Hambre de ti - Kimberly Raye - E-Book
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Hambre de ti E-Book

Kimberly Raye

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Beschreibung

Holly Farraday estaba encantada con la idea de haber heredado la casa de su abuela en el pueblo de Romeo, Texas. Pero no había contado con el calor que podía llegar a hacer allí… ni con que descubriría que su abuela había regentado el burdel del pueblo. Aunque lo peor era que todo el mundo esperaba que ella continuara con el negocio familiar. Holly pensaba que ningún hombre podía satisfacer a una mujer como lo hacía el chocolate. Pero entonces se encontró con Josh McGraw, su vecino y ex amante de una sola noche…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2005 Kimberly Groff

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Hambre de ti, n.º 264 - diciembre 2018

Título original: Texas Fever

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-222-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Si te ha gustado este libro…

1

 

 

 

 

 

 

Holly Farraday tenía como regla no ligar jamás con un hombre en un bar. Pero cuando vio al vaquero junto a la mesa de billar del único bar de Romeo, Texas, no pudo evitar hacer una excepción.

Un auténtico vaquero… Sin pantalones rígidos y oscuros. Sin botas lustradas. Sin uno de esos sombreros con cinta plateada que vendían en las tiendas de Houston.

Unos vaqueros Wrangler moldeaban unas piernas largas y musculosas que acababan en unas desgastadas botas marrones. Una camisa descolorida y arremangada se ceñía a sus anchos hombros y revelaba unos antebrazos bronceados salpicados por una ligera capa de vello. Y un sombrero Resistol con el ala hacia abajo cubría parte de su rostro. Una espesa mata de pelo negro y rizado le rodeaba el cuello, del que colgaba un collar de cuero. Tenía una mandíbula recia y ensombrecida por una barba incipiente, labios firmes y nariz fuerte.

Pero más que su aspecto, era la seguridad que desprendían sus movimientos. Se apoyó contra la pared mientras bebía de su botella helada de Coors Light y observó la partida que se desarrollaba en la mesa. Desprendía una fuerza y una sensualidad que atraían a Holly de una manera profunda y primitiva.

Era un vaquero, sí. Un hombre fuerte y varonil que revolucionaba las hormonas femeninas. Como aquellos héroes de los que su madre le hablaba cuando era niña… aunque sin mencionar las hormonas, naturalmente. Esa parte la había añadido Holly después de haber visto a Brad Pitt montando a caballo en Leyendas de pasión. Fue entonces cuando empezó a inventarse historias mucho más atrevidas que las de su madre.

Sus fantasías con los vaqueros se acercaban más a la sexualidad salvaje y ardiente que a las virtudes caballerosas y reconfortantes, y no pudo evitar preguntarse si el vaquero de aquel bar estaría a la altura de sus sueños eróticos.

Como si de repente sintiera que lo estaba mirando, el hombre levantó la cabeza, se echó el sombrero ligeramente hacia atrás y se encontró con su mirada. Una ola de calor inundó a Holly, despertando sus sentidos por todo el cuerpo.

El olor a humo, cuero y cerveza impregnaba el ambiente, y una sensual balada de Kenny Chesney salía por los altavoces del techo. El dulce sabor del Dr. Pepper persistía en su boca, y se pasó la lengua por el carnoso labio inferior. La respiración se le aceleró y tomó consciencia del roce del sujetador contra sus pezones, repentinamente endurecidos.

Él sonrió levemente, pero bastó para que a Holly se le secara la garganta. Una nueva ola de calor la recorrió de arriba abajo, dejándola jadeante y ansiosa por recibir más.

Al infierno con las expectativas. Aquel vaquero ya las había superado con creces. Lo cual no era extraño. No sólo era un rostro de cine o una imagen de fantasía. Era un hombre de carne y hueso y el deseo era recíproco.

Su mirada brillaba tan intensamente como el letrero de neón azul de Bud Lite que tenía a su derecha. Era obvio que estaba intrigado. Y que la deseaba tanto como ella a él.

Tomó un largo trago de su Dr. Pepper e intentó dominar el descontrolado deseo que se había desatado en su interior. Una emoción que no se parecía en nada a las que había sentido antes.

Pero nada podía ser igual a lo vivido con anterioridad. Porque aquel día significaba un nuevo comienzo para Holly Farraday.

Hasta la semana pasada, había estado dirigiendo un negocio de repostería, Sweet & Sinful, desde su apartamento de Houston. Estaba lamentándose por la falta de espacio para un tercer horno cuando recibió una llamada telefónica informándola de que su abuela había fallecido.

Su abuela… Un pariente de sangre. Una persona de su familia… Una familia que trascendía de su madre, quien había muerto en un accidente de coche cuando Holly sólo tenía ocho años.

Su corazón pareció detenerse por un momento, al tiempo que la asaltaba un arrebato de incredulidad. Su madre, aunque cariñosa y atenta, no le había hablado nunca de la familia. Jeanine Farraday se había escapado de casa, decidida a alejarse para siempre de su madre y de su pueblo, y nunca hablaba de su pasado, a pesar de las interminables preguntas de su hija.

Holly siempre se había preguntado por qué había huido su madre. Por su parte, había anhelado encontrar un vínculo por pequeño que fuera con alguien más, y al fin lo había encontrado. Sus antepasados habían vivido en Romeo durante las tres últimas generaciones, tras haber emigrado de Irlanda.

Una tradición que Holly tenía intención de continuar gracias a Red Rose Farraday, quien le había dejado un poco de tierra a las afueras del pueblo.

La emoción le recorrió las venas y el corazón reanudó sus frenéticos latidos. Un hogar de verdad… El primer hogar para ella, que había estado de un lado para otro con su madre durante ocho años, y posteriormente en familias adoptivas hasta cumplir los dieciocho. Desde entonces había sido independiente, y se había esforzado mucho para pagarse los estudios y hacerse un hueco en el mundo.

Le costó ocho años de duro trabajo, pero finalmente se graduó en la Universidad de Houston con un título de Empresariales. Los siguientes dos años los pasó trabajando como chef de repostería e intentando ahorrar para montar su propio negocio. Después de haber solicitado infinidad de préstamos y créditos, recibió una subvención con la que pudo comprar lo necesario y pagar los gastos de seis meses. Entonces abandonó su trabajo y fundó Sweet & Sinful. Había empezado con cinco postres afrodisíacos: Orgasmo de chocolate con leche, Juegos de azúcar y mantequilla, Pecado de frambuesa, Besos de cereza y Éxtasis de nata. Además diseñó una página web, muy simple pero con buen gusto, y rezó por que todo funcionara. Sus ruegos fueron escuchados, y a los tres años había ampliado la lista de postres y la página web había empezado a cosechar beneficios.

Pero aunque el negocio marchaba bien, había algo que permanecía inalterable… La soledad y el aislamiento en los que vivía desde la muerte de su madre. La extraña sensación de estar perdiéndose algo de la vida.

Hasta ahora.

Se había pasado los últimos cinco años levantando su negocio y ahora era el momento de construir su hogar. Quería instalarse definitivamente, echar raíces y hacer amigos de verdad por primera vez en su vida.

Por eso ni siquiera había considerado la oferta que le había hecho un vecino para adquirir la propiedad de su abuela. En vez de eso había firmado todos los documentos pertinentes aquella misma tarde, y ahora era la propietaria oficial de Farraday Inn, una vieja granja con cincuenta acres de terreno.

El abogado le había dicho que la casa llevaba diez años vacía… desde que su abuela hubiera ingresado en un asilo por culpa de su frágil corazón, que finalmente acabó fallándole. Pero ni el polvo ni las telarañas pudieron disuadir a Holly. Tal vez fuera una chica de ciudad adicta a las compras, pero podía renunciar a los grandes almacenes a cambió de un hogar propio. Había visto The Simple Life. La vida en el campo también tenía su encanto, y ella había esbozado un plan para trasladar su negocio a la planta baja y usar la primera planta como vivienda. Y en la enorme cocina había espacio más que suficiente para el horno comercial que tenía intención de adquirir en cuanto se estableciera.

Un hogar de verdad…

Aquello merecía una celebración.

Su primera intención había sido zamparse una gran ración de tarta de chocolate o quizá un helado alto en calorías. Pero la cafetería estaba cerrada, y los únicos locales abiertos en Romeo un viernes por la noche era el Buckin’ Bronco, un club ruidoso y atestado junto a las vías del ferrocarril, y el Dusty Saddle Saloon, un granero reconvertido en bar, con una docena de mesas, una gran pantalla de televisión, un billar y una máquina de discos. Holly se había acomodado en el extremo de la barra y había pedido un refresco.

No había contado con el vaquero ni con la repentina necesidad que la había asaltado.

Lo deseaba.

Veinticuatro horas antes habría seguido el impulso… antes de poner punto y final a las relaciones temporales. Por su vida habían pasado demasiados hombres, y no estaba dispuesta a añadir uno más a la lista.

Pero no había imaginado que se encontraría con un hombre así…

—Eso sí que es un hombre de verdad —dijo una voz, como si estuviera expresando los pensamientos de Holly.

Una mujer de metro ochenta y melena castaña recogida en una cola de caballo le rozó el hombro antes de sentarse en el taburete contiguo.

Llevaba una camiseta roja y un mono vaquero azul, y el único toque de maquillaje era la mancha de rímel bajo los ojos, como si se le hubiera corrido por el llanto. Intentó encontrar una postura cómoda sobre el taburete, lo cual no era fácil para alguien que, obviamente, había bebido demasiado.

—El segundo hombre más guapo de Romeo —siguió hablando la mujer, arrastrando ligeramente las palabras. Tomó un sorbo de su cerveza medio vacía, antes de levantarse y cruzar el bar hacia el atractivo vaquero que seguía junto a la mesa de billar.

El jugador que dominaba la partida realizó un tiro especialmente difícil. Las bolas chocaron y la número ocho se coló por el agujero de la esquina, provocando un coro de vítores y silbidos. El vaquero sonrió, tomó el fajo de billetes que había en el borde de la mesa y se lo guardó en el bolsillo. Le dio una palmadita en la espalda al ganador e intercambió unas palabras con él antes de girarse hacia el perdedor y estrecharle la mano.

—¿El segundo? —preguntó Holly mientras tomaba otro sorbo de su Dr. Pepper, deseando que el líquido helado le enfriara la sangre ardiente—. ¿Quién es el primero?

—El hombre más maravilloso del mundo. Mi marido. Bert Wayne —el nombre acabó en un sollozo, al tiempo que las lágrimas inundaban sus ojos.

—¿Se encuentra bien? —le preguntó Holly, dejando el refresco sobre la mesa y tocando a la mujer en el brazo.

—S… sí —respondió ella, intentando esbozar una sonrisa, sin éxito—. Estoy bien. Soy libre… o lo seré en cuanto Bert Wayne arregle los papeles del divorcio. Por eso estoy fuera de casa esta noche —hizo un gesto alrededor—. Bert Wayne no es el único que sabe cómo divertirse. Ahora me toca a mí.

—Tiene derecho.

—Eso es. Merezco un poco de diversión. Soy una persona muy divertida —volvió a sollozar—. Aunque a Bert Wayne no le parezca —sollozó otra vez y sacudió la cabeza—. Aún no puedo creerlo —dijo, mirando a Holly—. Me dijo que era aburrida. Por eso me dejó por Trana Lee Jenkins… es la nueva esteticista del salón de belleza de Miss Kim’s Nail. Me dijo que ya no lo excitaba más y que tenía que moverse a pastos más verdes porque el mío se había secado —se secó las lágrimas con el dorso de la mano—. Lo siento mucho. Seguro que te estoy dando la lata con todo esto.

—No pasa nada.

—Pero ni siquiera me conoces.

—Sé lo que es estar sola —dijo ella. Había pasado casi toda su vida en soledad. Pero enseguida apartó ese pensamiento y sonrió. Una nueva vida comenzaba para ella—. Me llamo Holly Farraday.

—Yo soy Sue Jack… ¿Farraday has dicho? ¿Como Red Rose Farraday?

Holly asintió.

—Es mi abuela. Bueno… lo era antes de morir. Me ha dejado su granja, y mañana trasladaré allí mi negocio.

—¿Vas a abrir una tienda en casa de Rose?

Holly volvió a asentir.

—Hasta ahora trabajaba en Houston, pero la ciudad es demasiado grande y mi casa era demasiado pequeña para atender a todos mis clientes.

La mujer la miró con ojos muy abiertos y Holly se dio cuenta de lo que debía de estar pensando. Después de todo, Red Rose Farraday no sólo había sido su abuela. También había sido una de las damas con peor fama de Texas.

Era extraño, pero la mala fama de su abuela no la había sorprendido tanto como el descubrimiento de que había tenido una abuela.

—Me gano la vida haciendo dulces —explicó Holly—. Los vendo a través de un catálogo por correo y por Internet. La satisfacción está garantizada; de lo contrario devuelvo el dinero.

Sue volvió a sollozar.

—Siempre pensé que sabía cómo satisfacer a Bert Wayne, pero de repente se fue sin ni siquiera despedirse.

—Eso es horrible.

—No tanto —dijo Sue—. Quiero decir… fue horrible, sí, pero no lo culpo. Él tenía razón. Estoy seca. Llevo tres horas sentada aquí y ningún hombre ha intentado ligar conmigo. Soy un fracaso. Un caramelo duro en una tienda de chocolatinas. Nadie en su sano juicio tomaría una golosina así cuando pueden elegir entre una pared llena de Hershey’s Kisses.

—No eres un caramelo duro.

—Sí, lo soy. Soy un caramelo viejo, gordo y duro —de repente le entró un ataque de hipo—. Y además estoy borracha y no puedo conducir para volver a casa.

—No tienes por qué hacerlo —dijo Holly, poniéndose en pie—. Vamos. Yo te llevaré.

Sue negó con la cabeza.

—Gracias, pero no tienes que sacrificar tu noche por mi culpa. Iré caminando. No está lejos. Sólo a unos cuantos kilómetros de… ¡Oh! —exclamó al intentar levantarse del taburete. Dio un traspié y habría caído de bruces si Holly no la hubiera agarrado del brazo.

—Creo que puedes ir olvidándote de caminar.

—Es curioso —dijo Sue, apoyándose contra Holly—. Mis piernas estaban muy bien hace unos minutos. Debe de ser artritis —sorbió ruidosamente por la nariz—. Es lo que ocurre cuando te haces vieja y te secas.

—No es la edad. Es el tequila —dijo una voz profunda y masculina.

Holly levantó la mirada y se encontró con el irresistible vaquero. Éste le sonrió y le hizo un guiño, antes de volverse hacia Sue.

—Hola, Josh —lo saludó ella con una cálida sonrisa.

—Hola, Sue. Estás muy guapa esta noche.

—Lo dices sólo para contentarme —lo acusó ella, pero sonrió igualmente—. Josh McGraw, te presento a Heidi. ¿O era Hominy? ¿O Hailey?

—Mi nombre es Holly —le dijo ella a Josh.

—Encantado de conocerte, Holly —respondió él, pronunciando su nombre de una manera tan sensual que Holly sintió cómo le hervía la sangre en las venas—. ¿Necesitas que te lleve a casa, Sue?

—Va a llevarme Hannah —dijo ella, sonriéndole a Holly—. Es mi nueva amiga.

—En efecto —corroboró Holly—. Deja que pague mi consumición y… ¡Uf! —gimió cuando Sue volvió a tropezar. A punto estuvo de hacer que las dos cayeran al suelo, si el vaquero no hubiera alargado los brazos para sujetarla.

—Te ayudaré a llevarla al coche —le dijo a Holly, y le hizo un gesto al camarero—. Cárgalo todo en mi cuenta.

Los ojos de Sue volvieron a llenarse de lágrimas cuando Josh la rodeó con un brazo.

—Eres tan encantador… —le dijo—. Bert Wayne también lo era. Hasta que se aburrió, y entonces yo engordé y… —se puso a divagar mientras Josh la llevaba hacia la salida.

Unos minutos después, Josh había sentado a Sue en el asiento del copiloto del Lincoln Navigator color champán de Holly. Le abrochó el cinturón y cerró la puerta del lujoso todoterreno.

—Bonito coche —comentó, pasando la mano por el capó.

—Gracias. Lo compré en Houston.

—¿Eres de Houston?

Ella asintió.

—Gracias por tu ayuda —dijo mientras rodeaba el vehículo hacia la puerta del conductor—. No habría podido hacerlo sola.

—No hay de qué —repuso él, deteniéndose a escasos centímetros de ella. Estaba tan cerca que Holly pudo sentir el calor que emanaba de su cuerpo y aspirar el olor a cuero y cerveza que lo impregnaba—. Normalmente Sue no es así —siguió—. Pero está pasando por un momento muy duro. Se quedó destrozada cuando Bert Wayne le pidió el divorcio.

—Conozco esa sensación.

Él la miró con una ceja arqueada.

—¿Sabes lo que es tener un marido que te engañe?

—Sé lo que es estar sola. He pasado sola casi toda mi vida —dijo. Hasta ahora.

Su nueva vida comenzaba ahora. Tenía un hogar y allí iba a plantar raíces y hacer amigos. Empezando en ese preciso instante.

—¿Así que no estás casada, ni con un marido embustero ni con nadie?

—No.

—¿Novio?

—Ahora mismo no.

—¿Novia?

Holly sonrió.

—No. ¿Y tú?

—Ni novia ni novio.

—¿Esposa?

—Tampoco.

—Bien… —murmuró ella. El deseo que había sentido en el bar volvió con toda su fuerza, haciéndole olvidar su intención de ir despacio y con prudencia. Los pezones le vibraron y el calor se le concentró entre las piernas. Y de repente sintió el impulso de ponerse de puntillas para comprobar si aquellos labios eran tan deliciosos como parecían.

Levantó la cabeza, él bajó la suya y…

—¿Nos vamos o qué? —dijo Sue desde el interior del coche.

Holly se quedó petrificada, con su boca a punto de rozar la suya.

—Yo… eh… creo que será mejor que me vaya.

—Vamos.

—Creía que iba a llevarla yo.

—¿Sabes dónde vive? —le preguntó él, y Holly negó con la cabeza—. No creo que Sue te pueda ser de mucha ayuda en ese estado —añadió, mirando a Sue. Había apoyado la cabeza en el asiento y murmuraba algo incomprensible—. Yo conduciré.

Holly le entregó las llaves y se sentó en el asiento trasero mientras Josh McGraw se sentaba al volante del Lincoln y arrancaba el motor.

El trayecto apenas duró cinco minutos, pero a Holly se le hizo eterno. Josh estaba demasiado cerca, demasiado tentador, y su mirada resultaba demasiado inquietante cada vez que sus ojos se encontraban con los suyos a través del espejo retrovisor.

Tenía los nervios a flor de piel. Una cosa era verlo desde lejos, y otra muy distinta tenerlo al alcance de la mano.

Tan cerca que lo único que tenía que hacer era alargar el brazo y…

No, no lo haría. Aunque en su mente se imaginó inclinándose hacia delante y tocándole los mechones oscuros que le acariciaban el cuello. Hundiendo los dedos bajo su melena y acariciándole la ardiente piel de la nuca, extendiendo la palma sobre la garganta, desabrochándole el botón superior de la camisa, encontrándose con los endurecidos músculos de su pecho, bajado hacia su abdomen, hasta la cintura de sus vaqueros… Con un giro de muñeca el botón quedaría abierto y la cremallera se deslizaría sobre su erección. Introduciría los dedos bajo los calzoncillos y…

—Hemos llegado —su profunda voz masculina la sacó de sus pensamientos. Levantó la cabeza y sus miradas se encontraron. Una luz intensa brillaba en sus ojos azules, como si supiera adónde habían estado a punto de llevarla sus pensamientos.

Holly se aclaró la garganta y salió del coche, mientras Josh hacía lo mismo y ayudaba a bajarse a Sue.

Quince minutos después habían dejado a Sue en su casa y estaban de nuevo en el coche, con Josh sentado otra vez al volante. Arrancó el motor y enfiló el camino de grava, para detenerse a los pocos segundos ante la señal de stop, en el extremo de la calle.

—¿Qué estás haciendo? —le preguntó ella cuando él permaneció quieto, con el motor en marcha, como si no supiera qué camino tomar.

Josh mantuvo la vista al frente, hacia la carretera desierta.

—Dudando.

—¿Dudando qué?

—Dudando si debería volver al bar o si debería tomar la interestatal hasta el motel más cercano.

El bar… Lo último que necesitaba Holly era empezar su nueva vida con una aventura de una sola noche.

Aunque una aventura de una sola noche era con alguien a quien nunca más se volvía a ver. Y era obvio que aquel vaquero vivía en el pueblo… En un pueblo tan pequeño que sin duda volvería a encontrárselo con frecuencia.

Era un problema.

Su cabeza lo sabía y empezó a mandar una advertencia a las partes bajas de su cuerpo.

Pero entonces se encontró con su mirada masculina y no hubo manera de ignorar el calor que la abrasaba por dentro. Un estremecimiento le recorrió el cuerpo, cortándole la respiración, y las palabras salieron de sus labios antes de poder detenerlas.

—La verdad es que me vendría bien un minibar…

2

 

 

 

 

 

 

A Josh McGraw le temblaban las manos mientras metía la llave en la cerradura, tras haber alquilado una habitación en el Lone Ranger, un viejo motel a las afueras del pueblo. Hacía demasiado tiempo que no estaba tan nervioso. Tan excitado. Tan… desesperado.

Aquella certeza habría bastado para hacerlo huir si las circunstancias hubieran sido distintas…si Holly hubiera sido una de las Julietas que componían la asociación oficial de mujeres solteras de Romeo… quienes no habían dejado de perseguirlo desde que él regresara seis meses antes al pueblo para el funeral de su abuelo.

Incluso habían estado persiguiéndolo antes de eso. En concreto, desde que cumplió trece años y jugó por primera vez al escondite con Dana Louise Shipley. No a la versión tradicional, naturalmente. El juego con Dana implicaba esconder una sola parte del cuerpo, y había levantado un enorme revuelo cuando la jefa de las animadoras los encontró detrás de las gradas y soltó un chillido. Hasta ese momento, Josh sólo había sido uno de los trillizos McGraw, famosos por armar escándalo y quebrantar reglas. Pero cuando todas las chicas del instituto lo vieron desnudo, pasó de ser un simple alborotador a ser un amante de ensueño en un abrir y cerrar de ojos, y desde entonces no le habían faltado las mujeres.

El problema era que esas mujeres que durante los años de instituto no querían más que pasar un buen rato querían ahora algo más serio. Compromiso. Matrimonio…

Jamás.

Josh no era de los que se casaban, como ninguno de los McGraw que lo habían precedido. Desde su bisabuelo, que había tenido dos amantes, hasta su padre, que había vivido una aventura tras otra. Y naturalmente su abuelo, que había frecuentado la compañía de Red Rose Farraday… la famosa madam, propietaria de la casa con peor reputación de Romeo.

Pero a diferencia de ellos, Josh no iba a ignorar sus propios defectos ni hacer falsas promesas en el altar. No, su intención era permanecer soltero, y eso significaba alejarse de cualquier Julieta que quisiera algo más que sexo.

De modo que, durante los últimos seis meses, había viajado hasta Austin cada vez que la necesidad lo acuciaba, a visitar a cualquiera de las muchas mujeres con las que había mantenido una relación física a lo largo de los años.

Con ese tipo de mujeres que se ocupaban de su propio placer y no dependían de él para llegar al orgasmo.

Hacer aquel trayecto de varias horas tan a menudo no era especialmente cómodo, pero era mucho más seguro que ser atrapado por una Julieta soñadora que lo viera como si fuese la respuesta a sus oraciones románticas.

Y él no era la respuesta a nada. Sólo era un hombre. Egoísta, ególatra, testarudo. Y, gracias a los genes de los McGraw, reacio a comprometerse con una única mujer para el resto de su vida.

A Josh le gustaba su libertad y salir con cuantas mujeres fuera posible. Pero no quería hacer daño a nadie. Lo había hecho una vez, y desde entonces vivía con el sentimiento de culpa.

Su mirada se desvió hacia la mujer que estaba de pie junto a él. No era alta, pero tampoco baja. Llevaba unos zapatos negros de tacón que realzaban aún más sus largas piernas, una minifalda negra que se ceñía a su redondeado trasero y una camiseta de tirantes de seda blanca que apretaba sus exuberantes pechos. Su pelo rojizo le caía hasta los hombros, enmarcando un rostro con forma de corazón en el que destacaban unos labios rosados y carnosos y unos ojos verdes y llameantes.

Josh sintió un tirón anticipatorio en la ingle. Holly, con sus altos tacones, su ropa cara y su espléndido todoterreno, no era una de las mujeres del pueblo. Era una forastera. Estaba soltera. Y a juzgar por cómo se lamía los labios, quería lo mismo de él que él de ella… Sexo.

Abrió la puerta de la habitación y se apartó para permitir que ella entrara en primer lugar. Viendo su aspecto tan sofisticado, esperaba una fragancia más exótica. Pero lo que impregnó sus fosas nasales fue un dulce olor a azúcar y vainilla. Olía como un bizcocho recién salido del horno. Una voz de advertencia sonó en lo más profundo de su mente, pero no fue lo bastante fuerte para sofocar los frenéticos latidos de su corazón. Una descarga de deseo traspasó su cuerpo y tensó sus músculos, y apenas pudo contener el impulso de tomarla en sus brazos, aprisionarla contra la pared y poseerla allí mismo, bajo la tenue luz del porche y los insectos que revoloteaban sobre sus cabezas.

Pero la idea de tenerla sobre una cama, despojada de su ropa, le parecía igualmente tentadora y avivó aún más su excitación.

La siguió al interior, cerrando la puerta tras ellos. Sonó un clic cuando ella encendió una lámpara cercana, y un resplandor dorado iluminó las sombras de la habitación. No era una habitación elegante, pero estaba limpia y ordenada. En un rincón había un aparador de madera de pino, con un televisor muy antiguo encima. Una cama king size ocupaba el resto del espacio. Unas cortinas beige con flecos plateados cubrían una ventana junto a un aparato de aire acondicionado, y un edredón a juego cubría la cama. El suelo era de parqué y estaba lleno de arañazos, aunque parecía haber sido encerado recientemente.

—No veo ningún minibar —dijo él, recorriendo la habitación con la mirada—. Pero si tienes hambre, hay una máquina expendedora ahí fuera, junto a la máquina de hielo. Puedo traerte algo.

Ella lo miró.

—Sólo era una forma de hablar. No tenía ningún deseo especial de saquear el minibar.

—Entonces, ¿de qué tienes deseo?

—De… —se humedeció los labios con la lengua de aquella manera tan peculiar que Josh nunca le había visto a nadie. Y entonces sus miradas se encontraron y él supo que aquello era nuevo para ella.

La sangre le bulló aún más fervientemente. Era una reacción extraña, porque Josh no estaba acostumbrado a ser el primero en nada relacionado a las mujeres. Ser el primer amante, el primero que la llevara a un orgasmo, o el primer hombre con el que compartiera una aventura de una sola noche… Cualquiera de esas posibilidades lo colocaría en un lugar preferente en la vida de una mujer, y eso era algo que quería evitar a toda costa. Lo suyo era pasar un buen rato y nada más.

Se puso rígido y aferró con fuerza la llave de la habitación.

—Tal vez esto no sea una buena idea.

—Tienes razón —dijo ella, pero la expresión dubitativa de sus ojos fue barrida por una ola de calor verde al tiempo que daba un paso hacia delante—. No es una buena idea en absoluto —añadió. Avanzó otro paso y sus pezones le rozaron el pecho.

Bastó aquel único roce para hacerle perder el control. La atrajo hacia él y la besó con avidez desatada, introduciéndole la lengua en la húmeda cavidad de su boca.

Con las manos empezó a masajearle el trasero, mientras frotaba su palpitante erección contra la pelvis. Los dedos recorrieron el tejido de la falda, hasta alcanzar la piel desnuda de los muslos. Suaves. Temblorosos. Ardientes…

La llevó hacia atrás y la tumbó sobre la cama, prolongando el beso durante unos segundos más antes de retirarse. Se desabrochó la camisa y dejó que se deslizara por los hombros. A continuación se desabrochó los vaqueros y se bajó la cremallera. La presión de la entrepierna se alivió un poco y pudo respirar por un breve instante… Hasta que ella se sentó en la cama y se inclinó hacia delante.

Sus dedos le tocaron la cabeza rosácea de la erección, que se asomaba sobre el borde de los calzoncillos. Se le formó un nudo en la garganta y apretó los dientes al sentirse invadido por una corriente de placer candente. El tacto de Holly era extremadamente suave, y él estaba tan excitado y…

Necesitaba tocarla. Verla.

Agarró el dobladillo de su camiseta y se la quitó por encima de la cabeza. Un pezón oscuro se definió a través del encaje de su sujetador blanco. Josh se inclinó y pasó la lengua sobre la punta endurecida. Ella ahogó un gemido y él se introdujo el extremo en la boca, succionando vorazmente a través del ligero tejido.