Desandando caminos - Everto Adrián Pérez - E-Book

Desandando caminos E-Book

Everto Adrián Pérez

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Beschreibung

Desandando caminos, nos lleva a recorrer el pasado de Everto y con él, la historia de su pueblo Angaco, enclavado en la Provincia de San Juan. Un desandar, que nos lleva a transitar un espacio de tiempo antiguo en aquella fisonomía cuyana, acercándonos por último a una porción de geografía de la Patagonia norte, en la provincia de Neuquén, la ciudad de Zapala lugar en dónde, junto a otros pueblos le dieron cobijo. Una obra llena de historia, experiencias, paisajes, aromas y colores, que mantendrán tus sentidos alertas. Una conexión y mirada al pasado, sin perder de vista el presente. Nos lleva a descubrir un mundo, que, pasado el tiempo, aun podemos descubrir y sentir muy profundamente. La música es parte de este libro, en sus composiciones, letra y música plasmada en siete partituras. La historia de Everto, en su desandando caminos, es tu historia; es la misma que vos quisieras registrar, para vos y tu posteridad. Todos tenemos la nuestra, pujando por querer salir y hacerse evidente a los demás.

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Seitenzahl: 226

Veröffentlichungsjahr: 2022

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EVERTO ADRIÁN PÉREZ

Desandando caminos

Angaco - Fisonomía de un pueblo

Pérez, Everto Adrian Desandando caminos : Angaco. FisonomÌa de un pueblo / Everto Adri·n PÈrez. - 1a ed - Ciudad AutÛnoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2022.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-2408-9

1. Memorias. I. Título. CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

A mi madre, a mi padre,

a mis hijos, e hijas, a toda mi familia,

a mis amigos y amigas,

a todos aquellos que fueron mis compañeros y compañeras de ruta,´

a los que partieron,

a Hugo Nievas, escritor angaquero,

con quien compartí la pasión por este hermoso lenguaje, que es la literatura,

a los imprescindibles lectores/ras,

a los que creen y luchan incansablemente sin bajar los brazos,

a los que sueñan,

a los que no olvidan de dónde vienen,

viven y dignifican su presente, sin perder de vista a dónde van,

proyectando así su futuro,

a los y las jóvenes.

A mi querido pueblo de ANGACO,

a toda la gente de mi querido SAN JUAN,

a la ciudad de ZAPALA

y a la provincia de NEUQUÉN.

Cobijos de mi humanidad.

Tabla de contenidos

DESANDANDO CAMINOS

.

ANGACO – FISONOMÍA DE UN PUEBLO

ÁRBOL GENEALÓGICO

MI MADRE

MI PADRE

EL INICIO DE UN PROYECTO

RECUERDOS NOCTURNOS

INICIO DE CLASES “TODOS A LA ESCUELA”

MONTA EN PELO SOBRE EL POTRILLO ESTRELLA

DE OTOÑOS, FRÍOS Y PODAS

ÉPOCA DE CARNEOS. ENCUENTRO FAMILIAR Y JUEGOS

DE RIEGOS Y CANTOS DE AGUA

FIESTAS PATRONALES

LA PUBERTAD SIN PREVIO AVISO

MOMENTOS DE PATRIA, SOBERANÍA, GUERRA DE MALVINAS, SOLEDAD Y DESAMPARO

SER HOMBRE NO ES SOLO CUESTIÓN DE EDAD, ES ACTITUD

AVENTURA A GUAYAUPA

MIRANDO AL SUR

MÁS DE ESCUELAS NEUQUINAS

ZAPALA. PUNTA DE RIELES

CANCIONERO

DESANDANDO CAMINOS (zamba)

ANGACO, MI TIERRA (canción)

CUECA COLACHO (cueca cuyana)

CHINO SANJUANINO (tonada)

CORAZÓN DE MADRE (canción)

LA ZAPALERA (zamba)

CANCIÓN DEL VETERANO DE GUERRA CONTINENTAL POR MALVINAS

Hitos

Table of Contents

PRÓLOGO

Siempre consideré que la escritura es una herramienta tan poderosa, tan precisa y tan emotiva que no puedo dejar de admirar a las personas que se animan a hacer uso de ella. Everto, en su libro, fue capaz de trasladarme a su pueblo tan querido, Angaco, de una manera muy interesante. Una forma muy cercana que invita a recorrer su vida y a sentirnos parte de esos momentos tan particulares. Un hombre que deja un legado importantísimo a su familia, a su pueblo, desde el corazón, que lo movilizó a escribir sus aventuras y proyectos. Sin duda, esas historias tan llenas de recuerdos y emociones hoy quedan plasmadas como herencia familiar para las futuras generaciones. Qué importante es saber de nuestro pasado, para saber de dónde venimos, para entender lo que fue, para sanar, para liberarse, es necesario conocer. Este libro es un fiel reflejo que denota que nuestra vida es tan valiosa como cualquiera, que todo lo que queramos contar está ahí, es una invitación a contarnos, a descubrirnos, a poner en palabras aquello que sentimos y que muchas veces nos pide salir.

No queda más que preparar el mate, acomodarnos y disponernos a disfrutar de una lectura armoniosamente cálida, fluida y muy hogareña, junto a su autor.

De una amiga lectora

PALABRAS PRELIMINARES

En este momento de mi vida, en donde el universo y su creador me han permitido expresarme a través de este lenguaje tan maravilloso que es la literatura, quiero contarles que el escenario desde donde me he parado para mostrarles parte de mi historia está enclavado en la provincia de San Juan. En uno de sus departamentos de nombre Angaco (vocablo de origen araucano: agua o corrientes de agua que corren en las faldas del cerro). Nombre que le viene del mismísimo cacique Huarpe “Angaco”, quien gobernaba y dirigía los destinos y la cultura originaria de aquel valle. El valle del Tulum, Oasis del Tulum (rodeado de cerros), a la llegada de los conquistadores españoles.

Enclavado al este de la cordillera de los Andes, al oeste de las sierras Pie de Palo, entre otras sierras como las sierras Villicún, lomadas de La Laja, sierras de Zonda y el río, como principal proveedor de agua a ese valle fértil; ahora llamado río San Juan. En este valle cultivaban diversas verduras, hortalizas, cría de animales, entre otras actividades que les permitía su forma de vida sedentaria. Los españoles, a su llegada, seguramente se habrán asombrado de la floreciente comunidad, que aquí habitaba y prosperaba.

Juan Jufré de Loaiza Montesa. Por orden de Francisco de Villagra, capitán general de Chile, fundó San Juan de la Frontera el 13 de junio de 1562.

El cacique Angaco permitió el casamiento de su hija Teresa Asencio, con el lugarteniente de Juan Jufré, el capitán Eugenio de Mallea. De esa unión nace la que hoy conocemos como la familia sanjuanina. En ese acto el cacique Angaco recibió el Señorío de Juan Huarpe.

El departamento Angaco se fundó el 16 de marzo de 1816. Su centro o villa cabecera es Villa del Salvador. Hoy una moderna urbanización, con instituciones públicas, educativas, eclesiásticas, políticas y comerciales, con enorme potencial turístico y cultural en vías de desarrollo. Una villa que aglomera el 35 % de la población, el resto de la población, rural, se extiende en los distritos de La Cañada, El Bosque, Las Tapias, Punta del Monte, El Plumerillo y Los Alamitos. En la actualidad posee una población estimada en 8200 habitantes.

En su ubicación geográfica; colinda al norte con Jáchal, al sur con San Martín, al este con Caucete y al oeste con el departamento de Albardón.

Sobre el final de la obra, los llevaré a conocer, de la mano de mi historia de vida, parte de la provincia de Neuquén y de la ciudad de Zapala; territorio de nuestra querida Patagonia norte. Donde viví maravillosas experiencias y conocí una cultura llena de historia, pujante presente y prometedor futuro.

Los invito a entrar a mi mundo, a mi experiencia de vida, a mi paleta de colores, pintando con mis palabras e imagen literaria, a las frecuencias de sonidos venidas a mí y hechas música, a mis poemas hechos canciones, a mis recuerdos de texturas y olores, sabores de frutos dulces mezclados con los ácidos de la vida. Nada de reproches, ¡cosas del SER! Reflexiones propias, de quien se siente y es parte de la sociedad en que vive.

Bienvenidos a:

DESANDANDO CAMINOS

Tras desandar los caminos.

Mis años de niño vuelvo a recordar.

Con mi sombrero chiquito.

Saltando los charcos, corto pantalón.

Con el orgullo en mi pecho;

Detrás de mi padre con el azadón.

Tardes soleadas, el patio.

La pava resuena allá en el fogón.

Mate con cara lavada.

Rodaja tostada de pan, e ilusión.

Vieja guitarra encordada;

desentono y timbro alguna canción.

Reuniéndose la familia.

La tarde se extingue, la noche llegó.

Mientras espero la cena,

desgrano maíces, bajo el corredor

Los Chalchas lejos me dicen:

Changuito, tu rumbo será la canción.

Pelota, escondidas y bici.

Los niños felices, jugando al sol.

Los trompos giran cansados,

Sus vueltas quedaron en mi corazón.

Llega el duende de la siesta;

Obliga a dormirse hasta otra ocasión.

Mi madre me pide que coma,

Que tome la sopa: ¡usa el tenedor!

Mi padre se ve preocupado;

Lo que hubo sembrado su fruto ya dio.

¡Una vez más en su vida!

De nuevo este año, no tiene valor.

Reuniéndose la familia.

La tarde se extingue, la noche llegó.

Mi abuela observa y corrige modales,

exige más cooperación.

Los Chalchaleros me dicen:

Changuito, tu rumbo será la canción.

ANGACO – FISONOMÍA DE UN PUEBLO

Los veranos transcurrían entre días de calor, con días de más calor, el verano transitaba implacable en cada rincón de la tierra sanjuanina. Las templadas noches de mercurio petrificado en treinta asfixiantes y fastidiosos grados, se estrellaban con un nuevo amanecer que prometía escalar a temperaturas impensables. Los pájaros apuraban con sus cantos al nuevo día, que venía acompañado de rojizo cielo; ardiente e impetuoso astro rey, naciendo tras las sierras Pie de Palo, macizo formidable, que en vano se esmeraba en contener arrolladora bola de fuego, sierras de pedregoso manto, pintadas de verdes chilcas, jumes y jarillas. Crujientes y quebradizas piedras. Los cardales imponentes, sus brazos implorando al cielo, en busca, quizás, de alguna nube de lluvia, que la temporada anterior olvidó pasar y dejar su húmeda fuente de vida. Imponentes cardales que todo lo ven, desde lejos, desde muy lejos, simulando ser sus vigías.

En el valle del Tulum, el contrapunto de los gallos anunciando el nuevo día. Mugido de vacas, valido de terneros, lo mismo hacen las cabras, como también los corderos. Los relinchos de caballos, el gruñido de los cerdos, algún burro en su rebuzno nace y muere allá a lo lejos, el perro fastidiado da un gruñido a modo de queja, se levanta, gira sobre sí mismo y de nuevo se acuesta.

La brisa habla en secreto con las cañas. El agua de las acequias se escabulle en el cauce serpenteante, gambeteando, chuchos, pájaros bobos, cola de caballo. Flores de suspiros, abrazadas a las parras en eterno romance, zumbido de moscas, avispas, lechiguanas y abejas. Barullo de gorriones, Urracas, loicas y horneros. Como silenciosos testigos; sauces, eucaliptos, álamos, algarrobos. Tordos y tordas en los potreros.

Destellan espejos de luz que decantan en paleta de colores, que se incrustan en los ojos con deliciosas y perfumadas formas; damascos, uvas y duraznos. Las granadas se entreveran con membrillos y ciruelas. Cuenta el nogal sus historias, la higuera relata las suyas, profundos perfumes y sabores de un paraíso encantado que de la nariz te llevan.

En esa fisonomía de mi querido pueblo de Angaco, noble tierra sanjuanina, lo concreto, lo tangible, estaba presente en todo momento. No había tendido eléctrico, red de agua, televisión, el hombre a la luna en la mente de algún soñador o genio.

Inimaginables los modos de conectividad que hoy conocemos, los que nuestros niños, jóvenes y adultos utilizan como una extensión de su cuerpo. Por lo que ante lo que pudiera parecer una falta de todo, un parecido a tener nada en ese momento. Lo suplíamos con lo que nos permitía el mundo natural: hacer con nuestro cerebro y cuerpo. Desarrollábamos destrezas y sentidos, con distintos juegos; pelota, bici, trompos, bolitas, figuritas, escondidas, muñecas, pillada o pilladita, manchas, gallito ciego, payana, piedra libre, trepar árboles, nadar en los canales, escapar en silencio de las fatídicas siestas, juegos de rondas, canciones infantiles y populares del momento, amasar arcilla en las orillas de las acequias luego de las tormentas y hacer vasijas con ella, hacíamos barquitos con las hojas de las cañas, con los que jugábamos en los distintos ramos de agua de la finca o que pasaban por delante de nuestras casas.

Trabajábamos al lado de nuestros mayores. Abriendo surcos, limpiando las acequias, sembrando semillas, levantando cosechas. Cuidar y alimentar los animales; gallinas, vacas, caballos, cerdos. Patos y sus pateras, conejos, sus conejeras, más el cultivo y cuidado de toda verdura que una huerta produjera. Preparábamos el sistema de riego, tapones con yuyos, montes y tierra, en el mejor de los casos, una maltrecha compuerta de lata y madera, para conducir el agua en los surcos, parrales, potreros y demás labores camperas. Pala y azadón en mano; infaltables compañeras. Las niñas, aprendían las tareas propias del hogar, junto a sus madres, tías y abuelas. Hilar lana, armar y desarmar colchones, coser, cocinar y hacer dulces sobre el fuego, arrope de jugo de uvas, al que perfumaban con ramitas de albahaca, incorporaban buenos modales y gestos que, a los varones, no se les exigían en igual medida. Teníamos prohibido maltratar o proferir algún insulto contra ellas, el respeto hacia los mayores era una norma que se debía practicar a rajatabla, rigurosamente.

Zapatillas rotas,

dedos asomados afuera,

pantalón con parches,

desgastadas remeras.

Nunca marcaron desgano,

ni mucho menos tristeza.

ÁRBOL GENEALÓGICO

MI MADRE

Va y viene, viene y va,

anda y desanda su huella.

Es el trabajo descanso o bien…

Así lo vivía ella.

Entre tanto trajín de idas y vueltas, no le faltaba un momento para acariciar tu cabeza o levantarte entre sus brazos, tierno beso en la mejilla y frases como esta: ¡Usted es mi negrito hermoso! ¡Dios me lo envió tan precioso! ¡Mamá lo ama hasta el cielo!

Lilia Victoria Ortiz nació el 24 de febrero de 1932, en calle La Laja, en el departamento de Albardón, provincia de San Juan. En el seno de una familia de clase media, o clase media acomodada de buen vivir. Lo que se podría traducir como clase trabajadora de buen pasar. No siendo de mi gusto clasificar a las personas, ni sociedades. Hago esta clasificación a modo de exponer más claramente características de su hogar. Su padre, don Domingo Soriano Ortiz (mi abuelo). Empresario, exportador de uvas frescas primero y de pasas de uvas después. Frutas que disecaba en las lomas albardoneras de La Laja.

Su madre doña Petrona Angelina Carrizo (mi abuela). Ama de casa muy prolija. Cuidadosa de la salud, aseo y presencia de sus diez hijos. Jorge Enrique, Olga Andrea, Mirta Victoria y Lilia Victoria (mellizas). Rodolfo Lorenzo, Mario Hipólito, Roberto Marcelino, Domingo Segundo, Hugo Marcelo y Lucrecia Susana Ortiz. Sus tíos, ¡profundamente queridos! e involucrados estrechamente en la crianza y educación de sus sobrinos: Valentín Ortiz, Noemí Carrizo, Ramón Hilario Morales y Rina Biagio, quienes tenían una hija: Silvia Morales.

Dejó su casa materna para unirse en amor, matrimonio e iglesia, junto a Silvano Nicolás Pérez (mi padre). Amor que ratificaron con siete hijos. De los cuales soy el quinto. En orden cronológico fueron: Víctor Silvano (cacho), Domingo Eduardo (minguito), Daniel Augusto (gordito), Darío Guillermo (darito), Everto Adrián (yo- vetito- negrito), Gladis Viviana (pichona), Antonio Nicolás (colita - colacho).

MI PADRE

Silvano Nicolás Pérez. Nació el 11 de septiembre de 1929. En la calle Ontiveros, distrito La Cañada, departamento Angaco, provincia de San Juan. Hombre de campo. Ocupación parralero. Chacarero, otro oficio que llevaba al mismo tiempo, ajos, tomates, maíz, sandías, siembras diversas que acompañaba con la crianza de cerdos, faenas y cosechas, donde la vid se destacaba por sobre todas las frutas del vergel angaquero. Padre cariñoso, pero no menos riguroso a la hora de exigir responsabilidades, que dejaba bien delimitadas la noche anterior antes de ir a dormir. ¡Mañana entra el ramo! ¡Ustedes se encargarán del riego en el parral de moscatel! Ustedes traerán comida a los chanchos y bledo a los conejos, me juntan dos bolsas de arvejas y me las dejan sobre la mesa. Ustedes harán los mandados y ayudarán con lo que su madre necesite. ¡No quiero excusas a mi regreso! ¡Ni quejas de su madre por sus faltas de respeto! ¡Hagan las cosas bien y nos ahorraremos problemas!

SU PADRE: (mi abuelo). Víctor Pérez Rodríguez. Según documentación existente, nació en 1879. Férreo y curtido hombre. Surgido de la más aplastante pobreza. Según historias de familia transmitidas en forma oral por mi padre y tíos, hoy rememoradas por mis hermanos, primos y primas mayores, también los míos propios. Contaban que un carrero sanjuanino de apellido Rodríguez hacía viajes en carro, tirado por mulas desde los molinos de Mogna llevando harina, y otros productos artesanales hechos por manos de obra de las comunidades de San Juan, Ullum, Pocito, La Cañada de Albardón y Angaco, tales como orejones, pasas de uva, e higos entre otras cosas, incluso harina venida de los Molinos de Huaco. Tales materias primas eran llevadas al puerto de Rosario sobre el río Paraná, trayendo otros productos a su regreso; no solo de Rosario sino también de Córdoba, que era el paso obligado dentro de ese largo trayecto. Cuentan los relatos de familia que, como dije, nos dejaron por transmisión oral. Que, a este señor, al pasar por Córdoba, una señora le habría regalado un niñito de corta edad, tal vez seis o siete años, emprendiendo el retorno por los polvorientos caminos, sin más diálogo que el viento susurrando sus oídos. Ya tras las sierras en un pequeño pueblito hoy Cura Brochero. La flota de carros fue alcanzada por milicias montadas, cordobesas, quienes habrían sido alertadas del robo de un niño. Como los carros venían cargados con muchas bolsas de carpa trayendo distintos productos destinados a la provincia de San Juan. Estas milicias se dieron a la tarea de revisar bolsa por bolsa, intentando descubrir al niño escondido en alguna de ellas. El modo que utilizaron fue el que cuento a continuación: se habrían subido a los carros con unos rebenques (tipo látigos) y azotaron cruelmente esas bolsas sabiendo que, si una de ellas contenía al niño en su interior, este gritaría ante los guascazos (azotes), los carreros sostenían la respiración mientras un sudor frío los cubría, no solo calor, sino también sopor de saber que habían escondido al niño en una de esas bolsas, imaginando lo que sobrevendría en caso de ser descubiertos. Tragar saliva, seguramente, no aliviaba la falta de aire, ahogo y angustia, que sentían. Más, para su grata suerte, el niño soportó los violentos azotes sin tan solo un gemido soltar al viento. Las milicias convencidas de un mal entendido, de haber realizado y cumplido la orden establecida por sus superiores, regresaron sobre sus pasos. Los carreros transportistas siguieron el viaje rumbo al terruño sanjuanino, una legua más adelante detuvieron la marcha, para cerciorarse del estado de ese pobre niño. Los azotes contaban su historia en el diminuto cuerpo, rayones rojo sangre y azules machucones que apechugó sin resuello.

Así llegó a La Cañada de Angaco, donde este hombre de apellido Rodríguez lo entregó a sus dos hermanas, solteras y sin hijos. Pasado poco tiempo lo habrían entregado en calidad de préstamo a dos viejos pastores, para que cuidara rebaños de cabras en los valles precordilleranos, terruño de Huaco, departamento de Jáchal, en el norte sanjuanino. Ante comentarios que trajo un arriero angaquero que habría pasado y reconocido a aquel niño desprovisto de calzado y abrigo, sin más compañía que las cabras, y el implacable sol jachallero, sugirió a su regreso a la señora que enviara a buscar al niñito, quien sufría el maltrato del hambre y el abandono en esos páramos sedientos. Ante este relato lo hacen traer al valle de La Cañada nuevamente. Pasado un corto tiempo esta señora, Fructuosa Rodríguez, se casa con Daniel Pérez. Quien lo adopta poniéndole su apellido.

De joven aprendió a manejar muy bien el cuchillo, con dos antiguos cuyanos (chinos sanjuaninos), que fueron parte de las milicias que se adentraron en la Patagonia, en la incursión llamada “Campaña Conquista del Desierto”, durante la presidencia de Nicolás Avellaneda contra los originarios de la nación mapuche, con la cuarta división al mando de Napoleón Uriburu, con milicias formadas por paisanos de Mendoza, San Juan y San Luis, esta estuvo al mando del ministro de Guerra Julio Argentino Roca. Logrando ambos paisanos regresar con vida luego de duras peripecias propias de esa campaña. Esto de aprender a manejar el cuchillo habría sido a cambio de ayudarlos a terminar las tareas de cada jornada de sol a sol como era en esos tiempos, a estos antiguos veteranos de guerra del desierto, que por sus edades avanzadas no llegaban a terminar en tiempo y forma las tareas diarias asignadas. El rigor de la lucha contra los originarios, el sol del desierto, la sed, los angustiantes recuerdos de la muerte, se podía reflejar en los rostros con profundas cicatrices, largos y profundos silencios de estos hombres de mirada perdida en sus adentros. Pero la destreza y agilidad intactas a la hora de estocadas, adelantaban la agilidad de los jóvenes, anticipando sus movimientos, golpeando a su antojo con los puntales de madera que utilizaban a modo de los fierros. La destreza que logró en el arte de la esgrima con cuchillo “Víctor” (mi abuelo) fue tan grande que la policía de San Juan recurría a él para rastrear y reducir a grupos o individuos matreros, ladrones y pendencieros, que solían asolar y amedrentar a algunos poblados con sus matonerías y despreciables actos de delincuencia, a los cuales la misma autoridad uniformada temía enfrentar ante la posibilidad de resultar muertos. Contaba mi padre que solía despedirse de su señora (mi abuela), para irse montado a caballo, en cumplimiento de esas misiones, que podían durar varios días. Tiempo que destinaba en encontrarlos, en tabernas, bares o boliches, en donde se hacían dueños de las noches y amedrentaban a los pobladores de bien, en esos lugares. Él los confrontaba, rayando con su pequeño cuchillo, el piso de tierra, al momento que gritaba, en medio de todos los presentes: El que pise esta línea, ¡ñaque! Con esta frase, se proclamaba dueño de la parada, a lo cual, estos pendencieros saltaban de inmediato a confrontar la ofensa y poner así fuera de este mundo a este insolente desconocido. Lo que no sabían era que este menudo hombre era una fiera, en agilidad, fuerza y un haz en el manejo del cuchillo, los cortaba, cada vez que estos le hacían un embate o estocada, hasta que se rendían en súplicas. Una vez quebrados en sus espíritus de matonerías, los ponía a disposición de las autoridades del momento. Hombre de mediana contextura, con la fuerza y fiereza del puma cordillerano a la hora de resolver algunos pleitos. Siempre que lo hizo fue a pedido de la autoridad civil o policial de aquel momento, la honra como virtud, cuchillo en mano su arma y fundamento.

Este duro y sufrido hombre supo visionar el progreso y una mejor forma de vida, a través del honrado camino del trabajo y el esfuerzo, fue comprando distintas parcelas de tierra, hasta lograr tener una importante finca entre los departamentos de Albardón y Angaco; a la que llamó Finca La Cañada. Hoy en posesión de sus nietos, bisnietos y tataranietos.

SU MADRE (mi abuela): Segunda Velerminia Esquivel. Hija de Segundo Esquivel y de Antolina Monla. Señora muy seria y estricta, de los pagos de Albardón, familia tradicional y reconocida de aquel departamento moscatelero, sus hermanos: Segundo, Delia y Saturnino, todos ellos de apellido Monla, en la localidad de Zonda de niños vivieron. Ama de casa dedicada, que supo de las tareas propias del hogar, como también de las labores del campo, empuñar y llevar el arado para abrir la tierra, ordeñar vacas, hachar leña, hornear pan en el horno de barro, hacer dulces y arropes en el fuego. Pañuelos y peinetones eran parte de su atuendo. “A mi primer hijo, me contaba, lo parí mientras sembraba allá en el potrero, me apuraron los dolores, alcancé a llegar a la casa si no lo paría en el suelo”. ¡Niño! ¿De qué luna de miel me hablás? ¡Eso no existía en esos tiempos! Si vos querés saber… Mi luna de miel fue abriendo el campo junto a Víctor, tu abuelo. Respuestas que fui escarbando mientras compartía con ella mate y bombilla de plata alrededor del brasero. Una varilla de mimbre siempre al alcance de la mano para ahuyentar gallinas y perros. La misma suerte corrías si te advertía en alguna actitud que faltara a las normas supuestamente correctas para aquellos tiempos, un golpe en la cabeza te arreglaba al momento, mientras te advertía “ ahuá verí ” Ahora verás, cuál sería el significado de esa palabra.

Fueron ocho los hijos que mis abuelos tuvieron: Aniceto Víctor Alejandro, Antonia Vicenta, Angela Concepción, Elvira del Rosario, Gabino José Simón, Silvano Nicolás, Carlos Sohar y Pedro Benjamín.

EL INICIO DE UN PROYECTO

Habiendo hecho mención a mi linaje, a referirme a mi madre vuelvo. Corría 1954 cuando mi madre recién casada llegó a su nueva y última casa. Domicilio calle Ontiveros, distrito La Cañada. Departamento Angaco. Casa y hogar en que anidaría en mente, espíritu y cuerpo. La cual construyó mi padre junto a su compadre José Ibáñez. Y que sería como nido de hornero, para llevar adelante aquel sueño de familia y amor eterno. Allí cultivaron proyectos y anhelos, con riego de tesón y esfuerzo, a la soledad del principio, le siguió el bullicio de siete hijos luego. Junto a mi padre y su nueva familia, supo de ilusiones y desvelos, alegrías y tristezas, de achicar pretensiones y pelearle a la pobreza, de escobas de pichanas y de ollas sobre el fuego.

Su nuevo hogar así fundaba, apoyada en los cimientos de aquella casa de adobes, techo de palos y cañas, paja y barro como cielo, en sus hijos sus desvelos, en sus hijos su esperanza. Dispuesta a abrir su corazón a aquel salitroso terruño, el cual a su vez gentil la recibía, con perfume de chañares, humo de jume, brasas de parra en los braseros, sahumerios de eucaliptus en noches resfriadas de invierno. Las vendimias le irían marcando las estaciones, edad y tiempo. En este, ya su Angaco su camino se iría abriendo.

Allí transcurría sus mañanas, como la luz transcurre en el cielo. Dejó atrás la comida servida y aprendió a cocinar junto al fuego. Contaba ella que lloraba, añorando viejos tiempos, el cobijo de sus padres, de sus hermanos los juegos, de a poco se fue acostumbrando y aquerenciado a aquel medio. ¡Buen día, doña Chichi! ¿Qué le parece este pueblo? Si precisa algo, ¡avise! ¡Los vecinos estamos para eso! Así se fueron brindando afectuosos angaqueros. Señoras con voz de tonada su bienvenida le dieron. Le acercaron su cariño, fraternal cogollo campero. Mi madre, resplandeciente luz; como lo hace en madrugada el lucero. Traía cargada en su alma la bondad y el amor como sustento.

Esa joven y menuda mujer, como la luna fue creciendo. De conocida a reconocida, de frágil a puro hierro. Los años la fueron templando con confianza en sí y conocimientos. Férrea fe en el altísimo Dios a quien elevaba sus rezos. Jesús, La virgen María, sus intermediarios directos. Recurría a San Antonio para encontrar el bien perdido, una gastada vela encendía y allí le dejaba sus rezos, segura de que lo que buscaba, pronto aparecería. Para algún accidente en los ojos, muy común que algún pequeño insecto o basurita se zambulleran dentro de ellos, ¡ella tenía la solución al momento! Solo nombraba a Santa Lucía, unos soplidos con cariño y al ratito todo resuelto.

Nos cosía las camisas a mano alzada y en silencio, blanco y negro las bovinas, que para cualquier prenda servían sin importar los colores, pegaba los botones que sacaba de ropa vieja, remiendo sobre remiendo, plancha con carbón o brasas de leña. Parches en las rodillas, parches en los codos, en el trasero también los teníamos, ¡ni soñar en estrenar pantalón nuevo!

¡Venga a bañarse, hijito! ¡Ya calenté agua en el fuentón viejo, no rezongue por bañarse que como el sapo se pondrá de feo! Paraditos dentro del fuentón, mi madre el baño nos daba, con una jarrita se ayudaba para derramarla despacito, por sobre nuestras cabezas, suavecito, jabón blanco, espantando de nuestros cuerpos mugrosa tierra, cara, pelos, orejas, brazos, cuerpo, y piernas de a poquito se iban limpiando. Donde más mugre juntábamos era en los tobillos, para lo cual un cepillo entraba en acción, rasqueteando con pasión rojo sangre se ponían. Pies y zapatillas se desconocían al momento del reencuentro.