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Tras pillar a su marido teniendo una aventura, Parker, que vuelve a ser madre soltera, regresa a su trabajo como fisioterapeuta. Además, se hace cargo de la famosa pista de hielo de su padre y la convierte en el lugar de sus sueños: el centro perfecto en el que pueden entrenar los jugadores de la NHL en pretemporada y recibir tratamientos de rehabilitación de primera calidad. Con lo que no contaba Parker es que el chico de oro de la NHL, el guapo y arrogante Cooper Stone, recién salido de una lesión, pusiera su vida y su pista de hockey patas arriba. Y eso que, tras un malentendido, empiezan con muy mal pie. Pero poco después Cooper, que tiene una bien ganada fama de mujeriego, centra su objetivo exclusivamente en Parker… ¿Podrá Cooper derribar poco a poco las murallas que Parker ha erigido en torno a su corazón? Provienen de mundos distintos, pero cuando sus corazones colisionan, algo tan distinto y erróneo se convierte en algo tan perfecto.
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Seitenzahl: 399
Veröffentlichungsjahr: 2023
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Título original: Something So Right
Primera edición: abril de 2023
Copyright © 2016 by Natasha Madison
© de la traducción: Lorena Escudero Ruiz, 2023
© de esta edición: 2023, ediciones Pàmies, S. L. C/ Mesena, 18 28033 Madrid [email protected]
ISBN: 978-84-19301-48-2
BIC: FRD
Diseño e ilustración de cubierta: CalderónSTUDIO®
Fotografías de cubierta: Curaphotography/Adikk/Depositphotos.com
Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.
Índice
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Epílogo
Agradecimientos
Contenido especial
A mi marido, que me permitió escribir este libro,
y a mis hijos, que me rogaron que no usara mi verdadero nombre.
Os quiero más de lo que puedo expresar con palabras.
Subo los escalones de la entrada de mi casa tan contenta como una niña en una tienda de chuches. No he vuelto a verlo desde que salió de la pista de hielo esta mañana y me dejó acalorada en los vestuarios. ¿Quién iba a saber que unas cuantas palabras guarras podían ponerte tan cachonda? Pues esta menda no.
Debería entrar sin más, como lo hago normalmente, pero la puerta está cerrada, así que llamo al timbre y miro hacia las otras casas. A estas horas todo está muy tranquilo. Las familias se están preparando para ir al gran partido de fútbol o están haciendo la cena. El sonido de unos pasos me hace volver a mirar la puerta con la sonrisa más bobalicona que he puesto nunca.
—Hey… —Las palabras se me quedan atascadas cuando veo a una Barbie rubia con unas piernas que le llegan hasta la garganta y que lleva puesta la misma camiseta que él vestía hoy.
Esto no puede estar pasando.
El corazón me martillea en el pecho, y toda la sangre debe de habérseme subido a la cabeza, porque, de repente, siento que me asfixio.
—¿Puedo ayudarte? —pregunta Barbie, con su vocecita de pito y todo.
—Eeeh… —titubeo, tratando de encontrar las palabras, porque lo único en lo que puedo pensar ahora mismo es en largarme de aquí antes de hacer el ridículo o, peor aún, de que me arresten por intento de asesinato.
O sea, ¡acaba de estar conmigo casi desnudo!
—Estaba buscando a Coop. ¿Está aquí? —Salen al fin las palabras de mi garganta.
Ella se retuerce un mechón de pelo con la mano. Cómo no. Es una puñetera Barbie.
—Sí, acaba de entrar en la ducha. ¿Quién eres?
—Ah, eeeh… Soy Parker, su rehabilitadora.
—Ah, he oído hablar mucho de ti. Soy Monica, su prometida —dice, y me enseña su anillo con un diamante de cinco quilates.
¿Cómo es que no me había dado cuenta de ese pedrusco mientras se estaba enroscando el maldito pelo?
—Encantada de conocerte. Solo me pasaba para informarlo de que ha cambiado el horario de entrenamiento de mañana, y que Tom estará allí para sustituirme —digo, en tono inexpresivo y orgullosa de mí misma por no expresar lo que siento en realidad.
—Vale, ¿quieres entrar y esperarlo? Saldrá en cualquier momento.
¿Ha perdido la puñetera cabeza? Voy a ser completamente superficial y a decirle que es lerda de cojones.
—No. —Sonrío—. Voy a marcharme de la ciudad, así que díselo, por favor.
—Ah, claro que se lo diré.
Puaj, ¿me está saliendo bilis por la garganta?
—Gracias.
Sin mediar más palabras, bajo los escalones y saco el móvil.
¿Cómo? ¿Cómo coño me está volviendo a pasar esto de nuevo? ¿Cómo es posible? ¿A cuánta maldita gente he jodido en un puto autobús lleno de karma?
Meg responde al primer tono.
—Escapada de chicas. —Se me quiebra la voz. Y no sé cómo, pero ella lo adivina. Sabe que la necesito.
—Ya estoy haciendo las maletas. Estaré lista en cinco minutos.
Se me escapa un sollozo al colgar y tiro el móvil al otro asiento del coche. Espero que se haga añicos, igual que mi corazón ahora mismo.
Dos meses antes…
—Bip, bip, bip.
Abro los ojos despacio y miro la alarma. Ay, las dos y veintitrés de la madrugada.
Va a ser un día largo de cojones. Me siento, desganada, y trato de mirar a través de la ventana. La luz de las farolas de la calle se cuela un poco en la habitación.
—Mamá, ¿es hora de ir al colegio? —me pregunta mi preciosa niña rubia de cinco años.
—No, cariño: es hora de que mamá vaya a trabajar. Matthew te acompañará al autobús hoy. No te olvides. —Miro a mi hija y pienso en cuánto han cambiado las cosas para ella. Fue nuestro bebé inesperado, el resultado de aquella vez que metí demasiado vino en mi organismo.
Había estado intentando quedarme embarazada desde que Matthew cumplió cinco años. Cinco años después, apareció ella. «Más vale tarde que nunca» es el refrán que mejor lo explica…
Estábamos muy contentos, muy satisfechos. Nuestra familia estaba completa. Claro que fue duro, porque James siempre estaba viajando y yo era quien se quedaba con ellos. Era ama de casa. No me malinterpretéis. Me encantaba tener la oportunidad de criar a mis hijos. James tenía un trabajo que lo obligaba a viajar. En ese momento, fue la mejor decisión que pudimos tomar. Ganaba mucho dinero. Con lo que no contaba era con que fuese tan difícil, casi como si fuese una madre soltera. Fue duro, no voy a mentir. Acostumbrarme a dar de comer por las noches otra vez, a que le salieran los dientes, a cambiar los pañales… Fue un período de adaptación difícil, pero estaba contenta. Ella era mi angelito.
James y yo éramos novios desde el instituto, de esos tópicos de los que tanto se leen. Empezamos saliendo con gente del mismo círculo. Siempre tonteábamos y nos asegurábamos de que el otro supiera dónde íbamos a estar. Fue fácil enamorarse. Éramos la pareja insoportable que siempre se buscaba. Que hacían todo juntos. Éramos uña y carne. Tanto que incluso elegimos la misma universidad. El siguiente paso lógico fue casarnos. Estaba impaciente por ser su mujer.
Él era mi mejor amigo, la persona en quien confiaba. Por supuesto que teníamos problemas. Es decir, ¿quién no los tiene? Todo el mundo se pelea. Incluso aunque digan que no lo hacen, te están mintiendo a la cara. Pasamos un bache, pero eso suele suceder cuando se añade un bebé a la ecuación, tu otro niño está creciendo todavía y tú estás llevándolos siempre de una actividad a otra.
Tampoco ayudó que contratara a una asistente. Dios, solo de pensar en ello se me ponen los pelos de punta. Qué maldito topicazo. Crees que nunca te va a pasar a ti, que esas historias les suceden al resto de las personas. Pasan en los libros, a ti no, ¿verdad? Ay, qué equivocada estaba.
Imaginad la conmoción y el tremendo horror que sentí cuando decidí sorprender a James durante su «viaje de trabajo». Me llevé unas cuantas sorpresas. En realidad, tres.
La primera: entré en silencio y encontré a mi marido follándose el culo gordo de su asistente. Y no lo digo porque esté resentida, es porque es verdad. Mientras que yo tengo unos melones enormes, ella tiene un culo gigante.
¿Quién iba a saber que debería haberme comido más Big Macs para hacerlo feliz?
En fin, que me quedé allí, petrificada, al principio. Sí. Después me di cuenta de que llevaba allí plantada al menos dos minutos, y de que él seguía dándole duro. Parece que solo era el hombre de solo un minuto cuando estaba conmigo.
La segunda sorpresa que me llevé era que, joder, ¡le estaba tocando el clítoris! Tío, pero ¿qué coño? Siempre le había costado encontrar el mío. De hecho, la cosa era tan grave que casi me puse un piercing para asegurarme de que lo encontrara. Al principio lo disculpaba, porque los dos éramos vírgenes cuando empezamos. Dios, a los diecinueve recuerdo haber cogido un espejo y haberme metido en faena para asegurarme de que lo tenía. Y, por si os lo estáis preguntando, sí que estaba. No me lo estoy inventando. Una vez que me lo estaba comiendo él, fue como si se tratase de un niño pequeño lamiendo el helado que se derretía del cono en vez de centrarse en el montículo de arriba.
La tercera fueron sus palabras guarras.
—¿Te gusta, nena? ¿Lo quieres más fuerte, nena?
Normalmente, conmigo había más gruñidos y, evidentemente, el «Me corro». Pero esa fue la gota que colmó el vaso. Chillé, o al menos pensé que estaba chillando. Tal vez se hubiera tratado más de una carcajada perversa, o quizá solo me volví loca. Cuando se dio la vuelta y me vio con la chaqueta casi caída y las maletas a mis pies, pareció afligido.
Creo que lloré. La verdad es que no puedo recordarlo. Pero de lo que sí me acuerdo es de verlo a él sacando la polla de la vagina de ella, sin condón. Qué gran hijo de puta, qué pedazo de cabrón. Deseé que pillase alguna enfermedad que se le comiera la polla.
Se quitó de encima mientras ella trataba de cubrirse su gordo culo —vale, quizá todavía siga un poco resentida— para dejar sus dos tetas del tamaño de picotazos de mosquito a la vista, vino corriendo hacia mí. Y trató de que lo mirara.
Es decir, vale, estábamos en un dique seco. Bueno, o yo lo estaba, pero esas cosas pasan, ¿no? La gente se lía, se solapan las agendas, él viaja, el bebé necesita que le den de comer por las noches, yo estaba agotada. No teníamos tiempo para ninguno de los dos, y a eso se unían las agendas de los niños. Era la vida misma.
Joder, ¿soy tan estúpida, tan inocente? ¿Por qué demonios no lo sospeché? ¿Por qué no lo vi?
Le escuché decir cosas como «Esto no es lo que parece». Eeeh… Disculpa un momento, pero ¿no tienes la polla todavía mojada? ¿Me estás tocando de verdad con esos dedos que estaban en su vagina?
No recuerdo mucho, pero sí recuerdo haberme ido corriendo al baño para vomitar.
Me gustaría decir que lo superé pronto, pero estaría mintiendo. Se suponía que estaría con él para toda la vida. E iba a estarlo, hasta que la jodió y no pude perdonarlo. La noche que lo pillé, salí pitando de allí como si me hubieran puesto un petardo en el culo. También ahogué mis penas en una botella de vodka gracias a mi mejor amiga, que vino a recogerme cuando bajé del avión.
Y ahora, dos años después, el gilipollas sigue con la gilipollas, y viajan, trabajan y follan juntos tan contentos. Lo único duro de todo esto es que tengo que verlos cada dos semanas, cuando recogen a Allison y a un Matthew reticente.
Mi hijo se pasó un año entero sin hablar con su padre, porque su traición le pegó fuerte. No entendía cómo se podía dejar de estar enamorado de alguien.
Meneo la cabeza para alejar los recuerdos y me repito de mala gana que he aceptado que venga alguien a las tres de la mañana para entrenar. Debo de haberme vuelto loca, o quizá estaba borracha. No estoy segura, así que me acojo a la quinta enmienda. Me echo agua caliente en la cara y cojo mis mallas Lululemon y un top.
La pista de hielo es mi segundo hogar. Mi parque de juegos. La abrió mi bisabuelo, a quien le encantaba patinar y el hockey. Decidió que, si tenía que ir a trabajar todos los días, bien podía disfrutar de ello, y abrió el estadio Moore. Lo heredó mi padre, que comenzó a patinar antes de caminar. El sueño de mi padre era dejárselo a su hijo. Sin embargo, su hijo nació con vagina y no con pene.
Sé que me quiere a morir, pero siempre he sentido que me faltaba algo.
Cuando fui a ver a mi padre después de que James me pusiera los cuernos con la culo gordo, tuve que retenerlo y amenazarlo con hacerle algo a la Zamboni para que no fuera a aplastarlo con ella. Mientras ponía fino al imbécil, le dije que necesitaba algo que me ayudara a dejar de pensar en ese hijo de puta. Su respuesta fue entregarme la pista. Y fue lo mejor que pudo pasarme.
Desde el momento en que de niña me ató los patines y me llevó al hielo, este fue mi segundo hogar. Me encantaba ir a entrenar todos los días, muy temprano, antes de ir al colegio. Era la chica imparable. Patinaba mejor que algunos de los mejores, y, cuando no conseguía superarlos, me esforzaba más.
Se me ocurrieron nuevas ideas; traje a especialistas que enseñaban a patinar mejor, a perfeccionar el uso del palo y a mejorar los movimientos de los músculos, y añadí un gimnasio de última generación. Además, creé programas distintos, para patinar a mayor velocidad para los niños, o para los jugadores de la nhl que hicieran rehabilitación con nosotros. Desde que empecé con el programa hace dos años, no hemos hecho más que crecer y conseguir más clientes. Han venido muchos jugadores de la nhl durante sus vacaciones para estar más fuertes y prepararse para la siguiente temporada. Y por eso tengo que ir a la pista en mitad de la maldita madrugada.
Cooper Stone era el mejor de los mejores. Lo ficharon en la liga profesional cuando tenía diecisiete años. Es el capitán de su equipo de la nhl. El mayor marcador de la liga. Ganador del trofeo Hart Memorial Art Ross, del premio Ted Lindsay, del Mark Messier Leadership Award, y no nos olvidemos de las cinco copas Stanley y las dos medallas olímpicas de oro. Cooper Stone es la nhl. Y viene a entrenar en mi pista.
Tiene casi treinta años, y nada puede detenerlo. Bueno, nada hasta que se jodió la rodilla y tuvo que operarse. Me enteré de que estaba amargado y bastante enfadado. Cuando su agente nos llamó y nos pidió ayuda, no tuvimos más remedio que decir que sí. Eso nos pondría en el mapa. Incluso aunque tuviese que aguantar sus exigencias de diva, como patinar a las puñeteras tres de la mañana. ¿Quién coño puede patinar a esa hora, y mucho menos entrenar y hacer simulacros? Al parecer, el señor Stone sí puede.
Salgo corriendo de casa y arranco mi jeep. Fue el regalo que me hice a mí misma por mi divorcio. Bueno, ese y un viaje fallido a Las Vegas. Meghan no lo entendió cuando le dije que no estaba de humor. Ella pensaba que me iría bien salir y echar un polvo. Yo quería hacerlo, incluso mi vagina quería participar. Pero mi cabeza, por otro lado, parecía no haber captado el mensaje. En vez de ir a pasar un fin de semana de sexo y depravación, terminé sentada junto a la piscina, teniendo una relación con mi Kindle.
Tardo cuatro minutos en llegar a la pista. Una vez allí, me doy cuenta de que ya hay un Range Rover aparcado. Genial, mi primer día y ya llego tarde. Miro el reloj y veo que son las dos y cincuenta y siete. No he llegado tarde yo. Él ha llegado pronto.
Apago el motor del jeep y me caigo de él —sí, me caigo, porque mido uno cincuenta y siete, así que todo es más grande que yo—, y me giro justo cuando él también está saliendo de su «camión». Y me quedo de piedra al comprobar lo bueno que está.
Lleva unos vaqueros desgastados de color azul claro y que se ajustan a todo su cuerpo como un guante, y cuando digo «a todo», me refiero a su paquete. La camiseta blanca se le ciñe al pecho, y tiene los hombros cuadrados. Después, mis ojos se desvían hacia su cara. Tiene el pelo oscuro y largo por detrás, lo justo para agarrárselo si me metiera la cara en la vagina. Mmm… ¿Qué coño? ¿Me acabo de imaginar su cara entre mis piernas? Eso es nuevo.
Tiene barba de un día, y por eso sé que me rasparía un poco los muslos. Guau, no sigas por ahí. Es evidente que necesito sexo. Todos mis pensamientos al respecto salen de mi cabeza pitando entre chillidos cuando mi mirada se cruza con sus ojos azules, fríos como el hielo.
—Llegas tarde —dice, enfadado.
¿Está de coña? Llego tres minutos antes.
—Creo que tu reloj va mal. —Saco mi iPhone y le enseño la hora. Son las dos y cincuenta y nueve. En tu cara—. ¿Ves? Todavía me queda un minuto —respondo, orgullosa.
Se da la vuelta para ir al maletero y sacar su equipo.
—Tu jefe dijo que empezaba a las tres, lo que significa que tengo que estar sobre el hielo a las tres, no entrando por la puerta a esa hora. Llevo aquí desde las dos y cuarto.
—No se tardan cuarenta y cinco minutos en prepararse. Conozco a gente que puede hacerlo en diez.
¡Ja, chúpate esa, Don Actitud de Megaestrella!
—No sé cómo te ha dado esta responsabilidad tu jefe, pero tengo pensado informarlo de lo que ha ocurrido esta mañana —dice; se echa el macuto sobre el hombro y la camiseta se le ajusta todavía más en el pecho.
¿Acaba de decirme con prepotencia que va a hablar sobre mi conducta con mi jefe?
Me doy la vuelta antes de decir algo de lo que pueda arrepentirme. Como, por ejemplo, «Que te jodan».
Me acerco a la puerta, la abro y enciendo unas cuantas luces.
—Los vestuarios están por ahí —le indico—. Puedes usar la sala que quieras. No habrá nadie más en la pista hasta las siete, así que tienes cuatro horas. Según el correo que recibí, estarás en el hielo durante tres horas y otras tres en el gimnasio. Te he apuntado en este último a partir de las siete, así que supongo que podrás salir de la pista a las seis. Comerás, y después entrenarás en el gimnasio —le digo a su espalda, que se aleja. ¿Sería demasiado pedir tener una conversación con su cara, en vez de con su culo prieto? Mierda, no me puedo creer que me perdiera lo bonito que tiene el culo. Es pura perfección empaquetada.
—¿Crees que el entrenador del gimnasio también llegará tarde, como tú? —gruñe.
Y así, sin más, la burbuja en la que estoy envuelta explota. Son las puñeteras tres de la mañana y tengo que patinar durante las tres próximas horas con este tipo.
—Escucha, creo que hemos empezado con mal pie. Ha habido un pequeño malentendido con la hora. ¿Podemos confirmar la de mañana, para que no vuelva a suceder? —Quiero matarlo a comentarios amables.
Él se da la vuelta y su mirada fría se cruza con la mía.
—Mañana no estarás aquí, así que no habrá problema. Cuando acabe de hablar con tu jefe, recemos para que todavía conserves tu trabajo. —Se gira sobre sus talones y se marcha.
Hijo de puta.
Diez minutos más tarde, estoy sobre el hielo con el equipamiento puesto. No es demasiado. Solo necesito los patines, un casco y un palo. Él sale completamente equipado, lo que lo hace parecer todavía más grande de lo que he pensado antes que era.
—De verdad, no tienes por qué estar aquí. Estoy seguro de que puedo hacerlo solo.
¿Por qué tiene la necesidad de escupir mierda por la boca? Yo le sonrío con dulzura.
—No pasa nada. Has pagado por este servicio.
Lo hago trabajar duro. Lo pongo a patinar por toda la pista, en círculos, haciendo zigzag con los conos, manejando el disco… Es su primer día, debería darle un poco de cancha, pero él se lo ha buscado. Cuando creo que está a punto de rendirse, el cabrón me sonríe con suficiencia. Quiero quitarle el palo y darle golpes en el casco. Soplo el silbato a las cinco y cincuenta y nueve.
—Vale, Stone, se ha acabado el tiempo. Quítate el equipo y júntate con Adam en el gimnasio a las siete.
—¿Será puntual? ¿Y quién se encarga de la parte sanitaria? —pregunta, con la arrogancia de un toro. Justo en este momento, se me ocurre que tiene un cabreo de narices porque la tiene diminuta. Es decir, ¿por qué si no ibas a portarte como un gilipollas con la gente? Estás tratando de compensar algo que te falta.
—Tengo tu menú, y ya está preparado. Lo único que debo preparar es tu batido antes del entrenamiento. Estará listo cuando salgas de la ducha.
—Entonces, vamos a aclarar una cosa. ¿Tú te encargas de mis entrenamientos y de mis batidos? A lo mejor te dejo quedarte con el puesto de camarera.
Se aleja patinando y yo me quedo mirándole la espalda otra vez. Me hace pensar en cuánto laxante podría ingerir una persona sin tener que ir al hospital. Voy a buscar esa mierda en Google.
Sale pavoneándose una hora más tarde, y digo «pavoneándose» porque es justo lo que hace. Es la versión del contoneo de caderas de las chicas. Camina tratando de que su polla se balancee, si es que se la puede encontrar.
Su batido de proteínas está encima del mostrador, a falta del laxante, pero solo porque no tenía ninguno a mano.
—Bien, señor Stone. Adam ya está esperando. Tengo una clase sobre el hielo de siete a ocho, y después estaré tranquila hasta las diez. —Ni siquiera sé por qué le estoy contando esto. Estoy divagando. ¿De qué coño estoy hablando?
—¿A qué hora llega Parker? —pregunta, antes de beberse el batido.
Ay, Dios mío, esto va a ser muy bueno. ¡No tiene ni idea de que yo soy Parker!
—A las diez. La oficina está arriba a la derecha, la primera puerta.
Deja el vaso y sonríe, enseñando todos los dientes. ¿Cómo es que todavía los conserva todos? Deben de ser falsos.
—Ha sido divertido, que te vaya bien —dice, y se marcha al gimnasio.
Estoy sentada en mi despacho, repasando la agenda de la pista y clases de la semana. Compruebo que Cooper tiene seis días reservados, todos a las tres de la madrugada. Su agente nos dijo que quiere asegurarse de estar al cien por cien antes de que nadie se entere de que está aquí. Hasta ahora, los únicos que saben que está haciendo rehabilitación con nosotros son mis seis empleados y, por supuesto, mis hijos.
Tras salir de la pista, subí y me puse mis vaqueros. Os digo que no solo he perdido noventa kilos de peso muerto en marido, sino los diez de más que tenía flotando en torno a mi cuerpo. También ayuda que ahora patino y puedo saludar a mis abdominales. Vale, solo hay dos, pero mejor que uno. Llevo puesta una camiseta negra que se ajusta a mi pecho. Por suerte para mí, mis tetas siguen siendo grandes, por mucho peso que haya perdido.
Me levanto de la mesa y me acerco a la ventana que da al interior del estadio. Las vistas desde la oficina dan a la pista de hielo que hay debajo, que ahora está lleno de niños de tres y cuatro años aprendiendo a patinar. Otra cosa que añadí al programa cuando asumí las riendas.
A la derecha, está la zona del gimnasio, y mi mirada se posa en Cooper, que se levanta haciendo una dominada. Se le mueve un poco la camiseta y me enseña la parte baja de su abdomen. Joder, ¿es eso que veo una V? Madre mía, tiene la puñetera V por la que babeamos las chicas. Pues claro que sí, debe tenerla. Compensa el hecho de tenga un pene pequeño. O, al menos, eso es lo que me digo yo.
Lo bueno de estas ventanas es que nadie puede verme aquí de pie, mirando con la boca abierta. Así que él no tiene ni idea de que lo estoy observando.
Estoy esperándolo. Sé que va a venir. Va a ser todo un placer hacerle saber que puede llevarse su porquería de actitud y buscar otro sitio donde entrenar. Me va a joder el presupuesto y a echar a perder los planes de añadir otra pista, pero no voy a dejar que nos trate, ni a mí ni a mis empleados, como una mierda.
Alguien llama a la puerta, y me doy la vuelta justo cuando Cooper está entrando. Ni siquiera ha esperado a que responda. Cómo no. Es fácil adivinar que se ha sorprendido al verme.
—Supongo que Parker no ha llegado —dice con una mueca.
Ah. Esto va a ser muy muy divertido.
—En realidad, ya he llegado, como puedes ver. Siento que no nos presentáramos de manera adecuada antes. Soy Parker Moore, y tú debes de ser Cooper Stone.
Me acerco a él con la mano extendida para estrechar la suya. Él no responde, ni siquiera lo intenta. Se pone las manos en las caderas.
Vale, esta conversación va a ser mucho más rápida de lo que esperaba.
—En fin, señor Stone, como hemos comentado antes, tengo guardada una conversación por correo con tu agente. La he revisado para asegurarme de que no capté mal la hora a la que debíamos reunirnos. Me he tomado la libertad de volver a reenviártelo, solo para asegurarme de que lo recibes. Por segunda vez. En ese correo verás que dije que llegaría a abrir la puerta a las tres de la mañana. Siento mucho si tenías la impresión de que llegaría cuarenta y cinco minutos antes de esa ahora para abrir la puerta y que su alteza pudiera vestirse. También siento que creas que mi negocio es «poco profesional». Me encantará ayudarte a encontrar otras alternativas que contribuyan a tu recuperación. —Ni siquiera le doy la oportunidad de hablar—. También te he enviado mis recomendaciones. Si quieres acabar esta semana, me parece bien, pero creo que tampoco estarás satisfecho. Así que vuelvo a disculparme, si ese es el caso, por hacerte perder el tiempo. —Me pongo recta, esperando a que me replique algo, pero él hace completamente lo contrario.
—Estaré aquí mañana a las tres. ¡Hasta entonces! —grita, prácticamente, y sale furioso de mi oficina, dando un portazo a su espalda.
Un maldito portazo. Tengo ganas de darle una patada al escritorio. Si no me diera miedo hacerme daño, lo habría hecho, pero en su lugar, cojo mi teléfono y llamo a mi persona favorita.
—¿Almuerzo? —Ni siquiera pienso en que me ha salido más como una orden que como una pregunta.
—Claro. ¿Nos vemos en Overtime a mediodía?
—Sí, perfecto. Nos vemos allí. En alguna parte del mundo serán las cinco, así que prepárate para emborracharnos.
Hasta donde me alcanza la memoria, Meghan siempre ha estado en cada uno de mis recuerdos. Es la persona en quien me apoyo, mi mejor amiga. También ayuda que es familia. No tiene más elección que aceptarme como soy. Ha pasado por todo conmigo. Me ayudó a coser un muñeco de vudú cuando volví a casa después de sorprender a James. Aquí me voy a arriesgar y decir que no funcionó, porque James sigue teniendo el pene intacto.
Dejo el coche en el aparcamiento de Overtime. Estoy agotada, malhumorada y profundamente ofendida. Después de llamar a Meghan, tuve que sentarme con mi padre e informarlo de lo ocurrido esa mañana. También bajé para hablar con Adam y asegurarme de que todo fuera bien. Me sorprendió enterarme de que Cooper había sido muy amable con él. Claro que sí. Debe de ser un cerdo machista. ¿Te da miedo mi vagina?
También me he pasado bastante tiempo investigándolo en Google. He estado buscando cualquier cosa que tuvieran en su contra, que no ha sido mucho. Está completamente alejado de las redes sociales. Por lo general, no da entrevistas a menos que sean sobre el partido. No hay ni una foto de sus novias.
Joder, ¿será gay?
Qué maldita pérdida para el equipo de las vaginas.
Entro y veo que están los de siempre: los Tricicle están sentados en la barra. Vale, en realidad no se llaman así, pero es el apodo que todo el mundo les ha puesto.
Estiro el cuello a la izquierda y a la derecha en busca de Meghan, y mis ojos se cruzan con los azules de esta mañana. La gorra de béisbol le oculta el pelo. En serio, ¿por qué? ¿Por qué está aquí?
Me quedo de piedra. ¿Lo ignoro, o decido ser yo la adulta? Mi abuela y sus modales me están gritando dentro del cerebro. Resoplo y me acerco a él con la esperanza de poder divisar al fin a Meghan, pero al único al que veo es a él.
—No pensaba que pudieras socializar con los lugareños —saludo, tratando de sonar alegre y ocurrente.
—Que irónico ver que sí te has preocupado de llegar a tiempo para el almuerzo. —Tiene un humor muy seco.
Al final, termino por reventar.
—Ah, venga ya, ¿quieres dejarlo? No llegué tarde. —No tengo por qué ser agradable con él cuando estemos fuera de la pista de hielo. Curva un lado de la boca como si fuese a sonreír, pero se interrumpe cuando Meghan se deja caer, literalmente, en la silla vacía que hay delante de él.
—Eh, no sabía que ibas a traer a una cita. —Sonríe y levanta las cejas.
Me entran ganas alargar la mano y aplastársela en la maldita cara.
—No he venido con él… Meghan, este es Cooper Stone. Cooper Stone, esta es el incordio de mi prima. Y también mi mejor amiga, que pronto será sustituida —digo, entre dientes.
Ella extiende la mano para estrechársela. Espero que la rechace, porque este hombre no tiene educación ninguna. Sin embargo, y para mi asombro, él ofrece la suya y sonríe.
—Encantado de conocerte —tiene el descaro de decir.
Giro la cabeza tan rápido, que casi me provoco un traumatismo cervical.
—¿Qué coño te pasa a ti? —Lo fulmino con la mirada.
Meghan se queda con la boca abierta.
—Vale, ¿cuántas tazas de café te has tomado? —Se gira para mirar a Cooper—. Normalmente, es una persona muy sociable. Lo más seguro es que esté teniendo un mal día, perdónala. —Se levanta, me aleja a toda prisa de él antes de que pueda decir algo más y me mete en nuestro reservado.
—¿Qué cojones ha sido eso? —susurra.
Yo niego con la cabeza y procedo a contarle mi altercado matutino con el gilipollas, con un gesto de exasperación. Sé que es infantil, pero no me importa.
Ella me sonríe como si fuera un gato que acaba de atrapar a un canario.
—Te gusta.
Cierro la boca de golpe.
—¿Qué me acabas de decir?
Frunzo el ceño, espantada porque haya llegado a esa conclusión. Le acabo de decir, prácticamente, que se vaya a la mierda. ¡Seguro que ella conoce bien la diferencia entre un flirteo y el odio!
—Te gusta. No has estado tan pillada con nadie desde que el gilipollas te la pegó.
Me quedo mirándola, pensando que debemos estar en algún universo paralelo. Creo que el mundo se está volviendo loco.
—¿Has perdido la cabeza? Eso no es gustar, es detestar. Es «prefiero cortarme el brazo y tragármelo antes que compartir una comida con él». —Siento que la furia me consume.
¡Se suponía que iba a estar aquí con ella bebiendo y metiéndome con él, y no hablando sobre cuánto lo deseo! Espera un momento, yo no lo deseo.
Joder, necesito acostarme con alguien.
Aparco en el camino de acceso justo cuando Allison llega a mi casa. Levanto la mirada hacia mi preciosa casita, de la que me enamoré. Es lo primero que fue solo mío. Mi premio, mi cordura. No es nada extravagante, pero es mía. Hay cuatro escalones que suben a mi porche, donde cuelga una hamaca. Si doblas la esquina, puedes acceder rodeándolo hasta la parte trasera, que es donde paso muchas noches sumergida en las historias de amor de mi Kindle. También tengo dos sillas de madera Klondike, que puse para que los niños pudieran sentarse. Justo debajo de la barandilla coloqué un parterre de preciosos tulipanes. Sé que no duran mucho, pero son mis flores favoritas y siempre me han encantado.
Cuando levanto la mirada, veo uno de mis motivos para vivir, a mi princesa, que corre por el camino con sus coletas torcidas.
—¡Maaamiiiii! Maaaaamiiiiiiiiiii, te he echado de menos, y Matthew no me ha preparado tortitas. Dijo que no podía hacerme las mías, y entonces le he dicho que él no es quien manda. ¿Es él quien manda, mami? —pregunta, casi sin respirar, e inclinando la cabeza.
Meto la nariz en su cuello e inhalo el olor de mi felicidad.
—Bueno, no es quien manda si estoy yo aquí, pero como tengo que trabajar por las mañanas, será él quien esté a cargo. ¿Qué tal si hacemos tortitas para merendar? Podemos llamarlo desamienda.
Ella sonríe como si le hubiera entregado las llaves hacia un mundo mágico.
—Lo llamaremos desamienda. Comeremos tortitas. Mamá, ¿puedo echarlas en el bol para la mezcla?
Estoy a punto de responderle cuando en mi teléfono suena el aviso de un mensaje. Me la pongo en la cadera y le doy un beso en la nariz, y después bajo la mirada y veo que es de un número desconocido. No tardo demasiado en adivinar de quién es.
¿A qué hora llega su majestad mañana?
Lo siento, ¡te has equivocado de número! ¿Estás escribiendo desde tu trono? ¿Y quién te ha dado mi número? No sale en ninguna guía.
Cálmate. No te estoy acosando, y tu número aparece al final de los correos que me has enviado. Entonces, ¿vas a aparecer a las dos y cincuenta y nueve?
Vale, haré una excepción por ti, ya que eres una princesa y todo eso. Estaré allí a las dos y cincuenta y cinco. Es lo más pronto que puedo llegar. Si eso no te basta, ¡vístete en casa!
Princesa, créeme, no hay nada de femenino en mí.
¿Qué coño está pasando aquí? ¿Está tonteando conmigo después de haberse portado como el capullo más integral de la historia?
Vale, pues entonces a las dos y cincuenta y cinco. Hasta luego, Stone.
Dejo el teléfono y vuelvo a centrarme en una de las cosas más importantes: mi hija.
—Entonces, ¿quieres pepitas de chocolate en las tortitas, o vamos a hacer las de Mickey Mouse?
Ella suelta una risita y se retuerce, y justo en ese momento, no importa cuánto quiero que James sufra por haberme roto el corazón, porque me ha dado lo mejor del mundo.
El resto de la semana transcurre sin incidentes. Bueno, si quitamos que lo ignoro cada vez que habla y que él sigue siendo un prepotente, el resto sigue igual.
Tengo muchísimas ganas de que llegue el fin de semana. Los niños se marchan esta noche a pasar esta semana con su padre y su concubina. No creo que vaya a dejar de estar resentida nunca, la verdad. Y tampoco creo que me acostumbre a compartir a los niños. La casa se queda muerta cuando no están aquí.
Salgo patinando de la pista y voy a quitarme los patines, para después colocarme unas chanclas. Cuando al fin acabo, compruebo mis mensajes. Uno es de James. Qué asco. Me pregunto si alguna vez se lava las manos después del sexo. Otro es de Meghan. Mmm… ¿Cuál abro primero? ¡El de Meghan!
Eh, esta noche hemos quedado aquí. No puedo encontrar niñera, así que es mejor que venga todo el mundo a mi casa. Empezamos a eso de las siete. Prepararé mis famosos martinis. ¿Arreglo la habitación de invitados?
Sí, sí y, joder, sí. Que sean dobles. Necesito aclararme las ideas.
Mmm. Tienes que acostarte con cierto jugador de hockey, pero no te olvides los anticonceptivos.
¿Cómo coño te casaste con un jugador de hockey?
Meghan y su marido, Tom, llevan casados dos años. Fue mi primer cliente, una estrella de la nhl que se había roto una pierna. Llegó y se enamoró de la ciudad, de la gente y, sobre todo, de Meghan. También ayudó que ella se quedara embarazada de inmediato. Aunque no se trató de un error, la verdad. Solo agilizó un poco sus planes. Después, ella lo sorprendió todavía más al darle gemelas, que se llaman Greysen y Harper. Así que él colgó los patines profesionales y decidió quedarse. Ahora me ayuda a entrenar a los chicos del instituto y capta a la mayoría de los jugadores importantes.
Me pregunto si conoce a Cooper.
Puaj, tía, búscate un hobby.
Olvídalo.
El siguiente mensaje es de James.
Recogeré a los niños a la hora de siempre, ¿te parece bien? Y no sé si podré ir al partido de hockey de Matthew del domingo, porque la familia de Tiffany vendrá de visita. ¿Crees que podrás quedarte con Allison y Matthew hasta el lunes?
Pedazo de mierda pinchada en un palo de hombre.
Sabes que te has estado perdiendo varios partidos últimamente, y voy a recordarte que Matthew no ha vuelto a ser el niño que era antes del divorcio. Pensé que te esforzarías un poco más.
Me hierve la sangre. No me lo puedo creer. Matthew apenas acepta a su padre. No logro entender por qué él no está dispuesto a arreglar su relación.
Parker, de verdad que no tengo energías para discutir contigo. No tenía ni idea de estos planes y no puedo cancelarlos. He estado tratando de solucionar lo de Matthew, solo es un bache.
No tiene energías. Puede que el conejito de las pilas alcalinas se esté gastando al fin. Ah, a lo mejor alguien ha estado atendiendo a mis plegarias.
Un bache. Han pasado dos años. Cuanto más lo alargues, más difícil será recuperarlo. ¿Es que no ves que tiene quince años? Necesita a su padre. Ten a los niños preparados a las diez.
Ni me molesto en esperar una respuesta, porque Cooper se sienta en el taburete que hay frente a la barra y se aclara la garganta. Ahora mismo no puedo ocuparme de estas estupideces.
—Pensaba que ya tendrías listas mis cosas.
—¿Te refieres al batido que tardo tres segundos en hacer? Lo que a mí me parece divertido es que tardes más en desvestirte que en vestirte.
—¿Estás pensando en mí desvistiéndome, nena?
Dejo su vaso de golpe sobre el mostrador.
—Ni te atrevas a llamarme nena. —Me doy la vuelta y me marcho furiosa escaleras arriba, murmurando lo gilipollas que es entre dientes.
El resto de la semana transcurre más o menos igual, salvo por las pequeñas burlas de Cooper aquí y allá. Burlas contra mí. Lo he machacado con el entrenamiento, lo he presionado, pero en vez atacarme como solía hacer, me ha sonreído con suficiencia o me ha guiñado un ojo. A veces me ha provocado un vuelco en el estómago. Pero otras, me han entrado ganas de quitarle el palo de hockey y sacarle los ojos. Ha sido un reflejo de las cosas que estaban por ocurrir.
El sábado llega al fin, y vaya semana he tenido. Estoy completamente agotada. También estoy cabreada con James y tengo pensado dormir hasta las nueve de la mañana. Después de darme una larga ducha caliente y de secarme el pelo, pienso en la mierda de semana que he pasado. Estoy deseando tomarme un par de cócteles para despejarme la cabeza, que he tenido llena de cierto demonio de ojos azules sin nada de ropa.
Saco la falda marrón. Debería añadirle el prefijo «mini» porque es pequeña, pero como mis piernas son la bomba, por qué no enseñarlas, aunque sea a las personas que las ven todo el rato. La conjunto con un top algo holgado, con volantes y tirantes finos, que muestra el escote suficiente, y añado mis plataformas marrones. Me pongo solo un poco de rímel porque tengo pensado beber, y quitarme el maquillaje cuando voy medio borracha es como cuando un montón de niños pequeños pretenden colorear un dibujo.
Que empiece el juego…
Me miro en el espejo y me doy cuenta de que tengo las mejillas coloradas. Tampoco sé si voy a volver a hablar con Meghan después de esta noche.
Cuando aparecí en su casa para pasar una agradable velada disfrutando de una barbacoa, me dio la impresión de que íbamos a estar solo los de siempre. No estaba lista para los ojos azules con los que me tropecé cuando entré en el jardín.
Nada más llegar, Meghan estaba allí con un martini y su famosa expresión de «lo siento». Parece que Tom conoce a Cooper. Y también pensó que sería buena idea invitarlo a pasar el rato con nosotros. Genial. Sencillamente, de puta madre, por decir algo.
Me bebí el primer martini a toda prisa, y después pasé al segundo, y luego al tercero, seguido del cuarto. Me senté a la mesa con todos, la conversación fluyó, hablé con las chicas de lo más relajada, pero sabía, sentía, que esos ojos estaban encima de mí todo el rato. Y me provocaron un hormigueo allá donde no había sentido nada en mucho tiempo.
Los asientos estaban casi todos organizados, con las parejas sentadas juntas, y solo quedaban dos libres. Adam ocupó uno rápido, y dejó otro libre al lado de Cooper. Casi me di una patada en el culo a mí misma por haber tardado tanto en elegir. Al sentarme al lado de él, giró la cabeza para mirarme y me sonrió con malicia.
—Te arreglas bien. —Se acercó, y después le dio un trago a su cerveza.
—¿Otro día jugando sucio, Stone? —Traté de picarlo, igual que él hace siempre conmigo. Meghan, de nuevo con su expresión de disculpa, volvió a colocarme otro martini lleno delante.
Me quedé sentada escuchando la conversación que flotaba en torno a la mesa, sin más, y la tensión de mi cuerpo empezó a desaparecer poco a poco. Estoy segura de que era el alcohol que corría por mis venas. La comida, sin embargo, hizo que la tensión regresara de nuevo. La manera en que los dedos de Cooper rozaron los míos al coger su tenedor, casi como si lo hubiera hecho a propósito, me puso toda la piel de gallina. Cuando acabamos de comer y seguimos sentados, solo de relax, colocó el brazo en el respaldo de mi silla. El calor de su mano me hizo erguir la espalda y permanecer atenta a todos y cada uno de sus movimientos. Su mano, agarrada al respaldo, y su pulgar, que me acariciaba el brazo todo el rato. Lo miré de reojo y lo vi charlando con Tom como si no tuviese ninguna preocupación en el mundo. Fue demasiado. Su tacto, mis sentidos, abotargados por el alcohol, que sufrieron una sobrecarga. Tenía que alejarme. Así que me levanté de la mesa y eché la silla hacia atrás.
—Tengo que ir al baño.
Intenté concentrarme para no balancearme.
Un consejo: nunca te levantes después de beber como diez martinis sin esperar balancearte. Tardé solo un segundo en sentir sus manos en mis caderas para ayudarme a mantenerme erguida.
—¡Se terminó el alcohol para mí!
—¿Quieres que te ayude a entrar en el baño?
—No, gracias. Estoy bien. —Me estiré la falda para preservar un poco de dignidad y me fui al aseo—. Puedo hacerlo —me digo ahora, mientras me miro en el espejo, y doy mi aprobación. He tenido que concentrarme para llegar. Me pongo recta—. Puedo con esta mierda. —Sonrío a mi reflejo.
Vale, se han acabado los martinis de vodka con arándanos.
Me doy la vuelta para salir del baño, y estoy a punto de dar un paso fuera cuando vuelven a meterme y me colocan la espalda contra la puerta.
Todo está oscuro porque no hay ventanas en la habitación. Parpadeo un par de veces, tratando de adaptarme a la oscuridad, pero no veo nada. Aunque la verdad es que no necesito los ojos para saber a quién tengo delante. Me rodea su olor, a especias y madera, y sé que se trata de Cooper. Se agacha, acerca la boca a mi oído y gruñe.
—¿Estás saliendo con Adam?
Siento varias cosas al mismo tiempo: estoy estupefacta, irritada y cachonda. Sí, llegué con Adam, pero ha sido solo para poder beber y pasarlo bien. Sé que quizá parezca que estamos juntos al entrar agarrados de la mano, pero es que el camino de entrada es de adoquines. Y con los zapatos que llevo puestos, es como una trampa asesina, así que tuve que agarrarlo de la mano para no torcerme nada.
—No —susurro—. Solo me ha traído para que no tenga que preocuparme por conducir de regreso a casa. —Siento su aliento en mi oído, en mi cuello. Lo siento por todas partes. Mi cuerpo es puro nervio y solo quiero girar la cabeza y pegar mis labios a los suyos.
—Yo te llevaré a casa —dice, y entonces presiona su erección contra mi entrepierna.
Se ha agachado un poco y, como llevo tacones, estamos a la altura perfecta. Si me restriego un poco hacia arriba y hacia abajo, estoy bastante segura de que conseguiré mi final feliz.
—Me vuelves loco —murmura, y puedo jurar que me está besando el cuello con suavidad, así que, claro, en mi estado de piltrafilla medio borracha, lo dejo hacer. Él aprovecha, me da un pequeño mordisco y me lame después.
—Ni siquiera te gusto —jadeo, agarrándole la camisa con las manos.
Es demasiado. La oscuridad, este olor… Mis sentidos están sobrecargados.
—Me gustas un montón.
Y justo cuando estoy a punto de abrir la boca para responderle, sus labios encuentran los míos. Aprovecha el momento para meter la lengua despacio, como si estuviera tanteando el terreno, y yo le devuelvo el beso. Nuestras lenguas se enzarzan en un suave tango, tratando de salir vencedoras. Sus manos bajan hasta mi culo, lo aferran y me aprietan contra su erección, y ahora soy yo quien gime.
—¿Cooper? —No estoy segura de lo que estoy pidiendo.
—Parker, ¿estás bien ahí dentro? —pregunta Meghan, llamando a la puerta, lo que nos saca a los dos de nuestro trance.
—Eeeh, sí, estoy bien. Ahora mismo salgo —respondo, intentando liberarme de su abrazo, pero él me agarra con más fuerza.
—Vale, creo que no hay moros en la costa. Coop el gilipollas ha abandonado el edificio. —Se ríe, y a mí me entran ganas de matarla.
Cooper empieza a decir algo, pero yo le pongo la mano en la boca para tapársela. Sin embargo, como estamos a oscuras, acabo metiéndole el pulgar en el ojo y él suelta un quejido.
—Parker, ¿estás bien? ¿Es que sentarte al lado de Coop el gilipollas te ha puesto cachonda, y como te has picado, has venido a comprobar si tu vagiiiiiina sigue funcionando? —Se cree que es una puñetera humorista—. Mejor dile que baje ahí abajo y que sople primero el polvo. Ah, y por cierto, Adam se ha ido con un ligue.
—¡Meghan! —le grito—. Estoy bien. Ahora mismo salgo. ¿Por qué no vas a mezclar algunos martinis más? Creo que me quedaré a dormir en la habitación de invitados.
—¡Valeeeeee!
Oigo que se aleja, y me pregunto si de verdad alguien podría morirse de vergüenza. Eso, o mejor: que la tierra me trague antes de tener que volver a mirarlo a los ojos.
Cuando ya no la escucho, le hablo entre susurros.
—Tienes que irte ya. Ni ella ni nadie puede enterarse de que estabas aquí dentro conmigo.
—No voy a irme. Voy a llevarte a casa. Pensaba que ya lo habíamos decidido.
—No hemos decidido nada, y ya le he dicho a Meghan que voy a quedarme a dormir aquí, así que no necesito que me lleves a ninguna parte —digo, un poco más alto y con más fuerza de lo que esperaba, pero es que me estoy poniendo de los nervios.
—Nena, puedes echarme, pero esto, lo que hay entre tú y yo, va a ocurrir. —Me acaricia la mejilla con el pulgar, y lo único que quiero hacer es apoyarme en él.