De las costumbres de la Iglesia Católica y de los maniqueos - San Agustín - E-Book

De las costumbres de la Iglesia Católica y de los maniqueos E-Book

San Agustín

0,0
0,50 €

oder
-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Escrita hacia el año 387, en su obra "De las costumbres de la Iglesia Católica y de los maniqueos" San Agustín escribe contra algunas herejías, principalmente contra los maniqueos, de quienes en algún momento formó parte y de los cuales conocía muy bien sus enseñanzas. San Agustín trata la cuestión del bien y del mal, presentando la postura de la Iglesia Católica y haciendo notar los errores de los maniqueos al respecto del tema tratado.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Tabla de contenidos

DE LAS COSTUMBRES DE LA IGLESIA CATÓLICA Y DE LOS MANIQUEOS

LIBRO PRIMERO - DE LAS COSTUMBRES DE LA IGLESIA CATÓLICA

LIBRO SEGUNDO - DE LAS COSTUMBRES DE LOS MANIQUEOS

DE LAS COSTUMBRES DE LA IGLESIA CATÓLICA Y DE LOS MANIQUEOS

San Agustín

LIBRO PRIMERO - DE LAS COSTUMBRES DE LA IGLESIA CATÓLICA

I. Es necesario poner al descubierto los artificios de los maniqueos. Dos artificios que principalmente utilizan para seducción de los ignorantes.

1 . He tratado suficientemente, a mi parecer, en otros libros sobre el modo de rebatir los ataques que, con tanta impiedad como ineptitud, dirigen los maniqueos contra la Ley o Viejo Testamento, y como es vana la jactancia que ellos afectan en medio de los aplausos del vulgo ignorante. De lo cual puedo también aquí hacer brevemente mención. ¿Qué hombre, por poco razonable que sea, no comprenderá que para la interpretación de las Escrituras se ha de acudir a los que tienen profesión de enseñarlas, y que puede suceder, o mejor dicho, sucede siempre, que muchos pasajes parezcan ridículos a inteligencias poco desarrolladas, mientras que, si hombres más sabios los explican, aparecen admirables y se reciben con tanta mayor satisfacción cuanto se ve era más difícil descubrir el pensamiento? Esto es lo que pasa con alguna frecuencia en los libros santos del Testamento Antiguo cuando el que encuentra allí materia de escándalo se dirige a un doctor piadoso, más bien que a un impío censor, y con tal que desee más averiguar que no satirizar. En su deseo de instruirse podrá quizás dar con obispos, sacerdotes y otros ministros de la Iglesia católica que se guarden con cautela de descubrir a todos indistintamente nuestros misterios o con quienes, contentos con la sencillez de la fe, no se imponen el sacrificio de sondear sus profundos secretos. Pero no deben nunca desesperar de encontrar allí la verdad, donde ni todos los que la exigen son capaces de enseñarla, ni todos los que la piden son siempre dignos de aprenderla Dos cosas son necesarias: diligencia y piedad; la primera nos conducirá a los que verdaderamente posean 1a ciencia y la otra nos hará merecedores de adquirida.

2. Los maniqueos usan principalmente de dos artificios para seducir a los sencillos y pasar ante ellos como maestros: uno, la censura de las Escrituras, que entienden o pretenden entender muy mal; y el otro, la ficción de una vida pura y de continencia admirable. Yo he resuelto, en consecuencia, tratar de la vida y costumbres de la Iglesia católica; y comprenderá quien lo leyere qué fácil es simular la virtud y qué difícil poseerla con perfección. Mi palabra irá ungida de moderación, y me guardaré, sobre todo, de hablar de sus desarreglos, que me son bien conocidos, con la severidad y dureza que ellos emplean contra lo que no conocen; mi deseo más vehemente es sanarlos más bien que combatirlos. Presentaré únicamente los testimonios de las Escrituras, que están obligados a creer; no invocaré más que el Nuevo Testamento, y aun todavía daré de lado los testimonios que dicen ser interpolados cuando se les aprieta de tal forma que les es la salida muy angustiosa y difícil; limitándome únicamente a los que se ven forzados a admitir y aprobar. Lo que haré, eso sí, no dejar ningún pasaje de la doctrina de los apóstoles sin su comparación con el correspondiente texto del Antiguo Testamento, para que, despojándose de esa pertinacia, en la defensa de sus locuras, si quieren despertar de su sueño y acercarse a la luz de la fe cristiana, puedan ver cuánto deja que desear su vida para ser vida cristiana y cuán verdadero es ser la Escritura que ellos censuran la Escritura de Jesucristo.

II. Se apoya primero en la razón que en la autoridad, por condescendencia con el vicioso método de los maniqueos

3. ¿En qué me apoyaré primero, en la razón o en la autoridad? El orden natural es que, cuando aprendemos alguna cosa, la autoridad preceda a la razón. La razón, en efecto, descubre su debilidad, en que, después de haber caminado sola, tiene necesidad del recurso a la autoridad como confirmación de lo que ella ha establecido. La inteligencia humana, obscurecida por las tinieblas que como un velo la ciegan en la noche de los vicios y pecados, e incapaz de contemplar con firmeza la claridad y pureza de la razón, necesita el salubérrimo recurso de la autoridad, como sombreada con ramos de humanidad, para fijar la mirada débil e insegura del alma en la luz de la verdad. Pero como tengo que habérmelas con enemigos que sienten, hablan y obran contra él orden natural y cuya máxima suprema es que la razón debe ser invocada antes que todo, me acomodaré a su manera de, ver y seguiré su método, aunque, a mi parecer, en las discusiones sea vicioso. Me será dulce y deleitable imitar, según mis fuerzas, la mansedumbre y dulzura de Jesucristo, que consintió revestirse del mal de la muerte misma, de la que nos quería libertar.

III. Felicidad del que goza del sumo bien del hombre. Condiciones de este bien: 1ª Que sea lo mejor que existe. 2ª Que no se le pueda despojar a nadie contra su voluntad

4 . Veamos, pues, a la luz de la razón, lo que debe ser la vida del hombre. Es cierto que todos queremos vivir una vida feliz, y no hay nadie que no asienta a esta proposición aun antes de terminar su enunciado. Mas feliz, a mi juicio, no es el que no posee lo que ama, cualquiera que sea el objeto de su amor; ni el que posee lo que ama, si es nocivo; ni el que no ama lo que tiene, aunque sea muy bueno. Pues el que arde en deseos de lo que no puede conseguir, él mismo es su crucifixión; el que obtiene lo que no debiera amar, funestamente se engaña, y no está sano el que no desea lo que debiera conseguir. En ninguno de estos estados está el alma libre de miseria; y como la miseria y la felicidad no pueden estar juntas a la vez en el hombre, por eso en ninguno de éstos es feliz. Sólo queda una cuarta situación, en la que se puede dar la vida feliz, y es la producida por el amor y posesión del sumo bien del hombre. ¿Qué es gozar, sino tener la presencia de lo que amas? Nadie sin gozar del sumo bien del hombre es dichoso; y el que disfruta de él, ¿puede no serlo? Es preciso, pues, si queremos ser felices, la presencia en nosotros del sumo bien.

5. ¿Cuál es este sumo bien del hombre? Cualquiera que sea, no será de peor condición que el hombre mismo, pues el que le sigue se hace de su misma condición. Si, pues, el hombre debe tender al soberano bien, no -puede serle inferior. ¿ Puede ser igual? Sí ciertamente, si es lo mejor que puede gozar. Pero si hay algo más excelente que pueda llegar a posesión del hombre que lo ama, ¿ quién duda que para ser feliz no deba esforzarse por adquirir este bien, mucho mejor que el que ansía poseerlo? Porque si la felicidad es la posesión del bien mejor, del bien que nosotros llamamos sumo bien, ¿cómo puede incluirse en tal definición quien no ha llegado todavía a su sumo bien? O ¿cómo es sumo bien, si hay algo mejor que podamos nosotros adquirir? Este bien, si existe, debe ser de tal naturaleza, que no se pueda perder contra nuestra voluntad; pues nadie pone confianza en un bien que ve se le pueden arrebatar, aunque tenga la firme voluntad de retenerlo y conservarlo. Y el que no posee con confianza el bien que goza, ¿puede ser feliz con el temor qUe tiene de perderlo?

IV. Qué es el hombre

6. ¿Qué bien puede existir superior al hombre? Es difícil saberlo si no se examina y resuelve antes cuál es la naturaleza del hombre. No se trata: aquí ahora de la exigencia de definir qué es el hombre, cuando casi todo el mundo, o por lo menos mis adversarios y yo, estamos de acuerdo en la afirmación de que somos un compuesto de cuerpo y alma. La cuestión es muy distinta. ¿Cuál de las dos substancias que he mencionado es la que constituye realmente al hombre? ¿ Son las dos, o el cuerpo solamente, o sola el alma? El cuerpo y el alma son dos realidades distintas y ni la una sin la otra es el hombre; no es el cuerpo sin el alma que le anima, ni el alma sin el cuerpo la que da la vida. Y, a pesar de esto, puede suceder que una de las dos sea el hombre y así se llame. ¿ A qué llamamos, pues, el hombre? ¿Es el cuerpo y el alma, unidos como dos caballos al tiro de un carruaje o a la manera del centauro? ¿ Es el cuerpo solo, puesto al servicio del alma que lo rige, a: la manera de como damos el nombre de lámpara, no al fuego y al vaso unidos, sino al vaso solamente, por razón del fuego que contiene? ¿O es el alma por razón del cuerpo, que ella dirige, como no llamamos caballero al hombre y caballo juntos, sino sólo al hombre, por la unión con el caballo que gobierna? Es difícil dar un juicio decisivo sobre la cuestión; y si a la razón le es fácil, no lo haría sin un largo razonamiento; y, por otra parte, no hay necesidad alguna de hacerlo ni de alargar la discusión. Pues ya se designe con la palabra hombre el cuerpo y el alma unidos, ya solamente el alma, el sumo bien del hombre no es el sumo bien del cuerpo, sino el sumo bien de los dos o de sólo el alma.

V. El sumo bien del hombre es el que a la vez lo es del cuerpo y del alma

7 . ¿Cuál es el sumo bien del cuerpo? La recta razón nos obliga a reconocer que es aquello que le comunica su mayor perfección y felicidad. Pero nada de lo que le da vida, vigor y fuerza es mejor y más excelente que el alma. El sumo bien del cuerpo no es, pues, ni el placer, ni la falta del dolor, ni la fuerza, ni la belleza, ni la agilidad, ni nada corporal, sino sólo el alma. Ella es, en efecto, la que con su presencia comunica al cuerpo todo lo que acabo de decir, y, además, la vida, que es mejor que todo. No es, por tanto, el alma el sumo bien del hombre, ya se designe con este nombre el cuerpo y el alma unidos, ya el alma solamente. Porque si la razón descubre que el sumo bien del cuerpo es mejor que él y lo que le da vigor y vida, sea lo que fuere el significado del término hombre, bien el cuerpo y el alma, bien sólo el alma, hay necesidad de seguir en la investigación de la existencia de algo que sea más excelente y mejor que el alma y que, si a ello se adhiere, la eleve a la perfección y felicidad de que es capaz. Este bien, si se descubre, será, sin duda alguna, con razón y con justicia el sumo bien del hombre.

8. Ahora que, si el cuerpo es el hombre, es innegable ser el alma su bien mejor. Pero, cuando se trata de las costumbres, cuando se busca qué regla de vida se ha de seguir para adquirir la felicidad, no es para el cuerpo que se han establecido los preceptos, no es su disciplina la que se trata de descubrir. Nuestro fin es investigar y llegar al conocimiento de las buenas costumbres, y esto es exclusivo del alma; y desde el momento que es cuestión de adquisición de la virtud, no puede referirse al cuerpo. Si, pues, sucede, como al efecto se ve, que el cuerpo, dirigido por el alma, única capaz de la virtud, es tanto mejor y más honesto y se eleva a tanta mayor perfección cuanto más perfecta es el alma, que con una ley llena de justicia lo rige, se sigue que será el sumo bien del hombre el que levanta al alma a tal estado de perfección, aunque llamemos hombre al cuerpo solamente. Pues si un auriga o cochero, por obediencia a mis ordenes, cuida y gobierna con perfección mis caballos y disfruta de mi generosidad en la medida de su obediencia, ¿ qUién podrá negar que a mi iniciativa se debe su buena conducta, como la buena marcha de los caballos? Y así, que el hombre sea el cuerpo o el alma, o los dos juntos, lo que se debe buscar primero que todo es lo que hace al alma más perfecta; pues, una vez adquirido este bien, no es posible que el hombre no se perfeccione y sea mejor que si de él careciese.

VI. La virtud hace al alma perfecta. El alma adquiere la virtud siguiendo a Dios. Seguir a Dios y conseguirlo es la vida feliz

9 . No hay quien ponga en duda que es la virtud la perfección del alma. Lo que con razón se puede preguntar es si la virtud subsiste por sí misma o sólo adherida al alma. Esto suscita una cuestión muy elevada y que exige para su desarrollo un razonamiento muy largo; trataré de abreviar, a la espera de la asistencia divina para decir cosas tan altas con claridad y, además, con precisión y brevedad, según lo permitan mis débiles fuerzas. Bien que la virtud subsista por sí misma, bien sólo adherida al alma, es siempre cierto que ella (el alma) sigue una dirección para llegar a la virtud; y esta dirección no puede ser otra cosa que el alma misma, o la virtud, u otro objeto cualquiera. Si el alma se dirige a sí misma en la adquisición de la virtud, es una dirección hacia no sé qué de necio e insensato, pues eso es ella sin la virtud. Y como el deseo mayor del que busca algo es su consecución, se sigue o que el alma no quiere obtener el objeto que ansía, cosa en verdad bien absurda e irracional. , o. dirigiéndose ella misma a algo necio e insensato, caerá en la necedad e insensatez que detesta. Mas si persigue la virtud con ansias de conseguida, ¿cómo será eso posible si no existe o la posee ya? Es necesario, pues, que la virtud subsista fuera del alma, o, si no se quiere ver en ella nada más que un hábito o cualidad del alma sabia cualidad que sólo subsiste en el alma, la dirección a la conquista de la virtud tiene que ser hacia otra cosa distinta del alma; pues, a mi entender, si la dirección del alma es hacia la nada o hacia algo necio o insensato, se sale del verdadero camino de la sabiduría.

10. Esa otra cosa que yendo el alma en busca de ella la hace sabia y virtuosa es el hombre sabio o el mismo Dios. Pero ya se dijo que este bien debe ser de tal naturaleza, que no se nos pueda arrebatar contra nuestra voluntad. ¿Y quién duda que el hombre sabio, aun en el supuesto que nos baste la dirección hacia él, se nos puede arrebatar sin nuestro consentimiento y aun a pesar de nuestra resistencia? Esta otra cosa, pues, es Dios, y nada más; tendiendo hacia Él, vivimos una vida santa; y si lo conseguimos, será una vida, además de santa, feliz y bienaventurada. Y si hay hombres que niegan su existencia, no viene a nada pensar en razonamientos para persuadirlos, cuando no se sabe si merecen siquiera que se les hable. Y en el caso que esta demostración fuera necesaria, serían precisos otros principios otras razones y procedimientos que los ahora establecidos. Pero mis adversarios no sólo admiten su existencia, sino también su providencia en las cosas humanas. ¿Pues qué religión cabe en un hombre que niegue que la Provincia no se extiende, por lo menos, a nuestras almas?

VII. Es por la autoridad de las Escrituras que hay que buscar a Dios. La razón y los principales misterios de la economía divina en lo que se refiere a nuestra salud. Compendio de la fe

11 . Pero ¿cómo dirigirnos hacia el que no vemos? ¿Y cómo verlo, si, además de ser hombres, somos insensato? Porque, aunque no se vea con los ojos del cuerpo, sino con los de la mente, ¿qué inteligencia hay que, envuelta en las tinieblas de la ignorancia, pueda, o intente a lo menos, ver aquella luz o claridad? Nuestro refugio son los preceptos de quienes miramos como sabios. Hasta aquí nos ha podido guiar la razón, ya que de lo humano posee, si no la certeza que nace de la verdad, al menos la seguridad que da el hábito; pero al llegar a lo divino desvía de ello su vista, no tiene serenidad para verlo, y emocionada, ardorosa y jadeante de amor y como deslumbrada por los resplandores de la luz de la verdad, por cansancio más bien que por elección, se vuelve a su familiaridad con las tinieblas. ¡Qué temible y tremendo sería que el alma se debilitase más allí donde, cansada, ansía el descanso! ¡Que la inefable Providencia divina ofrezca a la vista de los que aun quieren volverse a sumergir en las tinieblas la sombra de la autoridad y la acaricie con los hechos maravillosos y las palabras de los libros santos, que como signos y sombras suavizan los resplandores de la verdad!

12. ¿Pudo hacer más de lo que hizo por nuestra salud? ¿Qué más benéfico y liberal que esta divina Providencia, que no quiso dejar al hombre en total abandono después de la infracción de sus leyes y que por amor de las cosas perecederas mereció con Tazón y justicia no engendrar más que una posteridad corruptible? De maneras y modos admirables e incomprensibles, mediante secretísimos y ordenados encadenamientos de las cosas creadas, que le prestan dócil vasallaje, puede ejercer justísimamente su severidad castigando y su clemencia salvando. iOh, qué providencia tan noble, excelente y digna la de Dios y cómo encierra en sí la verdad que buscamos! No lo podremos comprender jamás si, comenzando por las cosas humanas y que nos tocan de cerca, no somos fieles a la fe y preceptos de la verdadera religión y no seguimos el camino que nos ha abierto y fortificado Dios con la elección de los patriarcas, la promulgación de la Ley, los oráculos de los profetas, el misterio de la encarnación, el testimonio de los apóstoles, la sangre de los mártires y el establecimiento de la Iglesia en todas las naciones. Por lo cual no se me vuelva a pedir en adelante mi opinión personal; prestemos más bien oído atento a estos oráculos y sometamos con docilidad a las palabras de Dios nuestra débil razón.

VIII. Dios es el sumo bien, al que debemos dirigirnos con todas las fuerzas del amor XI. Sólo se debe amar a Dios. Él es el sumo bien del hombre. Nada más excelente que Dios. Nadie le pierde contra su voluntad. Dos condiciones del sumo bien XII. Es el amor el que nos une y nos somete a Dios XIII. Es Jesucristo y su Espíritu quienes nos unen inseparablemente a Dios XIV. Es el amor quien nos une al sumo bien, que es la Trinidad XV. Definición cristiana de las cuatro virtudes cardinales XVI. Armonía del Antiguo y del Nuevo Testamento XVII. Apóstrofes que dirige a los maniqueos para que reconduzcan su error y se conviertan XVIII. Sólo en la Iglesia católica se halla la perfección de la verdad en la armonía de ambos Testamentos XIX. Descripción de la templanza según las santas Escrituras XX. Sólo Dios debe ser amado; y lo que no es Él, es decir, todo lo sensible, se debe despreciar XXI. Las sagradas Letras condenan la gloría humana y la curiosdidad XXII. El amor de Dios produce la fortaleza XXIII. Consejos y ejemplos de fortaleza sacados de las santas Escrituras XXIV. De la justicia y de la prudencia XXV. De los deberes de estas cuatro virtudes en lo que se refiere al amor de Dios, cuyo premio es la vida eterna y el conocimiento de la verdad XXVI. El amor de sí mismo y del prójimo XXVII. Del amor del prójimo en cuanto al cuerpo XXVIII. Del amor del prójimo en cuanto al alma XXX. Sublime apóstrofe a la Iglesia, maestra de toda sabiduría. Doctrina de la Iglesia Católica XXXII. Elogio de los clérigos XXXIII. Otras comunidades de religiosos y de religiosas que viven en las ciudades. Ayunos de tres días. XXXIV. Las costumbres de los malos cristianos no son razón para censurar a la Iglesia. Los adoradores de las pinturas y de los sepulcros XXXV. El Apóstol concede a los cristianos el derecho al matrimonio y a los bienes de la tierra