2,99 €
Este libro devela los enigmas, redescubre la magia, y narra la historia que se mantiene oculta en algunas de las películas más significativas del siglo XX. "Cine de Ayer y Hoy" configura una antología de críticas y análisis cinematográficos de 140 títulos especialmente escogidos, ya que cada uno funciona como un eslabón en una cadena que nos aproxima a la excelencia convertida en imágenes. El autor establece una suerte de diálogo entre las expresiones cinéfilas contemporáneas y las grandes obras que nos legó el período clásico. A través de sus páginas, el lector puede asomarse a un análisis de algunas de las expresiones más sobresalientes de las obras de gigantes de la talla de Charles Chaplin, Alfred Hitchcock, Robert Wise, Luis César Amadori, Ladislao Vajda, William Wyler, Victor Fleming, John Ford, Carol Reed, Frank Capra, Michael Curtiz, o John Huston. Pero también exponentes que sentaron las bases del cine actual: Woody Allen, Franco Zefirelli, Francis Ford Coppola, Steven Spielberg, Robert Zemeckis, Sydney Pollack, Edward Zwick, Ron Howard, George Lucas, Richard Curtis, Alan J. Pakula, o Hugh Hudson. Y tantos otros. Todos ellos constituyen los peldaños sobre los que se apoya esta escalera literaria que nos eleva a una comprensión de la evolución del lenguaje cinematográfico, en una suerte de viaje cargado de imágenes, melodías, y anécdotas que trasladarán al lector como si viajase en una máquina del tiempo a través de las distintas etapas que fue atravesando el séptimo arte hasta nuestros días. Lejos de ser un análisis meramente intelectual, la obra se perfila como un nexo entre los grandes hitos indiscutibles y las películas que se ganaron el corazón del público. De esta manera conviven con perfecto equilibrio títulos considerados indispensables por la crítica especializada y también gemas olvidadas por la historia, pero que supieron en su momento conquistar a las audiencias. Este recorrido que abarca casi un siglo de historia y cine permite acercar al lector a una dimensión coral de las grandes películas de ayer, hoy, y siempre.
Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:
Seitenzahl: 492
Veröffentlichungsjahr: 2014
Lemos González, Rodolfo Marco Cine de ayer y hoy. – 1a ed. – Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2014. E-Book. ISBN 978-987-711-206-1 1. Cine. I. Título
A mis padres, que me iniciaron en este fascinante mundo cinéfilo.
A la Biblioteca de Río Tercero, por haber sido un faro
de grandes valores en una noche oscura.
A José y Nora que fueron los primeros en formar parte de este Ciclo,
y nunca perdieron la capacidad de sorprenderse,
reír, y emocionarse con el cine.
A todas las personas que jueves tras jueves, me
acompañaron en las sucesivas proyecciones.
A la memoria de los artistas detrás de los títulos
homenajeados en estas páginas.
A Luis y Susana, mentores y protectores en este viaje.
A todos aquellos que aún son capaces de descubrir
la grandeza que se esconde en el buen cine.
La primera experiencia relacionada con el cine se daba en nuestras infancias con una importancia especial. En los tiempos de Ayer, era muy singular dicha experiencia, ya que era la única fuente externa de imágenes que alimentaban nuestras tempranas fantasías. Hoy ese espacio está saturado por la TV y los gadgets electrónicos y para los niños de Hoy esa primera experiencia estaría diluida en una temprana innumerabilidad de ocasiones. Una primera imagen casi aterradora de un niño en un andén con la furiosa maquina a vapor que pasa pitando a su lado o la de una niña que acaricia a su gato reencontrado tras un sexuado vagabundeo, cobran quizás importancia como signos fundantes de una afición personal por el cine, para cada uno de nosotros ya adultos, no así ya para los niños de hoy. Los directores de Ayer hablaban mucho de sus primeros encuentros con las lumínicas imágenes.
En diferentes tiempos, tendencias, modas, estilos, ideologías nos poblaron a nosotros y al cine. Por ello resulta particularmente llamativo que un joven y no un adulto sea en este caso quien intenta rescatar y rever el cine de Ayer, y lo hace a su manera, para engarzarlo con los filmes de Hoy. Cuando hablaban los grandes directores de Ayer, algunos declaraban que hablar sobre un filme era casi degradarlo en su esencia creativa, otros lo consideran un anclaje para sus preocupaciones y cuestionamientos personales ó sociales, pero todos pusieron en sus obras, sus obsesiones recurrentes, caprichosas, dramáticas en su decurso irracional , como un sueño ambiguo que trata de revelarse, fascinante en cuanto sigue siendo misterioso y alusivo, pero que corre el riesgo de volverse insípido cuando es explicado, Otros directores expresaban en el Ayer su no aceptación del estado social de su época y que en la situación límite de optar entre el exilio ó el suicidio, han descripto en sus obras, un degradante consumismo, la enseñanza decadente, una TV que muestra modelos de vida y valores de vida en un lenguaje que al ser pura representación, no admite replicas lógicas y otras problemáticas nacidas todas –quizás-del cambio de la naturaleza del poder económico. Sus sanas rebeldías han debido aceptar la adaptación como una derrota la que los vuelve agresivos y un poco crueles como lo muestran sus películas. Pero las viejas preocupaciones de los cineastas no parecen seguir vigentes en los directores de los atribulados días de Hoy? En estos días, -dice Elizabeth Roudinesco-clasificar, ordenar, calcular, medir, evaluar, normalizar, constituyen el grado cero de las interrogaciones contemporáneas que no cesan de imponerse en nombre de una modernidad hipócrita que vuelve sospechosa toda forma de inteligencia critica fundada en el análisis de la complejidad de las cosas y de los hombres. La sexualidad nunca ha sido tan libre. La ciencia nunca ha progresado tanto en la exploración del cuerpo y del cerebro. Y sin embargo, nunca fue tan agudo el sufrimiento psíquico: soledad, ingesta de psicotrópicos, aburrimiento, cansancio, régimen, obesidad, medicación de cada minuto de vida. En cuanto al sufrimiento social, es tanto más insoportable cuanto que parece estar en constante progresión, con un trasfondo de desempleo de jóvenes y deslocalizaciones trágicas. Liberado del yugo de la moral, el sexo ya no se vive como el correlato de un deseo, sino como una prestación, una gimnasia, una higiene de los órganos que no puede conducir más que a un hastío mortífero. La despolitización creciente “un pequeño fascismo ordinario”, intimo, deseado, querido, admitido, y celebrado por aquel que a veces es su protagonista y otras veces su víctima? Un pequeño fascismo que se desliza en cada individuo sin que éste se dé cuenta, sin que peligren los sacrosantos principios de los derechos humanos del humanismo y de la democracia
Hemos dialogado bastante con Rodolfo en la puerta de la Biblioteca, esperando a los asistentes al Ciclo Cine de Ayer y Hoy, y verdaderamente nos hemos emocionado comentando algunos pasajes vistos o por ver de algunos filmes, pero también- por suerte- hemos disentido con marcado énfasis sobre el subrayado que su juventud le da a ciertos valores, los que considero que pueden transmutar a través de las épocas. Siempre escuché con atención sus comentarios que eran realizados con cierta valentía, arrojo y una cierta intransigencia que también nos acompañó en nuestra propia juventud
A veces se siente en la atmosfera creada por Rodolfo, una disposición similar al servicio de los súper-héroes del cine americano, en su causa de rememorar piezas del buen cine de acuerdo con su apreciación muy personal. Hay en los comentarios por sobre todo una buena intención: una defensa en contra de la extinción de las buenas cosas, y el temor de que no puedan defenderse por sí solas
Se debe destacar la generosidad de su entrega, realizada con una emocional sublimación de su preocupación de que esos valores -variantes temporales según mi apreciación- se extingan. Como contrapartida y para disminuir su preocupación, podríamos arriesgar que hay valores invariantes como la Ética, valor que podría resistir la corrosión del tiempo
Un especialista, un adulto quizás debería por sobre todo contextualizar la lectura del libro en la buena intención subrayada. Los lectores en general podrían ser invitados a imaginar las luces bajas en la Sala de la Biblioteca, y que se apresta a presenciar una de estas películas presentadas, escuchando previamente a un joven que le entrega todo lo que su recorrido le ha mostrado hasta el presente y que lo ha incentivado fuertemente a un compromiso con la exhibición del cine. Un gregario rito lo convoca a mirar las secuencias de una obra fílmica, con reflejos en la mirada emocionada de los demás, cuya exhibición no tiene como objetivo ir en pos de lograr un exitismo económico que se referencia a grandes cantidades de espectadores, sino a compartir una emoción. La Biblioteca ha tratado, mientras pudo, de preservar el entusiasmo de los jóvenes que se le acercan, especialmente en esas actividades que Hoy –en una adecuada forma de practicarla- pueden dar una experiencia vivencial como el cine y el arte en general, en la que haya una discusión edificante, detensionando las diferencias, en un permanente dialogo abierto. Ojalá –lo deseamos fervientemente- que las preocupaciones del autor se vean morigeradas con el correr del tiempo, viviendo el Hoy y sin quedar anclado en el Ayer. Volviendo a Elizabeth Roudinesco: “Sólo la aceptación crítica de una herencia permite pensar por sí mismo e inventar un pensamiento para el futuro, un pensamiento para tiempos mejores, un pensamiento de la insumisión, necesariamente infiel”.-
Ing. Luis Eduardo Ovando
Presidente de la Comisión Directiva de la Biblioteca
Popular Justo José de Urquiza,
Río Tercero, Córdoba.
Querido lector:
Si este libro ha llegado a sus manos, puedo afirmar sin temor a equivocarme que Usted y yo compartimos dos grandes pasiones: el amor por el buen cine, y un cariño incondicional por la literatura.
Esta publicación es una fusión de esos dos mundos, que a simple vista pudieran parecernos tan dispares, y sin embargo en realidad son tan cercanos en su esencia. Este es un libro cargado de imágenes y referencias cinematográficas. Para el verdadero cinéfilo difícilmente haya algo más preciado que una gran película, un filme que inunde sus sentidos, y cuyo impulso lo acompañe durante días, semanas, y a veces, toda la vida. Este libro es una antología de algunos de los grandes hitos de la Historia del Cine, seleccionados no tanto por sus prodigios técnicos o su pureza estética, sino por su capacidad de ganarse un lugar en nuestros corazones. Clásicos de todos los tiempos, de ayer, de hoy, y de siempre. No se trata de una mera compilación de títulos, ni de una breve reseña de sus argumentos. En las páginas de este volumen podrá encontrar críticas y análisis de ciento cuarenta películas escogidas, que le permitan reconstruir un recorrido por la historia del cine con mayúsculas. Una visión personal, que intenta descubrir el tesoro que yace detrás de cada uno de estas obras maestras. Un hilo conductor que configura un recorrido por la historia del Séptimo Arte. En todas estas piezas cinematográficas seleccionadas habrá un denominador común, que se mantiene intacto sin importar las fechas de su realización: la capacidad que tuvieron, tienen, y tendrán de transmitirnos grandes valores y hablarnos en diferentes lenguajes de verdades que no morirán nunca. Valores universales, que no pueden dejar de emocionarnos, sin importar nuestra edad, nuestro origen, o nuestros gustos particulares. Cada título será un vector hacia un lugar diferente, siempre bajo la óptica de cada director, bajo la personificación especial de cada uno de los grandes intérpretes que las protagonizaron, a través de ese diálogo único e irrepetible que establece la obra artística con cada uno de nosotros los espectadores.
Este libro es un homenaje a todos esos directores, actores, guionistas, fotógrafos, y músicos que fueron partícipes de la creación de estas maravillas, que en mayor o en menor medida, nos han dejado una huella. En sus páginas se materializa en palabras un recorrido que abarca casi un siglo de grandes producciones, desde películas mudas en blanco y negro, hasta recientes estrenos internacionales. Algunas son mundialmente aceptadas como películas de culto, otras son verdaderas gemas preciosas del séptimo arte que han permanecido escondidas, a la espera de que alguien las rescate de su olvido entre los pliegues de la Historia. Como un verdadero océano de memorias, estos títulos pueden remontarnos a diferentes episodios y vivencias de nuestras vidas en los cuales el recuerdo de estas películas ha quedado indefectiblemente asociado. Junto con las palabras evocadoras, en su mente volverán a cobrar vida imágenes, personajes, melodías, colores, y también el recuerdo de ese momento en que nuestras existencias colisionaron con estos gigantes cinematográficos. Algunos de ellos nos golpearon con tanta fuerza, que ya nunca más nos abandonaron. Esas imágenes se hicieron parte de nosotros. El buen cine tiene esa cualidad: sus historias trascienden fuera de la gran pantalla, y se asocian con las nuestras. Su sabiduría se derrama sobre nosotros, y nos empapamos con su nobleza. De esta manera, el visionado de una gran película deja de ser una actividad meramente pasajera y lúdica, para transformarse en un experiencia, en muchos casos, fundacional. Nuestra existencia toda se conmueve ante la fuerza de las imágenes, y los ecos de instrumentos y voces anidan a partir de entonces en nuestros sueños y pensamientos.
A partir de las próximas páginas se encontrará con una selección un tanto peculiar. Lo que ocurre es que este libro no se escribió de una sola vez, ni acaso nació siendo un libro… En sus páginas yacen los recuerdos y las hermosas experiencias de un sueño que comenzó su gestación a finales del 2011. Desde Noviembre de ese año, en la Sala de Lectura de la Biblioteca Popular Justo José de Urquiza de Río Tercero, hemos proyectado semanalmente una a una esta serie de películas que a continuación podrá disfrutar. Durante los últimos tres años, se han proyectado más de 170 películas. Esta publicación abarca los primeros 140 títulos, expuestos al público desde Noviembre de 2011 hasta mediados del año 2014. Durante esas hermosas jornadas, grandes y chicos, han podido disfrutar y emocionarse contemplando un sinfín de situaciones y de historias que se materializaban desde la luz del proyector sobre la gran pantalla en este recinto de cine independiente rodeados de estanterías y libros. Cabe destacar que actualmente seguimos, y seguiremos proyectando películas.
Por ello me permito pensar este libro también como un homenaje a mi querida Biblioteca, a todos los asistentes y espectadores que se congregaron a compartir esa magia. No puedo dejar de destacar que muchos de estos escritos fueron publicados por el periódico TRIBUNA de Río Tercero, en cuyas páginas de los días sábados encontré el primer lugar donde publicar mis críticas y análisis sobre los títulos que ocuparon la programación del Ciclo de Cine. Me atrevo a decir que si ellos no hubiesen sacado a la luz mis textos durante los últimos dos años, que por suerte tuvieron una positiva repercusión en los lectores, tal vez este libro nunca hubiese sido concebido.
La disposición de los comentarios en este libro respeta el orden exacto en que fueron proyectadas. Y no es una elección caprichosa, ni azarosa. En esa superposición de lo nuevo y lo clásico, se establece un diálogo entre expresiones contemporáneas y los grandes clásicos de antaño. Esa versatilidad en el recorrido, dinamiza, y permite comprender mejor lo que fue y lo que es; así como atrapar aquellos fugaces destellos de genialidad que se repiten cíclicamente a través de estilos y pinceladas narrativas de todos los tiempos. Estimo que esta particularidad, quizás poco usual, le brindará un sabor especial a su recorrido.
Aprovecho esta ocasión para hacerle una invitación: en la medida de que le sea posible, complemente cada una de sus lecturas de estas revisiones y análisis cinematográficos viendo cada película citada. Procure mantener en su visionado el orden que sugiere la lectura de estas páginas. Podrá recrear de esa manera, con fidelidad exacta, las sensaciones y las combinaciones temático-narrativas que surgen de ese sendero que van conformando uno tras otro, cada título, a modo de postas en un camino que seguramente deseará transitar una y otra vez.
Que este libro sirva para mantener viva la llama del buen cine, y sea un disparador para que muchas más personas vuelvan sus miradas hacia estas películas que supieron en algún momento ganarse los corazones del público, y aún hoy, siguen teniendo esa capacidad para robarnos una lágrima o una sonrisa.
Espero no defraudarlo, y lo animo a Usted también a bucear en la historia del cine, para poder encontrar también otras perlitas que han quedado olvidadas, pero que aún pueden enseñarnos muchas cosas. Películas cuya grandeza no podrá destruir el paso del tiempo, y que con seguridad, en más de una ocasión, le dejarán temblando el alma, y perfilarán su espíritu hacia la búsqueda superior de los grandes valores que deben acompañar nuestras vidas de bien.
Que lo disfrute, y que le sea de provecho; cordialmente, el autor.
LEÓN FELIPE (1884-1968)
Diez años antes de alcanzar su consagración en los Oscars con “La Lista de Schindler”, Spielberg había realizado su proyecto más personal, y tal vez la obra más importante que legaría a la posteridad…
El propio director la considera de todas sus creaciones, su película preferida, y con un simple vistazo se distingue que en esta película hay una dedicación plena del director hacia cada escena, hacia cada uno de los miles de detalles que conforman cada minuto de filmación. ¿Qué se esconde detrás de su título violeta escrito con tiza sobre un fondo negro al empezar el film? ¿Qué diferencia a esta película de todas las demás que tratan el tema de seres extraterrestres?
Para comienzos de 1981, Steven Spielberg ya era una estrella en ascenso como director en Hollywood, luego de sus aplaudidos “Amblin”, “Tiburón”, y “Los cazadores del Arca Perdida”, pero todavía no había realizado una película que sintiera realmente como propia. La idea de filmar E.T. había nacido mucho tiempo atrás en la mente de Spielberg, pero todavía no había decidido cómo ordenar todos esos pensamientos sueltos. Luego del rodaje de la primera parte de Indiana Jones con George Lucas y Lawrence Kasdan en Túnez, Spielberg decidió hacer realidad su viejo sueño de desarrollar este film. La trama desde el comienzo estaba cargada por una fuerte impronta autobiográfica. Spielberg estaba por momentos caracterizado tanto en el protagonista como en su hermano mayor. Sin embargo el guion original de E.T. fue evolucionando para convertirse en una película que hasta el día de hoy es analizada por la crítica, tanto artística, como psicológica, y hasta políticamente. Lamentablemente para esta ambiciosa producción, al haberse estrenado en pleno desenlace de la trágica “Guerra de Malvinas”, paso prácticamente desapercibida en un primer momento para la crítica y la prensa, lo cual le significaría no alcanzar los merecidos Premios Oscar a Mejor Película y Mejor Director del año de 1982, ambos obtenidos por “Gandhi”. Sin menoscabar el mérito de la también gigantesca película de Richard Attenborough sobre el pacifista hindú, esa elección hoy es recordada como uno de los más grandes errores de criterio de la Academia.
E.T., como a casi todas las grandes obras cinematográficas, se la puede analizar desde múltiples ángulos. La gran mayoría de los críticos en su momento, se enfocaron en el tema de la vida extraterrestre, cuando este no era sino un marco en el cual se desarrolla una historia mucho más profunda. El film posee, tal como lo señaló siempre una de sus productoras, Kathleen Kennedy, una fuerte crítica a la sociedad occidental de finales de los 70s y comienzos de los 80s. Y sobre todo al modelo de Estado adoptado por USA durante ese periodo, imitado luego por varios países occidentales. Un Estado que de su papel de vigilante, había mutado hasta convertirse en un peligroso Estado paranoico. Un Estado desbordado en sus funciones, que en la búsqueda de garantizar la seguridad de sus habitantes, atropellaba los derechos aquellos a los que pretende proteger. El miedo a lo distinto, y a lo que eso diferente puede hacernos parecía ser el móvil que guiaba a esa mega estructura de control estatal. Eso, lo extraño, lo raro, dejaba de ser una persona, para transformarse en un mero ente anómalo que es preciso vigilar, contener, y estudiar para impedir que “dañe” al resto de la sociedad. Eso que es distinto, que ha sido deshumanizado, será representado por Spielberg en la forma de un extraterrestre…
Un ser espacial que en los primeros minutos de la película nos inculca temor, y nos parece peligroso. Sin embargo rápidamente nuestra percepción cambia, transformando a ese misterioso visitante en un elemento frágil, que es repentinamente acechado por un grupo de hombres que se lanzan en su persecución. Ahora son esos perseguidores quienes nos inhiben e intimidan, corriendo en la oscuridad con sus linternas. Spielberg no nos deja ver sus rostros hasta el desenlace de la película. Son los invisibles pero omnipresentes defensores del orden. Interesante metáfora, en la que el pequeño alienígena es acechado por individuos que operan amparados por la oscuridad de la noche, moviéndose con gestos bruscos, iracundos, sin titubear al invadir la privacidad e intimidad de las personas para lograr sus objetivos. Este ser de otro planeta, sólo es comprendido, y lentamente humanizado, por dos jóvenes y una niña. La inocencia y la humanidad de estos hermanos aún no ha sido horadada por consignas de Seguridad Nacional o prejuicios que les impidan ver en E.T. a un ser vivo, que siente, que sufre, que se alegra, que se divierte, y que piensa. El paralelo con la fábula de J.M. Barrie es manifiesto. Y queda plasmado en esa breve escena en la que esta criatura espacial observa desde su escondite en un armario cómo a una pequeña Drew Barrymore le leen el comienzo de Peter Pan antes de irse a dormir. Además, un detalle que no siempre se ha destacado de este film, y que es particularmente interesante para los argentinos: Spielberg se sintió hondamente impactado por las noticias que llegaban sobre la situación que vivía la Argentina en ese momento, sobre todo por el hecho de que al parecer en nuestro país “los sistemas de Inteligencia y Seguridad Nacional se encontraban persiguiendo adolescentes y jóvenes”. Aunque aún no había sido emitido en firme el fallo de la CONADEP sobre la situación terrible en que estábamos inmersos por aquel entonces, los rumores ya estaban presentes en medios internacionales. El director pensó en lo ridículo y asombroso de dicha situación, e incluyó esto en su guion. En dos escenas diferentes, hacia el final de la película, podemos observar cómo los hombres del FBI y la CIA persiguen a un grupo de adolescentes que huyen en bicicletas… En la versión original los agentes corrían armados con armas cortas, que fueron reemplazadas digitalmente por inofensivas radios o “walkie talkies” en el 2002 para su Edición Especial.
La película resalta de forma continua el contraste entre los hermanos protagonistas que logran establecer una fuerte empatía con este visitante de otro planeta, frente a los agentes de Inteligencia del gobierno que sin inmutarse allanan la casa de la familia y detienen al extraterrestre para luego estudiar su fisionomía con una frialdad que se conjuga con los primeros planos de los ojos llenos de lágrimas de los niños que observan la escena.
El final de la película, con una escena de despedida que es considerada como una de las mejores y más famosas de la Historia del Séptimo Arte, arroja sobre la sociedad un rayo de esperanza, confiando en que a través de las mentes no contaminadas por ideológicas políticas y prejuicios de los jóvenes, con la ayuda de aquellos adultos que logren volver a ver con ojos de niño a aquello que es diferente, y yo agregaría que piensa diferente, a nosotros. El legado de esta pieza única no podrá ser socavado por el paso del tiempo, y sus imágenes permanecerán para siempre petrificadas en nuestra memoria.
Qué hubiera pasado si no hubiésemos nacido? ¿Cómo serían las vidas de nuestros seres queridos si nosotros nunca hubiéramos existido? ¿Hasta qué punto el hecho sólo de existir, de estar allí presentes, enriquece la vida de las demás personas? Estas son algunas de las preguntas que nos plantea la famosa, y tal vez principal, película del director americano Frank Capra, fundador de la corriente de cine hoy denominada “Capriano”. Esta película fue considerada en su momento como la más esperanzadora jamás filmada, y hasta el día de hoy se transmite año tras año en las vísperas de Nochebuena en numerosos países. En el nuestro, hasta hace un tiempo atrás, ocurría lo mismo. ¿A qué se debe esa devoción por una historia aparentemente sencilla? Frank Capra, en particular, nunca filmó grandes producciones como “Ben-Hur” o “Lo que el Viento se llevó”, y sin embargo la mayoría de las personas ha encontrado a lo largo de décadas un encanto especial en sus películas. ¿Qué nos esconde esta película, filmada inmediatamente después de que finalizase la Segunda Guerra Mundial? Junto con “Cuento de Navidad” de Charles Dickens, esta película de Capra se asocia indiscutidamente y de forma automática al espíritu de solidaridad y reconciliación que caracterizan a la época navideña… Mucho antes de que Madre Teresa de Calcuta enunciara su famosa frase “A veces pensamos que todo lo que hacemos no es más que una gota de agua, pero el océano sería menos si le faltara esa gota (…)”, Frank Capra supo abordar la misma cuestión en “¡Qué bello es vivir!”. Capra nos acerca a estos interrogantes a través de la vida de una persona imaginaria llamada George Bailey… En el comienzo de la película podemos ver a un George que desesperado luego de una angustiosa situación, desea no haber nacido nunca, pensando que tal vez todo hubiese sido mejor para los demás si él no hubiese estado, o que al menos, nada hubiese cambiado… Es entonces cuando aparece un ángel que deberá mostrarle cómo hubiese sido la vida de sus seres queridos si él nunca hubiese nacido. El film, narrado con un ritmo interesante y ágil para la época, nos narrará en primer lugar algunos de los hechos que marcaron la vida del personaje en retrospectiva, para después mostrarnos cómo hubiesen sido esos mismos momentos si él no hubiese nacido. Así, Capra logra configurar con sencillez en un llamado a valorar a la persona humana, la propia vida, los vínculos de la familia y la amistad. Su obra se puede resumir como un fuerte mensaje de solidaridad para un Estados Unidos de la post-guerra, que es extrapolable al mundo entero.
A modo de comentario final cabe agregar que durante mucho tiempo se habló, sobre todo con la llegada de un cine más crítico e introspectivo en los 60s y 70s con una mirada más bien pesimista de las personas y de la sociedad, de la extinción del Cine Capriano. Sin embargo para muchos fue una gran alegría cuando varios directores sobre todo en los 80s y 90s (de la mano con la llegada de la llamada “Segunda Edad de Oro del Cine”) que recuperaron ese estilo. Dentro de los directores argentinos, es reconocido a nivel internacional como un claro heredero de esta escuela “Capriana” a Juan José Campanella. Algunas escenas de “El mismo amor la misma lluvia” o de “Luna de Avellaneda” parecen haber sido extraídas de forma textual de la película que ocupa a esta crítica. La dupla Ricardo Darín-Juan José Campanella, bien podría ser un reflejo del tándem James Stewart-Frank Capra. Ambos comparten un estilo de narración muy especial, que convierten a películas sencillas en su dirección y montaje, poseedoras de una fuerza expresiva más que notables. La empatía que lograron generar ambos directores con su público, sólo se puede comparar con lo que sucedía antes con el cine mudo de Charles Chaplin. Llegando al punto de generar una enorme expectativa cada vez que se estrenaba una película nueva. La única clara diferencia del fundador de esta escuela cinéfila y el director argentino, es que mientras el primero fue sumamente prolífero en su creación como director, nuestro referente ha realizado hasta ahora apenas un puñado de películas.
Hace más de una década se estrenó la primera parte de la trilogía más oscarizada de la Historia del Cine. Una serie de películas que conmovió al mundo, e hizo que muchas personas volvieran sus ojos hacia el mundo mítico y alegórico de la literatura de John Ronald Reuel Tolkien. Sin embargo, es interesante poder establecer un paralelo más que significativo entre la recepción que tuvo la obra y sus posteriores adaptaciones cinematográficas. Durante décadas los libros del Anillo no fueron tomados más que como sencillos relatos fantásticos y de aventuras. Lo mismo ocurre con las tres adaptaciones originales de Peter Jackson. La gran mayoría de las personas las admiran y aprecian más por sus efectos especiales, o por sus bien logradas escenas de acción, que por su profundo mensaje alegórico. Porque en realidad, el mundo de la Tierra Media, encierra un profundo ensayo filosófico e historiográfico.
Luego del aplauso inicial a la maestría técnica de “La Comunidad del Anillo”, de su ritmo veloz, y una dirección que evocaba a lo mejor del cine épico de la primera Edad de Oro del Cine, muchas personas comenzaron a estudiar en detalle la trama de este primer capítulo a ver qué estaba escondido detrás de esa atrapante historia de Frodo y el Anillo.
Tolkien seguramente pasará a la historia como un gigante de las metáforas y las representaciones en mundos fantásticos de realidades concretas de nuestra vida real.
Es muy importante comprender antes que nada en qué marco histórico surgieron estos relatos, para comprender mejor su significado. La historia del Anillo nace en medio del período de entreguerras, y encuentra su clímax en medio de la Segunda Guerra Mundial, con un mundo sumergido en el caos, rodeado de violencia extrema de parte de uno y otro bando. El hijo mayor de Tolkien combatió en Francia y en las Ardenas, y le escribía a su padre cartas en donde detallaba las situaciones y realidades que vivían a diario. Así, a lo largo de las tres películas, los paralelos entre el segundo conflicto mundial y los hechos del mundo imaginario de la Tierra Media son recurrentes.
Hay también ecos de hechos históricos famosos, como por ejemplo la figura del Cid Campeador en el personaje de Éomer, o de Ivanohe en Aragorn, entre otros muchos paralelos y homenajes encriptados. Sin embargo, sería interminable este capítulo si nos detuviéramos a analizar todos los elementos que se pueden rescatar de la extensa simbología presente en la obra de Tolkien.
Me gustaría destacar uno por encima de todos los demás. Un elemento que ha sido aplaudido por muchos filósofos y sociólogos por la forma brillante en que ha sido expuesto y tratado en las tres novelas, y perfectamente plasmado en la tríada de Jackson. Estamos hablando de la figura del ORCO.
Tolkien conocía muy bien la teoría sociológica sobre la “demonización” del enemigo. Según esta vertiente de pensamiento, ningún soldado podría encarar con la crudeza necesaria una guerra abierta contra el enemigo, si aún viese en estos a seres humanos. Es muy difícil obedecer la orden de cargar a lanza y espada contra otras personas, si nos detenemos antes a pensar que ellos también están tan asustados como yo, que tienen una madre, padre, hermanos en algún lugar, y que ellos también creen sinceramente que están luchando por algo que es correcto y noble.
Prácticamente no se podría llegar a entablar un combate alguno si razonáramos de esta manera. Nos sería imposible apuntar y disparar un arma con la intención de matar, si fuésemos conscientes plenamente de que estamos matando al hijo de alguien, al hermano de alguien, al papá de alguien, o al novio/esposo de alguien… Esto representa un problema serio para los generales y Jefes de Estado al momento de decidir llevar sus respectivos países hacia un conflicto bélico.
Los dirigentes políticos son plenamente conscientes de este problema, y por eso apelan (prácticamente en mayor o en menor medida de forma universal en todas las guerras de la Historia de la Humanidad) al recurso de “demonizar” al enemigo.
Este es un proceso doble, en primer lugar hay que quitarle todo rasgo de humanidad al contrario. No debemos pensar que es hijo de nadie, ni hermano de nadie, ni nada que nos remita a su condición de ser humano. Esto simplifica las cosas al momento de jalar el gatillo con firmeza o cargar con decisión a bayoneta calada… Pero todavía no tenemos un ejército decido a ganar y vencer. Falta el elemento de la “demonización total” de nuestros adversarios: debemos demostrar que son bárbaros, salvajes, inhumanos, despiadados, feroces, malvados, la encarnación misma del mal absoluto.
Aunque nos parezca patético o lamentable, este proceso se ha llevado a cabo en todas las guerras en las que el hombre se ha visto envuelto, de tal manera que llegado a este punto no hay delante de nosotros un ser humano: hay un ORCO, un monstruo que no merece perdón de nadie, y que es necesario eliminar cuanto antes y sin piedad.
Una bestia a la que no sólo es lícito y heroico matar, sino que su eliminación se vuelve estrictamente necesaria para nuestra propia supervivencia. Aunque esta forma de razonar no se haga explícita en ningún bando, subyace implícita en cualquier arenga militar previa a una batalla, en la propaganda, en la forma en referirse a ese “otro” que nos espera del otro lado de la frontera o del frente de batalla. El Orco es un ente extraño, al que nadie llora luego de muerto, por el cual nadie siente compasión, y cuya muerte no debería generar remordimiento en ninguno de los soldados del “bien”.
En la novelas y en las películas que surgen del ideario de Tolkien todo esto se trabaja de manera excelente, haciendo perfectamente asimilable este teoría. Los orcos son feos, es más, son horrorosos… Su sólo aspecto genera miedo, repulsión, ira. No existen ni orcos viejos, ni orcos niños, no orcos mujeres… Todos son iguales a nuestros ojos. Igual de temibles e igual de malvados. No nacen de ningún otro ser, surgen del a tierra misma. No tienen sentimientos, no sienten miedo ni pena.
Estos son los enemigos de la Comunidad del Anillo… Siempre las acciones de los orcos son despreciables, sin ningún tipo de heroicidad en sus vidas. Por contraposición el hombre es bello, puro, noble, y se guía por principios que aspiran a la felicidad de todos. Claro que es una felicidad incompatible con la presencia de los orcos. Estos deberán ser eliminados o desaparecer de la Tierra Media para que los humanos, los elfos, los enanos, y los magos puedan volver a ser felices en plenitud. No puede haber un final feliz con algún orco todavía merodeando cerca de Minas Tirith o de la ciudad de Édoras… Desde esta realidad dual, sin matices, todas, pero absolutamente todas las acciones bélicas del bando de los hombres son heroicas… La civilización del bien, contra la barbarie de la oscuridad.
Esta antigua disyuntiva ha sido los slogans de las guerras desde tiempos inmemoriales. Y desde que el hombre existe, cada bando se reserva para sí la parte de Bondad, Civilización, Justicia, y Humanidad, dejando siempre al oponente la Maldad, Barbarie, Crueldad, e Impiedad…
Tolkien en sus novelas, y el genial Peter Jackson detrás de la cámara, logran que comprendamos esta triste realidad. Pero no de forma graciosa o sarcástica, sino haciéndonos entrar en uno de los dos bandos, para que veamos cuán real parecen las cosas, y cómo son de reales las sensaciones que nos generan los orcos una vez que aceptamos verlos como tales.
Así, la película nos hace estar durante 178 minutos en la piel de ese grupo de héroes que tratan de cumplir su misión, enfrentando a un verdadero ejército de bestias que viene a su encuentro. Sin darnos cuenta, con el correr de los minutos, realmente sentiremos aberración por esos orcos, y desearemos que la espada de Aragorn acabe con todos ellos de una buena vez. Con el correr de las tres películas, terminaremos aplaudiendo cada victoria decisiva de los “buenos” contra los “malos”. Nada de lo que los “buenos” tengan que hacer en la película para combatir a los orcos nos parecerá cuestionable. Sumergidos en esa matriz de pensamiento, cualquier herramienta, cualquier camino que conduzca a la exterminación de los orcos, es factible. El nivel de violencia en uno y otro bando se incrementa con el avance de la trilogía, y finalmente la audiencia aplaude el aplastamiento definitivo del bando contrario. La Guerra por la Tierra Media es una alegoría de realidades que se han repetido cíclicamente en nuestra historia reciente, “El Señor de los Anillos” representa un retrato descarnado de una guerra fanática, sin cuartel, sin prisioneros.
Diez años después del estreno de “El Pibe”, un Charles Chaplin de 42 años presentaba una película que estaría destinada a ocupar un lugar especial en la historia… Chaplin ya había filmado varias películas y cortos, pero hacía tiempo que había decidido llevar a la pantalla un guión elaborado por él mismo en donde narraría la historia de un que intentaba ayudar a una, bella y humilde vendedora de flores no vidente. Retrasado el inicio de filmación primero por la muerte de su madre en 1928, y luego por el crack de 1929, recién a mediados de 1930 se inició el rodaje de la película. Para ese momento, el cine mudo se encontraba prácticamente extinto… De la noche a la mañana el cine sonoro y los diálogos hablados habían desplazado al cine de mímicas y carteles del que Chaplin había sido su mayor paladín… Chaplin había imaginado su guión de “Luces de la Ciudad” para una película sin sonido, cómo lo habían sido sus anteriores “El Circo” o “La Quimera de Oro”… El personaje del vagabundo, Charlot, no sería el mismo si cambiaba su esencia… El sonido le quitaría la magia a esas muecas, esos gestos, esos rostros que no necesitaban palabras… De alguna manera, con la llegada del sonido, ese vagabundo de sombrero y bastón, no podría existir más. El sonido había llegado demasiado rápido, y de forma arrolladora… Ese personaje no había tenido la despedida que merecía luego de casi dos décadas de divertir a jóvenes y adultos con sus historias y películas en las salas del cine de todo el mundo… Debía haber una película más, una película que cerrase ese ciclo de narraciones a base de mímicas… Una última película de Charlot, el vagabundo, “the tramp”… Chaplin, desoyendo a todos sus amigos, se embarcó en la producción de una película al mejor estilo suyo, con Virginia Cherrill y Harry Myers como sus compañeros de actuación. Todos le presagiaron un desastre financiero y una pésima crítica. Hasta ese momento, Chaplin nunca había dirigido una película que no fuese ovacionada por el público, y aplaudida por la crítica . Pero este intento de perseverar en un estilo antiguo de hacer cine, sería su primer fracaso según la opinión generalizada de sus amistades y asesores… Pese a todo, Chaplin siguió adelante. El resultado fue una película muy superior a toda su anterior filmografía… Llena de pequeños matices, poseedora de una grandeza y una fuerza expresiva como pocas veces se ha visto en el cine, antes y después. La historia del vagabundo que era confundido con un millonario por la vendedora de flores hizo estragos en las taquillas. Los críticos, ante esta joyita del séptimo arte, no pudieron dejar de alabar la genialidad del director, guionista, y actor de Chaplin.
“Luces de la Ciudad” parece realizar un recorrido por todos los cortos y largometrajes del vagabundo Charlot, aportando pequeñas escenas cómicas realizadas a base de ingenio puro, sus típicas críticas a un capitalismo no solidario con los más carenciados, y una historia donde los valores y la nobleza triunfan sobre la mezquindad… Sus pinceladas agridulces, que mezclaban comedia y drama de de manera especial, hicieron que su cine sea único, un mar de “sonrisas y lágrimas”, como al propio Chaplin le gustaba decir.
“Luces de la Ciudad” es una hermosa película que merece ser vista, y revisada. Una obra maestra que no necesitó de un enorme presupuesto, ni de efectos especiales de última generación para emocionar durante generaciones a jóvenes y adultos con su tierna historia, narrada al compás de la hermosísima melodía de la canción “La Violetera”. Una película que, según sus más cercanos, fue la preferida de Charles Chaplin de entre todas sus creaciones artísticas.
En 1980, el joven estudiante de cuarto año de ingeniería Juan José Campanella decidió abandonar su carrera universitaria, para viajar a los Estados Unidos y cumplir su sueño de estudiar y hacer Cine. A los 39 años, regresó a su país con la idea de filmar su primer gran largometraje… Con un golpe de audacia y mucho esfuerzo, Campanella consiguió un acuerdo con la Warner Brothers que sería la principal mecenas de este proyecto. Sería la primera vez que el cine nacional generaba una alianza con el cine norteamericano. Campanella supo asumir la difícil tarea de renovar para siempre el estilo argentino de construir relatos cinematográficos: había logrado entender la esencia del lenguaje fílmico de los americanos en casi dos décadas de estudio y estaba listo para traerlo a la Argentina. Para comienzos de 1998 el guion de la película estaba listo, y Campanella había desembarcado en Buenos Aires con su equipo. El protagonista de la historia sería encarnado por Ricardo Darín. La participación del actor marcaría esta película a tal punto que desde entonces ha sido un elemento distintivo del cine de este director. Se forjaba así una alianza artística director-actor que daría estupendos resultados, y redefiniría para siempre la historia del cine nacional. Tal como fueron antes los legendarios núcleos cinematográficos de Frank Capra – James Stewart, Federico Fellini – Marcello Mastroianni, John Ford – John Wayne, John Huston – Humphrey Bogart, o Michael Curtiz-Errol Flynn; ahora nuestro cine también había encontrado su “dream tem”. “El mismo amor, la misma lluvia” contaba con un verdadero arsenal de ventajas técnicas con respecto a cualquier otra película argentina filmada hasta el momento: tenía equipos de filmación de última generación; un sonido sin precedentes (el gran flagelo de las películas argentinas fue siempre la ausencia de equipos que se adaptaran a nuestra forma de hablar), y para rematar parte de la edición final y pos-producción se llevó a cabo en los estudios Warner de EE.UU. Gracias a todo esto Campanella pudo afrontar con éxito el desafío de filmar una película que a lo largo de su historia atraviesa distintas épocas. El director tuvo mucho cuidado al establecer distintos filtros y saturaciones de imagen, de manera tal que la filmación de las escenas ambientadas a principios de los ochenta tuviese un color y una textura distinta a las que se ubican en plena década del noventa. El resultado hablaba por sí sólo: “El mismo amor, la misma lluvia” era la producción más cuidada filmada hasta el momento en Argentina, y su calidad técnica le permitía ser estrenada sin problemas en cualquier sala del mundo. Probablemente gran parte de su fuerza reside en la poderosa actuación de sus dos protagonistas. Darín demostraba que podía ser un gran actor dramático, luego de años en la serie televisiva familiar “Mi Cuñado” en tono jovial, y una estupenda Soledad Villamil que supera ampliamente su paso en falso con “El Sueño de los Héroes” y nos ofrece en este film de finales de los `90 su mejor caracterización hasta la fecha. La química entre ambos intérpretes es sublime, y la construcción de ambos caracteres eleva el film al Olimpo del cine nacional, colocándolo muy por encima de cualquier otro título argentino.
Tras el estreno fue elogiada de forma casi unánime por los críticos, pero para el gran público la película pasó casi desapercibida. En un año marcado por importantísimos estrenos internacionales como lo fueron “Star Wars Episodio I”, “007: El Mundo no Basta”, “Toy Story 2”, “Matrix”, o “Un lugar llamado Notting Hill” (que barrieron con las taquillas nacionales). La película de Campanella se encontró arrinconada frente una durísima competencia comercial que no pudo vencer. Hoy sin embargo, este film ha pasado a ser una película de culto del cine en español, teniendo admiradores tanto dentro como fuera del continente. Para el director argentino, la revancha llegaría con el colosal éxito que tuvo su siguiente película “El Hijo de la Novia” (2001), a pesar de ser una producción mucho más humilde técnicamente que la anterior.
1985. Un año de importantes estrenos en EE.UU y en el mundo. Fue el año en que Marty Mcfly viajó en el tiempo por primera vez en su De Lorean de la mano de Robert Zemeckis. Pero también fue el año de Cecilia, una humilde y abnegada mujer, que trabaja como moza en un restaurante, y que tiene un gran amor en su vida: el cine. En medio de la crisis del ’30, Cecilia busca unos minutos de paz y relax todas las semanas en la pequeña salita de cine de su ciudad. Un día se proyectó un estreno que cambiaría su vida para siempre… Una película de paisajes exóticos, galanes de época, y las idas y venidas de una historia romántica típica del cine de Hollywood. Esta película llamó la atención de Cecilia. “La Rosa Púrpura del Cairo” captaba toda su atención. Comenzó a verla a menudo, sin cansarse, sin dejar de sorprenderse… Y en una de esas tantas veces sucede lo inesperado…
¿Por qué la gente ama el cine? ¿Con qué soñamos todos alguna vez? ¿Cuál es la magia que tienen en común todas las películas? ¿Qué tan fina es la barrera que divide ese mundo ficcional del nuestro?
Woody Allen plantea todas estas cuestiones desde que se produce este quiebre con la realidad, e introduce el elemento fantástico, la aparición de un personaje del mundo del cine en la vida real… Un ser del mundo cinematográfico comienza a vivir entre nosotros, acompañando a Cecilia en un viaje de conocimiento mutuo. Sin importar los problemas que genera esta intromisión a los demás personajes de la película, paralizados ante la ausencia del protagonista, o a los productores de la película enfurecidos con esta situación, el personaje pronto comenzará a descubrir que en la vida real no todo es tan sencillo como lo es en la gran pantalla… La vida real requiere de esfuerzo, requiere sacrificios, y no siempre todo sale como se espera… El personaje interpretado por un Jeff Daniels en su mejor momento, tropezará con problemas propio de la vida diaria, y sobre todo, se encontrará con que muy pocas personas creen en aquellos ideales que él sostiene… ¿Acaso no vale la pena luchar por nuestros sueños, por el amor verdadero, o por un final feliz? A pesar de todas las dificultades, mientras su existencia en el mundo real comienza a colapsar como consecuencia de la llegada del verdadero actor y los dueños de la película, que intentan obligarlo a volver al rollo fílmico, el galán de “La Rosa Púrpura del Cairo” intentará permanecer en el mundo real, y sobre todo, tratar de demostrar que puede lograr construir allí también un final feliz a su medida…
Con maestría pocas veces vista, el director nos hará ver cómo pueden llegar a contrastar ambas realidades, y hasta qué punto nos hemos acostumbrado a pensar que ciertas cosas no son posibles. El personaje que se animó a salir de su película, no sólo trata de demostrarles a los habitantes de ese pequeño pueblo que es posible creer en sus propios sueños, sino también a nosotros los espectadores, quienes acompañaremos la historia de este interesante individuo a lo largo de la película.
Como una orquesta brillantemente dirigida, esta película avanza de forma veloz pero cálida hacia un desenlace necesario, en donde la realidad y la ficción deberán divorciarse, para devolver todo a la normalidad. Antes del final, Cecilia deberá decidir qué hacer, en qué creer, y de su decisión, acertada o no, dependerá el destino de ese personaje al que le hemos ganado cariño a lo largo del film. Sencillamente, una obra maestra, una perlita del arte, una historia para recordar: La Rosa Púrpura del Cairo.
El malhechor tiene atrapada a la rubia. El sol cae de lleno sobre sus sombreros, ocultando sus facciones. Es mediodía. El rufián apunta con su revolver al delicado rostro de Grace Kelly e íntima al héroe para que salga afuera, que se ponga al descubierto. Gary Cooper avanza decidido, con gesto serio, y sólo dice tres palabras: “Let her go” (Déjala ir). Lo siguiente ocupa apenas unos instantes, Kelly logra zafarse de algún modo, y Cooper derriba con el estrepito de su revolver Colt a su oponente. Todo ha terminado.
“A la hora señalada” es uno de los mejores westerns jamás filmados. Y no sólo eso, es uno de los mejores exponentes de suspense psicológico de toda la historia del cine. Fred Zinnemann, su director, demostró que con apenas un par de cámaras, un gran actor, y una linda chica, podía convertir un escenario perdido en medio del oeste californiano en el centro de una historia con miras a la posteridad. Narrativamente, diez puntos. Comienza con esa balada melosa, melancólica, junto con los títulos, mientras vemos secuencias mudas que nos anuncian el peligro que se comienza a cernir sobre el solitario sheriff en el día de su boda. 84 minutos más tarde, el héroe se retira mientras vuelve a llegar a nuestros oídos esa canción, cuyas notas sencillas podremos volver a tararear sin problemas aún luego de muchos años de ver este film por última vez. Al igual que ya lo había hecho en gran parte de su filmografía como actor, Gary Cooper vuelve a encarnar al héroe típico. Un hombre frente a su destino. Igual que en “Alas” (1927), o en “Tres lanceros de Bengala” (1935), o más cerca de esta película en “¿Por quién doblan las campanas?” (1943). Recio y curtido por muchos años de oficio, Cooper llegó al set de esta película de Zinnemann con cincuenta y un años. El papel no podría haberle sentado mejor. El rostro apesadumbrado de Cooper a lo largo del film, su paso a grandes zancadas, su mirada fría al momento de enfrentar la muerte, configuran la esencia misma de esta película. Zinnemann decidió rebelarse contra la arquitectura clásica del western, y creo una obra que iba mucho más allá de bandoleros, pistoleros, y sus enfrentamientos con la justicia pueblerina. Zinnemann elabora un ensayo sobre las miserias humanas. Coloca a un sheriff honorable, querido por su pueblo, en lo que tal vez es el día más feliz de su vida. En los momentos en que sale bajo aplausos y arroces del registro civil donde acaba de contraer matrimonio con una bella jovencita le llega la primer mala noticia del día. El director enfrenta primero al héroe contra la arbitrariedad del sistema, y sus errores: un asesino al que él había enviado preso ha sido liberado por buena conducta. El reo ha jurado reunir a sus hermanos, y dirigirse al poblado para matar al sheriff. Poco le importa acaso volver a la cárcel o terminar en la horca. Ciego de venganza, arribará en el tren de las 12:00hs, justo al mediodía (de allí el nombre original de la película “High Noon”). El sheriff tiene poco más de una hora para decidirse: huir, como todos le aconsejan, o quedarse a luchar. Decide quedarse, convencido de que hallará entre sus vecinos de toda la vida algunos valientes dispuestos a colaborar en su batalla contra los cuatro furibundos hermanos. Pero lo dejan sólo. A lo largo de los siguientes sesenta minutos podremos seguir en tiempo real cómo el sheriff irá tocando las puertas de sus mejores amigos, buscando quien lo acompañe. Pero los mismos que lo aplaudían y elogiaban por la mañana, parecen indiferentes ahora a la idea de que su fiel sheriff, vecino, y amigo enfrente una muerte segura a manos de los rabiosos pistoleros. Una de las pocas películas que es capaz de expresar con diversos rostros, la peor mezquindad del ser humano, cuando en nuestro miedo y egoísmo, somos capaces de abandonar a su suerte a un compañero, a un hermano. El final es espectacular. Combates breves, centelleantes, a revolver limpio. El sheriff milagrosamente logra su cometido, a pesar de luchar sólo. Cuando la gente se apresura a saludarlo y felicitarlo, Cooper los mira silencioso sin ocultar su desprecio. Lanza su estrella de sheriff al suelo polvoriento, y se marcha junto a su esposa para no volver jamás a ese poblado, ante la perplejidad y el desconcierto de sus vecinos.
El film fue un terremoto en su época, ya que alteraba completamente la idea clásica del héroe del oeste, al introducir un elemento puramente racional. Por más que algunas películas de Howard Hawks y John Ford puedan dar la sensación de que el héroe puede enfrentarse sólo a cuántos quieran oponérsele, armado únicamente de una suerte de voluntarismo extremo a lo Schopenhauer; sabemos bien que esa no es más que una fantasía. Zinnemann nos enfrenta a una realidad triste. Por mucha que sea la valía del sheriff, él sólo tiene un arma, cincuenta años a cuestas, y esos poblados de calle única no ofrecían muchos recovecos donde acuartelarse. Se enfrenta a cuatro asesinos profesionales, sedientos de sangre, armados hasta los dientes, decididos a hacer lo que sea para llevarse su cadáver como trofeo. Poco tiempo después del estreno, John Wayne aún aturdido, bramaba en una nota radial que un héroe verdadero jamás saldría a pedir ayuda, aceptaría su destino, el que sea, con reciedumbre y magno estoicismo. Nadie duda del espíritu temerario que Wayne demostró poseer tanto dentro como fuera de la gran pantalla. Sin embargo, cualquier persona en sus cabales, trataría al menos de conseguir un par de amigos para acudir un poco más pertrechado al duelo del mediodía.
Zinnemann esboza en su película un retrato quijotesco del sheriff, mostrándolo como una suerte de héroe perdido y desorientado en medio de un tiempo que parece que no fuese el suyo. Sus frases y actitudes lo asemejan más a un caballero artúrico a lo Troyes, que a alguien apto para vivir en tiempos tan salvajes como los que describe el cineasta en su película. Su concepción de compromiso, nobleza, y entrega contrastan minuto a minuto, desde la primer escena hasta el final, con la fría indiferencia que le ofrecen incluso los presbiteranos que celebraban misa hasta minutos antes del duelo, ajenos totalmente a lo que pudiera ocurrir.