¡Átame! Relatos eróticos cortos sobre fantasías secretas - Cecilie Rosdahl - E-Book

¡Átame! Relatos eróticos cortos sobre fantasías secretas E-Book

Cecilie Rosdahl

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  • Herausgeber: LUST
  • Kategorie: Erotik
  • Sprache: Spanisch
  • Veröffentlichungsjahr: 2023
Beschreibung

"A través del borde de mi ropa interior, trazó la línea de mis labios mayores, casi haciendo que me viniera en el momento. Debe haber sentido la descarga de corriente que corrió́ por mi sistema cuando me tocó, tiene que haberla sentido…" – Todo está en las manos Si te gusta explorar tus límites sexuales y llevarlos más allá, estos relatos calientes están hechos para ti. Estos relatos te hacen participar de un trío en un club erótico así como seguir de cerca a una mujer deseosa que se arquea de placer entre manos expertas. De pronto, aparecerás en medio de una fantasía de ninfas y faunos. O al lado de dos personas que un día cualquiera buscan reavivar la pasión. Adéntrate en estas historias cortas llenas de lujuria y diversidad. La compilación incluye los relatos: La ninfa y los faunos A merced de mi amo Voyeur Deseos 12: Jugando roles Todo está en las manos Camgirl El juguete de mi compañera de depa La invitación Terraza con vista panorámica Medicina interna Hotel California Estos relatos cortos se publican en colaboración con la productora fílmica sueca Erika Lust. Su intención es representar la naturaleza y diversidad humana a través de historias de pasión, intimidad, seducción y amor, en una fusión de historias poderosas con erótica.

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Seitenzahl: 235

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LUST authors

¡Átame! Relatos eróticos cortos sobre fantasías secretas

 

Lust

¡Átame! Relatos eróticos cortos sobre fantasías secretas

 

Translated by LUST translators

 

Original title: Tie Me Up: Erotic Short Stories About Secret Kinks (Spanish (neutral))

 

Original language: Swedish

Cover image: Shutterstock

Copyright ©2022, 2023 LUST authors and LUST

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788728591468

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrieval system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.

La ninfa y los faunos Un relato erótico

Si observaras mi vida como un espectador, estoy segura de que llegarías a la conclusión de que soy una verdadera cazafortunas. Una esposa trofeo para mi marido rico y viejo, más rico y más viejo que yo. He oído eso una y mil veces. Miradas furtivas en los restoranes. Sonrisas perspicaces en fiestas. Todos «saben» exactamente qué tipo de mujer soy: alguien que pasea en su carísimo auto deportivo y no tiene nada mejor que hacer con su vida que pasar el día en citas de manicure, masajes, peluquería.

Por suerte, nuestros amigos cercanos saben que eso está lejos de ser la realidad. Paul y yo nos amamos más que a nada. Él es el hombre de mis sueños y creo que me hubiera enamorado de él, aunque sólo hubiera sido un mecánico de autos en una pequeña ciudad rural.

Hablemos claro: el tener dinero sin dudas es algo bueno. No es que sea una materialista, pero me ayudó a empezar mi compañía de diseño de interiores, que ahora se ha transformado en un éxito. Y, si debo ser honesta, la vasta fortuna de Paul sí contribuye a su manera relajada de ser que es una de las características que me hicieron enamorar de él. La calma. El encanto. La confianza. La exuberancia.

Algunas veces, el prejuicio me ha molestado tanto que me he visto envuelta en discusiones sobre por qué para la gente es tan difícil creer que realmente estamos enamorados. Esas discusiones tienden a terminar con la afirmación de que, por nuestra diferencia de edad, el sexo no puede ser satisfactorio. Puedo manifestar, con total confianza, que sin dudas lo es. No sólo mi marido y yo encajamos perfectamente —tengo orgasmos vaginales cada vez que tenemos sexo—, sino que también lo amo más que a nada en el mundo. Su humor, su sabiduría y, por supuesto, ¡el hecho de haberme elegido!

Por otro lado, él también está seguro de mi amor. Soy bastante linda y, para ser honesta, soy el tipo de chica que siempre atrae a alguien esté donde esté. Pero no quiero a nadie más que a mi marido. No importa que tenga casi treinta años más que yo. Con certeza, no fue por no tener opciones que nos elegimos. ¡Valoro que podamos hablar de lo que sea! Por ejemplo, el negocio de Paul, mis viejos amigos y hasta mis fantasías de masturbación.

Un día, Paul vio un programa de televisión en el que alguien señaló que todas las mujeres tienen fantasías salvajes, no sólo cuando se masturban, sino también cuando están con sus parejas. Y claro, él quería saber todo sobre mí. Intenté lograr un intercambio, hacer que él contase primero. Pero me juró, por todo lo más sagrado, que desde el día en que me conoció cada una de sus fantasías habían sido sobre mí. Mmm. Intenté declarar lo mismo. Lo que es bastante cercano a la realidad porque él es la única pareja que he tenido, con quien estoy cien por ciento presente en todo lo que hacemos. Pero claro, tengo algunas fantasías privadas, reservadas para una tarde larga o para cuando está fuera en uno de sus tantos viajes de negocios.

Durante la conversación, me vino a la mente una de mis más antiguas fantasías lo que, inmediatamente, dibujó una sonrisa traviesa en mis labios. Paul supo que estaba pensando en algo. Entonces insistió para que le contara, con detalles, cuál era. Le hice prometer solemnemente que no se reiría y que nunca, después de conocerla, haría referencia a ella. Lo prometió y entonces le relaté la que creo es mi más antigua fantasía de masturbación. Es un poco obscena porque se originó a partir de una gran pintura que colgaba en la sala de mi abuela: lugar tabú para que una chica tenga una fantasía de ese tipo.

La pintura era en blanco y negro con dibujos al carbón —o quizás un grabado—, bastante grande. Representaba un bosque en cuyo centro reposaba una ninfa que obviamente se acababa de despertar de un sueño placentero. Detrás de ella, se podía ver a un fauno tocando una flauta dulce que miraba a la ninfa con lascivia. Creo recordar que algunos otros faunos asomaban entre los árboles. Es obvio que todos habían estado esperando a que la ninfa se despertase para que el «juego» comenzara. En mi fantasía, yo soy la ninfa, por supuesto, y lo que sigue varía un poco: algunas veces tengo sexo con uno solo de ellos, y otras veces corro provocándolos, me persiguen y termino teniendo sexo con más de uno al mismo tiempo.

Aún recuerdo que cuando le conté la historia a mi marido, no podía dejar de mirar con timidez hacia el techo. No es que fuera un gran secreto, sólo era la primera vez que se lo contaba a alguien. El oírlo de mi propia voz, me hizo sentir terriblemente infantil y tonta.

Entonces Paul dijo:

—Pienso que soy la persona más afortunada en el mundo. —Se incorporó y luego se inclinó sobre mí—. Esa es por lejos la más linda fantasía que he escuchado. Eres maravillosa en cada forma posible.

Y así, se convirtió en una pequeña historia divertida que compartí con él... O por lo menos eso pensé.

Dos meses atrás, celebramos nuestro quinto aniversario de bodas. Y como seis meses antes, Paul comenzó a decirme que debía limpiar mi agenda para el fin de semana de nuestro aniversario. No quería revelarme nada de lo que tenía en mente. Sólo me dijo que debía estar lista para las siete de la tarde del viernes. La expectativa era bastante difícil de soportar. Habíamos compartido algunas excursiones deliciosas juntos y podía imaginar que por allí iba lo que había planeado. O, ¿quizás una travesía en barco? Pero la vestimenta para esas dos ocasiones era muy diferente de lo que sería una salida a un restorán elegante o a un teatro. Me decidí por un look mono y sencillo. Empaqué mis botas de gamuza negra hasta las rodillas y un vestido rojo que sabía que Paul adoraba. Era lo suficientemente cómodo tanto para navegar como para una salida más tranquila.

Paul me recogió a las siete de la tarde en punto. Fuimos a un pequeño restorán italiano encantador. Amo la comida italiana. Comimos y tomamos, y charlamos casi toda la velada. Un par de ocasiones, espié furtivamente el piso cerca de su silla, pero no había ningún regalo allí para mí. Pensé que quizás me había comprado una joya, pero tampoco sacó nada, nada de nada. Igual podía darme cuenta de que estaba extrañamente tenso por algo. Cuando llegamos al postre, no pude soportarlo más y tuve que preguntarle.

—¿Cuáles son tus planes? —pregunté con un gesto incrédulo.

Paul sólo se rió y dijo que su sorpresa empezaría pronto, que quizás sería mejor que yo usara el toilet antes de salir.

Eran las diez y media de la noche así que una excursión ya no era una posibilidad y probablemente tampoco lo era navegar. Todo era muy misterioso. Estaba emocionada e intrigada. Camino al auto, noté que el glorioso vino tinto me había afectado un poco; seguramente estaba tan mareada como Paul. Tan pronto estuvimos en el auto, me entregó una venda y me dijo que no podía ver adónde íbamos a ir.

Sentada en la oscuridad, escuchaba los ruidos de la ciudad. Pronto fue obvio que no estábamos yendo a casa. Condujimos por una media hora antes de que el auto se detuviera. Paul se bajó y abrió mi puerta para guiarme con cuidado. Era un lugar bastante silencioso. ¿Un área abierta quizás? Paul abrió una puerta pesada, y el ruido y el aroma me dieron la sensación de estar entrando en un gran depósito. Paul me guió por el camino y finalmente nos detuvimos. A esa altura, había dejado de intentar adivinar cuál era la sorpresa y simplemente permitía que me dirigiera; sabía que tarde o temprano lo descubriría. Tenía la absoluta certeza de que sería algo bueno porque Paul es un genio para idear regalos creativos.

Finalmente, nos detuvimos en lo que sonaba como una habitación. Podía sentir que era grande porque las pisadas hacían eco. Aparentemente, aquí era donde se suponía que debíamos estar. Paul me pidió que permaneciera quieta. Pude oír cómo abría una botella de vino y luego me entregaba una copa. Me sentí traviesa y extremadamente excitada.

—Tendrás que ponerte otra ropa. ¿Puedes hacerlo sin sacarte la venda? —me preguntó.

Asentí. Paul tomó mi copa para que pudiera desvestirme. Me detuve al llegar a la ropa interior.

—¿Todo?

Murmuró en mi nuca:

—Todo.

La calidez de su susurro erizó toda mi piel. No tuve mucho tiempo como para que mi desnudez me generara incomodidad, porque él rápidamente colocó sobre mi cuerpo un vestido liviano y etéreo. Parecía consistir de varias capas tenues y podía sentir que apenas llegaba a mis rodillas. Luego me devolvió la copa de vino.

—Ahora quiero que te sientes en esta suave sábana. Voy a dejarte el teléfono aquí y podrás llamarme cuando quieras. —Tomó mi copa y me ayudó a sentarme y luego dejó mi teléfono cerca de donde descansaba mi mano.

—Tienes que decirme, ¿qué... —comencé, pero Paul colocó con suavidad una mano sobre mis labios:

—No te preocupes; es una sorpresa. Una sorpresa muy especial.

Me daba cuenta de que estaba sentada sobre una gruesa y suave alfombra de piel de oveja.

—Voy a colocarte unos audífonos y cuando la música se termine, podrás sacártelos al igual que la venda. ¿Todo bien?

Asentí. Aún estaba completamente desconcertada. La música que había elegido era deliciosamente reconfortante. Era una especie de melodía new age/clásica que me recordaba a «Las cuatro estaciones de Vivaldi», pero más psicodélica y con un claro trasfondo de viento soplando entre los árboles. Era un tema largo. Deben haber pasado unos quince minutos. La música me relajó tanto que casi me duermo. No noté que había terminado hasta luego de un minuto o algo de silencio.

Me había cubierto con la alfombra de piel de oveja; me senté y desperecé un poco; luego me saqué los audífonos y la venda. Tuve que parpadear algunas veces para poder empezar a investigar en qué tipo de habitación estaba. Era enorme y había paneles marrones sobre las paredes. Veía dos salidas, pero no reconocía el lugar para nada. Elevé la vista. El techo era alto. Muy alto. Tenía que ser algún tipo de bodega con varias habitaciones disponibles.

Tal vez era una nueva área de depósito para mi negocio.

No, Paul no hubiera sido tan misterioso con un regalo como ese.

De pronto, comenzó a sonar música psicodélica por los parlantes que deberían estar suspendidos muy arriba. En ese momento me di cuenta de que no estaba sola. No sé cómo, pero supe inmediatamente que no era Paul. Detrás de mí, podía oír lo que parecían pasos de baile excéntricos; sonaba como si hubieran algunas personas presentes.

Permanecí sentada por un tiempo e intenté razonar. Paul nunca haría nada que me asustara de verdad. Tampoco nunca me dejaría en un lugar que representara un peligro potencial para mí. Estaba cien por ciento segura de eso. ¿Entonces qué era lo que había armado? ¿Un espectáculo de ballet privado? Los golpeteos podían ser de zapatillas de ballet, aunque sonaba como a bailarines algo pesados. ¿Eran hombres? Luego, recordé el vestido que Paul me había puesto. Al mirarme, empecé a entender lo que estaba pasando. Era color marfil con pequeñas incrustaciones de hilo plateado entre varias capas de chifón drapeado alrededor de mi cuerpo. El vestido de una ninfa.

Sólo entonces me animé a mirar sobre mi hombro para ver hacia el lugar de donde provenían las pisadas de baile. No, no, no. Se me escapó una risa tonta y chillona. ¡No podía creerlo! Cinco hombres que vestían pantalones peludos y extrañas máscaras de animales saltaban de un lado a otro. Las máscaras se parecían a las que se les pone a los grandes perros para evitar que muerdan. También funcionaban a la perfección como disfraz: el disfraz de un fauno. Era mi fantasía de ninfa. Se había vuelto realidad.

Definitivamente, los cinco faunos tomaron el hecho de que los viera, como una señal para empezar el ritual. Podía escuchar cómo sus suaves pisadas se tornaban cada vez más pesadas. Más saltarinas. Era todo tan surrealista que literalmente tuve que pellizcar mi brazo para asegurarme de que estaba despierta por completo.

Aparté la mirada de los faunos. Había visto suficiente para saber que Paul no era ninguno de ellos. Reconocería su cuerpo a un kilómetro de distancia. Eran cinco chicos jóvenes, todos disfrazados. Todo era tan irreal y excitante que pude sentir cómo mi cuerpo comenzaba a temblar. Entonces, tomé una decisión: esto era algo que pasa una vez en la vida y, ya que Paul lo había organizado para mí, lo menos que podía hacer era seguir la corriente.

Me desperecé de manera teatral, como la ninfa en la pintura de la pared de la sala de mi abuela. Luego me paré sobre la suave piel de oveja y giré mi cara hacia los faunos danzantes. Comenzaron a bailar hacia mí, lentamente. Eché una mirada alrededor de la habitación y observé el techo. No veía cámaras en ningún lado. Esto era realmente sólo mío. Con cuidado, salí de la piel de oveja y pude sentir el frío linóleo bajo mis pies descalzos. Ahora los faunos bailaban alrededor mío. Me rondaban cada vez más. La música cambió y se tornó más rítmica. Más sensual. De pronto podía oler a los hombres. Uno de ellos me tomó de la mano. Permití que me incorporara a su baile que giraba en torno a una sola cosa: yo.

Al principio, parecía ser la protagonista de una presentación de ballet. Sus manos formaban diseños de olas alrededor de mi cuerpo. Comenzaron a tocarme. Giraban alrededor mío. Me elevaban en su baile. Me levantaron en sus brazos y me cargaron como si fuera una estrella de rock que hubiera saltado del escenario para que la audiencia lo recibiera. Los saltos y bailes de los faunos eran cada vez más cercanos. Me cargaban como un juguete y presionaban sus cuerpos contra el mío. Era tan sensual y delicioso que decidí entregarme por completo y permitirme disfrutar de la experiencia. No reconocí a ninguno de ellos, así que me sentía deliciosamente anónima, aun cuando todo se tratara de mí. En cierto momento, uno de ellos introdujo su boca por debajo del vestido y besó uno de mis pezones. Lo alejé con suavidad, pero con firmeza. No estaba lista para eso todavía. Lo asombroso fue que todos retrocedieron sutilmente, aunque la danza continuara como antes.

Estaba claro, yo era la que decidiría lo que pasaría. Y cuándo. Comencé a sentir un vértigo adolescente. Justo allí, en el medio de mi propia fantasía sexual. Estaba increíblemente excitada. ¿Pero debería vivirla por entero? ¿Tener sexo con uno de ellos? ¿Cuál?

Aunque el solo pensamiento era increíblemente estimulante, nunca había tenido sexo con cinco faunos al mismo tiempo ni siquiera en mis más salvajes fantasías. Eso sería demasiado. Pero la posibilidad era tan excitante que yo, o quizás mi cuerpo, ambos, decidimos llegar hasta el final. Eso sí, no con los cinco.

En un momento, me escapé hacia una de las salidas que había visto. Los hombres bailaron frente a mí de inmediato, como para evitar que me escabullera. Pero ahora sabía las reglas y a los que se habían puesto en mi camino, los hice a un lado con suavidad. Inmediatamente se movieron y yo corrí por un pequeño pasillo que terminaba en una escalera ascendente.

Me detuve y miré sobre mis hombros. Esperé. Los cinco faunos estaban parados junto a la entrada de la enorme habitación, temblando por la excitación, expectantes, como una camada de hambrientos cachorritos. Con mi mano indiqué «dos» y luego corrí por las escaleras. Enseguida supe que dos de los faunos me seguían, ululando de deseo.

En la cima de la escalera había otro corredor. Terminaba en algo que parecía un vestidor con paredes a cuadros y una banca en el medio. Me senté en ella y esperé a que los dos faunos me encontraran. Se tomaron su tiempo. No podía ser porque fuera difícil encontrarme, así que debería ser algo que hicieron exprofeso para provocarme.

Y funcionó, claro que sí. La danza sudorosa. El ritmo de la música. Quizás el vino que había tomado. El sonido de los dos faunos acercándose. Aproximándose cada vez más. Todo mi cuerpo estaba tenso, al igual que mi mente. Era como una cuerda de violín mientras la afinan que ansía ser tocada por el arco. Extendí el vestido de ninfa, tomé mis pechos y coloqué una mano entre mis piernas. Cuando los faunos finalmente entraron, estaba a punto de darme placer a mí misma. Eso inmediatamente erradicó cualquier duda que ellos pudieran haber tenido sobre si estaba o no estaba dispuesta a jugar.

Les indiqué que se acercaran con el dedo y ellos se colocaron uno a cada lado de mí. Luego hice un gesto real con mis manos hacia sus pantalones y como por arte de magia, ambos estaban desnudos. Y oh, por dios, qué hombres. No sólo estaban bien equipados, sino que sus cuerpos eran tan musculosos y refinados, y algo sudorosos por el baile... Todo era tan sensual que tenía que contenerme para no lanzarme a ellos, tener sexo salvaje y llegar al orgasmo de inmediato. Pero quería disfrutar todo el escenario que Paul había armado para mí tanto como pudiese. Así que tomé a uno de los hombres y comencé a mover mi mano sobre su pene, arriba y abajo. El otro se acercó algo impaciente. Oh, qué emoción era controlar a dos hombres de esa manera. Con mi sexualidad. Como una ninfa real.

Tomé el pene de uno con mi boca, mi cabeza balanceándose arriba y abajo, mientras continuaba acariciando al otro. Rápido, cada vez más rápido. Ambos contenían la respiración cuando cambiaba para tomar con la boca al que antes había estado fuera y masajear al que había estado chupando. No podía seguir manteniendo ese ritmo mucho tiempo o ambos acabarían sobre mí, y estaba lejos de querer que el juego terminase ya. Así que me recosté provocativamente en la banca y uno de los hombres prácticamente se lanzó sobre mí, metiendo su enorme pene en mi vagina, que, a esa altura estaba lo suficientemente mojada y hambrienta como para hacer de tobogán de agua.

Un poco después, me giró y me colocó a horcajadas sobre él. El otro hombre tomó mis pechos. El fauno que estaba adentro mío, con un movimiento fluido e increíblemente sensual, se paró para acercarme hacia el otro, mientras continuaba cogiéndome. Alternaban la suavidad, con la intensidad y la profundidad. Perdí el control del tiempo que llevaba en el cuarto a cuadros con los dos faunos.

Se sentía como si los tres cuerpos estuvieran constantemente introduciéndose uno dentro del otro. Mientras tenía el pene de un fauno en mi boca, el otro se hundió entre mis piernas y comenzó a lamerme, a pesar de la máscara. Cuando estimulaba mi clítoris y toda la vagina, un orgasmo delicioso golpeó todo mi cuerpo. Me giraron para que el otro fauno pudiera penetrarme profundo. Al entrar en mí, prolongó el orgasmo que ya era inmensamente placentero. La intensidad recorrió todo mi cuerpo dejándolo tembloroso.

En algún momento, me arrodillé en la banca mientras que un fauno me penetraba por atrás, estilo perrito. En esa posición podía chupársela al otro y permitir que las embestidas del fauno de atrás llegaran al de adelante. Tuve el orgasmo más furioso. Colapsé en la banca mientras que las ondas de éxtasis me recorrían. Los dos hombres, mis faunos, esperaban amablemente uno a cada lado de mí. Me reí de pura euforia. Era una ninfa. Y en esta versión de la historia, yo era la que decidía si ellos tendrían permitido tener un orgasmo. Levanté la mirada hacia ellos y asentí levemente. Entonces ambos comenzaron a trabajar para alcanzar el orgasmo que había estado creciendo dentro de ellos como un volcán. Explotaron sobre mis pechos, y luego cayeron al suelo donde permanecieron desnudos y jadeando, mientras yo me ponía de pie.

Tomé el hermoso vestido y dejé la habitación. Bajé las escaleras y volví al enorme recinto donde todo había comenzado. Los otros tres faunos seguían allí y apenas entré comenzaron a bailar. Sonriente, negué con la cabeza y me recosté en la piel de oveja en el centro de la habitación. Me di cuenta, por los ruidos detrás de mí, que los tres faunos dejaron la habitación. Apenas pude tomar mi teléfono y mandarle un mensaje a Paul: «Ahora».

Luego, creo que me desmayé; estaba exhausta por el placer experimentado. Recuerdo, como un sueño, cuando Paul me recogió, me envolvió en una sábana y me colocó en la parte trasera del auto. Era casi mediodía cuando me desperté al otro día en mi propia cama, algo para nada usual en mí, ya que normalmente madrugo. Supongo que lo necesitaba. Pude oír a Paul subiendo las escaleras hacia el dormitorio y, por la manera de caminar, sabía que traía una bandeja con el desayuno. Eso era muy bueno: estaba famélica.

Se sentó en la cama y me observó devorar los panqueques y la fruta que me había traído. Cuando hube recuperado mis fuerzas, lo miré.

—Tuve el sueño más vívido anoche —le dije con un guiño—. ¿Quieres oír sobre él?

Respiró profundo y una gran sonrisa apareció en su cara.

—Eres, por lejos, el ser humano más sorprendente que haya conocido. Soy TAN afortunado de tenerte como esposa. —Se inclinó y me besó la frente, acercándose aún más. Luego, me tomó la barbilla con gentileza, me miró a los ojos, y me dijo—: Y no, no necesito escuchar nada de «tu sueño». Fue un regalo muy personal para ti y no necesitas compartirlo con nadie, incluyéndome.

Luego me besó de nuevo, y salió de la habitación permitiéndome acabar tranquila mi desayuno y terminar de despertarme de la extraña, pero absolutamente maravillosa experiencia que me había regalado.

Paul nunca me preguntó qué pasó esa noche. Lo pinché un poquito para averiguar quiénes eran los hombres. No porque quisiera volver a encontrarlos, nunca, sino porque sentí, por una semana o dos, que todos los que me miraban cuando hacía la compra o iba por la calle podían ser uno de los cinco faunos. Pero Paul me aseguró que había pensado bien las cosas. Los faunos habían sido traídos de otra ciudad, de un lugar que se especializa en discreción. No estoy segura de si quiero contarle lo que fue esta experiencia para mí. De cierta forma, que sea mi experiencia y mía sola es absolutamente perfecto.

Para estar segura de que sabe lo feliz que me hizo su regalo, esta semana que ha estado en un viaje de negocios, puse papel tapiz en uno de nuestros jardines interiores para que las paredes parezcan árboles altos. Mandé pintar hojas en el techo y colocar una alfombra verde enorme en el piso. Ahora el jardín interior parece un pequeño claro en el bosque. Así que cuando llegue a casa, voy a poner la música que sigue en mi teléfono y esperar hasta que me encuentre en el jardín. Estaré recostada en una gran piel de oveja, con el vestido que me regaló, esperándolo. Mi fauno. Mi verdadero amor.

Así que, si sabes de alguien que sospeches que sea una cazafortunas, ve a visitarla. Si su jardín interior ha sido transformado en el escenario de una pintura de una ninfa con cinco faunos... me habrás encontrado.

A merced de mi amo Un relato erótico

Voy en camino a ver a mi amo. He anhelado este momento por días. Recibo una alerta en el celular tres días antes del encuentro. Eso me hace sentir ondas de excitación. Al fin conseguí lo que siempre he querido. No puede ser coincidencia que suceda justo ahora. Sé que no lo es. Desde hace tres años todo ha girado en torno a mí misma y a lo que debo crear. Me mudé lejos de casa. Para alejarme de otro ex y de la necesidad de pertenecer a alguien. Ya eso me ha quitado bastante en la vida. Ahora soy yo misma junto con mis habilidades. Nada más. ¡Nada menos!

 

Llegué a la ciudad con poco más que un certificado profesional. Tengo una foto en la que aparezco frente al hostal de mi juventud. La mochila sobre un hombro. Chica nueva en un nueva ciudad. Justo entonces y allí decidí ser afortunada. Me quedé en ese hostal por cuatro meses. Las camas que me rodeaban albergaban a constructores rumanos mal pagados, turistas alegres y varios refugiados. Los únicos que siempre estaban eran los empleados y el dueño. Me tomé unos días para explorar la ciudad y familiarizarme.

 

Entonces empezaron a suceder las cosas. Conversé con el dueño del hostal. Le pregunté si podía usar los hornos en la cocina. Me dio permiso y le prometí que terminaría antes de que servieran el desayuno, a las 7:00 a.m. El desayuno generalmente consistía en tostadas y cereal. Durante los primeros días deposité el pan en la mesa del desayuno y para las 7:30 a.m. ya se había terminado. Los empleados le informaron a la dueña, Rossana, una mujer en sus treintas que por lo general se aparecía justo antes del mediodía. Unos días después, ella estaba en la cocina a las 6:30 a.m. Quería una degustación. Tras un par de bocados me ofreció estadía gratis en el hostal a cambio de que horneara el pan para ellos. Empezamos a conversar. Durante esa semana se presentó temprano cada día. Para vigilar su inversión y hablar conmigo. Rápidamente nos hicimos amigas. Gracias a ella conseguí el nuevo departamento, me ayudó a abrir la primera pastelería y me recomendó a mi amo. Justo antes de que me mudara al departamento. Llevábamos casi dos meses conociéndonos. El pequeño bar del hostal se encontraba vacío. Nos turnábamos para escoger canciones en Spotify y bebíamos gin-tonic. No era esa tontería aguada que servían en el bar sino la receta de Rosanna. Nos embriagamos y empezamos a hablar sobre sexo y hombres.

 

—¿Lista para sorprenderte? —me preguntó de repente—. Déjame mostrarte lo que me gusta.

 

Me preocupó que se estuviera refiriendo a mi. Pero estaba ebria y si iba a estar con una mujer no se me ocurría mejor opción que Rossana. Toda una belleza latina. Trasero firme, hermosos senos copa B y grandes ojos negros como salidos de una caricatura japonesa. Siempre usaba tacones y a menudo un vestido o una falda.

 

—Sígueme a la parte de atrás —me dijo. Aparentemente pensaba que no podía ver lo que le gustaba desde el banco del bar. Sonreí y salté del banco para llegar junto a ella. Estaba lista para besarla.