Visiones de los Estados Unidos en Cuba - Francisca López Civeira - E-Book

Visiones de los Estados Unidos en Cuba E-Book

Francisca López Civeira

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Beschreibung

La representación de los Estados Unidos en el imaginario del cubano a lo largo del tiempo es parte de la historia de Cuba y es un tema insuficientemente tratado en la historiografía cubana. Este libro pretende contribuir al estudio de este problema desde diversas fuentes: historiográficas, publicísticas, documentales, pero también desde la narrativa, la poesía, el discurso político, la caricatura; es decir, por diferentes vías de expresión que permiten reconstruir ese fenómeno con sus manifestaciones ambivalentes.

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Seitenzahl: 394

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Tabla de contenido
Nota al lector
1. Nacimiento de un imaginario en su ambivalencia. Expectativas, lo moderno, el progreso, la libertad y la esclavitud
1.1 La mirada inicial hacia los futuros Estados Unidos
1.2 Primeras expresiones de una representación compleja
1.3 Presencia temprana de los Estados Unidos en la memoria y el discurso cubanos
1.4 Coyuntura de mediados de siglo. Las miradas desde Cuba
1.5 ¿Hacia dónde vamos? ¿Hacia la anexión?
2. En el combate por la independencia:la mirada durante la Guerra de los Diez Años
2.1 Los Estados Unidos como referente. Posiciones en 1868-1869
2.2 Los Estados Unidos ante el desarrollo de la Guerra de los Diez Años y la reacción cubana
3.1 Lo estadounidense en la Cuba de entreguerras. Nuevas miradas y viejos conflictos
3.2 Lo estadounidense en los proyectos cubanos de finales de siglo: independencia, autonomía o anexión. Combates e imágenes
3.3 Los Estados Unidos ante la Guerra de Independencia y las expectativas cubanas
3.4 La coyuntura del 98 vista desde Cuba
4. El tránsito al siglo xx. La ocupación militar y las perspectivas cubanas
4.1 Los cubanos ante la gestión de la ocupación militar
4.2 Las expectativas iniciales en Cuba. Debates. Crecimiento de la desconfianza
4.3 Hacia la República: incertidumbres, afirmaciones y debates. La Asamblea Constituyente y el paradigma norteño
4.4 La Enmienda Platt: posiciones
4. 5 El 20 de mayo: miradas contemporáneas
Anexo
Reflejo en la caricatura de la relación Estados Unidos-Cuba desde la intervención de 1898 hasta el inicio de la República129
Bibliografía
Otras fuentes
Datos de la autora

Edición: Adyz Lien Rivero Hernández

Diseño de cubierta: Seidel González Vázquez (6del)

Diseño interior: Daniel Alejandro Delgado

Realización de ilustraciones: Elvira Corzo Alonso

Corrección: Norma Suárez Suárez

Composición digitalizada: Idalmis Valdés Herrera

© Francisca LópezCiveira, 2019

© Sobre la presente edición:

Editorial de Ciencias Sociales, 2021

ISBN 9789590623431

Estimado lector, le estaremos muy agradecidos si nos hace llegar su opinión, por escrito, acerca de este libro y de nuestras ediciones.

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España.

INSTITUTO CUBANO DEL LIBRO

Editorial de Ciencias Sociales

Calle 14 no. 4104, entre 41 y 43, Playa, La Habana

[email protected]

www.nuevomilenio.cult.cu

A mis hijos, que son orgullo y estímulo para mí.

A mis nietos y nietas, alegría y aliciente para seguir.

Al pueblo de Cuba, que en las más complejas circunstancias ha defendido su cubanía.

Nota al lector

La representación de los Estados Unidos en el imaginario del cubano a lo largo del tiempo es parte de la historia de Cuba, tema sobre el que se han hecho algunos acercamientos parciales, pero que tiene muchas aristas no tratadas aún en la historiografía cubana. Este libro pretende contribuir al estudio de este problema desde diversas fuentes: historiográficas, publicísticas, documentales, pero también desde la narrativa, la poesía, el discurso político, la caricatura; es decir, por diferentes vías de expresión que permiten reconstruir ese fenómeno con sus manifestaciones ambivalentes —a veces de manera simultánea y a veces contrapuesta— en la aceptación y el rechazo, la asimilación o la repulsa de los patrones procedentes del vecino país.

En la presente obra, cuya primera parte se presenta ahora, hay un mayor detenimiento en el final del siglo xix y el inicio del xx, pues en ese período cobró notable presencia la imagen de los Estados Unidos en Cuba por razones obvias, dada la intervención norteña en nuestra lucha independentista y la relación dependiente que se estructuró desde finales del siglo xix, de modo particular con la ocupación militar estadounidense de la Isla y la construcción del dominio neocolonial. No obstante, es imprescindible hacer un recorrido, aunque sea muy generalizador, por el tiempo precedente, en particular la centuria decimonónica, pues ese período ya asentó la presencia estadounidense en Cuba desde diferentes campos, que se hizo evidente en el interés por el vecino del Norte y, con esto, las maneras de mirarlo, que cobró mayor importancia en sus décadas finales.

El centro de atención de esta obra radica en cómo los cubanos vieron a los Estados Unidos a través del tiempo, con detenimiento especial en momentos en que la relación alcanzó un notable relieve, como fue la coyuntura de 1898 y el impacto de la Enmienda Platt, asuntos que constituyeron constantes en las referencias a lo estadounidense, aun después de la firma del nuevo tratado de relaciones en 1934. Estos hechos marcaron de modo indeleble la mirada hacia el poderoso vecino.

Por tanto, esta parte de la obra se concentra en el tiempo en el cual los cubanos miraban a los Estados Unidos desde diferentes perspectivas, aun cuando la Isla estaba dentro del sistema colonial español, hasta el nacimiento de la República de Cuba en 1902 bajo la impronta de la Enmienda Platt, cuando necesariamente los Estados Unidos ganaron alta relevancia en las visiones de los cubanos. Como podrá verse en el texto, las posiciones ante el tipo de relación mutua que debía existir constituyeron, en importante medida, condicionantes para las formas de mirar a los Estados Unidos desde Cuba.

La impartición desde hace más de diez años de un curso acerca de la historia de la percepción cubana sobre los Estados Unidos en la Maestría de Estudios Interdisciplinarios sobre América Latina, el Caribe y Cuba, en la Universidad de La Habana, ha posibilitado a esta autora acopiar información y madurar reflexiones a lo largo del tiempo, a lo cual también han contribuido los estudiantes con los intercambios en los espacios de debate que contempla el curso. Por tanto, es deber reconocer esa circunstancia, así como la sugerencia de algunos de ellos de recoger ese contenido en una obra escrita. Debo, por tanto, recordar de manera particular por sus comentarios, sugerencias y hasta localización de algunas fuentes, a Luis Fidel Acosta Machado, Fabio Enrique Fernández Batista, David Domínguez y Laura Vázquez Fleitas. Otros estudiantes, a lo largo de años, también han contribuido a este resultado de hoy desde comentarios y reflexiones en los debates.

Toda obra siempre tiene algo de colectiva y, en ese sentido, debo agradecer muchísimo el apoyo de mis queridos compañeros de la Biblioteca Central Rubén Martínez Villena de la Universidad de La Habana, tanto en su Sala General como en la Colección de Libros Raros y Valiosos, que durante años me han facilitado con gran eficiencia las fuentes que allí se atesoran. También a mi amigo-hermano Virgilio López Lemus por su generosidad en permitirme consultar fuentes de su colección personal y a René González Barrios, por su noble entrega de imágenes que guarda en colecciones digitales, así como a quienes en su biblioteca facilitan la consulta de sus fondos. A la Fragua Martiana, institución de la Universidad de La Habana, y su director Yusuán Palacios, así como a sus queridas y eficientes trabajadoras, agradezco por permitirme el acceso a sus fondos. Otras instituciones como la biblioteca del Instituto de Literatura y Lingüística, también fueron consultadas con buena cosecha. Quede, entonces, constancia de mi reconocimiento.

1. Nacimiento de un imaginario en su ambivalencia. Expectativas, lo moderno, el progreso, la libertad y la esclavitud

Los Estados Unidos estuvieron presentes en las miradas de los habitantes de Cuba a su entorno y circunstancias desde épocas tempranas a partir de causas diversas, entre las cuales tuvo un particular significado la cercanía geográfica. Este ha sido un factor permanente a lo largo del tiempo, por supuesto, en diferentes coyunturas y direcciones y con distintos significados; pero en los momentos iniciales de la relación mutua alcanzó una trascendencia fundamental y siempre ha mantenido importancia, aunque con mutaciones en sus diversos grados de prioridad y sentidos en las acciones que se podían derivar de esto.

La cercanía favoreció el intercambio comercial, tanto de manera legal como de contrabando, que implicó, necesariamente, la relación entre las poblaciones vecinas y creó de manera progresiva un vínculo de dependencia por la parte cubana.

Un hecho que incidió de manera notable en el interés que podía suscitar aquel país en la Isla caribeña fue el proceso independentista de las Trece Colonias británicas. Este provocó la reacción de potencias europeas en correspondencia con sus contradicciones con Inglaterra, entre ellas España, por lo que el territorio cubano se vio involucrado en este proceso cuando el país ibérico decretó la legalización del comercio, a lo que se sumó el aporte en dinero y hombres procedentes de la Isla a la contienda, además del impacto de la independencia en sí misma y sus documentos fundacionales. De ahí que, desde tiempos lejanos, en los habitantes de Cuba se empezara a construir una representación de quienes vivían en aquel territorio cercano, su sociedad y su dinámica.

La vecindad impuesta por la naturaleza y, a partir de eso, los lazos de distinta índole establecidos entre las dos poblaciones vecinas, hicieron que la América sajona fuera un referente en múltiples sentidos para quienes habitaban la isla de Cuba. La articulación de la política colonial española, que dominaba parte de aquel territorio desde la Capitanía General isleña, los intercambios comerciales, las visitas entre sus habitantes respectivos y otro tipo de vínculos, además del entrelazamiento de intereses de manera sucesiva y creciente, fueron construyendo formas específicas, no pocas veces contradictorias, de mirar hacia ese vecino del Norte. Esas miradas, cuyo origen se remonta a siglos pasados, han formado parte de la vida en Cuba, aunque su importancia mayor se asienta con el surgimiento de la nación llamada Estados Unidos de América.

1.1 La mirada inicial hacia los futuros Estados Unidos

Una circunstancia precursora de las relaciones bilaterales se produjo en el siglo xviii, cuando la denominada “Toma de La Habana por los ingleses” entre 1762 y 1763. Si bien fue una operación de Gran Bretaña como parte de las guerras que sostenían las potencias europeas entre sí, involucró a tropas procedentes de las Trece Colonias británicas que participaron en la acción y, sobre todo, se asentaron en la parte occidental de la Isla durante los once meses que estuvo bajo dominio inglés. Este período se apreció como un momento de gran impulso al crecimiento económico de Cuba, que se expresó en la historiografía posterior y hasta en el discurso político. Francisco de Arango y Parreño ofrece una muestra de esto en su “Discurso sobre La Habana y medios de fomentarla” (1792) donde denomina a ese lapso “verdadera época de la resurrección de La Habana”, debido, en primer lugar, a “las considerables riquezas, con la gran porción de negros, utensilios y telas” que entraron en la Isla por el comercio de Gran Bretaña y también porque demostró a España la importancia de Cuba.1

1 Hortensia Pichardo: Documentos para la Historia de Cuba, t. I, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1971, pp. 165-166.

La trascendencia atribuida al período de dominio inglés significaba de alguna manera una contraposición a la política colonial española, lo cual tuvo reiteraciones en todo el siglo xix. Las escrituras de la historia de Cuba establecían esa mirada, como la de Antonio José Valdés en su Historia de la Isla de Cuba y en especial de La Habana (1813). También se publicaron obras específicamente dedicadas al estudio de aquel suceso y su exaltación, como Historia de la conquista de La Habana por los ingleses de Pedro José Guiteras (1866), que muestra el interés por aquel acontecimiento y su importancia. Se construía así una imagen de bonanza asociada a la relación con la parte inglesa del continente, al tiempo que se rechazaba la intromisión de aquella cultura como negación de los cánones españoles asumidos como propios en la Isla. Pero aún no eran los Estados Unidos, sino las Trece Colonias británicas.

Las relaciones comerciales fueron también muy tempranas, aunque por la vía del “comercio de rescate” o de contrabando. Hubo legalizaciones temporales por la metrópoli, en coyunturas como la Guerra de Independencia de las Trece Colonias u otros momentos de confrontaciones bélicas en los que España se mostró neutral o se alineó contra Inglaterra y abrió los puertos al comercio, lo cual posibilitó que el vecino norteño fuera ganando terreno de forma rápida en ese campo. Algunas cifras de finales del siglo xviii e inicios del xix ilustran la importancia que alcanzó ese tráfico para Cuba, lo que necesariamente incidía en la manera de ver tal relación con los Estados Unidos.

Entre los barcos mercantes que se despacharon en 1796 en el puerto de La Habana, 287 eran españoles y 150 estadounidenses, mientras que de otras banderas eran 16; sin embargo, en 1801 de bandera española eran solo 109, mientras eran estadounidenses 824. En cuanto al azúcar exportada en esos años, en 1795 la exportación a los Estados Unidos representó 14,32 % del total, y en 1800 era 85,85 %.2

2 Manuel Moreno Fraginals: El ingenio, t. II, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1978, pp. 107-108.

El creciente intercambio mercantil creaba una relación íntima entre ambas partes, así como la incorporación de los productos de ese comercio a la vida del país, lo que llevaba de manera progresiva a mirar al mercado estadounidense como el fundamental para el azúcar cubano y a sus productos como imprescindibles en la sociedad isleña. También esa actividad atrajo a los primeros estadounidenses asentados en Cuba, para desde aquí quebrar los obstáculos del monopolio comercial que imponía España. El fin de este monopolio en 1818, aunque con restricciones arancelarias, posibilitó la estabilidad en ese campo. La propia vecindad también impulsaba otras formas de intercambios en la esfera cultural. Se tejían las relaciones que fomentaban la representación de aquel país y lo que le era propio en el imaginario de los habitantes de Cuba.

1.2 Primeras expresiones de una representación compleja

La constitución de los Estados Unidos de América, como se denominó aquel país a partir de su independencia, potenció una relación mutua mucho más estable y constante, a pesar de los obstáculos que imponía España. Las relaciones comerciales, que se legalizaron temporalmente durante la lucha contra Inglaterra, asentaron un vínculo cuyo restablecimiento se convirtió en demanda permanente de los criollos de Cuba después que la metrópoli ibérica las interrumpió al término de la contienda, lo que se acompañó desde los primeros momentos por el interés de la nueva nación en la posición cubana.

En las tempranas expresiones de interés por Cuba de los padres de la independencia norteña, la cercanía geográfica era una condicionante esencial. La navegación a través del río Mississippi y su salida al mar por Nueva Orleans era fundamental para el comercio de aquel país y en esa salida se ubicaba la isla de Cuba; por tanto, era una posición estratégica para el control de esa ruta, lo cual tenía trascendencia también desde el punto de vista defensivo. Se argumentaba en las tempranas referencias a Cuba que, si la Isla caía en manos de una potencia enemiga, podía interrumpir el flujo del comercio por esa vía y amenazar el sur de su territorio.

La rápida adquisición de zonas colindantes, como la Luisiana y las Floridas occidental y oriental entre 1803 y 1819, abrió el camino de la expansión que seguiría al Oeste y también miraría hacia el vecino territorio insular, pero con la dificultad de tener el mar por medio, aunque fuera una corta distancia, además de que la Isla era dominio español. El presidente Thomas Jefferson (1801-1809) expresó en 1801 una perspectiva de expansión futura cuando dijo: “Como quiera que nuestros presentes intereses pueden restringirnos dentro de nuestros propios límites, es imposible no prever los tiempos distantes, cuando nuestra rápida multiplicación se expandirá más allá de esos límites y cubrirá todo el norte si no el sur del continente”.3 Pronto hubo una alusión directa a Cuba por el propio Jefferson y, luego, por quienes le sucedieron. James Madison (1809-1817) lo formuló con toda claridad en 1810: “[…] la posición de Cuba da a los Estados Unidos un profundo interés en el destino […] de esa isla que […] no podrían estar satisfechos con su caída bajo cualquier gobierno europeo, el cual podría hacer de esa posesión un apoyo contra el comercio y la seguridad de los Estados Unidos”.4 El deseo de una posible adquisición de Cuba es un factor importante para entender las primeras expresiones en la Isla en relación con este asunto.

3The True Thomas Jefferson, Filadelfia [s. a.]. Citado por Herminio Portell Vilá: Historia de Cuba en sus relaciones con Estados Unidos y España, t. I, Jesús Montero (ed.), La Habana, 1938, p. 146.

4 Emilio Roig de Leuchsenring: Los Estados Unidos contra Cuba Libre, t. I, Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, La Habana, 1959, p. 30.

En la coyuntura creada a partir de 1808 con la resistencia española frente a la invasión napoleónica, los Estados Unidos enviaron en 1809 al general James Wilkinson a Cuba para explorar la posible reacción ante el interés estadounidense y, en 1810, llegó el cónsul William Shaler con instrucciones de realizar acciones concretas con figuras notables de la sociedad cubana. Esto permite ver algunas opiniones respecto a una posible unión con los Estados Unidos en esa época, de acuerdo con los informes de Shaler. El 24 de octubre, el cónsul informaba a su Gobierno que los grandes agricultores “parecen considerar una muy estrecha conexión con nosotros, necesaria a su felicidad y prosperidad”.5 Shaler se entrevistó el 14 de junio de 1811 con José de Arango, el tesorero de la Real Hacienda y Comisionado por el cabildo habanero para protestar ante las Cortes españolas contra la proposición del delegado mexicano de eliminar la trata negrera, quien además fue autorizado por un sector de criollos ricos a hablar en su nombre. Según el informe de Shaler a su Gobierno, Arango expresó que

5 Citado por Philip S. Foner: Historia de Cuba y sus relaciones con Estados Unidos, t. I, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1973, p. 137.

[…] Contra los Estados Unidos no existen aquí sentimientos inamistosos ni celos: nosotros admiramos sus instituciones, sus leyes y su forma de gobierno; vemos que ellas procuran su prosperidad y felicidad. Ahora por las circunstancias de nuestra situación hay solamente un curso a tomar por nosotros, que es solicitar la unión con ustedes y convertirnos en uno de los Estados Confederados. Me parece que esta medida debe ser igualmente interesante para ambas partes. Nuestra situación garantiza la navegación por el Mississippi; y nuestros puertos, nuestro suelo, nuestro clima, ofrecen increíbles recursos al comercio y la agricultura, y cuando estas ventajosas cualidades de nuestra Isla sean desarrolladas por un gobierno como el de ustedes, además de hacernos ricos y felices, se añadirán incalculablemente a su valor nacional e importancia política. Por nuestra parte, si tomamos otro curso, en vez de formar parte integral de una gran y creciente nación, permaneceremos en un estado de colonial degradación, sin derechos políticos, y sujetos a estar envueltos en las eternas guerras de Europa contra nuestros intereses y sentimientos. Sobre este arreglo no hay objeción mayor que la de la religión, la cual espero y creo puede ser reconciliada.6

6 Herminio Portell Vilá: ob. cit., t. I, pp. 167-168 (traducción de la autora).

De esa época se ha recogido la actividad del habanero José Álvarez de Toledo, también integrante de la élite en esta ciudad, quien se comunicó con James Monroe desde Filadelfia en noviembre de 1811 y, por sus propias comunicaciones, se puede ver que, en coordinación con aquel, estaba preparando una acción en Cuba que debía concluir con la anexión.7 De igual forma se recoge en las conversaciones del grupo de Arango con Shaler la presencia de José del Castillo, habanero que había estudiado en Baltimore, partidario de la anexión a los Estados Unidos.

7Ibídem, pp. 169-170.

Si bien existía cierta opinión favorable a la incorporación de Cuba a esta nación cuando parecía peligrar la trata y podía estallar un conflicto entre Inglaterra y sus antiguas colonias del Norte —como efectivamente sucedió en 1812—, había cierta ambivalencia, pues Shaler reportaba un manifiesto sin firma que analizaba los peligros que podían cernirse sobre Cuba en caso de tal conflicto, pero concluía con el reconocimiento de la debilidad de los Estados Unidos para ayudar a Cuba a enfrentar la posible calamidad que esto acarrearía, al tiempo que reconocía que el interés norteño radicaba en promover su propia utilidad en esa circunstancia.8

8Ibídem, pp. 172-174.

A partir de 1812, cuando estalló la guerra de los Estados Unidos con Inglaterra, Shaler fue relevado como cónsul y el capitán general español, Ruiz de Apodaca, no aceptó a quien asumiera el cargo, Stephen Kingston. Además, los Estados Unidos se concentraron en la adquisición de las Floridas, por lo que el interés por Cuba debió esperar momentos más propicios. Al mismo tiempo, las Cortes españolas rechazaron la propuesta contra la trata, con lo que desapareció el peligro que se intentaba conjurar con la ayuda “de un amigo poderoso” que pudiera apoyar la rebeldía si hubiera sido necesaria, como dijo Arango, según informe de Shaler de 1ro. de diciembre de 1811.9

9Philip S. Foner: ob. cit., t. I, p. 137.

La opinión de José de Arango, sin embargo, presenta ya una mirada hacia los Estados Unidos que se iba extendiendo en su época, a partir de la Declaración de Independencia del 4 de julio de 1776 que proclamaba la igualdad de los hombres, la libertad y la búsqueda de la felicidad como derechos, conjuntamente con su constitución en república que, por demás, exhibía un devenir exitoso en corto tiempo. La élite criolla no era ajena a esta imagen, aunque solo por circunstancias coyunturales, como la señalada, incorporaba la posibilidad de unirse al vecino. De todas formas, aparecía en los grupos más poderosos una percepción de los Estados Unidos como posible solución para el mantenimiento de la esclavitud e incorporación al progreso moderno; aunque, con gran sentido de la realidad, pues había dudas acerca de la posibilidad de una acción concreta en aquel momento.

Aun para quienes no tenían una proyección anexionista, los Estados Unidos se convirtieron de manera creciente en punto de referencia en la reflexión o la búsqueda de soluciones con España a los problemas de la Isla. En la “Exposición a las Cortes españolas” de 1811, José Agustín Caballero establecía una comparación entre la política que había seguido Gran Bretaña con las Trece Colonias hasta el reconocimiento de la independencia y la aprobación de la Constitución, con la establecida por España respecto a Cuba.10 Este sentido comparativo sería un factor presente entre quienes se expresaban desde la política y también desde la historiografía.

10 José Agustín Caballero: Obras, Biblioteca de Clásicos Cubanos, Imagen Contemporánea, La Habana, 1999, p. 218.

1.3 Presencia temprana de los Estados Unidos en la memoria y el discurso cubanos

La importancia que iban alcanzando los Estados Unidos para Cuba tuvo expresión en la producción historiográfica. Es sintomático que José Martín Félix de Arrate no prestara atención a la presencia de las Trece Colonias inglesas en su obra de 1761, Llave del Nuevo Mundo Antemural de las Indias Occidentales, así como tampoco Ignacio José de Urrutia y Montoya para quien solo tuvo relevancia la expedición que salió de La Habana para la conquista de la Florida al mando de Hernando de Soto, en una historia escrita en 1791 (Teatro histórico, jurídico y político militar de la Isla Fernandina de Cuba y en especial de su capital, La Habana), pero que solo llegaba a 1555 en su reconstrucción. Sin embargo, cuando se reúnen estas obras junto a la de Antonio José Valdés (Historia de la Isla de Cuba y en especial de La Habana, de 1813) en un volumen de 1876, se hace una división en cuatro grandes épocas, la tercera de las cuales se ubica entre 1556 y 1761, es decir, antes de la presencia inglesa en La Habana.11

11Los tres primeros historiadores de la Isla de Cuba, t. I, Rafael Cowley y Andrés Rego (eds.), Imprenta y Librería de Andrés Rego, Habana, 1876, p. V.

El primer hecho que concitó la atención de los historiadores fue precisamente la Toma de La Habana por los ingleses, tanto por el comportamiento destacado de los defensores habaneros de la villa como por el florecimiento que, según muchos, tuvo la ciudad durante el dominio británico gracias al comercio que se pudo realizar, así como por la reacción hispana, en una visión que ha tenido algún nivel de debate hasta la actualidad. Valdés incluyó en su obra una narración de aquel hecho y calificó de despotismo el período de dominio inglés, aunque compartió el criterio del “engrandecimiento de La Habana” a partir de ese suceso.12 Aquella etapa constituyó un tema de interés en la construcción de las historias de Cuba, así se ve en varias obras específicas como la de Pedro José Guiteras en 1856 o la de Antonio Bachiller y Morales en 1883. Según Guiteras, después del descubrimiento de Colón y la conquista de Velázquez, no había otro acontecimiento “tan digno de especial estudio por sus efectos en la prosperidad de la Isla” como aquel.13 Por su parte, Antonio Bachiller y Morales también calificaba ese episodio como el “más importante de la Historia de Cuba”, destacando “los efectos materiales que produjo la dominación inglesa”, porque la “gran introducción de brazos” aumentó la producción azucarera, crecieron las rentas públicas y despertó el confort o bienestar doméstico, entre otras razones.14 Otros historiadores dedicaron amplios capítulos a este asunto en obras más generales, como hizo el español Jacobo de la Pezuela.

12 Antonio J. Valdés: Historia de la Isla de Cuba y en especial de La Habana, Comisión Nacional Cubana de la UNESCO, La Habana, 1964, p. 153.

13 Pedro José Guiteras: Historia de la conquista de La Habana por los ingleses, Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, La Habana, 1962, p. 13.

14 Antonio Bachiller y Morales: Cuba: monografía histórica, Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, La Habana, 1962, pp. 179 y 193.

El interés descrito advierte sobre la mirada que se construía acerca de la influencia que impulsaba adelantos en Cuba fuera de España, en especial la proveniente de los anglosajones donde había una presencia notable de estadounidenses, al tiempo que el comercio establecido en aquellos once meses fue visto como propulsor de los beneficios que recibió el occidente de la Isla.

Un hecho directamente vinculado al vecino del Norte que estuvo presente en las obras que historiaron el devenir cubano hasta el siglo xix fue la independencia de las Trece Colonias y la Constitución que estructuró su República. La periodización que aparece en la compilación de los tres primeros historiadores incluye, en las “ocurrencias” de mayor importancia, “el alzamiento de los Estados Unidos y su final emancipación”.15 Este acontecimiento fue un referente desde distintas apreciaciones y en diferentes contextos.

15Los tres primeros historiadores de la Isla de Cuba, ob. cit., t. I, p. V.

En 1811, José Agustín Caballero aludió al asunto en su “Exposición a las Cortes Españolas”, cuando planteó que Gran Bretaña tuvo que “reconocer la independencia y soberanía” de aquellas colonias “por no haberles querido conceder la parte que en justicia les pertenecía en la representación nacional” y después, desde su posición reformista, hizo mención a la Constitución de los Estados Unidos para apreciar que hubiera sido quizás más perfecta que la de Gran Bretaña “si no dominara en ella la más chocante democracia” y si “no se hubiere preferido un presidente amovible cada cuatro años, con facultades muy limitadas, en lugar de un Monarca hereditario”.16

16 José Agustín Caballero: ob. cit., p. 218.

Otros aspectos fueron recogidos en la memoria y los referentes de los cubanos de principios del siglo xix, así en 1824 Félix Varela se refería a la independencia del continente y consideraba indispensable “alejar hasta la idea de que España tiene posesiones en América”, en lo cual estaban de acuerdo todos, “y acaso más que ninguno, los Estados Unidos, porque su práctica de negocios políticos los pone más al alcance de todas las consecuencias del influjo europeo, por medio de una nación débil como la España”. Varela aludía a los esfuerzos para separar a Cuba de España en lo que, a su juicio, los Estados Unidos tenían los modos para conseguirlo, pero no los empleaba por la relación armónica que debía guardar con Europa, “mientras no medie una guerra”. Desde esa idea, se refería a los medios que podían emplear los Estados Unidos a partir del ejercicio de la piratería en torno a Cuba, pues “no parece sino que España ha declarado de hecho una guerra” a ese país, frente a la cual esa nación tenía el derecho “de remediar por sí el mal que otros o consienten o no pueden evitar, y que exigirá, no una satisfacción de papeles, sino de hechos, y ya pueden inferirse los resultados”.17

17Félix Varela:Escritos políticos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1977, pp. 130-131.

La atención de Félix Varela, especialmente en El Habanero, se centró en lo fundamental en los proyectos de Colombia y México para promover la separación de Cuba respecto a España; sin embargo, los Estados Unidos no dejaron de estar presentes, bien para recordar su independencia o para calificar a ese país de notablemente supersticioso o para aludir a otros aspectos. Lo real es que estuvo presente en sus reflexiones de alguna manera.

La gesta independentista norteña y sus grandes figuras fueron referentes para cubanos de las primeras décadas del siglo xix y más allá. La poetisa camagüeyana Gertrudis Gómez de Avellaneda compuso el soneto “A Washington” donde en una de sus partes dice: “Miró la Europa ensangrentar su suelo / al genio de la guerra y la victoria… / pero le cupo a América la gloria / de que al genio del bien le diera el cielo”.18

18 En Cintio Vitier: Los poetas románticos cubanos. Antología, Consejo Nacional de Cultura, La Habana, 1962, p. 120.

Un aspecto que llamó la atención de quienes recogieron la memoria histórica del acontecer cubano fue el intercambio comercial entre los dos países. El alemán Alejandro de Humboldt, en su visita a Cuba en el inicio del siglo, apreció su importancia y dejó constancia de esto. En sus tablas sobre el asunto, informa que, en 1823, de los 1168 buques que habían entrado a La Habana, 274 eran españoles y 708 de los Estados Unidos; además hubo 149 buques de guerra, de los cuales, 61 eran españoles, 54 de los Estados Unidos y 34 ingleses y franceses. También ponderaba la importancia de algunos productos que se importaban de aquel país: “Los cereales de los Estados Unidos han venido a ser una necesidad real y verdadera bajo una zona en que por mucho tiempo el maíz, la yuca y los plátanos se preferían a cualquier otro alimento”.19

19 Alejandro de Humboldt: Ensayo político sobre la Isla de Cuba, Editorial Lex, La Habana, 1960, pp. 122-124.

La importancia del rubro mercantil fue reflejada por Antonio José Valdés en su citada obra de 1813, cuando se refirió al esfuerzo del Ayuntamiento de La Habana por resolver el conflicto que se creó en ese campo, a partir de la situación de España en 1808 y los problemas con Gran Bretaña y los Estados Unidos. Entonces se debatió el tema y algunos se pronunciaron por el comercio exclusivo con la metrópoli, pero “el mayor número dictaminó a favor de la concurrencia de extranjeros con españoles”, pues España era incapaz de absorber la producción de la Isla, por lo que “se deliberó a favor de la concurrencia de extranjeros”.20 En el grupo de extranjeros, los estadounidenses tenían una importancia de primer orden ya para esa fecha, lo que se conocía muy bien en el Ayuntamiento.

20 Antonio J. Valdés: ob. cit., p. 232.

En realidad, el trasiego entre los Estados Unidos y Cuba había crecido notablemente. Entre 1826 y 1830 entraron 1780 naves extranjeras en puertos cubanos, de las cuales 1088 eran estadounidenses, 324 españolas, 172 inglesas, 71 francesas, 30 holandesas, 29 de las ciudades hanseáticas, 24 danesas y 23 italianas.21 La tendencia a su aumento continuó en los años siguientes, como puede verse en las cifras del comercio cubano de exportación (en promedio anual por quinquenios): entre 1841 y 1845, la exportación a España representó 13,85 % y a los Estados Unidos 20,18 %. En el quinquenio 1851-1855, las cifras fueron de 11,25 % a España, mientras a los Estados Unidos subió a 39,25 %; y entre 1856 y 1860, a España fue 12,02 %, y a los Estados Unidos 44,73 %.22

21 Roland T. Ely: Cuando reinaba su majestad el azúcar, Imagen Contemporánea, La Habana, 2001, p. 128.

22 Manuel Moreno Fraginals: ob. cit., t. II, p. 178.

El comercio de azúcar con los Estados Unidos tuvo desde el inicio una característica particular: si a España se exportaba azúcar blanca o refinada, al país del Norte y a Europa esta era de baja polarización, pues allá se necesitaba la materia prima para las refinerías; de hecho, a mediados de la década de 1850 la refinación de azúcar era un importante negocio en los Estados Unidos. Por otra parte, Cuba se convertía en el mayor mercado para sus productos manufacturados: las únicas locomotoras y equipos ferrocarrileros y la mayoría de las máquinas de vapor que ese país logró colocar en el mercado mundial en la década de 1830 fueron al mercado cubano. De igual manera, el primer barco de vapor que exportaron los Estados Unidos fue adquirido por José Ricardo O´Farril para el tráfico de cabotaje entre Matanzas y La Habana en 1819, mientras que la industria maderera y tonelera de Luisiana tuvo su primer gran comprador mundial en Cuba.23

23 Ibídem, t. II, p. 150.

El intercambio se extendía también al tráfico de esclavos, pues a mediados del siglo xix sus grandes centros administrativos se ubicaban en el país norteño, donde se habían asociado grupos estadounidenses y cubanos en ese negocio. Había centros dedicados a esa actividad en Nueva York, y también en otras zonas como Florida y Nueva Orleans, con presencia cubana incorporada. Moreno Fraginals señala que era más barato y más seguro operar con los navíos negreros en los Estados Unidos que en La Habana, además de contar con el aporte tecnológico a ese comercio realizado con el clipper por su velocidad.24

24 Manuel Moreno Fraginals: ob. cit., t. I, pp. 280 y 283.

De esta manera había negocios en los Estados Unidos con presencia cubana y había estadounidenses asentados en Cuba, fundamentalmente dedicados al comercio o en calidad de técnicos para determinadas actividades, lo que se acompañaba del incremento de los rubros de importación de aquella procedencia. Esto puede constatarse en la narrativa de la época.

Cirilo Villaverde, en su Cecilia Valdés, escrita en 1839 y cuya trama se sitúa hacia 1830, describe la finca La Tinaja por sus campos, los brazos para cultivar y otros componentes, entre los cuales cuenta “su máquina de vapor con hasta veinticinco caballos de fuerza, recién importada de la América del Norte, al costo de veinte y tantos mil pesos, sin contar el trapiche horizontal, también nuevo y que armado allí había costado la mitad de aquella suma”. Por otra parte, el maquinista era un “joven americano”, y también se habla de los regalos “durmiendo en cuna de caoba” que le mandaron al amo “desde el Norte”.25 El propietario era el personaje Cándido Gamboa, comerciante importador que compraba maderas y otros productos en los Estados Unidos, después negrero con un bergantín comprado a Didier de Baltimore para ese contrabando, quien llega a hacendado con su máquina de vapor comprada “en el Norte”. La novelística dejaba constancia de esa presencia en la Isla en diferentes espacios.

25 Cirilo Villaverde: Cecilia Valdés, Editorial Letras Cubanas, Ciudad de La Habana, 1984, pp. 54 y 55.

La radicación de estadounidenses en Cuba, como comerciantes o técnicos, fue creciendo, así como los rubros que se importaban, lo que junto al intercambio de negocios diversos incidió también en el lenguaje. Desde la década de 1830, el inglés en el modo estadounidense se incorporó al español que se hablaba en Cuba, al tiempo que cobraba importancia el dominio de esa lengua. José M. Cárdenas y Rodríguez, en su narración “Colocar al niño” (hacia 1847), presenta el diálogo de un comerciante con una madre que pide trabajo para su hijo y a quien pregunta, entre las cuestiones importantes para aspirar al empleo: “¿Habla siquiera el inglés?”.26

26 Iraida Rodríguez (sel. y pról.): Artículos de costumbres cubanos del sigloxix. Antología, Editorial de Arte y Literatura, La Habana, 1974, p. 114.

También influyó en la percepción la emigración que se empezaba a producir hacia aquel país, algunos por razones políticas, como el caso de Félix Varela, quien se asentó definitivamente allí y en el ejercicio de su sacerdocio fue vicario de la Archidiócesis de Nueva York; mientras otros hicieron estancias en aquella nación de manera transitoria con diferentes tiempos de permanencia, como José María Heredia, José Antonio Saco, Tomás Gener, Gaspar Betancourt Cisneros, José María de Cárdenas y Rodríguez y otros, quienes en algunos momentos coincidieron allá en las décadas de los veinte y los cincuenta del siglo xix. Había quienes iban a estudiar carreras “modernas”.

José María Heredia, quien huyó de Cuba y vivó un tiempo en los Estados Unidos, donde sufrió por el clima frío y por el idioma, en cartas personales hablaba de que “se me oprime el alma, y quisiera hasta morirme cuando me figuro que mi esperanza consiste en vivir hasta la muerte entre esta gente, oyendo su horroroso lenguaje”, o también, “es excusado pensar en vivir hasta la muerte en este desagradabilísimo clima”.27 De allí partió hacia México, desde donde el poeta hizo muy escasas referencias al país del Norte, como en ocasiones en que recordaba el clima que tan desagradable le había sido, pero también se refería a característica de otro orden de aquella nación, como cuando comentaba algunos sucesos del país azteca y preguntaba: “¿Por qué no sigue ciega las prudentes y sapientísimas lecciones del Norte de América?”, o cuando señaló que en los Estados Unidos “reinan las leyes y ningún faccioso atrevido puede correr un velo sobre la imagen de la libertad profanada”.28 Este cubano dejó uno de los poemas que más circularon entre sus contemporáneos, “Niágara” (1824), con la descripción de su impresión ante las cataratas famosas. Si bien exclamó: “Nada ¡oh Niágara! falta a tu destino, / ni otra corona que el agreste pino / a tu terrible majestad conviene”, también reflejó en sus versos el recuerdo de las palmas “que en las llanuras de mi ardiente patria / nacen del sol a la sonrisa, y crecen, / y al soplo de las brisas del Océano / bajo un cielo purísimo se mecen”, con lo que imbricaba la palma como símbolo de lo cubano y el relato del imponente “Niágara poderoso” que lo convirtió en “el cantor del Niágara” por excelencia.29

27Ángel Augier (comp., pról., notas y bibl.): Epistolario de José María Heredia, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2005, pp., 168 y 174.

28 Ibídem, pp. 278 y 352.

29 Cintio Vitier: ob. cit., pp. 34-37.

La presencia de algunos cubanos de la élite intelectual en el vecino país propició las comparaciones. Algunos eran profesionales, otros estudiantes, pero para todos se hacía muy evidente en asuntos muy diversos la diferencia entre el ambiente de la Cuba colonia española y la república vecina. José Antonio Saco estableció varios paralelos, como en El domingo en los Estados Unidos (1829) donde destacó el tratamiento a la religión, lo que contrastaba con la situación española. Allí señaló que en el país norteño lo que existía “no es tolerancia religiosa, sino libertad absoluta”, pues los Estados Unidos no reconocían secta predominante ni el Gobierno podía hacerlo, de manera que “Tal es la obra de las leyes en este suelo dichoso”. En Memorias sobre la vagancia en la Isla de Cuba (1834), por otra parte, habló de la necesidad de escuelas para los pobres en la Isla, las que en varias partes de Europa y los Estados Unidos existían; es decir, que establecía la comparación entre la colonia cubana y esos territorios.30

30 José Antonio Saco: Obras, vol. I, Imagen Contemporánea, La Habana, 2001, pp. 161 y 288.

El capitán general Miguel Tacón incluía en sus reportes la admiración que existía en algunos grupos de cubanos sobre los Estados Unidos. En mensaje al ministro de Ultramar de 30 de abril de 1835, se refería a Tomás Gener, quien había sido diputado a las Cortes en 1822 y 1823, después había permanecido en los Estados Unidos en su tiempo de emigrado y que “no pierde ocasión de deprimir por cuantos medios están á su alcance el gobierno de la Metrópoli, y de ponderar las grandes ventajas de la República de los Estados Unidos del Norte”.31

31 Juan Pérez de la Riva (introd., notas y bibl.): Correspondencia reservada del Capitán General Don Miguel Tacón, Consejo Nacional de Cultura, La Habana, 1963, p. 132.

En el caso de José de la Luz y Caballero, se pueden encontrar diversas comparaciones y apreciaciones en sus “Aforismos”, como los siguientes:

494. “Los Estados Unidos: una colmena que rinde mucha cera, pero ninguna miel”.

496. “¡Cómo ha cambiado la política de las naciones! Inglaterra ¡con qué distintos ojos miran hoy el engrandecimiento de los Estados Unidos! Lo que no se puede estorbar —y más aún la convicción de no poderse estorbar— y la idea de libertad mercantil, y nuevos mundos consumidores —¡he ahí lo que ha obrado ese milagro!

498. […] fundación de nuevas naciones civilizadas; v.g. los Estados Unidos.

Luz hizo numerosas referencias a los Estados Unidos, su sistema educativo y sus textos, en lo que subyacía la comparación, lo que se extendió a temas de salud, técnicas y otros, y también presentó el trabajo “Observaciones sobre las cárceles de Europa y Estados Unidos de América” en el que volvía a esta mención en sentido admirativo: “¡Aún hay grandes imperfecciones que remover para que las cárceles de Francia puedan ponerse al nivel de la nueva creación en Inglaterra o en los Estados Unidos, las mejores que se conocen […]”. A su juicio, en aquel país las cárceles eran modelos.32 Como puede apreciarse, en Luz había miradas de admiración, pero también de prevención.

32 José de la Luz y Caballero: Obras. Escritos sociales, científicos y literarios, vol. IV, Imagen Contemporánea, La Habana, 2001, pp. 23, 236-238 y 17.

En esos años hubo algunos proyectos de anexión desde la parte cubana. Entre los más conocidos se cuenta el que promovió el camagüeyano Bernabé Sánchez cerca del gobierno de James Monroe (1817-1825) junto a otros cubanos en 1822. Según anotó John Quincy Adams en su diario: “cierto Mr. Sánchez”, de La Habana fue a los Estados Unidos como “agente secreto de un número de principales habitantes de esa plaza” con el plan de declarar a Cuba independiente y desean ser admitidos como “un Estado dentro de la Unión Americana”. La misión de Sánchez, según Adams, era indagar si el Gobierno de los Estados Unidos estaba de acuerdo con eso.33 De momento, la proposición no era aceptable, pero muestra que en la sociedad cubana había grupos, aunque no fueran muy numerosos, que veían en la incorporación a los Estados Unidos la solución de sus contradicciones con la metrópoli española. Estos proyectos se mantendrían esporádicamente, aunque sin fuerza suficiente para lograr su propósito.

33 Herminio Portell Vilá: ob. cit., t. I, p. 212.

Los vínculos de diversa índole se hacían más cotidianos por disímiles razones, además, ya se conocía desde diciembre de 1823 la proyección estadounidense hacia el continente con la llamada “doctrina Monroe”, expuesta en el mensaje anual de James Monroe al Congreso, lo que también generaba diferentes percepciones y expectativas. Esa relación, la imagen de la república norteña y sus características, formaron parte de la memoria que se iba construyendo entre los cubanos, especialmente en un sentido comparativo a partir de la política colonial española. Todavía no se conocía que el secretario de Estado, John Quincy Adams, había definido la política hacia Cuba en 1823 en sus instrucciones al representante de su país en España, donde formuló la conocida “política de la fruta madura” que consistía en mantener a Cuba en manos de la metrópoli ibérica hasta que maduraran las condiciones para que la Isla cayera en las manos estadounidenses. Este sería tema de análisis posterior, cuando tal documento fue de conocimiento para los historiadores, aunque también para políticos y otros analistas; entonces solo era pública la “doctrina Monroe”.

1.4 Coyuntura de mediados de siglo. Las miradas desde Cuba

En el transcurso del siglo xix se fue afianzando la relación comercial entre ambas orillas, de manera que, en la década de 1840, los Estados Unidos importaban 25 % de la producción cubana de azúcar y para el quinquenio de 1870 a 1874 llegó a más de 60 %.34 El comercio de azúcar mantenía la tendencia a convertir al mercado norteño en el fundamental para la industria cubana, en un proceso en el cual la economía de la isla antillana se iba afianzando como monoproductora y monoexportadora.

34 Manuel Moreno Fraginals: ob. cit., t. I, p. 197.

El intercambio comercial con los Estados Unidos resultaba favorable. Como muestra Julio Le Riverend, entre 1846 y 1850 la importación procedente de aquel país tuvo un valor de 27 838 109 de pesos y la exportación 37 426 137, para un saldo positivo de 9 588 028 de pesos; mientras para el período 1856-1859 las cifras aumentaron a 40 308 024 la importación, 68 339 765 la exportación y el saldo positivo alcanzó el valor de 28 031 741 de pesos. El intercambio con Inglaterra seguía al mencionado con balance positivo de 7 888 864 de pesos en el último período, mientras que con España el balance resultó negativo en esos años debido a los derechos diferenciales de bandera que obstaculizaban importar de otros suministradores. En 1856-1859 ese saldo fue de menos 10 067 658 de pesos.35

35 Julio Le Riverend: Historia económica de Cuba, Edición Revolucionaria, Universidad de La Habana, La Habana, 1971, pp. 390-391.

En estos años también entraron algunas inversiones de capital estadounidense en Cuba, no solo en el sector del comercio, sino en esferas como la agricultura y la minería. En 1833 se organizó la Juraguá Iron Company, que explotaba minas de hierro en la zona oriental, y había quienes se dedicaban al negocio del azúcar, el café y otras actividades.

Otro factor que vinculaba a Cuba con los Estados Unidos era la esclavitud, especialmente cuando la parte cubana sentía el peligro de la presión inglesa sobre España para poner fin al tráfico negrero. La firma de un segundo tratado con Inglaterra en 1835 para cumplir el compromiso de abolición de la trata de esclavos, que databa del firmado en 1817 por el cual en 1820 se debía hacer efectiva la prohibición, además de la Ley de Represión del Tráfico Negrero de 1845 aprobada por España, alentaron la mirada al vecino donde la esclavitud se mantenía con solidez.

Por otra parte, la presencia de estadounidenses en Cuba incrementó las relaciones entre las personas de ambas orillas. Los censos del siglo xix muestran el crecimiento de estos asentamientos. El censo de 1846 arrojó la cifra de 788 estadounidenses, 68,90 % varones y 31,09 % hembras; el de 1861 muestra el aumento a 2496, de ellos 72,15 % varones y 27,84 % hembras, quienes estaban repartidos en 2335 en el Departamento Occidental y 161 en el Oriental.36 Vega Suñol señala que “El norteamericano que llega a Cuba a mediados del siglo xix viene influido por la filosofía del ‘destino manifiesto’, el sentido de superioridad anglosajona frente a la América Latina y mestiza, una razón suficiente para justificar la actitud de mantenerse al margen de la asimilación a las formas de vida de un pueblo que él percibe desde esa óptica cultural no ya como distinto, sino inclusive, como inferior o atrasado […]”.37

36 José Vega Suñol: Norteamericanos en Cuba. Estudio etnohistórico, La Fuente Viva, Fundación Fernando Ortiz, La Habana, 2004, pp. 28 y 303.

37 Ibídem, p. 102.

La cercanía geográfica ofrecía la alternativa del retorno o de venir e ir, es decir, mantener la movilidad. El asentamiento temporal o permanente en ambas direcciones se favorecía por las posibilidades del transporte, pues a partir de 1851 existían líneas regulares de vapores de correo entre Charleston, Nueva York, Savannah, Nueva Orleans y La Habana en manos estadounidenses. La cercanía y las vías de comunicación facilitaban ese intercambio poblacional, pues si entre La Habana y Cádiz el viaje duraba veinte días, a Nueva York eran cinco días, a Nueva Orleans dos y a Cayo Hueso seis horas.38 Esta inmigración, de mayor equilibrio que otras inmigraciones en los géneros, incluyó la presencia de coterráneos para los servicios indispensables. Aunque no hubiera asimilación en la sociedad receptora, esta presencia incidía en su entorno.

38 Louis A. Pérez Jr.: Ser cubano. Identidad, nacionalidad y cultura