Paso a paso - Karen Templeton - E-Book

Paso a paso E-Book

KAREN TEMPLETON

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Beschreibung

Estaban criando juntos a un niño… y ni siquiera se habían besado. Ya era suficientemente malo que sus socios le hubieran pedido que buscase nuevos locales para tiendas junto al guapísimo agente inmobiliario C.J. Turner… Y justo entonces su díscola prima dejó en su puerta a un bebé con un certificado de nacimiento que afirmaba que C.J. era el padre. El pequeño era como un sueño, pero mientras compartía con C.J. las obligaciones que conllevaba, Dana Malone se esforzaba por mantener la calma. Pero cada vez que aquel hombre que tanto huía del compromiso la miraba con sus intensos ojos azules, ella se derretía…

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2006 Karen Templeton-Berger

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Paso a paso, n.º 1702- junio 2018

Título original: Baby Steps

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-9188-170-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Vuelve aquí, Cass Carter!

Dana Malone corrió como un rayo por la planta de saldos detrás de su rápida acompañante, y casi se cayó sentada en el momento en que un bebé apareció gateando detrás de un osito de peluche gigante. Para los pequeños aquel lugar lleno de percheros con ropa de segunda mano y artilugios para ellos era perfectamente transitable. Pero para ella era como un campo de minas. Al igual que lo que le pedía Cass.

Un momento más tarde recobró la compostura.

—¿Qué quieres decir con que tengo que hacerlo yo? ¡Ay!

—¡Ten cuidado con la trona! —le contestó la rubia de piernas largas y falda vaquera, agarrando suavemente la cabecita que asomaba por la mochila de bebé que llevaba ajustada a la cintura y la espalda.

—Gracias —farfulló Dana, frotándose la cadera después de haberse chocado con cunas y parques.

—¿Has perdido la cabeza? No puedo hacerme cargo del nuevo local de la tienda yo sola. ¡No sé nada de bienes inmobiliarios!

—¡Esto es Albuquerque, por el amor de Dios! —exclamó Cass entrando en la oficina del almacén—. No es Manhattan —pasó por su escritorio, lleno de papeles y de ropa nueva en consigna—. ¿Qué problema puede haber en elegir un local? Toma un momento a Jason, ¿quieres?

Cass se sentó en la mecedora y extendió las manos para que le devolviera al bebé de un mes. Dana disfrutó de un segundo más del perfume del niño antes de devolvérselo para que Cass lo pusiera a mamar.

Cassa miró y dijo:

—La inmobiliaria de C.J. ya tiene varios locales que pueden interesarnos. No tienes más que descartar los que no te gusten.

—Creía que haríamos esto todas juntas.

—Lo sé, cariño. Pero estoy agotada… Y además Blake no quería que empezara a trabajar tan pronto… Y entre el fin del contrato de arrendamiento y la inauguración de la nueva tienda, hay mucho trabajo…

—¿Y Mercy? ¿Por qué no puede hacerlo ella?

—¿Por qué no puedo hacer qué? —dijo Mercy.

Estaba de pie en la entrada de la oficina. Llevaba las uñas pintadas de rojo y una falda tan pequeña que Dana no se habría atrevido a llevar ni con doce años.

—Ocuparte de las propiedades —dijo Dana—. Tú lo harías mucho mejor que yo.

Mercedes Zamora se quitó un rizo moreno de la cara y entró en la oficina.

—También se me da mejor atender a varios clientes a la vez. Tú te agobias con dos.

—¡No es verdad!

Ambas mujeres se rieron.

—Vale, es posible que me ponga un poco nerviosa.

—Cariño, empiezas a tartamudear… —dijo Mercy cariñosamente.

—Y se te empiezan a caer las cosas… —agregó Cass.

—Y…

—¡Vale! ¡Vale! ¡Me doy por enterada!

Era verdad. Aunque habían pasado ya casi cinco años Dana aún perdía la compostura bajo presión. Sobre todo cuando tenía que tomar sola decisiones para el negocio.

—Está esperando que lo llames —dijo Cass.

Dana se sintió de repente como un pájaro descubierto por un par de gatos hambrientos.

—¿Quién?

—C.J.

Dana suspiró al mismo tiempo que sonó el timbre.

Mercy se giró balanceando sus rizos morenos y su falda vaquera y se dirigió a la planta de ventas.

Dana sintió un nudo en el estómago cuando Cass sonrió pícaramente y le dijo:

—No has visto nunca a C.J., ¿verdad?

Ahora que Cass había solucionado su vida amorosa, encabezaba una cruzada personal para conseguirle pareja.

Dana se secó las palmas de las manos en su falda y se dirigió a la puerta.

—Seguramente Mercy necesita que le eche una mano en la tienda… —dijo.

—No, no creo. Siéntate —Cass hizo señas hacia la pila de ropa que había en su escritorio—. De todos modos hay que marcar esa ropa.

Dana la miró contrariada y agarró de la pila un pequeño jersey rosa.

—¿Doce dólares? —preguntó.

—Quince. Macy los tiene nuevos por cuarenta —Cass se acomodó en la silla, y la pequeña mano de Jason voló en el aire con el movimiento, hasta que se agarró a la blusa de su madre.

Dana sintió envidia.

—C.J. es… Mmmm… ¿Cómo te diría…? Impresionante… —titubeó Cass.

Eso había oído decir Dana.

—Como si fuera un sacrificio pasar una tarde con un hombre de ojos azules como el cielo —resopló Cass—. Su trasero no está mal tampoco…

Justo lo que Dana necesitaba en su vida. Ojos letales y un trasero duro. Escribió el precio en la etiqueta y luego la pegó en la prenda con la pistola.

—Me parece que eso es hablar de alguien como si fuera un objeto sexual.

—Sí, ¿y qué?

Dana agarró otra prenda de la pila y preguntó:

—¿Veinte?

—Perfecto, guapa… Casi me rindo a sus encantos cuando me ayudó a vender la casa hace unos meses. Y no se te ocurra decírselo a Blake…

—¿Cómo? ¡Si estabas embarazada de siete meses, y acababas de quedarte viuda…!

Daba igual que el segundo marido de Cass hubiera sido un desastre. Una amiga tenía el deber de señalar esas cosas…

—Y tu ex marido quería volver contigo —siguió reprochándole Dana—. ¿Y tú estabas salivando por otro?

—Sí. Bueno, fue como encontrarse con una tarta de nata con fresas después de diez años de dieta. Afortunadamente, como no me muero por la tarta de nata con fresas, pasó la tentación.

Lamentablemente Dana tenía debilidad por la tarta de nata con fresas. Y Cass lo sabía muy bien.

—¿No será que quieres buscarme pareja, por casualidad?

—Olvídalo.

Dana suspiró y escribió otro precio en una etiqueta.

—Se te olvida que tengo información de primera mano —dijo. Puso la prenda en la pila de la ropa marcada y luego se cruzó de brazos—. La idea de intimidad de C.J. Turner es hablar por su teléfono móvil entre reunión y reunión. ¡Ese hombre está casado con su empresa!

Hubo un silencio escéptico.

—Eso lo has sacado de Trish, supongo, ¿no?

—No es que tenga muchos detalles, pero… —dijo Dana encogiéndose de hombros.

Su prima y ella nunca habían tenido una relación estrecha, a pesar de que Trish hubiera vivido con los padres de Dana durante varios años. Trish había trabajado para C.J. Turner durante seis meses antes de desaparecer de la faz de la tierra, hacía algo más de un año. Pero antes había hablado bastante del corredor de fincas digno de un calendario. Profesionalmente había hablado muy bien de él, que era por lo que Dana se lo había recomendado a Cass cuando ésta había necesitado los servicios de un agente. Personalmente, no obstante, era otra cosa.

—Pero me parece que no está interesado exactamente en el matrimonio.

—A lo mejor no ha encontrado aún a la mujer apropiada —dijo Cass solemnemente.

—Me parece que la falta de sueño te hace decir tonterías…

—Bueno, nunca se sabe. Puede suceder.

—Sí, claro… Y yo voy a perder estos kilos que me sobran, ¿no? ¡No seas ingenua! —respondió Dana, incrédula.

—Oye, cariño. El hecho de que Gil…

—No sigas —Dana la hizo callar.

No quería que revolviera su pasado. Se puso de pie y agarró la pila de ropa marcada para llevarla a la tienda.

—Ya tengo una madre, Cass.

—Lo siento —dijo Cass mientras el niño seguía mamando—. Es que…

—Soy feliz —dijo Dana—. La mayor parte del tiempo. Me gusta mi vida. Tengo buenos amigos y me gusta mi trabajo, lo que es mucho más de lo que tiene mucha gente. Pero ¿sabes?, en el momento en que pienso en los «puede ser» y «puede suceder», estoy muerta.

Hubo un silencio. Luego Cass dijo:

—La tarjeta de C.J. está en mi fichero.

—Estupendo —dijo Dana, pensando: «¿por qué, Dios? ¿Por qué?».

 

 

—Si sigues mirando así hacia la puerta se te van a salir los ojos de su sitio.

C.J. sonrió.

—¿No tienes que contestar ninguna llamada, Val?

—¿Oyes que llame alguien? Yo no oigo que suene el timbre del teléfono, así que supongo que no habrá llamadas que responder —la rubia platino de cincuenta y tantos años se levantó de su silla detrás del escritorio de la recepción y miró a través de sus gafas hacia la puerta de cristal, por donde se veían unos nubarrones.

—Le estás echando mal de ojo a esa nube. Así que o se retira o viene hacia nosotros… —dijo.

C.J. sonrió y se metió las manos en los bolsillos. Había truenos y relámpagos cada tanto. De no ser por la cita con aquella clienta, habría estado fuera, con los brazos hacia el cielo, como un hombre prehistórico invocando a los dioses. El ozono tenía un efecto casi sexual en él, en verdad. Pero no se lo iba a decir a Val.

—Oh, venga, Val. ¿No sientes la energía que hay en el aire?.

—Oh, Dios. Lo siguiente que me vas a decir es que ves el aura en las cabezas de la gente…

En aquel momento sonó el teléfono en la pequeña oficina con aspecto de caverna, apenas decorada con unas serigrafías. Normalmente era una oficina bulliciosa, sobre todo con la presencia de los otros tres agentes que tenía en plantilla. Pero no sólo no estaban en aquel momento, sino que su teléfono móvil llevaba sin sonar una hora más o menos.

—Te escucho, te escucho —dijo Val, sentándose nuevamente detrás del mostrador y poniendo voz dulce en cuanto levantó el teléfono.

Hubo un trueno y un relámpago que hizo pestañear a C.J. y éste notó que Val colgó el teléfono. Hacía años un relámpago había matado a un tío suyo o algo así, mientras éste estaba hablando por teléfono. Y desde entonces en su familia nadie tocaba el teléfono cuando había tormenta eléctrica.

Otro trueno envió a Val al otro extremo de la habitación, al lado de una maceta de cactus, en el mismo momento en que un coche apareció en el aparcamiento. Debía de ser la persona con la que tenía una cita a las tres.

Cass Carter le había resaltado las virtudes de Dana Malone. Y él no podía negar cierta curiosidad por aquella persona de acento del sur que se había presentado por teléfono con su nombre y le había pedido una cita. No obstante, si no hubiera sido por el trabajo que había hecho para Cass y Blake Carter en los últimos meses, él habría delegado encantado aquella transacción particular a uno de los otros agentes. Por un lado ya casi no se ocupaba de rentas en aquellos días, y por otro, ¡que Dios lo librase de mujeres bienintencionadas que le buscasen pareja!

Su última relación, o como quisiera llamársela, la había tenido hacía más de un año. Había sido una relación de una noche, y había sido claramente un error. Y él no podía negar su culpa por aquel desastre, por su falta de juicio momentáneo. Pero el asunto le había hecho reflexionar sobre su erróneo acercamiento a las mujeres.

Él no había tenido nunca problemas para conseguir mujeres, pero no había en su haber ninguna relación estable. Aquello no le había resultado ningún problema con mujeres que tenían una profesión, que estaban tan poco interesadas en el matrimonio y la familia como él, relaciones que inevitablemente se habían autodestruido. El problema habían sido aquéllas que tenían como carrera el conseguir un marido que las tuviera como trofeo.

El teléfono sonó otra vez. Val no se movió.

—¿Por qué crees que tarda tanto en salir del coche? —preguntó la mujer.

Él la oyó entre sus pensamientos.

Finalmente se abrió la puerta del coche, y aparecieron un par de pies hermosamente arqueados envueltos en un par de sandalias de tacón. C.J. observó con interés casi académico a la mujer que siguió tras ellos mientras salía del coche. Llevaba una falda blanca. El viento le voló el bajo hasta media pierna.

C.J. sonrió a pesar de sí mismo. Ahora sabía que llevaba medias sin liguero y ropa interior de encaje blanco.

—¿Val? ¿Puedes asegurarte de que tengo sobre mi escritorio toda la documentación de la tienda Grandes Expectativas?

—Te la he dejado allí. Muy mona, ¿no?

Lo era.

El viento le volaba el cabello, y ella se lo quitó de la cara y se colgó el bolso del hombro. Cuando empezó a caminar empezaron a caer las primeras gotas.

C.J. abrió la puerta y el aire con su fuerza le llevó un perfume femenino y a aquella mujer. Él la envolvió con sus brazos para que no se cayeran uno encima del otro.

—¡Oh!

La mujer tenía los ojos grises verdosos y el pelo brillante adornado por varias hojas que se le habían caído encima. Puso cara de incomodidad.

Al verla, sin saber por qué, C.J. pensó en sábanas y manteles recién lavados, jardines y la brisa fresca de un día caluroso.

Y como los hábitos eran difíciles de dejar, él pensó en las cosas agradables que podían hacerse encima de sábanas recién lavadas con una mujer que olía a sol y a flores exóticas.

Ella se apartó como si le hubieran clavado un aguijón, y lo miró con sorpresa, abriendo su boca sensual apenas maquillada con un poco de brillo, lo que le daba un aspecto muy natural que hacía juego con su piel clara.

C.J. sonrió.

—Dana Malone, supongo.

—¡Oh! —exclamó ella otra vez y empezó a quitarse las hojas del pelo.

Miró alrededor sin saber dónde tirarlas. En aquel momento apareció Val, anfitriona siempre atenta, con una papelera. Dana sonrió nerviosamente.

—El viento… —dijo mientras se frotaba las manos después de tirar las hojas—. Va a haber tormenta… Estabais más cerca de lo que pensaba… Oh… —se puso colorada.

Él notó su acento del sur. Tal vez fuera de Alabama, pensó. De un lugar con casas con galerías y damas que aún llevasen guantes blancos a la iglesia durante el verano.

—No suelo hacer entradas tan espectaculares normalmente —dijo Dana.

—Y no suele ser habitual que aparezca una bella mujer y se me arroje a los brazos.

—¡Uy, uy, uy! —murmuró Val por detrás de él.

—No me he arrojado a los brazos de nadie… Me ha empujado el viento —dijo Dana.

—¿No tienes que marcharte, Val? —preguntó C.J.

—Probablemente —respondió la rubia en el momento en que un rayo iluminó la habitación.

Sonó un trueno y empezó a llover torrencialmente.

—¡Oh! —exclamó Dana con placer—. A veces se me olvida lo mucho que echo de menos la lluvia.

—O sea que tampoco eres de Nuevo México, ¿no?

—No —respondió ella mirando el horizonte—. Soy de Alabama. Pero he vivido aquí desde los catorce años —de pronto hizo una pausa y dijo—: ¿Has dicho «tampoco»?

—Me refería a que yo soy de Charleston.

—¡Oh, me encanta Charleston! Hace mucho que no voy allí, pero recuerdo que era una ciudad hermosa…

Val carraspeó. Ambos se giraron a mirarla.

—Los papeles están donde te he dicho —dijo—. Encima de tu escritorio.

—¡Oh! ¿Hay algún sitio donde pueda arreglarme un poco? —balbuceó Dana.

—El aseo de señoras está a la vuelta —dijo Val.

C.J. miró a Dana mientras ésta se alejaba. Luego alzó la vista y se encontró con los ojos de Val mirándolo.

—¿Qué? —preguntó C.J.

—Nada.

Val se dio la vuelta y se marchó.

Pero cuando él pasó por delante de ella en dirección a su despacho la oyó decir algo así como que «todavía había esperanzas», y él casi se rió.

Aunque su comentario no le pareció gracioso.

 

 

Dana suspiró cuando entró en el aseo y se miró al espejo.

¡Dios! ¡Aquel hombre era increíblemente atractivo!

Era mucho más que una tarta de nata con fresas…

Se quitó varias hojas más del cabello, se lavó las manos y se arregló un poco. Esperaba poder volver a la normalidad. Que la sangre le llegase nuevamente a la cabeza para que pudiera pensar otra vez, después de aquel shock sensual.

No le extrañaba que Cass se hubiera sentido tentada.

Ella estaba normalmente satisfecha con su cuerpo. La ropa le solía quedar bien donde tenía que quedarle, y ella había aprendido a conformarse con lo que tenía, hacerse las mechas para dar brillo a su pelo, ponerse algo de maquillaje para realzar sus ojos grises verdosos, y llevar ropa que la hiciera sentir femenina y satisfecha consigo misma.

Pero eso no quería decir que no fuera realista. ¡Y él estaba fuera de su alcance!

Había pocas posibilidades de que C.J. se interesara en ella.

Apagó la luz del aseo y salió.

—¿Estás lista para marcharnos? —preguntó C.J. iluminando sus ojos azules.

—Sí, claro… —respondió ella, rogando no engancharse el tacón en la mullida alfombra y caerse de bruces.

 

 

—Sí. Está bien. Te veré entonces —dijo C.J. por el móvil desde el otro extremo del local.

Colgó y se acercó a Dana.

—Lo siento —le dijo.

—No importa. Así por lo menos no me siento culpable de quitarte tiempo —respondió ella.

—Es mi trabajo. Tómate todo el tiempo que necesites…

No sabía qué pensar de Dana Malone. Tenía el encanto y la feminidad del sur, pero no su timidez y coquetería. No aleteaba sus pestañas con fingida indefensión… Al contrario, parecía preocupada por la decisión que tenía que tomar, y estaba nerviosa por no poder hacerlo.

La tormenta había refrescado el ambiente, pero aún hacía mucho calor. Habían estado viendo una media docena de propiedades, y cuando estaban viendo la séptima, Dana parecía irritada. C.J. la miró.

—Está bien, supongo —dijo ella finalmente—. Es suficientemente espacioso, y la entrada grande en la parte de atrás está bien para los envíos… —lo miró, casi con miedo de decirlo…

—¿Pero? —preguntó él.

—Pero no hay aparcamiento suficiente. Y no se ve la entrada de la tienda desde la calle. Quiero decir… —Dana se abanicó con uno de los folios impresos—. Supongo que no necesitamos más de cinco o seis plazas de aparcamiento… —caminó hasta la ventana del frente—. Y este escaparate es perfecto… Además, deja entrar mucha luz para el área de juego que quiere poner Mercy. Ahora mismo los bebés tienen poco espacio, y nos da miedo que se hagan daño… Y quizá ese restaurante mexicano pueda traer público que compense el estar en una calle secundaria —Dana se llevó el dedo a la sien.

—Entonces seguiremos mirando —dijo él mientras se erguía—. ¿Cuál es el siguiente?

A Dana se le cayeron un par de papeles de las manos. Él se agachó para recogerlos, pero ella se adelantó.

—Éste de Foothills no está mal. Está en una plaza muy grande, y tiene buen precio… Hay muchas familias en la zona… —Dana frunció el ceño—. Pero tal vez debiéramos limitarnos a la zona céntrica… ¡Oh!

—Hemos terminado, ¿no?

—Bueno, no lo sé… —dijo ella—. Pero ¿adónde vas?

—Es hora del almuerzo. Para ambos.

—Yo no…

—Te estás volviendo loca y me estás volviendo loco. Esto es sólo un paso preliminar, Dana. Nadie espera que firmes un contrato hoy.

—Es bueno saberlo —dijo ella resguardándose del sol con una mano haciendo visera sobre sus ojos al salir al sol de la tarde mientras caminaban hacia el Mercedes deC.J.—. Porque no lo tengo nada claro.

Él le abrió la puerta del coche y ella no protestó. Cuando C.J. se sentó frente al volante, ella se apoyó en el reposacabezas y cerró los ojos.

—¡Qué tonta! —suspiró luego, como hablando sola.

—Te puedo asegurar que he conocido a muchos tontos, Dana. Y tú no eres uno de ellos.

—Gracias. Pero me siento tonta —abrió los ojos—. ¿Por qué aparcas aquí? —dijo entonces.

—Hace mucho calor. Estás asada y aquí hacen los mejores helados del pueblo. Yo te invito.

Dana se quedó callada.

—¿No te gustan los helados? —preguntó C.J.

—No es eso. Sólo que… —agitó la cabeza—. Creo que prefiero una Coca-Cola light.

—¿Es una cosa de mujeres?

—¿Cómo? —preguntó ella.

—El no comer delante de los hombres, si es que coméis…

—Creo que es obvio que no soy anoréxica —dijo ella torciendo la boca.

—Es bueno saberlo, porque te diré que esa costumbre de no comer nada me molesta mucho… Pero… Oye, si realmente quieres un Coca-Cola light, bébela.

—En realidad… No la soporto… —dijo agarrando el bolso como si se estuviera encogiendo.

—Entonces, no se hable más —C.J. abrió la puerta de su lado y luego la de ella—. Tal vez si te refrescas un poco puedas pensar con más claridad. ¡Maldita sea! —exclamó al oír sonar el móvil.

Puso cara de disgusto al ver el número. Era un negocio que estaba intentando cerrar desde hacía más de un mes.

—Oye, vas a pagarme un helado, así que será mejor que no te impida ganar más dinero… —Dana miró hacia el cielo—. Me pregunto si volverá a llover. El aire está cargado…

C.J. atendió la llamada, pensando que la lluvia no tenía nada que ver con eso.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

El bar tenía una decoración anticuada, pero estaba limpio. Servían comidas también; no tenían mucha variedad de platos, pero éstos eran abundantes. La comida era sencilla, pero buena, y el personal trataba a todo el mundo como si fueran amigos.

Si hubiera estado con Mercy o con Cass habría estado más relajada, pero estar allí con C.J. no era nada relajante. Y encima ninguno de los locales que habían visto le convencía.

—Lo siento —dijo ella lamiéndose una gota de helado que se le había escurrido por la barbilla.

—No tienes que disculparte… —dijo él.

Su cabello castaño claro entremezclado con canas se le volaba con el aire de un ventilador de techo. Ella lo vio sonreír, cansado. Aunque seguramente él no lo habría admitido. Y ella tenía la culpa de su cansancio, pensó.

—Para eso estamos aquí —dijo C.J.

—Pero te he quitado media tarde…

—¿Quieres parar? —dijo él amablemente—. Para eso se hace la primera entrevista, para saber qué es lo quiere el cliente realmente.

Empezó a llover y se empañó el cristal junto a su mesa.

—¿Y por qué no lo preguntas simplemente?

—Es lo que he hecho. Y Cass me dijo lo básico —C.J. sonrió.

En aquel momento Dana vio unos dedos pequeñitos agarrados a su mesa, y una cabecita de rizos apareció ante ellos, llorando desconsoladamente. Dana se agachó inmediatamente, agarró al bebé y lo puso en su regazo. Debía de tener unos dos años, y olía a chocolate y champú.

—¡Oh, tranquilo! No te has hecho daño, ¿verdad? —se puso de pie y apoyó el bebé en su cadera.

Dana se rió al ver la cara de asombro de C.J.

—¡Enrique, eres un diablo! —una mujer joven corrió hacia ellos y le quitó al niño.

Los sollozos del bebé, que se había aferrado al cuello de su madre, se hicieron más espaciados hasta aplacarse completamente.

Dana se quedó con sensación de vacío, y eso combinado con la expresión de C.J. fue como un shock emocional.

—No se ha hecho daño —le dijo Dana a la madre del bebé, tratando de reprimir unas lágrimas.

La morena puso los ojos en blanco, y luego se rió.

—Nunca se hace daño. ¡Pero realmente tendría que llevarlo con correa! —acomodó al niño en sus brazos—. ¡Me da unos sustos de muerte! ¡Sí, pequeño pirata! —la mujer miró los dedos de su hijo, sucios de chocolate, aferrados a su cuello, y agregó—: ¡Cuánto lo siento! ¡Le ha manchado el vestido blanco con chocolate! ¡Le pagaré la tintorería!