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Se comprometió con él... mientras dormía Claire Farley se despertó en el hospital y no recordaba nada de su vida. Pero lo más sorprendente fue descubrir que llevaba puesto un anillo de compromiso. Y su prometido era ni más ni menos que el maravilloso Tye Kershaw, el marido perfecto: atento, cariñoso... y muy guapo. Pero cuando recobró la memoria resultó que había una pieza del rompecabezas que no encajaba porque no recordaba haber visto a Tye Kershaw en toda su vida. ¿Qué hacía entonces viviendo en su casa, con aquel anillo en el dedo... y durmiendo en la misma cama?
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Seitenzahl: 157
Veröffentlichungsjahr: 2015
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2003 Jessica Steele
© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Recuerda, n.º 1808 - septiembre 2015
Título original: An Accidental Engagement
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español 2003
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-6870-0
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
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SE ESTIRÓ. Estaba preocupada y le pesaban los párpados. Intentó recordar qué era lo que la preocupaba, pero no pudo. Abrió los ojos y se quedó un par de segundos tumbada, en paz.
Aquella paz no duró mucho. De repente, abrió mucho los ojos. ¡No recordaba nada! ¡Nada de nada! ¡Su cabeza estaba completamente en blanco!
Intentó no dejarse llevar por el pánico. Era imposible. Tenía que recordar algo. ¡Nada! ¡Ni siquiera cómo se llamaba!
Miró a su alrededor. Las paredes rosas del dormitorio no le decían nada. No las reconocía. Gritó e intentó incorporarse, pero se dio cuenta de que apenas tenía fuerzas para levantar la cabeza de la almohada.
No estaba sola. Había una enfermera rolliza que, alertada por su grito, había corrido a su lado.
–Veo que ha vuelto en sí –comentó con voz dulce y tranquila.
La joven de la cama no se encontraba en absoluto tranquila.
–¿Quién…? ¿Dónde…? No sé dónde estoy ni quién soy –murmuró asustada.
En un abrir y cerrar de ojos, llegó un médico. A partir de ese momento, se sucedieron una serie de visitas en bata blanca por su habitación, diferentes pruebas de memoria, preguntas, sedantes y sueños.
Las enfermeras le habían curado las heridas, pero su memoria seguía sin reaccionar. No recordaba quién era.
En alguno de los ratos de lucidez que tuvo entre sueños, vio a un hombre de traje, no, eran dos.
Uno era alto y fuerte, debía de andar por los cuarenta y tantos y parecía médico pues, aunque no llevaba bata, le ponía una linternita en los ojos y le hacía preguntas. La chica intentaba contestar, pero a menudo se quedaba dormida en mitad de la conversación.
El otro hombre era unos diez años más joven que el primero, debía de tener unos treinta y cinco o treinta y seis, y era también alto, pero más delgado. Aquel no hacía preguntas ni llevaba linternita. Solía acercarse a la cama y hablarle en voz baja. Con él, también se quedaba dormida.
Pasaron varios días y se dio cuenta de que la llamaban Claire. Alguien debía conocerla entonces.
Recordaba vagamente que la habían cambiado de habitación y también de hospital. Allí, todas las caras eran nuevas y no reconoció a los dos hombres, el médico y el otro.
Una mañana, se despertó y no se le fue la cabeza como de costumbre. Permaneció despierta. Aunque seguía sin recordar nada y le daba vueltas la cabeza, se encontraba con más fuerzas, como dispuesta a unirse al mundo de los vivos.
–¿Dónde estoy? –le preguntó a una enfermera.
–En Roselands, una clínica privada –contestó la mujer–. Hace dos días que la trajeron aquí. Cada vez va mejor.
–¿Me llamo Claire?
–Claire Farley –le confirmó la enfermera.
–¿Qué me ha ocurrido?
–Tuvo un accidente de tráfico. Estuvo en coma unos días, pero salió y no tiene ninguna lesión grave. Hubo que darle puntos en la cadera derecha, pero ya se los han quitado, y se golpeó con fuerza el brazo derecho, pero no se lo rompió –sonrió la mujer.
–¿Y la cabeza? ¿La tengo bien? –preguntó Claire asustada–. No recuerdo nada…
–Tiene la cabeza bien –se apresuró a asegurarle la enfermera–, no se preocupe. Se le han hecho todas las pruebas habidas y por haber.
–Pero si no recuerdo nada, no sé quién soy –insistió Claire angustiada.
–Tranquilícese –le aconsejó la enfermera–. Por cierto, me llamo Beth Orchard. Todo tiene una explicación. Como le he dicho, ha estado en coma y su cabeza ha decidido que quiere descansar un poco. Cuanto más tranquila esté, antes recuperará la memoria. ¿Quiere algo?
Claire miró a su alrededor y vio flores y frutas.
–Parece que tengo de todo –contestó.
Beth se fue y Claire comenzó a experimentar un enorme desasosiego. ¡No recordaba absolutamente nada!
–Claire Farley –dijo en voz alta.
Aquel nombre no le decía nada.
En aquel momento, entró uno de los hombres que recordaba. Por lo visto, era el doctor Phipps.
–¿Qué tal va su cabeza? –le preguntó.
–Mal –contestó Claire–. No recuerdo nada.
–Tiene que descansar.
–Eso me ha dicho la enfermera Orchard.
–Intente no preocuparse –le aconsejó el doctor Phipps.
–¿Cuánto tardaré en recuperar la memoria? –preguntó Claire nerviosa–. La voy a recuperar, ¿verdad?
–Por supuesto, en cualquier momento. Si solo ha sido por un golpe en la cabeza, volverá en pocos días…
–¿Qué quiere decir ese si? ¿Es que puede haber sido otra cosa?
–Sí –contestó el médico sinceramente–. A veces, cuando una persona ha estado sometida a un estrés emocional enorme, su cerebro decide desconectar porque ya no puede más.
–¿Cree que eso ha podido ser lo que me ha pasado a mí?
–Pueden haber sido las dos cosas, un golpe muy fuerte en la cabeza y el trauma emocional, pero, por lo que dicen los testigos, usted estaba discutiendo con el conductor de otro coche, así que me inclino a pensar que ha sido por el golpe.
Claire aceptó las palabras del doctor Phipps. No tenía elección. Parecía un hombre inteligente, así que decidió confiar en él.
–¿Y mi familia? ¿Saben que estoy aquí?
–Ya le he dicho que tiene que descansar. Deje a su cerebro recuperarse un poco.
–Muy bien –dijo Claire cerrando los ojos y sintiéndose repentinamente muy cansada.
Cuando se despertó, estaba sola. Se miró la mano derecha y comprobó que tenía dedos largos y elegantes, pero que las uñas le habían crecido bastante y pensó que no le iría mal una lima.
Se sentía esperanzada por las palabras del doctor Phipps. Pronto recuperaría la memoria. De todas formas, le parecía que aquello de preocuparse por tener las uñas demasiado largas no iba con ella. Aquello la esperanzó.
Se miró la mano izquierda y… ¡se despertó de repente! ¡Lucía un precioso anillo de compromiso! ¡Se iba a casar!
¿Con quién? ¿No sería con el otro hombre? Lo recordaba sentado junto a su cama día tras día.
Sintió pánico. ¿Cómo era posible que no recordara que se iba a casar? ¿Y si nunca recuperaba la memoria?
Iba a llamar a la enfermera, cuando llamaron a su puerta. Sintió un gran alivio. Prefería tener compañía a estar sola.
Sin embargo, cuando vio de quién se trataba, se asustó.
–¿Tanto miedo doy? –dijo el hombre alto con el que creía estar prometida.
En dos zancadas, estaba junto a su cama sonriéndola y haciéndola sentir mejor.
–¿Me voy a… casar contigo?
El hombre se sentó en una silla.
–El anillo que llevas es mío, sí.
Claire lo miró fijamente. Si se iba a casar con él, obviamente, lo amaba. Sin embargo, mirándolo, no sentía nada. Menos mal que no la había besado.
–¿Cómo te llamas? –le preguntó mirándose en sus ojos grises.
–Tye –contestó sonriente–. Tye Kershaw, a tu servicio.
Claire se encontró sonriendo también.
–Creo que me podrías gustar –dijo sin pensar–. Perdón –se disculpó dándose cuenta de que lo que él querría sería amor y no simpatía–. No recuerdo nada, aunque…
–¿Has recordado algo? –preguntó Tye muy serio.
Claire negó con la cabeza.
–Me he fijado en mis manos por primera vez esta mañana. Me tengo que cortar las uñas. No sé por qué, tengo la sensación de que no las solía llevar tan largas –dijo dándose cuenta de algo–. ¡No sé cómo soy! –exclamó–. ¿Soy fea?
–No, eres muy guapa –contestó Tye.
–Lo dices porque te vas a casar conmigo, ¿verdad? ¿Hay un espejo por ahí?
Tye se levantó y abrió la puerta del baño.
–El doctor Phipps me ha dicho que quiere que empieces a dar paseos esta tarde, así que vamos a empezar –dijo tomándola en brazos con cuidado.
Al sentir sus fuertes manos a través del camisón, Claire se sonrojó, pero pronto se olvidó al verse en el espejo.
–Dijiste… que era… guapa –balbuceó.
–Teniendo en cuenta la cantidad de heridas y moratones que te has hecho por todo el cuerpo… por no hablar de tu cabeza, claro –contestó Tye–. Eres guapa y, en cuanto te hayas recuperado, volverás a ser la impresionante mujer de siempre.
Claire lo miró. Tenía una boca preciosa. Se le antojaba imposible haberla besado, haber besado a un hombre tan sofisticado, tan seguro de sí mismo y con aquel halo de saber muy bien lo que quería en la vida.
Sin embargo, estaba prometida con él, así que era obvio que lo habría besado… incluso habría hecho el amor con él. Ante aquel pensamiento, se volvió a sonrojar.
Nerviosa, se tocó el pelo rubio.
–¡Quiero volver a la cama! –clamó de repente.
Tye la miró y, obviamente, se dio cuenta de que se había sonrojado.
–Tranquila –le dijo saliendo del baño y dejándola en la cama–. Sé que estás muy nerviosa, pero todo se va a solucionar, te lo prometo –le aseguró arropándola.
–¿Siempre he sido tímida contigo? Quiero decir… ¡no tengo ni idea de cómo me comportaba contigo! Debería sentirme cómoda en tu compañía, ¿no?
–No estaría tan seguro. Supongo que te parezco un perfecto desconocido.
–Gracias por ser tan comprensivo –sonrió Claire.
–Eres un amor –sonrió él.
De repente, Claire se dio cuenta de que se sentía cómoda con él, pero no pudo evitar bostezar.
–Perdón, es que no aguanto más de diez minutos seguidos despierta.
–Muy bien, muy bien, pillo la indirecta –bromeó él–. Aprovecharé para ir un rato a la oficina y trabajar un poco.
Y se fue. Sin besarla. Menos mal. Le estaba agradecida por ello. Efectivamente, era un desconocido y bastante tenía ella con lo que tenía como para que, encima, la besara.
Se dio cuenta de que Tye Kershaw la disturbaba. En su presencia, se había sentido tímida, tensa, nerviosa y cómoda. ¡Y se había sonrojado dos veces en diez minutos! ¿Se habría sonrojado siempre con tanta facilidad?
Recordó la imagen que le había devuelto el espejo. Una mujer joven de ojos azules, nariz fina y boca agradable. Parecía tener veintipocos años. Tenía que preguntarle a Tye… Se quedó dormida.
Se despertó hecha un lío. Tye se había ido a la oficina. ¿En qué trabajaría? ¿Cómo se habría enterado de que estaba en el hospital? ¿Habría quedado con él cuando había tenido el accidente? ¿Habría estado cerca de donde habían quedado y Tye habría ido en su ayuda? Tye…
Dejó de pensar en él cuando una enfermera le llevó el bolso que habían encontrado en su coche. Era de calidad, pero, tras comprobar su contenido, un pintalabios, un colorete y un monedero, no recordó nada.
Durante la semana siguiente, se recuperó bastante. Tanto que el doctor Phipps, que cada vez iba menos a verla, hablaba de darle el alta.
Claire se encontraba mejor, pero todavía le quedaba un largo camino antes de recuperar las fuerzas al cien por cien. Aquello de salir del hospital le producía vértigo. Una parte de ella quería salir y ver el mundo y otra se moría de miedo.
Tye la iba a ver casi todos los días, pero no todos porque a veces tenía que ausentarse de Londres por motivos de trabajo. Hasta entonces, Claire no había sabido en qué lugar del mundo se encontraba.
Tye le había contado cosas, pero no todo. Suponía que porque contarle todo de golpe no era bueno.
Le había preguntado por su trabajo y Tye no había mostrado ninguna reticencia a hablar sobre ello.
–Soy analista financiero y tengo una empresa de consultoría –le había dicho.
Su empresa se llamaba Kershaw Research and Analysis, tenía un equipo de primera trabajando para él y, por lo visto, les iba muy bien.
Claire quiso saber a qué se dedicaba ella y Tye le dijo que, en el momento del accidente, no estaba trabajando, que se había ido de un trabajo y estaba buscando. Claire insistió un poco más, pero él cambió de tema.
–¿Cómo nos conocimos?
Tampoco aquella pregunta obtuvo una respuesta plenamente convincente. Por lo visto, su relación había comenzado con un flechazo. Era lo único que le había contado. El doctor Phipps le debía de haber dicho que no le contara demasiadas cosas.
El domingo estuvo esperando todo el día a que fuera a verla, pero no fue. Claire pensó que estaría trabajando. Al fin y al cabo, era el jefe de la empresa, lo que quería decir que no había fines de semana si había trabajo por hacer.
Una pena porque quería verlo. Además, le iban a dar el alta y no sabía dónde ir. No sabía dónde vivía. Preguntó a las enfermeras y a los médicos, pero ellos tampoco lo sabían o no se lo quisieron decir.
Llevaba un rato sentada en una butaca y decidió volverse a la cama porque le dolía todo el cuerpo.
También había querido saber sobre su familia. Tye le había dicho que sus padres estaban de viaje en América del Norte. Había decidido no llamarlos porque, dado que su falta de memoria no era una cuestión de vida o muerte, no le había parecido bien interrumpir sus vacaciones.
A Claire le pareció bien porque no se acordaba de ellos. Por lo visto, no tenía hermanos, era hija única.
La idea de abandonar la clínica le daba pavor porque allí estaba acompañada por el personal, pero la atormentaba la posibilidad de que otra persona necesitara su plaza.
¿Y dónde iría? No sabía dónde vivía. ¿En una casa? ¿En un piso?
Justo cuando se había empezado a poner nerviosa y estaba rallando la histeria, se abrió la puerta y apareció… Tye.
–¡Cuánto me alegro de verte! –gritó con lágrimas en los ojos.
Avergonzada, apartó la mirada.
–Eh, ¿qué pasa? –dijo Tye yendo hacia ella, sentándose en el borde de la cama y pasándole el brazo por los hombros–. ¿Qué te pasa? –le preguntó agarrándola la cara con la otra mano y obligándola a mirarlo.
Le hablaba con tanta dulzura que Claire sintió que se derretía por dentro.
–El doctor Phipps ha dicho que tengo que volver para un chequeo, pero que me van a dar el alta –gimoteó.
Tye la miró a los ojos.
–Te la dan… mañana –le dijo.
–¿Mañana? ¿Has visto al doctor Phipps?
–He hablado con él por teléfono –contestó Tye sonriente–. ¿Por qué estás tan triste? ¿Por qué lloran esos preciosos ojos azules?
–¡Porque no sé dónde vivo! –confesó dándose cuenta de que cada vez le gustaba más aquella sonrisa.
–Oh, pequeña –dijo Tye abrazándola.
–¿Dónde vivo? –lo instó–. Nadie me lo dice.
Tye no contestó.
–¿Vivo contigo, acaso? –preguntó asustada–. ¿Duermo contigo?
–Sss… –dijo Tye apartándose y levantándose de la cama–. Estás haciendo muchos progresos –le dijo sonriendo de nuevo–, pero aún te queda mucho para poder dormir con nadie. Además, le he prometido al doctor Phipps que, por mucho que me lo pidas de rodillas, no te voy a hacer el amor una vez en casa.
Aquello la hizo reír y tuvo la sensación de que hacía mucho tiempo que no se reía así.
–Tienes una risa preciosa, como tu voz –dijo Tye mirándola como si fuera la primera vez que la oyera reír.
Claire supuso que había pasado mucho tiempo.
–¿Dónde vivimos? –le preguntó.
–En un pueblecito de Hertfordshire –contestó Tye–. El doctor Phipps cree que te vendrá mejor para recuperarte la tranquilidad del campo que el ajetreo de Londres.
–¿También tienes casa aquí?
–Sí, tengo un piso, pero hace poco heredé la casa de mi abuela, Grove House.
–¿He estado en esa casa antes?
Tye negó con la cabeza.
–Va a ser comenzar de nuevo para ti. Allí, no conoces a nadie y nadie te conoce. Así, no tendrás que preocuparte por si has saludado a alguien en la panadería a quien conocías o no –bromeó.
Claire sonrió pensando que no era muy probable que fuera a la panadería así como así porque apenas podía andar sin marearse.
–¿Tu abuela ha muerto?
–Hace unos meses, sí.
–Lo siento. ¿La conocía?
–No –contestó Tye–. Creo que Shipton Ash te va a encantar.
–¿Cómo es?
–Es muy pequeño. Tiene una sola tienda, un bar y unas cuantas casas.
–¿Y voy a estar sola allí? –preguntó preocupada.
–Yo te acompañaré todo lo que pueda –le prometió Tye–, pero no me mires así, dormiremos en habitaciones separadas. Cuando yo no esté, llamaremos a Jane Harris, el ama de llaves de mi abuela, para que vaya a dormir contigo.
–Lo has arreglado todo, ¿verdad? Mientras yo estaba aquí, tú te has ocupado de tenerlo todo listo para cuando saliera…
–Sí, soy un poco egoísta, ya lo sé. Te quería solo para mí –sonrió Tye.
–No eres egoísta en absoluto –dijo Claire–. Has venido a verme casi todos los días…
Debía de ser porque la quería, claro.
–¿Me quieres? –le preguntó de repente–. ¿Te quiero yo a ti? –añadió confusa.
–Me parece que, de momento, será mejor que solo seamos amigos.
–Ah –murmuró Claire–. ¿Quieres que te devuelva el anillo de pedida?
–¡No! –contestó Tye agarrándole la mano al ver que hacía el amago de quitárselo–. No quería decir eso –le aseguró–. Lo que quería decir era que, hasta que estés completamente bien, me parece mejor que nuestro compromiso pase a un plano platónico.
–Un compromiso platónico, ¿eh? –dijo Claire mirándolo a los ojos–. Me gusta la idea –añadió poniéndose en pie.
–Te dejo para que descanses –dijo Tye–. Mañana va a ser un día duro para ti.
–¡Ropa! –exclamó Claire.
–Está todo bajo control –contestó Tye–. Duerme –dijo yéndose.
Claire permaneció despierta un buen rato tras su partida. Miró varias veces el anillo de pedida. Un compromiso platónico. Sonrió. Aquel prometido platónico suyo era agradable, la verdad. Le caía bien.
Quería recuperar la memoria cuanto antes. No solo por ella sino también por Tye. Quería recordar cosas de él y de su relación. Lo que hacían, dónde iban, de lo que hablaban. Quería recordarlo todo, incluso su restaurante preferido.
Recordó lo que había sentido cuando la había tomado en brazos aquel día para conducirla ante el espejo y se encontró queriendo recordar también sus momentos más íntimos.
Sin duda, estando prometidos y viviendo juntos, se acostaban. Sin embargo, no recordaba el más mínimo detalle y Tye no parecía tener prisa ni siquiera por besarla. Por eso, precisamente, era el mejor prometido platónico del mundo. Por primera vez desde el accidente, se durmió con una sonrisa en los labios.
Al día siguiente, lo volvió a ver a las dos de la tarde. Apareció con una maleta en la que había vaqueros, pantalones, camisas y ropa interior. Todo parecía nuevo.