El Adiós de Inés - Diana Britez - E-Book

El Adiós de Inés E-Book

Diana Britez

0,0
3,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Cada ser humano transita la pérdida de su madre de diversas formas, pero con un denominador común: el dolor, muchas veces la desesperación, la impotencia. Cuando Inés comienza a enfermarse, va dejando pequeñas revelaciones que se harán importantes con el tiempo. Su vida, tan maravillosa, valiente y vanguardista, hizo que "la chica de las Flores" tuviese una historia llena de secretos, que como su hija, necesité descubrir, acaso solo para entender la mía. Cada cosa llega en su momento, por eso Inés decidió que ya era hora de entender cuánto puede amar un ser humano, para permitir descubrir su propia vida desde el mismo infinito.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
MOBI

Seitenzahl: 164

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Diana Britez

El Adiós de Inés

Britez, DianaEl adiós de Inés / Diana Britez. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2024.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-4763-7

1. Autobiografías. I. Título.CDD 808.8035

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Índice

Mientras estés conmigo....

Octubre de 1999

La chica de Las Flores

Nacerás en tierra libre

Otra Biblia, junto a otro calefón

Niña modelo

Hacia una carrera

Año 2000 y después...

Proceso argentino

Éxitos

La partida de Inés

La otra mitad

Años 2004 y 2005

La comunión de Lara

El hogar donde vivimos en paz

Julio de 2008

A todos los hijos de padres con Alzheimer.A Luis Britez, donde quiera que esté.

Todos sabemos o suponemos que queremos a nuestra madre,

pero muy pocos imaginamos el dolor que sentiremos al perderla.

El adiós de Inés...

Mientras estés conmigo....

Sos el que cada día me acompaña

Y me dice que estoy viva.

El que me dice que estoy despierta, el que me lleva al sueño más profundo. Con vos camino, respiro y siento.

Con vos lloro y río, hablo, callo, a veces...

Sos el dueño de mis secretos,

De mis silencios y mis gritos. Sos el que me hace pensar,

El que tiene mi inconsciencia y mi desenfreno.

El que aprende, el que entiende, el que guarda mis hábitos, mis manías.

El que no descansa desde que era un tubo, hasta que se hizo circunvoluciones, surcos, lóbulos, núcleos, vías, caminos del ser.

Por vos soy humana, animal y vegetal.

A vos te exijo cada hora que funciones, eres el motor de la vida que se alimenta de otras máquinas que sólo obedecen para seguir existiendo.

Sos el que determina si estoy viva o estoy muerta.

Por eso antes de que te canses, quiero que disfrutes cada día y cada hora, quiero que sientas conmigo todas las emociones, aunque en verdad yo las siento sólo por vos.

Cada dolor, cada alegría, cada rabia, cada placer....

Porque si un día te cansas, si un día colapsas, envejeces y querés dejarme sola, te pido, llévame a tu lado.

No quiero seguir sin tu compañía, no quiero estar perdida sin vos, sin poder entender, ni escribir, sin saber que estás.

Por eso, mientras estés conmigo, recordaré, olvidaré, amaré, comprenderé y perdonaré cada día y a cada hora.

Agradeceré la luz que entra por mis ojos y se refleja en vos para darme imágenes, agradeceré el sonido y la voz, el tacto que me comunica con los otros, la suavidad de un beso, incluso el frío del adiós...

Daré mil gracias por la felicidad, por el dolor, por tener alguien a mi lado, por tener memoria de lo bueno, más que de lo malo.

Por percibir lo que está más allá y más adentro de mí, por saber de mi alma. Iré por la vida cada día, así será, mientras estés conmigo.

Uno nace sin un libro de instrucciones en el que se explique cómo vivir, cómo ser o cómo actuar.

Una no sabe cómo ser hija, pareja o madre, todo se aprende en el día a día y en ese pasar ocurre lo más inesperado, aquello que nos deja indefensos frente a las decisiones del destino.

Solo el que lo vive sabe cuán doloroso es ver partir a ese ser, que hasta ayer estaba contigo y hoy te mira desde otra esfera, tan distante e irreconocible que una misma es irreconocible, cuando la incertidumbre gana nuestro presente y, lo que es peor, el futuro que no sabemos a qué destino nos ha de llevar.

Siendo su hija, cómo pensar que mi madre enfermaría de Alzheimer, teniendo un campo de patologías familiares en cartelera, solo podía esperar cualquier cosa menos eso. Creo que una piensa que la madre morirá indefectiblemente un día, pero nunca se imagina de qué modo lo hará.

En un momento, me conecté con un grupo de gente que ayuda a los cuidadores de enfermos de Alzheimer, que los contiene y guía en este difícil camino, donde uno siempre está solo. Conocí la fundación A.L.M.A. y esto fue una luz en medio de la noche, me sirvió para entender lo enferma que estaba mi mamá y para saber que muchas personas pasan por lo mismo, cómo lo llevan, y a no sentirme tan desamparada con este pesar. De todas las cosas que escuché, muchas me eran casi familiares, y tantas veces me pregunté: ¿cómo no me había dado cuenta?..., ¿quién cree que los hijos nos damos cuenta?.... Cuando nos desesperamos por querer ubicar al viejo en tiempo y espacio, cuando pretendemos que nos entienda, nos haga caso; los “enfermos” somos nosotros, que no nos damos cuenta de que tratamos con un enfermo, que mamá o papá, el tío o la tía que teníamos, ya no están... que ese desconocido que nos mira incrédulo es nuestro amado familiar.

Cuánto duele entender, renunciar o aceptar lo que está sucediendo; esa pesadilla que no tiene fin, que es real, que día a día se modifica sin renunciamiento y nos sorprende, como un nuevo fantasma, con una nueva falsa ilusión.

Todo ocurre en medio de una inmensa soledad. Es muy difícil encontrar compañía, la mayor parte de un entorno que antes los rodeaba, te dirán: “No puedo verla así...”. Y te dejarán sola frente al dolor y quien seguramente ha de consolarte será el mismo enfermo, como Inés cuando me quiebro a llorar junto a ella, me acaricia el rostro con tanta suavidad y dice:

“Todo estará bien, yo voy a esforzarme para estar mejor”.

Aun en medio de tanta desolación, estuvo presente el amor de Inés, esa noble fuerza para volver a empezar, la veía como el ave fénix, siempre levanta vuelo y vaya si lo hacía.

Aún me evoco en sus brazos, recorriendo mil destinos, y nunca noté en ella la más mínima desesperación ante los grandes cambios que sufrimos, no lo percibí hasta mucho tiempo después.

La vida con ella jamás fue aburrida, era una sorpresa constante: me enseñó desde siempre que cada cosa, por pequeña que sea, es excepcional.

Inés era tan hábil, luchadora e invencible a mis ojos... Hoy estoy plenamente convencida de no ser quien soy sin su ejemplo, es más, yo no estaría viva sin ella, no solo porque fue mi madre, sino porque solo por su férreo coraje yo conservé mi vida.

Durante toda mi infancia vivíamos en diferentes lugares, nos mudábamos constantemente, de capital a provincia y en la misma provincia, en diferentes localidades, hasta que finalmente, diez años después, terminamos viviendo con la abuela.

Nunca supe por qué tanto movimiento, años más tarde encontré una lógica a los cambios de mamá: en realidad huíamos.

Octubre de 1999

Inés llegó al mundo el 4 de octubre de 1919, a las 21 horas.

Hoy ya hace 80 años de ese día, y allí está ella, caminando sobre sus dos pies, con un poco de dificultad para mantener el equilibrio, a veces se tambalea y roza sus codos contra la pared, lastima su fina piel, es que no se acostumbra a andar despacio, y mucho menos se resigna a utilizar una limitada energía en sus movimientos.

Hay un acontecimiento para festejar, la familia se prolonga en el milenio que se va. Todo su haber familiar a la fecha está presente, incluida mi hija, su única nieta.

La mamá de todo el clan era la abuela Urbana, maravillosa señora del tiempo, que logró ser recordada más allá de su desaparición física.

El amor de Inés por Urbana fue incondicional, eso conforma un gran peso emocional. Desde que yo recuerde, para mamá, su madre era lo que más amó y ese amor era la sombra de mi infancia, recién ahora, a través del tiempo, estoy comprendiendo lo que ella pudo sentir cuando la perdió.

La abuela Urbana no llegó a cumplir 80 años, y hoy quiero que esté presente en alguna forma, tengo la imperiosa necesidad de tenerla conmigo, que mi madre sepa que entendí su devoción.

Por eso busqué con ansiedad una foto suya, en sepia y la enmarqué, para regalársela a Inés.

Cuando mi mamá abre su regalo, sus maravillosos ojos verdes se iluminan, tan llenos de emoción. Más adelante me dije a mí misma que debí haberlos disfrutado más, porque nunca se sabe que el de hoy es el mejor momento.

Una cree que el adiós de los padres es la muerte, nunca imagina que haya otro adiós que se repite y duele cada día más.

Inés es una mujer dinámica, forma parte de un centro de jubilados, hace yoga, sale de excursión, tiene un jardín con muchas plantas que atiende con sumo cuidado, todo lo que forma parte de su mundo es actividad, siempre fue así y no quiere alterar ese ritmo, le cuesta asumir sus limitaciones. Ya no descansa bien, sufre un estado de excitación nocturna que la lleva a deambular varias veces por la casa durante las horas de sueño, poniendo excusas de que necesita beber agua, o debe ir al baño.

Inés está rara, como ausente, ajena, es que últimamente las reuniones la aturden un poco, hasta el bullicio de los más chicos la altera; en algunos momentos entra en pánico, sin ningún motivo aparente, se levanta de la mesa y camina casi con desesperación, sin rumbo definido.

El neurólogo le recetó una medicación para mejorar la circulación cerebral y se le ha recomendado no abandonar el yoga. Todo lo hacemos según la indicación del médico, por eso creo que tengo mamá para rato y estamos tan felices de festejar sus ochenta años, tan emocionadas de que hayamos llegado hasta aquí.

Generalmente ocurre que los hijos, las personas más cercanas al enfermo de Alzheimer, son las que niegan la realidad, mientras se desarrolla inexorable delante de sus ojos, entonces, todos creemos que este proceso lo podemos dominar y nos hacemos cómplices virtuales del enfermo, quien asegura estar mejor y pronto estará realmente curado.

Bruscamente los hechos me transportan al presente, el alboroto de la familia que llega, me trajo a hoy.

Es el momento de la torta, la ceremonia especial de apagar las velitas, todos se acercan en silencio a la mesa observando la escena que se aproxima, Alicia, mi prima más cercana, y la ayuda a llegar.

Inés duda por un instante qué debe hacer..., mira a su alrededor con un halo de misterio, piensa..., se inclina suavemente y, con la mirada iluminada, observa cómo prendemos las velitas. Me mira como sorprendida.

Luego de un momento de silencio, observa a su alrededor como estudiando a cada uno de los personajes que la rodean. Entonces alguien se adelanta y comienza a cantar la canción del feliz cumpleaños, aplaudiendo, invitando a todos a seguirlo. Inés sopla con la fuerza de un ciclón que hace volar hasta los adornos que rodean los números, hacia los bordes cubiertos de granas de chocolate con vistosos colores, que se desparraman sobre el mantel, y es festejado por todos con un cálido y fervoroso aplauso.

No comprende los aplausos, mira todo como extrañada, la abrazo con fuerzas, como si supiera que la estoy perdiendo y no quiero darme cuenta, ¡¡no quiero que eso pase!!

Llega el momento de las fotos con las hermanas y el tío, con los sobrinos, los sobrinos nietos, con la nieta, conmigo, que oculto mi eterno dolor de no tener a mi papá, aunque extrañamente lo siento casi junto a mí en este día. A veces los deseos son tan grandes, que se hacen realidad de algún modo.

¡Feliz cumpleaños, Inés! Felices 80 años.

La chica de Las Flores

Inés nació en Harosteguy, partido de Las Flores, cuando comenzaba la década del glamour en el mundo y terminada la Gran Guerra, en una familia típicamente formada y establecida en esos campos con tanta historia. Era la tercera en su orden de hijas y sus recuerdos de la infancia parecían tan recientes, era como si hubiesen sucedido ayer.

En el entorno familiar que la recibió en este mundo estaban sus padres, los Acosta Pardo, dos hermanas mayores, una enorme familia de parte de la mamá y una familia pequeñísima de parte del papá.

Muchas cosas contaba de su infancia: las carpetitas que hacían con papel de colores para adornar las alacenas, la llegada del proveedor mensual del almacén y las bolsas de galleta, el azúcar, las bolsas de granos, harinas, las galletitas con formas de animalitos, las cintas para el cabello. El turco con la gran canasta de peines, peinetas, elásticos y toda esa novedad de ver llegar a alguien desde otro lado.

Su papá que acarreaba las bolsas y su mamá que acomodaba la despensa, imágenes de una niñez que parecía nunca cambiar. Imágenes que se recreaban en los relatos de la abuela, o de las tías. Historias fascinantes, que alimentaban nuestra imaginación, de cómo nuestros padres fueron niños alguna vez.

Siempre era un placer escucharla con las tías hablar del campo, esa parte de la historia de algún modo nos unía, todos habíamos venido de ese tronco común, eso era lo que nos daría el sentido de pertenencia...

Escuchaba los relatos tan emocionantes, todo lo que ellos hacían como juegos, las carreras por el campo a la hora de la siesta, los avestruces, las ovejas, la esquila de la lana, el arado en el gran campo y las gaviotas que seguían a los sembradores.

Inés era una de las niñas Acosta, debía ser obediente y aplicada, si no Dios la iba a castigar y su papá también. Aunque eso no la privaba de cometer toda clase de “travesuras” típicas de la edad de cualquier niña, en cualquier siglo.

Fue a la escuela rural, como se usaba en esos tiempos, en Harosteguy, siguiendo la costumbre de las grandes distancias, Inés se quedaba toda la semana con la maestra y volvía los fines de semana, así la educación se enlazaba en la convivencia con la docente y llegaban a su vida todas las novedades del mundo en los años 20.

Fue muy duro para esos niños ver cómo se derrumbaba su mundo tras la muerte del abuelo, si bien la abuela Urbana peleó sin descanso con la época, la tuberculosis, la crisis de los treinta, la viudez y el nacimiento de su último retoño dos meses después de quedar viuda; se quebró su corazón, pero no su entereza.

Ella sobrevivió como pudo, como supo, como toda una luchadora, en medio de la enorme desolación, la abuela fue un ejemplo vivo de supervivencia, que dejó plasmada en el temple de sus hijos por siempre. Toda esa bravura se lleva en la sangre, ninguno de los Acosta Pardo se ha dejado vencer por más atrocidades que hayan pasado en sus vidas.

En los años 30, tras la muerte del abuelo, la familia se mudó a Las Flores, la ciudad; allí crecieron los niños y murieron dos de ellos ya adolescentes por la temida tuberculosis, una enfermedad que azotaba a la población y era casi una deshonra tener.

Por eso cuando la enfermedad capturó a la hermana mayor, la familia ya no toleró más pérdida, tomando la decisión de venir a Banfield, y llegar al Hospital Muñiz. Fue el desafío y la aventura que jamás soñaron emprender, pero que trajo a estos lugares del mundo a Urbana y a sus hijos.

Inés tenía menos de 20 años, la tarea era encontrar trabajo para mantenerse, hasta vender el campo y sobrevivir en la nueva ciudad, tan distinta al pueblo.

Para las niñas Acosta, la vida en la ciudad grande era todo un desafío, pero nunca demostrarían miedo. Y de pronto fueron las jóvenes Acosta.

Ese temple las distinguió, así es como Inés y Enriqueta, su hermana más chica, a la que luego le dirán “Negrita”, pasando a ser más tarde la tía Negra, consiguieron empleo: Inés, costura a domicilio, para un taller de fabricación de muñecos de pañolenci, ese taller era de una familia de inmigrantes rusos, ellos no solo le dieron trabajo a mamá, sino que cambiaron su mundo.

Enriqueta consiguió emplearse en un consultorio médico en el céntrico barrio de Boedo, entonces sería “Negrita”, la joven muchacha que pronto atendería el teléfono, recibiría a los pacientes y se desempeñaría con soltura y esa predisposición típica de los Acosta, que la haría ser valorada por el joven matrimonio del médico y su señora.

Inés comenzó a trabajar tímidamente en el taller y al poco tiempo también llevaba trabajo a la casa para terminar, con ayuda de la abuela. Es que la capacidad de trabajo de los Acosta-Pardo era ilimitada. La abuela, que aún era una mujer vigorosa, también cosía guardapolvos para una casa llamada Quintas.

Una familia rusa era la dueña del taller de muñecos de pañolenci, toda una novedad para la época, donde la industria del juguete se transformaba.

Esta familia, exiliada en Francia, huyendo de la Revolución, debieron dejar su país en aquellos años, entonces sus hijos crecieron y llegaron a estudiar en la Sorbona, uno era ingeniero químico y el otro era escritor, juntos se dedicaban a lo más novedoso de la época, la pasión que unía ambas profesiones: la fotografía.

Llegados a la Argentina, la familia desarrolló el proyecto de la fábrica de juguetes, para trabajar todos juntos, hasta que los muchachos pudieran aprovechar más su profesión. El que era escritor se llamaba León, pronto estudió la lengua castellana y agregó a su currículum el ser traductor.

De allí que Inés, curiosa como era e inteligente como pocas, pronto aprendió a sacar fotos. Era prolija en la luz, los ángulos, los detalles.

León le enseñó a sacar sociales y artístico, Vladimir a trabajar en el Estudio, como llamaban ceremoniosamente al hecho de tomar retratos.

Inés había nacido para eso, era una fotógrafa nata, así pasó de los muñecos de pañolenci a la fotografía.

¡¡Qué escándalo!! Y con dos hombres al lado, corriendo con esas cámaras, saliendo de noche, haciendo un trabajo al que apenas se animaban algunos, era considerado casi una bohemia.

La chica de Las Flores había enloquecido y mataría a su madre de un disgusto.

La familia tardó un tiempo en comprender la profesión nueva de Inés, a la que le ponía mucho empeño y kilómetros de película para ver todos sus errores, hasta que después de algún tiempo de laboratorio, revelado e impresión (en esa época la fotografía era artesanal) fue considerada una fotógrafa profesional.

Inés fue contratada como ayudante de laboratorio de Vladimir en la Federación Industrial Fotográfica Argentina, que a fines de los años cuarenta era toda una novedad en la Argentina. Allí estaba la chica de Las Flores continuando su camino, llevando adelante esa permanente revolución que fue su vida.

Comenzaban los años 50 a correr a gran velocidad y el mundo era otro. Las chicas usaban polleras plato, soquetitos con zapatos bajos, llevaban blusas, sugiriendo una sensualidad poco conocida en la posguerra, también el rock and roll sacudía las caderas y hacía volar las faldas.

Todo era captado por la cámara de fotos, los diarios imprimían un espacio en sepia dedicado a la fotografía.

Inés era una hermosa mujer, decidida, de apariencia frágil, dada su delgadez, pero de espíritu fuertísimo. Los intensos ojos verdes se enmarcaban en un rostro fino, delicado, el cabello negro, pesado, ligeramente ondulado, recogido como se usaba, con “bananas” a los laterales, siempre tan bella y tan libre, sus 30 años hacían más encantadora su presencia, varios candidatos querían transformarla en su “señora”.

En aquellos años, terminaba una guerra que había demostrado no solo diferencias políticas, sino raciales y culturales, modelos impuestos por unos pocos que querían ser los dueños del mundo y no pensaban que las demás personas son eso, personas, creo que el orgullo y la hipocresía humanos nunca tuvieron límites, si no preguntémosles a Adán y Eva.