Bernao, ídolo y loco - Leandro Balducci - E-Book

Bernao, ídolo y loco E-Book

Leandro Balducci

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Beschreibung

Bernao, ídolo y loco lleva adelante un apasionante recorrido por la trayectoria de uno de los más grandes ídolos y el mejor wing derecho de la historia del Club Atlético Independiente. Imperdibles testimonios y anécdotas de varias glorias del club de Avellaneda llevan al lector a un viaje por ese inolvidable Independiente de la década de los sesenta, con un Raúl Emilio Bernao como ídolo indiscutido de esos tiempos. Esta es una historia que merece ser contada: es el legado de un futbolista que cumplió sus máximos sueños como jugador e hizo feliz a toda una generación.

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Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Corrección: Guadalupe Garione.

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Balducci, Leandro

Bernao, ídolo y loco / Leandro Balducci. - 1a ed. - Córdoba : Tinta Libre, 2023.

94 p. ; 21 x 15 cm.

ISBN 978-987-824-414-3

1. Biografías. 2. Deportes. 3. Fútbol. I. Título.

CDD 796.334092

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor.

Está también totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución por internet o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidadde/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2023. Balducci, Leandro

© 2023. Tinta Libre Ediciones

A mi diablito, Lehuel.

Al amor de mi vida, Manuela.

A la razón de todo esto, mi viejo.

BERNAO, ÍDOLO Y LOCO

Prólogo

Desde que era muy chico, mi viejo siempre me hablaba de un tal Bernao; “el Loco”, le decía. Él, que había visto todas las grandes épocas de Independiente, insistía en las genialidades que había hecho ese jugador. Había disfrutado incluso de la magia de Bochini por casi veinte años, pero su fanatismo por el Loco lo seguía poniendo en lo más alto de su ranking de ídolos. ¿Y por qué les cuento sobre mi papá? Porque fue el responsable, algunos años después de su muerte, de que un día me despertara con la extraña sensación de que aquel gambeteador de la camiseta número 7 se merecía un libro. Elijo creer que esa conexión con aquellas personas que amamos tanto no termina con la muerte y esta es mi experiencia más cercana a ello. “El Loco”, como lo llamaban los hinchas, era un puente hacia mi papá. Me gusta pensar que él hubiera querido (o desde algún lado quiere) que pase esto, que la historia de su ídolo pueda ser contada con la posibilidad, incluso, de que sea una especie de ventana o una excusa para que las nuevas generaciones descubran a este irrepetible jugador olvidado, a ese equipo de Independiente que marcó el camino a seguir y que terminó de forjar nuestra identidad como club copero.

Una vez que me animé a empezar a transitar este recorrido que me iba a llevar a escribir mi primer libro, me puse en contacto con la familia de Raúl Bernao (su hija Romina y su esposa Elena), quien enseguida me alentó a intentarlo. Para arrancar, tenía que reconstruir la carrera de este crack. En esa primera etapa de investigación y acercamiento a través de publicaciones de la época, comencé a sospechar que Bernao no había sido solamente el nombre de un futbolista sobre el cual escuchaba hasta el hartazgo en la casa de mi infancia. Al contrario, por ejemplo, ese Independiente de la década del sesenta lo había tenido como figura sobresaliente y, por eso, era uno de los futbolistas que más tapas se llevaba de la revista El Gráfico. Luego, me tocó entrevistar a sus excompañeros y ahí fue cuando se encendieron todas las luces de alerta. Las glorias del Rojo hablaban maravillas de lo que había sido Bernao. Me remarcaban que nunca habría un puntero derecho como él y me contaban, también, cómo la gente se volvía loca con lo que hacía cada domingo. Entonces, ¿no era solamente el ídolo de mi viejo? De ninguna manera. El Loco había sido el héroe de toda una generación de hinchas, un personaje de leyenda, un desconocido a quien aprendieron a admirar y conocer a través de esa transmisión folclórica que va de padres a hijos, de abuelo a nietos, de tíos a sobrinos. Y este libro también buscará hacer un poco eso.

Mi sorpresa, al investigar, ya era muy grande. Raúl Bernao era considerado el mejor wing derecho del fútbol argentino por esos años, bicampeón de América y tres veces campeón del torneo local, capitán y figura. Sin embargo, yo sentía que nunca había logrado ese renombre dentro del club con el paso del tiempo y, sobre todo, luego de su fallecimiento en 2007. Esa sensación de injusticia hacia una gloria del club no solo me entusiasmó todavía más para plasmar su historia, sino que, a su vez, junto a un grupo de socios y socias del Rojo, pusimos en marcha otro homenaje. Es así como iniciamos una campaña a través de Internet para que hinchas firmaran una petición con el objetivo de que Raúl Emilio Bernao tuviera una platea con su nombre en el Estadio Ricardo Bochini. El proyecto tuvo un fuerte respaldo en una primera etapa, con un acompañamiento masivo de simpatizantes. Así, se confirmó que el Loco le había ganado al olvido y seguía más vigente que nunca en el corazón del pueblo rojo.

Este libro es un humilde homenaje y reconocimiento a uno de los más grandes ídolos que tuvo el Club Atlético Independiente. Ojalá disfruten el recorrido y que el sentido de pertenencia de Bernao por esta camiseta pueda servir también como una suerte de faro que nos recuerde quiénes fuimos para encontrar ahí, en aquel camino que en algún momento perdimos, la manera de volver a ser ese Independiente del que tanto nos hablaban nuestros viejos y nuestros abuelos.

Una infancia de potreros y sueños de pelota

Raúl Emilio fue el sexto de los siete hijos de don Bartolo y doña Amelia. Nació un 5 de noviembre de 1941 en un humilde hogar de la ciudad de Sarandí, en el partido de Avellaneda. Vivió la lírica de la juventud en los potreros del barrio siempre amparado por la protección de sus hermanos mayores un poco más disciplinados.

“Fue el más pillo de nuestros siete hijos. Será porque antes había mucho campo por Sarandí y Raúl se escapaba a cada rato de casa para andar a caballo o para ir a buscar ranas, anguilas y toda clase de bichos a la costa. Embromaba a los vecinos y les robaba los pájaros o frutas y siempre volvía con las manos, las rodillas y la ropa hechos un desastre. Todos los hermanos jugaban al fútbol, pero él era el que más tarde se quedaba en el potrero y solo gracias a que Bartolomé, su hermano mayor, lo retaba es que pudo terminar la escuela primaria”, expresó su madre, Amelia. Su amor por Independiente lo heredó de don Bartolo, quien también había vestido los colores rojos en la tercera división allá por 1919. Raúl era un fiel seguidor de los cracks de entonces y los quiso imitar cuando jugaba para los clubes de barrio Once Corazones y Belgrano, ambos de Sarandí. Quería aprender de su ídolo de infancia, Ernesto Grillo, figura del Rojo en la década del cincuenta. Por eso, no se perdía un solo partido de Independiente, allí pegado al alambrado.

El piberío de la zona ya lo admiraba a Raúl. En esos potreros, compartía partidos interminables que terminaban a cualquier hora con los hasta ahí desconocidos Perfumo, Rojitas, Pepé Santoro y Osvaldo Mura, entre otros. Esos picados fueron la cuna de los “jugadorazos” de los que, años más tarde, disfrutaría todo el fútbol argentino.

Raúl asistió a la Escuela Primaria N.º 10 Ricardo Gutiérrez, “donde ya pintaba como alumno vago”, recordó uno de sus amigos de la infancia, Ricardo Rivas. “Nunca le atrajeron los libros y Bartolomé, su hermano mayor, que era el que le tomaba las lecciones, se agarraba unas broncas bárbaras porque la mamá le soplaba el resultado de las cuentas. Entonces, Bartolo juraba que nunca más le enseñaría nada, pero al día siguiente se le pasaba la rabieta y volvía a ayudarlo con los deberes. Finalmente, Raúl terminó la primaria en una escuela nocturna porque allí no eran tan exigentes”. “Todo el día le daba a la pelota en el potrero y ya se adivinaban sus condiciones, aunque sus hermanos eran mejores que él. Pero Raúl las quería todas y no la largaba así nomás. Por lo único que se “iba” del partido era si pasaba un pajarito o una mariposa y entonces, corría para cazarlos”, dio más detalles Ricardo.

“Lo conozco desde chico porque yo también soy de Sarandí. Nos gustaba ir juntos a la costa a buscar ranas y se nos ocurrió juntar plata para comprar un caballo para poder recorrer mejor los zanjones”, comentó Pepé Santoro, el legendario arquero de Independiente. “En el potrero, Raúl jugaba de 9 o 10, aunque después cambió y actuó de 7, pero era el que menos se destacaba de todos sus hermanos”, agregó.

Para imaginarse lo que eran aquellos tiempos en Sarandí, a finales de la década del cuarenta, Ricardo Rivas nos dejó una risueña anécdota del pequeño Bernao: “Una de nuestras diversiones era buscar ranas en la costa y un día Raúl fue hasta allí a caballo a pesar de que suhermano Bartoloméle había prohibido montar porque era muy chico. Cuando se dio cuenta de que lo había visto, corrió hasta su casa y se escondió por varias horas debajo de la cama de Bartolomé, pero tuvo tiempo de poner la rana entre las sábanas. Cuando aquel se fue a acostar vino lo mejor…”.

Una vez que terminó la primaria, Raúl comenzó a trabajar junto con su hermano Osvaldo como peón en la barraca. “Llevaba lienzos de lana, pero, entre carga y carga, subía a la estiba y se ponía a cantar Chirusa. Era capaz de tararearlo todo el día porque decía: “O salgo jugador o cantor”,indicó Osvaldo. “Era tímido y se escondía de vergüenza cuando aparecía el señor Arias que también era barraquero y fue presidente de Independiente, porque don Nicolás lo elogiaba como una futura estrella”, sostuvo.

Sobre esos tiempos de niñez, también se refirió otra gloria de Independiente, Osvaldo Mura, que luego conformaría con el Loco una dupla futbolera muy recordada en Avellaneda. “Él trabajaba en las barracas del tío cargando bolsas y cueros y sacó un físico más grande, era más potente que nosotros. Jugaba de 10 y cuando agarraba la pelota, se gambeteaba a todos, al arquero y no paraba nunca”, manifestó.

Las horas en las que no estaba en el trabajo, Raúl se la pasaba en el potrero inventando las jugadas que en un futuro volvería a desplegar ante estadios llenos. “Después de las cinco de la tarde, nos encontrábamos y jugábamos a la pelota, hasta que un día una persona que era de la subcomisión de atletismo nos vio y nos llevó a probar a Independiente. Y ahí nos quedamos y empezó nuestra carrera en el fútbol amateur”, relató Pepé Santoro.

Con once años, ingresó en 1952 a la prenovena, saltando rápidamente de división en división gracias a su sorprendente habilidad. Aunque ya era parte de las inferiores de Independiente y sus hermanos trataban de persuadirlo de que no lo hiciera por temor a que se lesionara, él seguía yendo al potrero. Raúl decía: “Si no voy, los muchachos van a decir que soy un pillado…”. En su época de juveniles, sus compañeros lo llamaban “Garrincha” porque en un momento en que todos los punteros se habían convertidos en velocistas en diagonal escapándole a la raya lateral que los asfixiaba, Bernao jugaba sobre la punta. Iba en busca de su marcador, lo desbordaba y se iba hasta el fondo de la cancha; algo insólito para el fútbol argentino de esos días, deficitario en puntas ofensivas. Hasta ahí, sólo lo había mostrado Garrincha en el Mundial de Suecia en 1958.

Jugando en quinta división, el Loco Bernao fue citado para acompañar al plantel de primera de Independiente en una gira internacional por Bolivia y Chile. En ese marco, se dio su debut extraoficial con la camiseta roja. Esto ocurrió el 12 de diciembre de 1959 frente a Jorge Wilsterman y, luego, ante Colo Colo. No obstante, al concluir esa seguidilla de partidos y con dieciocho años, regresó a inferiores. Su momento todavía no había llegado.

Por esos años, Raúl arrancaba el noviazgo con su compañera de vida, Elena Comas, quien era su vecina en Sarandí desde que eran muy pequeños. “Los dos éramos de la misma edad y cuando teníamos dieciocho años me invitó a bailar al club Crámer de Sarandí. Desde entonces, empezamos a noviar. Anduvimos más de cinco años hasta que nos casamos”, mencionó Elena. Compartieron toda una vida, las buenas y las malas, hasta el fallecimiento de Raúl el 26 de diciembre de 2007. Tuvieron una única hija llamada Romina y tres nietos: Martina, Benjamín y Malek.

La llegada a la primera de Independiente y un título que marcaba el comienzo de una era