Tobías, o La cárcel a la vela - Juan Bautista Alberdi - E-Book

Tobías, o La cárcel a la vela E-Book

Juan Bautista Alberdi

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Beschreibung

En Tobías, o La cárcel a la vela. Producción americana escrita en los mares del Sur Juan Bautista Alberdi narra las peripecias de un viaje de regreso a Argentina desde Europa, pasando por Francia, España y Cuba. Juan Bautista Alberdi escritor y político argentino, nació en Tucumán el 29 de agosto de 1829 y falleció en París el 19 de junio de 1884. Siguió estudios de Derecho, graduándose en 1840 como abogado en Montevideo. Más tarde viajó por Europa y Chile, donde se estableció para ejercer su profesión en la ciudad de Valparaíso. Como escritor ejerció una considerable influencia en las instituciones políticas argentinas. En 1852 escribió Bases para la organización política de la Confederación Argentina, cuyos puntos de vista se consideraron en la redacción de la Constitución argentina de 1853. Posteriormente fue nombrado consejero del Gobierno del general Urquiza y representante plenipotenciario de Argentina en las legaciones de París, Madrid y Londres, donde fue el artífice de importantes convenios.

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Juan Bautista Alberdi

Tobías o la cárcel a la vela Producción americana escrita en los mares del Sur

Barcelona 2024

Linkgua-ediciones.com

Créditos

Título original: Tobías o la cárcel a la vela.

© 2024, Red ediciones S.L.

e-mail: [email protected]

Diseño de cubierta: Michel Mallard.

ISBN rústica: 978-84-96290-89-1.

ISBN ebook: 978-84-9897-907-7.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

Sumario

Créditos 4

Brevísima presentación 7

La vida 7

Al señor Almirante 9

I 10

II 10

III 10

IV 11

V 11

VI 12

VII 12

VIII 14

IX 15

X 16

XI 16

XII 18

XIII 18

XIV 19

XV 20

XVI 23

XVII 25

XVIII 27

XIX 28

XX 28

XXI 30

XXII 31

XXIII 33

XXIV 34

XXV 35

XXVI 36

XXVII 37

XXVIII 38

XXIX 39

XXX 40

Libros a la carta 45

Brevísima presentación

La vida

Juan Bautista Alberdi (Tucumán, 1810-París, 1884). Argentina.

Era hijo de un comerciante español y de Josefa Aráoz, de la burguesía tucumana. Su familia apoyó la revolución republicana; Belgrano frecuentaba su casa y Juan Bautista lo consideró un gran militar y un padrino, dedicando numerosas páginas a defender su figura. Esta actitud lo hizo polemizar con Mitre, y ganarse la enemistad de Domingo Faustino Sarmiento.

Alberdi estudió en el Colegio de Ciencias Morales de Buenos Aires y abandonó los estudios en 1824. Por esa época, se interesó por la música. Poco después estudió derecho y en 1840 recibió su diploma de abogado en Montevideo.

Fue autodidacta. Rousseau, Bacon, Buffon, Montesquieu, Kant, Adam Smith, Hamilton y Donoso Cortés influyeron en él. En 1840 marchó a Europa. Volvió en 1843 y se asentó en Valparaíso (Chile) donde ejerció la abogacía. En otro de sus viajes a Europa como diplomático, pretendió evitar que las naciones europeas reconocieran a Buenos Aires como nación independiente y se entrevistó con el emperador Napoleón III, el Papa Pío IX y la reina Victoria de Inglaterra. Mitre y Sarmiento lo odiaron.

Alberdi vivió entonces fuera de Argentina y regresó en 1878, cuando fue nombrado diputado nacional. Había sido diplomático durante catorce años. Las cosas habían cambiado: Sarmiento envió a su secretario personal a recibirle y lo abrazó. Sin embargo, los mitristas impidieron que fuera otra vez nombrado diplomático, en esta ocasión en París. Murió en un suburbio de dicha ciudad el 19 de junio de 1884.

Tobías o La cárcel a la vela narra las peripecias de un viaje de regreso a Argentina desde Europa, pasando por Francia, España y Cuba.

Al señor Almirante

Don Manuel Blanco Encalada

Carta de prefacio y dedicación

La siguiente producción solo tiene de serio su tendencia a corregir el mal tratamiento de que son víctimas a menudo los que viajan a bordo de buques mercantes.

A medida que se pueblan los mares, por el desarrollo asombroso del comercio y de la navegación, conviene desterrar de ellos el ejercicio de esos usos de mezquindad y dureza pertenecientes a la vida del desierto. La civilización desea ver trasladados a la vida del mar los usos cómodos y confortables que distinguen la existencia de las ciudades.

Solo por este lado útil puede ser digno este escrito de dedicarse al nombre respetable de usted

Por lo demás, como producción literaria, él no se halla a la altura de su conocido buen gusto europeo. Pertenece a esa literatura ligera y fácil, que existe como parásita de otros ramos del saber, entre nosotros.

En nuestra América, tan seria por sus desgracias y sus ocupaciones positivas, la literatura propiamente dicha carece de cultivo, ya como producción, ya como lectura. El poeta, el literato de profesión, entre nosotros, son entes desconocidos. Se cultiva la literatura solo por pasatiempo, a ratos perdidos.

Así justamente ha sido escrito este trabajo. Inspirado por las molestias de la navegación (sentimiento de que son hijas las más de las producciones burlescas), fue comenzado más allá de los 50 grados de latitud austral y proseguido en frente del Cabo de Hornos, durante los veinte días perdidos en esfuerzos para superarlo. Le terminé en la mar antes de pisar y conocer el suelo de Chile en abril de 1844.

Hoy lo regalo al folletín de El Mercurio y me permito dedicarlo al nombre de usted por ser producto de literatura marítima y como testimonio desinteresado de mi estimación y respeto por usted con cuyos sentimientos tengo el honor de ser, etc.

J.B.A.

Valparaíso, agosto de 1851

I

No se engañe el lector con tu nombre masculino. Los sexos tienden a confundirse en este siglo. La anatomía de algunos socialistas ha descubierto que no hay diferencia orgánica entre la mujer y el hombre. Esta doctrina hará que las mujeres de París, renueven el día menos pensado la famosa escena del juego de la pelota, y protesten contra la obligación que tienen sobre sí hace tanto tiempo, de regenerar la especie. Y entonces, si los hombres no se aviniesen a participar de la tarea, sabe Dios cómo ni por quién se haga la renovación del género humano.

II

No es nueva, por otra parte, esta confusión de nombres.

El San Pedro de Roma, es una iglesia; como el San Pablo de Londrés, es otra iglesia y el Duomo de Milán es otra.

Jorge Sand titula Consuelo a una de sus novelas sin embargo de que Consuelo es el nombre de un personaje femenino, feo y lindo a la vez, como dice la autora que a su vez se da el nombre masculino de Jorge.

Tobías, pues, es una barca de tres palos, como el Castillo Chillon es una prisión de Estado.

III

La jaula pide un pájaro; el bosque pide amantes, la cisterna, peces; la aurora, flores húmedas; la noche, recuerdos y suspiros; y la barca un prisionero con el nombre humano de viajero. Tobías, pues, este Chillon flotante tendrá su Bonnivard.

Bonnivard tendrá padecimientos y pesares; estos dolores su historiador, que seré yo, y un eco, que será este poema.

Este poema, sí, porque la historia del dolor es un canto como el mártir es un héroe. Y no es necesario que el historiador se apellide poeta. No es el poeta únicamente quien hace poesía. O más bien, la poesía es obra del que hizo los astros, las flores, la mujer y el corazón del hombre.

Un solo Dios y un solo poeta.

Su bardo más legítimo en la tierra, su pontífice armonioso es el corazón que sufre.

El alma es una lira y todo mortal tiene armonías en su alma. La forma en que esas armonías suben al cielo nada importa. ¿Las violetas son menos bellas cuando no están plantadas en triángulos y octágonos? ¿El aroma de la mirra es menos fragante, porque sube en nubes informes y caprichosas?

IV

Fastidiado de los 80 grados en que el termómetro fija su domicilio perpetuo en el verano del Brasil; desesperado de verse convertido en máquina hidráulica, cuyas dos únicas funciones se reducen a recibir agua por el esófago y verterla a raudales por los poros cutáneos; aturdido por los gritos que los salvajes de África hacen resonar en las calles y plazas del imperio.

Intimidado no menos de sus amigos que de sus enemigos políticos del Río de la Plata, de los libertadores que de los esclavos y sostenedores del despotismo, nuestro hombre —todavía no es héroe— resuelve abandonar la costa atlántica de América y doblar el temible Cabo de Hornos.

V

Esta determinación cuesta enormemente a su alma que ciertamente no es de acero.

Alejarse de la margen atlántica es retirarse de la Europa, y por decirlo así del movimiento general del mundo. Los Andes y el cabo, son diques que mantienen la Oceanía y sus riberas en solitaria y silenciosa clausura.

Aunque cansado de movimiento él siente que no es llegada la hora de su reposo y se considera como arrebatado a su puesto en medio de la jornada.