Cicatrices del pasado - Kimberly Raye - E-Book
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Cicatrices del pasado E-Book

Kimberly Raye

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Beschreibung

Después de divorciarse de un hombre que continuamente insistía en que no podía hacer nada bien, Paige Cassidy estaba seriamente decidida a convertirse en una mujer fuerte... en todos los sentidos. Y el atractivo y sexy Jack Mission era el hombre más indicado para darle unas cuantas lecciones de amor... Jack Mission estaba cansado de dar tumbos por la vida. Se hallaba dispuesto a encontrar una buena mujer y a sentar la cabeza. Y la hermosa Paige Cassidy era, sin lugar a dudas, buena... tanto en la cama como fuera de ella. Pero para Paige sus eróticos encuentros eran solo un simple aprendizaje. No estaba buscando ningún compromiso. Y dependía de Jack convencerla de que era ya toda una mujer... ¡su mujer!

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2000 Kimberly Raye Rangel

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Cicatrices del pasado, n.º 278 - marzo 2019

Título original: Restless

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-713-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Uno

Dos

Tres

Cuatro

Cinco

Seis

Siete

Ocho

Nueve

Diez

Once

Si te ha gustado este libro…

Uno

 

 

 

 

 

Algunos hombres estaban simplemente hechos para el sexo.

Ese pensamiento asaltó a Paige Cassidy en el mismo instante en que vio al hombre en cuestión a través del objetivo de su videocámara, en medio de la multitud de invitados a la ceremonia de boda. Y no era principalmente por su aspecto, aunque desde luego era lo suficientemente guapo como para hacer que la devota enemiga del sexo masculino, Imajean Strickner, se ajustara sus bifocales y se aflojara un tanto la faja.

Alto, fuerte y bronceado, el esmoquin le sentaba a las mil maravillas. Su pelo rubio, con mechas decoloradas por el sol, su fuerte mandíbula, sus labios sensuales y un cierto aire tosco y duro le evocaban a Paige visiones de amplias praderas, caballos salvajes y calurosas noches bajo un cielo estrellado. Pero era algo más que su apariencia lo que había despertado su instinto de alarma.

Era la manera que tenía de moverse. Paige parpadeó varias veces y ajustó mejor el objetivo, fija la mirada en sus largos y fuertes dedos mientras acariciaban el largo cuello de su botella de cerveza. Arriba y abajo, lenta y continuadamente, una y otra vez en una sensual caricia que la hacía estremecerse por dentro.

Y la forma que tenía de sonreír. Lo observó en el momento en que se inclinaba hacia la joven rubia de ojos azules que se hallaba a su lado en la barra, para susurrarle algo al oído. Un segundo después esbozaba una leve y seductora sonrisa que consiguió poner el corazón de Paige a toda velocidad.

Y la manera en que la mirada líquida de sus ojos grises parecía profundizarse cuando la desviaba hacia ella y…

La estaba mirando.

A Paige se le humedecieron tanto las palmas de las manos de sudor que se le habría caído la cámara si no la hubiera llevado sujeta al cuello por la correa. Él ya se había vuelto de nuevo hacia la rubia, dejando a Paige preguntándose si acaso habría imaginado aquel fugaz y conmocionante instante de contacto visual. La intensidad de aquella mirada, aquel ardor…

—Oye, Paige, ¿qué tal si nos echamos un baile?

Paige se volvió para descubrir a Shelby Hoover, con su sombrero de paja en la mano. Tenía la mirada fija en las puntas de sus botas, que apenas asomaban debajo de las campanas de sus almidonados vaqueros, al tiempo que se rascaba su hirsuto pelo negro con la otra mano. Las guías de su bigote parecían moverse con voluntad propia mientras se mordía el labio inferior, esperando su respuesta.

Por desgracia, Shelby no despertaba precisamente el entusiasmo de las hormonas de Paige. Era un hombre serio, sensato y más que dispuesto a sentar la cabeza, y no se dedicaba a ligar ostentosa y descaradamente con preciosas rubias. Shelby quería más. Quería un hogar, hijos… y una relación estable, de por vida.

Al igual que la propia Paige.

Paige bajó la mirada al ramo de novia que había agarrado al vuelo y sonrió. En su opinión, Shelby y ella hacían una pareja perfecta, aunque él todavía no se hubiera atrevido a vencer su timidez para pedirle una cita. Pero no perdía la esperanza. Shelby era así: silencioso, demasiado discreto, inseguro. Unas cualidades que Paige conocía demasiado bien hasta hacía apenas unos seis meses, cuando escapó de Cadillac, Texas, y de un fracasado matrimonio para dirigirse al pequeño pueblo de Inspiración, buscando una vida mejor.

La determinación nunca le había abandonado, pero ciertamente había tenido miedo. Hasta que conoció a Deb Strickland, propietaria y directora del único periódico del pueblo y, en aquel instante, la novia más bonita del mundo. Desvió la mirada hacia Deb, que se encontraba al otro lado de la sala del brazo de su marido. Aquella admirable mujer le había dado un empleo y la ayuda que tanto necesitaba. Tan agradecida le estaba por ello que se había ofrecido a practicar su recién adquirida habilidad con la cámara para grabar la boda de su gran amiga con Jimmy Mission, el hombre más guapo de todo el condado.

Muy a su pesar, Paige volvió a concentrar su atención en la barra. Por lo visto Jimmy iba a tener que defender aquel título desde el momento en que su hermano pequeño se había presentado en el pueblo para asistir a su boda. Habría reconocido a Jack Mission en cualquier parte. Era toda una leyenda en Inspiración. Según Deb, que lo sabía todo sobre todos gracias a su inveterada columnista de las crónicas de sociedad, Dolores Guiness, Jack era un legendario rompecorazones, y por tanto un hombre en el que Paige no debería malgastar ni un solo pensamiento.

En aquellos momentos debería estar concentrada en grabar el mejor reportaje posible de la boda de Deb. Aquella mujer la había ayudado tanto… Con su apoyo, Paige había logrado trocar su timidez por una cierta audacia y descaro, su actitud callada por una mayor locuacidad, y su inseguridad por una necesaria e imprescindible confianza en sí misma. Deb había sido una de las pocas personas que la habían ayudado cuando la abandonó su marido. Woodrow. Su nombre surgió en su mente y, antes de que pudiera evitarlo, Paige se llevó una mano al cabello en un gesto inconsciente. Woodrow siempre había detestado su melena suelta. Siempre le había parecido o demasiado larga o demasiado corta. O demasiado lisa o demasiado rizada. Demasiado… todo.

De repente su mirada volvió a tropezar con aquellos ojos grises, y nuevamente se le aceleró el corazón. Era tan guapo… Aquella mirada y aquellos labios… ligeramente demasiado llenos para un hombre, pero tan deliciosos de besar…

—¿Paige?

La voz de Shelby la devolvió a la realidad y se ruborizó intensamente. ¡Se había olvidado de él!

—¿Te encuentras bien? Estás un poquito acalorada —la observó con detenimiento—. Quizá deberíamos olvidarnos del baile e intentar otra…

—No —esbozó su más radiante sonrisa—. Solo estoy un poquito cansada de cargar con la videocámara. Me encantaría bailar. Dame un segundo para dejar esto por alguna parte —dejó la cámara sobre una mesa cercana y, sin soltar el ramo de novia, tomó a Shelby de la mano decidida a ignorar el magnetismo de Jack Mission.

Segundos después estaba bailando en la pista como si lo hubiera hecho toda la vida. Lo cual no podía resultar más irónico, teniendo en cuenta que había sido la peor bailarina de Texas hasta hacía apenas un mes, cuando se apuntó a las clases para principiantes que impartía Earl Sharp.

Paige Cassidy solía ser la peor en todo. Pero eso pertenecía ya al pasado. Había pasado una nueva página y dado comienzo a un nuevo capítulo de su vida, y no estaba dispuesta a mirar atrás. En aquel entonces había sido una chica tímida, torpe e ingenua, pero eso estaba cambiando. Estaba progresando cada día y mirando constantemente hacia el futuro.

Como si tuviera voluntad propia, su mirada volvió a verse atraída por el hombre que estaba apoyado en la barra, antes de recriminarse mentalmente de nuevo. Los tipos como Jack Mission solo tenían una cosa en la cabeza referente a las mujeres, y no era precisamente un futuro juntos o una relación estable. Aunque debía de ser estupendo para un buen revolcón en la cama, no era un tipo de confianza, y esa era la única clase de hombres en la que Paige estaba interesada por el momento. Ya se había dejado deslumbrar antes por los de su clase y no había encontrado más que problemas y desengaños.

La próxima vez que se acostara con alguien, lo haría con un hombre que no desaparecería ni al día siguiente ni al otro, como Woodrow. Alguien que no se aprovecharía de los mejores años de su vida para luego largarse un día con Mary Jean Wallaby, la dependienta del supermercado y la mujer con la delantera mejor dotada de todo el condado. Y desde luego no con un encumbrado mujeriego como Jack Mission.

Por mucho que se le acelerara el corazón cada vez que lo miraba.

 

 

Haciendo balance de sus treinta años de existencia, solo había dos cosas que Jack había decidido no hacer bajo ningún pretexto. No quedarse a la distancia de una coz de un caballo recién domado, por muy manso que pareciera. Y no bailar.

Por supuesto, el problema no residía en el propio hecho de bailar: esa era la parte divertida. Los cuerpos se tocaban, se rozaban, se sentían…

Desvió la mirada hacia la pelirroja que se encontraba en la pista de baile, separada de su pareja a la distancia de un brazo, y no pudo evitar una sonrisa. Aquella chica bailaba de la misma forma que hacía todo lo demás: con propiedad y formalidad, la espalda tensa y derecha y una expresión seria y solemne, como si con aquella videocámara hubiera estado grabando un reportaje especial más que un vídeo doméstico de boda. O como había estado comiendo su porción de la tarta nupcial: con la servilleta extendida sobre su regazo, los labios firmemente apretados mientras masticaba, cuidadosa de no dejar caer la más mínima migaja sobre su vestido estampado.

Deslizó la mirada de los hombros hasta su cintura… o hasta donde debería haber habido una cintura si el vestido hubiera sido un poco más favorecedor y no hubiera caído a plomo, como un saco. Aquello era una locura. Ella no era su tipo. Ella era como todas las otras mujeres presentes en la fiesta, que prácticamente se habían abalanzado unas sobre otras para capturar el ramo de la novia. Obsesionadas con el matrimonio. Desde la primera hasta la última.

Y bailar con una mujer semejante, sobre todo en un pueblo pequeño como Inspiración, era como cortejarla. Una cosa llevaba a la otra. Lo siguiente sería salir con ella y, antes de que se diera cuenta, se descubriría a sí mismo ataviado nuevamente con otro traje de mono, solo que en esa ocasión no como padrino. Él sería el novio. Ya había cometido antes ese error. Nunca volvería a repetirlo.

—Vamos —la atractiva rubia le señaló con la cabeza la pista de baile—, ¿por qué no me demuestras que sabes usar esas botas que llevas?

—De verdad que aprecio la invitación —sonrió Jack, alzando su botella—. Pero todavía estoy con la cerveza —se la llevó a los labios y bebió un pequeño trago.

—¿Más tarde entonces?

Tenía la negativa en la punta de la lengua, pero parecía tan esperanzada… Antes de que pudiera evitarlo, asintió:

—Más tarde, sí.

La observó mientras se dirigía hacia el grupo de mujeres que se había formado en torno a la mesa de la tarta de boda, la mitad de las cuales ya le había pedido antes un baile. Bajó de nuevo la mirada a su cerveza. Le quedaban todavía tres o cuatro tragos más antes de que ese «más tarde» llegara y tuviera que mantener su palabra ante todas ellas. Aunque, si bebía a sorbos, aquellos tres o cuatro tragos podrían convertirse en seis o siete, por lo menos.

—Venga, hombre, a bailar.

—Lo siento, querida, pero todavía estoy con esto y… —las palabras murieron en sus labios cuando se volvió para descubrir a su sonriente cuñada, hermosísima con el vestido de novia. Tenía el pelo largo y oscuro, unos ojos de un azul radiante y una figura que indudablemente debía de haber atraído a su hermano como la miel a la abeja. Pero Jack no tenía ninguna duda de que era su inteligencia y su simpatía lo que más le había cautivado de ella.

—Es la tradición —insistió Deb—. Tienes que bailar con la novia, sobre todo si el novio está ocupado hablando de las nuevas técnicas de apareamiento de ganado con su nuevo padrastro en la barra del bar.

La mirada de Jack se desvió hacia el trío que estaba a unos pocos pasos de ellos: Jimmy, su madre y un hombre mayor con un gran bigote gris. En aquel instante el hombre tomó del brazo a la madre de Jack y ella sonrió.

—Tiene esa sonrisa permanentemente pintada en la cara desde que se casaron hace apenas unos meses. Parece muy feliz, ¿verdad? —inquirió Deb, siguiendo la dirección de la mirada de Jack.

—Mucho —respondió él con un suspiro de alivio, porque la última vez que había visto a su madre estaba vestida de luto, y retorciendo un pañuelo entre las manos mientras contemplaba cómo bajaban el ataúd de su marido a tierra. Unos años atrás un ataque cardíaco había acabado con Mission padre mientras reparaba una cerca en el rancho. Su madre lo había encajado muy mal, pero tal como su padre habría deseado, con el tiempo empezó a revivir. Jack sonrió. No podía pensar en nadie que se mereciera ser tan feliz después de haber sufrido tanto—. Red parece un buen tipo.

—Lo es, y hablando de hombres, he bailado con todos los poseedores del cromosoma Y que pueda haber por aquí, excepto con mi cuñado.

—¿Eso significa que yo soy tu última esperanza?

—Quizá me haya reservado lo mejor para el final —le quitó la botella de cerveza de las manos y apuró de un solo trago los pocos que le quedaban—. Andando.

—Bonita boda —murmuró Jack una vez que comenzaron a bailar en la pista. De pronto captó un leve perfume a manzana y canela y se volvió ligeramente para descubrir unos metros más allá a la pelirroja que seguía bailando con su pareja, muy seria, moviendo ligeramente los labios como si contara los pasos. Estaba tan tensa que Jack sintió por un instante el impulso de sacudirla un poco para relajarla.

Aquello ciertamente no tenía nada que ver con el hecho de que tenía los labios más atrayentes y besables que había visto en su vida. Y, desde luego, tampoco era porque en aquel preciso instante quisiera sentir aquellos labios contra los suyos… Estaban en una boda, y aquella chica debería estar pasándoselo bien: lo exigían las circunstancias.

—Esa es Paige Cassidy.

—Ya —Jack se obligó a concentrarse en Deb olvidándose de las múltiples formas de relajar a aquella atractiva pelirroja que acababan de ocurrírsele. Porque lo último que necesitaba era besar o incluso pensar en una mujer como Paige Cassidy.

—Trabaja en mi periódico.

—Oh.

—Es bonita, ¿verdad?

—Hermanita —la miró con ojos entrecerrados—, será mejor que te quites esa idea de la cabeza.

—¿Qué tiene de malo? —Deb se encogió de hombros—. ¿Es que no te gustan las chicas?

—No ese tipo de chicas.

—¿Y a qué tipo de chicas pertenece ella?

—Al tipo de las que piensan en casarse.

—¿Y qué tiene eso de malo?

—Nada. Solo que no son mi tipo.

—Te gustan las mujeres celosas de su libertad, ¿eh?

—Tienen sus ventajas.

—Ya, les da urticaria con solo pensar en los compromisos.

—Dime —sonrió Jack—, ¿es que Jimmy te has estado dando lecciones de cómo meterte en asuntos ajenos? Porque parece que se te da muy bien.

—¿Eso crees? —sonrió a su vez Deb, divertida.

—Como si hubieras nacido para ello.

—Gracias, pero no conseguirás callarme con halagos —repuso con tono irónico y miró de nuevo a Paige—. ¿No crees que es una chica preciosa?

—Si tú lo dices.

—E inteligente. Y buena, y creo que esas gafas le dan un toque muy sexy, ¿no te parece?

—No vas a conseguir nada de mí.

—Vamos, Jack.

—Ni hablar. Si te doy la razón, me la presentarás ahora mismo, y si no te la doy, probablemente me pisarás y me machacarás un pie.

—Eso lo haré de todas formas.

—En cualquier caso, eso me huele a problemas y ya he tenido demasiados.

Deb le lanzó una exasperada mirada.

—Necesitas encontrar a una buena chica… —pero, como si acabara de darse cuenta de lo que estaba diciendo, sacudió la cabeza—. Dios, ¿qué me está pasando? La libertad era la divisa de mi vida. Apenas llevo cinco horas casada y ya me he convertido en una propagandista del matrimonio —sacudió nuevamente la cabeza—. Búscate tú solito a tu mujer. Solo asegúrate de que sea buena.

—Sí, señora.

—E inteligente.

—Sí, jefa.

—Y bonita —al ver que le lanzaba una mirada de reproche, Deb añadió—: Vale, vale. Dejaré de hacerlo. ¿Cuánto tiempo se quedará el hermano pródigo en el hogar esta vez?

Jack la miró arqueando una ceja.

—¿Cuánto tiempo tardará en regresar la feliz pareja de su luna de miel?

—Dos semanas.

—Entonces te contestaré que dos semanas y una hora o así para que me dé tiempo a hacer la maleta.

—Qué listo.

—Soy sincero.

—Lo sé. Ese es el problema. No tienes por qué marcharte corriendo en el mismo momento en que bajemos del avión. Podrías quedarte por aquí un poco más… —cuando él volvió a lanzarle una mirada exasperada, se apresuró a explicarle—: No se trata de que te cases, sino de que sientes un poco la cabeza… Hablo en serio. No puedes estar siempre viajando de un sitio a otro. Ya tienes treinta años.

—Me gusta viajar de un sitio a otro, y es por eso por lo que me iré cuando regreséis de la luna de miel. Tengo un trabajo esperándome en Santa Fe para el mes que viene en uno de los mejores ranchos del sudoeste. Están cruzando y domando sus propios caballos, pero su entrenador ha tenido que ausentarse por razones personales. Yo voy a sustituirlo.

—Temporalmente.

—Ajá.

—Pero puede que por mucho tiempo.

—Ajá.

—¿No echas de menos a tu familia?

—Pues claro que sí. Pero Jimmy está ocupado contigo y con su nuevo negocio de construcción. Tú estás ocupada con tu periódico. Mi madre se larga mañana de viaje con Red para asistir a las finales de rodeo en Las Vegas —Red Bailey era el domador de toros más veterano de la región y hacía cinco años que ostentaba el título de campeón absoluto en su categoría—. Yo diría que mi familia está bastante ocupada con sus propias cosas por el momento, así que a nadie le preocupará que yo esté o no presente. Oye, yo creía que querías bailar.

—Y estamos bailando.

—Estamos hablando. Pero esto… —la hizo dar una vuelta en redondo, contemplándola con una sonrisa—… esto sí es bailar.

La conversación tocó a su final, afortunadamente para Jack. Durante los siguientes treinta segundos estuvieron bailando rápido, dando vueltas y vueltas por la pista de baile hasta que terminó la canción y Deb le dio un cariñoso abrazo.

—Gracias, hermanito, y buena suerte.

—¿No debería deseártela yo a ti? Eres tú la que se ha casado con el cabezota de mi hermano.

—Cierto —una sonrisa asomó a sus labios mientras lo miraba fijamente—. Pero yo no soy la que tiene a una docena de mujeres solteras suspirando por mí —le dio un ligero pellizco en la mejilla y le susurró, antes de desaparecer en una nube de gasas y velos blancos—: Ánimo.

Jack se volvió a tiempo de ver a un racimo de mujeres dirigiéndose hacia él, dispuesta cada una a hacer valer su derecho para el próximo baile. Luego su mirada tropezó con una familiar pelirroja que salía en aquel preciso instante de la pista de baile. «No es tu tipo, vaquero», se recordó. Maldijo en silencio. Aquella chica era como las otras, estaba tan deseosa como ellas de encontrar a su futuro marido.

Con una sola excepción. Al contrario que las demás, no se dirigía hacia él. Ni siquiera le había sonreído cuando sus miradas se cruzaron. Por la razón que fuera, parecía como si Paige Cassidy no estuviera en absoluto interesada en su persona. Y era una pena, una verdadera pena, que alguien se mostrara tan tenso y tan rígido en una ocasión tan feliz como aquella. Aquella chica necesitaba relajarse, y él necesitaba una vía de escape. Así que en dos zancadas se plantó a su lado y la tomó de la mano.

—¿Qué… qué estás haciendo? —le espetó Paige cuando Jack Mission deslizó un brazo por su cintura y se dirigió con ella hacia la pista de baile.

—Creo recordar… —respondió mientras la atraía hacia sí y comenzaba a moverse al ritmo de la música—… que a esto se le llama «bailar».

Paige luchó por sobreponerse a la impresión, abrumados como estaban sus sentidos por aquella presencia masculina. Estaba demasiado cerca y todo había sucedido demasiado rápido. ¿Qué diablos estaba haciendo Jack Mission? ¡Ni siquiera le había pedido un baile!

—No pienso que…

—Esto no consiste en pensar, cariño, sino en moverse. Sabes bailar, ¿no?

La manera en que la estaba mirando, con un rubia ceja arqueada y un brillo de diversión en sus ojos grises, despertó su indignación.

—Claro que sé bailar —se había gastado su buen dinero en asegurarse de eso.

—Pues entonces demuéstramelo.

Paige tenía dos opciones. Podía retirarse, lo cual no iba a resultarle fácil porque Jack Mission la estaba agarrando firmemente de la cintura, o podía tranquilizarse, concentrarse en soportar los siguientes minutos sin hacer el ridículo.

—¿Qué baile estamos bailando?

—Te dejaré elegir.

—Eso no puede ser. Cada baile está adaptado al ritmo y a la cadencia de la canción. Esto es un doble compás. Deberíamos ir más rápido.

Jack la atrajo más hacia sí.

—A mí me parece que vamos lo suficientemente rápido.

—Es demasiado lento, y demasiado pegado —Paige le puso una mano en el pecho y lo empujó hasta ganar unos pocos centímetros de distancia. Ya estaba. Ahora podía respirar. Y, lo que era más importante: podía pensar—. Necesitamos más velocidad y distancia para este ritmo.

—A mí me parece que esta es la distancia más adecuada.

«Ojala», pensó ella. Jack Mission ocupaba toda su línea de visión, envolviéndola con su calor, con su aroma, con el firme contacto de su corazón contra el suyo… De repente perdió el paso y le pisó la punta de un zapato.

—Oh, no.

—No es para tanto.

—He perdido el paso.

—Ni siquiera lo he notado.

—Nunca pierdo el paso.

—Nunca digas nunca jamás.

—Te estás burlando de mí.

—¿Quién? ¿Yo? —Jack sonrió con una seductora expresión que le aceleró el pulso y la hizo trastabillar y pisarlo otra vez.

—Diablos.

—Cariño, necesitas relajarte.

—Si al menos me dijeras qué tipo de baile estamos bailando, entonces podría intentarlo.

—¿Siempre estás tan tensa?

—No estoy tensa. Es solo que no sé lo que estoy haciendo.

—Querida, relájate y respira hondo.