Fidel y la industria editorial cubana: una Revolución desde las letras - Francisca López Civeira - E-Book

Fidel y la industria editorial cubana: una Revolución desde las letras E-Book

Francisca López Civeira

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El papel de Fidel Castro como promotor del libro y la lectura en Cuba es el centro de atención de este libro. A partir de sus discursos, cartas, documentos, declaraciones de prensa y otras fuentes, se muestra su atención a este asunto. Los autores han reconstruido, no solo la preocupación del líder, sino su acción en aras de implementar los mecanismos necesarios para incentivar el interés por la lectura, que pasaba por crear la capacidad en toda la población para el acceso al libro y, en general, la lectura. Esta reconstrucción comienza con la presentación de la Cuba prerrevolucionaria para entender la labor que debía desplegarse, así como las ideas y perspectiva programática de Fidel acerca de la creación de los medios necesarios para que el pueblo tuviera real acceso a la lectura. Por tanto, en el decir y hacer de Fidel adquiere pleno sentido la expresión, muchas veces citada en diversos espacios: «nosotros no le decimos al pueblo: ¡cree! Le decimos: ¡lee!».

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Fidel y la industria editorial cubana: una Revolución desde las letras

Francisca López Civeiray Fabio Enrique Fernández Batista

Todos los derechos reservados

© Francisca López Civeira y Fabio Enrique Fernández Batista, 2023

© Sobre la presente edición:

Editorial Letras Cubanas, 2023

ISBN: 9789591026309

Tomado del libro impreso en 2023 - Edición y corrección: Nisleidys Flores Carmona y Yessica Arteaga Ibal / Dirección artística y Diseño de Cubierta: Suney Noriega Ruiz / Fotografía de cubierta: Cortesía del Centro Fidel Castro Ruz / Diagramación: Nisleidys Flores Carmona y Yessica Arteaga Ibal

E-Book -Edición-corrección, diagramación, pdf interactivoy conversión a ePub: Ramón Caballero Arbelo / Diseño interior: Javier Toledo Prendes

Instituto Cubano del Libro / Editorial Letras Cubanas

Obispo 302, esquina a Aguiar, Habana Vieja.

La Habana, Cuba.

E-mail: [email protected]

www.letrascubanas.cult.cu

Índice de contenido
Reseña del autor y la obra
Nota AL LECTOR
La capacidad de lectura n la Cuba de mediados del siglo XX
El mundo editorial cubano al triunfo de la Revolución
La proyección fidelistahacia una revoluciónen la educación y la lectura
Comienza la obra revolucionaria
La Editora Nacional: un nuevo paso
Creación del Instituto Cubano del Libro (1966-1975)
Fidel en la promocióndel desarrollo de la industria del libro hasta 1990
El libro en el Período Especial. De las carencias al Sistema de Ediciones Territoriales (SET)
Fuentes consultadas
Anexos
Legislación
Creación de la Imprenta Nacional de Cuba
Creación de la Editorial Nacional de Cuba
Testimonios
Ambrosio Fornet
Fidel y el Teatro Nacional en los años de fundaciones
Aquel día que Fidel fue al teatro
Delegación de la Imprenta Nacional en Oriente
Rolando Rodríguez
«En una sola Revolución, dos revoluciones en el libro cubano»
Frank Nicolás Padrón
Fidel, lector infatigable
Respuestas de un tirón (y más) al cuestionario de Paquita
Iroel Sánchez
Fidel y el libro. Itinerario de un sueño inimaginable

Reseña del autor y la obra

Francisca López Civeira (La Habana, 1943). Profesora de Mérito de la Universidad de La Habana, doctora en Ciencias Históricas, académica titular de la Academia de Ciencias de Cuba. Ha publicado, entre otros, los libros: Siglo XX cubano. Apuntes en el camino (2017), 100 preguntas sobre personalidades simbólicas en la Historia de Cuba (2021), Cuba. Nación y sociedad. Breve historia (2021), Fidel en la tradición estudiantil universitaria (con Fabio E. Fernández Batista, 2016), Dos miradas a Martí (con Oscar Loyola Vega, 2017). Por su destacada labor ha sido merecedora de varios premios y distinciones. En 2008 recibió el Premio Nacional de Historia, en 2022 el Gran Premio del Lector y el Premio Nacional de Ciencias Sociales y Humanísticas, así como el Premio Nacional de la Academia de Ciencias Sociales.

Fabio Enrique Fernández Batista (La Habana, 1988). Doctor en Ciencias Históricas y Máster en Estudios Interdisciplinarios de Cuba, América Latina y el Caribe. Jefe y profesor del Departamento de Historia de Cuba de la Universidad de La Habana. Es coautor del libro Fidel en la tradición estudiantil universitaria (con Francisca López Civeira, 2016) y autor del libro Los caminos de la prosperidad. El ideario económico de las oligarquías criollas de Cuba (2020). En 2013 obtuvo el Premio del Concurso Nacional de Crítica Historiográfica Enrique Gay Galbó de la Academia de la Historia de Cuba, el Premio Especial Gloria García (2016) y en 2017 el Premio de la Crítica Martiana Cintio Vitier, entregado por el Centro de Estudios Martianos.

El papel de Fidel Castro como promotor del libro y la lectura en Cuba es el centro de atención de este libro. A partir de sus discursos, cartas, documentos, declaraciones de prensa y otras fuentes, se muestra su atención a este asunto. Los autores han reconstruido, no solo la preocupación del líder, sino su acción en aras de implementar los mecanismos necesarios para incentivar el interés por la lectura, que pasaba por crear la capacidad en toda la población para el acceso al libro y, en general, la lectura. Esta reconstrucción comienza con la presentación de la Cuba prerrevolucionaria para entender la labor que debía desplegarse, así como las ideas y perspectiva programática de Fidel acerca de la creación de los medios necesarios para que el pueblo tuviera real acceso a la lectura.

Por tanto, en el decir y hacer de Fidel adquiere pleno sentido la expresión, muchas veces citada en diversos espacios: «nosotros no le decimos al pueblo: ¡cree! Le decimos: ¡lee!».

Nota AL LECTOR

Los autores desean dejar constancia de que la idea original de la indagación que ahora se expresa en libro se debe a Juan Rodríguez, presidente del Instituto Cubano del Libro, y al aliento de Hermes Moreno,1 director de la editorial Nuevo Milenio. A partir del propósito de estudiar el papel de Fidel Castro como promotor del libro y la lectura en Cuba, nos dedicamos a esta reconstrucción que ha sido para nosotros reveladora de una faceta no muy visible en estudios anteriores sobre Fidel y que, sin embargo, tiene una gran riqueza.

Debemos destacar que las fuentes principales fueron los discursos y documentos de Fidel, pero no podíamos quedarnos solo en el discurso, sino que debimos acudir a las fuentes que mostraran la aplicación, la realización de aquellas ideas planteadas y, para ello, además de documentos, textos y trabajos de prensa, contamos con la excelente disposición de personas que, a partir de su cercanía con el Comandante y responsabilidades en determinados momentos, accedieron a brindar sus testimonios a estos autores, lo que ha sido de enorme valor para la reconstrucción realizada y que agradecemos profundamente. Hemos creído conveniente, por lo que aportan, reproducir tales testimonios íntegramente en un anexo para que los lectores puedan conocerlos en toda su riqueza.

En la estructura de esta obra, consideramos de gran utilidad partir de la situación social de Cuba en los años inmediatamente anteriores a 1959 en lo referente al nivel educacional de la población y también a sus posibilidades económicas a partir del grado de empleo, así como la realidad editorial del país y, por tanto, el acceso de los escritores a la publicación de sus obras y de contar con los posibles lectores del libro. Este contexto cubano en el momento del triunfo de la Revolución posibilita entender la política en este campo y sus retos.

En esta indagación, amigos y colegas nos facilitaron contactos, referencias de fuentes a consultar y hasta algunos textos, por tanto, resultan imprescindibles los nombres de Fernando Rodríguez Sosa y Virgilio López Lemus.

A todos los que han contribuido a la realización de esta obra, nuestro agradecimiento.

Los autoresDiciembre de 2021

1 Hermes falleció el 14 de agosto de 2021, por lo que no pudo ver el libro terminado.

La capacidad de lectura n la Cuba de mediados del siglo XX

La situación de la población cubana a mediados del siglo xx, en cuanto a su capacidad para la lectura, presentaba serias dificultades por el alto índice de analfabetismo, pero no solo se trataba de saber leer y escribir, sino de la capacidad y posibilidad de la lectura para un importante porciento de personas con muy bajo nivel de instrucción. Si comparamos los censos de población de las dos décadas que precedieron al triunfo revolucionario podremos tener un panorama más exacto de esa realidad.

El censo de 1943 arroja una población total de 4 778 583 habitantes en Cuba, e informa que, en la población entre 10 y 19 años, de 503 424 varones, no sabían leer 139 305, y entre las hembras –488 870–, no sabían leer 105 180. Estas cifras no son absolutas, por cuanto el propio censo plantea que se ignoraba la situación de 83 994 personas.1 En cuanto a la clasificación por color de la piel, entre los blancos cubanos 173 955 eran analfabetos detectados, y entre los «de color» eran 70 252. Parecería una desproporción, pero estos datos hay que relacionarlos con la cantidad de pobladores con esas características. En esta perspectiva, el 23,55% de la población blanca registrada era analfabeta, mientras en la población clasificada de color era el 27,14%. En el caso de los incluidos como blancos extranjeros de esa edad, de un total de 2 357, el 11,79% era analfabeto, aunque también había 172 cuya situación se ignoraba.

En el grupo de los mayores de 20 años, de 2 583 140 blancos, el 13,78% era analfabeto, aunque se ignoraba la situación de 101 732 personas; mientras en la población «de color» de ese rango de edades, de un total de 651 170 habitantes, el 24,46% era analfabeto, pero se ignoraba la situación de 41 962 personas. Si vamos al total de los habitantes de más de 10 años, tenemos que el 22,45% –de los que se dispuso información– era analfabeto. Esta proporción de analfabetismo implicaba la imposibilidad de promover el libro y la lectura en un amplio grupo de los habitantes de Cuba, a lo que debe añadirse el bajo nivel de escolaridad de muchos de los que sabían leer y escribir.

La situación evidenciada por el censo de 1953 no mostró mejoría en este aspecto. Con una población total de 5 829 029 personas, había 4 376 529 de 10 años y más de los cuales 1 032 849 eran analfabetos, para un 23,59%; de ellos, 728 335 correspondía a población rural, de la cual clasificaba en esa condición el 41,7%.2 Si bien este dato ya resulta alarmante, hay elementos que complementan la imagen de la imposibilidad de estimular la lectura en aquellos que no clasificaban en la condición de analfabetos.

De la información acerca de la población entre 5 y 24 años referida a la asistencia escolar, podemos tomar algunas muestras: de los 144 973 niños de 7 años, no asistían 73 496, es decir el 50,69%. En ese total había 76 079 de población rural, de los cuales no asistían 52 451, es decir el 68,94%. De los 142 208 niños de 10 años, no asistían 49 283, de los cuales 37 447 eran de zonas rurales. Había 130 939 niños de 13 años, de los cuales 55 686 no asistía a escuela alguna, de ese total 38 987 correspondían a la zona rural. Esa proporción, con muy pequeñas fluctuaciones, se mantenía en todos los rangos entre 5 y 14 años, cuando se supone que se desarrollara el aprendizaje general, pues la edad laboral era a partir de los 14 años; mientras entre 14 y 24, cuando debía transitarse por la formación profesional, la proporción de no asistencia escolar era muy superior, por ejemplo, de los adolescentes de 16 años 89 934 no asistía a escuela alguna y solo lo hacían 24 909. Entre la población de 6 años y más –4 940 873– 1 530 090 no tenía ningún grado aprobado, para un 30,96%, lo que era más notable en la población rural.

Con tales características, la promoción del libro y la lectura no podía tener un carácter masivo, más aún cuando en la fuerza laboral había 173 811 personas buscando trabajo y 82 512 trabajaba sin paga para un familiar. En la población en edad laboral –3 828 464– estaban inactivos 1 856 198, de los cuales las mujeres representaban la mayoría con 1 609 016.3 Esto significa que las mujeres activas laboralmente eran solo el 13,7% del total; a su vez representaban el 13% de los profesionales, técnicos y afines dentro de los activos, y el 0,53% de los gerentes, administradores y directores.

Si a este cuadro se le añaden los problemas del empleo que, entre otros factores, en el caso cubano dependía en gran medida del carácter temporal de actividades fundamentales como el azúcar y el tabaco, tenemos que, en 1954, el 32% de los empleados por industrias habían trabajado 6 meses o menos; en diciembre de 1957 la desocupación en sectores como artesanos y operarios en fábricas y afines fue del 20,1%, en los trabajadores del transporte era el 11,1% y en la agricultura el 47,1%. De hecho, en 1957, lo días de molienda de la zafra azucarera fueron 72, el resto era «tiempo muerto».4 En cifras generales, entre mayo de 1956 y abril de 1957, el 10,1% de la fuerza laboral estaba parcialmente ocupada, el 7% ocupada sin remuneración y el 16,4% desocupada,5 situación que no comprende a las mujeres que se clasificaban como amas de casa, ni los niveles salariales y otros aspectos también desfavorables.

Sin duda, el triunfo revolucionario de 1959 tendría un gran reto en la terrible situación de analfabetismo, bajo nivel de escolaridad y desempleo de la población cubana.

1 Todos los datos del censo de 1943 están tomados de: República de Cuba: Dirección general del censo de 1943. Editorial Guerrero, La Habana, s. f. En todos los casos, la información corresponde a la clasificación del censo.

2 Los datos de 1953 corresponden a: República de Cuba. Tribunal Superior Electoral. Oficina Nacional de los Censos Demográfico y Electoral: Censos de población, viviendas y electoral. Informe general, enero 28 de 1953. P. Fernández y Cía., S. en C., La Habana, s. f.

3 El censo comprende en este rubro la población de más de catorce años por ser esta la edad límite para la enseñanza obligatoria.

4 Jorge Ibarra Cuesta: Cuba 1898-1958. Estructura y procesos sociales. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 1995, tablas X, XI y XVII.

5 Oscar Pino Santos: El imperialismo norteamericano en la economía de Cuba. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 1973, p. 123.

El mundo editorial cubano al triunfo de la Revolución

En enero de 1959 la triunfante Revolución se encontró, entre otros horrores, un país marcado por su endeble universo editorial. Durante la República neocolonial y burguesa, los intelectuales de la Isla no contaron con mecanismos coherentes para la difusión de sus obras. El ejercicio de la creación literaria y científica era privativo de pequeños grupos, que debían nadar a contracorriente e intentar sobrevivir en medio del limitado apoyo oficial y sometidos a la voluntad de mecenas ocasionales. La escasez de fondos para el impulso de la ciencia, las humanidades y la literatura era una realidad irrefutable. El espacio que abría la prensa para los creadores resultaba, sin duda alguna, insuficiente.

Es bien conocido el mecanismo al que debía recurrir la inmensa mayoría de aquellos que aspiraban a publicar un libro en la Cuba republicana. El autor interesado en ver materializada editorialmente su obra debía asumir los costos de la impresión, lo cual restringía de manera ostensible el número de ejemplares que veían la luz. Tal realidad era especialmente dura para los literatos, pues su producción se alejaba de la «utilidad práctica» y el «rendimiento comercial» siempre priorizados. Los esfuerzos editoriales de instituciones estatales y agrupaciones de la sociedad civil –proyectos que merecen destacarse por su huella y valor dentro de nuestra cultura– no lograron modificar este lamentable panorama.

Ambrosio Fornet ha comparado el campo editorial cubano prerrevolucionario con un «páramo salpicado de unos pocos islotes de vegetación».6 En su opinión, solo la obra de editores espontáneos como Fernando Ortiz, Emeterio Santovenia y Samuel Feijóo, capaces de movilizar el esfuerzo de actores del tejido institucional y asociativo, evitaron la total desolación del paisaje. En sentido estricto, el país carecía de verdaderas casas editoriales. Las funciones inherentes a estas quedaron en manos de imprentas entre las que se destacaron, por citar algunos ejemplos, Cultural S.A., Trópico y Orto.

Debe subrayarse que figuras del calibre de Alejo Carpentier, Lino Novás Calvo, Virgilio Piñera y Dulce María Loynaz no pudieron publicar sus primeras obras en Cuba, al tiempo que un proyecto de la relevancia de Orígenes tuvo que costear sus publicaciones y no sobrevivió a la ruptura con su benefactor.

La «fortaleza» del universo editorial cubano se concentraba en el terreno de los libros escolares. Buena parte de la capacidad de impresión del país se consagraba a este ramo, el cual –no puede olvidarse esto– constituía un gran negocio. Cada nuevo curso los estudiantes se veían obligados a adquirir los volúmenes que los acompañarían durante el período lectivo, realidad que implicaba un gasto significativo que ponía contra las cuerdas a no pocas familias. La imposibilidad de acceder –por falta de recursos económicos– a la bibliografía orientada, así como la adquisición de las obras requeridas en librerías de segunda mano eran dinámicas habituales en la etapa republicana. El libro de texto distaba de ser un derecho universal garantizado a todos los estudiantes.

Sin duda alguna, el panorama editorial cubano no destacaba por su vitalidad. La ausencia de una política cultural coherente desde el punto de vista estatal tenía alta responsabilidad en la situación existente. El país que algunos pretenden presentar como representación absoluta del progreso manifestaba aquí otra de sus falencias estructurales. Tuvo que llegar el torbellino del cambio revolucionario para que la compleja realidad existente se modificara.

6 Testimonio brindado por Ambrosio Fornet a los autores del libro el 5 de agosto de 2020. (Ver testimonio de Fornet en anexo.)

La proyección fidelistahacia una revoluciónen la educación y la lectura

El asunto de la promoción de la lectura y, por tanto, de la edición y publicación de libros está muy directamente relacionado con el nivel de instrucción de la población; por lo que el problema de la educación en Cuba era uno de los grandes conflictos a resolver por una revolución en el poder, además de la capacidad real de acceder al libro. Esto se puede encontrar, desde una perspectiva programática, en los documentos fundacionales de Fidel Castro, comenzando por el muy conocido La historia me absolverá de 1953.

En el discurso de autodefensa, devenido acusación a la dictadura batistiana y, más aún, un análisis de la situación del país y una presentación de programa, es decir, del propósito de la Revolución, Fidel sintetizó en seis asuntos fundamentales lo de mayor apremio a resolver:

El problema de la tierra, el problema de la industrialización, el problema de la vivienda, el problema del desempleo, el problema de la educación y el problema de la salud del pueblo; he ahí concretados los seis puntos a cuya solución se hubieran encaminado resueltamente nuestros esfuerzos, junto con la conquista de las libertades públicas y la democracia política.7

El enunciado programático incorporaba la educación como parte de los problemas detectados como esenciales. Esta afirmación se acompañaba de una explicación acerca de la situación del país que llevaba a identificar esos como los problemas más urgentes a solucionar, aunque no eran los únicos. Respecto a la educación, Fidel señaló:

Nuestro sistema de enseñanza se complementa perfectamente con todo lo anterior: ¿En un campo donde el guajiro no es dueño de la tierra para qué se quieren escuelas agrícolas? ¿En una ciudad donde no hay industrias para qué se quieren escuelas técnicas o industriales? Todo está dentro de la misma lógica absurda: no hay ni una cosa ni otra [...]. A las escuelitas públicas del campo asisten descalzos, semidesnudos y desnutridos, menos de la mitad de los niños en edad escolar y muchas veces es el maestro quien tiene que adquirir con su propio sueldo el material necesario. ¿Es así como puede hacerse una patria grande?8

Como se puede observar, el líder enfatizaba en la zona rural pues, como muestran los datos del censo, allí era más agudo el analfabetismo y, por consiguiente, todo lo referido al sistema de educación y su alcance. De ahí que, al anunciar las propuestas de las cinco leyes para adoptar en lo inmediato, Fidel explicaba que le seguirían otras, entre las cuales mencionó la reforma integral de la enseñanza; es decir, que no solo era llevar la escuela a toda la población, sino acometer un cambio en todo el sistema, según dijo, «para preparar debidamente a las generaciones que están llamadas a vivir en una patria más feliz».9 Por tanto, entre los propósitos esenciales, el asunto de la educación estaba presente de manera programática desde el inicio.

La preocupación de Fidel en torno a la educación, y el papel del libro y la lectura para el enriquecimiento espiritual y de saberes del ser humano, se basa en su propia condición de lector y su convicción de la importancia de esto. En un recuento posterior, en entrevista publicada en 1985, explicó sus lecturas a lo largo de su vida, donde comenzó por las obras literarias y novelas de su juventud, habló de su gusto por las novelas históricas, de los libros «que mezclan la historia, la biografía, la naturaleza y la ficción», aunque igualmente se interesaba por otras materias: «Me gustan también algunos libros científicos, mucho, digamos, los libros sobre las plantas y cultivos, sobre los suelos, las leyes de la evolución natural, la biología, la genética, la ingeniería genética y la biotecnología, sobre la medicina y sobre las investigaciones científicas en general»,10 a lo que añadía los libros de economía y los relativos a los fenómenos contemporáneos. Según explicó, sus lecturas fueron modificándose con relación a sus propias responsabilidades, pues:

En estos tiempos, sobre todo, leo menos novelas. Aunque las buenas novelas también ilustran y enseñan, en mi escasez actual de tiempo me inclino a mirar la novela como algo esencialmente recreativo, claro que algunas de mucho interés, de un valor especial, por supuesto, las leo; pero las obras que he mencionado antes, aparte del interés intrínseco que siento por ellas, me aportan conocimientos e información sobre cuestiones muy importantes con las cuales uno está relacionado constantemente.11

En aquella entrevista, aclaró que había sido «asiduo lector del Manifiesto comunista y las obras clásicas de Marx, Engels y Lenin. «He leído muchas obras sobre la Revolución de Octubre y aquel proceso histórico». También había sido «voraz lector de cuanto se escribió sobre la Revolución Francesa; creo que aquellos libros ejercieron sobre mí los efectos que ejercieron en el hidalgo Alonso Quijano los libros de caballería». Por supuesto, se refirió a sus lecturas sobre Historia de Cuba, en especial sobre las guerras de independencia. En aquel repaso de su indudable condición de gran lector hizo una reflexión que permite entender algunas decisiones, cuando dijo:

[...] un revolucionario es lo que más se parece a Don Quijote, sobre todo, en ese afán de justicia, ese espíritu de caballero andante, de deshacer entuertos en todas partes, de luchar contra gigantes.

[...] en realidad pienso que se trata de una de las más maravillosas exaltaciones del idealismo y de los sueños de los hombres, y es sobre todo interesante, porque están los dos personajes: Sancho con los pies en la tierra viendo todos los problemas y dando consejos, un modelo de prudencia que no olvida ningún detalle mundano, y el otro que siempre está soñando con una causa noble que defender.12

La preocupación por la instrucción, la educación para todo el pueblo como vía para llegar a la ansiada patria más feliz, se corresponde con una voluntad social de atención al pueblo, pero también con las características de una persona amante de la lectura y convencida de su importancia. Entre los documentos que avalan esa condición se cuenta una carta desde la prisión de Isla de Pinos, del 8 de diciembre de 1953, donde dice:

Cuando leo una obra de algún autor famoso, la historia de un pueblo, la doctrina de un pensador, las teorías de un economista o las prédicas de un reformador social, me abrasa el deseo de saber todas las obras de todos los autores, las doctrinas de todos los filósofos, los tratados de todos los economistas, las prédicas de todos los apóstoles. Todo lo quiero saber, y hasta las listas bibliográficas de cada libro las repaso acariciando la esperanza de leer los libros consignados.13

En diversas oportunidades Fidel se refirió a los temas y autores que formaban parte de su universo como lector. Por ejemplo, en 1995, en la Universidad de La Habana afirmó que allí se había hecho revolucionario, martiano y socialista, lo que implica las lecturas de la obra de Martí y de Marx, Engels y Lenin en sentido general como base formativa. Según él mismo explicó, «en la biblioteca del Partido Comunista de la calle Carlos III compramos nuestros primeros libros marxista-leninistas». En ese lugar, dijo, compraban a veces a crédito, y «el núcleo fundamental de los que organizamos el Movimiento 26 de Julio adquirimos en esa biblioteca nuestros libros».14

Hay cartas escritas desde la prisión en las cuales Fidel se refirió a lecturas concretas de Marx y Lenin, como El 18 Brumario de Luis Bonaparte, Las guerras civiles en Francia y El Estado y la Revolución, e hizo algunas reflexiones sobre esas lecturas en el campo filosófico, al decir:

Me han servido de mucho mis viajes por el campo de la filosofía. Después de haberme roto un buen poco la cabeza con Kant, el mismo Marx me parece más fácil que el padrenuestro. Tanto él como Lenin poseían un terrible espíritu polémico y yo aquí me divierto, me río y gozo leyéndolo. Eran implacables y terribles con el enemigo. Dos verdaderos prototipos de revolucionarios.15

En ese sentido, no puede dejar de tenerse en cuenta que entre los moncadistas presos se creó una academia llamada Abel Santamaría y una biblioteca con la advocación de Raúl Gómez García, lo que llevó a que aquellos revolucionarios solicitaran libros para enriquecer sus fondos. El valor del libro y la lectura estuvo presente en el proyecto de la revolución desde sus inicios, como dijo Fidel en carta de 22 de diciembre de 1953: «Los que aprendieron a manejar las armas aprendieron a manejar los libros para los grandes combates de mañana».16

La acción del Moncada, por tanto, rebasaba los marcos de un acto solo contra Batista y su régimen tiránico, pues planteaba un programa de soluciones a los problemas del país por la vía revolucionaria que incluía el tema de la educación, y sobre esto insistió Fidel en distintos momentos.

Después de salir de la prisión el 15 de mayo de 1955, se dieron pasos organizativos importantes, entre ellos la fundación del Movimiento Revolucionario 26 de Julio (MR-26-7), el 12 de junio de 1955 al estructurarse su dirección nacional, así como la preparación para reiniciar la lucha insurreccional, lo que se hizo desde México. En ese período, cuando Fidel tuvo que enfrentar las calumnias y los ataques diversos de quienes se oponían a esta solución, publicó en la revista Bohemia una respuesta al artículo «La Patria no es de Fidel», en la que reprodujo unas palabras suyas pronunciadas en Palm Garden:

El pueblo cubano desea algo más que un simple cambio de mandos. Cuba ansía un cambio radical en todos los campos de la vida pública y social. Hay que darle al pueblo algo más que libertad y democracia en términos abstractos, hay que proporcionarle una existencia decorosa a cada cubano; el Estado no puede desentenderse de la suerte de ninguno de los ciudadanos que han nacido en el país y crecido en él.17

De esta manera, el joven dirigente revolucionario mostraba una proyección programática, más allá de la destrucción de la tiranía batistiana, lo que se plasmó en el «Manifiesto No. 1 del Movimiento 26 de Julio al pueblo de Cuba» de 8 de agosto de 1955. En este documento, fundamentalmente programático, se decía, en su séptimo punto: «Extensión de la cultura, previa reforma de todos los métodos de enseñanza hasta el último rincón del país, de modo que todo cubano tenga la posibilidad de desarrollar sus aptitudes mentales y físicas en un medio de vida decoroso».18 Este aspecto, como parte del programa de la Revolución, se mantuvo en todos los documentos programáticos durante el período de lucha insurreccional. Entre ellos se cuenta el «Manifiesto de la Sierra Maestra» de julio de 1957, firmado en aquellas montañas por Fidel junto a Raúl Chibás y Felipe Pazos, donde se incorporaba:

Declarar que el gobierno provisional deberá ajustar su misión, al siguiente programa:

[...] G) Inicio inmediato de una intensa campaña contra el analfabetismo y de educación cívica, exaltando los deberes y derechos que tiene el ciudadano con la sociedad y con la Patria.19

Es evidente que para promover la lectura y el desarrollo intelectual era necesario atender en primera instancia el problema del analfabetismo, erradicar ese terrible mal, aunque no podía quedar solo en eso, había que avanzar en el grado de instrucción de la población en general. Lo que se planteaba a nivel programático, tuvo realización práctica durante el período de la lucha insurreccional, en cuanto a la atención a la enseñanza, dentro de lo posible, en zonas en guerra. Si no fuera así, ¿cómo explicar la estructuración de un Departamento de Educación, por ejemplo, en el II Frente Oriental Frank País? En la Ley Orgánica que normaba su funcionamiento, se estableció la instrucción primaria como obligatoria y gratuita y afirmaba que el Movimiento Revolucionario 26 de Julio (MR-26-7) «creará y mantendrá un sistema de escuelas rurales y urbanas para niños y adultos civiles con el fin de erradicar y prevenir el analfabetismo».20 En este Frente se organizó el sistema de escuelas en su territorio, que llegaron a ser más de cuatrocientas, y se elaboraron materiales para esas escuelas, que se imprimían en el propio territorio. Esto era parte del proyecto de la Revolución desde la época de la lucha insurreccional.

Los asuntos referidos a la educación y la lectura, como principios esenciales para una sociedad más justa, fueron formulados por Fidel en muchas ocasiones, antes y después del triunfo de enero de 1959. Dentro de esos múltiples momentos en que abordó el asunto, ya con la Revolución en el poder, hay dos que resultan emblemáticos por su profundo sentido. Uno de ellos fue cuando pronunció un discurso en la Sociedad Espeleológica de Cuba, en la Academia de Ciencias, el 15 de enero de 1960. Entonces afirmó:

El futuro de nuestra patria tiene que ser necesariamente un futuro de hombres de ciencia, tiene que ser un futuro de hombres de pensamiento, porque precisamente es lo que más estamos sembrando; lo que más estamos sembrando son oportunidades a la inteligencia; ya que una parte considerabilísima de nuestro pueblo no tenía acceso a la cultura, ni a la ciencia, una parte mayoritaria de nuestro pueblo. Era una riqueza de la cual no podía nada esperarse porque no tenían la oportunidad.21

El segundo momento, de especial significación, fue el 6 de abril de 1961, cuando habló por la televisión en el cierre de un ciclo de conferencias sobre educación y revolución de la Universidad Popular, donde afirmó: «[...] nosotros no le decimos al pueblo: ¡cree! Le decimos: ¡lee!»,22 e hizo un conjunto de consideraciones fundamentales desde esa perspectiva:

La reacción no le decía al pueblo lee sino cree. Por lo tanto, le suprimía la oportunidad de tener libros. Un libro valía dos, y tres pesos, y cuatro, y más. No hacía cartilla