Buena pesca - Pedro Antonio de Alarcón - E-Book

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Pedro Antonio de Alarcón

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Beschreibung

Este relato hace parte de una cuidadosa seleccion del volumen de Los mejores cuentos de Pedro Antonio de Alarcon, en donde se muestra el talento narrativo del autor.

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Veröffentlichungsjahr: 2017

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Pedro Antonio de Alarcón

¡Buena Pesca!

Cubierto de gloria y de heridas en la Gue-rra de Sucesión, y sin blanca en la faltriquera, como entonces acontecía a casi todos lo héroes, tornó un día a su desmantelado castillo el noble barón de Mequinenza, con el fin de descansar de las duras fatigas de los cam-pamentos y de comerse en paz los pobres garbanzos vinculados a su título. Dos palabras sobre el batallador y otras dos sobre su guarida.

Don Jaime de Mequinenza, barón de lo mismo, capitán que había peleado por los intereses de Luis XIV, era a la sazón un hombre de treinta y cinco años, alto, hermoso, rudo, valiente, emprendedor, poco letrado pero locuaz en extremo, y muy aficionado a las aldeanas bonitas. Añadid que era huérfa-no, unigénito y solterón, y acabaréis de formar idea de nuestro hidalgo aragonés.

En cuanto a su castillo, era su vivo retrato en todo... menos en lo fuerte; mas por lo que toca a soledad y pobreza y altanería, ¡vive Dios que no le iba en zaga! Figuráoslo (y digo figuráoslo, porque ya se ha hundido) medio edificado y medio tallado en una roca que lamían de una parte las ondas del río Ebro, y que se reclinaba por la otra sobre una montaña... que allá seguía remontándose a las nubes.

Al pie de este peñasco había una docena de casas y chozas habitadas Por los vasallos del barón, o sea por los labradores de los cuatro majuelos que constituían sus Estados.

De la aldea al castillo subíase por quince rampas que terminaban en un foso provisto de su correspondiente puente levadizo. Ali-mentaba de agua este foso una sangría hecha en el Ebro medía legua al Norte de la fortaleza; sangría que, convertida en ruidoso torrente, volvía a precipitarse en el opulento río. ltem: enclavada también en un inaccesi-ble flanco de la montaña, separada del castillo por este salto de agua, y, como él, colgada sobre el Ebro, había otra roca más pequeña, coronada por una cabaña y una huertecilla; especie de pénsil babilónico colocado allí por la temeraria mano del hombre. Un ancho ta-blón de nogal enlazaba por vía de puente el castillo y la cabaña, de modo que si imposible era llegar al primero, una vez alzado el rastri-llo, más imposible era llegar a la segunda, suprimido que fuera el tablón. Ya hemos dicho que en la roca feudal vivía don Jaime de Mequinenza: falta decir que en la roca feuda-taria habitaba un pescador de anguilas, que se estaba haciendo rico merced al atrevido pensamiento que concibiera de formar su choza en aquel solitario y amenazado paraje.

Damián, que así se llamaba el pescador, había ideado colgar del puentecillo una vastí-

sima red, al través de cuya dilatada manga saltase la cascada, sirviendo de funda, por decirlo así, las mallas a las aguas. Mediante este artificio, todas las anguilas que, arras-tradas por la corriente, se veían obligadas a dar aquel salto para volver al Ebro, que fue su cuna, quedaban presas en las redes de Damián, quien las vendía en los pueblos cir-cunvecinos a un precio tan corto como corto era el trabajo que le costaba pescarlas. Y

pues ya conocemos el teatro de nuestra historia, pasemos a más íntimas investigaciones.