El ADN te condena - Charlie Donlea - E-Book

El ADN te condena E-Book

Charlie Donlea

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Beschreibung

Un nuevo libro de Charlie Donlea, el maestro del thriller. Sloan Hastings es adoptada y nunca quiso localizar a sus padres biológicos. Ahora está investigando para su tesis sobre patología forense y decide enviar su ADN a una empresa de genealogía.    Los resultados de su búsqueda son impactantes. El perfil de ADN de Sloan sugiere que su verdadera identidad es Charlotte Margolis, también conocida como "bebé Charlotte". Este caso conmovió al país cuando desapareció misteriosamente junto a sus padres hace treinta años. Su descubrimiento la impacta tanto que viaja al pequeño pueblo de Cedar Creek (en Nevada), donde el poder de la familia Margolis impregna cada rincón del condado.    Su regreso también es una amenaza. Las respuestas que busca están enterradas en un cementerio de secretos que algunos tratarán de mantener ocultos a cualquier precio... sin importar quién más tenga que morir.

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Seitenzahl: 425

Veröffentlichungsjahr: 2025

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EL ADN TE CONDENA

Charlie Donlea

Traducción: Constanza Fantin Bellocq

Título original: Long Time Gone

Kensington Publishing Corp. Derechos de traducción gestionados por Sandra Bruna Agencia Literaria, SL

© 2024 Charlie Donlea

© 2025 Trini Vergara Ediciones

www.trinivergaraediciones.com

© 2025 Motus Thriller

www.motus-thriller.com

España · México · Argentina

ISBN: 978-84-19767-41-7

“Las fotografías abren puertas al pasado, pero también permiten una mirada al futuro”.Sally Mann

Índice de contenido

Portadilla

Legales

Cedar Creek, estado de Nevada

PRIMERA PARTE

CAPÍTULO 1

CAPÍTULO 2

CAPÍTULO 3

CAPÍTULO 4

CAPÍTULO 5

CAPÍTULO 6

CAPÍTULO 7

CAPÍTULO 8

CAPÍTULO 9

CAPÍTULO 10

CAPÍTULO 11

CAPÍTULO 12

CAPÍTULO 13

CAPÍTULO 14

CAPÍTULO 15

EL PASADO

Cedar Creek, estado de Nevada

Cedar Creek, estado de Nevada

Cedar Creek, estado de Nevada

Cedar Creek, estado de Nevada

Cedar Creek, estado de Nevada

Cedar Creek, estado de Nevada

Reno, estado de Nevada

SEGUNDA PARTE

CAPÍTULO 16

CAPÍTULO 17

CAPÍTULO 18

CAPÍTULO 19

CAPÍTULO 20

CAPÍTULO 21

CAPÍTULO 22

CAPÍTULO 23

CAPÍTULO 24

CAPÍTULO 25

EL PASADO

Cedar Creek, estado de Nevada

Cedar Creek, estado de Nevada

Cedar Creek, estado de Nevada

Cedar Creek, estado de Nevada

Cedar Creek, estado de Nevada

Cedar Creek, estado de Nevada

TERCERA PARTE

CAPÍTULO 26

CAPÍTULO 27

CAPÍTULO 28

CAPÍTULO 29

CAPÍTULO 30

CAPÍTULO 31

CAPÍTULO 32

CAPÍTULO 33

CAPÍTULO 34

CAPÍTULO 35

CAPÍTULO 36

EL PASADO

Lago Tahoe, estado de Nevada

Lago Tahoe, estado de Nevada

CUARTA PARTE

CAPÍTULO 37

CAPÍTULO 38

CAPÍTULO 39

CAPÍTULO 40

CAPÍTULO 41

CAPÍTULO 42

CAPÍTULO 43

CAPÍTULO 44

CAPÍTULO 45

CAPÍTULO 46

CAPÍTULO 47

EL PASADO

Cedar Creek, estado de Nevada

Cedar Creek, estado de Nevada

Cedar Creek, estado de Nevada

Cedar Creek, estado de Nevada

CAPÍTULO 48

CAPÍTULO 49

CAPÍTULO 50

CAPÍTULO 51

CAPÍTULO 52

CAPÍTULO 53

CAPÍTULO 54

CAPÍTULO 55

CAPÍTULO 56

CAPÍTULO 57

CAPÍTULO 58

CAPÍTULO 59

EL PASADO

Cedar Creek, estado de Nevada

Cedar Creek, estado de Nevada

CAPÍTULO 60

CAPÍTULO 61

CAPÍTULO 62

EL PASADO

Cedar Creek, estado de Nevada

CAPÍTULO 63

EL PASADO

Cedar Creek, estado de Nevada

CAPÍTULO 64

EL PASADO

Cedar Creek, estado de Nevada

Cedar Creek, estado de Nevada

CAPÍTULO 65

CAPÍTULO 66

CAPÍTULO 67

CAPÍTULO 68

CAPÍTULO 69

CAPÍTULO 70

CAPÍTULO 71

CAPÍTULO 72

CAPÍTULO 73

CAPÍTULO 74

CAPÍTULO 75

CAPÍTULO 76

CAPÍTULO 77

Agradecimientos

Si te ha gustado esta novela...

Charlie Donlea

Manifiesto Motus

Cedar Creek, estado de Nevada

13 de julio de 1995

Nueve días después…

Un gavilán de Cooper de cola negra presenció la muerte del sheriff Sanford Stamos.

La magnífica ave descendió de los cielos y se posó en el frente del coche patrulla, como un elegante ornamento sobre el capó. Graznó una vez durante la batalla que se llevaba a cabo dentro del vehículo, extendiendo las alas mientras el coche se sacudía. Cuando la lucha terminó, el gavilán plegó las alas contra su cuerpo; el sheriff Sanford Stamos, sentado en el asiento del conductor, miraba a los ojos a su asesino. La mirada fría del sheriff no se debía tanto a la firme determinación de fijar los ojos sobre el hombre que estaba a punto de matarlo, sino más bien a la droga paralizante que recorría su organismo y le impedía hasta mover los ojos.

Quería hacer mil otras cosas antes que mirar boquiabierto al hombre que estaba a su lado. Su entrenamiento le decía que debía enfrentarse a su atacante o poner distancia entre ambos. Quería escapar del vehículo, desenfundar el arma, llamar y pedir refuerzos. Pero la aguja que colgaba de su cuello le había robado la capacidad de moverse y le hacía sentir una profunda debilidad que infectaba cada fibra de su cuerpo. La droga finalmente le quitó el control de los párpados y estos se cerraron. Sentado detrás del volante del coche patrulla, Sandy dejó caer el mentón contra el pecho. Al respirar, hizo un ronquido áspero, provocado por el ángulo extraño. Sandy no tenía duda de que se encontraba al borde de la muerte. Lo que había descubierto en las últimas semanas de su investigación sobre la desaparecida familia Margolis era garantía de ello.

Oyó que la puerta del copiloto se abría y se cerraba cuando el asesino salió del coche. Luego se abrió la puerta de su lado y Sandy sintió que le levantaban la manga del brazo izquierdo. Una goma le apretó el bíceps antes de que un pinchazo en el antebrazo lo hiciera abrir los ojos de repente. Solo vio luz. Tenía la visión borrosa, como si alguien le hubiera embadurnado los ojos con vaselina.

Sintió un ardor localizado en el brazo cuando la jeringa se vació en su vena. Instantes después, experimentó una sensación completamente diferente. Algo extraño y exótico y más sensacional de lo que jamás había sentido. Una nube de euforia descendió sobre él, o quizás fue él quien ascendió hacia ella. En cualquier caso, el sheriff Stamos olvidó el confinamiento de su vehículo. Olvidó su incapacidad de moverse o hablar. Dejó de preocuparse por su asesino y se relajó en la dicha que le inundaba el cuerpo y la mente. Y ¿el alma? ¿Acaso también le tocaba el alma?

—Ahora no eres más que otro drogadicto del condado de Harrison.

Sandy no podía distinguir si las palabras eran suyas o de otra persona. Si se originaban en su cabeza o alguien se las decía. Pero en realidad no le importaba. Una segunda jeringa se vació en su brazo antes de que la puerta del coche patrulla se cerrara y un nuevo nivel de éxtasis tomara el control de sus facultades. Tan potente fue el efecto de la droga que corría por su organismo que lo desacopló de su cuerpo. Flotaba sobre la escena de un modo que le permitía ver dónde estaba y qué sucedía. Sentado en el coche patrulla con el cinturón ajustado contra el pecho, vio desde su posición en altura cómo su vehículo rodaba cuesta abajo hacia el río Cedar.

Justo antes de que el coche patrulla entrara como una lanza en el agua, el gavilán que se había posado sobre el capó levantó vuelo. Dos enérgicos aletazos lo elevaron en el aire hasta que la brisa del río le permitió planear con las alas abiertas. El coche siguió su avance hasta que el capó quedó bajo el agua. La lenta inmersión continuó y el río finalmente se tragó el automóvil, ingiriéndolo por completo hasta que solo las luces traseras asomaban en la superficie.

En medio de una nebulosa, Sandy se dio cuenta de que estaba sumergido bajo la superficie del río Cedar, pero la sensación de euforia y excitación que corría cálida por sus venas traía consigo una apatía pesada a la que era imposible sobreponerse. Poco le importaba que el agua le subiera por el pecho y le lamiera la barbilla, amenazando cubrirle la cara y la cabeza. En cambio, estaba ansioso por volar hacia el sopor que esperaba en algún sitio del más allá. Hipnotizado por el brillo que veía en la distancia, ignoró la escena de su cuerpo atrapado bajo la superficie del río Cedar. En cambio, siguió el vuelo del gavilán de cola negra, que se elevaba hacia la luz. Voló y voló y voló, hasta que el resplandor lo absorbió y lo llevó lejos.

PRIMERA PARTE

Genealogía 1

CAPÍTULO 1

Raleigh, estado de Carolina del Norte

Lunes 1 de julio de 2024

Sloan Hastings entró en la Jefatura de Medicina Forense quince minutos antes de las nueve de la mañana, la hora que marcaría el inicio de su formación en patología forense. Junto con otros tres becarios, estaban a punto de embarcarse en un riguroso programa de dos años que culminaría con un diploma de médico forense para cada uno de ellos. Siempre y cuando pudieran superar los desafíos y momentos difíciles que les esperaban, claro. Sloan estaba segura de que ella lo lograría. Siempre había soñado con llegar a ser patóloga forense.

Graduada en la Universidad Duke con una doble titulación en Criminología y Ciencias Forenses, Sloan había navegado sin esfuerzo las aguas de la Facultad de Medicina antes de completar una residencia de cuatro años en Patología Anatómica y Clínica. Ahora, con veintinueve años, lo único que se interponía en su camino para lograr su sueño eran dos intensos años como becaria. El primero de ellos sería un año de investigación financiado por una beca que requería que Sloan explorara un área de la patología forense, mostrara avances en el tema de alguna manera significativa y escribiera una tesis al respecto.

Tras su año de investigación, comenzaría un programa clínico de doce meses en la Jefatura de Medicina Forense, estudiando bajo la tutela de la renombrada doctora Livia Cutty. Allí realizaría cientos de autopsias en su camino hacia convertirse en médica forense. Estaba ansiosa. Estaba entusiasmada. Y sentía avidez por el futuro.

Vestida con una blusa negra sin mangas que mostraba su figura atlética esculpida por el CrossFit, pantalones blancos y tacones altos, Sloan mostró a la recepcionista su nueva tarjeta de identificación, que la acreditaba como una de los cuatro becarios de primer año a partir de las nueve de esa mañana. La puerta adyacente al escritorio se abrió con un zumbido. Sloan pasó hacia el otro lado y se dirigió a “la jaula”.

Dentro de la JEMEFO, la Jefatura de Medicina Forense, y en especial para los nuevos becarios, “la jaula” tenía la peor reputación. Cerrada por una cerca de malla metálica y llena de filas y más filas de sillas que miraban hacia el frente, la jaula era donde los becarios presentaban sus casos todas las tardes. Estar de pie frente a los médicos supervisores, bañada por el brillo de la pizarra interactiva era como estar ante un pelotón de fusilamiento. Abundaban los rumores y las leyendas sobre la agonía de becarios que habían farfullado en la presentación de sus casos ante las preguntas de los expertos que los supervisaban y que detectaban cada paso en falso, remarcaban cada omisión y corregían cada pensamiento erróneo. Era un sitio que a Sloan le inspiraba temor y ansiaba conquistar.

Sloan sabía que la morgue estaba en el sótano, que las oficinas de los médicos responsables estaban en el primer piso y que la jaula se encontraba en algún lugar de la planta baja. No tuvo que deambular más que unos instantes antes de encontrarla; entró por la puerta del fondo de la sala y se sentó junto al pasillo. Había unas treinta sillas plegables en el salón, todas mirando hacia una pantalla que captaba la luz de un proyector colgado del techo y que recibía a Sloan y sus colegas:

¡Bienvenidos, becarios de primer año!

Los otros becarios no tardaron en llegar; todos se presentaron y comenzaron a conversar sobre dónde habían hecho su residencia y qué esperaban de los próximos dos años. A las nueve en punto, una mujer con uniforme quirúrgico verde y una bata blanca larga entró en la jaula.

—Buenos días, novatos —dijo la doctora Livia Cutty mientras avanzaba por el pasillo central y se situaba frente a la pizarra interactiva—. Me alegra volver a veros.

La doctora Cutty había entrevistado a cada candidato que se había postulado para su prestigioso programa de patología forense y había seleccionado personalmente a los cuatro que estaban sentados frente a ella.

—Me parece que fue hace una eternidad cuando yo estuve sentada donde vosotros lo estáis hoy, como becaria de primer año, nerviosa y entusiasmada por lo que me esperaba. En realidad, solo fue hace siete años.

La doctora Livia Cutty era la médica más joven en presidir el programa de beca de investigación en la JEMEFO de Raleigh, en el estado de Carolina del Norte. El anterior presidente y mentor de Livia, el doctor Gerald Colt, se había mostrado muy insistente para reclutarla cuando se jubiló el año anterior. En menos de una década desde que completó su formación, Livia Cutty se había forjado una carrera legendaria como médica forense. Durante los últimos años había trabajado como jefa de Medicina Forense en Manhattan y se había destacado en Nueva York. A lo largo de los años, se había involucrado en varios casos de alto perfil y había servido como asesora médica para varias cadenas de televisión, incluidas FOX, CNN y NBC. En la actualidad, tenía un trabajo secundario como comentadora de temas forenses en la cadena HAP News durante sus frecuentes apariciones en el exitoso programa de noticias Eventos Nacionales.

—Como no estoy tan lejos de donde vosotros estáis ahora —prosiguió Livia—, quiero que sepáis que no solo entenderé lo que viviréis durante los próximos dos años, sino que también empatizaré con vosotros. Seré exigente, como lo fueron mis mentores conmigo. Pero seré justa. Todos tenemos el mismo objetivo, que es formar a cada uno de vosotros para que seáis los mejores y más brillantes médicos forenses que este país pueda ofrecer. Mi compromiso con vosotros es proporcionaros las herramientas y las oportunidades para lograrlo. Lo que os pido a cada uno es que deis lo mejor de vosotros. ¿Trato hecho?

—Trato hecho —respondieron al unísono Sloan y sus colegas.

Sloan tenía que admitir que estaba deslumbrada por Livia Cutty. La había visto tantas veces en televisión, ya fuera opinando sobre casos forenses de alto perfil o brindando testimonio y análisis como experta en Eventos Nacionales, que le parecía increíble estar sentada ahora frente a ella. Aún más difícil de comprender era que se formaría bajo su tutela.

Durante la mayor parte de su vida, Sloan había sobresalido en todo lo que había emprendido, ya fuera liderando el equipo de debate de secundaria, dominando el laberinto de nervios craneales en el laboratorio de anatomía o haciendo planchas con sus compañeros de CrossFit; se mostraba a la altura de los desafíos y estaba decidida a hacer lo mismo durante su tiempo como becaria bajo la tutela de Livia Cutty.

CAPÍTULO 2

Raleigh, estado de Carolina del Norte

Lunes 1 de julio de 2024

Durante treinta minutos, la doctora Cutty dio a Sloan y a los otros becarios de primer año un panorama general y repasó lo que tendrían por delante durante su año de investigación. Los doce meses no estarían desprovistos por completo de tiempo en la morgue. Además de su investigación, cada uno de ellos sería emparejado con un becario de segundo año y se les exigiría observar cinco autopsias por mes durante el verano. Y diez durante el invierno. Los últimos tres meses requerirían que no solo participaran en los exámenes post mortem, sino que también presentaran los casos a los médicos y patólogos que conformaban el equipo de la JEMEFO. El segundo año como becarios los sumergiría a tiempo completo en la morgue; cada uno de ellos habría hecho entre doscientas cincuenta y trescientas autopsias al finalizar su formación.

—¿Alguna pregunta? —quiso saber Livia.

No hubo ninguna. Livia miró su reloj.

—Bien, el resto de la mañana tengo programadas sesiones de treinta minutos con cada uno de vosotros para discutir su tema de investigación. Sloan, tú eres la primera.

Sloan sonrió y se puso de pie.

—Hablaremos en mi despacho —dijo Livia—. Podéis tomar café si lo deseáis —dijo a los otros becarios—. Y mientras esperáis, dad una vuelta y familiarizaros con el edificio. Será vuestro hogar durante los próximos dos años.

Sloan se despidió con la mano de sus nuevos colegas y salió de la jaula detrás de la doctora Cutty. Se dirigieron por el pasillo hasta su despacho.

—Siéntate.

Sloan se sentó frente al escritorio mientras Livia se acomodaba en su silla y comenzaba a teclear en su ordenador.

—El equipo de la JEMEFO ha elegido cuatro temas específicos de patología forense, y les hemos asignado al azar uno de ellos a cada uno de nuestros becarios. ¿Estás lista para enterarte de qué tema ocupará el próximo año de tu vida?

—Por supuesto —respondió Sloan.

La beca de dos años bajo la tutela de la doctora Livia Cutty era única en comparación con otras becas de patología forense de todo el país, que consistían en un solo año de formación. El año adicional con la doctora Cutty prometía un currículum más sólido para aquellos que buscaban puestos relacionados con la criminología y las fuerzas del orden. El sueño de Sloan era trabajar codo con codo con una unidad de homicidios importante y había puesto la mira en el programa de Livia Cutty desde el día que comenzó su residencia cuatro años antes.

—Tu área de investigación será la genealogía forense y genética —anunció Livia.

Sloan levantó las cejas y asintió.

—De acuerdo —dijo, vacilante.

—¿No conoces este campo de la medicina forense?

—Creo que lo vimos en algún curso en la universidad, pero parece como si hubiera sido hace una eternidad.

—Ha cambiado mucho desde entonces. Es una especialidad en constante evolución. La genealogía forense es la ciencia que está detrás de la resolución de varios casos de alto perfil jamás resueltos que han estado en las noticias en los últimos años. El más conocido probablemente sea el del Asesino de California. ¿Lo conoces?

—He oído hablar de él, sí —respondió Sloan.

—En la década de los setenta, un sujeto se embarcó en una extensa ola de violaciones y asesinatos en el norte de California. En todos los casos, entró por la fuerza en los domicilios en medio de la noche. La policía logró conseguir muestras de ADN del sospechoso en varias de las escenas del crimen. En aquel entonces no había una base nacional de datos de ADN, así que no se logró identificarlo, pero se lo conservó como prueba. El asesino siguió con su reinado de terror hasta los años ochenta y luego, de repente, terminó. Su ADN quedó sin identificar durante décadas hasta que unos investigadores brillantes, en un intento por identificar al dueño de ese ADN de antiguas escenas del crimen, decidieron buscar en bases de datos genealógicas en línea.

—¿Bases de datos como Ancestry.com? ¿Esos sitios en línea donde la gente envía su ADN para crear árboles genealógicos y conocer el origen de sus ancestros?

—Exacto —dijo Livia—. Ancestry.com, Twenty Three and Me…, hay muchísimos, y contienen un tesoro de información genética más grande que cualquier base de datos que pudiera crear la policía.

—Pero ningún asesino en serie sería tan tonto como para enviar su propio ADN a uno de esos sitios.

Lidia negó con la cabeza.

—Ellos no, pero sus desprevenidos parientes sí. Los detectives que trabajaban en el caso del Asesino de California decidieron enviar el ADN del asesino, que había sido obtenido de una de las escenas del crimen y conservado durante décadas, a GEDmatch, un servicio gratuito que permite a los usuarios subir y analizar sus secuencias de ADN, con la esperanza de encontrar algo. Y, ¡sorpresa!, el ADN del asesino mostró un vínculo genético, una coincidencia, como se la llama, con un hombre que había subido su secuencia de ADN y fue identificado como primo segundo de quienquiera que fuera el Asesino de California. Entonces comenzó el trabajo de investigación. Un genealogista que trabajaba con los detectives rastreó al primo y fue hacia atrás para crear un árbol genealógico. Los primos segundos llevaron a los primos hermanos. Los primos hermanos llevaron a los tíos y tías. Y así sucesivamente a lo largo de la línea genética. Los detectives investigaron a cada pariente para ver si alguno de ellos vivía en las zonas donde habían ocurrido los crímenes. Después de un considerable trabajo de campo, redujeron la lista a solo un par de nombres. Luego montaron operativos de vigilancia y esperaron durante semanas a que cada uno de estos posibles sospechosos sacara los cubos de basura a la acera. Una muestra de ADN tomada de un pañuelo usado en uno de los cubos resultó ser una coincidencia exacta con el ADN obtenido de las escenas del crimen. Se procedió al arresto y quedó resuelto el caso del Asesino de California, que llevaba décadas archivado.

—Es fascinante.

—Me alegro de que lo pienses, porque estás a punto de pasar un año de tu vida investigando este tema y buscando la manera de lograr avances. —Livia empujó una carpeta de tres anillos por el escritorio—. Aquí está toda la información necesaria para completar el proyecto. Por supuesto, tu investigación culminará en una tesis que presentarás al final del año. La información sobre el “Día de Presentación”, como lo llamamos, también está en la carpeta. La presentación debe durar cuatro horas, divididas en dos segmentos de dos horas. Hay puntos de referencia que se espera que alcances a lo largo del año y están diseñados para que no te apartes del cronograma. Cada tres meses, nos reuniremos para ver cómo progresas. Y, por supuesto, tendrás que seguirle el ritmo al becario de segundo año al que has sido asignada y también alcanzar los objetivos establecidos que te prepararán para el segundo año de la beca, el año clínico.

—Entendido —dijo Sloan.

—Te he sobrecargado de información esta mañana. Tómate uno o dos días para revisarlo y procesarlo todo. Si tienes preguntas, ven a verme. Siempre estoy disponible. Y te daré un consejo que me dio mi mentor: el diablo te roba el tiempo tentándote para que dejes las obligaciones para el último momento. Evítalo a toda costa. Ponte a trabajar y mantente ocupada.

—De acuerdo, doctora.

CAPÍTULO 3

Raleigh, estado de Carolina del Norte

Martes 2 de julio de 2024

Sloan recogió su correspondencia de una hilera de casilleros antes de subir los escalones hacia su apartamento: un piso de un dormitorio en Trinity Circle. Ya dentro, abrió una Diet Dr. Pepper, su bebida preferida y el arma secreta que, junto con su obsesión por el CrossFit, la había ayudado a sobrevivir tanto a la facultad de medicina como a la residencia. En la mesa de la cocina abrió su portátil. Había pasado el día anterior leyendo la información que contenía la enorme carpeta de tres anillas que le había dado la doctora Cutty, tomando notas y delineando el enfoque que elegiría para investigar y desentrañar el campo de la genealogía genética forense, para poder contribuir a su avance de alguna manera.

Lo primero que tenía que hacer era hallar un caso resuelto gracias al uso de perfiles de ADN almacenados en bases de datos de sitios de genealogía en línea. Sabía que no debía considerar el caso del Asesino de California. Era demasiado conocido y carecía por completo de originalidad. Hizo una lista de personas con las que necesitaría contactarse: detectives de homicidios, genealogistas y tal vez periodistas que hubieran cubierto crímenes y pudieran darle una pista sobre algún caso poco conocido que involucrara la genealogía forense.

Tomó un sorbo de Dr. Pepper; decidió que contactar con un genealogista sería la más fácil de las tres opciones y se puso a trabajar en su portátil. Una búsqueda rápida la llevó al sitio web de la Asociación de Genealogistas Profesionales. Sloan pasó por decenas de perfiles hasta que encontró a uno llamado James Clayton que vivía en Carolina del Norte. El perfil incluía una dirección de correo electrónico, de manera que le escribió un rápido mensaje.

Estimado James:

Soy becaria en patología forense en la Jefatura de Medicina Forense de Carolina del Norte. Estoy investigando la genealogía forense y busco un genealogista que me dé una lección de “Genealogía 1”. Encontré su nombre en el sitio web de la Asociación de Genealogistas Profesionales. Estoy en Raleigh, al igual que usted. Por favor, avíseme si estuviera dispuesto a responder algunas de mis preguntas.

Sloan Hastings

Incluyó su número telefónico y cerró el correo electrónico. Pasó el resto de la mañana investigando homicidios que habían sido resueltos recientemente gracias a bases de datos de genealogía en línea. Hizo una lista de los diez que parecían prometedores y pasó tres horas después de la comida leyendo e imprimiendo artículos sobre cada uno de ellos. Era media tarde cuando su teléfono vibró con un mensaje de texto. No reconoció el número, pero al abrir el mensaje vio que era de James, el genealogista.

Hola, Sloan, gracias por contactar conmigo. Me encantaría hablar. Sí, yo también estoy en Raleigh y puedo reunirme en cualquier momento.

Sloan escribió su respuesta.

SLOAN: ¿En cualquier momento? ¿Esta noche es muy pronto?

JAMES: Para nada. ¿Nos vemos en The Daily Drip a las 21?

SLOAN: ¡Nos vemos allí!

“El diablo te roba el tiempo tentándote para que dejes las obligaciones para el último momento”. No tenía intención de perder un minuto. Sloan había empezado la beca hacía solo dos días y ya estaba en marcha y avanzando a buen ritmo. Lo que le esperaba sería la mayor sorpresa de su vida.

CAPÍTULO 4

Raleigh, estado de Carolina del Norte

Martes 2 de julio de 2024

El café The Daily Drip estaba tan bullicioso como de costumbre, incluso a las nueve de la noche. La ciudad, al parecer, vivía de la cafeína y sus habitantes consumían grandes cantidades a todas horas del día y de la noche. Sloan se sentó en una mesa alta en el centro, con vistas a la entrada. No había una imagen de James el genealogista en el sitio web donde lo había encontrado. Esperaba a un hombre de mediana edad con gafas y un estuche para bolígrafos en el bolsillo, pero en cambio, justo a las nueve de la noche en punto, un joven de veintitantos años entró en el café, miró alrededor, levantó la mano en un saludo sutil y pronunció su nombre moviendo solo los labios. “¿Sloan?”.

“James”, respondió ella, imitándolo.

El hombre asintió y se acercó.

—Soy James Clayton.

Le tendió la mano y Sloan se la estrechó.

—Sloan Hastings —dijo, mirándolo con los ojos entornados—. No pareces un genealogista.

—¿En serio? ¿Qué aspecto debería tener?

—No lo sé. ¿Más mayor, tal vez? ¿Más intelectual?

—¿De friki, quieres decir?

James lucía una barba desaliñada y un peinado de universitario. Se parecía mucho más a un estudiante que a alguien que estudiara árboles genealógicos para ganarse la vida.

—No pasa nada —añadió—. Me lo dicen mucho. Todos esperan encontrarse con un tipo de setenta años con pelo blanco y gafas. Pero no te preocupes, no soy un novato.

—Te creo. Gracias de nuevo por aceptar reunirte tan pronto.

—De nada. La mayor parte de mi trabajo la hago en línea o por teléfono. Es raro que me encuentre con un cliente en persona. Cuando dijiste que estabas en Raleigh, aproveché la oportunidad para salir de mi apartamento y hablar cara a cara con un cliente.

Instantes después, tenían sendas tazas de café frente a ellos.

—¿En qué puedo ayudarte? —preguntó James.

Sloan abrió su ordenador.

—Acabo de comenzar una beca en patología forense.

—¿Qué significa eso? ¿Eres médica forense?

—Todavía no. Pero lo seré en un par de años. Mi primer año de formación estará dedicado a la investigación. Mi tema de interés es la genealogía forense y necesito que alguien que sepa del tema me guíe por los vericuetos de la cuestión.

James sonrió.

—Lo puedo hacer.

—Necesito aprender cómo se están utilizando las bases de datos de genealogía en línea y la información genética que contienen para resolver casos ocurridos hace años que no fueron resueltos en su momento. Me pusieron como ejemplo el del Asesino de California.

James arqueó las cejas.

—Ese fue el primero. Al menos, el primer caso que se hizo conocido. Y sentó un precedente.

—Bien —dijo Sloan, tomando nota en su ordenador—. Empecemos por ahí. Explícame cómo funciona. Dime cómo atraparon al asesino cuarenta años después de que cometiese los crímenes, solo porque un pariente envió su ADN a un sitio web.

—Por supuesto —dijo James—. ¿Cuánto sabes del caso?

—Anoche la jefa de mi departamento me hizo un resumen rápido, pero estoy buscando una explicación más profunda de cómo funciona por dentro la genealogía forense.

—Entiendo. Bien, avísame si me voy demasiado por las ramas.

Sloan asintió y siguió tecleando en el ordenador mientras James hablaba.

—El Asesino de California fue un violador y asesino en serie que asoló el norte de California durante varios años, en los setenta y los ochenta. Allá por los setenta, la tecnología del ADN no era lo que es hoy. Aun así, los investigadores ya sabían lo suficiente como para preservar pruebas de ADN para uso futuro. En el caso del Asesino de California, se extrajo de los kits de pruebas para exámenes de violación.

—Entonces, se les practicaron exámenes de violación a las víctimas y esas muestras se preservaron como pruebas durante décadas.

—Correcto. No fue hasta el año 2017 cuando los detectives de casos no resueltos pisaron el acelerador en su investigación. Eso significa que las muestras obtenidas de los exámenes de violación se habían conservado durante casi cuarenta años en esos kits antes de que se extrajera el ADN de las células de esperma contenidas en ellos.

—Increíble. —Sloan seguía tecleando—. Explícame el proceso. ¿Cómo es que el ADN del asesino, que había estado en poder de la policía durante décadas, de pronto llevó a que se lo identificara cuarenta años después de que cometiese los crímenes?

—En 2017 el caso todavía seguía sin resolverse; un investigador ingenioso decidió enviar a un sitio web de genealogía el ADN del asesino, tomado de uno de esos kits de exámenes de violación, y crear un perfil genético “falso”, en el sentido de que el ADN no pertenecía al detective que creó el perfil. Desde allí, el investigador intentó encontrar coincidencias de ADN con otros usuarios que con total inocencia estaban buscando construir árboles genealógicos y explorar su linaje. Cualquier coincidencia que apareciera, obviamente, pertenecería a un pariente del asesino.

—Ah, ahora lo entiendo. —Sloan continuó tecleando.

—Los investigadores tuvieron que superar muchos obs-táculos legales y, finalmente, lograron convencer a los ejecutivos del sitio web de genealogía de que les permitieran acceso a los datos, aunque todavía hay mucho debate sobre si lo que hizo aquel detective fue ético, por no decir legal. De todos modos, el genealogista finalmente encontró una coincidencia entre el ADN del asesino y el de un pariente, primo segundo, que había enviado su propio ADN y había creado un perfil con el único propósito de investigar sus orígenes. Una vez que las autoridades identificaron al asesino como descendiente de una familia en particular, investigaron a todos los hombres que podían estar emparentados con ese primo segundo. Con el tiempo, se decidieron por un sospechoso.

—¿Cómo hicieron para reducir la búsqueda?

—Al principio fue por zona geográfica. De todos los parientes, solo uno vivía en el norte de California en el momento en el que se cometieron los crímenes. Pero además, los detectives sabían por el perfil de ADN que el asesino tenía ojos azules. Buscaron en los registros de la Dirección General de Tráfico y en la información de los permisos de conducir para confirmar que el hombre al que tenían en la mira también tuviera los ojos azules. Eso fue suficiente para asegurarse una orden judicial. Luego trabajaron discretamente con la empresa de gestión de residuos que recogía la basura del sospechoso y la revisaron hasta encontrar una buena fuente de ADN. Cuando lo analizaron, vieron que coincidía exactamente con el ADN extraído del kit de violación. Listo, caso cerrado.

Sloan tecleó unas últimas palabras.

—Hablaste de problemas legales o éticos por la forma en la que las autoridades manejaron el caso.

—Así es. Uno es que se invade la privacidad de los individuos si las autoridades acceden a estas bases de datos de ADN en línea, ya que las personas que envían su ADN no están dando permiso a las fuerzas del orden para usar sus perfiles. El caso del Asesino de California hizo que muchos de los sitios web de genealogía cambiaran sus políticas de privacidad y algunos incluso han restringido el acceso de las fuerzas del orden a sus bases de datos. Se está convirtiendo en un conflicto complicado y estoy seguro de que pronto habrá legislación al respecto.

—Bien —dijo Sloan, mientras revisaba sus notas—. Necesito entender cómo funcionan estos sitios de genealogía en línea. Si yo quisiera crear un perfil genético o construir un árbol genealógico, ¿qué tendría que hacer?

James asintió.

—Lo primero sería registrarte en línea en uno de los sitios web de genealogía y pagar la tarifa que cobran; luego te enviarían por correo un kit con el equipo necesario. En esencia, se requiere que envíes tu saliva, por lo que te proporcionan un tubo de ensayo en el que escupes varias veces y luego lo devuelves. Luego, la compañía extrae tu ADN de la muestra de saliva. Una vez que tienes un perfil de ADN, inicias la sesión en tu cuenta y buscas si hay coincidencia con otros usuarios, que pueden ser parientes cercanos o lejanos. Desde allí comienzas a construir tu árbol genealógico. Es mucho más complicado, y para ser sincero, la mejor manera de demostrar cómo funciona sería que enviaras una muestra y yo te guiara a través del proceso de construir tu árbol genealógico.

Sloan vaciló.

—Hum, bueno, no sé si quiero llegar tan lejos.

—No es difícil. Solo escupes en un tubo de ensayo. Yo me encargaré del resto.

—No es eso. Lo que pasa es que…

La realidad sacudió a Sloan con la violencia y el estruendo de un tráiler que apareciese de la nada, sin luces, en plena noche y pasase a toda velocidad en dirección contraria.

—¿Pasa algo? —preguntó James.

—Soy adoptada —dijo Sloan por fin—. Creo que no me había puesto a pensar bien en todo esto, pero no tenía intención de rastrear a mis parientes biológicos.

—Ya. —James ladeó la cabeza—. Trabajo con muchos clientes adoptados. Podría ser divertido. Yo te facilitaría todo el proceso y te guiaría una vez que tuvieras los resultados.

Sloan consideró la oferta y pensó en si existirían formas de aprender sobre genealogía en línea sin tener que crear su propio perfil de ADN.

—Supongamos que acepto: ¿cuánto tardan en responder después de que haya enviado mi ADN?

—El primer paso sería crear un perfil en línea. Eso no lleva nada de tiempo. Podrías hacerlo hoy. Luego, por lo general, recibes el kit en una semana y tal vez en seis u ocho semanas ya está listo tu perfil de ADN.

—¿Dos meses? —preguntó Sloan con los ojos muy abiertos.

—Eso es si sigues los canales normales.

Sloan levantó las cejas.

—¿Tienes una manera de evitarlos?

—Por supuesto. Es lo que hago. Soy uno de los genealogistas principales de TuLinaje.com.

—¿Y eso cómo me ayuda?

—Puedo agilizar las cosas. Podríamos tener tu perfil de ADN listo en, digamos, una semana. Y luego podría guiarte con todo el proceso de cómo crear un árbol genealógico, usar tu perfil de ADN para conectarte con parientes lejanos y rastrear tu linaje hasta tiempos antiguos.

Sloan frunció el labio inferior, pensando en sus padres y en cómo se tomarían que investigara su ascendencia y encontrara a sus padres biológicos. Luego pensó en la doctora Cutty y su advertencia sobre postergar las obligaciones. Finalmente asintió.

—De acuerdo, acepto.

CAPÍTULO 5

Raleigh, estado de Carolina del Norte

Miércoles 3 de julio de 2024

A la mañana siguiente, Sloan pasó por la casa de sus padres antes de dirigirse a la morgue para encontrarse con el becario de segundo año al que había sido asignada. Aparcó en la entrada y entró por la puerta principal.

—¿Hola?

Con un padre ortodoncista y una madre odontóloga que trabajaban en el mismo centro dental, sus mañanas de la infancia siempre habían sido un caos controlado. Los desayunos que Sloan veía en la televisión, con beicon y huevos servidos en un acogedor rincón en la cocina, mientras papá bebía café y leía el periódico, eran inexistentes en casa de los Hastings. En lugar de esas mañanas televisivas perfectas, Sloan desayunaba con un rápido tazón de cereales o una barrita energética mientras recogía su mochila y subía al coche de sus padres para que la llevaran al colegio antes de dirigirse al centro odontológico.

—¿Hola? —volvió a gritar desde el vestíbulo.

—En la cocina, cariño —escuchó decir a su madre.

—Hola —saludó Sloan al cruzar la puerta.

—¿Qué haces por aquí?

Dolly Hastings estaba junto a la encimera de la cocina, untando una tostada con mantequilla. Llevaba puesto un uniforme quirúrgico verde. Nunca había habido corbatas ni blusas ni escenas en las que su madre se ponía a toda prisa unos tacones para salir por la puerta. En casa de los Hastings, lo único que Sloan recordaba que sus padres usaran para trabajar eran uniformes quirúrgicos y zapatillas de deporte. De vez en cuando cambiaba el color, pero no mucho más.

—Quería pasar a saludar.

—Mi radar de mentiras detecta algo —anunció su padre bajando por la escalera de servicio.

Todd Hastings también llevaba uniforme quirúrgico, aunque los suyos eran azul claro y tenían imágenes de aparatos de ortodoncia y dientes.

Los doctores Dolly y Todd Hastings, del Centro Hastings de Odontología y Ortodoncia Familiar, no ocultaban su decepción porque Sloan no hubiera seguido sus pasos en la odontología.

—¿Tu primera semana de becaria y pasas a saludar?

Sloan sonrió.

—Así es. Hola, papá.

—No “pasas a saludar” desde que estudiabas Medicina. Solo vienes cuando quieres algo. ¿Será dinero? Creí que esta beca en medicina forense te pagaba una suma decente.

—No. Pero no necesito dinero.

—No le hagas caso a tu padre —dijo su madre—. Se ha vuelto muy pesimista desde que tenemos el nido vacío.

—Pero si eso fue como hace diez años.

—Pues no ha mejorado nada.

—Lo he investigado —dijo su padre—. Los becarios ganan unos setenta mil dólares al año. A estas alturas, estarías ganando el triple si hubieras venido a trabajar con nosotros en cuanto hubieses terminado Odontología.

—Papá, siempre lo olvidas: no estudié Odontología.

—No me lo recuerdes. Pero al menos podrías haber estudiado Cirugía Bucal. Nos vendría bien un buen cirujano en el equipo. ¿Tienes idea de la cantidad de trabajo que le derivamos al cirujano local?

Dolly palmeó el hombro de su esposo.

—Deja en paz a mi hija. ¿Quieres una taza de café, cariño?

—¿Pero, cómo, acaso el café no mancha los dientes? —preguntó Sloan.

—Las bebidas gaseosas son peores —le aseguró su padre—. Lo habrías aprendido si hubieras estudiado Odontología, y tal vez no serías tan adicta al Dr. Pepper.

—Diet —lo corrigió Sloan—. Dr. Pepper Diet.

—Los carbonatos te estropean el esmalte.

—Ay, por favor, basta, los dos —suplicó Dolly.

Sloan sabía que las bromas continuarían durante toda su vida.

Su madre ya lo había superado, pero estaba segura de que su padre nunca aceptaría completamente la idea de que su próspero centro dental algún día sería vendido a alguien que no era de la familia.

Sloan se sentó frente a la isla de la cocina y su madre le entregó una humeante taza de café.

—En serio, cariño —dijo, mirando su reloj—. ¿Pasa algo? Tengo pacientes a las nueve.

—Puede ser —respondió Sloan.

Sus padres esperaron a que continuara.

—Pues, el asunto es este: recibí mi tema de investigación y…

—¿Y qué? —preguntó su madre.

—Es que… tiene que ver con la genealogía forense y eso va a requerir que me zambulla de lleno en los sitios web de genealogía.

—¿Y cuál es el problema? —preguntó su madre con voz medida.

—Bueno, es que…, la mejor manera de empezar la investigación y ver de primera mano cómo funcionan los sitios web es enviar mi ADN. Ya lo he enviado, de hecho, y el genealogista con el que estoy trabajando me va a crear un perfil de ADN. No quería que pensarais que lo estaba haciendo por mi cuenta o a vuestras espaldas.

—Tesoro, creí que pasaba algo malo—dijo su padre.

—¿Entonces, estáis de acuerdo con que investigue mi árbol genealógico?

—Por supuesto. Sabemos muy poco sobre tus padres biológicos —respondió su padre—. Vimos a tu madre en dos ocasiones, pero tu padre biológico no formó parte del proceso. Así que cualquier cosa que descubras sería tan nueva para nosotros como para ti. No nos importa si rastreas a tus padres biológicos. Encuentres lo que encuentres, eres nuestra hija, lisa y llanamente.

La infancia de Sloan —la perfecta, inmaculada experiencia de su niñez— pasó por su mente en destellos aleatorios. Vacaciones familiares en Florida, fiestas de barrio que marcaban las raras ocasiones en las que su padre bebía una copa, los años en el equipo de vóleibol del instituto en los que sus padres la animaban desde las gradas. Recordó cuando iba de pesca con su padre y no se atrevía a tocar los peces que atrapaba, pero sonreía mientras su padre sostenía el pez para la cámara. Sloan había tenido la experiencia única de pasar por la fase incómoda de la ortodoncia adolescente con su propio padre como especialista.

Recordó el verano de viajes en coche que había hecho con su madre para visitar universidades por toda la Costa Este. Su infancia había sido tan normal como podía imaginar. Se había enterado de su adopción a una edad temprana, pero para ella, Dolly y Todd Hastings nunca habían sido otra cosa que su madre y su padre.

—No tengo intención de rastrear a mis padres biológicos. Solo necesito entender cómo funciona el sistema. Cómo la policía y otras fuerzas del orden están utilizando estas enormes bases de datos de ADN para identificar asesinos de crímenes que han quedado sin resolver.

—Lo entendemos, Sloan —le aseguró su madre—. Tal vez, no lo sé, quieras compartir con nosotros lo que descubras. Si de verdad los encuentras… —Dolly miró a Todd—. Nos gustaría saberlo. Hemos pensado en ello a lo largo de los años.

Sloan asintió despacio.

—Supongo que dependerá de lo que encuentre. No hay garantías de que enviar mi ADN lleve a encontrar a mis padres biológicos. Puede que mi perfil no coincida con el de nadie del sitio. Solo quería que supierais que voy a comenzar el proceso.

Su padre asintió.

—Entonces, ¿de verdad no necesitas dinero?

—Ay, papá, eres tan…

—Ya lo sabe, cariño. Ya lo sabe.

CAPÍTULO 6

Raleigh, estado de Carolina del Norte

Miércoles 10 de julio de 2024

Sloan estaba junto al doctor Hayden Cox, observando cómo cerraba la incisión en forma de Y que se extendía desde los hombros del cadáver hasta unirse en el esternón y descender luego hasta debajo del ombligo. El doctor Cox era el becario de segundo año que estaría a cargo de supervisarla. Utilizaba grapas gruesas y poco estéticas para cerrar la incisión, un espectáculo que revolvería el estómago de un cirujano plástico. Pero dado que el próximo destino era un ataúd, donde el cuerpo estaría completamente vestido y la incisión irregular no quedaría a la vista, la estética no se tomaba en cuenta en esta etapa del proceso.

—Listo, terminado —dijo el doctor Cox, mientras se quitaba los guantes quirúrgicos con un chasquido—. Llévalo al frigorífico y luego prepararemos el informe.

Sloan acababa de observar la primera autopsia de su carrera. Con ayuda de dos técnicos, trasladó el cadáver a una camilla y lo llevó a la fila de frigoríficos en la parte posterior de la morgue. Verificó que estuviera debidamente etiquetado y empujó la camilla adentro. Desde el pasillo, miró hacia la morgue a través de la ventana de observación. A diferencia de la mesa en la que ella y el doctor Cox acababan de terminar, que estaba vacía y aislada, el resto estaban llenas. Becarios, residentes y asistentes se agrupaban alrededor de cada mesa de autopsias, estudiando los cadáveres que yacían sobre ellas. Las luces superiores iluminaban los espacios de trabajo; Sloan se imaginó allí al año siguiente, realizando sus propias autopsias y descubriendo las pistas ocultas en cada cuerpo que explicarían cómo había ocurrido la muerte.

En el vestuario, Sloan dejó su uniforme de quirófano en el cesto de la lavandería y se cambió con ropa de calle. Su teléfono vibró sobre el estante superior de su taquilla. Revisó el identificador de llamadas. James, el genealogista. Había pasado poco más de una semana desde que Sloan había enviado su ADN. Una corriente de energía nerviosa le recorrió el cuerpo, seguida de una punzada de culpa. La adopción había sido un tema del que sus padres habían hablado abiertamente desde que Sloan era una niña, lo cual había disipado cualquier deseo de buscar a sus padres biológicos. Sin embargo, poco a poco, durante los últimos días, un entusiasmo desconocido había comenzado a agitarse en su interior ante la idea de descubrir quién la había dado a luz y por qué habían decidido darla en adopción.

Sloan se llevó el teléfono a la oreja.

—Hola, James, ¿todo bien?

—Sí, bueno…, por eso te llamaba. Encontré algo… raro en tu perfil de ADN. Quedemos para hablarlo. Estoy libre más tarde esta noche. ¿Nos vemos en el café otra vez?

Sloan sintió que le sudaban las manos y le subía el calor por el cuello y las mejillas.

—¿Qué te parece si vienes a mi casa? O voy yo a la tuya.

—Iré yo —respondió James—. Envíame tu dirección por mensaje. Estaré libre a las ocho.

—James —dijo Sloan—. ¿Es algo malo?

Hubo una larga pausa.

—Todavía no lo sé con certeza. Nos vemos esta noche.

CAPÍTULO 7

Raleigh, estado de Carolina del Norte

Miércoles 10 de julio de 2024

Sloan esperó ansiosamente mientras el reloj avanzaba. Trató de terminar su informe sobre la autopsia en la que había participado esa mañana, pero su mente se negaba a concentrarse en los detalles del paciente con sobredosis, los resultados toxicológicos, el peso del bazo o cualquier otra cosa que no fuera lo que James había descubierto sobre su perfil de ADN. Misericordiosamente, el timbre sonó a las ocho y media de la noche.

—Hola —dijo ella tras abrir la puerta—. Pensé que te habías perdido.

—Perdón, me he retrasado.

—Pasa. ¿Quieres una cerveza o alguna otra cosa? Ya tienes edad como para beber alcohol, ¿no?

James sonrió.

—¿Quieres que te enseñe el carnet?

—Te creo.

Sloan cerró la puerta de su apartamento, que consistía en una cocina con desayunador, una sala y un dormitorio.

—Podemos trabajar en la mesa de la cocina.

Buscó en la nevera mientras James sacaba su portátil y unos papeles de la mochila.

—Tengo cerveza Coors Light o un refresco con alcohol.

—La Coors me va bien, gracias.

Le entregó una lata de cerveza, abrió su propia bebida alcohólica y se sentó frente a James.

—La llamada me puso bastante nerviosa, no te voy a mentir —dijo—. ¿Qué has encontrado?

James abrió su portátil y tecleó su contraseña; luego miró a Sloan.

—Por lo general, empiezo las consultas haciendo preguntas sobre la familia del cliente. Como eres adoptada, no tenemos acceso a esa información de antecedentes, pero no es un problema. Trabajo con muchos clientes adoptados que buscan a sus padres biológicos. Pero en tu caso…

—¿Sí?

—Tu perfil de ADN —dijo James, tecleando en su portátil— cuenta una historia interesante.

—¿Interesante en qué sentido?

—Empecemos por lo que sabemos con certeza. Eres adoptada. Parte de mis servicios incluyen confirmar este hecho comparando tu ADN con el de tus padres adoptivos y cualquier miembro de la familia Hastings. No tengo acceso al ADN de tus padres, pero me diste suficiente información sobre ellos como para hacer una buena investigación sobre la familia Hastings en general. Creé un árbol genealógico parcial y puedo decirte con certeza que no tienes conexiones ancestrales con la familia Hastings.

Sloan asintió.

—Eso lo sabíamos; entonces, ¿qué te tiene tan preocupado?

James inspiró hondo.

—Después de crear tu perfil de ADN y comenzar a compararlo con los usuarios de la base de datos, encontré algo… raro.

Giró su portátil para que Sloan pudiera ver la pantalla.

—Mi búsqueda muestra que eres descendiente de la familia Margolis. Mi investigación y la búsqueda de tus parientes biológicos, sumadas a las coincidencias que aparecieron en tu perfil genético, sugieren que tu nombre de nacimiento era Charlotte Margolis.

Sloan entornó los ojos.

—¿Mi nombre de nacimiento? —Negó con la cabeza—. ¿Pero qué estás diciendo? ¿Que mis padres biológicos me dieron un nombre antes de entregarme en adopción?

—Ojalá fuera tan sencillo. —James señaló la pantalla—. Mira, así es como funciona el sistema: envío tu perfil de ADN a la base de datos para ver si muestra coincidencias con el de la familia de algún usuario del sitio web de genealogía. A veces obtenemos una coincidencia con un pariente lejano como un primo tercero o cuarto, otras veces damos en el blanco y coincidimos directamente con los padres biológicos. En tu caso, tu perfil tuvo coincidencias con Ellis y Nora Margolis. Ellis Margolis es tu tío biológico. Su esposa, Nora Davies Margolis, es tu tía política. O sea que Ellis es hermano de tu padre biológico.

“Margolis. Margolis. Margolis”.

El apellido resonaba en la mente de Sloan como si alguien hubiera tocado una campana cerca de su oído.

—Nora Margolis es muy activa en la web de genealogía en línea —continuó James—. Ha hecho público su perfil y ha creado un árbol genealógico extenso tanto de su propia familia biológica como de la familia Margolis, con la que se unió por matrimonio.

—Bien —dijo Sloan, moviendo la cabeza—. Entonces mi perfil de ADN coincidió con Nora y Ellis Margolis. ¿A partir de ahí encontraste a mis padres biológicos?

—Exacto. Tus padres biológicos se llaman Preston y Annabelle Margolis.

Sloan tragó saliva con dificultad. “Preston y Annabelle”. Estaba entrando por un portal en un pasado que nunca había tenido intención de explorar y no podía comprender del todo las emociones que aparecían con el descubrimiento de los nombres de sus verdaderos padres.

Parpadeó varias veces para contener las lágrimas que se habían acumulado en sus ojos.

—Pero…, entonces, ¿cómo llegaste a la conclusión de que mi nombre de nacimiento era Charlotte Margolis?

—Hice algunas investigaciones sobre Preston y Annabelle Margolis, y también sobre su hija. Charlotte nació el 11 de mayo de 1995, en la localidad de Cedar Creek, en el estado de Nevada. Los registros del condado de Harrison tienen una copia del certificado de nacimiento de Charlotte Margolis, donde figuran Preston y Annabelle como los padres. También hay un número de seguridad social en el archivo.

Sloan negó con la cabeza.

—No lo entiendo. Si mis padres biológicos me dieron en adopción, ¿por qué me darían un nombre? ¿Y por qué me habrían registrado como su hija en ese condado, o lo que sea? No tiene ningún sentido si pensaban darme en adopción.

—Esa es la cuestión. Tus padres no te dieron en adopción.