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Los piratas ocupan un lugar destacado en el imaginario popular, con un atractivo particular en la idea de la lucha por la libertad, la igualdad, el romanticismo, las hazañas audaces, la búsqueda de tesoros y el desafío al orden social. Sin embargo, ¿cómo era realmente la vida en un barco pirata? La piratería era una profesión arriesgada, a menudo mortal, en la que las órdenes estrictas resultaban esenciales para la supervivencia de todos. A partir de fuentes primarias, como relatos de testigos, baladas, noticias, procesos judiciales y diarios marítimos, El código pirata explica cómo estas leyes fueron clave en el éxito de los piratas tanto en la batalla en el mar como en tierra. Además de desmontar mitos, es un retrato colectivo de los piratas menos conocidos y olvidados por la historia.
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Seitenzahl: 419
Veröffentlichungsjahr: 2024
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El libro:
Los piratas ocupan un lugar destacado en el imaginario popular, hay algo muy atractivo en la idea: la lucha por la libertad, la igualdad, el romanticismo, las hazañas audaces, la búsqueda de tesoros y de trastornar el orden social. Pero ¿cómo era la vida en un barco pirata? La piratería era una profesión arriesgada, a veces mortal, y las órdenes estrictas eran esenciales para la supervivencia de todos. A partir de fuentes primarias como relatos de testigos, baladas, noticias, procesos judiciales y diarios marítimos, El código pirata explica cómo estas leyes fueron la clave del éxito de los piratas en la batalla, tanto en el mar como en tierra. Además de desmontar mitos, es un retrato colectivo de los piratas menos conocidos y olvidados por la historia.
Rebecca Simon es profesora de Historia en el Santa Monica College. Sus temas de investigación incluyen la historia colonial americana, la historia jurídica de Estados Unidos, las sociedades coloniales, la educación, el crimen, los castigos y la muerte en la Edad Moderna temprana. Ha escrito Why We Love Pirates: The Hunt for Captain Kidd and How He Changed Piracy Forever (2020) y Pirate Queens: The Lives of Anne Bonny and Mary Read(2022).
Título original: The Pirates’ Code: Laws and Life Aboard Ship
© Rebecca Simon, 2023
First published by Reaktion Books, London, 2023
© Traducción: Manuel Manzano
© Malpaso Holdings, S. L., 2024
Riera de Sant Miquel, 30, sótano 3
08006 Barcelona
www.malpasoycia.com
ISBN: 978-84-19154-91-0
Primera edición: 2024
Maquetación: Bernat Ruiz Domènech
Diseño de cubierta: Ezequiel Cafaro
Producción digital: Ebuuky
Bajo las sanciones establecidas por las leyes, quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización por escrito de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento mecánico o electrónico, actual o futuro (incluyendo las fotocopias y la difusión a través de Internet), y la distribución de ejemplares de esta edición mediante alquiler o préstamo, salvo en las excepciones que determine la ley.
Para Adelaide Ever Egbert, como introducción a la pasión de su tía por la piratería
Cubierta de A General History of the Pyrates (1724), del capitán Charles Johnson.
La película de 2003, Piratas del Caribe: La maldición de la Perla Negra, primera entrega de la franquicia cinematográfica de gran éxito, suscitó una nueva ola de interés popular por la piratería. Desde el estreno, su atracción homónima en Disneyland ha recibido un cambio de imagen para incorporar el argumento de la película. Innumerables pódcasts han dedicado episodios o series enteras a la historia de la piratería, han aumentado los foros en línea sobre el tema y las series de televisión Black Sails (2014-2017) y Our Flag Means Death (2022) crearon un espacio totalmente nuevo para el género.
La historia de la piratería desde la época antigua hasta la moderna siempre ha sido un motivo de fascinación. Puede que el interés por ella fluya y refluya, pero ha demostrado ser un pilar de la cultura popular, y existe una gran comunidad activa de historiadores de la piratería en todo el mundo. En la cultura popular, la vida de los piratas es la parte más intrigante de esta historia. ¿Quiénes eran estos marineros? ¿Por qué eligieron una vida de piratería? ¿Y cuáles son las verdades que se esconden tras esta vida?
La maldición de la Perla Negra entreteje el contexto histórico con la mitología para poner en primer plano la vida de los piratas. Uno de los temas principales es el «cumplimiento del código». El código se menciona por primera vez cuando la protagonista femenina, Elizabeth Swann (hija del gobernador de Port Royal), es capturada e invoca el derecho de parlamentar. «Según el Código de los Hermanos establecido por los piratas Morgan y Bartholomew, tienes que llevarme ante tu capitán», dice ella. «Si un adversario te exige parlamentar, no puedes hacerle daño hasta que el diálogo se haya completado». Los piratas no tienen más remedio que obedecer, y así comienza su aventura. El otro código al que se hace referencia a lo largo de la película es el de dejar atrás a cualquier rezagado. En este caso, se les dice que «se atengan al código».1
Aunque estos códigos eran ficticios, los piratas reales del siglo XVIII tenían, de hecho, su propio conjunto de reglas. Es probable que Elizabeth Swann se refiriera a los piratas del siglo XVII Henry Morgan y Bartolomeu Português, el primero de los cuales sí mantenía su propio conjunto de normas y reglamentos, más conocidos como «artículos». En la década de 1720, surgieron cuatro piratas con conjuntos de códigos que establecían las normas de conducta pirata en los barcos: Edward Low, George Lowther, Bartholomew Roberts y John Phillips. Los artículos de Low son los más significativos porque el suyo fue el único conjunto que se publicó para uso general, en la edición del 1 de agosto de 1723 del Boston News-Letter, y en The Tryals of Thirty-Six Persons for Piracy, Twenty-Eight of them upon Full Evidence were Found Guilty and the Rest Acquitted, publicado el mismo año. La única otra fuente que publica íntegramente los códigos de los piratas es la obra del capitán Charles Johnson, A General History of the Pyrates (1724), que pertenecía a los otros tres capitanes. Todos los artículos de los piratas eran similares, pero cada uno hacía hincapié en mantener a raya a sus tripulaciones y garantizar la lealtad. El propósito principal de los códigos pirata era prevenir conflictos y mantener un barco pacífico y ordenado. Los códigos más significativos que garantizaban el éxito de una tripulación eran los que indicaban los castigos para el robo y la violencia, las dos causas principales del desorden.2 Los artículos de Edward Low eran los más tolerantes en cuanto a castigos, pese a que era conocido por ser uno de los piratas más violentos y crueles que existieron durante la edad de oro de la piratería, al menos con sus víctimas.
Los artículos del capitán Edward Low y su compañía:
1. El capitán tendrá dos partes completas; el patrón una parte y media; el médico, el compañero, el artillero, el carpintero y el contramaestre una parte y cuarto.
2. Aquel que sea hallado culpable de golpear o tomar cualquier arma ilegal, ya sea a bordo de un barco apresado, o a bordo del corsario, sufrirá el castigo que el capitán y la mayoría de la compañía consideren apropiado.
3. Aquel que sea hallado culpable de cobardía en el momento del abordaje, sufrirá el castigo que el capitán y la mayoría de la compañía consideren oportuno.
4. Si a bordo de un barco apresado se encuentran joyas, oro o plata por valor de una pieza de ocho, y el descubridor no las entrega al intendente en el plazo de veinticuatro horas, sufrirá el castigo que el capitán y la mayoría de la compañía consideren oportuno.
5. Aquel que sea hallado culpable de jugar a los juegos de azar o a las cartas, o de defraudar o engañar a otros por el valor de un real de plata, sufrirá el castigo que el capitán y la mayoría de la compañía consideren apropiado.
6. Aquel que sea culpable de embriaguez durante un abordaje, sufrirá el castigo que el capitán y la mayoría de la compañía consideren apropiado.
7. Aquel que tenga la desgracia de perder alguna de sus extremidades durante un abordaje al servicio de la compañía, recibirá la suma de seiscientas piezas de ocho, y se le mantendrá en la compañía todo el tiempo que desee.
Los artículos del capitán George Lowther y su compañía, del capitán Charles Johnson, A General History of the Pyrates (1724).
8. Se dará cuartel [misericordia] cuando se pida.
9. El primero en ver una vela tendrá la mejor pistola o arma pequeña que haya a bordo.
10. Y, por último, nada de peleas con armas en el barco.3
Los artículos de George Lowther son significativos porque, de estos cuatro piratas, es el único que demuestra la naturaleza democrática de su barco. Los castigos de casi todas las violaciones de los artículos enumerados fueron decididos tanto por el capitán como por la tripulación. No solo eso, sino que hace hincapié en las recompensas por los trabajos bien hechos:
Los artículos del capitán George Lowther y su compañía:
1. El capitán obtendrá dos partes completas; el patrón, una parte y media; el médico, el oficial, el artillero y el contramaestre, una parte y cuarto.
2. Quien sea hallado culpable de golpear o blandir cualquier arma ilegal, ya sea a bordo de un barco apresado, o a bordo del corsario, sufrirá el castigo que el capitán y la mayoría de la compañía consideren oportuno.
3. Quien sea hallado culpable de cobardía en el momento del abordaje, sufrirá el castigo que el capitán y la mayoría consideren oportuno.
4. Si se encuentran oro, joyas, plata, etc. a bordo de cualquier barco o barcos apresados por valor de una pieza de a ocho, y el descubridor no lo entrega al intendente en veinticuatro horas, sufrirá el castigo que el capitán y la mayoría crean conveniente.
5. Quien sea hallado culpable de apostar o defraudar a otro por valor de un chelín, sufrirá el castigo que el capitán y la mayoría de la compañía consideren oportuno.
6. Quien tenga la desgracia de perder una extremidad durante el combate, recibirá la suma de ciento cincuenta libras esterlinas, y permanecerá con la compañía el tiempo que considere oportuno.
7. Cuando se solicite, se dará cuartel [misericordia].
8. El primero en ver una vela tendrá la mejor pistola o arma pequeña a bordo.4
Los artículos de los capitanes Roberts y Phillips eran similares a los de Low y Lowther, en el sentido de que estos incluían promesas de reparto equitativo entre la tripulación e indemnizaciones por lesiones, reglas contra la bebida y el juego, y normas sobre el cuidado de las armas. Sin embargo, existía un marcado contraste entre estos dos últimos hombres y los primeros. Estos últimos hacían hincapié en los crueles castigos que recibiría cualquier pirata que los desobedeciera. Los artículos del capitán Roberts eran los siguientes:
Los artículos de Bartholomew Roberts:
1. Cada hombre tiene un voto en los asuntos cotidianos; tiene el mismo derecho a las provisiones frescas, o a los licores fuertes, incautados en cualquier momento, y puede utilizarlos a placer, a menos que una escasez haga necesario, por el bien de todos, establecer un racionamiento.
2. Cada hombre debe ser llamado a su debido turno, por lista, a bordo de los barcos apresados porque (además de su parte correspondiente) se le permite un cambio de ropa, pero si defraudan a la compañía por valor de un dólar, en platos, joyas o dinero, serán abandonados como castigo. Si el robo es solo entre unos y otros, se contentarán con cortar las orejas y la nariz del culpable, y lo pondrán en la orilla, no en un lugar deshabitado, sino en algún sitio donde esté seguro de encontrar tribulaciones.
3. Nadie jugará a las cartas o a los dados por dinero.
4. Las luces y las velas deben apagarse a las ocho de la noche: si alguno de la tripulación, después de esa hora, sigue inclinado a beber, debe hacerlo en cubierta.5
5. Deben mantenerse los cañones, las pistolas y los sables limpios y aptos para el servicio.
6. No se admiten a bordo a niños ni mujeres. Si cualquier hombre fuera encontrado seduciendo a cualquiera del sexo opuesto, y la llevase al mar disfrazada, sufrirá la muerte.
7. Abandonar el barco o eludir el servicio durante una batalla se castigará con la muerte o el abandono.
8. No se permiten las peleas a bordo. Se pondrá fin en la costa, a espada y pistola. Si, tras disparar, ninguno acierta, se batirán con sus espadas, siendo declarado vencedor el que consiga la primera sangre del rival.
9. Ningún hombre puede abandonar esta forma de vida hasta que haya compartido mil libras en el fondo común. Si para conseguirlo alguien pierde un miembro, o resulta lisiado en acto de servicio, recibirá ochocientos dólares del fondo común, y para heridas menores, una cantidad proporcional.
10. El capitán y el intendente recibirán dos partes de un botín; el patrón, el contramaestre y el artillero, una parte y media; y los demás oficiales una y cuarto.
11. Los músicos dispondrán de un día de descanso, pero los otros seis días y noches no dispondrán de dispensa.6
Los artículos del capitán John Phillips figuraban así:
Los artículos a bordo del Revenge:
1. Todos los hombres obedecerán al mando civil; el capitán tendrá una parte y media en todos los botines; el patrón, el carpintero, el contramaestre y el artillero tendrán una parte y cuarto.
2. Si algún hombre estuviera dispuesto a huir, o guardara algún secreto a la compañía, se le abandonará con un bote de pólvora, una botella de agua, un arma pequeña y munición.
3. Si un hombre roba algo de la compañía o del botín por valor de una pieza de a ocho, será abandonado o fusilado.
4. Si en algún momento nos encontramos con otro bucanero (es decir, pirata), aquel hombre que firme sus artículos sin el consentimiento de nuestra compañía sufrirá el castigo que el capitán y la compañía consideren oportuno.
5. Aquel que golpee a otro mientras estos artículos estén en vigor, recibirá la Ley de Moisés (es decir, cuarenta rayas [azotes] menos una) en la espalda desnuda.
6. Aquel hombre que use sus armas o fume tabaco en la bodega sin un casquillo en su pipa, o lleve una vela encendida sin una linterna, sufrirá el mismo castigo que el artículo anterior.
7. Aquel hombre que no mantenga sus armas limpias, aptas para un abordaje, o descuide sus deberes, se le descontará su parte, y sufrirá cualquier otro castigo que el capitán y la compañía consideren oportuno.
8. Si algún hombre pierde una articulación durante un combate, recibirá cuatrocientas piezas de ocho; si es una extremidad entera, ochocientos.
9. Si en algún momento nos encontramos con una mujer prudente, aquel hombre que intente entrometerse con ella sin su consentimiento sufrirá la muerte.7
Jacob Bucquoy, un antiguo prisionero de un barco pirata que presenció el proceso de firma de los artículos, los describió así:
Cada banda o asociación tiene sus leyes y estatutos, que son acordados por consenso y firmados por los interesados que se comprometen a defenderlos colocando, a la manera inglesa, dos dedos sobre una biblia […].
El primer artículo de su código declara enemigos a todos los que no forman parte de su compañía, permite el uso de la fuerza o la astucia para apoderarse de sus bienes, ordena a cada hombre no tener consideración ni piedad con nadie y dar muerte a cualquiera que se resista o se defienda, incluso a su propio padre.
El siguiente artículo obliga a cada hombre, bajo pena de muerte, a ser fiel y prestar ayuda a cualquiera que se encuentre en peligro.
Otro artículo permite el saqueo de los barcos apresados, pero lo tomado debe ser entregado al intendente, bajo pena de flagelación y confiscación en el fondo común de todas las posesiones del culpable.
El código es muy severo contra la violencia cometida sobre las mujeres que viajan en los barcos apresados, que deben ser llevadas a tierra lo antes posible y, si no hay tierra a la vista, deben ser abandonadas a los peligros del mar […].
Tales son las principales disposiciones del código cuyo objetivo es mantener la paz en cada buque y fomentar el valor y el vigor contra el enemigo. Los piratas estaban totalmente comprometidos con estas obligaciones, y las habían aceptado voluntariamente.8
Sin embargo, numerosas fuentes primarias mencionan que a los recién reclutados y a los forzados se les obligaba firmar estos artículos al entrar en el barco. Los piratas forzados eran marineros a los que se presionaba para que se dedicaran a la piratería por varias razones: para sustituir a los miembros de la tripulación que morían en combate, para pedir rescate o para ser contratados como trabajadores cualificados, como cirujanos o médicos, carpinteros, toneleros, navegantes, músicos, entre otros.9 Si tenían la suerte de sobrevivir a su etapa como piratas, podían proporcionar un excelente testimonio en los juicios contra los piratas, ya fuera como acusados o como testigos. El pirata forzado debía tener mucho cuidado con lo que decía, sobre todo si él mismo estaba siendo juzgado por piratería. Cualquier hombre que fuera reclutado en un barco pirata debía firmar los artículos, y esto ya le implicaba. Por lo tanto, tenía que describir su situación con tanto detalle como pudiera, incluyendo tantos relatos de barbaridades contra él como fuera posible. Su vida dependía de sus propias palabras.
Una de las defensas más comunes era muy sencilla: que había sido amenazado de muerte a menos que firmara los artículos. Este fue el caso de varios hombres de diferentes barcos que fueron capturados por el capitán pirata Bartholomew Roberts.10 Roberts y sus hombres atacaron al Swallow, capitaneado por Joseph Trahern. Trahern intentó apelar a Roberts para que lo liberara, sin éxito; en su lugar, «fue arrastrado a la firma de los artículos; que fue el último de sus hombres que los firmó, y quien se mostró más reacio a hacerlo». El primer oficial de Trahern, George Fenn, se enfrentó a una situación similar, pero tenía una ventaja a su favor: era holandés, no inglés, y «había oído que los piratas no aceptarían extranjeros». Como resultado no fue obligado a firmar ningún artículo. Uno de sus compañeros de prisión, Stephen Thomas, que ya había sido absuelto, lo verificó bajo juramento. Tanto Trahern como el primer oficial, Fenn, fueron absueltos gracias al testimonio de testigos oculares.11
El capitán Bartholomew Roberts con dos barcos, grabado del capitán Charles Johnson, A General History of the Robberies and Murders of the Most Notorious Pyrates (1724).
Otro miembro de la tripulación de Trahern, William Philips, también fue juzgado pero su situación resultó ser muy diferente. Hizo un relato gráfico de las diversas crueldades y violencias cometidas contra él. Fenn relató como testigo presencial que Philips «se había visto obligado a firmar los artículos pirata aquella noche» bajo amenaza de muerte, pero dicho testimonio fue la perdición de Philips. Según Fenn, Philips había sido un problema en el barco de Trahern, desobedeciendo órdenes con frecuencia hasta el punto de que el capitán le había amenazado con cortarle las orejas como castigo. Una vez que Philips firmó los artículos, Fenn dijo que creía que «desde su corazón, [Philips] entró como voluntario», lo que significa que se convirtió felizmente en un pirata activo. Philips fue declarado culpable y ejecutado.12
Roberts siguió capturando cada vez más hombres que se veían obligados a convertirse en piratas. Henry Glasby, primer oficial del capitán Cary que comandaba el Samuel, de Londres, fue arrojado por la borda varias veces y mutilado cuando se negó repetidamente a firmar sus artículos. Los piratas intentaron convertirle en uno más de la tripulación compartiendo con él la parte correspondiente de algunos botines, pero Glasby las rechazó. Consiguió escapar cuando desembarcaron en las Indias Occidentales, porque había entablado amistad con uno de los piratas, que le dio la oportunidad de marcharse. Como Glasby no firmó los artículos ni se quedó con la parte que le correspondía, fue declarado inocente de piratería.13
Portada de A. O. Exquemelin, De Americaensche zee-roovers (1678; en inglés como The Buccaneers of America).
Una situación similar le ocurrió a William Guineys, segundo oficial del Porcupine, que fue incendiado por piratas. Sobrevivió intentando mantener el favor de los piratas, llegando incluso a compartir una comida con el capitán, y finalmente firmó los artículos. Sin embargo, Guineys no se llevó parte de ningún botín. Cuando intentó escapar a otro barco, los piratas le amenazaron con matarle, pero al final consiguió desertar sin ser descubierto en un momento de conflicto. Richard Wood, compañero de tripulación de Guineys en el Porcupine, también fue hecho prisionero y recibió una paliza tan brutal que quedó cojo de por vida. El Porcupine transportaba a personas esclavizadas, y Wood se vio obligado a liberar a los prisioneros y entregarlos a los piratas. Al igual que Guineys, Wood tuvo que firmar los artículos, pero no recibió parte de ningún botín. Ambos hombres fueron absueltos de piratería.14
El capitán Edward Low, a pesar de tener el código pirata más neutro, fue uno de los más violentos que navegaron durante el siglo XVIII. Obligaba a los hombres a jurar por los artículos y luego actuaban como piratas voluntarios. Al menos, esto es lo que afirmó un hombre llamado John Brown cuando fue juzgado por piratería. Brown declaró que Low «le dio una paliza de muerte para obligarle a firmar los artículos». y que por eso se convirtió en un miembro activo de la tripulación. Como estaba a bordo del barco y participó en uno de los muchos ataques piratas de Low, fue declarado culpable de piratería y ejecutado.15
Casi todos los relatos de hombres obligados a firmar los artículos tienen algo en común: firmaban por miedo a perder la vida o para evitar terribles castigos, que era su principal defensa cuando eran capturados por las autoridades. Este fue el caso de Bridstock Weaver, obligado a subir a un barco capitaneado por un tal John Smith. En un principio, los piratas prometieron a Weaver que le liberarían siempre que entregara bienes como «cuatro toneles de sidra», pero finalmente le maniataron para que subiera a su barco, el Good Fortune. Le arrastraron hasta una mesa y le dijeron que firmara los artículos y jurara lealtad con la mano sobre una biblia. Se situó «ante un gran espejo», con dos hombres detrás de él «con pistolas cargadas para dispararme si me negaba, de modo que me aterrorizaron para que accediera».16
Algunos piratas liberaban a los prisioneros que no querían firmar los artículos y unirse a la tripulación, pero esto tenía un grave coste. Un hombre llamado Richard Hawkins, capturado por el pirata Francis Spriggs, describió la negativa de su compañero de tripulación a firmar. El hombre no mostró miedo y «se mantuvo sereno y serio». Cuando la tripulación pirata le preguntó si firmaría los artículos, mantuvo la calma y mintió diciendo que no podía firmar porque tenía una familia y una hacienda que cuidar. Sorprendentemente, los piratas accedieron, pero le dijeron que «le daríamos la baja a su espalda» y recibió diez latigazos de cada persona del barco pirata. Hawkins no dijo si su compañero de tripulación sobrevivió a la terrible experiencia.17
Estos artículos pirata fueron exclusivos de lo que a menudo se denomina la edad de oro de la piratería. Se trata de un periodo de tiempo en el que la piratería organizada fluctuó durante tres «hornadas» en los siglos XVII y XVIII. La primera ola tuvo lugar aproximadamente entre 1650 y 1680, conocida como el periodo bucanero, cuando piratas franceses, ingleses y holandeses aterrorizaron las Indias Occidentales y las costas sudamericanas. Se les denominaba bucaneros (de la palabra francesa boucanier, que hace referencia a ahumar carne) porque estos piratas, especialmente los franceses, eran conocidos por asar carne en tierra y en sus barcos, una práctica bastante inusual para los marineros. La segunda ronda fue la piratería británica en el Océano Índico durante la década de 1690, que incluye las actividades de los conocidos capitanes pirata Henry Avery y William Kidd, que casi acabaron con el comercio británico con la India. La tercera y más infame oleada pirata, y con la que la mayoría de la gente está familiarizada, tuvo lugar entre 1713 y 1730, aproximadamente. Es el periodo en el que famosos piratas como Benjamin Hornigold, Edward Teach (conocido comúnmente como Barbanegra), Jack Rackham, Anne Bonny, Mary Read, Stede Bonnet, Charles Vane y el mencionado Edward Low (entre otros) lideraron bandas organizadas. Este periodo se conoció por la Guerra contra los Piratas, una campaña de exterminio dirigida por el Gobierno británico. Se enfrentaron a «una camarilla de veinte a treinta comodoros18 piratas y unos cuantos miles de tripulantes» que se conocían entre sí. Muchos de ellos eran corsarios veteranos de la guerra de sucesión española (1701-13) que habían decidido embarcarse en la piratería. Se dice que durante esta tercera oleada había entre 1.800 y 2.400 piratas navegando por el océano Atlántico y sus alrededores entre 1716 y 1718, y entre 1.500 y 2.000 entre 1719 y 1722. Entre 4.500 y 5.000 marineros fueron «a la cuenta», es decir, se convirtieron en piratas. La mayoría de los piratas tenían entre veinte y veinticinco años, algunos tan solo catorce y otros hasta cincuenta. Era una vida peligrosa; la mayoría de los piratas solo duraban uno o dos años antes de morir o ser capturados.19
La mayoría de los piratas se concentraban en las Indias Occidentales. En su libro The History of the Buccaneers of America, Alexandre Exquemelin daba tres razones por las que los piratas preferían esta zona. En primer lugar, la gran extensión de islas y cayos deshabitados era un lugar ideal para que los piratas se refugiaran y ocultaran su botín en caso necesario. La segunda razón es porque el comercio marítimo en el Caribe era muy activo gracias a sus extensas rutas comerciales de barcos españoles, franceses, holandeses e ingleses, lo que daba a los piratas amplias oportunidades. Por último, las Antillas dificultaban la persecución: «Las muchas pequeñas ensenadas, lagunas y puertos, en estas islas y cayos solitarios, [ofrecían] una seguridad natural», lo que significaba que los piratas podían evitar el acoso de los funcionarios del Almirantazgo británico y de la Royal Navy.20
Tortuga y Jamaica se convirtieron en infames paraísos piratas, a pesar de que la ley inglesa fue declarada formalmente en Jamaica en 1664, y de nuevo en 1674.21 Estas islas desalentaron a los navegantes que desconocían su geografía debido a sus peligrosas costas. El aislamiento de la región y la dificultad del terreno hicieron que las islas resultaran atractivas para los vagabundos, los esclavos fugitivos (que huyeron a las montañas y formaron comunidades de «cimarrones»), los sirvientes, los delincuentes trasladados, las prostitutas, los disidentes religiosos o las minorías, los criminales, los radicales religiosos y los presos políticos, que obtenían una nueva libertad en estas zonas.
Pero mientras los piratas navegaban impunemente por todo el Caribe, la zona fue escenario de conflictos entre las principales potencias europeas durante el siglo XVII. Las constantes guerras y rivalidades dieron lugar a múltiples tratados y treguas, lo que provocó que varias islas importantes cambiaran frecuentemente de manos. Jamaica fue a menudo objeto de estos conflictos. Sus puertos y su proximidad a otras islas la hacían deseable para los ingleses. La Corona insistió en que la isla quedara bajo control británico porque su pérdida «significaría la pérdida de todos los intereses ingleses en las Indias Occidentales».22 Las aguas del Caribe eran políticamente inestables y las autoridades estaban demasiado ocupadas para perseguir a los piratas, incluso mientras estos podían atacar a los extenuados barcos ingleses con relativa facilidad.
Los ingleses se enfrentaron a retos adicionales para mantener el control porque los líderes de las plantaciones caribeñas no eran espectadores inocentes, y ni siquiera víctimas de la piratería. Nicholas Trott, gobernador de las Bahamas, era conocido por hacer frecuentes tratos con Henry Avery y su tripulación en 1695. El siguiente gobernador, Read Elding, incluso fue acusado de piratería.23 Hacer tratos con piratas permitió que una riqueza sin precedentes pasara de las islas a los bolsillos de los gobernadores. Los piratas traían mercancías de circulación restringida que los colonos no podían conseguir debido a las Leyes de Navegación, que habían ahogado el comercio con naciones no británicas desde 1651 en un intento de paralizar la economía española. Sin embargo, las Leyes de Navegación consiguieron lo contrario: estrangularon el comercio colonial y empujaron a muchos colonos a buscar vías ilegales para conseguir las mercancías y divisas deseadas, como recurrir a los piratas.24 Los colonos estaban encantados de trabajar con los piratas para conseguir las mercancías que querían. Por tanto, los gobernadores sabían que castigar a los piratas perjudicaría a sus colonias.
Las Leyes de Navegación fueron descritas como tan severas que desalentaban a «toda la gente» debido a las restricciones comerciales que imponían a las colonias y plantaciones de Norteamérica y el Caribe. A los colonos solo se les permitía comerciar con Inglaterra, pero los funcionarios afirmaban que Inglaterra no abastecía eficazmente a las colonias con las mercancías que podrían haber recibido de «nuestros vecinos franceses y holandeses a precios asequibles».25
Los gobernadores de las islas de plantación, muchos de los cuales habían disfrutado durante mucho tiempo de gran autonomía con escasa injerencia de la metrópoli, estaban encantados de confabular con los piratas. En un caso, un pirata francés desembarcó en Santo Tomás «y preguntó si el gobernador le permitiría entrar pacíficamente en el puerto al final de su viaje. El gobernador respondió que podía entrar libremente y envió refrigerios al pirata, quien, a cambio, le envió sedas y satenes y concertó con él una señal privada».26 Tras la desaparición de Henry Avery, muchos miembros de su tripulación se dispersaron y encontraron refugio seguro en colonias norteamericanas como Pensilvania y Rhode Island.27 Esta última colonia, en particular, llegó a ser conocida como «una guarida de piratas, a los que su Gobierno anima y da cobijo», y sus habitantes ayudaron a los piratas «en todo momento».28 Los piratas también fueron «agasajados y se establecieron en Nueva Jersey, Pensilvania, Maryland y Virginia».29 Carolina del Sur tuvo una larga historia de relaciones cordiales con los piratas hasta el punto de que algunos se refirieron a la colonia como una «segunda Jamaica». Durante las guerras de mediados del siglo XVII contra España, a menudo los piratas obtenían provisiones en los puertos de Carolina del Sur, donde pagaban en efectivo y, como resultado, entablaban relaciones comerciales amistosas.30 Pero no importaba; estos acuerdos siguieron prosperando para frustración de los comerciantes que sufrían las duras restricciones comerciales que fomentaban la piratería.31 No es de extrañar que muchos comerciantes decidieran ignorar las proclamas británicas y las restricciones comerciales y se confabularan abiertamente con los piratas en toda la América británica y las Indias Occidentales.32
Los lugares más populares para los piratas en las Indias Occidentales eran Port Royal, en Jamaica, y Nassau, en la isla de Providence, en las Bahamas. Esta última no estaba defendida ni gobernada por la Corona británica, lo que la convertía en un lugar perfecto para que se congregaran. Esta región estaba llena de islas deshabitadas con escarpados acantilados e intrincadas líneas costeras que proporcionaban una seguridad ideal frente a los navíos más grandes. Hacia 1716, los piratas navegaban hacia Nassau por centenares.
Las Indias Occidentales eran ideales para el saqueo gracias a los conflictos entre británicos y españoles. Las cuestiones políticas distraían a los Gobiernos, lo que permitía a los piratas entrar y salir sin demasiado riesgo. Los británicos y los españoles se enzarzaron en guerras por el control de las principales islas de plantación, como Jamaica, lo que les hizo cambiar de Gobierno varias veces. Se redactaron, aprobaron, firmaron, rescindieron y reescribieron tratados y treguas. Finalmente, en 1670 se firmó el Tratado de Madrid, que concedía a Gran Bretaña el control de Jamaica si prometían proteger el comercio español.33 Aunque resolvía sus disputas, España lo consideró una humillación y presionaría constantemente a los británicos para que erradicaran la piratería.
Mapa de la isla de Nueva Providencia (c. 1751).
Jamaica, y en concreto Port Royal, fue el mayor centro pirata durante el siglo XVII porque era el enclave más disputado entre británicos y españoles en las Indias Occidentales. Su proximidad a otras islas de plantación y a las rutas hacia Centroamérica, Sudamérica y Norteamérica permitía el acceso a muchas rutas marítimas activas. Sus costas eran difíciles de controlar debido a lo complicado del terreno y tenía muchos escondites ideales para los barcos piratas.34
La piratería siguió prosperando mientras Gran Bretaña y España luchaban por Jamaica. Sin embargo, el 7 de junio de 1692 un terremoto devastador sacudió la isla y una parte de Port Royal se deslizó hacia el mar, dispersando a la mayoría de los piratas. Un superviviente describió el terremoto:
Mapa de los puertos de Port Royal y Kingston (1756).
Entre las once y las doce del mediodía, mientras estaba en una taberna, sentimos temblar la casa y vimos que las baldosas empezaban a levantarse del suelo, y en el mismo instante oímos a alguien en la calle gritar: «¡Un terremoto!». Salimos corriendo, y en la calle vimos a todo el mundo con las manos levantadas suplicando la ayuda de Dios. Seguimos corriendo, otros se amontonaban; la arena de las calles se movía como las olas del mar, levantando a todas las personas que se encontraban sobre él y haciéndoles caer dentro de hoyos; y en el mismo instante, una riada de agua irrumpió y arrolló a esas pobres almas una y otra vez; algunas se agarraron a vigas y travesaños de las casas, a otros los encontramos en la arena cuando el agua se escurrió, con los brazos y las piernas fuera. El pequeño trozo de tierra donde estábamos dieciséis o dieciocho de nosotros (gracias a Dios) no se hundió.35
La Royal Navy por fin tuvo la oportunidad de hacerse con el control total de la isla y establecer el orden. En 1679, la isla contaba con 5.396 inmigrantes blancos y 11.816 personas esclavizadas para producir azúcar.36 La piratería atlántica se expandió tras el terremoto, que obligó a los piratas a abandonar la isla mientras la Royal Navy se abalanzaba sobre ella y tomaba el control. Se lanzaron a la búsqueda de nuevos refugios.
El momento fue afortunado, porque solo nueve años después estalló la guerra de sucesión española, que creó una necesidad de marinos cualificados. La guerra tenía que ver con la sucesión del trono español después de que el rey de los Habsburgo Carlos II muriera sin descendencia; había prometido la corona a Felipe, duque de Anjou, nieto del rey de Francia Luis XIV. La alianza entre España y Francia sacudió Europa, por lo que Inglaterra, Holanda, Prusia y Austria formaron la Gran Alianza e iniciaron una campaña para elevar al archiduque Carlos de Austria, de la dinastía Habsburgo, al trono español. Este gran conflicto se desarrolló tanto por tierra como por mar. El Gobierno británico, en particular, prometió el indulto a cualquier pirata que aceptara luchar por la Gran Alianza como corsario. Cientos de piratas y miles de marineros aprovecharon la oportunidad, entre ellos futuros piratas infames como Benjamin Hornigold, Edward Teach, Charles Vane y Samuel Bellamy. La guerra terminó en 1714 con el Tratado de Utrecht, en el que Felipe de Anjou subiría al trono con la condición de que España y Francia nunca se unieran. La paz parecía asentarse finalmente sobre Europa, pero los conflictos en el mar aumentarían a medida que miles de corsarios se quedaban sin trabajo de la noche a la mañana.
Estos antiguos corsarios se dedicaron a la piratería y comenzaron a establecerse en la ciudad portuaria de Nassau, en la isla de Providence, en las Bahamas. Este conjunto de islas era ideal para la piratería gracias a su proximidad a Norteamérica, frente a las costas de Florida y las Indias Occidentales. Sin embargo, Nassau no contaba con un Gobierno eficiente, por lo que la ciudad era violenta, sucia, llena de enfermedades y estaba poblada en su mayoría por piratas, trabajadoras del sexo y otras personas consideradas degeneradas.37 No obstante, el antiguo capitán corsario Benjamin Hornigold reconoció que la ciudad era un lugar excelente para crear una base de piratas. Intervino, estableció la ley y el orden y pronto se le conoció como el «Rey Pirata del Reino Pirata». Durante los años siguientes, las Bahamas atrajeron a cientos e incluso miles de piratas.38
Puerto de Port Royal (1756).
La isla de Providence, en general, estaba totalmente resguardada y disponía de abundantes alimentos, agua y recursos naturales para reabastecerse y para construir y/o reparar barcos. Los propietarios de plantaciones se retiraron al interior para escapar de la comunidad pirata. Gracias a Hornigold, la ciudad se transformó. Los comerciantes llegaban a Nassau para vender mercancías y comprar a cambio artículos saqueados a bajo precio. Hacia 1715, había allí tantos piratas que los oficiales británicos empezaron a referirse a ella como un «nido de piratas». Varios testimonios que abandonaron Nassau los describieron como causantes de «grandes desórdenes en la isla, saqueando a los habitantes, quemando sus casas y violando a sus esposas». Los residentes se marcharon «por miedo a ser asesinados».39
Mientras tanto, los funcionarios británicos luchaban por mantener el control de las Bahamas. A partir de 1716, las Comisiones de la Junta de Comercio y Plantaciones elaboraron ocho informes para la Corona que detallaban las miserables condiciones de las Bahamas y «las consecuencias que tendrían si cayeran en manos de los franceses, los españoles o los mismos piratas».40 Pidieron apoyo y fuerzas para proteger las Bahamas, argumentando que el control de estas islas ayudaría a asegurar el resto del Caribe: «Quienquiera que sea su amo, lo será, si le place, de todo el comercio español y de la mayor parte del francés por estos lares».41 Sin embargo, esto resultaría casi imposible debido a la red pirata de más rápido crecimiento: las tabernas.
La comunidad de bebedores de la taberna era esencial para que los piratas reclutaran nuevos tripulantes. Los muelles de todas las ciudades portuarias contaban con numerosas tabernas donde se congregaban todo tipo de marineros y viajeros. Estos establecimientos solían ser propiedad de una familia, pero eran la casera y su hija quienes estaban al mando y marcaban la pauta a los lugareños, ofreciendo a veces cuidados maternales a los hombres que llegaban. Los piratas entraban en estas tabernas y agasajaban a las mujeres con su dinero, comprándoles bebidas y pagando por su compañía. Era un negocio tan lucrativo que a menudo se contrataba a mujeres como prostitutas de taberna para aumentar los ingresos y la clientela.42
Ciudad y puerto de Nassau (c. 1751).
Pese a eso, el aumento de las tabernas supuso un incremento de la embriaguez pública y del comportamiento desordenado. Incluso después de que Hornigold estableciera un «reino pirata» en Nassau, no existía un sistema legal estricto para hacer cumplir las normas contra estos comportamientos. También Hornigold disfrutaba emborrachándose en Nassau y Port Royal a la vuelta de sus viajes.43 Aunque en las islas de las plantaciones había muchas iglesias, la seguridad económica era una prioridad mayor para los patrones, los trabajadores y los gobernadores. Los taberneros incluso concedían crédito a los clientes habituales, que solían ser piratas.44 Los lazos comerciales y sociales eran esenciales para mantener alta la moral.45
Las tabernas eran lugares informales de intercambio de conocimientos, política y creación de redes. Eran espacios donde la gente se relacionaba, conversaba y socializaba sin la interferencia de la clase social ni la jerarquía. Esto era especialmente cierto para los marineros y los piratas que buscaban información marítima.46 Los piratas debían saber qué barcos llegaban a los distintos puertos y zarpaban de ellos, lo que les indicaba los lugares maduros para el saqueo, y dónde podían reclutar nueva tripulación en caso necesario.47 Sin embargo, no se trataba de un asunto sencillo. En las tabernas, los mercaderes y los miembros de la Royal Navy podían coaccionar a la gente para que formara parte de sus propias tripulaciones. Los mercaderes contrataban a veces a «espíritus», o reclutadores, que viajaban a varias tabernas para ofrecer a los hombres oprimidos un lugar en sus barcos. Si un hombre se resistía, los espíritus lo emborrachaban hasta que podían manipularlo para que firmara un contrato. El pobre hombre se despertaba en un barco al día siguiente sin tener ni idea de cómo había llegado hasta allí.48
Los piratas dependían de tripulaciones leales, por lo que no acudían a las tabernas para obligar a nadie a alistarse.49 Muchos comandantes piratas reclutaban voluntarios no marinos u oficiales voluntarios, conocidos como «reformados»,50 junto con una tripulación de marinos experimentados. A los que no eran marineros se les reclutaba para puestos especializados como mosqueteros, asaltantes y soldados. Los marineros inexpertos eran contratados si tenían un empleo previo como cocineros, agentes de los armadores, traductores o cirujanos, todos ellos esenciales para el éxito de un viaje exitoso.51 Cuando una persona pasaba a formar parte de un barco pirata, voluntaria u obligada, debía firmar los estatutos, pero no se la consideraba pirata hasta que había visto acción en la batalla.52
Había que tener en cuenta la edad. Un pirata debía tener la edad suficiente para contar con una amplia experiencia marítima y de lucha, pero también debía ser lo bastante joven para estar en plena forma física a fin de soportar los rigores de este estilo de vida. Las edades de los piratas variaban desde los catorce años hasta los cincuenta; la edad media era de unos veinticinco años.53 Esto no significa que los más jóvenes estuvieran exentos de la piratería. Los barcos estaban llenos de jóvenes voluntarios deseosos de rebelarse contra la sociedad. Normalmente procedían de ciudades portuarias donde habían estado expuestos durante toda su vida a los marineros y a sus historias. Los residentes de esas ciudades, especialmente los hombres y los niños, solían trabajar en la industria naviera y a veces se enviaba al mar a niños de tan solo siete años como grumetes. Un ejemplo es John King, uno de los reclutas de Samuel Bellamy. Bellamy daba la bienvenida a los nuevos miembros de la tripulación y era especialmente amable con los voluntarios listos. King resultó ser el recluta más inusual de todos, pues solo tenía diez años. Viajaba como pasajero con su madre en una balandra británica llamada Bonetta de Jamaica a Antigua. Cuando Bellamy preguntó si alguien de la tripulación del Bonetta quería unirse a la suya, King se ofreció inmediatamente. Su madre le rogó que no lo hiciera y suplicó a Bellamy que se negara debido a la juventud de King. Sin embargo, el muchacho dijo que se suicidaría si no se le permitía convertirse en pirata e incluso amenazó con atacar a su madre si se lo impedía. Ella no tuvo más remedio que ceder y Bellamy acogió a King en su tripulación.54
La diversidad era habitual, tanto si era intencionada como si no. Muchos barcos tenían tripulantes negros, que podían ser antiguos esclavos, esclavos fugados o libertos. A menudo eran tan valorados como el resto de los miembros de la tripulación y recibían su parte justa del botín como pago. Entre 1715 y 1726, entre el 25 y el 30 por ciento de los piratas eran negros. De la tripulación del capitán Bartholomew Roberts, compuesta por 152 hombres, al menos 25 lo eran, según las transcripciones del juicio.55 Se sabe que Edward Teach tenía muchos tripulantes negros, hasta sesenta en un momento dado de su carrera.56 Sin embargo, se desconoce el trato que recibían y es probable que fuera desigual. Se dice que Edward Low, conocido por su brutalidad, «golpeó una vez a un negro, pero nunca a un blanco».57 Hay pocos registros históricos que indiquen si se les trataba bien y con igualdad o si eran los miembros más bajos de la tripulación y ocupaban las peores posiciones. Muchos de ellos se convirtieron en piratas tras ser capturados en incursiones pirata. Estos reclutas trabajaban como mano de obra humilde —haciendo «trabajos penosos»,58 como en el barco de Bartholomew Sharpe— o eran revendidos como objetos humanos.
La gente de fuera veía a los piratas negros de forma diferente. Cuando los piratas eran capturados, los miembros negros de la tripulación a veces eran tratados como una propiedad y vendidos como esclavos en lugar de ser sometidos a juicio, lo que hacía que sus relatos estuvieran casi ausentes de la historia de la piratería.59 Sin embargo, hay pruebas de que algunos piratas negros recibieron el mismo trato que los blancos. Algunos subieron al estrado en importantes juicios. John Quelch y sus hombres fueron juzgados por piratería en 1704; uno de ellos era «un joven negro» bautizado como Joachim. Se dijo que había sido secuestrado por Quelch, pero como Joachim no hablaba inglés, francés ni español, el tribunal no pudo proceder y no hay constancia de su destino.60 Joachim no fue el único pirata negro de la tripulación de Quelch: Caesar-Pompey, Charles y Mingo, que también eran negros, se declararon «no culpables». Según la transcripción del juicio, todos ellos tenían funciones específicas como miembros de la tripulación. Caesar-Pompey y Charles eran cocineros y daban la alarma cuando se acercaban los ataques, pero el trabajo de Mingo no figuraba en la lista. Afirmaron que Quelch les había obligado a la piratería. Sorprendentemente, ninguno fue declarado culpable.61
Existen numerosos ejemplos de personas esclavizadas que entraron en los barcos pirata como carga y no como tripulación. Quelch incluyó a un «muchacho negro, valorado en cuarenta libras», como parte de su cargamento.62 El capitán pirata Stede Bonnet capturó un barco y se quedó con «catorce negros» como parte de su botín y no como nuevos reclutas. A lo largo de sus correrías capturó al menos a otra docena de personas esclavizadas como cargamento.63 Así pues, aunque los barcos pirata podían interpretarse como refugios para diversos grupos marginados, la realidad era mucho más complicada.
Con todos estos factores, ¿qué convertía exactamente a alguien en pirata? Para poder capturar y juzgar adecuadamente a estos marineros por los delitos apropiados, había que definir su categoría. Las leyes establecidas en las colonias de plantación de las Indias Occidentales tenían una sección específica para la definición de piratería. El poder que decidía quién era un pirata era el Tribunal del Almirantazgo, el responsable legal de los asuntos marítimos. Según estas leyes, cualquiera que cometiera asesinatos y robos en cualquier masa de agua, ya fuera un océano, un mar, un lago, un río o un arroyo, era un pirata. El Tribunal del Almirantazgo tenía jurisdicción para procesar y juzgar a cualquier persona acusada de «todas las perfidias, felonías, piraterías, robos, asesinatos o complicidades cometidas en el mar, o en cualquier refugio, o bahía, donde el almirante tenga jurisdicción». No solo eso, cualquiera que fuera descubierto ayudando o instigando a un pirata o «a sabiendas, entreteniendo, ocultando, comerciando o manteniendo correspondencia con cualquier persona que sea considerada corsario, pirata u otro delincuente dentro de esta ley» también sería juzgado como tal.64
Con todos estos peligros a los que se enfrentan los piratas a diario, ¿por qué querría alguien entrar en esta vida? Muchos piratas tenían un historial de trabajo en barcos mercantes o en la Royal Navy en unas condiciones muy duras. Vivían en alojamientos estrechos, claustrofóbicos y asfixiantes. La comida y el agua eran escasas y malas. Los castigos eran crueles y a menudo incluían palizas que dejaban cicatrices permanentes. Los salarios podían ser retenidos indefinidamente, sobre todo en los navíos de guerra. Solían sufrir enfermedades y lesiones, y recibían un tratamiento deficiente, si es que lo recibían.65 Una publicación del siglo XVIII sobre la piratería ofrecía una descripción detallada de las condiciones que hacían que muchos la prefirieran:
La causa real [de la piratería] (por nombrar solo una) es sin duda la depravación general de los modales de los hombres de mar, y su escaso o nulo sentido de la religión. Esto es lo que suelen alegar, aquello a lo que aluden los piratas. Es como sigue:
1. El duro trato al que fueron sometidos en casa durante la guerra, al ser presionados y apartados de sus familias como perros a bordo de los navíos, y luego por poca o ninguna falta cruelmente golpeados y maltratados por su oficial, cuyo uso por parte de los compatriotas era más insufrible que las más severas penurias que pudieran soportar de los bárbaros extranjeros.
2. A menudo se les privaba de una parte considerable de sus provisiones, o se les obligaba a comer una carne tan apestosa, que más parecía matar que alimentar el cuerpo de los hombres.
3. Se quejaron mucho del severo confinamiento que soportaron muchos meses después de ser reclutados, aunque tanto sus asuntos como su salud requerían que estuvieran en tierra.
4. Dijeron que era una provocación irresistible ver a sus esposas y familias reducidas al extremo de la penuria y la mendicidad, porque no se les pagaba el sueldo debidamente.
Aquellos que navegaban en barcos mercantes se quejaron de la barbarie de sus comandantes, especialmente por privarles de su sustento, no permitiéndoles la mitad de lo necesario para preservar la salud de sus cuerpos, sufriendo con frecuencia una sed extrema al negarles el agua, a pesar de que les quedaban muchos barriles cuando llegaban a puerto. Algunos culparon a sus capitanes, que les habían hecho creer que tenían legítima patente de corso contra los enemigos de la nación, pero en el mar no obtuvieron el éxito deseado, sus comandantes por su autoridad y ejemplo los comprometieron a hacer aquellas cosas, que antes nunca pensaron que se harían.
Otros dijeron que nunca se habrían comprometido, ni habrían sido culpables de tales crímenes, si no hubieran estado desprovistos de una oportunidad de salir de ese país por el verdadero apresamiento o naufragio de los barcos en los que venían.
Pero algunos de los viejos y curtidos piratas dijeron que consideraban poco o ningún pecado tomar lo que pudieran de unos paganos como eran los moros y otros indios.
Estas son las principales causas de la piratería, al menos las principales razones que suelen dar los piratas para dedicarse a esa horrible forma de vida.66
En un barco pirata, en cambio, los hombres tenían garantizada una parte igual del premio en función de su rango. Asaltar barcos significaba que la comida y el agua se reponían a menudo, por lo que los piratas solían estar más sanos y fuertes que sus homólogos legales. Los piratas también eran vistos como agentes de movilidad social durante una época en la que era casi imposible ascender de estatus. Si un hombre nacía pobre, seguiría siéndolo, y lo mismo ocurriría con las generaciones siguientes. Los piratas, sin embargo, eran capaces de trascender esta situación y hacerse bastante ricos en poco tiempo. Podían volver a casa con sus familias y retirarse con unos ingresos cómodos para el resto de sus vidas. Los barcos pirata solían ser comunidades igualitarias en las que la tripulación podía votar la entrada o salida de un capitán en función de las condiciones y los éxitos. Estas comunidades no estaban en deuda con nadie, ni con leyes o Gobiernos específicos. Se consideraban sus propias naciones en lugar de estar obligadas a una madre patria. Además, no estaban atados a las normas sociales. Los piratas eran conocidos por blasfemar con frecuencia, jurar, maldecir, beber en exceso y entrar en encuentros violentos sin miedo a la muerte. Este tipo de vida era a la vez atractiva y fascinante, especialmente para la gente que deseaba desesperadamente abandonar vidas constreñidas social y profesionalmente.67
Estas comunidades eran muy diversas. La mitad de la tripulación de un barco pirata solía ser blanca, masculina e inglesa. El resto era un popurrí de marineros de España, Francia, Países Bajos, Alemania, Escocia, Gales, Irlanda, India, África y a veces incluso de lugares tan lejanos como China. Estaban muy unidos, ya que todos estaban sometidos a un riguroso régimen de autoridad y disciplina. Tenían un espacio limitado, pocas oportunidades de movimiento y estimulación sensorial, y escasas opciones de actividades de ocio y juego. «Había muy poco espacio a bordo del barco y demasiado espacio fuera». La cooperación, la amistad y unas normas estrictas eran esenciales para la supervivencia de los piratas.68
Los religiosos, en particular los marginados, también encontraron su lugar en un barco pirata. Aunque estos espacios no eran especialmente propicios, cristianos de diversas iglesias, católicos, judíos, musulmanes y sin religión eran bienvenidos a bordo. Era una época en la que los judíos y los musulmanes no tenían cabida en el mundo británico y los católicos sufrían a menudo discriminación. Los judíos rara vez eran bienvenidos en ninguna parte de Europa, salvo en los Países Bajos durante un tiempo. Los musulmanes, moriscos, o moros, también habían sido expulsados de la península ibérica. Los barcos pirata solo tenían dos requisitos: ser un marinero aguerrido y un luchador audaz. La religión y la raza no importaban.69
El Gobierno británico hizo todo lo que pudo para frenar la piratería. A principios del siglo XVIII, se aprobó la Act for the More Effectual Suppression of Piracy (Ley para la Represión Más Eficaz de la Piratería), que ofrecía el indulto a cualquier pirata que se entregara y delatara a los miembros de su tripulación. Esta ley se enmendó varias veces hasta finales de la década de 1720. En 1719, Nicholas Lawes, gobernador de Jamaica, recibió órdenes estrictas de ofrecer el indulto a los piratas que se entregaran y ofrecieran sus servicios para la defensa de la isla, con poco resultado.70 Aunque hubo algunos que se acogieron al indulto, como Vane y Teach, la mayoría volvió a dedicarse a la piratería.
El propósito de este libro es desglosar la vida del pirata basándose en el esquema de esta introducción. El código pirata es esencial para comprender cómo mantenían en orden sus navíos. El objetivo principal de estos artículos era hacer del barco un entorno seguro para garantizar su supervivencia. Definían la vida pirata, pero también fueron su perdición.