De mujer buena a mujer completa - Analía Rita Astegiano - E-Book

De mujer buena a mujer completa E-Book

Analía Rita Astegiano

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Beschreibung

Ana es médica, madre y una mujer marcada por una historia familiar silenciada. Cuando una crisis personal remueve los cimientos de su identidad, comienza a transitar un camino de transformación que la lleva a cuestionar su rol, sus creencias y la lealtad inconsciente a su linaje. A través de la autoindagación y el contacto con su cuerpo y emociones, Ana emprende un viaje profundo hacia la libertad emocional. De mujer buena a mujer completa es una novela íntima, poderosa y sanadora, que interpela al lector a mirar su propia historia con compasión, coraje y conciencia. Una invitación a emprender el "camino del héroe" que todos llevamos dentro para comenzar a ser quienes somos.

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Seitenzahl: 162

Veröffentlichungsjahr: 2025

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ANALÍA RITA ASTEGIANO

De mujer buena a mujer completa

Astegiano, Analía Rita De mujer buena a mujer completa / Analía Rita Astegiano. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2025.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-6706-2

1. Narrativa. I. Título.CDD A860

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Índice de contenido

La historia detrás de la historia

Capítulo 1 - Ana

Capítulo 2 - Una infancia sin recuerdos

Capítulo 3 - Por los hijos de otras madres

Capítulo 4 - Lucas y Helena

Capítulo 5 - La noche oscura del alma

Capítulo 6 - Enzo

Capítulo 7 - Una madre lo suficientemente “buena”

Capítulo 8 - De despertar y agradecer

Referencias bibliográficas

Analia Rita Astegiano

A Melina y Franco, motores de mi vida,

a Pablo, mi gran inspiración,

a mi cuerpo, vehículo en esta vida,

a las crisis que lo cambian todo.

Contenido sensible, para leer con autocompasión

Esta obra aborda temas que podrían resultar emocionalmente movilizantes para algunas personas, te invito a leer con conciencia de tu propio proceso y cuidar de vos mientras lo hacés.

Darte pausas y espacios para la reflexión es parte del camino hacia tu bienestar emocional.

La historia detrás de la historia

“La búsqueda de la verdad no es más que un honesto examen de todo lo que la obstaculiza”.

UCDM

Sábado 3 de agosto del 2024, el reloj marca las 4 de la tarde y mientras disfruto de un té chai latte frío con un alfajor de nuez, comienzo a darle forma a estas páginas para contar algunas verdades acerca de Ana, la protagonista de esta historia. Jamás pensé que un día escribiría un libro, me gusta mucho leer y suelo ser buena con la escritura pero de ahí a un libro, es mucho...

Hace unas semanas la idea comenzó a rondar por mi cabeza y como me pasa habitualmente, cada vez que una idea asoma, la sigo; debo decir que seguir mi intuición es un atributo personal que me ha guiado por los caminos que luego emprendí en distintas facetas de mi vida y modestia aparte, jamás me equivoqué. Así que aquí voy, una vez más dando rienda suelta a mis emociones, mi intuición y mis ganas de contar esta historia.

Hoy salí de casa dispuesta a comenzar, guardé la laptop y su cargador dentro de una bolsa de tela que aún no había estrenado y me metí en una patisserie, me propuse que escribiría solo en lugares que me gustan y que no son rutina, por ende no lo haré en mi casa, lugar en el que vivo y en ocasiones, trabajo; para inspirarme necesito sitios renovados, donde pueda comer algo rico, beber un buen café o té y perderme sin tiempo mientras mis dedos danzan sobre el teclado.

Como en muchas cosas en mi vida y en esto coincido con la protagonista, no importa dónde me lleve este camino, solo sé que este es el comienzo. Si la novela llega a ser un best-seller o la compra solo una persona de mi familia, habrá valido cada apretón de tecla y cada cafecito en los bares de Buenos Aires, solo vuelvo a agradecerme a mí misma por seguir apostando a mis ideas, otra característica que me acerca a Ana.

Respecto a ella, solo diré que es un personaje inspirador para mí porque si bien me desconcertó mucho en el último tiempo, no puedo dejar de sorprenderme cuando descubro más sobre ella; resulta que la conozco desde hace muchos años, hemos compartido infinidad de momentos y nos llevamos bastante bien, diría yo, pero de un tiempo hacia acá, ella cambió.

Alguna vez pensaron: “Nunca imaginé que esa persona sería así o se comportara de tal manera”, “bueno es como si no la conociera” o quizá al final mostró su otra cara. Bueno eso es lo que me pasa con Ana, ella siempre predecible, servicial, amiga, dándolo todo, tímida, de bajo perfil que hasta puede pasar desapercibida y de un día para otro (bueno quizá de más de un día) comenzó a mostrarse egoísta, algo narcisista, desinteresada, si llegaba tarde a algún sitio simplemente me decía:

—No pasa nada, relájate —, confrontadora.

Pensé “¿qué le pasó a esta mujer?, ¿por qué tanto cambio? Si hasta ha dejado de llamar a sus hijos todos los días, y a su madre poco y nada”.

Entonces un día me senté junto a ella en un café y le dije:

—Escucha Ana, ¿te está pasando algo? Te veo muy cambiada y tú no eras así. ¿Tienes algún problema, puedo ayudar en algo?

Entonces ella cantó retruco y dijo: —¿Y cómo era antes?

A lo que respondí: —Eras una buena persona, no es que ahora no lo seas, sino que hay algunas actitudes que bueno, se te ve distinta.

Ella bebió un sorbo más de café, me miró y me dijo:

—¿Sabes? Es que al fin me doy cuenta de que puedo ser una persona completa y esto de ser “buena” recortaba una parte de mí, una parte esencial de mi persona, una parte que hoy me animo y me gusta mostrar, lo disfruto de hecho —y sonrió mirándome a los ojos con tanta calma que me encontré asintiendo con la cabeza aunque no entendía de qué me hablaba.

Primero pensé “¿Qué le habrá hecho falta para decir que ahora está completa?”. No me daba cuenta sinceramente, pero había algo en su mirada que me transmitía seguridad, confianza... como si estuviera en una especie de trance. La escuché por horas, pedimos otra ronda de latte y seguimos conversando hasta que el sol de aquella tarde de julio se apagó; nos acompañamos mutuamente en la misma dirección y nos despedimos con un largo abrazo. Le di las gracias por abrir su corazón conmigo.

La idea de hacer un libro contando parte de su camino recorrido con pedacitos de historias cotidianas no tardó en llegar, se lo propuse y me dio un sí con una única condición:

—Yo elijo el título de la novela —me dijo.

—Ok —le respondí.

—Tu novela se llamará, “De mujer buena a mujer completa”.

Debo decir que me causó un poco de intriga el título que había elegido, no obstante no indagué mucho porque seguramente ella tendría sus razones y las iría descubriendo a medida que escribiera el libro. En principio me pareció original y misterioso así que lo tomé. Ahora solo es cuestión de escuchar sus relatos y comenzar a darle forma a su historia para que quizá, quien está leyendo este libro hoy, advierta que si resuena con algún párrafo un día se anime a abrir su inconsciente y descubrir la oscura y secreta cueva que guarda bajo un candado lo suficientemente seguro como para garantizar su supervivencia. Abrirlo podría significar un terror asfixiante, no obstante y en palabras de la protagonista, hacerlo es la única manera de ser el héroe o la heroína en esta vida tan valiosa, tan hermosa.

No hay príncipes azules que te rescaten, ni madrastras que se transformen en sapos para que al fin podamos vivir una vida digna y feliz, son tus propios pies llenos de barro y frío los que en las noches oscuras y solitarias te rescatarán cuando tu alma lo necesite. Y para eso debes dejar de ser la princesa del cuento o el príncipe enamorado y deberás animarte a ser también el ogro, la bruja malvada, el asesino, la madrastra cruel y hasta la misma manzana envenenada.

Todos los hechos aquí relatados son fruto de los relatos de la protagonista, nadie sabe cuánto hay de verdad y cuánto de imaginación, lo cierto es que tú puedes tomar lo que mejor te venga y narrar algún día tu propia historia.

Ojalá disfruten leer este libro tanto como yo disfruté el poder escribirlo.

CAPÍTULO 1

Ana

“Cuando ya no podemos cambiar una situación,

tenemos el desafío de cambiarnos a nosotros mismos”.

Viktor Frankl

Era un domingo gris en Buenos Aires, Ana se levantó como de costumbre temprano, suele hacerlo casi todos los días incluidos fines de semana, incorporó el hábito de usar como despertador su reloj biológico, salvo aquellos días en que ingresa muy temprano a trabajar, suele abrir sus ojos sin sobresaltos y cuando el sueño la abandona por fin. Vive con su perra, Renata, a quien cuida desde hace un par de años, bueno en realidad Renata es la mascota de sus hijos, pero como ya ninguno de ellos vive allí, Ana la cuida digamos, temporalmente hasta que alguno de los dos decida llevarla a vivir con ellos; a decir verdad, Ana no es amante de las mascotas e intentó (cosa que no logró) ponerse firme sobre “no más mascotas” cuando hace 5 años debió acompañar a la perra de la familia en sus últimos días tras una breve y triste insuficiencia renal... más adelante verán que Ana está muy entrenada en acompañar los días finales de los que ama, pero no nos vayamos de tema, Renata terminó siendo muy consentida en estos años al punto que duerme con Ana y es su fiel seguidora dentro y fuera de la casa.

Cerca de las 10 de la mañana realizó una meditación guiada, ritual que mantiene desde hace unos años de manera constante aunque hubo épocas en que meditaba todos los días y otras en las que pasaban semanas sin hacerlo; ella tenía claro que había épocas en las que su mente se aceleraba e iba como una locomotora llena de actividad sin freno y al llegar la noche solo deseaba rendirse en la cama esperando el dulce sueño reparador. Cuando por fin se daba cuenta de que otra vez iba perdiéndose en el “hacer”, volvía a sus silencios vespertinos que la invitaban a respirar lento, aquietar la mente y atender la situación más importante del momento, el aquí y ahora, y no la urgencia del deber y tener que.

Por lo general Ana se conecta bien con su cuerpo, ella lo llama “biología”, tanto así que cuando su biología le avisa (no sé cómo hace eso), ella se detiene antes de descarrilar y vuelve a su centro.

La verdad es que Ana no fue siempre así, le debe a la crisis que ella llama “más importante de su vida” el aprender a escuchar su cuerpo, práctica que recomienda en todas sus sesiones al día de hoy. Algo que no mencioné es que Ana es médica pediatra además de acompañar a personas en búsqueda de bienestar emocional mediante el autoconocimiento y la autoindagación aplicando la Conciencia de Unidad, algo así como “tú eres la persona responsable de todas las decisiones que tomas y, por ende, de los resultados que obtienes, los cuales estarán en relación con tu nivel de Conciencia; según ella misma aprendió, no se puede vivir ninguna situación que no tenga que ver con nosotros mismos” (lo escuché infinidad de veces).

Sus días transcurren entre ambas profesiones, aunque actualmente su pasión (antes eran los niños, sus pacientes) es estar cerca de las personas que buscan vivir mejor, de una manera más equilibrada. Es ella quien sostiene que siempre, previo a ese equilibrio que busca un ser humano, habrá que volver a revisar heridas que duelen, a pasar por lugares oscuros y fríos, y que si lo evitamos, el resultado será seguir sufriendo.

Volvamos al domingo aquel... al finalizar la meditación, Ana sintió un fuego interno, una sensación que recorría su cuerpo de pies a cabeza. No eran los “calores de la menopausia” que la acechaban desde hacía unos meses, era una especie de hormigueo en su entrepierna, algo que la condujo de inmediato a su habitación, cerró la puerta para dejar fuera a Renata y se quitó la ropa. Su cama no tenía sábanas pues las había quitado para lavar, solo el edredón sobre el sommier. La ventana entreabierta dejaba ingresar una mínima pizca de sol en medio de las oscuras nubes que tapaban el cielo esa mañana.

Ana se metió en la cama desnuda, sus manos comenzaron a acariciar su cuerpo de arriba hacia abajo, la humedad se apoderó de ella tan rápido que sus dedos se deslizaban al compás de una sinfonía suave y dulce que advertía la llegada del primer gesto de placer en los próximos segundos, pero no fue el último... repitió la secuencia una vez más y hasta una vez más.

La masturbación siempre había sido un tabú para ella, algo sucio y malo literalmente, con y sin pareja. Ana había negado la posibilidad de darse ella misma placer y las veces que sintió esa necesidad, no escuchó a su cuerpo y simplemente lo reprimió. Estaba claro que ya no pensaba lo mismo, que esta versión de ella daría a su cuerpo todo el placer que antes le había negado. ¿Acaso sería esto lo que ella llama “escuchar al cuerpo”?

Como sea, Ana salió de su habitación, Renata la esperaba de pie junto a la puerta. Le hizo un mimo y fue directo en busca del celular. “Es hora”, pensó, “de abrir un sitio de citas”.

Me pregunté mientras la escuchaba contar sus relatos qué habrá pasado para que esta mujer hoy se vea tan diferente, se atreva a vivir lo que antes ella misma se prohibía, qué cambió en su mente, qué barreras tuvo que derribar y qué fue lo que la llevó a desviar el rumbo en su manera de sentir y pensar. La “Ana” que conocí solía decir: —Jamás buscaría una pareja en una aplicación, las cosas tienen que llegar a su tiempo, ya llegará lo que es para mí.

Y esa tarde, mientras reía, cargaba su perfil en la aplicación que acababa de bajarse. Eligió una no tan popular, primero pensó en los miedos de que alguien la reconociera, luego se le cruzó por la cabeza su seguridad personal... “Salir con un desconocido me da miedito” pensó. “¿Sexo en la primera cita o esperar? ¿En su casa? ¿Y si es un tipo que va de trampas? Bueno, me arriesgo, siempre estoy a tiempo de tocar un botón y eliminar la aplicación. Juguemos”, pensó, y allá fue.

Ana tiene 2 hijos, Lucas y Helena. Ambos viven ya en pareja, Lucas en Buenos Aires y Helena en Ámsterdam. Según ella, está muy contenta con el rumbo que tomó cada uno. Recuerdo que en su último cumpleaños mencionó que “si tuviera que irse de este mundo, podría hacerlo con total convicción porque ha vivido, ha crecido y comprendido las cosas importantes de la vida, y si había algo que la atemorizaba era que sus hijos no estuvieran bien preparados para prescindir de ella, y ahora lo están”, agregó con una mirada que emanaba una paz admirable a la hora de hablar de la muerte.

Respecto a sus parejas, bueno, ella se separó del padre de sus hijos con quien estuvo casada 10 años luego de comprender que el hombre que había elegido a sus 18 años era el mismo a sus 33, pero quien ya no era la misma era ella y tenía claro que seguir solo la arrastraría al mismo infierno (aunque ya se veían arder algunas llamas). Luego tuvo dos parejas más que dejaron mucho aprendizaje y que, como dice ella, estuvieron a su lado el tiempo que fue necesario.

Desde hace dos años no tiene pareja ni ha tenido relaciones ocasionales... hasta hoy (que tiene la aplicación de citas).

“No te juzgues, no te culpes.Solo ámate y el resto lo hará Dios”
CAPÍTULO 2

Una infancia sin recuerdos

“Cuando los padres no proporcionan seguridad y

contención al niño, el mundo parece un lugar

hostil, peligroso e inseguro”.

John Bradshow

Ana es la mayor de 3 hermanos, única mujer y quien, debido al rol que mientras crecía ha ido incorporando, vivió con absoluta responsabilidad bajo la creencia de “tengo que poder con todo para que todo y todos estén bien” (y todo es todo) durante mucho tiempo.

Su madre, Elsa, y su padre, Ricardo, se conocieron muy jóvenes y se casaron casi de inmediato. Pasados los dos primeros años llegó Ana para encender la chispa de la alegría en ambas familias.

Su madre es descendiente de italianos, su padre de hecho había sido soldado en la Primera Guerra Mundial, sitio del que había regresado ileso salvo porque le faltaba un dedo de la mano derecha. Según los relatos que pasaron de generación en generación, el “nono” de Ana —así lo llamaba ella—, al volver de la guerra con solo 20 años de edad, se encontró con que su madre había muerto de tristeza al ver a sus hijos partir hacia la guerra, y su padre se había casado con otra mujer. Entonces tomó sus escasas pertenencias y se embarcó a América, llegando a Buenos Aires donde conoció luego a quien sería la “nona”, madre de Elsa.

Respecto a su familia, solo diré que cuando Ana me contó que a su mamá le pusieron el nombre de una hermana que nació y murió de inmediato, se me heló la sangre, un escalofrío recorrió todo mi cuerpo... ahora podía quizá comenzar a comprender algunos relatos de Ana sobre su madre.

“Vicent van Gogh nació el mismo día que su hermano muerto y llevó su mismo nombre, fue hijo sustituto, nunca encontró su lugar bajo el sol, vivió deprimido y se suicidó sin vender un cuadro”, escribió Anne Schutzemberguer.

Por otra parte su padre, Ricardo, provenía de una familia oriunda de Córdoba. Él era el segundo de 5 hermanos, 3 varones y 2 mujeres, quienes crecieron en un ambiente emocional de lo más disfuncional: violencia, abuso físico y emocional, maltrato, violaciones, abortos, abandono y sumisión... en verdad, un montón de basura que varias generaciones deberán trascender.

Ana me contaba las historias que habitaban en su recuerdo y se le inundaban los ojos de lágrimas. Adoraba a su abuela paterna, quien preparaba los mejores ñoquis que jamás había vuelto a comer. Contaba: entrar en su cocina era descubrir todo lo que había trabajado esa mañana de domingo amasando para recibir a sus hijos y nietos y formar alrededor de una gran mesa “una familia”.

Una familia donde escaseaba el amor, la compasión y, por supuesto, el respeto y el diálogo fraterno y profundo. Esa mujer que había cocinado con sus amorosas manos dejaba caer lágrimas de dolor y humillación cuando todos se iban, porque si tan solo se olvidaba de alcanzar a su esposo las pantuflas, sabía que se venía una paliza precedida de una larga lista de insultos.

Ana tiene recuerdos vivos de estas vivencias desde su adolescencia. Previamente hay un espacio —tiempo en su mente lleno de lagunas y ausencia, como si fuera un lienzo en blanco donde nadie dejó recuerdos, aunque ella hoy sabe que las improntas que allí quedaron guardadas marcarían cada paso de los siguientes años de su vida: cada decisión, cada acierto y desacierto, la elección de una pareja, la manera en que amó incluso a sus hijos, la sensación de soledad en momentos en los cuales más necesitaba contar con las personas que amaba.

Para esta hora de la tarde, ella seguía con la mirada triste recordando las veces que había visto lágrimas rodando por la mejilla azulada e hinchada de su abuela mientras decía: “él no es malo, es medio loco, no hay que llevarle la contra”. La última paliza la recibió cerca de sus 70 años, momento en que sus hijos decidieron que era mejor separarlos. Luego, el cáncer de colon hizo lo suyo y por fin dejó de sufrir.