Cita con un desconocido - Karen Templeton - E-Book

Cita con un desconocido E-Book

KAREN TEMPLETON

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Beschreibung

Julia 1029 Su casamentera madre y sus entrometidas hermanas la habían sacado de quicio. Tan harta estaba Zoe, que al final aceptó asistir a la cita a ciegas en la que todas estaban empeñadas, sólo por una vez y para que la dejaran en paz. Porque, aunque la idea no le gustaba en absoluto, aquel desconocido podía hacerle olvidar al hombre en quien no podía dejar de pensar: Mike Kwan. Pero le iba a resultar muy difícil, pues hasta aquel desconocido del que sólo sabía su nombre se llamaba Mike. Bueno, ciertamente era un nombre muy común…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos 8B

Planta 18

28036 Madrid

 

© 1999 Karen Templeton

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Cita con un desconocido, JULIA 1029 - julio 2023

Título original: WEDDING? IMPOSSIBLE!

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo, Bianca, Jazmín, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411801362

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

LA lluvia, por muy torrencial que fuera y por mucho que la hubiera calado hasta los huesos, era lo menos importante de todo. La culpa del malhumor de Zoe Chan, aquel día que cumplía veintiséis años, radicaba en otra parte. Tampoco resultaba determinante el hecho de que estuviera siendo agasajada en un restaurante chino por dos hermanas casadas decididas a convertir su vida en un infierno. No. Era mucho más sutil que eso. Mucho más inquietante.

Durante los últimos días un molesto pensamiento había estado reconcomiéndole el cerebro intentando convencerla de que no estaba, quizá, ni mucho menos tan satisfecha con su propia vida como había creído hasta entonces. Pero… ¿qué se suponía que debía hacer al respecto?

Charlando sin parar frente a ella, sus hermanas eran por completo ajenas a aquellas preocupaciones. Menos mal. Porque si lo hubieran descubierto y, en consecuencia, la hubieran preguntado qué era lo que le pasaba, Zoe no se lo habría dicho. Bueno, eso no era del todo verdad. Habría podido decirleslo que la molestaba, al menos por el momento. Y simplemente no les habría dicho por qué.

Porque la lista de cosas que la molestaban era bastante larga. Desde el implacable y monótono sonido de la música china, o los cientos de voces alegres del restaurante, hasta la decoración de los estúpidos biombos, con estúpidos pandas trepando por estúpidos bambúes.

Bajó la mirada a su plato, jugando desinteresada con su filete de cerdo chino que obstinadamente se negaba a convertirse en hamburguesa. Era sencillamente escandaloso: ni siquiera había podido comer lo que le apetecía en su cumpleaños. Aquella comida se había convertido en un encuentro especial entre aquellas tres mujeres, que habían nacido en años consecutivos. Perro, Cerdo y Rata: ésos eran sus signos del horóscopo chino, por mucho que le pesara a Vanessa, la más tradicional de las tres. Zoe dudaba que existieran peores combinaciones de animales…

Pero verdaderamente quería a sus hermanas. Tanto que no podía encontrar una manera de decirles que odiaba la comida china. Que siempre la había odiado.

—Entonces… —empezó a decir Vanessa, su hermana mayor, mientras pinchaba con el tenedor un pedazo de brócoli—… ¿has estado saliendo con alguien últimamente?

«Ya está», pensó Zoe, suspirando y preparándose para lo peor. Su hermana mayor se había casado hacía menos de un año, lo cual quería decir que aún continuaba en el estado de ánimo de luna de miel. Malas noticias para ella.

—No —respondió con el tono más áspero de que fue capaz, como dando por terminada la inquisición.

Esa respuesta podría haber frenado a Vanessa, pero Margi, que estaba embarazada, era mucho más peligrosa. Zoe reflexionó por un momento en la obsesiva necesidad que tenían las embarazadas de erradicar la soltería de la faz de la tierra.

—¿Por qué no?

Encogiéndose de hombros, Zoe reconoció aquella expresión de preocupación. Su hermanita pequeña necesitaba casarse. La hermanita pequeña estaba desaprovechando oportunidades… Ojalá la dejaran en paz de una vez.

—No está bien —empezó a decir Vanessa por enésima vez desde que se casó— que te pases la vida entera ayudando a otras mujeres a preparar sus bodas… sin que salgas con ningún… ¡oh, Dios mío!

Zoe la miró asombrada; jamás había oído a su hermana pronunciar aquella expresión en toda su vida. Pero antes de que pudiera decirle algo, Vanessa se apresuró a tomarle la mano mientras le señalaba algo con la mirada.

—Mira allí, al fondo.

Margi lanzó un discreto pero penetrante vistazo y exclamó:

—Oh, Dios, Dios… se me dispara la presión sanguínea. Zo, mira al tipo que está sentado en aquella mesa…

—¿Por qué?

Las dos hermanas la miraron incrédulas.

—Porque es maravilloso…

—¿Y?

—Das pena, ¿lo sabías? —le dijo Margi. Se interrumpió por un segundo o dos al sentir al bebé moviéndose en su interior, después de lo cual esbozó una beatífica… y mortal sonrisa—. Un tipo así, versión oriental de Pierce Brosnan…

—Soltero —intervino Vanessa mientras terminaba de comerse su rollito de primavera.

—Soltero —repitió Margi—, sin anillos de compromiso o de matrimonio a la vista, ¿y quieres decirme que no te sientes ni siquiera mínimamente interesada?

—Así es.

Sus hermanas suspiraron al unísono, mirándose entre sí. Pero Zoe sabía que aquella tregua no duraría. Así sería siempre, hasta que la vieran tan casada como lo estaban ellas. Y una Chan comprometida en una misión sagrada no era algo como para tomárselo a broma.

Sin embargo, aquella misión era inútil por dos razones. Primero, porque Zoe ya había tenido demasiadas experiencias desastrosas con hombres. Y segundo, porque sus hermanas ya no controlaban su vida. Aquellos tiempos habían pasado, por mucho que hubiera consentido en celebrar su cumpleaños con ellas en un restaurante chino.

Durante el año anterior, desde lo de Walter, repetidas veces habían intentado conseguirle novio… sin éxito. Cada uno de sus «hallazgos» había sido un fraude. Aunque a ella misma no le había ido mucho mejor: a veces se preguntaba si no llevaría escrito sobre la frente un letrero con la leyenda: si eres idiota, canalla o pervertido, pídeme que salgacontigo.

Pero aquello ya no importaba. Sacudió la cabeza, agitando su hermosa melena negra, larga hasta la cintura. Aquel cumpleaños señalaría un cambio en sus prioridades, en su estilo de vida. Ya no se interesaría por el matrimonio. Si antes había abrigado la esperanza de que cada hombre nuevo que conociera pudiera ser «el único», a partir de aquel momento se despreocuparía de eso. En otras palabras: no más hombres.

La vida era mucho más sencilla sin una maraña de expectativas que la complicase. Zoe Chan iba camino de convertirse en una soltera bien orgullosa de serlo.

Evidentemente, tenía que hacer partícipes de aquella noticia a las pirañas amorosas que tenía delante. No quería herir sus sentimientos, pero debían dejar de entrometerse en su vida. En aquel momento se acercó a su mesa un hombre diminuto vestido con una camisa blanca de manga corta y pantalones negros.

—Ah, señoras… ¿necesitan algo?

Sus hermanas esbozaron sonrisas de anuncio de pasta dentrífica mientras miraban a aquel hombre de pelo cano que se había detenido a su lado. David Wu era el propietario del Dragón Dorado, una verdadera institución para el vecindario del centro de Atlanta.

—Dígame, señor Wu… —Margi se recogió un mechón de su corta melena negra detrás de la oreja—. Ese hombre que está sentado solo allí, al fondo… ¿sabe quién es?

—Mi nieto —contestó el anciano, riendo con los ojos—. Acaba de llegar de Nueva York. ¿Pero por qué me lo pregunta, señorita Lee? Usted no está precisamente disponible —se señaló el estómago y se echó a reír.

—Oh… —Margi abrió mucho los ojos, toda inocencia—. Sólo era… simple curiosidad.

—Ah, claro…

De repente, Zoe sintió unas terribles ganas de ir al baño, lo cual no era de extrañar después de haberse bebido seis tazas de té. Maldijo en silencio. Aquello implicaba tener que ir al fondo del restaurante… y pasar al lado del nieto del señor Wu.

—Vuelvo en un minuto —lanzó la servilleta sobre la mesa y se levantó, alisándose el ajustado vestido estilo años treinta—. Voy al servicio —añadió antes de que cualquiera de sus hermanas pudiera decir una palabra. Cuando se dirigió hacia allí, sin embargo, vio que la mesa del fondo estaba vacía.

Se negó a creer que se sentía decepcionada.

 

 

Mike atravesó la cocina para recoger su chaqueta y su maletín. A pesar de la cantidad de clientes que abarrotaban el restaurante, sólo había cuatro cocineros trabajando en aquel momento. Pero por las noches podía haber hasta ocho, y más si su abuelo daba algún banquete de boda. Mike sabía que durante los últimos años el volumen del negocio había crecido mucho. Muchos de los antiguos empleados de su abuelo se habían jubilado, y la gente joven rara vez duraba más de seis meses. Las cosas no eran como solían ser antes, cuando un empresario chino, una vez establecido en los Estados unidos, podía «importar» parientes del país natal para que lo ayudaran en el negocio.

Ni siquiera su propia familia había seguido los pasos de David Wu. De sus tres hijos, los chicos se habían hecho respectivamente abogado y contable, y la chica, la madre de Mike, médica; y todo ello había sido posible gracias a montañas de arroz frito y de rollitos de primavera. En cuanto a la generación posterior, ni Mike ni ninguno de sus primos tenían intención de meterse en el negocio del restaurante. Lo cual, por otro lado, no afectaba en absoluto a la posición de David Wu como patriarca familiar.

Mike echó un vistazo por la pequeña ventana del despacho: seguía lloviendo. Cuando estaba ordenando los documentos del maletín, preparándose para la cita que tenía para las dos, entró su abuelo. A sus ochenta y cinco años conservaba la energía, y frecuentemente también la arrogancia, de un auténtico joven. David Wu entregaría su alma al demonio antes que renunciar a su negocio.

—Las señoras del reservado seis quieren conocerte.

Mike miró rápidamente a su abuelo y luego volvió a estudiar el folleto pobremente editado que tenía en sus manos. Era de una compañía de juguetes y no sería muy difícil mejorarlo…

—¿Me has oído?

Mike guardó el folleto en su maletín. Claro que lo había oído. Y, a pesar de la tenue luz del restaurante, también había advertido la presencia de las tres mujeres chinas al otro lado del comedor. Aunque no se había sentido especialmente interesado, al menos en teoría. Eran bonitas; eso era todo. Supuso que serían hermanas, a juzgar por la similitud de sus rasgos.

Y estaba seguro de que había visto brillar al menos dos anillos de matrimonio en aquel reservado. Dos y no tres, si la esperanzada expresión de su abuelo significaba algo.

—Sí, te he oído. No te das por vencido, ¿eh, viejo?

—Las mujeres… me han dicho que la hermana pequeña que ha ido al servicio está soltera. Deberías conocerlas. Esa gente…. buena familia, hijas listas —le dio una palmadita en el brazo—. Y la soltera es la más bonita de las tres.

—Abuelo, aprecio tu interés… pero déjalo ya, ¿vale?

—¿Qué manera es esa de hablarle a tu venerable abuelo? —se burló el anciano.

—Así es como hablo a los venerables ancianos que meten sus narices donde no les importa.

—No es bueno que todavía estés soltero. Así no tendrás hijos que te mantengan de mayor, que te respeten…

—O que te den problemas —apuntó Mike.

—Necesitas una esposa. Una compañera en la vida para compartir las alegrías y los dolores.

Mike suspiró. Habría sido más fácil no haber estado de acuerdo con su abuelo, al menos en algún sentido. Pero aun así…

—Abuelo… ¿con cuántas mujeres he salido durante los dos últimos años?

—¿Cómo voy a saberlo?

—Intenta adivinarlo.

—¿Dos, tres?

—Ocho.

—¿Ocho?

—Ajá. Y la relación más larga duró tres meses.

—Bu hao —el anciano se cruzó de brazos, entrecerrando los ojos—. Eso no es bueno.

—No lo es.

—No importa. Todavía no has encontrado a la mujer adecuada. Hay que admitir que es duro para un Mono encontrar esposa… pero no imposible —sonrió—. Mi padre, también Mono. Se casó con mi madre con treinta y seis años. Estuvieron juntos durante más de cincuenta. A veces lleva algún tiempo…

Mike se encogió de hombros y recogió su maletín, decidiendo que aquello no era cuestión de tradición, ni de folclore. Se trataba de la vida. De «su» vida.

—Abuelo, apenas tengo tiempo para salir con chicas, y mucho menos para atender a una esposa. Además, no puedo casarme con una mujer sólo para dejarla en casa sola todas las noches. ¿Y si tenemos hijos? La idea de una paternidad irresponsable no me atrae, créeme. Me paso doce, dieciséis horas al día trabajando.

—Estás hablando con el dueño de un restaurante. Trabajaba dieciséis horas al día, siete días por semana. Y aun así me casé. Tu abuela trabajó a mi lado, los dos fuimos muy felices.

Mike recordaba bien las historias que le contaba su madre acerca de su abuela, de su constante cansancio, de lo frustrada que se había sentido al tener que ayudar al abuelo con el restaurante y criar al mismo tiempo a tres hijos. Siempre había sido fiel, leal y complaciente con su marido… pero nada feliz. De hecho, había sido ese descontento de su abuela lo que había alejado a sus hijos todo lo posible del negocio.

—Me lo tomaré como un consejo —repuso Mike, sin ganas de discutir, y recogió su maletín—. Tengo que irme. Nos veremos después.

—Entonces… ¿saludarás a las señoras cuando salgas?

—Claro —suspiró resignado—. ¿Por qué no?

Pero cuando regresó al comedor, sólo vio a dos mujeres en el reservado. Las dos que ya estaban casadas.

El suspiro de alivio que exhaló lo sorprendió a él mismo.

 

 

Zoe sacudió vigorosamente su paraguas antes de entrar en la tienda de vestidos de novia. Esbozando una mueca, lo dejó en el paragüero de bronce del vestíbulo, y pasó luego al pequeño tocador que había bajo las escaleras para secarse las manos y peinarse un poco.

Sus hermanas habían hecho todo lo imposible para retenerla hasta que apareciera el nieto del señor Wu, pero Zoe se escabulló pretextando una cita urgente de trabajo. Una vez más.

Pero no tenía ninguna cita de trabajo. De hecho, el ritmo laboral había bajado muchísimo en la tienda durante la semana anterior como, por otra parte, era habitual en el mes de septiembre. La mayor parte de las bodas en Atlanta todavía se celebraban a finales de la primavera, y mantenían un ritmo constante durante los meses de verano.

A esto se unía la pertinaz lluvia, para que reinara una tranquilidad casi absoluta en el salón. Su ayudante tenía una cita con el médico, y Zoe había dado la tarde libre a las dos especialistas, dado que tenían que preparar los vestidos de novia para el sábado. Madge, la tercera vendedora, se encontraba en el gran probador de la esquina, y Zoe revisó el libro de citas cuando pasó por el área de recepción. Había una cita con Mitzi Stein: la pelirroja que iba a casarse en noviembre por todo lo alto, con ocho damas de honor y un vestido de diseño.

Zoe recorrió la sala de espera recogiendo aquí un vestido de novia, allá una taza de café, colocando las revistas de moda que había en la mesa… Repentinamente cansada, se dejó caer minutos después en un asiento. Y suspiró. Estaba sufriendo un gravísimo caso de hastío laboral.

El día anterior había pensado que aquella habitación era perfecta. Y, en alguna parte de su subconsciente, se suponía que lo seguía pensando. El salón original y el antiguo comedor de estilo Reina Ana habían sido convertidos, cuarenta años antes, en una única habitación por Luella Martin. Posteriormente, hacía tan sólo cinco años, Brianna Fairchild había adquirido tanto la casa como la tienda de vestidos. Ahora las paredes estaban pintadas en un verde pastel, y la luz de las lámparas de cristal se derramaba a través de unas delicadas pantallas bordadas que Brianna había comprado en un viaje a Irlanda. Los antiguos asientos se mezclaban con sillas de estilo más funcional, y todos los colores parecían fundirse en una enorme alfombra que la suegra de Brianna había recuperado de su ático. Como detalle extra, hermosos arreglos de flores de su propio jardín decoraban todos los rincones.

Zoe suspiró de nuevo. Eran aquellos «detalles» los que convertían a Fairchild Novias en la tienda más solicitada de las chicas casaderas de Atlanta, los que hacían que Zoe se enorgulleciera de trabajar para una mujer tan brillante como Brianna. Zoe todavía estaba estudiando en la universidad cuando empezó a trabajar de ayudante suya cuatro años atrás; posteriormente, después de obtener su licenciatura, su jefa, recién casada y embarazada, la nombró directora.

Había sido un gran trabajo, si bien algo agotador a veces. Zoe estaba bien pagada, y una de sus ventajas era que residía en el gran apartamento situado justo encima de la tienda, y que había ocupado Brianna antes de casarse. Ahora su jefa vivía en el norte de Buckhead con su marido, sus dos hijos y su encantadora suegra, y pasaba por la tienda muy pocas veces a la semana. Lo cual, como Brianna tan a menudo le recordaba a Zoe, sólo era posible porque podía confiar en ella.

La lluvia había arreciado otra vez. Frunciendo el ceño, Zoe se levantó penosamente de la silla para ocuparse de unos papeleos en la oficina. Después de todo, el trabajo era el mejor antídoto para la autocompasión, como le decía siempre su abuela.

Nada más entrar en la oficina se quedó sorprendida al ver a Brianna pinchando bocetos en los tablones de corcho y refunfuñando entre dientes. Se había recogido su larga melena rubia con un pañuelo de seda, llevaba ropa cómoda y holgada para trabajar e iba descalza.

—¡Brianna! ¿Qué estás haciendo aquí…?

—¡Zo! —Brianna la abrazó cariñosamente; incluso sin zapatos, le sacaba sus buenos diez centímetros a Zoe—. ¡Tengo el Pierre! —exclamó con los ojos brillantes de excitación—. ¡El maldito Pierre! ¿Recuerdas la habitación estilo Regencia, toda ella en azul? Pueden entrar hasta ciento cincuenta personas, colocando bien los asientos. ¡Y Spencer que decía que jamás podría conseguirlo en una fecha tan tardía! ¡Ja!

Zoe no recordaba haber visto a Brianna tan nerviosa.

—Es maravilloso…

—¡Oh! Y me olvidaba de decirte que concedí una entrevista al editor del Constitution Journal para la edición del domingo —rió Brianna mientras daba palmas de alegría; estaba tan contenta que no aparentaba los treinta y seis años que tenía—. Me ha llevado un año, pero creo que lo estamos consiguiendo, Zo… ¡vamos a trabajar a escala nacional! —luego señaló los bocetos que había estado pinchando por toda aquella espaciosa habitación que para Zoe seguía siendo la oficina de Brianna, aunque la joven había estado trabajando en ella durante los tres últimos años—. Necesito escoger seis estilos más para decidir la línea de diseño. ¿Cuáles crees que son los mejores?

Zoe hizo exactamente lo que se le pedía, exactamente lo que se esperaba de ella: ser lo que había sido para Brianna durante aquellos cuatro años. Su tabla de salvación, su mano derecha. Y durante aquellos cuatro años había disfrutado de aquel papel, ejercitando sus talentos y habilidades, aquel ojo para los detalles que le había granjeado el generoso aprecio de su jefa.

Una extraña sensación de cansancio amenazaba con ahogarla. Y mientras estudiaba los bocetos de los vestidos de novia que lucirían otras mujeres, se sorprendió a sí misma parpadeando para no llorar. Aspiró profundamente; allí estaba otra vez aquel sentimiento de autocompasión. Los bocetos se nublaron ante sus ojos.

—Hey, Zo… Cariño, ¿estás llorando? —Brianna le puso cariñosamente una mano en el hombro.

—No —mintió.

—No es lluvia lo que veo en tus mejillas, corazón. Oh, vamos… ven aquí —le pasó un brazo por los hombros y la hizo sentarse en una silla; luego le entregó un pañuelo de papel—. Cuéntame. ¿Qué es lo que te pasa?

—Nada —se sonó la nariz.

—Dímelo, Zo.

—De verdad que no…

—Escucha, somos amigas desde hace mucho tiempo. Cuando pasé aquellos difíciles momentos con el bebé y con Spencer hace tres años, tú estuviste a mi lado para ayudarme. Me gustaría poder devolverte el favor —intentó que Zoe la mirara—. ¿Podré hacerlo?

—Si yo misma supiera lo que me pasa, probablemente te lo diría —Zoe contempló la suave y tranquila expresión de Brianna. Una cara de felicidad, pensó. Como la que tenían sus hermanas, y su madre… La expresión que tenían las mujeres cuando tenían justo lo que querían, cuando se sabían amadas.

Los ojos volvieron a llenársele de lágrimas, y rápidamente desvió la mirada. Se dijo que ella no envidiaba a su jefa, ni a sus hermanas. No necesitaba un hombre para ser feliz. No necesitaba un amor romántico para sentirse validada como mujer, como ser humano. ¿Pero entonces por qué se sentía tan mal, tan triste?

—¿Qué sentías… ? Antes de conocer a Spencer, ¿pensabas que eras feliz?

—Es curioso que me preguntes eso —repuso Brianna con tono suave—. Supongo que me tomaba las cosas tal y como venían. Me mantenía ocupada, me negaba a pensar en ello. Aunque… —esbozó una mueca—… a veces me sentía sola. Lo cual hacía que me metiera de vez en cuando en problemas.

Zoe asintió, recordando con demasiada claridad su sorpresa cuando descubrió que su jefa se había quedado embarazada. La hija mayor de Brianna, Melissa, no era hija biológica de su marido, aunque había sido educada y querida como tal. Y aunque aquella historia había tenido un final feliz, también había servido como modelo de situaciones a evitar.

—Recuerdo que me dijiste que serías lo suficientemente prudente como para evitar aquella particular trampa —le dijo en ese momento Brianna, como si le hubiera adivinado el pensamiento—. ¿Se trata de eso?

Zoe negó con la cabeza.

—¿Es… acerca de un hombre?

—¡Oh! Dios mío, no —exclamó Zoe—. No, no hay ningún hombre. Es… simplemente que estoy baja de ánimo. Ya se me pasará.

Algo que Zoe admiraba de Brianna era su discreción. Su jefa le preguntó entonces como si su conversación anterior nunca hubiera tenido lugar:

—Bueno, acerca de esos diseños… Dime cuáles son los favoritos…

Zoe se dijo que era ridículo que se sintiera así. Tenía un maravilloso empleo, una jefa estupenda, una familia siempre dispuesta a ayudarla, disfrutaba de una salud envidiable, de un jugoso sueldo… ¿Qué más necesitaba?

 

 

Zoe cerró la tienda a las cinco, mandando a todo el mundo a casa y remitiendo las llamadas a su teléfono personal en el piso superior. Después de tomar un buen baño caliente, se vistió para ir a cenar a casa de sus padres.

Pero justo cuando se disponía a salir, sonó el teléfono.

—¿Zoe? —era la voz de su madre.

—Sí, mamá, ahora mismo iba a…

—¿Tienes un minuto?

Zoe miró el reloj de la repisa de la chimenea. Eran más de las seis.

—¡Pero si nos vamos a ver en menos de media hora!

—Margi me ha dicho que Vanessa y ella han conocido hoy al nieto del señor Wu. Pensaron que sería perfecto para ti.

—Mamá…

—Margi comentó que era encantador…

Zoe se preguntó qué podía haber peor que sus hermanas casamenteras. Su propia madre.

—Qué bien. ¡Oh, mamá… me había olvidado de decírtelo! Adivina quién vino al salón ayer…

—Y además es dueño de su propio negocio…

—¡Brittany Wang! ¿Sabías que se había comprometido con Sam Chung?

—Y no está casado.

—Se ha llevado el vestido de novia más bonito…

—El único vestido de novia que me interesa es el que te pondrás tú —declaró Susan Chan—. Pero supongo que eso no va a suceder. Margi me dijo que ni siquiera te quedaste para conocer a ese hombre.

—No pude. Tenía una cita.

—Esperar algunos minutos más no te habría matado…

—Mamá, por favor, ahora no, ¿vale?

—Ahora no, ni nunca, claro. ¿Cuándo fue la última vez que saliste con alguien?

—¿Qué quieres que haga? —suspiró Zoe—. ¿Ponerme en una esquina y pasear para que vean? ¿Colocarme un anuncio-sandwich con el letrero de disponible?

—No te pases de lista, jovencita.

—Por el amor de Dios…