Sorpresa inesperada - Trish Wylie - E-Book
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Sorpresa inesperada E-Book

TRISH WYLIE

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Beschreibung

¿Acabaría dándose cuenta de que él podía darle la felicidad que tanto merecía? Quizá Adam Donovan consiguiera con sus encantos que la mayoría de las mujeres cayeran rendidas a sus pies, pero había una que parecía inmune a tal poder. Al menos eso era lo que creía la madre divorciada Dana Taylor hasta la noche en la que Adam se hizo pasar por su cita... y lo hizo tan bien que entre ellos surgió algo muy especial. Poco tiempo después, Dana descubrió que estaba embarazada. Ella ya había pasado por un matrimonio difícil que la había dejado traumatizada durante mucho tiempo. ¿Qué tendría que hacer Adam para demostrarle que él era diferente?

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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2004 Trish Wylie. Todos los derechos reservados.

SORPRESA INESPERADA, Nº 1944 - octubre 2012

Título original: Her Unexpected Baby

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2005

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-1131-7

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Prólogo

Hay algo extraño con las bodas que hace que las familias se abalancen sobre los miembros del clan que quedan solteros. Eso fue lo que le ocurrió a Dana Taylor tras la boda de su hermano Jack. A partir de ese momento, todas sus hermanas empezaron a revolotear a su alrededor como moscas sobre la miel, algo que a Dana no le acababa de gustar.

–Tienes que volver a salir.

–¿Adónde exactamente? –dijo Dana con una sonrisa a pesar de que sabía exactamente lo que su hermana mayor quería decir. Pero no quería hablar de ello.

–Con hombres –suspiró Tess.

–Ah, te refieres a eso.

La siguiente hermana por orden de edad asintió con la cabeza mientras tomaba un sorbo de champán.

–Cariño, ya hace mucho tiempo. No puedes sentarte en casa y esperar a que llegue la menopausia.

¿Cómo que no podía? Dana opinaba justo lo contrario ya que estaba pagando una hipoteca y no le quedaba mucho para hacer nada más.

Tess asintió dándole la razón a su hermana Rachel.

–Sólo porque no saliera bien la primera vez no significa que no puedas encontrar a un hombre magnífico.

–Cualquiera diría que vivo como un ermitaño –se quejó Dana.

–¿Y no es así? –Rachel levantó una ceja–. ¿Cuándo fue la última vez que saliste a divertirte?

–El mes pasado fui con Jess a la playa.

–Eso es diversión entre madre e hija. Yo me refiero... –inclinó la cabeza para acercarse más y guiñó un ojo–. Diversión de verdad.

–Quiere decir sexo –intervino Lauren aclarando lo obvio.

Dana tomó aire y se reclinó sobre la silla.

–¿Por qué no puedo ser feliz estando sola?

–Porque no eres feliz –dijo Tess.

–¿Quién dice que no lo soy? –preguntó Dana.

–Es evidente que no lo eres.

–¿Por qué es tan evidente?

–¿Ves? Si lo fueras no estarías a la defensiva –intervino Tess.

–A veces me gustaría que no te tomaras el papel de madre tan en serio con el resto de nosotras. Estoy bien –dijo Dana.

Tess, que se había ocupado de sus hermanos cuando su madre los dejó, se limitó a encogerse de hombros.

–Puedes tratar de convencerte, pero a tu vida le falta algo y todas sabemos lo que es. Y tú en el fondo, también. Sólo digo que tu vida quedará medio vacía si no te das una segunda oportunidad y sería una pena.

–Mi vida no está vacía. Tengo una hija –dijo ella mirando a su alrededor hasta que sus ojos se posaron sobre su niña de diez años. Su bebé. Ella era la razón por la que se levantaba todas las mañanas y trabajaba hasta tarde. Era su madre y nada en el mundo era más reconfortante que eso–. No quiero cargar con otro matrimonio fallido a mis espaldas. Estamos bien solas.

Rachel le dio unas palmaditas a Dana en la mano.

–Cariño, nadie te está diciendo que busques otro marido pero, tal vez, sería bueno para ti encontrar a alguien con quien pasar –se detuvo mientras buscaba la palabra y sonrió–, buenos ratos de vez en cuando.

Dana parpadeó varias veces muy rápidamente sorprendida. No era que no creyese en el amor y la pasión. Simplemente, creía que era posible para otros, no para ella. La Dana que una vez deseó todo eso para ella había recibido ya muchas bofetadas de la dura realidad.

–¿Me estás sugiriendo que salga por ahí y me acueste con alguien? –dijo ladeando la cabeza–. ¿Así sin más?

Al momento, un murmullo desordenado se levantó alrededor de la mesa. Fue Tess la que finalmente tomó la palabra en representación de todas sus hermanas.

–Una cana al aire podría serte beneficioso. Necesitas volver a sentir. Es como si te hubieras desconectado del mundo real y nos preocupa. Es una pena.

–Así es, Dana –corroboró Rachel–. Eres una hermosa, decidida, inteligente y divertida mujer pero no quieres que nadie lo vea. No deberías encerrarte. Trata de divertirte. Ten una aventura si eso es lo único que estás dispuesta a tener, pero permítete sentir de nuevo. Siéntete como una mujer de nuevo.

Dana no hizo caso a las palabras de su hermana. Al fin y al cabo la familia nunca era objetiva en sus opiniones. Abrió la boca para decir algo, pero volvió a cerrarla.

No creía que estuviera encerrándose en sí misma. Tal vez lo hubiera hecho al principio, tras el divorcio, cuando tuvo que admitir que se había casado por razones equivocadas. Aunque sus hermanas tenían razón. Hacía mucho tiempo ya.

–Y vosotras estaríais dispuestas a buscarme un grupo de hombres adecuados para que yo elija, ¿verdad? –aunque la sola idea le daba asco. No pudo evitar pensar en esas citas organizadas.

–No –sonrió Lauren, tratando de no delatar el hecho de que ésa había sido una idea discutida–. Sólo pensamos que deberías abrirte a la idea de ser Dana, y no sólo la madre trabajadora, de vez en cuando. Pensamos que si se presenta la oportunidad deberías aprovecharla.

–No estamos diciendo que salgas a buscarlos a la desesperada –dijo Tess.

–No, no es eso –dijo Rachel riéndose.

–Sólo deja entrar a alguien en tu vida.

Dana suspiró y miró hacia el techo cubierto de globos. Sus intenciones eran buenas, pero ella no se consideraba una mujer proclive a tener aventuras amorosas. Puede que hubiera sido así antes, cuando era joven y alocada, pero eso la había llevado a un embarazo no deseado, a un matrimonio y a un divorcio.

Cuando volvió al presente, los sonrientes rostros de sus tres hermanas la miraban esperanzadas. Dana suspiró y sacudió la cabeza al mismo tiempo.

–Trataré de mostrarme más abierta si se presenta la oportunidad, pero no sé si estaré dispuesta a lanzarme a una tórrida aventura.

–Paso a paso –dijo una de sus hermanas.

–Lo comprendemos –añadió otra.

–Es sólo que estamos preocupadas por ti –dijo la tercera.

Dana sabía que eso era cierto. Todas ellas estaban felizmente casadas. Incluso su hermano Jack había decidido sentar la cabeza. Se había enamorado de una mujer que había resultado ser su media naranja. Algo así hacía que una incrédula como Dana albergara una mínima esperanza en que el «comieron perdices» podía existir.

Y probablemente fuera cierto. Simplemente no se le había presentado a ella. Ella había tenido su oportunidad y no había funcionado. En ese momento lo único que podía hacer era superarlo y continuar con su vida. Su vida laboral estaba sufriendo cambios y quería conseguir una casa mejor para su hija y para ella. Tenía esperanzas y sueños para el futuro de su pequeña. No había conseguido ser una buena esposa, pero podía ser la madre que ella no había tenido.

Claro que ella también pensaba que sería agradable volver a sentirse como una mujer. En su interior se escondía una mujer pletórica de sensualidad.

Dana se pasó la lengua por los labios de forma inconsciente al pensar en ello. Era una lástima que no abundaran los hombres capaces de hacer salir de su escondite a esa mujer. Aunque tal vez fuera mejor así para su supervivencia.

De forma también inconsciente recorrió el salón con la vista hasta posarse sobre un hombre alto que estaba de pie junto a su hermano Jack. Adam, su padrino. Era exactamente el tipo en el que ella se habría fijado instantáneamente... antes. Alto, guapo, encanto a raudales. Pero su mayor error había sido casarse con uno así.

Suspiró. En lo que se refería a apasionadas aventuras Dana se sentía como si estuviera en medio de un vasto desierto y aún le quedara mucho para encontrar agua. No importaba cuáles fueran sus necesidades básicas.

Capítulo 1

Seis meses después

El efecto que Adam Donovan tenía sobre las mujeres era devastador. Era un don realmente y lo cierto es que se debía más a su aspecto que a cualquier otra cosa. Aunque también podía ser encantador cuando quería.

Dana observaba cómo se camelaba a una nueva cliente. Era absolutamente asqueroso. Dana sacudió la cabeza ligeramente preguntándose qué podrían ver todas aquellas mujeres en él. Decidió hacer una lista de sus virtudes aunque para ello tenía que olvidar la lista de defectos que ya tenía de él. Llevaba trabajando con él unos meses ya y no había dejado de aumentar.

Tenía que admitir que era alto. Eso era bueno.

Tenía una espalda ancha, algo que podía indicar, erróneamente, que pasaba horas haciendo ejercicio para mantenerse en forma. Pero ella sabía que para él el ejercicio físico se limitaba al que se podía hacer en una habitación de la casa que no era precisamente la cocina.

Lástima. Aquello pertenecía a la lista de defectos. Una virtud menos.

Tenía buen gusto para la ropa. Siempre sabía qué ponerse en cada ocasión. Lo que él gastaba en una camisa era lo que Dana y su hija gastaban en comida para una semana.

Tenía unos rasgos dignos de modelo de revista, entre los que destacaban los hoyuelos, unos dientes increíblemente blancos y una sonrisa con la que sería capaz de convencer a un esquimal para que comprara nieve. Esa sonrisa era de gran ayuda a la hora de vender casas, especialmente aquéllas que aún no estaban construidas.

Pelo de un tono rubio oscuro y algo alborotado que le caía sobre la frente cuando se inclinaba para hablar con una mujer. ¿Accidentalmente? Dana sonrió ligeramente para sus adentros. Ni por un momento.

Tenía cualidades, cierto. Era socio en un negocio floreciente, venía de una buena familia, y era en general lo que se diría un soltero de oro. Las mujeres lo adoraban, literalmente.

Dana, sin embargo, pensaba que era un idiota, pero al fin y al cabo, trabajaba con él.

Adam levantó la vista y miró a través de unas espesas pestañas. Cuando se dio cuenta de que lo estaba mirando con una ligera sonrisa en los labios, sus ojos se redujeron a dos rendijas, y al momento retiró la vista. Dana sabía que no estaba acostumbrado a que ella le sonriera.

Eran muy diferentes, pero nadie había dicho que tuvieran que gustarse. Dana había conseguido evitarlo durante años, pero desde que ella se hiciera con parte de las acciones de la empresa de la que su hermano Jack y él eran copropietarios, parecía que no podía pasar un día sin que discutieran por algo. O por nada, para ser más exactos. Y es que en lo que se refería a Adam Donovan, Dana era la única mujer en el país que no lo consideraba un regalo de Dios. Y le gustaba que fuera así.

Adam deseaba realmente que no le sonriera así. Era desconcertante. Dana no sonreía sin un motivo. No era una persona de sonrisa fácil o al menos él no lo había notado desde que trabajaban juntos.

Mientras él convencía con su encanto a los señores Lamont de los beneficios de instalar calefacción bajo el suelo, Dana Taylor tramaba algo. Podía sentirlo. Aquella mujer era muy intrigante.

Dana tenía la habilidad de hacer que la gente hiciera cosas que no querían hacer realmente. Era un don cuando lo hacía con algún cliente difícil y también con las cuadrillas de la construcción, pero era realmente molesto cuando lo practicaba sobre uno mismo.

Adam la miró de nuevo. Seguía sonriendo. Empezó a notar que le sudaban las palmas de las manos. Dejó a los Lamont examinando la casa de sus sueños y se excusó un momento. De dos largas zancadas se acercó hasta ella.

–Vale, ¿qué pasa? –preguntó en voz baja demostrando que quería tener una conversación privada con ella. Dana se limitó a mirarlo con expresión ingenua. Odiaba que hiciera eso.

–¿Ocurre algo? –preguntó Dana.

–Dímelo tú –dijo él con el ceño fruncido.

–No, me temo que no sé a qué te refieres –dijo Dana sin dejar de sonreír.

–Estás sonriendo –dijo él aprovechando la oportunidad.

–¿De veras? –dijo Dana sonriendo aún más–. ¿Acaso hay una ley que lo prohíba?

–Tú no sonríes.

–Pues da la casualidad que sí. ¿Lo ves? –dijo ella ladeando la cabeza y sonriendo hasta mostrar una hilera de dientes perfectos.

–Tú no me sonríes a mí.

–¿Y te molesta? –dijo ella parpadeando con su expresión más inocente.

En vez de bramar como le hubiera gustado, Adam se limitó a apretar los dientes.

–Podrías venir y hacer eso que sabes hacer tan bien para ayudar a vender esa casa.

–Pero si tú lo estás haciendo muy bien –dijo ella sonriendo a la pareja.

Adam la miró con los ojos entreabiertos durante un momento. Aquella mujer era de lo más irritante. Todo en ella lo irritaba, desde su apariencia perfecta hasta su forma de hacer las cosas completamente organizada. Adam no lo soportaba. Él vivía en un mundo caótico y hasta el momento le había funcionado. Nunca le había encontrado fallos a su vida hasta que llegó Doña Perfecta.

–Entonces deja de sonreírme.

Dana alzó las cejas elegantemente depiladas y lo observó con sus fríos ojos azules.

–Si te molesta tanto...

Adam sacudió la cabeza, extendió el brazo y la tomó del hombro hasta hacerla ponerse en pie.

–Clientes, Dana. La gente que paga nuestros sueldos –dijo él inclinándose aún más hacia ella–. Y no vamos a tener una discusión delante de esa gente. Así que, sea lo que sea que estés haciendo, déjalo.

Dana se deshizo de él y, estirándose la chaqueta, se hizo a un lado para dejar pasar a Adam. Sin embargo, no dejó de sonreír con sorna. Había conseguido irritarlo y le gustaba.

–La casa es preciosa, Dana –dijo la señora Lamont cuando Dana se acercó a ellos–. Habéis hecho un trabajo estupendo. Me alegro mucho de que Lucy me recomendara.

Dana sonrió de veras. La hermana de Louise Lamont, Lucy, había sido compañera suya en el instituto y Donovan & Lewis habían hecho la reforma de su casa un par de meses antes.

–Me alegra que te guste, Louise. Lo único que hemos hecho ha sido seguir tus indicaciones y el resultado ha sido asombroso.

Acababa de hacerlo de nuevo.

Adam sonrió. Louise Lamont sabía lo mismo de decoración de interiores que de neurocirugía. Había cambiado de opinión cada vez que consultaba una nueva revista de decoración, pero en cuanto llegó Dana fue como si de pronto su mente se iluminara y tuviera claro que su casa consistiría en una equilibrada mezcla de líneas rectas y algún objeto de diseño clásico, como si en realidad hubiera sido su idea desde el principio. Pero lo peor era que Louise Lamont de verdad creía que había sido idea suya y que era un genio de la decoración. Estaba radiante.

–Lucy está ansiosa por verte en la reunión. Dice que les dirá a todos que consulten con Donovan & Lewis para las reformas y la decoración.

Dana sintió que se sonrojaba. Evitó la mirada directa de Louise y en su lugar miró por encima de su hombro.

–No creo que pueda ir a la reunión. Me temo que estoy muy ocupada en este momento.

Adam arqueó las cejas. Algo le había llamado la atención: ¡Dana se sentía incómoda!

–Pero Dana, tienes que ir. Todo el mundo está ansioso por verte después del artículo que apareció en Hogar Irlandés –dijo Louise arrastrando las palabras. Desde el primer momento había dejado claro que a ella le encantaría ver su casa en esa revista de decoración.

–Esta vez no –Dana sonrió con dulzura–. Pero la próxima vez no faltaré.

Mentira. Adam no sabía cómo, pero sabía que estaba mintiendo. Se dio cuenta de que acababa de pillar a Dana Taylor mintiendo. Y le gustó. Tenía que ser algo gordo lo que quería ocultar y quería saber qué era. Una información así no tenía precio. Doña Perfecta tenía un fallo...

–Bueno, no estamos tan ocupados como para no poder prescindir de ti una tarde, Dana –dijo él exhibiendo su mejor sonrisa–. Tienes una reunión, ¿no es así? Me encantan. ¿A ti no, Louise?

Louise lo miró con coquetería y hasta se sonrojó al oírle pronunciar su nombre. Dana sentía ganas de vomitar de verdad. Giró la cabeza hacia Adam y le dedicó la mejor de sus sonrisas de «métete en tus asuntos».

–Me encantan, Adam –respondió la mujer riendo como una niña. Dana miró al señor Lamont para comprobar si se había dado cuenta, pero era evidente que habían llegado a ese punto en un matrimonio en el que cada uno hacía oídos sordos a lo que quería.

–Deberías ir, Dana. Apuesto a que lo vas a pasar estupendamente.

En circunstancias normales Dana le habría borrado la sonrisa de la cara con algún agudo comentario que los habría hecho enzarzarse en una discusión primero para después quedar en un silencio sepulcral durante horas. En vez de ello, Dana tomó aire y lo miró a los ojos.

–Sabes que me tomo mi trabajo muy en serio, Adam. No tengo tiempo para ir.

Adam sabía perfectamente que la estaba irritando, pero eso le hizo sonreír aún más abiertamente. Estaba disfrutando de lo lindo. Habría pagado por un momento así. A continuación, le puso un brazo sobre los delgados hombros embriagándola con su caro perfume y apretándoselos ligeramente continuó flirteando con Louise.

–Es una mujer muy entregada a su trabajo, pero creo que conseguiré convencerla de que vaya, ¿no lo crees así, Louise?

–Estoy segura de que si alguien puede, eres tú. Seguro que eres muy persuasivo.

Dana sintió un escalofrío de asco sólo de pensarlo.

–Este año no va a poder ser. Tal vez el año próximo –insistió Dana soltándose de Adam y señalando los planos delante del señor Lamont–. Como ves, hemos mantenido la escalera abierta para dejar que entre la luz en el comedor.

El señor Lamont asintió y dirigió de nuevo su atención hacia los planos. Pero no era tan fácil despistar a Adam.

–¿Cuándo has dicho que es esa reunión, Louise?

–El fin de semana. Aún no es demasiado tarde para que vaya Dana. Era una chica muy popular en el instituto. Por eso Lucy dijo que Jim se interesó tanto por ella... –se detuvo y miró hacia Dana–. Dana, espero que no sea ése el motivo por el que no quieres ir. ¿Jim estará allí? Sería bastante incómodo, es cierto.

Adam arqueó ambas cejas en actitud sorprendida.

–¿Qué Jim?

Dana compuso una de sus sonrisas sin dejar de mirar al señor Lamont y finalmente se giró.

–Jim Taylor. Mi ex marido –dijo con tono gélido a Adam–. Y no, ése no es el motivo por el que no voy a ir, Louise –mintió Dana manteniendo en todo momento la sonrisa–. Estoy muy ocupada, de verdad. Después de todo, queremos acabar con tu casa según lo previsto, ¿no es así?

–Sí, claro, por supuesto. Tengo planeado que vayan a fotografiarla en Navidad, ¿no es así, Paul?

Dana lanzó a Adam una amenazante mirada de soslayo antes de girarse. Era evidente que Adam quería seguir disfrutando con la incomodidad que aquella situación le estaba causando y esa mirada significaba que lo dejara ya.

Adam comprendió la indirecta y dejó de insistir, pero sólo hasta que los Lamont se hubieron marchado.

–No vas a esa reunión porque tu ex marido estará allí, ¿verdad? –dijo Adam torciendo los labios con sarcasmo–. A eso llamo yo ser una persona madura.

–No es asunto tuyo –dijo ella doblando cuidadosamente los planos de la casa de los Lamont y guardándolos en su sobre.

–Es posible, pero...

–Creo que ahí termina la conversación –dijo ella mirándolo con el ceño fruncido–. No te metas en lo que no te llaman, Adam. Así vivirás más tiempo.

–¿Qué te preocupa tanto? ¿Tienes miedo de que se dé cuenta de que aún lo amas o algo así? ¿Es eso? Tal vez no quieras que sepa que has estado sola todo este tiempo...

Dana se detuvo de camino al archivo, se giró y lo miró con ojos llameantes.

–¡No sigo enamorada de él! Y he salido con muchos hombres desde que nos separamos. ¡Aunque eso tampoco es asunto tuyo!

Adam retrocedió ligeramente. La pequeña Doña Perfecta tenía su genio. Se preguntó desde cuándo. De pronto, su línea de pensamiento habitualmente ágil se ralentizó distraído por la forma en que los ojos de Dana lanzaban verdaderas llamas y las mejillas igualmente encendidas alteraban su calma habitual. Estaba realmente sexy. Sólo le faltaba quitarse el pasador y dejarse el pelo suelto...

–No tienes pareja, ¿verdad? –dijo Adam recuperándose.

Dana se puso la mano en la cadera, ladeó la cabeza y prácticamente le escupió en vez de hablar.

–¿Qué?

–Para la reunión. No tienes pareja –dijo Adam cruzándose de brazos y respirando hondo–. Y no quieres verlo con alguna hermosa joven a su lado mientras tú estás allí sola.

Dana sintió verdadero odio hacia él en ese momento. No había nada peor que darle la razón a un hombre ya de por sí arrogante.