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Sin duda, Francis Scott Fitzgerald (1896-1940) se cuenta entre los escritores estadounidenses más importantes del pasado siglo, y no solo por su estilo impecable, divertido y poético (aunque siempre accesible), sino por la sagacidad con la que supo reflejar en sus textos el espíritu y la idiosincrasia de su época. Este volumen recoge veintidós de los mejores ensayos que Fitzgerald publicó a lo largo de su carrera como colaborador en prensa y en revistas literarias, cuatro de ellos traducidos al castellano por primera vez. A lo largo de sus páginas, el autor habla de sí mismo y sus contemporáneos, sus inquietudes, sus problemas y su tiempo, así como de los míticos espacios y ciudades que le tocó recorrer, desde las urbes inundadas de jazz y de luz de los felices veinte hasta los años prebélicos de la más dura y agria década de 1930.
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Seitenzahl: 718
Veröffentlichungsjahr: 2024
FRANCIS SCOTT FITZGERALD
Ecos de la Era del Jazzy otros ensayos
Edición de Juan Ignacio Guijarro GonzálezTraducción de José de María Romero Barea
CÁTEDRA LETRAS UNIVERSALES
A mi madre, una luz verde inextinguible, y a Asun, por ser y estar
JIGG
A mi mujer, Diāna Vigule. A nuestras hijas, Amaia y Nora RomeroVigule. Mana zeme esat jūs
JdMRB
Fitzgerald.
F. Scott Fitzgerald es uno de los autores indiscutibles de las letras estadounidenses del siglo XX. Su reputación se cimenta fundamentalmente en El gran Gatsby, una novela que, al ser publicada en 1925, tuvo una acogida menos entusiasta de lo que hoy cabría aventurar, pero que casi un siglo después es considerada de forma unánime una obra maestra. Pero el enorme talento literario que Fitzgerald atesoraba aflora asimismo en la novela Suave es la noche y en una veintena de relatos, entre los que cabe mencionar «Primero de mayo», «El joven rico» o «Regreso a Babilonia». Por último, y aunque quizá resulten menos conocidos, es el autor de algunos de los ensayos más memorables jamás escritos en Estados Unidos, como «Ecos de la Era del Jazz», «Mi ciudad perdida», «Éxito temprano» o la trilogía «El derrumbe», todos ellos incluidos en el presente volumen.
Por desgracia, y aunque Fitzgerald se lo propusiera a la editorial en la cual publicó toda su obra, Scribner’s, no vio nunca cumplido su deseo de ver recopilada su obra ensayística en un volumen antes de su temprana muerte en 1940, con tan solo cuarenta y cuatro años. Un lustro después, el eminente crítico literario —y viejo amigo de la universidad— Edmund Wilson incluye varios de estos ensayos en The Crack-Up, una antología de la obra de Fitzgerald que vería la luz cuando se estaba poniendo en marcha el proceso para recuperar su legado. Había fallecido en un relativo olvido pese a que su primera novela, A este lado del paraíso, le proporcionara en 1920 fama y fortuna y le erigiera en el portavoz de una joven generación que ansiaba, por un lado, romper con la mentalidad tradicional decimonónica y, por otro, superar el trauma de la Primera Guerra Mundial.
Si durante décadas la crítica se centró exclusivamente en las novelas de Fitzgerald y solo mucho más tarde empezó a estudiar sus relatos, sus ensayos no han recibido hasta ahora la atención que merecen, ya que a menudo siguen siendo injustamente considerados una parte menor de su obra. Sin duda, a ello obedece el que hasta la fecha no se haya publicado —ni siquiera en Estados Unidos— una monografía que analice a fondo la riqueza y complejidad de unos textos que, con frecuencia, aparecieron en las principales revistas del país, como Esquire o The Saturday Evening Post1. Esta sorprendente ausencia de estudios críticos ha influido al preparar la presente edición crítica, la primera que se publica en lengua española de los ensayos del autor de El gran Gatsby.
De hecho, ni siquiera en inglés existe un volumen equivalente al que ahora ofrece la colección Letras Universales. Uno de los grandes expertos actuales en Fitzgerald, James L. W. West, ha publicado dos recopilaciones de sus ensayos, ambas en el siglo XXI, pero en ninguno de los dos casos aporta un estudio pormenorizado de los textos: en 2005 editó My Lost City. Personal Essays, 1920-1940, un volumen que forma parte de las Obras Completas de Fitzgerald que publica una editorial tan prestigiosa como Cambridge University Press; en 2011 fue el artífice de otra recopilación, de formato más comercial, titulada F. Scott Fitzgerald. A Short Autobiography. En un apartado posterior de esta Introducción se abordan los contenidos de estos dos libros.
En este volumen que ahora publica en España la editorial Cátedra en su colección Letras Universales se ofrece una selección de veintidós ensayos, ordenados cronológicamente según la fecha de composición, para que se pueda apreciar el cambio radical que experimentó su obra en tan solo veinte años de trayectoria (1920-1940): «se puede seguir la trayectoria de Fitzgerald desde su juventud hasta la edad adulta, pasando por la madurez; también se le puede ver inventar y reinventar su imagen pública» (West, My Lost, xix)2.
Se ha decidido no incluir, en primer lugar, textos menores de temática doméstica y enfoque comercial que pudieran resultar poco sugerentes para un lector español del siglo XXI, como «Does a Moment of Revolt Come Some Time to Every Married Man» (1924)3; en segundo lugar, se omiten dos ensayos de 1934 («Acompaña al señor y la señora Fitzgerald a la habitación núm.» y «Se subasta —modelo de 1934»), que en su momento aparecieron firmados por ambos cónyuges, pero cuya autoría ha quedado ya claramente adscrita a Zelda Fitzgerald4.
Por último, cabe destacar que este nuevo volumen incluye cuatro textos que se traducen por primera vez al español: «Una entrevista con el Sr. Fitzgerald» (1920), «Tres ciudades» (1920), «El alto coste de los macarrones» (1926) y «La muerte de mi padre» (1931). Décadas después de que fueran escritos, tanto en estos cuatro textos como en los dieciocho restantes que conforman este nuevo volumen continúan resonando con fuerza los ecos de quien ya es una figura capital del canon literario estadounidense: F. Scott Fitzgerald.
Las leyendas que circulan en torno a la figura de F. Scott Fitzgerald (1896-1940) como creador autodestructivo a menudo impiden apreciar en su justa medida el excepcional legado que, pese a su temprano fallecimiento, dejó tras de sí. La máxima autoridad en su obra, el crítico estadounidense Matthew J. Bruccoli, matizaba hace ya años que, al abordar a este autor, se corre siempre el peligro de pasar de lo biográfico a lo mitológico (Some, xix)5. Como ocurre con Lord Byron, Oscar Wilde, Ernest Hemingway, Sylvia Plath o Federico García Lorca, Fitzgerald es uno de esos autores cuya azarosa trayectoria vital suele eclipsar su obra. De hecho, sus textos poseen un marcado componente autobiográfico que hace que aún resulte más complicado desligar lo real de lo ficticio:
Con la posible excepción de Emily Dickinson [...] Fitzgerald es posiblemente el ejemplo más dramático en la historia literaria estadounidense de un autor cuya vida privada se reflejó, conscientemente o no, en prácticamente todo lo que escribió (Petry, 4).
Francis Scott Fitzgerald nace el 24 de septiembre de 1896 en la ciudad de Saint Paul, en Minnesota, estado próximo a Canadá ubicado en el Medio Oeste (la zona central de Estados Unidos). Su nombre rinde tributo a un antepasado suyo, Francis Scott Key (1779-1843), autor del himno nacional: «The Star-Spangled Banner». Fue el único hijo varón de una familia en la que fallecerían tres niñas. Sus progenitores eran irlandeses católicos, aunque de muy distinta extracción social. Su padre, Edward Fitzgerald (1853-1931), era un caballero sureño que nunca tuvo éxito en el ámbito laboral. Esta incapacidad manifiesta para acceder al mítico ‘sueño americano’ habría de marcar profundamente tanto la vida como la obra de su hijo. Tal fracaso laboral hizo que la posición social de la familia fuera inestable y dependiera de la figura materna, Mary ‘Mollie’ McQuillan (1860-1936), descendiente de irlandeses que habían prosperado económicamente tras emigrar a Estados Unidos a mediados del siglo XIX. El autor nunca sintió un gran aprecio por su madre y, de adulto, apenas trató a sus progenitores, aunque al fallecer Edward Fitzgerald le dedicara el emotivo ensayo «La muerte de mi padre».
Fitzgerald fue un estudiante mediocre que tampoco logró destacar en un ámbito tan valorado socialmente en Estados Unidos como el deporte. Desde 1908 hasta 1911 acude a la St. Paul Academy, donde a los trece años publica su primera obra, «The Mystery of the Raymond Mortgage» (1909), un relato deudor de Arthur Conan Doyle, el creador de Sherlock Holmes. Posteriormente, estudia dos años (1911-1913) en la Newman School, un internado católico próximo a Nueva York. Allí publica relatos, poesía y teatro, y conoce al padre Sigourney Fay, una figura clave que en estos años de formación estimula sus aspiraciones literarias; tras el repentino fallecimiento del sacerdote en 1919, Fitzgerald enseguida reniega de sus creencias religiosas.
Pese a su mediocre expediente, en 1913 accede a Princeton, una de las universidades más elitistas del país y a la que años después dedicaría un ensayo de tono evocador. Aunque sus calificaciones no mejoran, lee con avidez, escribe poesía y teatro y entabla amistad con dos futuros intelectuales de fuste: John Peale Bishop y Edmund Wilson, a quien en su ensayo «Al restaurar las piezas» definirá años después como «mi conciencia intelectual». En esta época estudiantil se enamora de Ginevra King, una joven de una familia adinerada de Chicago, que enseguida rompe con él. Años después, Fitzgerald aseguraría que un familiar de su amada le espetó con frialdad: «Los niños pobres no debieran pensar en casarse con niñas ricas». Este traumático episodio juvenil hizo que el dinero y el amor se convirtieran en temas centrales de su obra6.
Cuando Estados Unidos entra tardíamente en la Primera Guerra Mundial a finales del año 1917, Fitzgerald decide alistarse para olvidar su nefasta trayectoria universitaria. Paradójicamente, uno de los grandes prosistas estadounidenses del siglo XX no terminó nunca sus estudios, lo que quizá explique el gran complejo de inferioridad intelectual que padeció toda su vida. Varios de sus biógrafos inciden en que, a diferencia de Hemingway y otros autores de su generación, Fitzgerald no se alistó tanto por patriotismo, como para huir de la universidad y vivir nuevas experiencias. Durante su época de adiestramiento dedica su tiempo libre a escribir una novela, pensando que lo más probable era que pereciera en el frente. Esta obra primeriza, titulada The Romantic Egoist, fue rechazada por Scribner’s, una de las principales editoriales del país, que sin embargo le animó a reescribir el texto7.
La guerra terminó antes de que su regimiento se trasladara a Europa pero, durante su etapa de adiestramiento, Fitzgerald conoció en la ciudad sureña de Montgomery (estado de Alabama) a la que habría de ser su futura esposa: la deslumbrante Zelda Sayre, hija de un juez local y «un espíritu equiparable al suyo» (Barks, 6).
La fuerte personalidad de la joven queda patente cuando al comprobar que, tras el final de la guerra, el salario que su prometido recibe en una agencia neoyorquina de publicidad es mínimo rompe el compromiso. Durante meses, Fitzgerald intenta infructuosamente publicar sus escritos, que supuestamente fueron rechazados 122 veces.
Desencantado, busca refugio en el seno familiar y regresa a St. Paul, donde reescribe su novela The Romantic Egoist, que la editorial Scribner’s ahora sí acepta, ya con el título definitivo de A este lado del paraíso(This Side of Paradise), que Fitzgerald toma de un verso de un poeta inglés fallecido en la guerra al que admiraba, Rupert Brooke (1887-1915).
La carrera de F. Scott Fitzgerald se inicia con brillantez el 26 de marzo de 1920, cuando se publica A este lado del paraíso con un notable éxito, tanto de ventas como de crítica8. Zelda Sayre y F. Scott Fitzgerald contraen matrimonio siete días después, en la sacristía de la neoyorquina Catedral de San Patricio. Al narrar las tribulaciones de un frívolo alter ego llamado Amory Blaine, Fitzgerald se convierte a los veintitrés años en el portavoz de una joven generación de estadounidenses que ansiaba romper con la pacata mentalidad victoriana y olvidar la hecatombe bélica. En esta novela inicial y en los relatos que enseguida publicó, el nuevo autor demostró poseer «una gran sensibilidad hacia el momento presente, una especie de arraigada, instantánea y reconocible contemporaneidad» (Hook, 28); esta cualidad resulta apreciable en los ensayos que se recogen en este volumen.
Las principales publicaciones de Estados Unidos se disputan ahora sus relatos, que cosechan un enorme éxito. Marcando una pauta que habría de continuar en vida del autor, tras A este lado del paraíso la editorial Scribner’s saca al mercado una recopilación de relatos titulada Flappers y filósofos (Flappers and Philosophers, 1920). A menudo, Fitzgerald escribía relatos para ganar dinero con facilidad, mientras que en sus novelas daba rienda suelta a una mayor creatividad y experimentación.
Tras su boda y el éxito de A este lado del paraíso, los Fitzgerald inician una vida de excesos y frivolidad en Nueva York que ilustra el desenfreno de la llamada ‘Era del Jazz’ y que va a marcar su imagen pública: el matrimonio se convierte en la pareja más célebre de la nación. Su hija Frances ‘Scottie’ Fitzgerald nace en Saint Paul en el año 1921, poco después de que sus padres viajaran a Europa, un continente que no les agradó, como queda de manifiesto en el ensayo «Tres ciudades».
Su segunda novela, Hermosos y malditos(The Beautiful and Damned), aparece en marzo de 1922. Se trata de un texto de tono menos frívolo que A este lado del paraíso en el que se narra el declive de un joven matrimonio, Anthony y Gloria Patch, que preludia lo que los propios Fitzgerald padecerían años después. La acogida fue positiva aunque el influyente crítico Edmund Wilson (su íntimo amigo de Princeton) publicó una reseña ambivalente en la que aseguraba que Fitzgerald «posee un don para la expresión pero carece de ideas que expresar» (cit. Hook, 44), sugiriendo que era alguien intelectualmente mediocre9. En septiembre de 1922 ve la luz su segunda colección de relatos, Cuentos de la era del jazz (Tales of the Jazz Age), título con el que Scott Fitzgerald pone nombre a una década nueva y vertiginosa. Incluye textos excelentes como «Primero de mayo» («May Day») o «El diamante tan grande como el Ritz» («The Diamond as Big as the Ritz»), una sátira contra el capitalismo que varias revistas declinaron publicar.
El matrimonio Fitzgerald.
Tras publicarse Cuentos de la era del jazz, los Fitzgerald se instalan en Great Neck, una localidad a las afueras de Nueva York en la que el escritor departe con gente del cine y del teatro, y con colegas como Ring Lardner, con el que comparte noches de alcohol y confidencias. Tras su muerte, le dedicará el ensayo de tono elegíaco «Ring». El fracaso a finales de 1923 de una sátira teatral titulada The Vegetable le obliga a dedicarse por entero a escribir relatos para obtener ingresos de inmediato, aunque al mismo tiempo se gesta la que será su tercera novela, El gran Gatsby.
Los Fitzgerald embarcan a Europa por segunda vez en mayo de 1924 y esta estancia —de dos años y medio— resultará mucho más fructífera que la primera. El autor contacta en París con autores estadounidenses expatriados, entre ellos un joven escritor con quien siempre mantendría una relación ambivalente: Ernest Hemingway. Como se detalla en el ensayo «Cómo sobrevivir con casi nada al año», los Fitzgerald se instalan en la Costa Azul, donde conocen a Gerald y Sara Murphy, un matrimonio estadounidense amante del arte por cuya casa desfilan Fernand Léger, Cole Porter o Joan Miró o incluso Pablo Picasso.
Poco antes de partir a Europa, Fitzgerald le confiesa por escrito a Maxwell Perkins los planes para su siguiente novela: «Siento ahora una energía inusitada en mi interior, más de la que jamás he sentido» (Turnbull, 181-182). Paradójicamente, la que es considerada una de las cumbres de la literatura estadounidense del siglo XX fue básicamente escrita en Europa. La novela ve la luz el 10 de abril de 1925 con el título de El gran Gatsby y una mítica portada diseñada por un artista nacido en España10. Aunque el autor siempre sostuvo que la acogida del público lector y de la crítica no satisfizo sus expectativas, su desencanto se vio compensado con el elogio de autores a los que admiraba como T. S. Eliot, Edith Wharton o Gertrude Stein. A punto de cumplirse el centenario de su publicación en 2025, El gran Gatsby es la gran obra maestra de Fitzgerald, que exhibe una prosa poética excelsa para indagar en temas complejos como las ambiciones de juventud, el ‘sueño americano’ o —una vez más— los vínculos entre el amor y el dinero.
De nuevo, tras la publicación de El gran Gatsby aparece un tercer volumen de relatos, Todos los hombres tristes (All the Sad Young Men), que tuvo una excelente acogida gracias a textos como «El joven rico» («The Rich Boy») o «Absolución» («Absolution»). El melancólico título del volumen iba a resultar premonitorio del giro radical que la vida del autor iba a experimentar en breve. Aunque Fitzgerald publicó sus tres primeras novelas entre 1920 y 1925, iban a pasar nueve años hasta que apareciera la cuarta.
Tras publicar El gran Gatsby, Fitzgerald detalla emocionado en una carta a Maxwell Perkins los ambiciosos planes para su siguiente novela: «es algo realmente novedoso en forma, idea, estructura» (Turnbull, 202). Al volver de su segunda estancia en Europa, en 1927 recibe una invitación para trabajar en Hollywood como guionista. Aunque su trabajo es finalmente rechazado, conoce a Irving Thalberg, un todopoderoso productor cuyo recuerdo perduraría años después, como luego podrá comprobarse.
Cuando su esposa decide estudiar ballet clásico, se suceden dos viajes a París en 1928 y 1929. Ella también empieza a escribir textos breves que suelen aparecer firmados por ambos cónyuges, teóricamente para generar mayores ingresos, una práctica cuestionable que obviamente ha sido criticada en ámbitos feministas. En 1929, la popular revista The Saturday Evening Post le aumenta los honorarios hasta los 4000 dólares por relato, convirtiéndolo así en el autor mejor pagado del país. Poco antes de que este mismo año estalle la Depresión, Fitzgerald le confiesa por carta a Hemingway que teme que su talento se haya evaporado prematuramente, que «haya podido agotar todo lo que tenía que decir demasiado pronto» (Bruccoli, Life, 326).
Los años treinta se inician de forma poco prometedora para el matrimonio, ya que en abril de 1930 Zelda Fitzgerald sufre la primera de sus crisis nerviosas y es ingresada. El escritor deja de lado su cuarta novela y se dedica a escribir relatos para poder hacer frente a los cuantiosos gastos médicos. Como la trilogía «El derrumbe» reflejará con crudeza, los Fitzgerald padecieron tanto los efectos de la depresión personal como los de la Depresión nacional.
Es la época de escritos fuertemente teñidos de melancolía y desencanto como el relato «Regreso a Babilonia» («Babylon Revisited») o el ensayo «Ecos de la Era del Jazz» («Echoes of the Jazz Age»). Ambos textos se publican en 1931, año en el que —pese al inicio de la Depresión— Fitzgerald obtiene los mayores ingresos de toda su carrera: 37599 dólares11. Ello se debe sobre todo a que a finales de ese año vuelve a Hollywood, aunque su trabajo de nuevo sea rechazado. En el relato «Domingo loco» («Crazy Sunday», 1932) recreará esta segunda estancia en la meca del cine, que siempre despertó sentimientos encontrados en el escritor.
Zelda Fitzgerald sufre una segunda crisis al iniciarse el año 1932 y es ingresada de nuevo, ahora en una clínica de Baltimore (estado de Maryland). A pesar de ello, ese año publica su única novela, Resérvame el vals (Save Me the Waltz), dotada de un claro trasfondo autobiográfico, al igual que las obras de su marido, que sorprendentemente se molestó al constatarlo. La recepción de Resérvame el vals fue poco entusiasta, pero la crítica coincide en señalar que al autor le sirvió de acicate para terminar por fin su cuarta novela, cuyo evocador título, Suave es la noche (Tender Is the Night), procede de un verso de su poeta predilecto, el romántico inglés John Keats, cuya elegante dicción permea en la prosa de Fitzgerald.
Suave es la noche ve la luz en abril de 1934. De nuevo, se trata de una obra de tono aubiográfico que retrata un deterioro conyugal. En plena Depresión, fue recibida con suma frialdad y la crítica marxista —entonces en boga en Estados Unidos— fue implacable. Por cuarta y última vez, tras esta novela Scribner’s publicó un volumen de relatos, Toque de diana (Taps at Reveille), menos logrado que los anteriores pese a incluir los ya mencionados «Domingo loco» («Crazy Sunday») y «Regreso a Babilonia» («Babylon Revisited»).
Los biógrafos del autor coinciden en que el período comprendido entre 1935 y 1937 fue el peor de su vida. Sumido en las deudas, el alcoholismo y la depresión se ve incapaz de reencauzar su carrera. Es la época de ‘el derrumbe’, así llamado por el título de los tres ensayos autobiográficos que publica en 1936. La tercera crisis de Zelda Fitzgerald acontece en febrero de 1934 y es ingresada de nuevo; ya pasará el resto de sus días alternando estancias en la clínica y con su familia en Alabama. La madre del escritor fallece en 1936 y su herencia le permite sobrevivir en una época de estrecheces económicas.
Ese mismo año acontecen dos humillaciones públicas inesperadas. Por un lado, su amigo Ernest Hemingway —al que siempre ayudó— publica uno de sus relatos más conocidos, «Las nieves del Kilimanjaro», que incluye alusiones peyorativas al ‘pobre’ Scott Fitzgerald12. Peor aún fue que el diario The New York Post celebrara el cuadragésimo cumpleaños del escritor publicando una entrevista que le muestra desolado y en estado de embriaguez.
Este período de lo que el propio escritor gráficamente calificara de ‘bancarrota emocional’ llega a su fin en julio de 1937, cuando Hollywood le reclama por tercera vez, garantizándole así ingresos estables con los que costear tanto los gastos clínicos de su esposa como la educación de su hija Scottie. Aunque trabajó en varios guiones, la única película en cuyos créditos figura su nombre es Tres camaradas (Three Comrades, 1938)13.
Viviría ya el resto de su vida en Hollywood, incluso cuando no se le renueve el contrato y ello le obligue a trabajar como guionista autónomo, lo que, no obstante, le permite dedicar mayor tiempo a su obra. Conmueve leer lo que, meses antes de fallecer, escribe sobre su reputación: «¡Morir, tan completa e injustamente, después de haber dado tanto!» (Turnbull, 308-309).
Fitzgerald plasma su experiencia final en Hollywood, por un lado, en una serie de relatos protagonizados por el guionista Pat Hobby, y, por otro, en El último magnate(The Last Tycoon), su quinta y última novela. En varias cartas confiesa que aspira a retomar el aliento estético de El gran Gatsby. El protagonista de El último magnate es —al igual que Jay Gatsby— otro personaje fuera de lo común, un productor de Hollywood inspirado por Irving Thalberg, el productor al que conociera en su primera estancia en la meca del cine. En 1941, Scribner’s publicó de forma póstuma esta obra inacabada, en un volumen editado por Edmund Wilson que asimismo incluía El gran Gatsby y cinco de los mejores relatos del escritor14.
Tumba de los Fitzgerald en Maryland.
Francis Scott Fitzgerald había fallecido el 21 de diciembre de 1940 en Hollywood, con tan solo cuarenta y cuatro años, en casa de Sheila Graham, una periodista británica con la que intentó reencauzar su vida. El último cheque que recibió en vida por derechos de autor ascendía a la humillante cantidad de 13,13 dólares. Las necrológicas lo recordaron como un autor menor que, tras triunfar en los años veinte, desapareció por completo. Zelda Fitzgerald fallecería el 10 de marzo de 1948, a los cuarenta y siete años, encerrada en su habitación, al arder la clínica de Carolina del Norte en la que estaba internada. Ninguno de los cónyuges del matrimonio más afamado de la ‘Era del Jazz’ llegó a cumplir el medio siglo de vida.
Contadas fueron las personas que acudieron a velar el cadáver del escritor en la sala William Wordsworth de una funeraria de Los Ángeles. Al no ser católico practicante, hasta 1975 su hija Scottie no consiguió que se le enterrara con su familia paterna en Rockville, ciudad del estado natal de su padre, Maryland. Allí reposa junto a su esposa Zelda, bajo una lápida en la que está inscrita la mítica frase final de El gran Gatsby.
Tras su muerte, escritores y críticos allegados reivindicaron su figura. El año 1945 habría de resultar crucial, pues aparecen sendos volúmenes misceláneos: The Crack-Up y The Portable F. Scott Fitzgerald, editados respectivamente porEdmund Wilson y por Dorothy Parker. En 1951, el influyente crítico literario Arthur Mizener escribe la primera biografía. Desde ese año, ha aumentado sin cesar en todo el mundo la nómina de libros y artículos sobre Francis Scott Fitzgerald15, una figura ya firmemente asentada en el canon literario estadounidense, gracias a novelas como El gran Gatsby o Suave es la noche, a una veintena de relatos, y a un amplio y sugerente corpus de ensayos que conforman este nuevo volumen de la colección Letras Universales.
Como ya se ha destacado, F. Scott Fitzgerald no llegó a ver jamás publicado en vida un volumen recopilatorio de sus ensayos. Cuando fallece en 1940 en el olvido, su legado se limitaba a cuatro novelas y a otras tantas colecciones de relatos.
A mediados de los años treinta, cuando estaba pasando por los peores momentos de su carrera, intentó en dos ocasiones convencer a su editor Maxwell Perkins para que publicara un volumen que recopilara su obra ensayística, como James West detalla16. Este crítico recalca que un mes después de publicar su cuarta novela, Suave es la noche, Fitzgerald remitió una carta a su editor el 15 de mayo de 1934, planteando cuatro propuestas para su siguiente libro17: una amplia selección de relatos tanto nuevos como antiguos; una recopilación de los catorce relatos protagonizados por los personajes de Basil Duke Lee y Josephine Perry (publicados en su mayor parte en el semanario The Saturday Evening Post entre 1928 y 1930); una antología de veintinueve relatos que podría haberse titulado More Tales of the Jazz Age y cuyos contenidos enumeraba; por último, un volumen de ensayos de corte autobiográfico de unas 57000 palabras18. Fitzgerald se decantaba claramente por esta cuarta opción y le explicaba a Perkins: «Muchos de mis artículos y piezas aleatorias han atraído una atención bastante considerable, y podrían volver a hacerlo si consiguiéramos vincular el título al tema» (Kuehl, Dear, 197).
Su editor le contestaría dos días después, mostrándose a favor de publicar los relatos de Basil y Josephine o, en su defecto, una selección de nuevos relatos, que finalmente fue el plan que prosperó, ya que en marzo de 1935 salió a la venta el volumen Taps at Reveille, ya mencionado19. Como James L. W. West recalca, Perkins ignoró por completo la propuesta de publicar un volumen de ensayos, «sin ofrecer una sola palabra en forma de comentario o explicación» (Short, 145).
Casi dos años más tarde, y tras la publicación de la trilogía de ensayos «El derrumbe», Fitzgerald escribió de nuevo a Maxwell Perkins en marzo de 1936 para sugerirle publicar un volumen de ensayos de corte autobiográfico en la estela de la trilogía «El derrumbe». Este segundo intento venía motivado por el hecho de que, a raíz del impacto causado en todo el país por dicha trilogía (que luego se analizará), otra de las editoriales de mayor prestigio en Estados Unidos, Simon & Schuster, le ofreciera recopilar sus ensayos. El plan del escritor era mucho más ambicioso que en 1934, pues ahora su modelo era La autobiografía de Alice B. Toklas, publicado en 1933 por Gertrude Stein, a la que admiraba20.
De nuevo, la propuesta de Fitzgerald fue rechazada por Maxwell Perkins, quien prefería publicar «un libro de reminiscencias —no autobiográfico, sino de reminiscencias» (Kuehl, Dear, 228), en la línea de «Ecos de la Era del Jazz», el evocador ensayo de 1931 que Perkins consideraba «un texto hermoso», al tiempo que aseveraba en tono elogioso: «tus observaciones son agudas y brillantes» (Kuehl, Dear, 228). Las reticencias de Perkins eran en parte razonables, a tenor del nefasto estado emocional en el que el escritor se hallaba a mediados de los años treinta. No obstante, Fitzgerald no cejó en su empeño y, en una carta fechada el 2 de abril de 1936, le remitió a Perkins un listado con los dieciocho textos que debieran conformar un hipotético volumen de unas 60000 palabras21. Este proyecto no llegó a cristalizar, debido sobre todo a la oposición de Perkins:
Es una pena que Fitzgerald no escribiera el libro de reminiscencias que Perkins quería ni reuniera la colección de artículos autobiográficos que propuso en dos ocasiones. Y es una pena aún mayor que estos artículos se hayan dispersado entre varias colecciones publicadas tras su fallecimiento (Donaldson, «Autobiography», 155).
Por consiguiente, la primera recopilación de ensayos data de 1945, es decir, cinco años después de su muerte, cuando —como ya se ha apuntado— se iniciaba el proceso de su recuperación con la aparición de las antologías The Crack-Up y The Portable F. Scott Fitzgerald.
No resulta casual que Wilson —que en 1941 ya había editado la póstuma El último magnate— publicara The Crack-Up en otro sello, New Directions22, siendo así el primer libro de Fitzgerald que no comercializaba la editorial Scribner’s, sin duda debido a las reticencias de Maxwell Perkins. La columna vertebral de The Crack-Up la conforman diez ensayos, casi todos publicados en la revista Esquiredurante los años treinta: «Ecos de la Era del Jazz», «Mi ciudad perdida» (que permanecía inédito), «Ring», «Acompaña al señor y la señora Fitzgerald a la habitación núm.», «Se subasta —modelo de 1934» (ambos escritos en realidad por su esposa Zelda), «Dormirse y despertar», la trilogía de «El derrumbe» y «Éxito temprano»23. Wilson precisaba que estos textos «conforman una secuencia autobiográfica que deja constancia vívida de su estado de ánimo y su punto de vista durante los últimos años de existencia» (9). Pese a ser uno de los grandes críticos estadounidenses del siglo XX, Wilson cometió el error de confundir los títulos del segundo y el tercer ensayo de la trilogía, un despiste que aún persiste en algunas ediciones de la trilogía. El volumen incluía asimismo parte de los cuadernos de Fitzgerald y diversas cartas y artículos sobre su obra.
Primera edición de The Crack-Up (1945).
Doce años más tarde, en 1957, conforme se consolidaba la recuperación de Fitzgerald, ve la luz la antología Afternoon of an Author. A Selection of Uncollected Stories and Essays, firmada por el crítico Arthur Mizener, que ya en 1951 había escrito la primera biografía del escritor, The Far Side of Paradise. Afternoon of an Author. Quizá porque la trilogía «El derrumbe» no consta entre los ocho ensayos que Mizener recopila, A Selection of Uncollected Stories and Essays aparece en Scribner’s24.
El creciente impacto comercial del autor de El gran Gatsby queda patente por el hecho de que, ya en 1965, una editorial de difusión masiva en el mundo anglófono como la inglesa Penguin pusiera a la venta un breve volumen titulado The Crack-Up with Other Pieces and Stories, en su colección Penguin Modern Classics. Estas ciento cincuenta páginas incluyen dos apartados: uno de relatos, formado por cinco textos, y otro de «Autobiographical pieces» que incluye la trilogía que da título al volumen, así como «Ecos de la Era del Jazz», «Mi ciudad perdida», «Ring» y «Éxito temprano», posiblemente los ensayos más logrados de Fitzgerald.
En 1971 aparece F. Scott Fitzgerald in His Own Time. A Miscellany, una generosa recopilación de textos poco conocidos de (y sobre) Fitzgerald desde su juventud, editada por Kent State University Press y firmada por quienes pronto se consagraron como reputados expertos en su obra: Matthew J. Bruccoli y Jackson R. Bryer. Este volumen suponía un claro intento de recuperar toda la obra de un autor ya asentado en el canon literario estadounidense. El gran valor de esta recopilación es recuperar ensayos hasta entonces prácticamente inaccesibles, como «What Kind of Husbands Do ‘Jimmies’ Make?» (1924) o «What Became of Our Flappers and Sheiks?» (1925), publicados originalmente en prensa25. Bruccoli y Bryer afirman que su objetivo es dar a conocer «facetas de la carrera de Fitzgerald que se han pasado por alto», así como proporcionar acceso a «material olvidado o, al menos, no disponible que Fitzgerald publicó a lo largo de su vida» (xii).
Ya en tiempos recientes, cabe destacar dos recopilaciones de la obra ensayística de Fitzgerald. En 2005, James L. W. West III edita My Lost City. Personal Essays, 1920-1940, volumen que forma parte de las obras completas del autor que un sello tan prestigioso como Cambridge University Press ha ido editando en tiempos recientes. Veinticinco son los textos recopilados: los dieciocho que, como ya se ha visto, Fitzgerald propusiera a Maxwell Perkins en 1936, y otros siete, agrupados bajo el epígrafe «Ensayos adicionales, 1934-1940»26. En su conciso pero atinado prólogo, West asegura que este volumen ofrece «la primera recopilación exhaustiva de sus ensayos personales y, como tal, es lo más parecido a una autobiografía suya de la que podemos disponer» (xiii).
Tal fue precisamente el título del volumen que el propio West editara para la editorial Scribner’s seis años después: F. Scott Fitzgerald. A Short Autobiography (2011). Lógicamente desprovisto del aparato crítico del volumen de Cambridge University Press, este libro de índole comercial incluye diecinueve ensayos de índole muy personal que intentan trazar una (auto)biografía del autor a lo largo de sus veinte años de carrera: desde un texto de 1920 como «Quién es quién y por qué», hasta otro de 1940, «Mi generación»27. West concluye su apartado introductorio subrayando que todos estos textos «conservan su mordacidad y su frescura; ofrecen lecciones importantes y proporcionan una visión de su profesionalidad y su genio» (xii).
La convulsa historia de la obra ensayística de Fitzgerald en el mercado editorial en lengua inglesa puede resumirse en el hecho de que, paradójicamente, hasta la fecha no exista un volumen que la recopile en su integridad ni una edición crítica como la que aquí se ofrece en español.
Diez han sido las ediciones de los ensayos de F. Scott Fitzgerald que, en diverso formato, se han publicado hasta la fecha en nuestra lengua: seis en España y cuatro en América Latina. Las dos primeras publicaciones son latinoamericanas y se remontan al año 1969, casi tres décadas después del fallecimiento del autor. Por un lado, un volumen titulado Antología mínima de F. Scott Fitzgerald, que publica la editorial bonaerense Tiempo Contemporáneo. Se trata de una peculiar selección de textos que se inicia con «El derrumbe», que es como se traduce por primera vez al español un título tan polisémico como «The Crack-Up»; continúa con uno de los relatos más logrados del autor, «Babylon Revisited» (aquí traducido como «Babilonia revisited»), y concluye con varias cartas a Hemingway. El traductor era Floreal Mazía, un argentino políglota con una dilatada trayectoria profesional en la que tuvieron cabida William Faulkner, Fiódor Dostoievski o Stendhal.
También en 1969, la editorial de Santiago de Chile Zig-Zag publica El derrumbe y otras piezas y cuentos, libro que reproduce por primera vez en español —aunque sea parcialmente— la recopilación póstuma de Fitzgerald que Edmund Wilson editara en 1945. Los textos los firma Poli Délano, un traductor y escritor chileno28. El derrumbe y otras piezas y cuentos sería reeditado en Madrid por la editorial Rodas en 1975 (el año en que por fin termina la dictadura franquista), siendo la primera vez en que los ensayos de Fitzgerald veían la luz en nuestro país29. Un apartado erróneamente titulado «Relatos autobiográficos» incluye cinco ensayos: «Ecos de la Era del Jazz», «Mi ciudad perdida», «Ring», «El derrumbe» y «Éxito temprano». En un segundo apartado, «Narraciones», se ofrecen cinco relatos.
Habrían de pasar nueve años hasta que, en 1983, ya en plena democracia, apareciera la primera traducción netamente española de la obra ensayística de F. Scott Fitzgerald. El volumen El crack-up (La grieta) vierte por primera vez al español íntegramente los diez ensayos, los cuadernos, las cartas y los cuatro artículos que conformaban la recopilación que Edmund Wilson editara en 1945. Quien traduce este volumen de 464 páginas para la popular editorial barcelonesa Bruguera —en su colección de bolsillo Libro amigo— es Mariano Antolín Rato, una de las personas que más ha contribuido a difundir en nuestro país la narrativa estadounidense del último siglo30. En 1991 se publica de nuevo esta traducción de Antolín Rato, ahora como parte de la colección Compactos, de la editorial barcelonesa Anagrama, aunque este volumen incluye solamente los ensayos de Fitzgerald y dos de los cuatro artículos sobre su obra, así como una introducción firmada por el propio traductor31.
En 2011 ven la luz tres traducciones distintas de los ensayos de Fitzgerald, tras haberse conmemorado un año antes el septuagésimo aniversario de su fallecimiento. En España ven la luz dos volúmenes de índole bien distinta. Por un lado, una avezada traductora como Yolanda Morató publica en el sello independiente malagueño Zut Mi ciudad perdida: ensayos autobiográficos, en el que vierte dieciocho textos, algunos inéditos en español32. Este volumen viene precedido de un sugerente prólogo, «F. Scott Fitzgerald: entre el boom y el gloom», firmado por la propia Morató. De muy distinta naturaleza es el pequeño libro que, también en 2011, publica la editorial Gallo Nero, con el título de uno de los ensayos más joviales de Fitzgerald, Cómo sobrevivir con 36000 dólares al año, que incluye dicho texto y su secuela, «Cómo sobrevivir con casi nada al año», ambos fechados en 1924. Este breve volumen sobre la siempre delicada economía del matrimonio Fitzgerald, traducido por Julia Osuna Aguilar, concluye con un artículo sobre las finanzas del autor, publicado originalmente en 2009 por una revista estadounidense33.
La tercera edición de los ensayos que sale a la venta en 2011, El crack-up, lapublica en Argentina un sello llamado precisamente Crack-Up y vierte de nuevo al español la selección compilada por Edmund Wilson en 1945. Las traducciones, prologadas por el novelista argentino Alan Pauls, las firman Matías Serra Bradford, Martín Schifino y Marcelo Cohen34. El volumen editado por Wilson vuelve a las librerías españolas en 2012, cuando una editorial con un innegable marchamo contracultural, Capitán Swing, reedita la versión que Mariano Antolín Rato publicara casi treinta años antes, en la ya desaparecida Bruguera. El volumen incluye un prefacio firmado por Jesús Alonso López.
Por último, en el año 2013 los ensayos de Fitzgerald ven la luz por partida doble. La editorial madrileña Funambulista publica El hundimiento, un diminuto y vistoso libro que ofrece una versión de la trilogía «The Crack-Up» y de «Sueño y despertar» («Sleeping and Waking»), firmada al alimón por Max Lacruz (responsable de la editorial) e Isabel Lacruz, quien además redacta un documentado ‘postfacio’ titulado «Del otro lado del paraíso». Por otro lado, el sello argentino Emecé publica El crack-up, una nueva versión del volumen de 1945 sobre la que, sorprendentemente, apenas existe información fiable en la era de las nuevas tecnologías.
A todas estas ediciones viene a sumarse ahora la que firma un traductor con una trayectoria tan firmemente consolidada como José de María Romero Barea, cuyos textos forman parte de la primera edición crítica que se publica en lengua española de la obra ensayística de uno de los grandes prosistas en inglés del último siglo, F. Scott Fitzgerald. Como ya se ha señalado, Romero Barea traduce cuatro textos al español por primera vez.
En este apartado, lógicamente el más extenso de esta Introducción, se ofrece un análisis de los veintidós ensayos incluidos en el presente volumen. Se ha optado por analizar cada ensayo por separado, pensando en quienes prefieran leerlos de forma aislada, siguiendo el orden en el que aparecen en este libro, según la fecha de composición. Al tratarse de un número elevado de ensayos y por limitaciones de espacio, el objetivo no es tanto ofrecer un análisis exhaustivo de cada texto, sino proporcionar algunas claves esenciales que faciliten la lectura y la comprensión de esta generosa selección de ensayos, escritos por F. Scott Fitzgerald entre 1920 y 1940.
El autor de El gran Gatsby ha pasado a la historia como uno de los autores estadounidenses del siglo XX que mayores esfuerzos hizo por controlar su imagen pública, sobre todo al inicio de su carrera. Como ya se ha señalado, con su primera novela se erigió de inmediato en el portavoz de una nueva generación, surgida tras la Primera Guerra Mundial, que ansiaba romper con la mentalidad tradicional decimonónica.
Dado que había trabajado cuatro meses en una agencia de publicidad neoyorquina, en septiembre de 1919 su editor Maxwell Perkins terminó una carta comentándole que ya debía saber qué material debía proporcionarle para la promoción (Kuehl, Dear, 21). De hecho, Fitzgerald hizo un inteligente uso de los medios de comunicación de la época, muy especialmente la prensa, que le entrevistó a menudo, dado el carisma y el atractivo que desprendía esta nueva figura pública35. En «Scott, Zelda, and the Culture of Celebrity», Ruth Prigozy asegura que, ya desde la niñez, era experto en promocionarse a sí mismo, y que el matrimonio Fitzgerald «anhelaba atención y, en esa búsqueda, la prensa fue una gran aliada en la creación de su imagen pública» (4)36. Jeffrey Meyers añade que tanto Fitzgerald como Hemingway supieron sacarle enorme partido a su físico, su ingenio y su encanto (Scott, 84). Ello explica que, ya al inicio de este primer ensayo, Fitzgerald elogie su propio atractivo: «El pelo, algo ondulado, es rubio, y tiene los ojos vivos y verdes, con cierto aire nórdico. Es guapo» (382).
Semanas después de publicar su primera novela, Fitzgerald redactó una entrevista ficticia y la envió al departamento de promoción de la editorial Scribner’s, que a su vez la remitió a un conocido crítico de la época, Heywood Broun, que la reprodujo casi íntegramente en un diario, The New York Tribune, asegurando que la firmaba alguien llamado Carleton R. Davis (Conversations, 3). El texto completo de Fitzgerald no vio la luz hasta cuatro décadas después, cuando el 5 de noviembre de 1960 lo publica el semanario Saturday Review37. Es uno de los cuatro textos que se traduce por primera vez en esta antología.
Al igual que el Nobel irlandés Seamus Heaney haría casi medio siglo después en su poema «Digging» («Cavando», 1966), esta entrevista apócrifa constituye un manifiesto con el que un joven autor define su credo estético en los albores de su carrera. Según Matthew Bruccoli, «a pesar de su brillante pose de joven autor, este documento revela el sentido de la carrera de Fitzgerald y su ambición por ubicarse en la línea de los grandes escritores» (Some, 133). La entrevista abunda en respuestas ingeniosas que remiten a Oscar Wilde, al que Fitzgerald menciona como uno de sus referentes de la época, junto a otros ‘maestros de la palabra’ como H. G. Wells, George Bernard Shaw o Joseph Conrad, todos ellos autores varones del ámbito anglófono. Fitzgerald aspiraba a insertarse en esta tradición que intenta emular, pues se define gráficamente como «un ratero reincidente en cuestiones literarias» (384).
La huella de Wilde resulta patente cuando, a la pregunta inicial de cuánto tiempo necesitó para escribir A este lado del paraíso, asevera con rotundidad: «Redactarlo, tres meses; concebirlo, tres minutos. Hacer acopio de lo que en él se cuenta: una eternidad» (382). Con esta ingeniosa respuesta Fitzgerald ocultaba que, pese a la imagen que proyectó durante años, en realidad era un creador sumamente laborioso y concienzudo. Los ecos del autor de El retrato de Dorian Gray parecen resonar de nuevo cuando un joven Fitzgerald define sus aspiraciones al iniciar su carrera: «Mi objetivo es y será siempre resultar interesante a mi generación. Un escritor que se precie, en mi opinión, debe escribir para la juventud de su época, para la crítica de la siguiente y para la inteligencia de todas las épocas» (383).
El tiempo ha corroborado la clarividencia latente en una afirmación tan atrevida. Al recurrir a una estrategia publicitaria tan inusual como una falsa entrevista, F. Scott Fitzgerald demostraba ya en los albores de su carrera su firme intención de controlar su imagen pública. Paradójicamente, años después iba a renegar por completo de la reputación de autor ingenioso y frívolo que él mismo se había forjado cuando publica «The Crack-Up», una trilogía de ensayos que supondrá una revisión radical de su identidad literaria.
Este texto apareció el 18 de septiembre de 1920 en The Saturday Evening Post, el popular semanario estadounidense con el que el autor habría de mantener una larga y fructífera relación literaria y monetaria, en una sección dedicada a presentar a figuras públicas que empezaban a despuntar en la sociedad estadounidense38. El año 1920 resultó determinante en su trayectoria personal y profesional: en febrero aparece «Cabeza y hombros» («Head and Shoulders»), el primero de los numerosos relatos que va a publicar en The Saturday Evening Post39; el 26 de marzo publica con éxito su primera novela, A este lado del paraíso; una semana después, el 3 de abril, contrae matrimonio; y su primer volumen de relatos, Flappers and Philosophers, ve la luz el 10 de septiembre, es decir, ocho días antes de que se publicara «Quién es quién y por qué».
Por tanto, se trata de un texto primerizo en el que Fitzgerald repasa —con humor y fina ironía— el devenir de su trayectoria literaria hasta 1920, ofreciendo «la historia de mi vida» (1). Ya desde el párrafo inicial, deja entrever que va a dedicar especial atención a los obstáculos a los que hubo de enfrentarse: «la historia de una lucha entre la imperiosa necesidad de escribir y la combinación de circunstancias que se aliaban para impedírmelo» (1). En «Quién es quién y por qué» rememora, en el tono jovial y desenfadado propio de sus ensayos de los años veinte, episodios de su trayectoria que luego han sido repetidos hasta la saciedad. El crítico y biógrafo Arthur Mizener asegura que todo en este texto resulta «muy joven y feliz, y aturdido por el éxito» (83).
Fitzgerald empieza remontándose a su niñez, asegurando que a los doce años ya escribía con fruición en la escuela. Luego rememora su época en Princeton, en la que, por un lado, escribe musicales universitarios y, por otro, aspira a emular a poetas británicos entonces en boga como Swinburne o Rupert Brooke40.
Durante su adiestramiento militar, y dado el rumor de que los oficiales de infantería perecían a los tres meses de entrar en combate, escribe en sus ratos libres una novela que fue rechazada, como ya se ha señalado. Tras la contienda, no consigue ser periodista en Nueva York, por lo que se adentra temporalmente en el mundo de la publicidad. Los relatos que consigue escribir son rechazados de forma sistemática y Fitzgerald hace una afirmación algo hiperbólica cuya veracidad nunca ha sido cuestionada: «Llegué a tener ciento veintidós tarjetas de rechazo pinchadas en un panel que rodeaba mi habitación» (3). Derrotado, opta por volver al hogar familiar para revisar a fondo su manuscrito, aunque ahora con una determinación bien distinta: «Pero esta vez sí que sabía lo que tenía que hacer» (3).
En un final que parece ser una reivindicación tanto de la perseverancia creadora como del mito del ‘sueño americano’, Fitzgerald concluye en un tono triunfal, subrayando que su novela fue finalmente aceptada, que The Saturday Evening Post y otras publicaciones adquirieron sus relatos y que contrajo matrimonio. Antes de terminar atribuyendo una cita a Julio César de forma errónea (una de sus bromas de la época), Fitzgerald asegura no entender el secreto de su repentino éxito, un comentario que parece poner en entredicho con ironía su espíritu de trabajo y sacrificio: «Y ahora paso la mayor parte del tiempo preguntándome cómo ha sido posible todo lo anterior» (4).
El tono vitalista de este temprano texto de 1920 contrastará notablemente con el que va a prevalecer en los ensayos que el autor publique a mediados de los años treinta como la trilogía «El derrumbe», en los que reevaluará los inicios de su trayectoria desde un prisma sumamente crítico.
El 3 de mayo de 1921, el matrimonio Fitzgerald partía desde Nueva York rumbo a Europa en un transatlántico de lujo, el Aquitania. Era una luna de miel que llegaba con un año de retraso, meses después de que Zelda Fitzgerald supiera que estaba embarazada. Se trataba del primer viaje al extranjero del joven escritor, que por fin iba a conocer Europa, tras no haberlo logrado durante la guerra. Por desgracia, la primera de sus cuatro visitas a Europa no resultó estimulante.
Pese a la sugerencia que su editor Maxwell Perkins le hizo semanas después de arribar a Europa (Kuehl, Dear, 38, 44), este viaje de tres meses únicamente le inspiró una breve crónica de corte impresionista titulada «Tres ciudades», publicada en otoño de 1921 en el boletín de una cadena de librerías, Brentano’s Book Chat41. «Tres ciudades» es uno de los cuatro textos que se traduce por primera vez al español en esta antología.
Si los padres del autor habían visitado Francia e Italia durante su luna de miel, los Fitzgerald añadieron un tercer destino, Inglaterra, que fue el único que les agradó, aunque apenas aflore en estas páginas. Llegaban a un continente devastado por una guerra larga y cruenta que había finalizado solo dos años y medio antes. Varios comentarios sobre las razas remiten, de nuevo, a la mentalidad sureña que el autor heredara de su padre. Este tono despectivo adquiere mayor agresividad en una misiva que envía a Edmund Wilson antes de regresar a Estados Unidos, expresando sus ideas sobre Europa: «Maldito sea el continente europeo. Es meramente de interés antediluviano. [...] La veta negroide se arrastra hacia el norte para contaminar a la raza nórdica. [...] Por fin creo en la carga del hombre blanco» (Bruccoli, Life, 46-47). Este brutal discurso supremacista lo adoptará un personaje de El gran Gatsby, el millonario Tom Buchanan42.
El tono que preside «Tres ciudades» es de cierta prepotencia, de la superioridad moral con la que un joven y afamado autor estadounidense describe un continente maltrecho, como si el llamado ‘Nuevo mundo’ ajustara cuentas con el ‘Viejo mundo’43. De hecho, el único biógrafo europeo de Fitzgerald, el galo André Le Vot, intuye que tal hostilidad seguramente se debiera a que el matrimonio se aburrió en Europa, al no tener amistades con las que divertirse ni disfrutar visitando museos o monumentos, tan abundantes en estos países (222). Resulta sintomático que en estas páginas no se haga referencia alguna al vastísimo patrimonio cultural de Francia e Italia. Le Vot añade que la vanidad del joven autor debió sufrir un duro revés al comprobar que —a diferencia de lo que ocurría en su país— en Europa era un perfecto desconocido y que su primera novela, A este lado del paraíso, fue acogida con frialdad cuando fue publicada en Gran Bretaña durante esta visita a Europa (223).
En «Tres ciudades» Fitzgerald enfatiza los aspectos negativos de este primer viaje al extranjero y omite los positivos, como la grata impresión que le causaron visitar Venecia y Oxford, seguir el rastro de John Keats en Roma, una supuesta audiencia papal en el Vaticano o encuentros en Londres con figuras relevantes de la época como un joven Winston Churchill o el novelista John Galsworthy, futuro premio Nobel. Por el contrario, Fitzgerald sí rememora su infructuoso intento por conocer en París al novelista Anatole France, que obtuvo el Nobel precisamente en 192144.
Cuando fallezca Anatole France, toda la grandeza de su país perecerá con él, asegura en tono apocalíptico Fitzgerald, para quien la Francia que se estaba recuperando de la guerra no era más que una «niña rebelde y mimada» que había «mantenido a Europa en un estado de duermevela durante doscientos años» (391). El autor matizaría posteriormente esta visión negativa de un país en el que iba a residir y al que, tres años después, dedicaría el ensayo «Cómo sobrevivir con casi nada al año», también incluido en este volumen.
Italia es retratada con mayor contundencia, aunque no tanta como en un ensayo posterior, «El alto coste de los macarrones». Si de la hermosa Florencia (mencionada brevemente) solo se recuerda que una señora de Omaha fue víctima de la brutalidad policial, dos semanas en Roma se resumen rememorando una plaga de mosquitos en hoteles de lujo45. La conclusión a la que Fitzgerald llega resulta demoledora: «pude comprender la razón última por la que todo francés adora Francia: porque, sin duda, ha visitado Italia» (392)46.
«Tres ciudades» culmina con una alusión críptica a una segunda visita a Oxford, pues el encanto de esta venerable ciudad universitaria parece estarse evaporando, lo que lleva a Fitzgerald a aventurar que Nueva York ha de erigirse en la gran urbe del futuro, volviendo así a hacer hincapié, una última vez, en el contraste radical entre Europa y Estados Unidos sobre el que se asienta un texto desconocido en nuestro país.
Este ensayo es el único texto que F. Scott Fitzgerald publicó en la revista American Magazine, en septiembre de 192247. En el tono desenfadado propio de sus primeros ensayos, reflexiona sobre la madurez y el paso del tiempo cuando, a los veinticinco años, no solo ya era un autor respetado, sino que, además, ya estaba casado y tenía una hija48. Su inusual precocidad quedaba asimismo de manifiesto por el hecho de que, en 1922, ya habían publicado tanto su segunda novela como su segunda colección de relatos: Hermosos y malditos (4 de marzo) y Cuentos de la era del jazz (22 de septiembre).
Tras aludir inicialmente a unos supuestos encuentros en la calle con dos hombres que se negaron a escuchar sus ideas sobre la madurez, Fitzgerald se las ofrece a los lectores de American Magazine. Este interés por el paso del tiempo, sin duda ligado a las inquietudes del Romanticismo, ya anticipaba un tema central de su siguiente novela, El gran Gatsby, que en 1922 empezaba a germinar49.
La hipótesis central del ensayo es que, «a medida que el ser humano envejece, se acrecienta su vulnerabilidad» (14). Fitzgerald confiesa sentirse mucho más desvalido a los veinticinco años que a los veintidós, y matiza que ello se debe, fundamentalmente, al hecho de tener ya una familia, de la que se siente responsable. Dando por sentado que el matrimonio es una obligación, y no una opción, asegura que ha madurado, no por cumplir años, sino por ser cabeza de familia. Pese a reconocer que la magia conyugal dura poco (como meses antes había reflejado Hermosos y malditos y como los Fitzgerald pronto iban a comprobar), se reafirma en su mentalidad tradicional al terminar asegurando que, pese a todo, «el matrimonio es la institución más solvente que tenemos» (23)50.
Otro tema clave de este ensayo que preludia El gran Gatsby es el concepto del éxito, tan asociado en Estados Unidos al mito fundacional del ‘sueño americano’. No resulta en absoluto casual que se aluda a Benjamin Franklin, el ‘padre fundador’ de la patria al que suele considerarse el primer ejemplo preclaro del ‘sueño americano’. Fitzgerald subraya que, para triunfar, es esencial creer en uno mismo y en las posibilidades propias, sin tener en cuenta lo que opinen los demás; este postulado entronca con uno de los ensayos capitales de las letras estadounidenses, «Confiar en uno mismo» («Self-Reliance»), escrito a mediados del siglo XIX por Ralph Waldo Emerson, uno de los padres fundadores de la identidad nacional. De hecho, Fitzgerald recuerda cómo tuvo que soportar críticas negativas por su afición a la escritura, primero en un internado escolar y luego en el campamento militar.
Estos comentarios remiten a la sempiterna inseguridad de Fitzgerald, que habría de lastrarle toda su vida. Pese a que en este ensayo se sugiera lo contrario, el autor jamás logró superar su complejo de inferioridad (tanto física como intelectual), que se agudizaba al compararse con figuras literarias como Edmund Wilson o Ernest Hemingway, a quienes años después ensalzaría en su ensayo «Al restaurar las piezas» (1936), como luego quedará patente.
Es el único texto de F. Scott Fitzgerald que apareció en una de las grandes revistas femeninas de la historia estadounidense, Ladies’ Home Journal51. Lo publicó en junio de 1923, haciendo gala de la reputación de la que entonces gozaba de ser una autoridad en la nueva feminidad estadounidense, justo cuando el rol social de la mujer estaba cambiando en el país, tras la obtención del derecho al voto en 1920. Es, con diferencia, el más sugerente de los diversos artículos de temática doméstica que Fitzgerald publica en prensa, por motivos puramente monetarios, a mediados de los años veinte como «Wait ‘Till You Have Children of Your Own» o «Does a Moment of Revolt Come Some Time to Every Married Man?», ambos del año 1924.
En los compases iniciales del texto, Fitzgerald hace una afirmación categórica que, en su momento, debió sorprender a las lectoras de la revista: «Un hogar promedio es un lugar de lo más soporífero» (1). A lo largo del ensayo, y en un estilo claro y directo sin duda pensado para las lectoras de Ladies’ Home Journal, establece un contraste poco sutil entre dos modelos antagónicos de maternidad: la tradicional del siglo XIX y la innovadora de los años veinte. El prototipo de la mentalidad decimonónica es una mujer, «una tal señora Judkins», que vive por y para sus hijos, sacrificándose por ellos hasta la extenuación. Aunque, como ya indica el título del ensayo, esté dotada de imaginación, la dedica por entero a cuidar de sus hijos. Fitzgerald la retrata, en tono caricaturesco, como alguien a quien se debe evitar: «Porque ella misma es capaz de deprimir a cualquiera. Porque una persona en tal estado de tensión, siempre preocupada, es sin duda una de las cosas más deprimentes que hay» (3). No solo es una persona agotada, sino que, además, agota a quien se acerca a ella. Desperdicia su imaginación percibiendo la realidad en clave apocalíptica, como se retrata con sarcasmo al final de este apartado.
Fiel a su imagen de portavoz de una nueva generación, Fitzgerald dedica mayor espacio a ensalzar a una figura maternal innovadora, encarnada en la Sra. Paxton, que rompe estereotipos sociales y de género al llevar una vida independiente que no se limita exclusivamente a cuidar de sus hijos. El título de uno de los apartados del texto, «Una que no sigue el modelo», explicita que Fitzgerald está subvirtiendo convencionalismos sociales firmemente arraigados en Estados Unidos. Este tipo de mujer «lucha a brazo partido contra la monotonía y el aburrimiento de su prole, toda una dama que, empleándose a fondo, obtiene una merecida victoria» (4); asimismo, se la describe como «una mujer encantadora que [...] utiliza su imaginación de manera insospechada. Y el suyo es el hogar más feliz que he conocido» (4). Se trata de una madre obviamente ligada al fenómeno social de la flapper, esa mujer moderna surgida en Estados Unidos durante los años veinte e inmortalizada literariamente por el propio Fitzgerald.
La clave de esta nueva madre radica en que concede gran libertad a sus hijos, por lo que supuestamente ambas partes son más dichosas y habitan «lo que se dice un hogar feliz» (6). Fitzgerald argumenta que, al no existir ya una fuerte relación de dependencia, cuando los hijos abandonan el hogar esta nueva figura materna no se siente tan desolada como la tradicional. Lamenta que la sociedad perciba de forma casi unánime a la madre decimonónica como «natural» y rechace a la moderna, cuya labor —según el autor— parece requerir mayor esfuerzo: «Hace falta más imaginación para ser del estilo de mujer de la Sra. Paxton. La maternidad, como el hábito ciego e intuitivo que es, la hemos heredado de nuestros antepasados cavernícolas» (7).
Al atreverse a pontificar sobre la maternidad a millones de lectoras de Ladies’ Home Journal, Fitzgerald debió tener en mente a las dos figuras maternas que mejor conocía: por un lado, a su propia madre y, por otro, a su esposa Zelda. La relación con su madre, Molly McQuillan Fitzgerald, no fue nunca fácil y, aunque en 1922 le dedicara el libro Cuentos de la era del jazz (algo que no hizo con su padre), siempre la tuvo por una mujer excéntrica y jamás sintió gran aprecio por ella. Sus biógrafos suscriben la tesis del escritor de que su madre lo mimó en exceso, uno de los errores que se le achacan a la Sra. Judkins52. Poco antes de fallecer su madre en 1936 (dejándole una herencia que alivió sus problemas económicos), Fitzgerald escribió un breve relato, «La madre de un autor» («An Author’s Mother»), en el que aflora cierto sentimiento de culpa por la escasa relación que tuvo con ella. En esta Introducción se comenta posteriormente un ensayo titulado «La muerte de mi padre».
Si este personaje de la señora Judkins puede entenderse como una crítica a madres decimonónicas como Molly McQuillan Fitzgerald, con el de Mrs. Paxton el escritor parecía estar trazando un modelo innovador de maternidad a su esposa, Zelda Sayre Fitzgerald, que cuando este ensayo ve la luz estaba al cargo de la hija de ambos, Scottie, que ya tenía casi dos años. Tanto los biógrafos del autor como los de su esposa coinciden en señalar que, aunque siempre fue atenta y cariñosa con Scottie, su concepción de la maternidad siempre estuvo más próxima a la de la Sra. Paxton que a la de la Sra. Judkins, como por otra parte era previsible en quien fuera considerada el prototipo de mujer estadounidense moderna de los años veinte53.
Por último, llama poderosamente la atención que a lo largo de «La imaginación... y unas cuantas madres» F. Scott Fitzgerald no haga una sola referencia al papel que un padre ha de desempeñar al criar a los hijos, de lo que parece derivarse que —como tantos esposos— daba por sentado que era una labor eminentemente femenina54.
En este ensayo, publicado el 5 de abril de 1924 en The Saturday Evening Post, destaca el tono irónico y desenfadado que predomina en los primeros ensayos de F. Scott Fitzgerald. De hecho, un texto con un título y un contenido tan frívolos habría sido impublicable una década después, debido a las penurias económicas que entonces padecían tanto el país como el propio autor.
Además, este título deja patente la obsesión que Fitzgerald siempre sintió por el dinero. Un relato publicado solo dos años después, «El joven rico», incluye uno de los pasajes más recordados del autor, que reflexiona sobre la compleja y ambivalente relación que siempre mantuvo con el dinero:
Dejadme que os hable de los muy ricos. Son distintos en todo a nosotros. [...] Consideran, en lo más profundo de su alma, que son mejores que nosotros, porque nosotros hemos tenido que descubrir por nuestra cuenta las recompensas y artimañas de la existencia. [...] Son del todo diferentes.
