Comuntopía - César Rendueles - E-Book

Comuntopía E-Book

César Rendueles

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"En las últimas décadas, las teorías y estrategias relacionadas con los bienes comunes se han convertido en un elemento fundamental tanto de las ciencias sociales como de numerosos movimientos políticos de todo el mundo. El estudio de los comunes ha permitido comprender la sofisticación de unas instituciones que, en muchas sociedades, regulan el acceso colectivo a los recursos necesarios para la subsistencia. Paralelamente, activistas, sindicalistas, ecologistas o cooperativistas han descubierto en los bienes comunes una poderosa caja de herramientas con la que defender los servicios públicos, garantizar el acceso a la vivienda, la energía o la cultura, organizar el trabajo reproductivo y de cuidados y, más en general, luchar contra la mercantilización y la destrucción ecológica. Este sintético y accesible libro presenta una revisión rigurosa y crítica tanto de las prácticas como de los conceptos relacionados con los bienes comunes: su historia y sus potencialidades políticas, pero también sus limitaciones y ambigüedades. «Si, como escribió una vez Tomás de Aquino, ""en caso de necesidad todas las cosas son comunes"" [in casu necessitatis, omnia sunt communia], necesitamos leer este libro esta misma semana. César Rendueles –un sociólogo cuyos nuevos libros son siempre un acontecimiento para quienes nos interesamos por las cuestiones más acuciantes de nuestras vidas– no se limita a explicar por qué estamos en una condición de ""necesidad"", es decir, enmarcados en emergencias ecológicas, políticas y tecnológicas, sino también cómo reclamar nuestros ""bienes comunes"". Se trata de instituciones sociales colaborativas que regulan recursos (bienes y servicios públicos) que en un plazo relativamente breve serán cada vez menos accesibles para millones de personas que actualmente los dan por sentados. Este libro proporciona a todas aquellas valientes fuerzas sociales que abogan por estrategias democráticas, progresistas y emancipadoras una ""política de los comunes"" global que parece ser nuestra última oportunidad a medida que nos adentramos en el nuevo régimen del postcapitalismo. El propio Aquino habría respaldado el nuevo libro de Rendueles», Santiago Zabala, profesor de investigación ICREA en la Universidad Pompeu Fabra «¿Quieres conocer más sobre los comunes? ¿Qué funcionó y qué no, y qué podría funcionar en esta época de crisis? Entonces lee este libro. Como en cualquier otra, la tragedia de los comunes también demandará una catarsis política, y nada mejor que contar con César Rendueles como guía intelectual». Geert Lovink, teórico de los medios de comunicación y crítico de Internet"

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Akal / Pensamiento crítico / 121

César Rendueles

Comuntopía

Comunes, postcapitalismo y transición ecosocial

En las últimas décadas, las teorías y estrategias relacionadas con los bienes comunes se han convertido en un elemento fundamental tanto de las ciencias sociales como de numerosos movimientos políticos de todo el mundo. El estudio de los comunes ha permitido comprender la sofisticación de unas instituciones que, en muchas sociedades, regulan el acceso colectivo a los recursos necesarios para la subsistencia. Paralelamente, activistas, sindicalistas, ecologistas o cooperativistas han descubierto en los bienes comunes una poderosa caja de herramientas con la que defender los servicios públicos, garantizar el acceso a la vivienda, la energía o la cultura, organizar el trabajo reproductivo y de cuidados y, más en general, luchar contra la mercantilización y la destrucción ecológica.

Este sintético y accesible libro presenta una revisión rigurosa y crítica tanto de las prácticas como de los conceptos relacionados con los bienes comunes: su historia y sus potencialidades políticas, pero también sus limitaciones y ambigüedades.

«Este libro proporciona a todas aquellas valientes fuerzas sociales que abogan por estrategias democráticas, progresistas y emancipadoras una “política de los comunes” global que parece ser nuestra última oportunidad a medida que nos adentramos en el nuevo régimen del postcapitalismo». Santiago Zabala, Universidad Pompeu Fabra

«¿Quieres conocer más sobre los comunes? ¿Qué funcionó y qué no, y qué podría funcionar en esta época de crisis? Entonces lee este libro. Como en cualquier otra, la tragedia de los comunes también demandará una catarsis política, y nada mejor que contar con César Rendueles como guía intelectual». Geert Lovink, teórico de los medios de comunicación y crítico de Internet

César Rendueles es científico titular en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Previamente, ha sido profesor de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid. Filósofo, teórico y traductor, sus ensayos han sido publicados en una decena de países. Además de varias compilaciones de textos de Karl Marx y Antonio Gramsci, ha publicado Sociofobia. El cambio político en la era de la utopía digital (2013), Capitalismo canalla. Una historia personal del capitalismo a través de la literatura (2015), En bruto. Una reivindicación del materialismo histórico (2016) y Contra la igualdad de oportunidades. Un panfleto igualitarista (2020).

Diseño de portada

RAG

Motivo de cubierta

Antonio Huelva Guerrero

Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.

Nota editorial:

Para la correcta visualización de este ebook se recomienda no cambiar la tipografía original.

Nota a la edición digital:

Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original.

Título original

The Commons: A Force in The Ecological Transition to a Postcapitalist Society

La investigación que ha dado lugar a este libro ha contado con una ayuda PIE del CSIC (INCINV151).

Traducción autorizada de la edición inglesa publicada por Routledge, miembro del grupo Taylor & Francis.

© César Rendueles, 2024

© Ediciones Akal, S. A., 2024

para lengua española

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.akal.com

ISBN: 978-84-460-5494-8

INTRODUCCIÓN

En el primer cuarto del siglo XXI los comunes se han convertido en uno de los conceptos clave de los debates políticos y teóricos en torno a las posibilidades de transformación social antagonista. Muchos investigadores y activistas han encontrado en la reflexión y la práctica en torno a los comunes una caja de herramientas con la que diagnosticar y paliar algunas tensiones cruciales del capitalismo relacionadas tanto con su origen histórico como con sus posibilidades de reorganización y superación.

Los comunes son instituciones sociales colaborativas que regulan recursos –materiales o inmateriales– de propiedad colectiva. Se distinguen, por supuesto, de la propiedad privada convencional con la que hoy estamos familiarizados –como un coche particular– pero también de la propiedad estatal –como una carretera pública– o del acceso abierto a un recurso sin ningún tipo de régimen de gestión colectiva –como el aire o el agua del mar–. El tipo de propiedad y gestión colectivas que llamamos comunes era muy habitual antes del surgimiento del capitalismo, pero, además, ha logrado sobrevivir en muchas sociedades modernas de todo el mundo.

UN CONCEPTO ÓMNIBUS

La institución de los comunes se ha usado para gestionar un abanico muy amplio de bienes y servicios bajo formas sociales y jurídicas igualmente diversas en entornos políticos heterogéneos, por cierto, no siempre reivindicables desde la perspectiva de una democracia moderna. A pesar de esta inmensa variedad, la investigación histórica y antropológica ha descubierto algunas características compartidas y perseverantes muy interesantes de los comunes. En las sociedades en las que los comunes han florecido a menudo han sido un instrumento robusto, relativamente igualitario y ecológicamente sostenible para organizar el acceso a los medios de subsistencia. Además, los sistemas de gobierno de los comunes se han basado en la autogestión a través de procedimientos al menos potencialmente participativos. Durante miles de años, pueblos de todo el mundo han regulado con éxito el cuidado y la explotación colectivos de bosques, pastos, agua para el regadío, bancos de pesca, caza, caminos o canalizaciones siglos antes de que existieran los mercados o los Estados modernos. Para muchos teóricos y activistas, hay lecciones importantes en ese acervo histórico que podemos replicar en las sociedades industriales del siglo XXI, en especial, desde la perspectiva de los proyectos políticos que aspiran a promover una transición ecológica justa a una sociedad postcapitalista igualitaria.

Como no podía ser de otra forma, existe un vivo debate académico sobre cómo caracterizar con precisión los comunes y qué tipo de bienes y servicios entran en esa categoría. En general, los economistas tienden a privilegiar taxonomías formalmente consistentes que diferencian con nitidez los comunes de otro tipo de bienes y relaciones de propiedad. En cambio, los antropólogos, juristas, historiadores o filósofos suelen fijarse más en el contexto que rodea la aparición de los comunes y cómo se entreveran con el entorno productivo o la cultura de una sociedad.

Al margen de la discusión científica, el atractivo contemporáneo de los comunes y su vitalidad en el espacio público tiene que ver con su capacidad para evocar una constelación de conceptos relacionados con la solidaridad, la igualdad y la autocontención en la gestión de recursos materiales necesarios para la subsistencia: materias primas, tecnología, conocimiento… Se trata de uno de esos casos, poco frecuentes, en los que la investigación académica entronca con las preocupacionesde movimientos sociales emergentes, los intereses de una parte significativa de la opinión pública y el Zeitgeist contemporáneo.

En primer lugar, Peter Linebaugh (2019: 4) decía, con razón, que el concepto de comunes se ha convertido en «un término ómnibus» que, más allá de sus usos técnicos, autores muy populares usan en sentido amplio para sugerir «alternativas al patriarcado, a la propiedad privada, al capitalismo y a la competencia»: Laval y Dardot, Raj Patel, Antonio Negri, Maria Mies, Naomi Klein, David Graeber, Michael Wattts, Silvia Federici, Vandana Shiva… Por supuesto, es muy fácil ridiculizar esta clase de apelación a los comunes atacando su impresionismo conceptual: tal vez sea cierto que los comunes sugieren alternativas a la propiedad privada y a la competencia pero también lo hace Star Trek. De hecho, el uso público del léxico de los comunes no se limita a los movimientos sociales antagonistas y ha sido empleado por grandes empresas, campañas publicitarias o partidos políticos convencionales. Por otro lado, parece innegable que en las últimas décadas los conceptos pertenecientes al espectro de lo común han servido para establecer un horizonte discursivo compartido por un abanico de luchas políticas unidas por el rechazo del individualismo extractivista y de los procesos de mercantilización. Todo ello sin recurrir a etiquetas como «socialismo» o «populismo», muy connotadas y con una historia compleja. El paraguas de «lo común» tal vez se use a veces con poca precisión pero realmente ha agrupado en muy distintos contextos las energías utópicas de movimientos fragmentados.

En segundo lugar, al margen de esa potencia unificadora, el vocabulario de los comunes ha tenido un rendimiento conceptual más específico: ha reintroducido en los debates políticos contemporáneos las cuestiones relacionadas con la propiedad colectiva. En términos muy generales, desde los años cincuenta del siglo pasado la izquierda política occidental fue asumiendo progresivamente un marco político en el que las aspiraciones relacionadas con la socialización de los medios de producción quedaban en un segundo plano –o bien aplazadas sine die– y ganaban peso, en cambio, los proyectos redistributivos. Por supuesto, no es que se renunciara a la propiedad pública de ciertos sectores industriales: hasta principios de los años ochenta, el papel del Estado en la economía francesa, austriaca, alemana o italiana era medular. Pero el elemento de identidad política fuerte de muchas alternativas de izquierdas pasó a ser la igualdad salarial, las transferencias sociales o los servicios públicos y mucho menos la soberanía popular sobre los medios de producción. Los proyectos comunales vuelven a poner en el centro de la disputa política la cuestión de la propiedad como un elemento central de la capacidad de control democrático. No ya solo las fuerzas productivas sino también de los medios de vida en un sentido más amplio y, a veces, también más ambiguo. Por eso plantean un debate que no pueden pasar por alto los proyectos igualitarios contemporáneos.

El inicio de los debates académicos sobre los comunes se remonta a finales de los años sesenta del siglo pasado. También tienen una amplia e interesante prehistoria, largo tiempo olvidada, en el siglo XIX, durante la fase de consolidación del capitalismo, con partidarios y enemigos de los sistemas comunales. Pero es a partir de 1989, con la caída del Muro de Berlín, cuando se dispara el interés por las utilidades políticas contemporáneas de los bienes comunes.

En primer lugar, la desaparición de la Unión Soviética puso a cero, por así decirlo, el debate sobre la posibilidad y las características del postcapitalismo que, hasta ese momento, había estado muy encapsulado en la disyuntiva entre la planificación estatal y el mercado libre generalizado. A partir de 1989 los críticos del capitalismo se encontraron liberados de ese marco conceptual, lo que supuso un desafío enorme pero también les permitió tomar en consideración otras posibilidades de organización social no mercantil que carecían de adherencias simbólicas autoritarias, y tal vez permitieran evitar algunos de los dilemas de la planificación centralizada.

En segundo lugar, la caída de la Unión Soviética convirtió el neoliberalismo en un proyecto global hegemónico, lo que reactivó procesos de mercantilización a gran escala que habían estado contenidos hasta cierto punto por la política de bloques de la postguerra. Uno de los rasgos característicos del modelo de estado capitalista que se generalizó tras la Segunda Guerra Mundial fue su capacidad para establecer límites a la extensión del mercado. El Estado, por un lado, asumió un papel activo de mediación en los conflictos entre capital y trabajo y, por otro, proporcionó diferentes garantías sociales a los grupos populares: en parte debido a la mayor fuerza política de las clases trabajadoras y en parte por el deseo de las clases altas de limitar el atractivo de la opción soviética. A partir de 1989, la correlación de fuerzas cambió radicalmente y, en términos generales, el Estado se desentendió de su papel mediador. El resultado fue una oleada privatizadora mundial que incluyó nuevos y numerosos procesos de expropiación de bienes comunes. Fue este ataque neoliberal a los comunes el que llevó a muchos teóricos y activistas a interesarse por los mecanismos sociales que regulaban este tipo de instituciones y a tratar de averiguar en qué medida ofrecían un espacio de resistencia y una alternativa a la mercantilización.

EL ESPECTRO DE LOS COMUNES

El acervo teórico y práctico en torno a los bienes comunes es hoy inmenso y se expande por áreas de estudio y debate muy distintas que se han ido solapando y retroalimentando.

En primer lugar, los bienes comunes han sido analizados desde distintas ciencias sociales. La noción de commons es muy antigua y a lo largo del siglo XIX proliferaron las controversias entre economistas, juristas y periodistas que se preguntaban si la supuesta baja productividad de los comunales era fundamento suficiente para justificar su expropiación: por supuesto, en la mayoría de los casos la respuesta que dieron estos autores fue afirmativa. Fue, sin embargo, un terreno teórico escasamente cultivado por las ciencias sociales del siglo XX hasta que en 1968 un ecólogo llamado Garrett Hardin publicó en la revista Nature un legendario artículo titulado «La tragedia de los comunes». El texto de Hardin, en realidad, trataba sobre los efectos ecológicos del crecimiento demográfico y tan solo mencionaba de pasada los bienes comunes históricos. Sin embargo, fue el pistoletazo de salida para que un puñado de economistas institucionalistas, encabezados por Elinor Ostrom, iniciaran una serie de investigaciones de largo recorrido que lograron mostrar cuál es el funcionamiento real de los comunes y su viabilidad. El trabajo de Ostrom y sus colegas sacó a la luz en términos comprensibles para la economía estándar la racionalidad de los comunes y, al mismo tiempo, proporcionó un catálogo de experiencias históricas basado en el análisis empírico. Pronto, especialistas procedentes de otras disciplinas académicas como la antropología, el derecho o la historia se sintieron interpelados por el interés de Ostrom en el análisis sociohistórico y utilizaron sus propias herramientas teóricas y metodológicas para estudiar esa realidad social desde perspectivas teóricas alejadas de las de la economía ortodoxa.

Si los primeros debates modernos sobre los comunes se dieron en el campo de la economía y se centraron en el análisis de realidades sociales antiguas, el segundo foco de atención a los comunes –que, además, proporcionó a este concepto una notable visibilidad pública– fue diametralmente opuesto: surgió en un espacio social emergente relacionado con la tecnología de las comunicaciones y el digital turn de los años noventa del siglo XX. Realmente los conflictos políticos en torno a la tecnología digital se remontan a los años sesenta y setenta del siglo pasado, cuando se tomaron decisiones cruciales acerca de la arquitectura y el régimen de gobierno de los entonces incipientes nuevos medios digitales. Esas disputas concluyeron con la victoria de los partidarios del desarrollo privado de la digitalización frente a otras posibles configuraciones que podrían haber otorgado un mayor peso al sector público. Así que cuando en los años noventa se produjo la popularización de internet millones de usuarios se encontraron arrojados a un espacio sociotecnológico novedoso y con inmensas potencialidades en el que desde el primer momento se dieron conflictos entre los intereses privados de las grandes compañías tecnológicas y los posibles usos colaborativos de las tecnologías digitales sin que, y esto es lo crucial, estuviera prevista ninguna instancia de mediación público-estatal.

La recuperación y actualización en el entorno digital del antiguo modelo de los comunes –un tipo de institucionalidad cooperativa que no dependía de la intervención pública– apareció como una alternativa atractiva y escalable que pronto se materializó en una miríada de iniciativas, algunas de ellas tan conocidas y exitosas como Wikipedia o el sistema operativo GNU/Linux. Es objeto de debate no solo el alcance de la cooperación digital descentralizada sino incluso en qué medida tiene sentido incluir este tipo de colaboración en la categoría de los comunes. Con todo, es incuestionable que el entorno digital permitió, en primer lugar, que millones de personas de todo el mundo se familiarizaran con el repertorio conceptual de los comunes y con prácticas colaborativas en red que cuestionaban la inercia mercantilizadora de internet, pero también, en segundo lugar, que se visibilizaran dinámicas de privatización en curso de las que la tecnología digital eran tan solo la punta de lanza.

Precisamente, en tercer lugar, el activismo tecnológico en torno a los comunes digitales coincidió con –y retroalimentó– una serie de debates legales muy importantes relacionados con la propiedad intelectual. Uno de los pilares de la hegemonía global neoliberal fue un conjunto de cambios legislativos internacionales que establecieron nuevas condiciones para las transacciones comerciales y financieras, pero también innovaciones muy importantes en el campo del copyright, incrementando la capacidad de las empresas para apropiarse de realidades inmateriales que antes eran de libre acceso o bien ampliar el control que ya tenían sobre ellas: semillas, plantas, microorganismos, algoritmos, conocimientos tradicionales… Es difícil sobredimensionar el efecto histórico de estas transformaciones legales. Fueron la base del inmenso proceso de privatización y concentración que han experimentado, por ejemplo, las empresas tecnológicas o la industria alimentaria y ha sesgado profundamente los desarrollos científicos contemporáneos en muy diversas áreas de investigación.

Los Estados desempeñaron un papel muy importante en esta transformación del copyright pues, al fin y al cabo, fueron quienes firmaron los convenios internacionales que blindaron los intereses de las grandes corporaciones. Por eso, como respuesta a la privatización surgieron alternativas como el copyleft o el open access que intentaban trasladar la lógica de los comunes al campo del derecho mediante usos imaginativos e inteligentes de la legislación del copyright que no requerían de intervenciones estatales a gran escala. Las alternativas libres al copyright tuvieron mucho éxito en el mundo del software, donde casi han llegaron a normalizarse, pero realmente han sido proyectos que aspiraban a ir más allá de la tecnología digital e incorporarse a la práctica científica, el periodismo, la literatura, la música o el cine, entre otros campos. Muy especialmente, la organización Creative Commons –fundada por Lawrence Lessing– supuso un hito importante no solo por la popularidad de sus licencias sino porque permitió que mucha gente tuviera su primer contacto con un término («commons») que seguramente nunca había usado antes con ese sentido.

Las iniciativas legales en el campo de los comunes no se han movido solo en la escala microsociológica de las licencias libres. En ocasiones, los defensores de los comunes han luchado por revertir los cambios en las legislaciones nacionales dirigidos a restringir las prácticas colaborativas tradicionales y privatizar el acervo común. Otras veces, especialmente en América Latina, la luchas por los comunes se han incorporado a proyectos progresistas de reforma constitucional, que han tratado de blindar las leyes fundamentales frente a la depredación ecológica. El concepto de bienes comunes ha sido entendido como una herramienta útil para frenar la dependencia de estos países de las prácticas económicas, heredadas de la época colonial, que esquilman los recursos naturales –especialmente minerales y combustibles fósiles– dejando a los países productores sumidos en la pobreza y la dependencia de grandes empresas que suministran el capital y la tecnología necesarios para el proceso extractivista.

En cuarto lugar, la centralidad de los comunes en los proyectos postcapitalistas contemporáneos es, en parte, también el resultado de una sucesión de debates políticos y movimientos sociales dispersos y heterogéneos que hoy pueden resultar un tanto lejanos pero que han sido importantes hitos antagonistas. Uno de esos debates tiene que ver con las políticas públicas. En efecto, el papel del Estado en los procesos de mercantilización neoliberal planteó un dilema tanto a los teóricos de las políticas de bienestar como a los activistas. Por un lado, no es discutible que el estado de bienestar fue el resultado histórico de políticas públicas impulsadas por gobiernos a través de un frondoso entramado burocrático. Por otro lado, los gobiernos y sus aparatos administrativos estaban siendo actores clave en la destrucción del estado de bienestar y la promoción de los procesos de privatización. La teoría de los comunes apareció, así, como una alternativa desde las que defender la sanidad, la vivienda o la educación públicas desde posiciones no estatocentricas.

De igual forma, en las críticas del capitalismo posteriores a 1989 fueron adquiriendo una gran visibilidad los movimientos indigenistas, que se convirtieron en fuente de inspiración política para movimientos sociales muy alejados geográfica y culturalmente y en cuyas reivindicaciones ocupaban un lugar central la preservación de los bienes comunes tradicionales. Muy especialmente, el levantamiento zapatista de Chiapas, el 1 de enero de 1994, tuvo una enorme repercusión internacional y fue una pieza fundamental en la constitución del movimiento antiglobalización que eclosionó cinco años después, en la contracumbre de Seattle de 1999 y que logró paralizar los tratados de libre comercio que estaba impulsando la World Trade Organization. Los zapatistas protestaban, en general, contra los nuevos acuerdos de libre comercio que prometían empobrecer aún más a los países del Sur Global, pero, muy especialmente, denunciaban las reformas neoliberales de la Constitución mexicana que amenazaban la supervivencia de las tierras comunales.

Este bagaje antagonista ha tenido un efecto importante, por último, en el medioambientalismo contemporáneo. Las políticas de los comunes, en sentido amplio o más técnico, forman parte de la lógica de autocontención que se encuentra en la base de diferentes propuestas de transición ecológica postcapitalista igualitaria. Es comprensible que sea así. Muchas sociedades que incorporaron las instituciones comunales a su infraestructura política lograron desarrollar un metabolismo social estable y sostenible. Se trata, por tanto, de una fuente de inspiración importante para iniciativas que se mueven, por ejemplo, en la órbita de las economías del estado estacionario, los proyectos de decrecimiento o el Green New Deal.

LUCES Y SOMBRAS DE LOS COMUNES

El universo de los comunes es un espacio conceptual y pragmático muy abigarrado, en el que no siempre es sencillo diferenciar los usos retóricos del vocabulario comunal –que apelan de forma amplia a la solidaridad y el trabajo colaborativo– de los proyectos de construcción institucional de formas de propiedad colectiva con un programa bien definido. Estos últimos, por otro lado, pueden consistir en prácticas concretas bien articuladas pero encapsuladas en contextos microsociológicos, en proyectos macrosociológicos de transformación social a gran escala o en un híbrido de ambos. Por último, los comunes no siempre se plantean como una alternativa –parcial o total– al capitalismo. Para mucha gente, se trata de formas institucionales que pueden y deben convivir con el mercado. El de los comunes es un entorno políticamente ecuménico en el que coexisten proyectos procedentes de todo el espectro político: desde libertarianos anarcocapitalistas hasta ecosocialistas, desde comunitaristas conservadores a ciberfeministas.

Buena parte de las ambigüedades políticas de los comunes tienen que ver con el debate sobre el vínculo social asociado a este tipo de institución. Los comunes tradicionales se desarrollaron en comunidades robustas con características muy idiosincrásicas: relaciones sociales duraderas, fuerte peso de la tradición, estructuras familiares sólidas vertebradoras la vida cotidiana, una religiosidad viva… ¿Pueden sobrevivir esas prácticas en entornos sociales como los de las sociedades industriales de masas? ¿Son compatibles los comunes con los estándares de libertad personal que consideramos inseparables de las democracias modernas? Es poco probable que los mercados generalizados desaparezcan en el corto plazo, ¿qué encaje pueden tener los comunes con los distintos tipos de mercado que existen en nuestra sociedad?

No es raro que las defensas de los comunes sean apologías retrospectivas de formas sociales premercantiles. Con independencia de que se acepte o no esa valoración positiva de algunas sociedades pasadas, nos dice poco respecto a las perspectivas de futuro y al papel de los comunes en ellas. En ocasiones, las reivindicaciones de los comunes forman parte de proyectos políticos y culturales más amplios con adherencias polémicas como, por ejemplo, propuestas de espiritualidad animista. O bien, pronósticos políticos muy arriesgados, como que el colapso ecológico inevitable acabará con las estructuras estatales y en ese espacio de crisis se abrirá una ventana de oportunidad para los comunes. Desde otras perspectivas se plantea, en cambio, que los comunes pueden ser la clave de una domesticación ecológica del capitalismo que haga convivir la dinamicidad de las economías de mercado con valores solidarios y comunitarios.

Este libro intenta hacerse cargo del escarpado territorio intelectual y político de los comunes, analizando las elaboraciones, matices y modulaciones que se han realizado de esa constelación conceptual tanto desde las ciencias sociales y humanas como desde los movimientos sociales. Su objetivo es hacer una evaluación de la recuperación teórica de los comunes en las últimas décadas y, en ese sentido, es sensible a las distintas posiciones ideológicas desde las que se han reivindicado. Sin embargo, en ningún caso pretende ser una intervención políticamente neutral. Al contrario, aspira a contribuir a la extensa familia de proyectos antagonistas que han encontrado en ese repertorio conceptual heredado del pasado herramientas útiles para la construcción de un proyecto democrático postcapitalista.

El primer capítulo rastrea el origen teórico de los debates contemporáneos en torno a los comunes, tratando de ubicarlos en un contexto político e intelectual amplio. El segundo capítulo propone una revisión de la historia de los comunes y, sobre todo, de los ataques sistemáticos que estas instituciones sufrieron durante el periodo de formación del capitalismo. Las aproximaciones históricas y antropológicas a los comunes –muy distintas de las de la economía o la ciencia política– no solo tienen interés científico en sí mismas, sino que han sido muy influyentes en distintas propuestas prácticas radicales y de largo recorrido. El tercer capítulo plantea un análisis de las relaciones complejas entre los comunes, las políticas públicas y la burocracia. Se trata de un asunto particularmente importante a la hora de explorar los conflictos y sinergias que se pueden dar entre instituciones comunes y políticas sociales y, por tanto, la posibilidad de integrar las instituciones comunes en los estados de bienestar modernos. Por último, el cuarto capítulo analiza la revitalización del interés por los comunes en el contexto de la lucha contra la crisis ecosocial contemporánea. Por un lado, los proyectos neocomunales se están reivindicando como parte de una solución a la espiral autodestructiva del capitalismo. Por otro lado, la policrisis medioambiental tiene características únicas que plantean retos complejos, en ocasiones insalvables, a esas propuestas comunales.

Muchos defensores actuales de los comunes se ven a sí mismos como continuadores y, al mismo tiempo, renovadores de una tradición política secular comprometida con la igualdad, la libertad y la solidaridad y piensan que algunas elaboraciones recientes de las ciencias sociales contemporáneas apoyan esa aspiración. En este libro se analizan algunas ambigüedades y zonas de sombra de ese proyecto, pero en ningún caso se propone una impugnación. Todo lo contrario, se trata de una crítica fraterna que pretende contribuir al fortalecimiento de los proyectos contemporáneos de transformación social emancipadora en un momento en el que la crisis ecológica nos hace asomarnos al abismo de la catástrofe colectiva.

CAPÍTULO I

De la tragedia de los comunes a las instituciones colaborativas

El universo de los comunes –tanto la reflexión teórica como las intervenciones sociales y políticas– es hoy un campo académicamente multidisciplinar, ideológicamente transversal y socialmente heterogéneo. Sin embargo, podemos localizar con mucha precisión el origen de la recuperación contemporánea de los comunes: el punto exacto a partir del cual se produjo un efecto de bola de nieve que sacó la teoría de los commons de las discusiones de un puñado de historiadores y juristas, proyectándola a un amplio abanico de disciplinas científicas y convirtiéndola en el utillaje conceptual de los movimientos sociales. Ciertamente, muchos expertos en los comunes no se sienten hoy reconocidos ni interpelados por ese contexto original, les parece que se trata de un debate muy académico, con sesgos conceptuales extremadamente idiosincrásicos. En particular, la impronta de las teorías de la elección racional –con sus presuposiciones fuertes en torno a la subjetividad humana– en la formulación inicial del problema de los comunes es recibida con mucha hostilidad por teóricos procedentes, por ejemplo, del campo marxista o de disciplinas como la antropología. Pero lo cierto es que los términos originales del debate modularon en buena medida las opciones teóricas disponibles posteriormente.

LA PROPUESTA DE HARDIN

En 1968 Garret Hardin –un zoólogo experto en ecología humana– publicó un artículo titulado «The Tragedy of the Commons» [«La tragedia de los comunes»] que ha sido citado en infinidad de ocasiones pero no siempre se discute con detenimiento. Curiosamente, y en contra de lo que mucha gente cree, el texto original de Hardin es un artículo de opinión muy ideologizado, casi un panfleto, que reformula tesis malthusianas clásicas. Básicamente, Hardin alerta sobre los riesgos del crecimiento de la población mundial y, como alternativa, propone implementar políticas demográficas coercitivas. A pesar del título del artículo, la cuestión de los bienes comunes históricos resulta marginal en su argumentación y se analiza de pasada en apenas un par de párrafos. Metodológicamente, se trata de un texto bizarro que mezcla demografía, etología y teoría de la decisión racional, elogia las teorías psicológicas heterodoxas de Gregory Bateson y lanza opiniones muy vehementes sobre un abanico de temas asombrosamente amplio.

El artículo de Hardin estaba muy influenciado por al menos tres factores propios de su coyuntura histórica. En primer lugar, escribe en el momento de eclosión en Occidente de la preocupación por el medio ambiente y, sobre todo, por la incompatibilidad del crecimiento económico con la sostenibilidad de los ecosistemas necesarios para la vida humana. En 1970 se publica el trabajo pionero de Nicholas Georgescu-Roegen The Entropy Law and the Economic Process. Tres años antes, en 1968, se había fundado El Club de Roma, la institución no gubernamental que encargó a Donella Meadows el informe Limits to Growth [Los límites del crecimiento], publicado en 1972, que supuso el pistoletazo de salida del medioambientalismo contemporáneo. En ese momento, los debates ecológicos, en los que Hardin participó activamente, tenían un sentido político peculiar, pues cuestionaban indirectamente la base económica del Estado keynesiano, cuya capacidad para internalizar los conflictos de clase y fomentar el pacto social se basaba en índices de crecimiento económico muy altos y constantes. En la argumentación de Hardin, como veremos, este asunto es central.

En segundo lugar, en ese momento las discusiones sobre los límites del crecimiento tenían un fuerte sesgo demográfico –el problema medioambiental se asociaba, por encima de todo, con el crecimiento de la población– que se solapaba sobre una larga tradición inversa de alarmismo demográfico a menudo abiertamente racista y nacionalista (Teitelbaum y Winter, 1985; Lindqvist, 2002). Desde principios del siglo XX, la opinión pública occidental fue alertada recurrentemente de los riesgos de su declive demográfico frente a una creciente masa no europea potencialmente invasora que amenazaría los cimientos de la civilización (un antecedente de las tesis conspiranoicas actuales del Gran Reemplazo). En ocasiones, el medioambientalismo neo­mal­thu­sia­no sirvió para reformular ese nativismo eurocéntrico mediante herramientas técnicas aparentemente neutras: no se trataría ya de prejuicios racistas acerca de, por ejemplo, el «peligro amarillo» sino de los límites de carga objetivos de los ecosistemas (Muradian, 2006).

En tercer lugar, en 1968 las cuestiones medioambientales se plantean sobre el telón de fondo de una oleada de conflictividad política que atraviesa el mundo de París a México pasando por Berkeley. En ese contexto, se produce un cuestionamiento generalizado del estado de bienestar, que sufre ataques tanto desde la izquierda, por su legitimación de la alienación laboral y la sumisión social, como desde la derecha, que alerta sobre el modo en que beneficia el parasitismo social. Concretamente, en Estados Unidos, el Partido Republicano inició una campaña dirigida a ganar apoyos en el sur empobrecido del país a través de la denuncia del supuesto uso ventajista de las políticas de bienestar por parte de los grupos sociales racializados. Desde los años setenta, los medios de comunicación conservadores centraron su foco en las llamadas welfare queens. El ejemplo paradigmático es el de Linda Taylor, una mujer racializada con ochos hijos que se convirtió en una celebridad en Estados Unidos cuando, en 1974, más de 11.000 periódicos locales publicaron noticias sobre sus fraudes con cheques de la seguridad social. Entre 1976 y 1980, cuando llegó a la presidencia del gobierno, Ronald Reagan citó decenas de veces en sus actos electorales el caso de Taylor (Levin, 2019).

El artículo de Hardin quintaesencia todo este contexto. ¿Por qué formula la parábola de la tragedia de los comunes dentro de una argumentación dirigida a alertar sobre los problemas de sobrepoblación y defender políticas demográficas coercitivas? Sencillamente porque le sirve para establecer que la dinámica poblacional no tiene solución técnica: o sea que, efectivamente, es un dilema. Hardin muestra una conciencia aguda y lúcida de los límites biofísicos del planeta y la centralidad de los dilemas de acción colectiva y miopía cognitiva en el campo medioambiental pero se centra exclusivamente en una variable, el crecimiento demográfico: «El mundo disponible para la población humana terrestre es finito. (…) Un mundo finito solo puede sostener a una población finita; por tanto, el crecimiento demográfico debe ser finalmente igual a cero» (Hardin, 1968: 1243).

La solución para revertir la tendencia hacia el colapso, dice Hardin, es renunciar a la «política reproductiva de laissez-faire». En efecto, según Hardin, inconscientemente estaríamos aplicando de forma espuria al campo demográfico la teoría de la mano invisible de Adam Smith, a saber: «La tendencia a asumir que las decisiones tomadas individualmente darán lugar, de hecho, a las mejores decisiones para el conjunto de una sociedad» (Hardin, 1968: 1244), pues se producirá una coordinación armónica de las decisiones egoístas. El uso de la metáfora de los bienes comunes está dirigida a apuntalar esa crítica.

La tragedia de los comunes es una parábola sencilla que resume un dilema bien conocido de la acción colectiva: si varios individuos actuando racionalmente y motivados por su interés personal utilizan de forma independiente un recurso compartido y limitado, terminarán por agotarlo o destruirlo pese a que a ninguno de ellos les conviene que se produzca esa situación. Hardin pone como ejemplo un terreno que utilizan sin restricciones un grupo de granjeros para alimentar su ganado. Cada uno de ellos intenta mantener en los terrenos comunes de pasto tantas cabezas de ganado como sea posible. Ninguno encontrará incentivos para dejar de añadir animales a su rebaño porque los efectos negativos de la sobrepoblación se reparten entre todos los ganaderos y en el corto plazo siempre serán menores para él que los beneficios.

Imagínate un pastizal abierto a cualquiera. Cabe esperar que cada pastor intente mantener el mayor número de cabezas de ganado posible en esas tierras comunes. Este arreglo puede funcionar de forma razonablemente satisfactoria durante siglos mientras las guerras tribales, la caza furtiva y las enfermedades mantengan el número de animales y personas por debajo de la capacidad de carga de la tierra. Finalmente, sin embargo, llega el día de ajustar cuentas, es decir, el día en el que el largamente deseado objetivo de la estabilidad social se hace realidad. En este punto, la inmisericorde lógica inherente a los comunes genera una tragedia.

Cada pastor, actuando racionalmente, trata de maximizar su ganancia. Explícita o implícitamente, más o menos conscientemente, se pregunta: «¿Cuál es la utilidad para mí de añadir un animal más a mi rebaño?». Esta utilidad tiene un componente positivo y otro negativo.

1) El componente positivo es una función del incremento de un animal. Como el pastor recibe todos los beneficios de la venta de cada animal adicional, la utilidad positiva es cercana a +1.

2) El componente negativo es una función del sobrepastoreo que genera cada animal adicional. Como, en cambio, los efectos del sobrepastoreo se comparten entre todos los pastores, la utilidad negativa de cada decisión particular por un pastor es solo una fracción de -1.

Al sumar las utilidades parciales, el pastor racional concluye que la única conducta sensata es añadir otro animal a su rebaño. Y otro, y otro… Pero esta es la conclusión a la que llegan todos y cada uno de los pastores que comparten un terreno común. Y ahí está la tragedia. Cada persona está atrapada en un sistema que le impulsa a incrementar su ganado sin límites en un mundo limitado. La ruina es el destino al que se precipitan todos los hombres, cada uno buscando su propio beneficio, en una sociedad que creen en la libertad de los comunes. La libertad de los comunes trae la ruina a todos (Hardin, 1968: 1244).

La tragedia de los comunes que describe Hardin es un dilema pragmático porque, hagan lo que hagan los demás, para cada ganadero lo racional individualmente es añadir una cabeza de ganado más. Si los demás ganaderos se preocupan por la sobreexplotación y deciden no aumentar sus rebaños, entonces no hay ningún motivo racional para no aprovecharse de la autocontención de los demás incrementando el propio rebaño. Y si los demás ganaderos se comportan como egoístas racionales entonces la conducta sensata es no ser el único pardillo que práctica la autocontención y sacar provecho de la abundancia mientras dure. El dilema consiste en que, de ese modo, todos los agentes, actuando como individuos racionales, obtendrán un resultado inferior al que hubieran alcanzado llegando a un acuerdo mutuamente altruista por medio de canales deliberativos y no competitivos.

Para Hardin el dilema de los comunes es estructural y se da siempre que se plantean ciertas condiciones: recursos escasos y una población suficientemente elevada. Las dinámicas extractivistas de depredación de los recursos naturales serían, así, un universal antropológico y si sus efectos son imperceptibles en algunos contextos históricos es solo porque en ellos la densidad de población es muy baja. Hardin no pretende estar planteando una tesis novedosa y cita fuentes del siglo XIX en las que ya se expone la tragedia de los comunes.

Hardin propone dos salidas al dilema: la mercantilización o la intervención de un agente externo distribuidor (típicamente, el Estado). Ambas son, en realidad, formas de reformular una situación que en sí misma lleva a un callejón sin salida. La privatización –que Hardin piensa que ha sido sistemáticamente la elección histórica favorita para evitar el abuso individual– reordena la competición de forma que cada individuo tenga que asumir personalmente los costes de sus propias decisiones. Sin embargo, la opción mercantilizadora no sirve, piensa Hardin, para aquellas situaciones en las que es difícil excluir a algunos usuarios del disfrute de esos bienes. Ese sería el caso de la contaminación: como es tan costoso privatizar el aire o el agua, «estamos atrapados en un sistema de “ensuciar nuestro propio nido” y así seguirá mientras actuemos únicamente como libres empresarios, independientes y racionales» (Hardin, 1968: 1245).

Un segundo ámbito en el que la privatización no es una opción realista es la demografía. También en este caso, según Hardin, el problema es la ausencia de un mecanismo competitivo, como el mercado, que genere coordinación. Pero aquí esa ausencia no es un rasgo intrínseco del bien común en cuestión, como ocurría con la contaminación, sino que es una consecuencia de las políticas sociales. El estado de bienestarintroduciría ruido político en los mecanismos naturales –observables en muchas especies animales– que empujan espontáneamente hacia el equilibrio demográfico. Es una argumentación clásica que desarrollaron economistas como Ludwig von Mises o Friedrich Hayek: el sistema de precios es un mecanismo de transmisión de información social fragmentaria que genera un nivel de coordinación social mayor que el que ninguna institución organizadora podría alcanzar. Desde esta perspectiva, la intervención centralizada no hace más que distorsionar el flujo de información impidiendo la coordinación óptima. El equivalente demográfico del sistema de precios sería la competición darwiniana que el estado de bienestar silenciaría induciendo artificialmente un dilema de los comunes demográfico: