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Esta obra procura hacer una síntesis de toda la historia de Cuba, desde 1492 hasta el siglo xxi. Esto implica trabajar con un sentido de historia total, en la medida de lo posible, para ofrecer a un amplio espectro de lectores un panorama general del devenir de esta nación caribeña. Sin dejar de reconocer los estudios que le han precedido y la deuda que tiene con ellos, Francisca López Civeira logra dar un recorrido panorámico de toda la historia de Cuba, invitando a los lectores adentrarse en ella y seguir indagando en las raíces cubanas, y en lo que son en la actualidad.
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Seitenzahl: 308
Veröffentlichungsjahr: 2024
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Edición: Adyz Lien Rivero Hernández Diseño de cubierta e interior: Yisell Llanes Cuellar
Corrección: Ricardo Luis Hernández Otero Composición digitalizada: Seidel González Vázquez (6del) Conversión a e-book: Amarelis González La O
© Francisca López Civeira, 2021
© Sobre la presente edición: Editorial de Ciencias Sociales, 2021
ISBN: 9789590624292
Estimado lector, le estaremos muy agradecidos si nos hace llegar su opinión, por escrito, acerca de este libro y de nuestras ediciones.
INSTITUTO CUBANO DEL LIBRO Editorial de Ciencias Sociales Calle 14 no. 4104, entre 41 y 43, Playa, La Habana, Cuba [email protected]
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Este libro es deudor de síntesis que le han precedido, en las cuales esta autora tuvo participación junto a colectivos más amplios. Es el caso de los textos Cuba y su historia, escrito junto a los colegas Oscar Loyola Vega y Arnaldo Silva León, y la Historia de Cuba realizada en tres tomos —popularmente conocida como “los libros verdes” por el color de sus cubiertas—, junto a los mismos colegas, más Eduardo Torres-Cuevas, Mario Mencía, Pedro Álvarez Tabío y José Cantón Navarro, colectivos en los cuales fungí como coordinadora. En esta deuda no puedo omitir al colectivo que elaboró el texto Historia de Cuba para el nivel medio superior, en el cual participé bajo la coordinación de José Rodríguez Ben y con las coautorías de Loyola, Susana Callejas Opisso y Horacio Díaz Pendás, continuado con nuevos integrantes en la actualidad. Esos trabajos en equipo han sido muy importantes para la concepción de una síntesis de la historia de Cuba, por lo que hoy sirven de base para esta nueva obra, de una mayor brevedad. No es posible tampoco obviar trabajos de síntesis precursores en este campo, de autores como Julio Le Riverend, Olga López y otros, que en décadas anteriores también trabajaron con ese objetivo y sentaron precedentes.
Sirva esta nota para reconocer a quienes se han interesado por presentar una sintética historia de Cuba —lo que implica trabajar con un sentido de historia total en la medida de lo posible— para ofrecer a un amplio espectro de lectores un panorama general del devenir de esta nación caribeña, que ha tenido que construir su historia siempre en defensa de su ser frente “al otro” o “los otros” movidos por propósitos de dominio. Valga, igualmente, para agradecer el apoyo del colega Fabio Fernández Batista, por su aliento y comentarios útiles a este libro; a mi familia, apoyo y alegría siempre presentes, y sea también un reconocimiento al pueblo protagonista de esta historia.
Francisca López Civeira
Septiembre de 2020
El 12 de octubre de 1492 llegó el navegante de origen genovés, Cristóbal Colón, con sus tres navíos a tierras entonces desconocidas para los europeos —que después serían denominadas América—, en cumplimiento del contrato firmado con los Reyes Católicos de España, las llamadas “Capitulaciones de Santa Fe”, que normaban esa empresa cuyo objetivo esencial era abrir la ruta comercial con Asia de manera directa, y establecían los beneficios para Colón, como el nombramiento perpetuo de Almirante de las islas y tierra firme que descubriera o ganara en las “Mares Océanas”, la condición de virrey y gobernador en esos territorios, el derecho a obtener la décima parte de las riquezas y mercancías obtenidas allí, así como la participación en nuevas expediciones y sus ganancias.
El 27 de octubre, el Almirante arribó a la costa norte oriental de un territorio que consignó con el nombre de Cuba, a veces Colba, en su Diario de navegación. ¿Qué encontró en esta tierra de la que dijo era “la más hermosa que ojos hayan visto”?1 Según Colón, encontró aquí gente “muy mansa y muy temerosa, desnuda, como dicho tengo, sin armas y sin ley”. Elogió la fertilidad de la tierra y mencionó las casas que vio y visitó, frutos, aves, así como algunos de sus utensilios.2 Por tanto, había llegado a un lugar donde existían comunidades con su propia cultura y que lo recibieron en paz y con cortesía.
Aquellos primeros pobladores de Cuba, los cuales se considera que arribaron en sucesivas migraciones aproximadamente desde 10 000 años antes, procedentes de áreas continentales e insulares, quedaron en los relatos de los conquistadores comprendidos en tres grupos fundamentales: ciboneyes (siboneyes), taínos y guanahatabeyes, ordenamiento que perduró por mucho tiempo, aunque en estudios más contemporáneos se han establecido otras maneras de clasificarlos, básicamente a partir de sus actividades, las cuales evidencian, desde los análisis arqueológicos, distintos niveles de desarrollo como recolectores, pescadores, cazadores, agricultores, en los cuales se aprecian también diferencias en cuanto al tipo de enterramiento, los ritos que practicaban, así como el nivel de desarrollo en los utensilios que construían y hasta en sus pinturas rupestres. Lo cierto es que la llegada europea encontró un territorio poblado por comunidades que tenían sus propios modos de vida y que, a pesar de su disminución poblacional como resultado del holocausto que significó aquel proceso de colonización, dejó una impronta cultural que permanece en la Cuba de hoy de diversas formas, constituyendo parte del cubano actual.
Una de las huellas más notables de nuestros primeros pobladores se encuentra en la toponimia, apreciable desde el nombre del país, Cuba, que en lengua aruaca o arahuaca significa tierra y en taíno tierra o provincia.3 Muchos sitios han conservado también las denominaciones originales, como pueden ser, por ejemplo, Bayamo, Baracoa, Guanabacoa, Camagüey, Habana, así como ocurre con ríos y otros accidentes geográficos. Numerosos productos de la agricultura asimismo han perdurado en la cultura alimentaria del cubano, como la yuca que, además, es la base del casabe o pan de yuca (“pan de la tierra”), con el cual los propios colonizadores sustituyeron su pan de trigo, o el tabaco que se expandió por Europa y se convirtió en uno de los principales productos de exportación de esta Isla. Frutos como la guayaba, la guanábana, el aguacate o el boniato muestran esa permanencia de siglos. Denominaciones de construcciones y sitios como bohío o batey también han conservado vigencia en el español de Cuba, así como el nombre de algunos rituales y juegos, de los cuales no se pueden olvidar vocablos como batos o areíto.
La presencia, por tanto, de los habitantes originarios, no solo se encuentra en el cubano contemporáneo a partir de quienes subsistieron al holocausto, o de quienes fueron parte del mestizaje biológico, al aparearse las mujeres —de manera voluntaria o impuesta— con aquellos colonizadores masculinos; sino que en hábitos, lenguaje y otras múltiples expresiones culturales ha formado parte de la construcción del cubano a lo largo de siglos y hasta del imaginario, con sus héroes de la resistencia frente al dominador europeo, como pueden ser Hatuey, Guamá y otros. La música cubana evidencia esa presencia simbólica en canciones como “Siboney” (Ernesto Lecuona, 1919), a quien se le dice “te espero con ansia en mi caney”.
En el contexto europeo de acumulación originaria del capital, es decir, cuando el capitalismo se encontraba en una etapa formativa, que entraría en su fase comercial, se produjo la inauguración del imperio colonial por parte de España, país que, a su vez, estaba en el momento de consolidación como Estado, a partir del matrimonio de los reyes Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, quienes lograron la expulsión de los árabes de los últimos reductos que conservaban en tierra ibérica. Se articulaba así un Estado nacional, multicultural por la diversidad de culturas de las regiones que comprendía, lo que tendría también impacto en sus futuras colonias. En tan favorable momento se realizó el viaje de “descubrimiento” de las nuevas tierras y España comenzó su camino imperial que duraría siglos, fenómeno que tuvo en territorios de Cuba uno de sus primeros escenarios.
La zona conocida después como Caribe y, más tempranamente, como las Antillas —que luego integraría lo que nombraron “Nuevo Mundo” en contraposición al “Viejo Mundo” europeo, denominaciones de indudable connotación desde la mirada colonizadora—, fue el espacio adonde llegó Colón por primera vez y Cuba, dentro de aquellas islas, estuvo entre las que recibieron ese impacto desde momentos tempranos.
El Almirante vio esta tierra en sus dos primeros viajes, pero el proceso de colonización llegaría algunos años después, desde la isla que los conquistadores denominaron “La Española” —hoy República Dominicana y Haití—, en la cual establecieron un primer asentamiento y desde allí comenzaron la expansión a tierras cercanas. Si bien Colón reafirmó, en su segundo viaje, que Cuba era parte de la tierra firme, hubo dudas que se aclararon cuando se envió a Sebastián de Ocampo, en 1509, a realizar el bojeo que estableció su condición de isla. Poco después se organizaría la conquista de esta tierra.
En medio de las contradicciones que surgieron entre quienes asumían desde esta parte del mundo la empresa conquistadora, se fue aclarando la idea de que no se había llegado a “las Indias”, aunque se mantuvo la denominación de “Indias” a estas tierras y, por tanto, de “indios” a sus habitantes, de manera que en el lenguaje se asentaba la diferencia, desde la superioridad europea. Correspondía entonces acometer un proceso de conquista y colonización con la ocupación de territorios que tendría en la isla de Cuba un objetivo temprano. En 1510 partió de La Española el grupo que asumiría esa empresa, con la jefatura de Diego Velázquez de Cuéllar. La expedición arribó por la zona oriental de la Isla, donde tuvo que enfrentar la resistencia encabezada por Hatuey, quien, procedente de Quisqueya (La Española), organizó a los habitantes de esa zona cubana, hasta su captura y condena a morir quemado vivo en una hoguera en 1512.
Desde oriente hasta occidente, con grupos que fueron por el norte, el centro y el sur de la Isla, se fue ocupando el territorio y asentando población hispana por medio de la fundación, entre 1511 y 1515, de las siete primeras villas (Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa, San Salvador de Bayamo, Santísima Trinidad, Sancti Spíritus, Santa María del Puerto del Príncipe —hoy Camagüey—, San Cristóbal de La Habana y Santiago de Cuba),4 como parte de una concepción por la cual los asentados en ellas eran los vecinos, o sea, residentes permanentes que tenían el derecho a recibir mercedes, es decir, tierras mercedadas en usufructo perpetuo —pues la propiedad era de la Corona—,5 además de encomiendas, como se llamó a la entrega de “indios” para que trabajaran en función de esos vecinos en un sistema de servidumbre. Diego Velázquez tuvo la prerrogativa oficial para esos repartimientos una vez que fue nombrado gobernador en 1513. Estas villas, situadas en zonas cercanas a la costa, con población aborigen en su entorno y existencia de oro como peculiaridad general, tendrían su propia estructura de gobierno local (el cabildo), que asentaría los intereses propios, con la característica durante mucho tiempo del aislamiento entre sí, lo que era inevitable por la carencia de caminos y medios que las enlazaran. Para tener la categoría de villa, debían también contar con una plaza y una iglesia, ya que era parte del proyecto colonialista la “cristianización” de la población del lugar. De esta manera comenzó la colonización por poblamiento de Cuba.
Incorporada al sistema colonial español, esta isla —a la que los españoles bautizaron con nuevas denominaciones como Juana (por Colón), Fernandina (por Real Cédula de los Reyes), o Isabela por confusión del orden de las islas, pero que continuó siendo Cuba a todos los efectos— ¿qué importancia tuvo para los dominadores? Se buscó inicialmente la obtención del oro, hallado en las orillas de los ríos, por lo que los encomendados debían trabajar 14 horas o más en los “lavaderos de oro” y el traslado del producto, pero este metal se agotó con rapidez. De hecho, hacia 1542 ya se había cerrado esa posibilidad, por lo que no existía una fuente de enriquecimiento rápida para quienes acudían a las colonias con ese propósito, ni la Corona obtenía grandes ganancias. Pero hubo otro factor importante: la posición geográfica.
La isla de Cuba es la mayor de las Antillas y está rodeada por múltiples islas, islotes y cayos con los que se conforma el archipiélago cubano. Situada justo en la entrada al mar Caribe y al Golfo de México —denominaciones que recibieron esas aguas dentro del mundo colonial—, abre o cierra el paso entre la península de la Florida y la de Yucatán, por lo que domina esa ruta y las posibles vías para el acceso a la tierra continental de ese entorno, de ahí que se le empezara a llamar “Llave del Nuevo Mundo”. Esa ubicación, por tanto, concedió especial importancia a la posesión de Cuba.
Una vez asentados en la Isla, los conquistadores comenzaron los proyectos para tomarla como base de las expediciones de conquista de las tierras continentales cercanas, lo que
hizo de esta colonia un lugar estratégico para esas expediciones, así como para los suministros que debían llevar en alimentos fundamentalmente. Estas acciones, que motivaron contradicciones entre quienes debían organizarlas, provocaron un relativo despoblamiento, ya que la conquista de territorios con grandes reservas de oro y plata resultaba muy atractiva para el enriquecimiento personal; no obstante, quienes quedaban “avencidados” en Cuba encontraron en ello un estímulo a sus actividades económicas, en especial para el fomento de la ganadería y la agricultura, tanto de subsistencia como para su comercialización. El ganado caballar, porcino, vacuno, a partir de ejemplares importados, así como aves y otros, se expandió por los montes y sabanas; el vacuno ganó fuerza para la comercialización de las carnes saladas y, sobre todo, de los cueros; mientras los cultivos permitían el abastecimiento de la propia mesa y para la venta, en especial a las expediciones conquistadoras. A esto se sumaría el lugar de la Isla como espacio de convergencia de ida y vuelta para el comercio entre América y Europa.
A partir de las características expuestas, la actividad económica de Cuba, una vez agotadas las posibilidades de los lavaderos de oro, se centró en lo fundamental en la ganadería, que no requería de gran cantidad de mano de obra; aunque también había que emplearla en los cultivos de subsistencia, a lo que se añadiría de manera creciente el cultivo del tabaco, una vez que se abrió una progresiva demanda en Europa y, a mediados del siglo xvi, se inició el cultivo de la caña de azúcar y los intentos para su procesamiento en la obtención de productos que antecedieron al azúcar. Las mercedes, que eran, por tanto, importantes para disponer de las tierras donde se desarrollarían esas actividades, podían ser estancias, hatos o corrales, en dependencia de la actividad a la que se destinaran. Sin embargo, esto implicaba la necesidad de contar con fuerza de trabajo, ya que el colonizador tenía muy claro su propósito de enriquecerse, pero sin hacer los trabajos más duros.
Esa necesidad de garantizar la mano de obra llevó a otro fenómeno: si la población aborigen disminuía debido a la sobrexplotación, las enfermedades importadas de Europa como una plaga para la que los habitantes originarios no tenían anticuerpos desarrollados y el incremento de los suicidios ante la situación impuesta por la conquista, era una necesidad para los conquistadores encontrar la sustitución necesaria.6 Según las cifras del obispo fray Diego Sarmiento y Castilla, en 1544 solo quedaban en los poblados españoles 893 “indios”.7 La primera solución fue la captura de aborígenes fugitivos o de tierras cercanas para someterlos al régimen de trabajo, pero no se logró modificar la situación, lo que llevó a otra opción: la entrada de un número, cada vez mayor, de esclavos africanos.
La presencia africana en condición de esclavitud ya era una práctica conocida, aunque no con el nivel que alcanzaría en este “Nuevo Mundo”. La necesidad de disponer de la mano de obra obligada a trabajar en las labores de la ganadería y la agricultura, a lo que se sumaban otras actividades como el servicio doméstico, las construcciones, etc., condujo a la importación de esclavos procedentes de África —también con una característica multicultural por sus diversos orígenes— en un negocio que alcanzaría niveles extraordinarios, sobre todo en el siglo xix: la trata de esclavos. Este comercio estaría sujeto a las decisiones de la Corona, la cual ya en 1526 autorizó la entrada de 1000, aunque no llegaron en ese elevado número en aquel momento.
En este contexto, con cierto éxodo de colonizadores en busca de tierras por conquistar con perspectivas de yacimientos de metales preciosos, como se vio en México o Perú, Cuba fue ganando en importancia para las comunicaciones entre la metrópoli y las tierras objeto de la colonización. Los buques se movían a través del enlace de los puertos cubanos, tanto en el tránsito entre Europa y América, como dentro de esta parte del mundo, en especial para la organización de las nuevas expediciones de conquista. Dentro de ese fenómeno, el puerto de La Habana se fue convirtiendo en el principal para esas actividades, por sus características y su ubicación, lo que hizo que la estancia de los buques y su tripulación por semanas, y a veces meses, estimulara un conjunto de actividades, tanto dentro de la agricultura de subsistencia como en los servicios, que dieron un mayor impulso a la economía habanera. Así, proliferaron tabernas, prostíbulos —donde no pocas prostitutas eran negras esclavas autorizadas por sus amos—, comercios diversos, en función de esa población temporal.
En la medida en que el mundo colonial español se ampliaba, era necesario organizar su control y gobierno, de manera que fueron surgiendo instituciones e instancias para esa función, que tendrían dos niveles esenciales: las que controlaba la Corona y las de arraigo local, diferencia que se tornaría importante y hasta antagónica con el tiempo.
Desde la Corona se estructuró el Real y Supremo Consejo de Indias, creado en 1519 y ratificado en 1524, cuando se perfeccionó su composición y funciones. Independientemente de las variaciones a su interior y los conflictos que se suscitaron en su seno a lo largo del tiempo, interesa mostrar cómo la Corona creó mecanismos centralizados de control desde España para ese mundo más allá de los mares, centralización que se haría mayor con la dinastía de los Austria, a partir de Carlos I de España (1516-1556). De esta manera comenzó a estructurarse un sistema centralizado desde la metrópoli, que incluyó el nombramiento del gobernador para la isla de Cuba, quien luego asumiría también la condición de capitán general. Así, había funcionarios de la Corona, que incluían el veedor, el tesorero y otros, que dependían de Madrid para su nombramiento, por lo que respondían a esos intereses centrales; mientras, crecían los intereses locales, a partir de los avecindados que se radicaron de manera permanente en estas tierras y, por tanto, fueron arraigando sus intereses de este lado del mundo. En esa estructura de control central hay que considerar que la Iglesia formaba parte de ese entramado, pues los Reyes Católicos habían obtenido el patronato en estas tierras, por lo que tocaba a la Corona proponer los nombramientos, el cobro de diezmos y otras atribuciones correspondientes a la institución eclesiástica.
El cabildo fue la instancia de gobierno de los avecindados en las villas, las primeras siete y las que surgieron después, aunque en un lento proceso. Esta instancia de poder local, que dependía de los vecinos y no de nombramientos reales, asumía funciones municipales con sus regidores y la elección del alcalde de su seno. En la medida en que se fue asentando una oligarquía local, esta instancia de gobierno fue ganando en importancia en la defensa de sus intereses, por lo que en no pocas ocasiones entró en franca contradicción con el poder central. Las irregularidades que existían en cuanto a los poderes y funciones de los cabildos, organismos aislados del centro de poder colonial, llevaron a un intento de regulación mediante las llamadas Ordenanzas de Cáceres, en 1574, que tomaron su nombre del oidor de la Audiencia de Santo Domingo, Alonso de Cáceres, quien las elaboró a partir de una visita que hizo a la Isla. Estas Ordenanzas legalizaron las mercedes otorgadas por los cabildos, al tiempo que se les concedió la facultad de mercedar tierras, además de regular asuntos relativos a funcionarios del gobierno y otros. Lo cierto es que los cabildos obtuvieron mayor capacidad en el nivel local.
Dentro de esas prerrogativas, la capacidad de mercedar tierras ganaba gran importancia, sobre todo cuando la minería había decaído y la ganadería se convertía en la actividad fundamental, lo que, a su vez, restó interés a la estancia —dedicada a los cultivos de subsistencia en lo fundamental— para potenciar las tierras para el ganado —corrales para el ganado menor y hatos para el vacuno—, que significaba una mayor extensión de tierra, en especial los hatos cuya posesión dio lugar al surgimiento de los llamados “señores de hatos” dentro de lo que sería la élite insular.
De esta manera se estructuraba el sistema de gobierno colonial que, en su seno, llevaba elementos de contradicción que se desarrollarían con el paso del tiempo, en la misma medida en que surgían, se desarrollaban y arraigaban los intereses locales, más evidentes dentro de la descendencia de los primitivos conquistadores, ya sin relación directa con la Península, a la que en muchos casos ni siquiera conocían.
Para la Monarquía española resultaba de primera importancia el control del comercio con ese “Nuevo Mundo”, de ahí que se creara la Casa de Contratación de Sevilla en 1503, la que funcionaría hasta 1790, con la variación de su traslado a Cádiz en 1717. A través de ese organismo se ejerció un estricto monopolio comercial en el mundo americano. Todo lo que entraba y salía oficialmente tenía que pasar por Sevilla, bajo el control de la Casa de Contratación, lo cual creó múltiples conflictos con las colonias.
En el caso cubano, el monopolio comercial tuvo características propias. En la medida en que se concentraba en La Habana el movimiento de los buques mercantes, más allá de sus posibles intercambios con la Isla, el resto del país quedaba marginado del flujo comercial legal, con la excepción de alguna actividad en el puerto de Santiago de Cuba. A esta situación se sumaba el acoso de corsarios y piratas a puertos y barcos españoles en el mar, como parte de las contradicciones con países europeos como Inglaterra, Francia y Holanda, que pretendían romper ese monopolio comercial y también disputar espacios de dominio colonial. Esta situación llevó a que España estableciera y regulara el Sistema de Flotas entre 1561 y 1566, para proteger esos cargamentos que incluían los metales y piedras preciosas que sacaban del continente americano.
Si bien ya se había creado la práctica de navegar en grupo, el Sistema de Flotas estableció la salida desde Sevilla, dos veces al año, de decenas de barcos con rumbo a América, escoltados por buques de guerra. En esta parte del mundo, el sitio de reunión para el retorno a España era el puerto de La Habana, lo que ejerció un mayor impacto en la Isla. Aquí esperaban por la llegada de todos los buques, reparaban lo que hiciera falta, se abastecían para el viaje, por lo que tenían que sostenerse durante una estancia que podía ser prolongada, y buscar la recreación de esos hombres de mar, en no pocas ocasiones durante meses. Esta situación daría un mayor impulso a las actividades productivas y de servicios en esta villa.
La Habana había ganado en importancia por su actividad comercial, a partir de las ventajas de su puerto, lo que hizo que en 1563 el gobernador de la Isla trasladara su residencia desde Santiago de Cuba —que funcionaba como capital—8 a la villa habanera, en 1592 el rey le concediera el título de ciudad y en 1607 se le designara como capital de Cuba. Por esta decisión, se dividió la Isla en dos gobiernos: La Habana y Santiago de Cuba —este último subordinado al primero—, con la peculiaridad de que, en la división dispuesta, quedaron fuera las villas de la zona central: Trinidad, Sancti Spíritus y la también fundada Remedios, sin adscripción a ninguno de los dos.
En sentido general, el crecimiento de La Habana no guardaba correspondencia con la situación en el resto del país, pues aquí se concentraba el comercio con el exterior, en una colonia que iba conformando una economía muy abierta, es decir, dependiente del mercado externo para su subsistencia, no solo en cuanto a la exportación de algunos pocos productos, sino, sobre todo, para el abastecimiento de lo que se necesitaba para la vida cotidiana, tanto a nivel doméstico como de tecnología y medios de trabajo.
El monopolio comercial y el hecho de que se concentrara su flujo en la capital, llevó a la proliferación del llamado “comercio de rescate”, o sea, el comercio de contrabando en casi todo el país. Las villas ubicadas fuera de la capital tuvieron en esa actividad ilegal el medio de subsistir y hasta de enriquecerse, lo que produjo algunos conflictos con el poder central en los cuales se puso en evidencia esa contradicción.
Con el decurso del tiempo, las diferencias entre “la gente de la tierra” y la Corona se harían más fuertes, aunque la élite insular que se fue conformando, ya visible en la segunda mitad del siglo xvi y que se fortalecería en los años posteriores, actuaba en relación con el poder monárquico, de manera que reconocía su vasallaje al rey de España, pero al mismo tiempo reclamaba su derecho a ser reconocida para obtener las prerrogativas que necesitaba, en las cuales se fue incluyendo la aspiración a participar en el gobierno colonial, lo que podría darle un mayor nivel de autonomía en las decisiones.9 Surgían así, y se consolidaban, esas oligarquías a nivel local, fenómeno más marcado en la capital por la posibilidad de una mayor acumulación de riqueza.
Las diferencias de intereses que se fueron gestando y profundizando a lo largo del tiempo tenían también un origen en la propia pertenencia. Ya desde la segunda mitad del siglo xvi los descendientes de los primeros vecinos eran, por lo general, nacidos en Cuba, por lo que clasificaban en la categoría de “criollos”. Ese vocablo, que significa pollo criado en casa, extendió su sentido a los nacidos en estas tierras, para diferenciarlos de los peninsulares. Aunque todos estuvieran bajo la nacionalidad española, no eran iguales.
Los criollos podían tener diferentes estatus sociales, pues algunos integraban las élites locales y otros eran excluidos de esos grupos. Si bien desde el inicio se marcaron diferencias en la entrega de mercedes, los nuevos inmigrantes que llegaron después de los asentamientos iniciales no siempre tuvieron iguales privilegios, por lo que su descendencia se movía en otra situación, así como los que continuaban llegando en una inmigración que se mantuvo todo el tiempo. Había criollos descendientes de peninsulares por ambas ramas, pero también producto del mestizaje biológico con mujeres “indias” o negras, lo que implicaba una condición diferente. En el caso de los esclavos africanos, también se marcó la diferencia, pues el oriundo de África que, por lo tanto, no era hispanohablante, se denominaba bozal, mientras sus descendientes nacidos aquí también clasificaban como criollos. Por tanto, la denominación no homogeneizaba desde la perspectiva social; pero sí marcaba diferencias en cuanto al sitio natal, lo que implicaba pertenencia y espiritualidad diferentes, aunque se expresaran de distintas maneras a partir de su lugar en la estructura social y sus propios ancestros y tradiciones culturales. A esto se añadía su sentido local, por cuanto la referencia era la villa, el sitio que conocía y en el cual estaban sus intereses y también sus referentes, lo que creaba formas propias de actuar, gustos, costumbres, tradiciones, que fueron forjando el sentido de patria, en este caso chica, o sea, local, que podía ser espirituana, bayamesa, habanera u otra. Así comenzaba un proceso por el cual se llegaría al cubano. Como señalara José Martí, durante su estancia en Guatemala, en 1877:
Interrumpida por la conquista la obra natural y majestuosa de la civilización americana, se creó con el advenimiento de los europeos un pueblo extraño, no español, porque la savia nueva rechaza el cuerpo viejo; no indígena, porque se ha sufrido la ingerencia [sic] de una civilización devastadora, dos palabras que, siendo un antagonismo, constituyen un proceso; se creó un pueblo mestizo en la forma, que con la reconquista de su libertad, desenvuelve y restaura su alma propia [...].10
En el caso cubano, se iniciaba ese proceso, donde estaban las raíces de los pueblos originarios, de lo español y de lo africano, a lo que se sumaría en el siglo xix la presencia china, en un mosaico cultural, en un “ajiaco” que daría nacimiento a una cultura nueva: la cubana.
Para llegar al nacimiento de esa cubanía, habría que transitar por procesos diversos y complejos, en los cuales crecería la colonia isleña y se afianzarían sus propios intereses que, de manera temprana, mostraron las confrontaciones a que darían lugar. El asunto del monopolio comercial vs. comercio de rescate dio lugar a los primeros momentos de confrontación. El caso ocurrido en Bayamo fue paradigmático.
Allí floreció ese comercio, practicado con los bucaneros, en el cual participaban las diversas instancias de poder de la villa, por lo que la autoridad central se propuso eliminar esa situación en 1603, cuando envió al juez Melchor Suárez de Poago acompañado de tropas para poner fin a ese negocio, pero fueron obligados a retirarse. Esto determinó el envío del obispo Juan de las Cabezas Altamirano para persuadir a los vecinos de que abandonaran esa práctica, pero encontró que la iglesia de la villa participaba del negocio y él se involucró también. Esta circunstancia condujo a que el obispo fuera raptado por el bucanero Gilberto Girón para cobrar la deuda que tenía la iglesia de Bayamo con él, ante lo cual los bayameses atacaron a los bucaneros, mataron a Girón y sus hombres y rescataron al obispo. Este suceso fue el tema para la creación del primer poema épico escrito en Cuba, “Espejo de Paciencia”, de la autoría del canario Silvestre de Balboa, escribano del cabildo de Puerto Príncipe y uno de los contrabandistas, y en el cual reflejó al criollo, el orgullo que sentía por su tierra y, para mayor significación, mostró a quien dio muerte a Girón: Salvador Golomón, un negro criollo.
El asunto de las guerras europeas y de la presencia extranjera cerca de las costas cubanas resultaba muy complejo, pues no solo se trataba del “comercio de rescate”, sino que también se producían ataques y, por consiguiente, robos y atropellos a los pobladores. De esto eran víctimas sobre todo las villas de mayores riquezas, en lo que La Habana tuvo un peso significativo. Esto dio lugar a la construcción de obras de defensa.
La capital cubana empezaba a tener un desarrollo constructivo mayor que otras villas, aunque en todas se construían iglesias y otras edificaciones además de las viviendas, pero generalmente de materiales muy simples obtenidos de la naturaleza, como era el guano. Según Bartolomé de las Casas, en 1550: “Las casas son de madera y paja muy luengas y delgadas, hechas del modo de una campana, por lo alto angostas y a lo bajo anchas, y para mucha gente bien capaces, dejan en lo alto un respiradero por donde salga el humo y encima unos caballetes o coronas muy bien labrados y proporcionados”.11
El autor Juan de las Cuevas Toraya plantea que el siglo xvi pudiera calificarse como “el Siglo del Bohío”12 por los materiales utilizados en la mayoría de las construcciones. En muy escasos lugares se hizo alguna escuela, como en Bayamo en 1571, mientras en La Habana comenzaron a erigirse obras de defensa como la llamada “Fuerza Vieja”, concluida en 1549, a la entrada del puerto, que fue la segunda en América, destruida por el ataque de Jacques de Sores en 1555, después del cual se pasó a la construcción del Castillo de la Real Fuerza, concluido en 1580, y luego el Castillo de los Tres Reyes del Morro y el de San Salvador de La Punta, aprobados desde 1588, aunque con muy lenta edificación. La capital, fruto de su actividad económica, tendría también otras construcciones de alguna importancia, como la Cárcel, la Aduana y, sobre todo, la Zanja Real, que se culminó en 1592 y abasteció de agua a la población. Las obras de defensa en otras villas se construyeron más tarde como, en el siglo xvii, el Morro de Santiago de Cuba, al igual que el Castillo de San Severino en Matanzas y, en 1745, el Castillo de Jagua en Cienfuegos.
La sociedad colonial se formaba en contextos complejos, marcados por contradicciones que llegaron a convertirse en conflictos con la Corona en algunos momentos, además de las diferencias internas por las posibilidades de crecimiento económico de las distintas localidades, por el dominio de las élites que se habían estructurado en esos espacios, por los problemas sociales que asomaban dentro de aquellas comunidades, en fin, que eran múltiples situaciones complejas. El siglo xvii mostró la existencia de esas élites, dentro de las cuales estaban comerciantes y funcionarios reales, relacionados como grupos, con vínculos que se estrechaban a veces hasta por la vía familiar a través de matrimonios; mientras el grupo de los terratenientes vinculados ya mayormente con el azúcar como producto de exportación, pugnaba por obtener reconocimiento a sus intereses, pues era necesaria la aprobación oficial y contar con el capital para construir los trapiches y disponer de mano de obra esclava en cantidades suficientes, como aspectos de alta prioridad.
En el caso del tabaco, surgieron conflictos entre los señores de hatos y los vegueros —cultivadores de tabaco en áreas que se denominaron vegas— que se asentaban en zonas de las llamadas realengas, es decir, los espacios que quedaban sin repartir entre los hatos que tenían forma circular, así como en las orillas de ríos y áreas sin ocupar de las tierras mercedadas; pero en estos conflictos la Corona tomaba posición del lado de lo que consideraba de mayor peso: la garantía del tabaco y su comercialización.
En medio de esas condiciones complejas, ascendió al trono español Felipe V en 1701, quien inauguró la dinastía borbónica, que impulsó reformas tendentes a una mayor centralización, lo que significaba poner límites a algunas de las prerrogativas de las que gozaban las élites insulares, a partir de nuevas concepciones modernizadoras, que incluían una mayor atención a los asuntos comerciales. Esto tenía lugar en la época en que las contradicciones entre las potencias europeas tomaban auge en esta parte del mundo, con la presencia de tierras dominadas por ingleses, holandeses y franceses en el Caribe, que alcanzarían auge como colonias de plantación y que establecieron relaciones de comercio de contrabando con grupos en Cuba, en especial los que residían en “Tierra Adentro”. Como parte de los desafiantes en ese espacio fueron ganando fuerza las Trece Colonias inglesas del norte.
El rey Borbón, inserto en ese complicado panorama, estableció limitaciones a las facultades del Consejo de Indias, también a las de la Casa de Contratación, creó nuevas instituciones gubernamentales y, en el caso de las colonias, prohibió que los cabildos entregaran tierras, lo que era un duro golpe a esa instancia de poder local, aun cuando casi todos los territorios ya estaban repartidos. Dentro de las nuevas medidas, hubo una que tuvo un extraordinario impacto en Cuba: el estanco del tabaco. Es decir, se creó una factoría encargada de monopolizar la compra del tabaco, en cualquiera de sus elaboraciones, mientras que el resto se destruía. Esto entraría en vigor en 1717. La medida provocó grandes protestas y sublevaciones de los vegueros de La Habana entre 1717 y 1723; estas fueron frenadas y ya en el último año, esa represión llegó al extremo de ahorcar en Jesús del Monte a doce vegueros, cuyas cabezas se exhibieron como escarmiento.
La sublevación de los vegueros fue seguida de otra, en 1731: la de los esclavos de El Cobre, en Santiago de Cuba. Se trataba de los que trabajaban en las minas de Santiago del Prado o de El Cobre, quienes enfrentaron el aumento de la jornada de trabajo y el maltrato. La intervención del futuro obispo Morell de Santa Cruz resolvió el amotinamiento, que se percibía muy peligroso por lo que podía desencadenar. Se produjeron enfrentamientos fuertes, que pusieron a la vista los antagonismos y conflictos sociales presentes en la Isla.
En ese siglo hay que atender al crecimiento del proyecto agroexportador cubano, las interacciones de grupos de la oligarquía isleña y la Corona, en medio de tensiones y contradicciones, y también las ventajas que tuvieron los grandes intereses habaneros frente al resto del país. En distintos grupos había disgustos por las imposiciones fiscales y por el monopolio comercial, pero existían espacios de convergencia, como el que se dio al crearse la Real Compañía de Comercio de La Habana en 1740, con accionistas habaneros en combinación con españoles, donde la Corona tenía su parte. Esto implicó un mayor monopolio, en este caso en manos de esta Compañía radicada en la capital, en detrimento del resto del país. Era evidente que había capitales fuertes dentro de la oligarquía habanera y capacidad para aunar intereses con el poder central.
Un hecho del siglo xviii