El gigante Amapolas + El matadero - Juan Bautista Alberdi - E-Book

El gigante Amapolas + El matadero E-Book

Juan Bautista Alberdi

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Beschreibung

La presencia por ausencia de Juan Manuel de Rosas y la actualidad de su contenido político convierten a estas dos obras en lecturas imprescindibles para la formación de los jóvenes argentinos.

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Colección Generación Z

Realización: Letra Impresa

Autores: Esteban Echeverría y Juan Bautista Alberdi

Dirección de colección: Patricia Roggio

Diseño: Gaby Falgione COMUNICACIÓN VISUAL

Fotografía de tapa: Macarena Díaz Bradley

Alberdi, Juan Bautista El gigante amapolas + El matadero / Juan Bautista Alberdi ; Esteban Echeverría. - 1a ed.- Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Letra Impresa Grupo Editor, 2020. Libro digital, EPUB Archivo Digital: descarga y online ISBN 978-987-4419-29-3 1. Material Auxiliar para la Enseñanza . 2. Literatura. I. Echeverría, Esteban. II. Título. CDD 371.33

© Letra Impresa Grupo Editor, 2020 Guaminí 5007, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. Teléfono: +54-11-7501-1267 Whatsapp +54-911-3056-9533contacto@letraimpresa.com.arwww.letraimpresa.com.ar Hecho el depósito que marca la Ley 11.723 Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción parcial o total, el registro o la transmisión por un sistema de recuperación de información en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin la autorización previa y escrita de la editorial.

Un país, dos miradas

¿Por qué leer El Matadero y El Gigante Amapolas aquí y ahora? En el prefacio de su obra, Alberdi nos da una razón: “A ver si enseñando a conocer la verdad de las cosas sucedidas, se aprende a despreciar el poder quimérico de la opresión”. Y la expresa a modo de deseo, de intento, de ensayo. Sus palabras ofrecen un motivo de peso a la hora de encarar la lectura. Aprender del pasado (de las cosas sucedidas) para no cometer los mismos errores en el futuro. Conocer nuestra historia para conocernos. Y analizar el modo como actuamos socialmente, para intentar los cambios necesarios. Revisemos, entonces, algunas “costumbres argentinas”.

Hay opuestos que parecen dividir el país en dos, dejando afuera cualquier otra posición. Algunos se dan en el intercambio de ideas cotidiano, como por ejemplo el opuesto River – Boca. La afirmación de que Boca reúne en su hinchada a la mitad más uno, lleva a pensar que seguramente River reclamará, por lo menos, la mitad menos uno. ¿Y qué parte del universo de simpatizantes futbolísticos ocupan los aficionados a los demás equipos? Esta dicotomía, para emplear un término de la sociología, deja afuera a aquellos que no adhieren a ninguna de las dos parcialidades. Entonces, en este enfrentamiento de poder, los demás no cuentan. ¿Existe en esta división, en apariencia inocente, una toma de posición ideológica? Si la hay, no tiene que ver con uno u otro equipo sino con la actitud que las personas adoptan frente al otro, al diferente.

Otro opuesto futbolístico mucho más ligado a lo ideológico que a lo sentimental (para no negar que ser de Boca o ser de River es un sentimiento) es el que separa a los amantes de este deporte en menotistas y bilardistas. No se trata en este caso de la simpatía por un equipo, sino de la preferencia por un estilo de juego que también divide irreconciliablemente. Pero una vez más, este enfrentamiento es fruto de una simplificación engañosa, pues seguramente habrá entre los bilardistas quienes aprecien el buen juego y entre los menotistas no faltarán quienes, sin dejar de valorar las habilidades deportivas, deseen ganar cada partido a toda costa.

Así, ya sea por el simple enfrentamiento de simpatías o por el choque ideológico, los argentinos nos dividimos una y otra vez. Y esas divisiones que simulan incluir a todos los habitantes del país, en realidad dejan afuera a una gran parte de ellos: los que tienen otras posiciones.

Historia de un desencuentro

Pero no solo lo futbolístico nos separa. El campo enfrentado a la ciudad; Buenos Aires, al interior; peronistas a antiperonistas. Estas son otras dicotomías, las políticas, que hoy nos distancian y que tienen sus raíces casi dos siglos atrás, en el momento en que la patria nacía.

La división en unitarios y federales se remonta a esa época. Sin embargo, esta dicotomía reapareció, esgrimida por uno y otro sector, durante el conflicto entre el gobierno y el campo, ocurrido en 2008. Y aún hoy, aunque parecen proponer caminos opuestos para lograrlo, la concreción de un país federal es una consigna de oficialistas y opositores.

También pertenece al siglo XIX otra dicotomía: civilización o barbarie, puesta en palabras por Sarmiento, quien la incluyó en el título de su obra más famosa: Facundo. Esta oposición estaba muy ligada a la de unitarios y federales, pues tanto unos como otros se ubicaron en el lugar de la civilización: para los unitarios, las acciones del rosismo fueron la expresión de la barbarie y los rosistas calificaron de “salvajes” a los unitarios.

Sin perder nunca su vigencia ideológica, un siglo después –en 1945– esta división tuvo nuevos protagonistas. El movimiento estudiantil se opuso al gobierno de Perón enarbolando la consigna “Abajo la dictadura de las alpargatas”. Como respuesta, un grupo de obreros peronistas se movilizó tras otra, más metafórica pero igualmente simplista: “Alpargatas sí, libros no”.

Y luego, en una carrera ascendente hacia la barbarie, las metáforas dieron paso a otra figura retórica, la animalización: los peronistas apodaron “gorilas” a sus opositores y estos respondieron llamándolos “aluvión zoológico”. Como vemos, el país estaba dividido en dos bandos y, lejos de intentar el entendimiento, la reconciliación o, como mínimo, el respeto, cada uno de ellos buscó la destrucción del otro. Los supuestamente “civilizados” antiperonistas intentaron derrocar el gobierno de Perón con un brutal bombardeo sobre la Plaza de Mayo que produjo 350 muertos y muchísimos heridos, todos ellos civiles. Entonces Perón proclamó desde el balcón: “Por cada uno de los nuestros que caiga, caerán cinco de ellos”. Sin embargo, los antiperonistas consiguieron su propósito: poco después rompieron el orden constitucional y destituyeron a Perón. Lejos de superar los antagonismos, en los años 70 la Juventud Peronista retomó la proclama del General y subió la apuesta: “Cinco por uno/no va a quedar ninguno”.

Estos ejemplos de nuestra historia reciente son una clara muestra de cómo los argentinos nos enfrentamos en una especie de contienda pugilística: el campo versus la ciudad, el interior vs. la capital, los civilizados vs. los bárbaros, los nuestros vs. los de ellos; en definitiva, nosotros versus los otros. Es esta una dialéctica en la que quien no es igual o no piensa igual es irremediablemente el enemigo y no hay puntos de contacto o lugares intermedios en donde hacer pie para buscar coincidencias. Entonces el diálogo y hasta la crítica se hacen imposibles y solo queda aceptar que ese otro existe, únicamente para tratar de destruirlo.

Ahora detengámonos en la lectura que van a iniciar. Se trata de dos obras de fuerte contenido político, íntimamente relacionadas con la argentinidad, con el modo de ser argentino, escritas hace más de un siglo y medio. Y, aunque cueste creerlo, siguen vigentes, porque la problemática que plantean es esta misma, la de los enfrentamientos, las divisiones, la descalificación, el odio. Por eso, y con la esperanza de que, reflexionando sobre el pasado podamos resolver nuestros problemas presentes y futuros, se siguen leyendo y estudiando.

El Matadero

A pesar de que la mía es historia, no la empezaré por el arca de Noé y la genealogía de sus ascendientes como acostumbraban hacerlo los antiguos historiadores españoles de América, que deben ser nuestros prototipos. Tengo muchas razones para no seguir ese ejemplo, las que callo por no ser difuso. Diré solamente que los sucesos de mi narración, pasaban por los años de Cristo del 183… Estábamos, a más, en cuaresma [1], época en que escasea la carne en Buenos Aires, porque la Iglesia, adoptando el precepto de Epicteto [2], sustine, abstine (sufre, abstente), ordena vigilia y abstinencia [3] a los estómagos de los fieles, a causa de que la carne es pecaminosa, y, como dice el proverbio, busca a la carne. Y como la Iglesia tiene ab initio[4] y por delegación directa de Dios, el imperio inmaterial sobre las conciencias y estómagos, que en manera alguna pertenecen al individuo, nada más justo y racional que vede lo malo.

Los abastecedores, por otra parte, buenos federales, y por lo mismo buenos católicos, sabiendo que el pueblo de Buenos Aires atesora una docilidad singular para someterse a toda especie de mandamiento, solo traen en días cuaresmales al matadero, los novillos necesarios para el sustento de los niños y de los enfermos dispensados de la abstinencia por la Bula [5] y no con el ánimo de que se harten algunos herejotes, que no faltan, dispuestos siempre a violar los mandamientos carnificinos de la Iglesia, y a contaminar la sociedad con el mal ejemplo.

Sucedió, pues, en aquel tiempo, una lluvia muy copiosa. Los caminos se anegaron; los pantanos se pusieron a nado y las calles de entrada y salida a la ciudad rebosaban en acuoso barro. Una tremenda avenida se precipitó de repente por el Riachuelo de Barracas, y extendió majestuosamente sus turbias aguas hasta el pie de las barrancas del Alto. El Plata creciendo embravecido empujó esas aguas que venían buscando su cauce y las hizo correr hinchadas por sobre campos, terraplenes, arboledas, caseríos, y extenderse como un lago inmenso por todas las bajas tierras. La ciudad circunvalada del Norte al Este por una cintura de agua y barro, y al Sud por un piélago [6] blanquecino en cuya superficie flotaban a la ventura algunos barquichuelos y negreaban las chimeneas y las copas de los árboles, echaba desde sus torres y barrancas atónitas miradas al horizonte como implorando la misericordia del Altísimo. Parecía el amago de un nuevo diluvio. Los beatos y beatas [7] gimoteaban haciendo novenarios [8] y continuas plegarias. Los predicadores atronaban el templo y hacían crujir el púlpito [9] a puñetazos. Es el día del juicio, decían, el fin del mundo está por venir. La cólera divina rebosando se derrama en inundación. ¡Ay de vosotros, pecadores! ¡Ay de vosotros unitarios impíos [10] que os mofáis de la Iglesia, de los santos, y no escucháis con veneración la palabra de los ungidos [11] del Señor! ¡Ah de vosotros si no imploráis misericordia al pie de los altares! Llegará la hora tremenda del vano crujir de dientes y de las frenéticas imprecaciones [12]. Vuestra impiedad, vuestras herejías, vuestras blasfemias, vuestros crímenes horrendos, han traído sobre nuestra tierra las plagas del Señor. La justicia del Dios de la Federación os declarará malditos.

Las pobres mujeres salían sin aliento, anonadadas del templo, echando, como era natural, la culpa de aquella calamidad a los unitarios.

Continuaba, sin embargo, lloviendo a cántaros, y la inundación crecía acreditando el pronóstico de los predicadores. Las campanas comenzaron a tocar rogativas [13] por orden del muy católico Restaurador, quien parece no las tenía todas consigo. Los libertinos, los incrédulos, es decir, los unitarios, empezaron a amedrentarse al ver tanta cara compungida, oír tanta batahola de imprecaciones. Se hablaba ya, como de cosa resuelta, de una procesión en que debía ir toda la población descalza y a cráneo descubierto, acompañando al Altísimo, llevado bajo palio [14] por el obispo, hasta la barranca de Balcarce, donde millares de voces conjurando al demonio unitario de la inundación, debían implorar la misericordia divina.