Desde el taller - John Berger - E-Book

Desde el taller E-Book

John Berger

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Beschreibung

Los espacios de trabajo del artista Yves Berger y de su padre, John Berger, ubicados en la pequeña localidad de Quincy, en la Alta Saboya, se convirtieron en el privilegiado escenario donde tuvo lugar esta deliciosa conversación a tres bandas con el periodista literario Emmanuel Favre. Rodeados de fotografías, dibujos, lienzos y libros, el arte y su estrecha relación con la vida y la política se convierten en el hilo conductor de este diálogo familiar y personal donde afloran iluminadoras reflexiones sobre literatura, poesía, fotografía, dibujo o el arraigo del cuerpo al territorio frente a la globalización. Un diálogo cercano y esclarecedor para tiempos de cambio.

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Editorial Gustavo Gili, SL

Rosselló, 87-89, 08029 Barcelona, España. Tel. (+34) 93 322 81 61

Desde el taller

Diálogo entre Yves y John Berger con Emmanuel Favre

Título original: “De l’atelier. Dialogue entre Yves et John Berger par Emmanuel Favre” en Le blaireau et le roi publicado por Héros-Limite y Fondation Facim, 2010.

Traducción: Cristina Zelich

Fotografías: Daniel Michiels

Dibujos del libro: Yves Berger

Dibujo de las página 63: John Berger

Diseño de la cubierta: Toni Cabré/Editorial Gustavo Gili, SL

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a Cedro (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

La Editorial no se pronuncia ni expresa ni implícitamente respecto a la exactitud de la información contenida en este libro, razón por la cual no puede asumir ningún tipo de responsabilidad en caso de error u omisión.

© de la traducción: Cristina Zelich

© John Berger, Yves Berger y Emmanuel Favre, 2009 de la presente edición

© Editorial Gustavo Gili, SL, Barcelona, 2015

ISBN digital: 978-84-252-2773-8

Producción del ePub: booqlab.com

www.ggili.com

Índice

Conversación del 27-28 de febrero de 2008 en Quincy (Alta Saboya)

Conversación del 23-24 de diciembre de 2008 en Quincy (Alta Saboya)

27-28 de febrero de 2008

La primera vez que visité la casa de John Berger, me sorprendió una anécdota. Empezábamos a conocernos delante de una taza de café cuando John me enseñó una fotografía de Juliette Binoche que acababa de recortar de Le Monde. Cabello liso, rostro sereno… La actriz, que encarnaba a María Magdalena en la pantalla, indudablemente parecía estar en estado de gracia.

Un poco más tarde, a punto de terminar la entrevista por la que me encontraba allí, John me propuso visitar el taller de su hijo. No sabía que, aquella misma mañana, Yves había recortado la misma foto y la había colgado en la pared. Nos reímos de esa extraña coincidencia. Sin embargo, tras la risa de John, percibí mucha emoción... Tuve ganas de saber qué otras imágenes les unían. Me sentí un testigo privilegiado, no un entrevistador. Un espectador más que un interrogador.

EMMANUEL FAVRE: Para empezar nuestra conversación, me gustaría preguntaros qué papel desempeña el pueblo de Quincy en vuestras vidas. ¿Qué influencia ejerce?

JOHN BERGER: Ante todo, es importante señalar que no mantenemos la misma relación con este lugar. Yves nació a pocos cientos de metros de aquí y siempre ha vivido en este lugar, mientras que yo llegué a esta región con cincuenta años. Es una diferencia fundamental, aunque no sepa muy bien cómo definirla.

YVES BERGER: Quizás esta diferencia tenga relación con la infancia. Pasé toda mi niñez en este pueblo, mejor dicho, en este pequeño valle. El mundo me parecía inmenso, aunque se detuviera en la cima de las montañas que me rodeaban. Sin darme cuenta, percibía la relación que une lo local y lo global. Aun sabiendo que el mundo se extiende más allá de estas montañas, mi pequeña exploración sigue desarrollándose en este reducido perímetro. Quizá sea la idea de una mónada; una parte ínfima del mundo que contiene la totalidad del mismo.

JB: Cuando se habla del lugar, se piensa instintivamente en un sitio. Sin embargo, me pregunto si el lugar no es, ante todo, una parte del cuerpo. Y me gusta sobre todo debatir esta idea aquí, en tu taller, ya que esa relación entre el lugar y el cuerpo me parece que está muy presente en tu imaginario de pintor… Esta noción del lugar, muy específica, sin duda tiene algo que ver con el tacto y, su origen procede, sin duda, del vientre de la madre, es decir, del primer cuerpo que está ahí y representa el centro del mundo.

YB: En efecto, esta correlación entre cuerpo y lugar está muy presente en mi pintura. Sin embargo, no depende tanto de mi imaginario como de la propia vida. El cuerpo que se extiende o se prolonga en el lugar es para mí algo típico del trabajo de los agricultores. Sus cuerpos, marcados y estigmatizados por la carga del trabajo, se parecen al lugar en el que esas cargas de trabajo se han ido acumulando a lo largo de los años. Por poner un ejemplo, Louis, el campesino con el que trabajo a diario, tiene joroba de tanto agacharse para ordeñar las vacas. Pues bien, si dibujamos la curva de su espalda, nos damos cuenta de que no solo la línea trazada se asemeja a la del lomo de las vacas, sino que además su naturaleza es la misma que la curva de las montañas. Estas comparaciones entre el cuerpo y el espacio son infinitas. Lo que las distingue son los límites.

JB: ¿Qué significa para ti la palabra límite?

YB: Los límites distinguen el interior del exterior, lo que no puede cruzarse. La piel, por ejemplo. Al mismo tiempo, estos límites siempre dejan pasar algo; la piel deja pasar el sudor… Lo que resulta fascinante en la relación entre el cuerpo y el lugar es precisamente lo que se produce desde el punto de vista de los límites, lo que los atraviesa y lo que queda al margen. Este espacio intermedio es muy misterioso.

JB: Cuando una superficie toca otra superficie, también podemos hablar de proximidad o intimidad. Es una paradoja, ya que los límites sugieren la idea de frontera. Ahora bien, sin frontera, la proximidad y la intimidad no pueden existir.

EF: En un texto titulado “L’exil”,1 señalas que, originariamente, el hogar encarnaba el centro del mundo, no en sentido geográfico, sino existencial. Sobre todo te refieres a Mircea Eliade, que considera que el hogar se estableció “en el corazón de lo real”. ¿Quincy puede servir de referencia en un mundo cada vez más globalizado e irreal?

YB: A partir del momento en que el pueblo constituye un hogar, podemos considerar que el mundo, en sus diferentes formas, pasa por este hogar. Lo preocupante es que algunas de esas formas son precisamente irreales, no se pueden medir en los términos establecidos por la realidad vivida aquí, en el hogar. A diario, las personas constatan esta irrealidad que penetra en su hogar. Sufren continuamente por ello y se quejan. Al mismo tiempo, ellos mismos son actores de dicha irrealidad. Todos somos actores del mundo. A veces, al comprobar lo que el mundo aporta, transforma o hace desaparecer, se muestran resentidos o inquietos. Cuando miran a través de la ventana del hogar, sienten temor. Sin embargo, desean que aparezca algo que están esperando. Es chocante ver hasta qué punto se parecen sus miedos y lo que esperan, aunque se expresen con diferentes palabras y sensibilidades.

JB: No creo que esto se pueda reducir a un único pueblo. Por supuesto, este pueblo es bastante especial, “retrógrado” en el sentido de que su herencia campesina todavía se puede palpar. Sin embargo, esa mirada a través de la ventana para ver lo que puede ser bienvenido o lo que, por el contrario, puede suponer una amenaza, también la encontramos en las grandes ciudades… Para el sociólogo Zygmunt Bauman, que ha escrito mucho sobre la globalización y sus consecuencias, quienes gobiernan el mundo o encarnan la fuerza del mercado —único valor importante para ellos— son “extraterritoriales”: su campo de acción está en todas partes y en ninguna a la vez, rehúsan cualquier dimensión local y adaptan su forma de vivir a dicha “extraterritorialidad”. Al estar permanentemente de viaje, ya no pertenecen a un lugar concreto. Pasan de un sitio a otro, siempre rodeados del mismo lujo. Y esta clase extraterritorial excluye a las personas que la sirven, pues ellas son territoriales…

Podemos considerar que la fuerza de resistir a este desarrollo catastrófico para el planeta y para la mayoría de sus habitantes se encuentra en el interior de estos territorios; en aquello que ignora el poder y decide el destino del mundo. Volviendo a Quincy y al tema del hogar, creo que las dimensiones se han agrandado si lo comparamos con el inicio de nuestra conversación.

YB: El territorio permite materializar esta necesidad de resistencia que sienten muchas personas. Esto me hace pensar en Stéphane, uno de nuestros amigos. Cuando sale de trabajar, suele acudir al huerto de su abuelo para podar los árboles o plantar nuevos ejemplares y sustituir los que están enfermos. También recoge los frutos para hacer zumo de manzana o aguardiente. Este acto puede parecer irrisorio, pero para él tiene una importancia capital. Además, considera que el día que se dedica a destilar es el más hermoso del año. Evidentemente, si este acto insignificante da tanto sentido a su vida es porque se inscribe en el territorio.

EF: Sin duda, si se manifiesta a través de los árboles, no es un acto anodino.

YB: En efecto, esto modifica la relación con el tiempo. El cuidado de este huerto es para él como un paréntesis. El tiempo adquiere otra dimensión. Se conjugan el pasado de su abuelo y el porvenir de sus nietos. Es un respiro que el mundo no le concede en tiempo normal.

JB: Esta observación es muy importante. No debemos imaginarnos que Stéphane va al huerto de su abuelo por nostalgia. Como acabas de señalar, se trata de una forma de hacer frente al porvenir y de respirar en el día a día.

YB: Es cierto que parte de las conversaciones que se escuchan en el pueblo ceden a la nostalgia. Sin embargo, tras ellas hay que captar la legitimidad de la queja. Esta queja no tiene nada que ver con las falsas imágenes que podamos hacernos del pasado, con la queja recurrente de “lo de antes era mejor”. Únicamente cuestiona la importancia de todo esto, se pregunta adónde nos puede conducir.

EF: Si os parece bien, volvamos al inicio de nuestra conversación, a ese matiz sobre la pertenencia al lugar. (Dirigiéndose a John) En distintos medios, muestras hasta qué punto la emigración se ha convertido en un fenómeno fundamental de nuestra época. Aquí, en Quincy, sigues siendo un inmigrante. ¿Qué consideración te merece esta “experiencia”?

JB: Ante todo, hay que recordar que, en la actualidad, la emigración casi siempre es algo impuesto. En primer lugar, es una cuestión de supervivencia ante una situación económica o amenazas políticas. Mi elección, en cambio, fue la de un hombre libre y extremadamente privilegiado. Por eso prefiero el estatuto de extranjero al de inmigrante… Debido también a mi historia familiar, hasta que no llegué aquí jamás me había sentido en casa… Por otra parte, tampoco había pensado en ello hasta hoy, sin embargo, el hecho de considerar el lugar como una parte del cuerpo es algo muy autobiográfico. A menudo los “hogares” de mi vida han sido los cuerpos de los demás, así como también, probablemente, mi propio cuerpo.

YB: Esta sensación de “extrañeza” quizá se debiera a que te sentías extranjero en tu propio cuerpo. Quizás era necesario que aceptaras la idea de “habitar” este cuerpo para empezar a sentirte en casa.

JB: Así es. Sin duda, tiene algo que ver con la poesía, aunque no sepa qué.

YB: La mirada de los demás es igual de importante. La que el pueblo te dirige ha evolucionado con el paso del tiempo. Por otra parte, solo el tiempo permite la integración, utilizando una palabra que deberíamos eliminar de nuestro vocabulario. Al envejecer en este lugar, te conviertes en miembro de pleno derecho de la comunidad.

EF: ¿No será más bien que, a los ojos de todos, eres hijo de esta tierra? A John ya no se le considera un extraño, sino el padre de un hijo de esta tierra. Imagino que durante mucho tiempo se te consideró el hijo del “inglés”.

JB: Yo iría más lejos aún. La forma de considerarnos ha cambiado desde que tú también eres padre de un niño. Las personas no perciben del mismo modo a una familia de tres generaciones… Cuando empecé a escribir sobre mi viaje a Chiapas, recordé a una mujer que conocí en un pueblo de montaña. Me dije entonces que hubiera podido encontrarla en un pueblo de los Alpes, que la vejez quizá nos conducía a todos al mismo pueblo…

Sin embargo, me gustaría volver sobre un aspecto antes de seguir. Para evocar el caos o el nuevo orden mundial, los tres hemos utilizado la palabra irreal. Sin embargo, este irreal existe de verdad. Calificamos de irreal algo existente que no tiene raíces ni durabilidad… Esta ausencia de durabilidad nos reenvía a los árboles. No es casualidad que, en distintas culturas, los árboles simbolicen la sabiduría y marquen la realidad. Su vida es mucho más larga que la nuestra; sus raíces, mucho más profundas. Además, pueden crecer y alcanzar una gran altura en busca de la luz. Lo irreal se define también por la incapacidad de elevarse hacia la luz o de descender hasta lo más profundo.

YB: Es cuando los árboles crecen horizontalmente. (Risas)

EF: Si existe un lugar en el que la búsqueda de la luz es esencial, es en el taller. Como nuestra conversación tiene lugar en el taller de un pintor, esta dimensión adquiere un sabor particular… (Dirigiéndose a John) En “Charla en el estudio”, uno de los textos que componen El tamaño de una bolsa,2 señalas que el lugar puede ser cualquier cosa menos un lugar vacío. Es un lugar de situación, el lugar en el que se producirá un acontecimiento.

YB: En una carta dirigida a Léon Kossof, comparas el taller con un estómago. Esta imagen me gusta muchísimo. En algunos talleres —por ejemplo, en el de Kossof, donde pintó durante toda su vida—, todo, incluso las paredes y el suelo, tiene la textura de un estómago. Por supuesto, se puede tener un taller muy limpio, pero esta imagen del estómago, de un lugar en el que entran y salen las cosas, me parece muy apropiada. El que habita el taller se parece a los distintos ácidos que hay en el estómago y nos permiten digerir. Colabora con el proceso que hará que las cosas salgan.

JB: Si nos referimos a esta imagen, conviene recordar que, en las mejores circunstancias, el proceso es a la inversa. Lo que entra es mierda, y lo que sale es una ofrenda.

YB: ¡Eso es lo que la cultura quiere que creamos! (Risas)