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La Constitución de los Estados Unidos Mexicanos fue aprobada el 3 de octubre de 1824, y fue publicada el 5 de ese mismo mes. Unos meses después apareció Constitución de una república imaginaria, de Lizardi. Fernández de Lizardi, sin embargo, consideró que la Carta magna de los mexicanos no se ocupaba de cuestiones de enorme relevancia como la religión y la situación de los clérigos, la milicia, los oficios y artes. La Constitución de una República imaginaria se ocupa de estas cuestiones, del derecho a la ciudadanía y de la utilidad de los ciudadanos de la nueva república.
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Seitenzahl: 66
Veröffentlichungsjahr: 2010
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José Joaquín Fernández de Lizardi
Constitución de una República imaginaria Edición de Héctor Azar
Barcelona 2024
Linkgua-ediciones.com
Título original: Constitución de una República imaginaria.
© 2024, Red ediciones S.L.
e-mail: [email protected]
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN rústica ilustrada: 978-84-9953-307-0.
ISBN tapa dura: 978-84-9007-688-0.
ISBN ebook: 978-84-9953-013-0.
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Créditos 4
Brevísima presentación 9
La vida 9
I 11
Título primero: De los ciudadanos, sus derechos y privilegios 19
Capítulo primero. De los ciudadanos 19
Capítulo segundo: de sus derechos y privilegios 19
Capítulo tercero: de los privilegios de los ciudadanos 19
Capítulo cuarto: de los honoríficos distintivos de los ciudadanos 20
Título segundo: Capítulo único. De la forma de gobierno de la nación 25
Título tercero: De la administración de justicia en lo criminal 29
Capítulo primero. De las cárceles 29
Capítulo segundo: código criminal: de los asesinos alevosos 33
Capítulo tercero: de los ladrones 36
Capítulo único: de los ebrios, tahúres, andrajosos y vagos 37
III 43
Título segundo. De las fuentes de la riqueza nacional y del modo de hacerlas comunicables entre todos los ciudadanos 47
Capítulo primero. De la agricultura 47
IV 57
Capítulo primero: del fomento de la industria o de las artes 60
Título cuarto: Capítulo único. De la libertad de imprenta 67
V 71
Titulo cuarto: Capítulo único: De la ensalada 77
Libros a la carta 89
Fernández de Lizardi, José Joaquín (1776-1827). México.
Hijo de Manuel Fernández de Lizardi y Bárbara Gutiérrez. Nació en la Ciudad de México.
En 1793 ingresó en el Colegio de San Ildefonso, fue bachiller y luego estudió teología, aunque interrumpió sus estudios tras la muerte de su padre.
Hacia 1805 escribió en el periódico el Diario de México. En 1812, tras las reformas promulgadas por la Constitución de Cádiz, Fernández de Lizardi fundó el periódico El Pensador Mexicano, nombre que usó como seudónimo.
Entre 1815 y 1816, publicó dos nuevos periódicos: Alacena de frioleras y el Cajoncito de la alacena.
En mayo de 1820, se restableció en México el gobierno constitucional y, con la libertad de imprenta, fueron abolidas la Inquisición y la Junta de Censura. Entonces Fernández de Lizardi fundó el periódico El conductor eléctrico, a favor de los ideales constitucionales; y apenas unos años después, en 1823, editó otro periódico, El hermano del Perico.
Su último proyecto periodístico fue el Correo Semanario de México.
Murió de tuberculosis en 1827 y fue enterrado en el cementerio de la iglesia de San Lázaro.
Sacristán ¿Conque ya se verificó el receso de las Cámaras?
Payo ¿Qué cosa es receso, compadre?
Sacristán Yo entiendo que es una suspensión de las sesiones.
Payo ¿Conque no se vuelven a abrir hasta el próximo enero?
Sacristán Así dicen.
Payo Caramba, ¡qué vacaciones tan largas!
Sacristán Mas son precisas: bastante han trabajado los señores.
Payo Quisiera yo saber cuáles son los beneficios públicos y generales que debe percibir la República, de los desvelos y trabajos que han tenido las Cámaras en cinco meses.
Sacristán Deben de ser muy grandes; pero como es obra del tiempo, con el tiempo lo sabremos: ello es que se han tratado asuntos de mucha gravedad, sin descuidarse hasta de señalar premios a los intraductores de guanacos, camellos y otras alimañas, lo que debe traer a la República inmensos bienes.
Payo Con razón yo he rabiado siempre porque me hicieran diputado, pues es muy grande cosa el poder servir uno a su patria con sus talentos.
Sacristán Cabal que sí; yo también me he visto acosado de iguales deseos; pero ahora me ocurre un arbitrio para que entre los dos aliviemos esta furiosa comezón que tenemos de ser legisladores.
Payo ¿Y cómo puede ser eso, compadre, siendo como somos unos legos, sacristanes y rancheros?
Sacristán Eso no le haga a usted fuerza; la empresa de reformar el mundo es lo más fácil, mucho más si las reformas se hacen sin contrario. Platón hizo su República, Fenelón su Telémaco, Tomás Moro su Utopía, el padre Causinio su Corte Santa, y así otros; ¿qué embarazo, pues, encuentra usted para que entre los dos hagamos nuestra Constitución mexicana, destruyamos abusos y abramos las puertas de la abundancia y felicidad general con nuestras sabias leyes?
Payo Compadre, ¿está usted loco? ¿Qué mayor embarazo ha de haber que nuestra conocida ignorancia? ¿Qué entendemos nosotros de derecho público, de política, de economía, ni tantas maritatas que se necesitan saber para llenar el difícil cargo de legislador?
Sacristán Cierto que se ahoga usted en poca agua: ¿pues qué usted cree que para ser diputado se necesita saber tanto? no, amigo, en teniendo patriotismo y buena intención, con eso basta; y en sabiendo citar oportunamente a Montesquieu, Filangieri, Benjamín Constant, Payne, Madame Stael, Bentham, y otros autores clásicos ¡Ave María purísimal entonces puede uno pasar por un Séneca; y si el diputado tiene tal cual noticia de la Constitución inglesa y del Código de Napoleón, entonces sí, ya no hay más qué pedir!
Payo Pues todo eso no me convence, compadre, porque nosotros ni aun eso sabemos.
Sacristán Pero tenemos patriotismo.
Payo Esa virtud ayuda, pero no basta para ser legislador, si falta ciencia. Un charlatán en medicina, por mucha caridad que tenga, matará a cuantos enfermos pueda, con buena intención, porque le falta la ciencia médica; así también un charlatán político dictará malas leyes por más patriotismo que rebose.
Sacristán Pero a nosotros ¿qué cuidado nos deben dar nuestras erradas? ¿Acaso se han de obedecer, ni poner en práctica nuestras leyes ni nuestros pensamientos? ¿A quién han de perjudicar por ridículas y disparatadas que sean? A ninguno, luego ¿qué mal tenemos que esperar de nuestra nueva legislación?
Payo Y si por una casualidad dijéramos alguna cosa buena, ¿acaso se admitirá? No: luego ¿qué bienes nos vendrán por esas gracias? Es gana, compadre; deseche usted ese mal pensamiento; advierta que no somos literatos, que usted no pasa de un sacristán, ni yo de un ranchero.
Sacristán Eso no me espanta: rancheros he visto yo, que parecen literatos, y literatos que parecen rancheros; conque zas, manos a la obra, y vamos a organizar la República a nuestro modo. Usted se llama Cámara de Senadores, y yo, Cámara de Diputados: entre los dos discutimos nuestras proposiciones, y luego que estemos acordes, fijamos los artículos respectivos.
Payo Vaya con mil diablos, compadre: usted ha dado en que me ha de volver loco; pero nomás una cosa le encargo, y es que no se impriman estas conversaciones.
Sacristán Y ¿por qué?
Payo Porque ya estoy considerando que vamos a rebuznar, tan altamente que será mano de que nos chiflen y apedreen en la calle.
Sacristán No tenga usted miedo; en México son bien prudentes, y no se espantan de rebuznos. Quedáramos bien con que después de trabajar en beneficio público, quedaran sepultadas en el olvido nuestras brillantes producciones.
Payo ¿Y si son unos brillantes desatinos?
Sacristán Ésos se imprimen con más tacto y se venden con más estimación, como lo acredita la experiencia. Conque, no sea usted cobarde. Comencemos.
Payo Pero si no sé por dónde empezar.
Sacristán Por donde a usted se le antoje: ¿acaso alguno manda nuestra boca? Comenzaremos dividiendo el territorio, estableceremos la forma de gobierno, dividiremos los poderes, arreglaremos la milicia, dictaremos el código penal; y hablaremos de lo que se nos diere la mucha gana: el caso es que hemos de procurar hablar con algún aire de novedad, pues; que parezcamos inventores, no imitadores, porque para copiar nuestra Constitución, la de Jalisco o de otra parte, cualquiera lo hace; el caso es decir cosas nuevas aunque sean desatinos.
Payo Comencemos. ¿Serán ciudadanos todos los nacidos en cualquier Estado o territorio de la Federación mexicana?
Sacristán