Cautiva de sus besos - Raeanne Thayne - E-Book

Cautiva de sus besos E-Book

Raeanne Thayne

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Beschreibung

Sería capaz de demostrarle que su amor era verdadero Elise Clifton había vuelto a Thunder Canyon para reunirse con su familia, con sus recién descubiertos padres. Sin embargo, de repente se vio convertida en la comidilla del pueblo y los rumores más jugosos la precedían allí donde iba, sobre todo en lo referente a Matt Cates, el apuesto vaquero del que siempre había estado enamorada. Tras volver a casa, Matt trató de borrar la fama de mujeriego que le precedía. Y en cuanto vio a la pequeña rubia de nuevo, supo que lo conseguiría, puesto que ya no tuvo ojos para nadie más. ¿Pero se convertiría su amor por Elise en el último chisme del pueblo?

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2010 Harlequin Books S.A. Todos los derechos reservados.

CAUTIVA DE SUS BESOS, N.º 60 - diciembre 2011

Título original: A Thunder Canyon Christmas

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9010-129-2

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo 1

HABÍA tocado fondo, pero nunca había caído tan bajo.

Elise Clifton se inclinó sobre la barra del Hitching Post, dolorosamente consciente de su nuevo status. Aparecer sola en el garito más popular de Thunder Canyon era patético, pero aún lo era más querer estar en cualquier sitio antes que en casa con su familia. Le dio un sorbo a la bebida que se estaba tomando y trató de no mirar a nadie. Y se suponía que ésa era la «noche de chicas» que había esperado con tanta ilusión durante toda la semana… Había quedado con su amiga Haley Anderson para pasar la noche por ahí, bebiendo margaritas y escuchando rock.

Dos de esas cosas sí se habían cumplido, no obstante. Dos de tres… Tampoco estaba tan mal. El grupo estaba tocando. Era una banda de vaqueros de pelo largo que tocaban rockabilly del bueno. Y los margaritas también estaban allí. Ya casi se había terminado el segundo y estaba a punto de pedir un tercero.

Sin embargo, faltaba la charla de chicas. Haley la había llamado veinte minutos antes, disculpándose.

—Siento no haberte llamado antes —le había dicho—. Me quedé dormida y no oí el despertador. Llevo todo el día esperando que me hiciera efecto la medicina para salir, pero no ha habido suerte. Me muero de sueño y me siento fatal.

—No te preocupes —le había contestado Elise, tratando de sonar entusiasta.

No podía echarle la culpa a Haley por haberse resfriado justo esa noche. Eso no era propio de una amiga de verdad. Además, probablemente se sintiera incluso mucho peor de lo que le decía.

—Lo pospondremos para cuando te sientas mejor —le había dicho Elise—. El Hitching Post seguirá aquí dentro de dos semanas.

—Trato hecho —le dijo Haley—. Si es que mejoro algún día, claro. Ahora mismo eso me parece imposible.

—Ya verás que sí. Espera un momento.

En ese momento había pedido su segundo margarita. Sus planes para la velada se habían esfumado en un abrir y cerrar de ojos.

—Gracias por entenderme, cariño. La próxima vez invito yo.

Elise suspiró. La banda de rock empezó a tocar una canción que no conocía. Algún empleado con espíritu emprendedor había colocado una hilera de luces de Navidad alrededor de un retrato un tanto picante de Lily Divine, situado justo encima de la barra. Las lucecitas parpadeaban sin cesar, llamando la atención sobre las minúsculas piezas de ropa que llevaba puestas.

Incluso Lily Divine estaba de buen humor para las fiestas. Elise, en cambio, no podía decir lo mismo.

Normalmente se lo pasaba bien allí. Atrás habían quedado los tiempos de mala fama para el local más conocido de Thunder Canyon. El Hitching Post había pasado de ser un antro de mala muerte para convertirse en un bar agradable y acogedor con una parrilla excelente. Los lugareños acudían allí con asiduidad y, a diferencia de todo lo demás en Thunder Canyon, el Hitching Post había permanecido ajeno a los vaivenes de la economía local. Ni el restaurante ni el bar debían de haber cambiado mucho desde los días en que Lily Divine se paseaba por la taberna del Lejano Oeste que había heredado de la primera madam. Los suelos eran de madera maciza y la vieja barra mostraba las cicatrices de más de un siglo de copas y juergas. Las fotos de las paredes eran de finales del siglo XIX.

Elise, sin embargo, nunca había estado sola en el local, y eso le daba una dimensión totalmente nueva a las cosas. Se sentía más sola que nunca mientras se bebía su margarita y no quería mirar a nadie para no dar una impresión equivocada. Una mujer solitaria en la barra del Hitching Post, mirando a su alrededor, al acecho, en busca de un vaquero fuerte y grande que le calentara la cama en una fría noche de invierno… Definitivamente no quería que la gente pensara lo que no era.

Uno de esos vaqueros, un tipo que llevaba un litro de aftershave encima, estaba sentado tres taburetes más adelante. Llevaba un buen rato mirándola y Elise trataba de fingir que no se había dado cuenta.

Si se hubiera quedado en Clifton’s Pride, en ese momento estaría acurrucada debajo de una mullida manta frente a la televisión, viendo alguna película en la pantalla panorámica del rancho de su familia.

Le dio un buen sorbo al margarita y le hizo señas a Carl, el camarero de toda la vida. Sus pies se movían discretamente al ritmo de la música.

¿A quién trataba de engañar? Si se hubiera quedado en el rancho, no estaría viendo una película con un bol de palomitas en la mano, no cuando su madre y su hermano tenían compañía. De ahí su pequeña escapada al Hitching Post. No tenía ganas de poner la sonrisa de plástico y sonreír como una boba ante Erin Castro. En ese momento, Erin debía de estar cenando con su nueva y maravillosa familia recién encontrada; su madre, Helen, su hermano Grant y su esposa embarazada, Stephanie Julen Clifton. Huir de la reunión familiar había sido un acto de cobardía, de mala educación incluso. Helen y John Clifton no la habían criado de esa manera. Pero lo cierto era que no estaba de humor para soportar dos horas de conversación intrascendente y comentarios corteses, por muy bien que le cayera Erin.

No podía echarle la culpa de aquel enredo, no obstante. No era culpa de Erin que la enfermera se hubiera equivocado veintiséis años atrás, durante una ajetreada noche en el Hospital General de Thunder Canyon. Sin embargo, aquella cadena de errores había resultado en un desafortunado cambio de dos niñas nacidas el mismo día, y de dos madres que compartían habitación.

Erin era la que había ahondado en el asunto hasta esclarecerlo todo. Un pariente le había dicho que la verdad sobre su nacimiento estaba en Thunder Canyon y ella había seguido las pistas hasta dar con sus padres, pero las cosas habían sido algo distintas para ella. Se había llevado la gran sorpresa de su vida al descubrir que sus padres biológicos no eran los que ella creía, sino una extraña pareja que había conocido unas semanas antes.

Erin había llegado a Thunder Canyon unos meses antes, dispuesta a averiguar por qué no tenía parecido físico alguno con sus hermanos, y así había descubierto que en realidad era la hija de Helen y del difunto John Clifton. Ella, en cambio, tras pasar toda la vida creyendo saber quién era y cuál era su sitio en el mundo, se había encontrado de golpe con la extraordinaria noticia de que era la hija biológica de Betty y de Jack Castro.

Ella sabía que Erin no tenía intención de arruinarle la vida, sino que sólo quería buscar respuestas, pero cada vez que veía lo felices que eran su hermano y su madre al saber por fin la verdad, no podía evitar sentir que ya no pertenecía a ese lugar.

Le dio otro buen sorbo al margarita y disfrutó de la cálida sensación que le quemaba la garganta. La falsa impresión de libertad de la embriaguez ahuyentaba la vieja sensación de ser una forastera.

Pero lo más curioso de todo era que tampoco podía echarle la culpa de eso a Erin. Siempre se había sentido como una forastera cada vez que iba al pueblo, porque en realidad lo era. Había vivido en Thunder Canyon hasta la adolescencia y siempre había pensado que se quedaría allí, pero entonces había ocurrido aquello que cambiaría el rumbo de su vida. Diez años antes su padre y un vecino ganadero habían sido asesinados por unos ladrones de ganado.

No podía decir que fuera una completa extraña en el pueblo. Su madre y ella iban allí de vez en cuando para visitar a parientes y amigos. En el bar y en el restaurante había varias personas que conocía. Las raíces de su familia eran muy profundas en aquel lugar. Además, Grant y Stephanie habían renovado Clifton’s Pride y su hermano era el gerente del resort Thunder Canyon.

Su madre había logrado escapar de los malos recuerdos tras la muerte de su marido mudándose a Billings cuando Elise tenía trece años.

Elise, por su parte, ya no sentía la misma conexión con Thunder Canyon. Había regresado con su madre para pasar las vacaciones y se había encontrado con la sorprendente noticia. Pero ya empezaba a pensar que hubiera sido mejor idea irse de crucero a algún lugar cálido y exótico, a miles de kilómetros de aquel pueblo de Montana donde estaban el dolor y los recuerdos.

Ese deseo se hizo más fuerte cuando la puerta del Hitching Post se abrió bruscamente, dejando entrar una bocanada de aire helado. Al igual que todos los demás, ella también levantó la vista para ver quién era…

Nada más hacerlo volvió la cabeza hacia la foto de Lily Divine. De repente el estómago se le había hecho un nudo.

Matt Cates.

Volvió la cara hacia el lado opuesto de la puerta de entrada, mortificada con la idea de que él la viera allí, sola y patética como un borracho más.

No parecía que tuviera una cita, lo cual era muy raro. Según los rumores que había oído después de marcharse del pueblo, Matt y su hermano gemelo, Marlon, no perdían ocasión de hacerle justicia a su reputación de mujeriegos.

Marlon había sentado la cabeza después de comprometerse con Haley, pero todo indicaba que Matt seguía igual que siempre.

Por el rabillo del ojo le vio dirigirse hacia la mesa de la esquina, donde le esperaban varios hombres que recordaba vagamente del instituto. Se estaban comiendo una pizza y bebiendo cerveza.

La tensión se disipó en cuanto le vio alejarse. Desde ese ángulo él no podría verla directamente. De hecho, probablemente ni se daría cuenta de que estaba allí. Además, ¿por qué iba a advertir su presencia? Siempre había sido invisible para él. Ella no era más que la cría pesada que siempre tenía que rescatar y salvar.

Cruzó los dedos de la mano izquierda y agarró el tercer margarita que se tomaba con la otra mano. ¿O era el cuarto?

—¿Cómo es que he tenido la suerte de terminar sentado al lado de la chica más guapa del local?

Elise se volvió al oír aquel acento cerrado. Estaba tan cerca que casi podía sentir su aliento caliente en la oreja. Había estado tan ocupada escondiéndose de Matt, que no se había dado cuenta de lo que pasaba mucho más cerca. El vaquero de la barra se había puesto en el taburete de al lado.

Definitivamente debía de haberse excedido un poco con los margaritas, porque el litro de «colonia Stetson» que él se había echado encima no le habían afectado a ella en absoluto.

—Ah, hola —le dijo, sonrojándose de inmediato.

—Soy Jake. Jake Halloran.

Elise sabía que debía ignorarle. Ella no era de las que se ponían a hablar con extraños en un bar. Sin embargo, en las últimas dos semanas, todo lo que sabía sobre sí misma se había esfumado de un plumazo, así que, ¿por qué no? No podía ser peor que estar sentada allí sola.

—Hola, Jake. ¿Eres de aquí?

—Estoy trabajando en el Lazy D —le dijo, mirándola fijamente—. ¿Seguro que tienes edad para estar aquí? Debes de haber usado un carné falso, ¿no? Vamos, puedes decirme la verdad.

—Yo…

—No te preocupes, cariño. No diré ni una palabra.

Sonrió e hizo el gesto de cerrarse la boca con una cremallera.

El tal Jake tenía un atractivo un tanto rústico. Tenía el pelo rubio oscuro y una cara que recordaba mucho a la de Viggo Mortensen.

Elise pensó que estaba lo bastante borracha como para dejarse halagar un poco. Nunca había tenido mucho éxito con los hombres…

Suspiró un poco. La única relación seria que había tenido había sido un completo desastre. El hombre al que había considerado su primer amor, y con el que se había acostado por primera vez, se había presentado un día con su «prometida».

Había salido con algunos durante los últimos tres años, pero todos tendían a verla como a una amiga.

Sin embargo, era evidente que Jake Halloran no la veía de esa manera. Aunque diera un poco de miedo saber que estaba dispuesto a flirtear con alguien a quien creía menor de edad, Elise pensó que no tenía nada de malo seguirle el juego un poco.

—Te lo agradezco, Jake —le dijo finalmente—. Pero conozco a Carl, el camarero, desde que empecé a dar mis primeros pasos. Él sabe exactamente cuántos años tengo y me hubiera arrancado la piel a tiras si me hubieran pillado intentando colarme en el Hitching Post con un carné falso.

—¿En serio? ¿Pero cuántos años tienes?

—Suficientes —le dijo ella.

—Bueno, tengas los años que tengas, eres la chica más guapa que he visto en este pueblo.

—Oh, gracias —le dijo, forzando una sonrisa.

—¿Cómo es que no te he visto por aquí hasta ahora?

—No soy de aquí. He venido a visitar a unos familiares por las fiestas —le dijo.

—¿Cómo te llamas?

Aquella pregunta era muy sencilla, pero Elise vaciló un poco antes de contestar.

—Elise. Elise Clifton.

Aquellas palabras salieron de su boca casi como un desafío. Ella era Elise Clifton. Ésa era la persona que había sido durante sus veintiséis años de vida, aunque todo hubiera resultado ser una mentira.

Le hizo señas a Carl para que le pusiera otro margarita.

—Bueno, Elise Clifton —le dijo Jake—. Esto va a sonar como un tópico, pero, ¿qué hace una chica guapa como tú sola en un lugar como éste?

Ésa era una muy buena pregunta. Elise le dio un sorbo a la bebida que Carl le acababa de servir y en ese momento la banda empezó a tocar una versión de una canción de Dwight Yoakam.

—Escuchar música —le dijo, mirando hacia el grupo de rock—. Es uno de mis grupos favoritos.

Justo en ese momento, vio a Matt por encima del hombro de Jake. Estaba al otro lado de la barra, hablando con un hombre mayor al que no conocía de nada.

Era tan increíblemente guapo, con su pelo castaño y sus cálidos ojos oscuros… Aquellos hombros anchos… Elise suspiró. Siempre había estado enamorada de Matt, desde aquel lejano día en que él la había salvado de un matón de tercer curso que la había tirado en un charco de agua sucia. Pero Matt nunca se había interesado en ella de esa manera. Eso lo sabía muy bien. Para él no era más que Elise Clifton, aquella chiquilla desgarbada y empollona, tímida y torpe, a la que había tenido que socorrer en más de una ocasión.

De repente, él se volvió y Elise se movió hasta esconderse detrás del enorme sombrero del vaquero. Jake abrió los ojos al ver su movimiento, sorprendido. De repente se le había acercado mucho.

—Es un grupo muy bueno —le dijo, ladeando la cabeza y acercándose más a ella con una chispa en los ojos—. Te dan ganas de ponerte a bailar, ¿no crees?

—El bajo iba al colegio conmigo —dijo ella, haciendo todo lo posible por fingir que estar prácticamente sentada sobre el regazo de un extraño era algo que hacía todos los días—. Tocaba la tuba en la banda del colegio.

—¿En serio? ¿Y tú tocabas algo?

—El clarinete —dijo ella—. Se me da muy bien tocar instrumentos.

El vaquero casi se atragantó con la bebida, pero Elise tardó unos segundos en darse cuenta de lo que acababa de decir. Con la cara roja como un tomate, deseó que el suelo se abriera en ese momento y que se la tragara de golpe. Evidentemente debía de estar completamente borracha. Con los tres margaritas y medio que se había tomado, ya no sabía ni lo que decía.

—No era eso lo que quería decir —exclamó—. Sí que tocaba el clarinete. ¡Oh!

Él se rió suavemente y se secó la boca con una servilleta.

—Me encantaría verte… tocar el clarinete.

Elise pensó que era el momento de irse. En ese preciso instante, antes de que a Jake Halloran se le metieran otras ideas en la cabeza. A pesar de lo incómoda que se sentía, se rió de su propia broma pero, cuando levantó la vista, se dio cuenta de que Lily Divine había empezado a bailar en la pared. Parpadeó varias veces. A lo mejor necesitaba beber agua durante un rato para aclararse un poco. Por lo visto, el cuarto margarita no había sido una buena idea.

—Oye, ¿quieres bailar? —le preguntó Jake de repente.

Su voz sonaba como si arrastrara las palabras, ¿o acaso era ella que no oía bien?

Elise se lo pensó un instante y miró hacia la pequeña pista de baile que habían preparado delante del escenario. La banda había empezado a tocar una versión country de Jingle Bells. Sólo había tres parejas bailando: unos señores mayores que practicaban unos pasos muy complicados, como si estuvieran ensayando para un concurso de televisión, un hombre y una mujer que apenas bailaban, pero que se abrazaban como si estuvieran pegados por el ombligo, y por último una pareja de jóvenes que bailaban con vergüenza y torpeza, como en una primera cita.

A Elise le encantaba bailar, pero como ya llevaba varias semanas siendo el centro de atención en el pueblo, prefirió quedarse en su sitio. No quería exponerse más, y menos delante de Matt Cates.

—No se me da muy bien bailar —le dijo a Jake, mintiendo—. ¿Por qué no hablamos un rato y nos conocemos mejor?

—A mí me encanta hablar —le dijo Jake, sonriendo y poniéndole la mano sobre la rodilla.

A través del tejido de sus pitillos favoritos, Elise podía sentir el incómodo calor que despedía su mano.

—Y conocernos mejor es una idea muy buena. Elise trató de mover las rodillas con sutileza. A lo mejor era el momento de pedirle una taza de café a Carl.

—¿De dónde eres, Jake? —le preguntó, sin saber qué hacer o decir.

—Soy de cerca de Butte. Mi padre tuvo que vender nuestro pequeño rancho hace unos años, así que me las he tenido que arreglar yo solo desde entonces. ¿Y qué me dices de ti?

—Um, yo vivo en Billings. Sólo estoy de vacaciones. Creo que eso ya te lo he dicho.

—Sí. Así es.

Elise apenas le oyó. Por el rabillo del ojo vio a una chica que iba hacia Matt. Llevaba unos vaqueros muy ceñidos y un suéter en el que apenas le cabía el pecho. Se detuvo junto a su mesa y un segundo después ambos se dirigieron hacia la pista de baile.

Elise decidió no mirar más y apartó la vista de inmediato, escondiéndose detrás de su «Romeo cowboy».

—Oye, ¿y si nos vamos de aquí? Podemos dar un paseo en coche y ver las luces de Navidad, ¿eh?

Elise estaba un poco mareada, pero no era estúpida. No iba a irse con él, y menos con ese aliento apestoso que tenía.

—Mejor que no. No quiero perderme el concierto. Por eso estoy aquí.

Por desgracia, justo en ese momento, el cantante principal habló por el micrófono.

—Vamos a hacer un descanso de quince minutos, chicos. Mientras tanto podéis seguir bailando al ritmo de la rocola.

—¿Qué me dices? ¿No quieres dar un paseo por lo menos y respirar un poco de aire fresco?

Lo del aire no era tan mala idea, aunque fuera aire frío. Cuanto antes se despejara, antes podría irse de allí. ¿Pero adónde? La cena de Erin no habría terminado todavía. Elise frunció el ceño un instante. Ya lo pensaría más tarde. No quería irse a ningún lado con aquel hombre al que acababa de conocer y del que no se fiaba nada, pero ¿qué peligro podía haber en salir al aparcamiento en una noche helada? Sin duda, cualquier cosa era mejor que quedarse allí sentada, escondiéndose.

—De acuerdo. Voy a buscar el abrigo.

El perchero de los abrigos y los sombreros estaba a lo largo del pasillo que conducía a los servicios. Elise decidió pasar un momento por el lavabo para retocarse el lápiz de labios y echarse un poco de agua en la cara. Así se refrescó un poco, pero tampoco sirvió de mucho. Cuando salió del servicio de señoras un momento después, se encontró con Jake. La estaba esperando en el mismo pasillo.

—Pensé que te costaría encontrar el abrigo —le dijo en voz baja.

Por algún motivo, a Elise le pareció gracioso el comentario. Como si no fuera a reconocer su propio abrigo…

—No. Sólo quería retocarme un poco el pintalabios.

—Te queda muy bien.

—Gracias.

A lo mejor salir fuera con él no era tan buena idea después de todo. De hecho, ya empezaba a pensar que entrar por la puerta del Hitching Post había sido una de las peores decisiones que había tomado en toda su vida. Su estupidez de esa noche sólo se veía superada por aquel ridículo desliz que había tenido al salir con el imbécil de Jeremy Kaiser cuando estaba en la universidad. Jake la acorraló contra el perchero de los abrigos.

—Apuesto a que ese pintalabios sabe tan bien como parece —le dijo en un tono que debía de sonarle sensual.

A Elise, sin embargo, le sonaba como un gato que acaba de pillarse la cola con una puerta corredera. Él se acercó un poco más, pero ella logró volver la cara en el último segundo.

—Um, creo que he cambiado de opinión. Hace demasiado frío ahí fuera. Vamos a bailar.

—Podemos bailar aquí mismo si quieres —murmuró él.

Intentó besarla de nuevo y Elise tuvo que ponerle las manos sobre el pecho.

—No. Quiero ir a bailar —dijo y entonces se dio cuenta de que su voz había sonado demasiado alta en aquel pasillo desierto.

¿Dónde estaba todo el mundo? ¿Acaso nadie tenía que usar el lavabo?

Empezaron a forcejear y Elise empezó a asustarse cuando se dio cuenta de que no tenía nada que hacer contra aquellos músculos de vaquero.

—Vamos, cariño. Un beso no le hace daño a nadie.

—No. No te conozco.

El rostro de Jake se endureció y Elise se preguntó por qué se le había parecido a Viggo Mortensen en un principio. Más bien se parecía al jinete sin cabeza de Sleepy Hollow.

—Cuando estábamos en la barra sí que me conocías muy bien —le dijo él casi con un gruñido.

—Oye —le dijo ella al sentir cómo la agarraba del trasero.

Le golpeó en el pecho.

—¡Suéltame!

—Vamos. Sólo un beso. Eso es todo.

—¡No!

Elise siguió resistiéndose, pero no tardó en darse cuenta de que no tenía nada que hacer contra aquel tipo forzudo que se ganaba la vida pastoreando ganado.

—¡Suéltame!

—Me parece que la chica no está interesada, Halloran.

Aquella voz firme y grave atravesó los oídos de Elise como salida de la nada.

La joven se tragó un juramento. Matt.

Eso era justo lo que necesitaba para ponerle el broche de oro a una noche patética. La cara le ardía como nunca y seguramente estaba tan roja como un adorno del árbol de Navidad. De entre todas las personas que había en el bar, ¿por qué tenía que ser él quien acudía en su ayuda?

Capítulo 2

MATT estaba a unos metros de distancia en aquel pasillo desierto, con una mirada de aburrimiento en los ojos que suavizaba sus duros rasgos. Jake Halloran tenía músculos, pero no era rival para Matt Cates, que llevaba el negocio de construcción de su familia. Matt parecía enorme en comparación; una sombra grande, oscura, peligrosa.

—Métete en tus asuntos, Cates —le dijo el vaquero—. No sabes de qué estás hablando, así que sigue tu camino.

—Me parece que no —dio un paso adelante y miró a Halloran con un gesto amenazante, duro… Estaba arrebatadoramente guapo. Elise cerró los ojos y apretó los párpados con fuerza.

—Hola, Elise.

Ella volvió a abrir los ojos y se lo encontró observándola con una incipiente sonrisa en los labios.

—Hola —susurró ella.

Nunca más bebería alcohol y, sin duda, nunca más volvería a hablar con extraños en los bares.

—Dejemos que decida la señorita, ¿no? —dijo Matt con toda su calma—. Elise, ¿quieres que siga de largo y os deje seguir con lo que quiera que estuvierais haciendo un minuto antes, eso que no parecía gustarte nada?

¿Qué clase de pregunta era ésa? Elise no le quería allí, pero tampoco quería ser la estrella en aquella escena patética.

—No —susurró ella.

Matt soltó lo que parecía un suspiro de pena. Elise se aclaró la garganta y volvió a decirlo, esa vez con más energía.

—No —dijo con firmeza—. No te vayas.

—Me parece que está muy claro, Halloran. La chica no está interesada. Buena suerte la próxima vez.

Matt le tendió la mano para ayudarla a zafarse del vaquero y salvarla así de otra situación humillante. Sintiendo una mezcla de alivio y nerviosismo, Elise intentó agarrarle la mano y entonces… No supo muy bien qué pasó después. Un segundo antes estaba acorralada por Jake Halloran y un momento después, Matt la sujetaba por el codo y se la llevaba de allí.

—Vamos, Elise. Tienes que comer algo.

Dieron unos tres pasos y entonces el vaquero la agarró del otro brazo y le dio un tirón. Elise sintió un dolor agudo que le atravesaba el hombro y dejó escapar un grito. ¿Por qué no se había quedado en el rancho con Erin? Cualquier cosa hubiera sido mejor que lo que estaba ocurriendo. No quería estar allí en ese momento, en medio de una pelea entre dos hombres duros y peligrosos. Una expresión sombría y seria relampagueó en el rostro de Matt.

—Será mejor que la sueltes —le dijo en un tono bajo, pero amenazante.

—Yo la vi primero —masculló Jake, como si Elise fuera un filete expuesto en el mostrador de una carnicería.

La joven logró soltarse como pudo y Matt siguió adelante con ella, llevándola hacia la barra.

No obstante, Jake no parecía dispuesto a darse por vencido.

—Yo la vi primero —repitió y entonces se les adelantó, cortándoles el camino.

Matt contrajo la mandíbula y su rostro se transformó. Sin duda no era una buena idea hacer enfadar a un hombre como ése.

—Vamos, Halloran. Tranquilo. La señorita no está interesada, pero seguro que hay muchas en el bar que sí lo están.

—Yo la quiero a ella —dijo Halloran, intentando agarrarla de nuevo.

Esa vez, Matt le hizo detenerse con el brazo y le dio un buen empujón. Halloran perdió el equilibrio un momento, pero enseguida arremetió contra Matt con un potente derechazo que fue a parar directamente a uno de sus ojos. Elise contuvo el aliento y se apartó justo a tiempo para no recibir el puñetazo que Matt le lanzó a Halloran. La pelea había comenzado. Halloran se abalanzó sobre él, gritando y lanzándole puñetazos.

—¡Pelea! —gritó alguien y el pasillo se llenó de gente de repente.

Sólo había una cosa que los habituales del Hitching Post disfrutaran más que la buena música: una buena reyerta. Los amigos de Matt no tardaron en unirse a la contienda y pronto lograron apartar a Halloran. En cuanto Matt consiguió zafarse de la pelea, agarró a Elise del brazo y se abrió camino hasta la mesa más próxima. Pero, al parecer, Halloran también tenía amigos en el Hitching Post y la pelea no tardó en convertirse en una batalla campal que llegó hasta el salón del bar. Todo el mundo parecía estar pasándoselo muy bien, pero entonces Carl decidió tomar cartas en el asunto.

—¡Basta ya, pandilla de idiotas! —gritó, sacando una vieja pistola Remington, como si estuvieran en una película del Oeste.

—¿Qué demonios está pasando aquí? ¿Quién ha empezado todo esto? —exclamó otra voz.

Unas doce manos apuntaron a Matt y a Jake. Elise no tardó en reconocer a Joe Morales, el ayudante del sheriff. Evidentemente, no le había sentado muy bien que lo interrumpieran en mitad de la cena cuando estaba fuera de servicio.