, se había olvidado del coste de la residencia y firmó todos los papeles que Emmie le presentaba. Dos semanas más tarde, Emmie se mudó del bonito piso de tres dormitorios a uno de dos en una zona mucho menos elegante.

Emmie hizo caso omiso a la deteriorada pintura de la puerta de entrada y se esforzó en pensar positivamente. La casa era antigua, ¿qué iba a pretender? Pero, precisamente por su edad, haría que las pocas antigüedades que le quedaban lucieran en todo su esplendor una vez que pintase y empapelase de nuevo. Costaba la mitad que el piso anterior, así que si lograba conservar el trabajo en Smythe & Wood International, le alcanzaría para pagar la diferencia necesaria para mantener a la tía Hannah en Keswick House.

Pero un mes más tarde, a pesar de que el piso había quedado precioso después de pintarlo, alfombrarlo y ponerle cortinas, además de amueblarlo con las hermosas antigüedades de su madre, el trabajo no funcionaba como ella hubiese deseado.

Su nuevo jefe resultó ser igual de mujeriego que los anteriores, y Emmie no pudo evitar pensar qué les pasaba a los hombres que tenían que tocarla e insinuar que les interesaría ser algo más que sus jefes

¿O sería ella? No lo creía. Quizás los tres años en Usher Trading con el señor Denby de jefe, que la trataba como una hija, no la habían preparado para ese tipo de hombres. Estaba segura de que ella no los provocaba en absoluto. Sabía que era agraciada, aunque no hermosa, como le había dicho Alec una vez, lo cual la había llevado a ir al espejo para cerciorarse. Delgada, de un metro setenta y dos descalza, se había mirado detenidamente la perfecta piel, el cabello liso y negro que le llegaba a los hombros y los cálidos ojos castaños. Luego había hecho una sonrisa para verse los blancos dientes y llegado a la conclusión de que su padrastro era un poco parcial en sus afirmaciones.

Además, no le había resultado tan fácil a la tía Hannah adaptarse a su nueva casa y en varias ocasiones había alarmado al personal de la residencia al salir sin dejar dicho dónde iba. En varias ocasiones Emmie había tenido que salir de la oficina a buscarla. Afortunadamente, las dos últimas semanas habían sido tranquilas, hasta el día anterior, en que había llegado una hora más tarde a la oficina porque, después de tener a la tía Hannah en casa el sábado y el domingo, le había costado bastante más de lo que había calculado tenerla lista para llevarla de vuelta a Keswick House.

Siempre hacía horas extras para completar el horario, pero el día anterior, para su desgracia, también se había quedado su jefe.

–Podríamos estar haciendo cosas más interesantes que esto –insinuó éste, acercádose a ella y obligándola a retroceder a una esquina del despacho–. Ven a tomar una copa conmigo.

–No, gracias –respondió Emmie, fría pero cortésmente y vio cómo le cambiaba la expresión.

–¿Quién te crees que eres? –le dijo el hombre con resentimiento- Necesitas que te bajen los humos.

Y mientras ella no sabía qué hacer, esperando que se fuese a su casa y la dejase en paz, él se le echó encima con la intención de besarla. Sus lascivos y húmedos labios se le aproximaron peligrosamente, haciendo que ella dejase de pensar para concentrarse en su defensa. Su reacción fue rápida e inmediata: le pegó con todas sus fuerzas y luego lo empujó, logrando que se cayese al suelo de la forma más ridícula, lo cual no le gustó en lo más mínimo.

Le tuvo que pasar por encima para agarrar el abrigo y el bolso.

–¡Buenas noches! –explotó, cuando ya se iba.

–¡No vuelvas! –le gritó él.

Una hora más tarde, se había calmado. Aunque sabía perfectamente que no se arrepentía de hacer lo que había hecho, reconocía que no se lo podía permitir. No es que pensase volver a esa oficina. La sola idea de hacerlo le daba escalofríos.

El martes por la mañana había una sola carta en el correo que casi la hizo volverse atrás en su resolución. Era de Keswick House. Una de las habitaciones más amplias estaba disponible y la señora Whitford había solicitado trasladarse a ella, ¿había algún inconveniente? Era evidente que la tía Hannah no había tomado en consideración el aumento de precio. Emmie no se lo podría permitir a menos que encontrase un trabajo mucho mejor pagado que el que acababa de perder.

Salió a buscar el periódico y allí había encontrado el que iba a solicitar en ese momento: auxiliar y luego sustituta de una secretaria ejecutiva que iba a tomarse la baja por maternidad. Ésa era la única pega, que el trabajo no era permanente. La verdad es que en los últimos doce mese lo más que había durado en un empleo era cuatro meses. Trabajar en un sitio cubriendo una baja de maternidad le parecía casi permanente. Además, si tenía ese salario, la tía Hannah se podría mudar a la habitación mayor y quizás, al sentirse cómoda, no le causase más trastornos.

Progress Engineering era una enorme Corporación Industrial, conocida en el campo de la ingeniería. Tenía la esperanza de que, una vez que se acabase su suplencia, podría quedarse en algún otro puesto dentro de la empresa.

Lo primero era conseguir el empleo. Emmie cruzó los dedos y marcó el número.

–¿Puede empezar inmediatamente? –preguntó eficientemente el jefe de recursos humanos con quien habló.

–Desde luego –respondió, sin saber todavía que motivos daría para haber dejado su empleo anterior.

–¿Puede venir esta tarde?

¡Y ahora descubría, al hacer la entrevista, que el puesto era de secretaria ejecutiva del señor Barden Cunningham, nada menos que el Presidente de la Corporación! El motivo de la urgencia era que Dawn Obrey, que se encontraba en el quinto mes de embarazo, había comenzado a tener unas pequeñas complicaciones, lo cual, sumado a los controles normales del embarazo, significaba que tenía que faltar bastante, a veces sin preaviso.

Emmie había justificado la poca duración de sus trabajos diciendo que había tomado empleos temporales para adquirir experiencia en distintas ramas de la industria. Le parecía que su entrevista había ido bien, pero se había sentido un poco desilusionada cuando, al terminarla, el entrevistador se había puesto de pie y después de estrecharle la mano, le había dicho que tenía otros dos candidatos que ver, pero que se pondría en contacto con ella pronto.

Emmie condujo hasta su casa un poco preocupada. No sabía que el puesto era para trabajar directamente con el presidente. Seguro que Barden Cunningham querría alguien mayor, lo cual era injusto, porque ella era buena en su trabajo, sabía que lo era.

Al llegar, estaba convencida de que no la contratarían. Y aunque sabía que tendría que llamar a Keswick House y dar algún motivo por el cual la tía Hannah no se podía cambiar a la habitación más grande, por algún motivo no lo hizo.

Unas horas más tarde, Emmie buscaba nuevamente en la sección de Ofertas de Empleo cuando sonó el teléfono. La tía Hannah tenía teléfono en su habitación. Emmie contestó con agradable voz, tratando de que no se le notaran los nervios que tenía de que fuese Lisa Browne o uno de sus ayudantes para decirle que la señora Whitford había desaparecido.

–¿Dígame?

Se hizo un pequeño silencio y luego sonó una agradable voz masculina.

–¿Emily Lawson?

–Sí, soy yo –respondió ella.

–Habla Barden Cunningham –dijo, haciendo que ella casi lanzase una exclamación de sorpresa.

–Oh, ¿dígame? –estaba tan nerviosa que tartamudeó.

–Me gustaría verla el viernes por la tarde. ¿Está libre? –dijo él, yendo directamente al grano.

–Por supuesto. ¿A qué hora le conviene?

–Cuatro y media –dijo él–. Hasta entonces –añadió antes de colgar.

Emmie también cortó la comunicación. Una enorme sonrisa le iluminaba la cara. Todo había sido tan rápido que el entrevistador se habría puesto en contacto con el Gran Jefe en cuanto terminó con las entrevistas, lo cual le indicó dos cosas: que a pesar de haber otros candidatos todavía tenía posibilidades y que Progress Engineering quería llenar la vacante cuanto antes. La espera hasta el viernes se le iba a hacer eterna.

Adrian Payne, su vecino de arriba, un estudiante encantador, la invitó a comer el jueves por la noche, pero Emmie declinó la invitación. Quería estar perfecta al día siguiente para la entrevista y quería irse a la cama temprano.