Viajes y descripciones - Juan Bautista Alberdi - E-Book

Viajes y descripciones E-Book

Juan Bautista Alberdi

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Beschreibung

Viajes y descripciones es un relato breve que transcurre a bordo de un velero y narra las peripecias de un viaje de regreso a Argentina desde Europa, pasando por Francia, España y Cuba. Juan Bautista Alberdi pocas veces se entrega en sus viajes. Los describe con palabras apasionadas, pero sin que la pasión eclipse la reflexión del pensador. De tal forma, en estos viajes se reflejan los dos aspectos de la personalidad de Alberdi: la del literato y la del pensador.

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Juan Bautista Alberdi

Viajes y descripciones

Barcelona 2024

Linkgua-ediciones.com

Créditos

Título original: Viajes y descripciones.

© 2024, Red ediciones S.L.

e-mail: [email protected]

Diseño cubierta: Michel Mallard

ISBN tapa dura: 978-84-1126-265-1.

ISBN rústica: 978-84-96290-82-2.

ISBN ebook: 978-84-9816-941-6.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

Sumario

Créditos 4

Brevísima presentación 9

La vida 9

Viajes y descripciones 11

Impresiones en una visita al Paraná 13

Memoria descriptiva de Tucumán 19

Advertencia 19

Sección primera. Rasgos fisonómicos de Tucumán 21

Sección segunda. Continuación de la sección anterior 26

Sección tercera. Carácter físico y moral del pueblo tucumano bajo la influencia del clima 32

Sección cuarta. Monumentos patrióticos 39

Veinte días en Génova 45

I. Plan de esta publicación. Algunas impresiones del Atlántico y de las costas de Europa. Trafalgar. Gibraltar. Tolón. Los Apeninos. Primeras impresiones de la vista de Italia 45

II. Cristóbal Colón: particularidades sobre su origen. Descripción de sus autógrafos. Su ortografía y caligrafía. Anécdota sucedida a Washington Irving. Iglesia de San Esteban, en que se presume fue bautizado Colón. Cuadro de Rafael y Romani. Anécdota picante 51

III. La pila bautismal de San Esteban. Anécdota curiosa. El teatro de Carlo Felice; la ópera, el baile. Emociones febriles experimentadas a su primer aspecto 58

IV. Continuación de las primeras impresiones de la ópera. Impresiones de la segunda representación; la crítica sucede al entusiasmo. El público genovés en el teatro. El hijo de Paganini y un sobrino de Napoleón 65

V. Cómo pueden ser aprovechados los viajes rápidos. Cuadro general del gobierno y administración de los Estados sardos 70

VI. Prosperidad material de los Estados sardos. Ilusiones y engaño de los proscriptos. Mazzini, sus amigos; estado de los ánimos en punto a la revolución política. Anarquía y división de los espíritus, sentimientos y costumbres en Italia. Mejoras y trabajos materiales. Código civil. Cuestiones a él referentes. Movimiento general de la Europa hacia la codificación. Alusiones personales a los señores Badariotti y Mossoti 78

VII. Digresión: aspecto de las calles de Génova, de los edificios, tiendas, almacenes, cafés, las mujeres, los eclesiásticos, la nobleza. Prosecución de los estudios serios. Explicación del método seguido. Reseña histórica y situación presente de la codificación en los Estados sardos. Vistas críticas sobre estos trabajos 84

VIII. Crítica que en los Estados sardos hace la opinión sabia a la enseñanza jurídica. Breve digresión sobre la instrucción publica: Universidades de Génova y Turín. Conducta del gobierno hacia ellas. Una función de grados en la de Turín. Magnificencia del edificio en que está la de Génova. Contraste de ella con la Sorbona de París. Régimen y policía de las aulas. Número de los estudiantes que las frecuentan. Disposiciones de la juventud. Por qué desmaya. Situación literaria; por qué es subalterna; ella no carece de grandes inteligencias. Predilección por las ideas francesas 94

IX. Predilección por las ideas francesas. Odio a la Austria y al germanismo. Tendencia de la Italia y de la Europa en general a lo positivo, a la política, a los intereses materiales e industriales. Nueva dirección del arte y de las letras. Deberes de la España, y de la América meridional sobre todo, de abrazar este movimiento. Dirección que los nuevos Estados americanos deberían dar a la alta enseñanza. Prosigue el cuadro de la situación mental de Italia. Legislación de la prensa en los Estados sardos. Cuestión que ella provoca, importante para Sudamérica. Prensa periódica de Turín. Romani su corifeo actual. Notabilidades sabias de aquel país 102

X 110

XI 123

XII 132

XIII 139

XIV 149

XV 155

XVI 159

XVII 165

XVIII 172

Libros a la carta 183

Brevísima presentación

La vida

Juan Bautista Alberdi (Tucumán, 1810-París, 1884). Argentina.

Era hijo de un comerciante español y de Josefa Aráoz, de la burguesía tucumana. Su familia apoyó la revolución republicana; Belgrano frecuentaba su casa y Juan Bautista lo consideró un gran militar y un padrino, dedicando numerosas páginas a defender su figura. Esta actitud lo hizo polemizar con Mitre, y ganarse la enemistad de Domingo Faustino Sarmiento.

Alberdi estudió en el Colegio de Ciencias Morales de Buenos Aires y abandonó los estudios en 1824. Por esa época, se interesó por la música. Poco después estudió derecho y en 1840 recibió su diploma de abogado en Montevideo.

Fue autodidacta. Rousseau, Bacon, Buffon, Montesquieu, Kant, Adam Smith, Hamilton y Donoso Cortés influyeron en él. En 1840 marchó a Europa. Volvió en 1843 y se asentó en Valparaíso (Chile) donde ejerció la abogacía. En otro de sus viajes a Europa como diplomático, pretendió evitar que las naciones europeas reconocieran a Buenos Aires como nación independiente y se entrevistó con el emperador Napoleón III, el Papa Pío IX y la reina Victoria de Inglaterra. Mitre y Sarmiento lo odiaron.

Alberdi vivió entonces fuera de Argentina y regresó en 1878, cuando fue nombrado diputado nacional. Había sido diplomático durante catorce años. Las cosas habían cambiado: Sarmiento envió a su secretario personal a recibirlo y lo abrazó. Sin embargo, los mitristas impidieron que fuera otra vez nombrado diplomático, en esta ocasión en París. Murió en un suburbio de dicha ciudad el 19 de junio de 1884.

Este es un viaje de formación a Europa en el que se proyectan los fantasmas de la construcción de la República Argentina.

Viajes y descripciones

Impresiones en una visita al Paraná

Yo no amo los lugares mediterráneos y pienso que este sentimiento es general, porque es racional. Si el hombre es un ente social, debe huir de lo que es contrario a su sociabilidad. Me he visto en medio de los portentos de gracia y belleza que abriga el seno de nuestro territorio, me he sentido triste, desasosegado por una vana impresión de inquietud de no encontrar una playa en que pudiesen derramarse mis ojos; he creído habitar un presidio destinado a los poetas descriptivos.

Yo no sé si este sentimiento es común, pero nunca he podido pararme en las orillas de un río, sin sentirme poseído de no sé qué ternura vaga, mezclada de esperanzas, de recuerdos, de memorias confusas y dulces. He tenido envidia de preguntar a las aguas que pasaban de qué regiones procedían y a dónde iban. Las he visto pasar con envidia, porque yo amo todo movimiento. Me ha parecido que iban a otros climas más felices. Las playas de los ríos han sido siempre una musa, un germen de inspiraciones para mi alma, como para los estados un manantial de progresos. Y yo reconozco en este instinto algo de justo. Estas aguas que he visto pasar llevan un destino grande, van a engrosar el vehículo poderoso de la libertad y de la sociabilidad humanitaria: el océano. El océano es la unidad, el progreso, la vida misma del espíritu humano. Sin este lazo divino no fuera un solo y mismo hombre que vive siempre y progresa continuamente. Agotar los mares fuera sumir las naciones en la servidumbre y la barbarie. La libertad moderna de la Europa, es natural de una isla. La libertad como los cisnes y las musas ama las orillas de las aguas. Si las antiguas musas habitaron los bosques, las musas del día buscan los ríos y los mares. Hijas de la libertad y del progreso, aman la cuna de sus padres.

Un poeta americano ha hecho bien en pintar las facciones del desierto. Estas pinturas a más de un interés de curiosidad, reúnen el interés social. Aunque el desierto, no es nuestro más pingüe patrimonio, por él, sin embargo, debe algún día, como hoy en Norteamérica, derramarse la civilización que rebosa en las costas. El arte triunfará de nuestros desiertos mediterráneos, pero antes y después de la venida del arte, las costas del Paraná y del Plata serán la silla y el manantial de la poesía nacional...

Aunque el arte actual no sea la expresión ideal de la vida social, la profecía del porvenir, él no podrá profetizar un porvenir inmenso a la sociedad americana, sin darle un teatro adecuado, y este teatro no podrá ser otro que el borde de nuestros opulentos ríos. El egoísmo humano ha dicho Río de la Plata, queriendo decir: río de la libertad, de la prosperidad, de la vida. El Río de la Plata es hijo de dos ríos de poesía y de gracia, como para dar a entender, que la libertad y la opulencia de los pueblos son hijos de las musas.

Es a la faz de estas aguas famosas, en las márgenes del Paraná, donde yo escribo estas impresiones, que sus encantos producen en mi alma. He venido en busca de mi vida que sentía aniquilarse, como la voz humana en el silencio del desierto. El desierto es como nuestra vida, como nuestra voz, y si nos deja, la vida nos lleva el contento. La música es una revelatriz sincera de los secretos del alma, y para sondear el estado íntimo de los habitantes de nuestros campos solitarios, basta fijarse en el acento de sus melodías: son llantos de peregrinación y de soledad. Me he sentido renacer de un golpe a la vista celestial del Paraná. Lo he visto por la primera vez en una tarde apacible; se levantaba, la Luna, no como un objeto del cielo, sino como parte de las aguas, como flor luminosa que volaba a los cielos. Dejé caer una sonrisa involuntaria: la extrema belleza infunde un sonreír inefable. Me quedé repitiendo: ¡Qué gracia! ¡Qué belleza! ¡Qué majestad! Me acordé al momento de Lamartine, de Chateaubriand, de Didier, de todos los grandes pintores de la naturaleza. Si se viesen donde yo me veo, mudo de admiración me decía, qué Paraná no veríamos manar de sus plumas.

Aquellos bosques que nuestros campos echan de menos, y que los ojos buscan en vano a la vista de llanuras inmensas, han venido a colocarse en medio de las aguas. Bosques encantados, jardines flotantes, paisajes que la poesía no habría columbrado en sus sueños divinos.

Tengo a mis pies el cuadro, piso la soberbia ribera de San Pedro, que parece erguirse de vanidad de las aguas que custodia, desde aquí contemplo las isletas de flores en formas graciosas: veo diademas de flores que parecen mirarse en los espejos del río, flores coronadas de cristal: es un laberinto armonioso en donde las vastas láminas del río juegan con las guirnaldas azules, conciertos graciosos y risueños.

El entusiasmo que en su admirable instinto de civilización ha cuidado siempre de erigir sus templos en lugares dominantes, parece haber sido inspirado como nunca al plantar la cruz de Cristo en las orillas del Paraná, como astro aparecido en un nuevo horizonte, para avisar que ya vienen siglos de igualdad, de libertad de asociación para estos sitios. ¿Qué anuncia en efecto esta cruz que señorea estas orillas? Es el estandarte de la libertad y de la luz nueva, que llama a los hombres de este suelo a protestar a sus plantas, en favor de la civilización humana, es decir de la igualdad de la libertad, de la confraternidad de todos los hombres que la cruz de Cristo simboliza. Es la planta de la vida cuyas flores son la libertad y la igualdad, y cuyos frutos son los pueblos.

Un profundo silencio, no obstante, envuelve hoy día esta escena de mudez, y grana. Y no podríamos preguntar: ¿Qué significado tuvo aquella inmensa algazara de quince años, con que alborotamos el mundo y que hemos llamado revolución americana? Fue un albor primero y efímero no más, el primer canto del gallo de la libertad: un destello dulce del día del porvenir. La noche es larga como el día, todavía seguirán horas silenciosas, largas tinieblas que los espíritus enfermos confundirán con la noche, pero indudablemente la luz vendrá y brillará con un esplendor no conocido.

Entre tanto estos sitios duermen aún en brazos de un poético misterio. Este teatro espléndido, obra inédita del Creador está sin duda destinado al porvenir del mundo: los siglos de oro duermen bajo estas olas argentinas; siglos nunca vistos, piden lugares no conocidos como los peces de oro, que parten en silencio las ondas diáfanas, así las masas infantes del Paraná, ríen, juguetean y saltan con un cuidadoso silencio, como si temiesen comprometer el porvenir del mundo, revelando prematuramente, el teatro en que debe desplegarse un día.

Lleno de una ferviente y exaltada fe en el porvenir humano, que en este instante preocupa mi espíritu, me siento sumergir en un éxtasis divino que me transporta a aquellos días afortunados. Yo veo ya estas riberas coronadas por guirnaldas airosas de edificios de una arquitectura, cuya simplicitud simétrica, simboliza un mundo despejado de todo género de jerarquías. Yo veo descender como las perlas de la aurora, a las graciosas argentinas sobre las márgenes del Paraná, en aquellas tardes perfumadas, que caen en pos de un Sol punzón. Yo veo esmaltarse los espejos del río de los infinitos colores de los vestidos de las jóvenes que invaden las aguas en elegantes góndolas de variadísimos pabellones. Las veo abordar los parques encantados, que ha levantado el arte, en la más vecina de las islas. Veo descollar más atrás la frente majestuosa de los edificios levantados en las más apartadas islas.

Aturde mis oídos el torrente estrepitoso de buques de vapor que suben y bajan la inmensa riqueza de nuestra industria. Confunde mis ojos la infinidad de banderas amigas que pululan sobre nuestras aguas. Yo admiro, en fin, la vida, la actividad, la abundancia, derramarse con profusión maravillosa, con una observancia inconcebible. Me imagino una atmósfera nueva, un mundo desconocido, leyes, instituciones, ideas, formas que hoy solo viven en las especulaciones honradas del genio; oigo hablar del siglo XIX como hoy de la Edad Media, oigo hablar de la Europa actual, esta Asia moderna, como hoy del Oriente y de la Asia primitiva. Y todavía oigo la voz infatigable de la filosofía, que profetiza y concibe tiempos y mundos más avanzados y perfectos todavía.

Aquí una campana lúgubre viene a eclipsar mis visiones, la campana de la noche que llama a la oración, esta preparación austera de los tiempos futuros. El acento que hoy me despierta para quitarme las grandezas que sueño, en otro tiempo me ha despertado para darme las que no soñaba. ¿Quién de nosotros que tenga un corazón que palpite al nombre de la patria, no se acuerda allá en los primeros días de nuestras glorias, muchas veces en la mitad de una profunda noche, de haber oído el eco majestuoso de una campana para anunciar que la espada de Belgrano o San Martín había roto un eslabón más de la cadena de nuestra servidumbre? Horas de gloria, momentos inmortales ¿habéis fugado acaso para no volver jamás? Son tantas las veces que las campanas han saludado las glorias nacionales, que sus acentos ya no pueden escucharse, sin que cien ecos respondan en el alma. Así las campanas han venido a poseer dos idiomas, el de la religión y el de la patria. Que Dios preserve nuestros corazones de olvidar jamás la clase de estas sagradas cifras.

Figarillo.

Memoria descriptiva de Tucumán

Advertencia

No obstante el título que lleva esta memoria, el lector no busque más en ella que un corto número de apuntaciones sobre Tucumán mirado por el lado físico y moral de su belleza. En una residencia de poco más de dos meses, y con objetos muy diferentes, apenas tuve tiempo para ensayar rápidamente un objeto sobre el cual tengo esperanza de volver con más lentitud en otra oportunidad. Así, pues, ni el naturalista, ni el historiador, ni el poeta mismo, cuya pluma parece que yo hubiera usurpado, tiene que reclamarme una sola de las inmensas preciosidades que brinda a su consideración aquel riquísimo suelo.

¿Se me dirá que este escrito es inútil porque no trata más que de bellezas? Yo creo que un país no es pobre con solo ser bello; y que la historia de su belleza, en consecuencia, no puede ser insignificante. Estoy cierto, por otra parte, que, semejante objeción no me será propuesta por hombres como Buffon, Cabanis, Humboldt y Bompland que jamás pudieron ver separado el conocimiento de la fisonomía de la naturaleza en diferentes regiones, de la historia de la humanidad y de la civilización.

Se me objetará también que yo no veo en Tucumán más que hermosuras. Contestaré que yo no he querido ver otra cosa. Sé que Tucumán como los objetos más hermosos, no carece de lados imperfectos. Pero dejo a sus enemigos el cuidado de retratarlos. No sostendré que sus cuadros serán inexactos; pero no se concluirá de ello que los míos no son ciertos.

Es tan extrañamente bello y tan ignorado Tucumán, que es difícil escribir sobre él, sin riesgo de no ser creído. Pero la idea de que nadie me dará crédito sino los que le conocen, me alienta mucho. Así pues, los que piensen que este escrito no es más que un trozo de imaginación que me ha hecho producir el deseo de aplausos, tienen que corregir su juicio. Es demasiadamente hermoso Tucumán para que necesite el auxilio de mi triste ingenio. No es el amor a la gloria, sino el amor a la patria el padre de esta publicación, porque mi objeto es extender el nombre de Tucumán y no el mío. Si no fuera este un escrito histórico al frente del cual es menester que vaya un nombre para responder de las noticias que refiere, nadie sabría quién es el autor; porque al paso que me lisonjea el convencimiento de la importancia de las cosas que cuento, ninguna confianza tengo, por otra parte, en el estilo de que me sirvo.

Sección primera. Rasgos fisonómicos de Tucumán

Singularidad, extensión de la provincia de Tucumán. Situación pintoresca del pueblo. Amenidades y bellezas que le circundan. Montañas de San Javier. Autoridad extranjera que testifica estas relaciones

Por donde quiera que se venga a Tucumán, el extranjero sabe cuándo ha pisado su territorio sin que nadie se lo diga. El cielo, el aire, la tierra, las plantas, todo es nuevo y diferente de lo que se ha acabado de ver.

Semejante originalidad no podía conservar Tucumán siendo muy grande. Así es que, toda su extensión territorial no pasa de sesenta leguas de Norte a Sur y cincuenta de Este a Oeste. Algo distante de la áspera falda de los Andes, está vecino a una ramificación que se desprende de aquella gran cadena de montañas, la cual extendiéndose longitudinalmente por el costado occidental de la provincia, da origen a veinticuatro ríos que con un gran número de arroyos, manantiales y acequias, fertilizan abundantemente todo su territorio.

Fundose el pueblo de Tucumán a las orillas del Sali, o río del pueblo, que algunos accidentes naturales alejaron a una legua de la ciudad. El espacio abandonado sucesivamente de las aguas, se ha cubierto de la más fecunda y grata vegetación, de manera, que puesto uno sobre las orillas de la elevación en que está el pueblo, ve abierto bajo sus pies un vasto y azulado océano de bosques y prados que se dilata hacia el oriente hasta perderse de vista. Este cuadro que se abre a la vista oriental de Tucumán, de un carácter risueño y gracioso contrasta admirablemente con la parte occidental que, por el contrario, presenta un aspecto grandioso y sublime.

Son encantadores los contornos del pueblo; alegría y abundancia no más se ve en los lugares donde en las grandes ciudades no hay más que indigencia y lágrimas. No es el pobre de Tucumán como el pobre de Europa. Habita una pequeña casa más sana que elegante, cuyo techo es de paja olorosa. Un vasto y alegre patio la rodea, que jamás carece de árboles frutales, de un jardín y un gran número de aves domésticas. A la vista de estas moradas felices, se abren los más amenos y risueños prados limitados por bosques de poleo más amenos y gratos todavía. Unas y otras son fertilizadas por acequias abundantes, cuya alegre vista, no revive menos nuestras almas que las plantas. No puede visitarse estos sitios en la hora de ponerse el Sol, sin sentirse enajenado y lleno de recuerdos y esperanzas inmortales. Después que el Sol se pierde detrás de las montañas occidentales, todavía las montaña del Norte conservan en sus cumbres los últimos rayos de luz. Este cuadro nos recuerda la mañana del día, así como la agonía del anciano nos trae a la memoria la mañana de su vida.

Recorriendo aquellas cercanías vi que los carpinteros de Tucumán no trabajan a la sombra destemplada de largos y tristes salones. La vasta y húmeda copa de un árbol les ampara de los rayos del Sol, pero no le impide tender la vista por las delicias que le circundan. Mil pájaros libres y domésticos cantan en torno suyo. Perfume de cedro y arrayán arrojan sus manos que casi no tocan otras maderas.

Una de las bellezas que arrebatan la atención del que llega a Tucumán son las faldas de las montañas San Javier. Sobre unas vastas y limpias sábanas de varios colores se ve brillar a la izquierda un convento de Jesuitas que parece que estuviera suspendido en el aire. Sigue al Norte la falda de San Pablo, cuyo declive rápido deja percibir el principio y fin de unas islas de altísimos laureles que lucen sobre un fondo azulado. Una vez penetré los bosques que quedan al occidente del pueblo por una calle estrecha de cedros y cebiles de quince cuadras, al cabo de la cual, abriose repentinamente a mis ojos una vasta plaza de figura irregular. Este lugar es la Yerba Buena. Es limitado en casi todas direcciones por los lados redondeados de muchas islas de laureles, por entre los cuales a veces pasa la vista a detenerse a lo lejos en otros bosques y prados azules. Al oeste es coronado el cuadro por las montañas cuyas amenas y umbrosas faldas principian en el campo mismo. Quise penetrar esta floresta. No fui más sorprendido al ver la pintura que hizo el cantor del Edén, de la entrada del Paraíso. Unos laureles frondosos extendieron primeramente sus copas sobre nuestras cabezas. Un arroyo tímido y dulce se hizo cargo de nuestra dirección. Semejante guía no podía conducirnos mal. Adornaban sus orillas unos bosquecitos de una vara de alto de mirto, cuyas brillantes y odorífícas hojas lucían sobre un ramaje de una limpieza y blancura metálica. Poco a poco nos vimos toldados de una espléndida bóveda de laureles, que reposaba sobre columnas distantes entre sí. Me pasmaba la audacia de aquellos gigantescos árboles que parecía que pretendían ocultar sus cimas en los espacios del cielo. Bajo este otro mundo de gloria se levantan a poca altura con increíble gracia, mil bosquecillos de mirto de todas edades, lo que me representó a las musas bajo el amparo de los héroes. Un dulce y oloroso céfiro agitaba el cielo de laureles y descendiendo sobre nuestras cabezas vulgares una lluvia gloriosa de sus hojas, usurpábamos inocentemente un derecho de Belgrano y de Rossini. Como en las obras maestras de arquitectura, nuestras palabras se propagaban, o como si las musas imitadoras nos las arrebataran para repetirlas en el seno de los bosques.

Hallamos una colmena en el tronco de un árbol. Hachose el tronco, bamboleó el árbol, declinó con majestad, y acelerando progresivamente su movimiento, tomó por delante otros árboles menores y se precipitó con ellos con un estrépito tan sublime y pavoroso como el de un templo que se hunde. Pero las ruinas del palacio natural, no así como los del hombre, arrojaron perfumes deliciosos. Al tomar mi caballo quise apartar un lazo de flores que caía sobre el estribo, y alzando los ojos vi, suspendida en él, una bala de miel que no quise tocar.

¡Cuánto más hubiera venerado la divinidad el que cantó la pérdida del primer hombre, si hubiera sabido que las maravillas que él miraba como ricas creaciones de su ingenio, no eran sino cosas muy pobres respecto de las que muy positivamente derramó allí la mano poderosa! Uno de los mayores prodigios de aquellos objetos, y que escapa de la pluma más delicada, es un cierto arreglo y distribución maravillosa que nuestra triste geometría llama desorden, sin embargo que de él nace aquel manantial inagotable de bellezas que no deja que uno acabe de ser sorprendido jamás por una variedad de objetos tan ilimitada y vasta como la naturaleza.

No me parece que sería impropiedad llamar al monte que decora el occidente de Tucumán, el Parnaso argentino; y me atrevo a creer que nuestros jóvenes poetas, no pueden decir que han terminado sus estudios líricos, sin conocer aquella incomparable hermosura. A lo menos existe la misma razón que indujo a los griegos a poner la morada de las musas en el Parnaso, pues que el monte de San Javier es una fuente no menos fecunda de inspiraciones, de sentimientos y de imágenes poéticas. Sea que se contemple su perspectiva total desde el pueblo, sea que se recorran sus faldas o sus cumbres, cada día, cada hora, cada momento presenta cuadros tan nuevos y únicos como sublimes y bellos. Una nube flotando a lo largo de las montañas en la hora del occidente del Sol, produce en su dorado curso cuantas bellezas y caprichos es capaz de producir la imaginación más rica y más loca del mundo.

Si desde la cumbre vuelve uno los ojos al oriente, todo el territorio de Tucumán queda bajo sus pies como un palmo de tierra, los ríos como cintas de raso blanco, y la ciudad como un pequeño damero. Vuélvense los ojos al poniente, y queda uno con el cerro que tiene bajo sus pies como un pigmeo miserable, delante del Aconquija cuya eminencia solo es posible admirar desde la cumbre de los otros cerros. Allí no hay más monotonía que la de la variedad. Cada paso nos pone en nueva escena. Un aire puro y balsámico enajena los sentidos. No hay planta que no sea fragante, porque hasta la tierra parece que lo es. Los pies no pisan sino azucenas y lirios. Propáganse lenta y confusamente por las concavidades de los cerros, los cantos originales de las aves, el ruido de las cascadas y torrentes. Repentinamente queda envuelto uno en el seno oscuro de una nube y oye reventar los truenos bajo sus pies y sobre su cabeza y se encuentra envuelto en rayos, hasta que impensadamente queda de nuevo en medio de la luz y la alegría.

Ruego a los que crean que yo pondero mucho, se tomen la molestia de leer un escrito sobre Sudamérica, que el capitán Andrews publicó en Londres en 1827. Advirtiendo que el testimonio de este viajero debe ser tanto menos sospechoso cuanto que pocos países le eran desconocidos, y que su carácter no dio motivo para creer que fuera capaz de mentir por mero gusto. Y adviértase que los juicios de mister Andrews no son como los míos, sino que son comparativos. No dice como yo, que Tucumán es bellísima, sino que dice «que en punto a grandeza y sublimidad, la naturaleza de Tucumán no tiene superior en la tierra»; «que Tucumán es el jardín del universo». Yo me dispenso de citar más a mister Andrews porque todo su artículo relativo a Tucumán se compone de expresiones semejantes; y para que no se me tache de parcial creo que aquellas pocas palabras son suficientes.

Sección segunda. Continuación de la sección anterior

Invierno y primavera de Tucumán. Símil sobre ella. Locura y alegría de las naves. Explicación poética de este fenómeno. Cuadros de la naturaleza. Descripción del crepúsculo y de la noche. Ocurrencias sociales que contribuyen a su hermosura. Orden de las lluvias y bellezas que él produce

He oído decir en todas partes que en invierno la naturaleza muere, lo he oído también en Tucumán, pero allí me ha parecido esto inexacto. Tengo que cometer un robo a la poesía para dar una idea del invierno de Tucumán, porque el único objeto que yo encuentro semejante al aspecto que aquella naturaleza presenta en tal estación, es Venus dormida. Sí puedo hablar así, la naturaleza cierra sus ojos, pero respira gracias y encantos en medio de un sueño. Propiamente no hay invierno en Tucumán, y el número de días fríos no es sino muy limitado. Por lo regular la temperatura no es más que de una agradable frescura. Rara vez llueve y muchísimas flores se burlan del hielo.

En la patria favorita de las flores y los pájaros, la primavera no puede ser sino maravillosa. Supóngase que una visión celestial viene a turbar el reposo de Venus, y despierta de repente de un sueño con la risa en la boca y la alegría en los ojos, tendremos entonces una imagen aunque pequeña, pero semejante de la primavera de Tucumán. Lo que principalmente lleva la atención, es, los bosques inmensos de naranjos; que casi rodean el pueblo, cuyas copas visten tan profusamente de flores que parecen nubes de azahar. Bajo esta niebla de perfumes, el alma se enajena. Parece que los pájaros embriagados con los olores, se vuelven más locos, y con sus inquietas alas derraman las flores que caen en lluvia celestial.

Se nota efectivamente en los pájaros que trae la primavera, una especie de locura y enajenamiento que pierden entrado el verano, cuyo significado solo puede ser comprendido por el que ha vivido largo tiempo lejos de su patria, o por el que es capaz de conocer y sentir toda la hermosura de los siguientes versos del hijo de Racine:

Los que temiendo nuestro crudo invierno

van a acogerse a más templado clima,

no dejan que sorprenda entre nosotros,

la rígida estación a su familia.

La marcha general queda resuelta,

por el sabio consejo y los caudillos,

el día llega: parten, y el más joven,

pregunta acaso, al recorrer el sitio,

que le vio nacer, ¿cuál primavera,

será aquella feliz en que el destino,

nos torne a ver los paternales campos?

Ha vuelto pues la primavera apetecida y con lágrimas sabrosas el viajero saluda después de su larga peregrinación los dulces campos paternales. Entonces no canta sino llora de amor al recorrer el nido en que nació, el río, el árbol, el prado de los juegos de su infancia, y de sus primeros amores.

No todos los árboles florecen a un tiempo. Primeramente asoma la aurora de la primavera en la cima de los lapachos que se tiñen de rosa. Después dan la señal los aromos que se vuelven de oro todo enteros, antes de mostrar una hoja, y lucen aislados en los prados. Más tarde, por sobre la cima de los bosques bajos que limitan los prados, levantan sus copas de oro otros árboles que cargan sus ramas de unas grandes rosas amarillas. De manera que durante los meses de primavera, cada semana ofrece la naturaleza nueva decoración.

Los que salen a los campos de la ciudadela en la estación de las flores, tienen que dar antes su atención al tarco que existe en aquella orilla del pueblo. Este árbol de cerca de diez pies de altura, tronco limpio y poco tortuoso, antes de mostrar una hoja se viste todo entero de una hermosa flor morada, con tal copiosidad que a lo lejos parece un inmenso vaso de cristal violado. Un religioso tan querido de las musas como de la virtud, después de un paseo diario por las cercanías de la ciudad, acostumbraba volver a tomar mate debajo de aquel árbol, que él llamaba de la libertad, a la lluvia de sus flores que desprendían los pájaros y los céfiros. Algunos años después, estando en Buenos Aires, los recuerdos de Tucumán, sacaron de su pluma la siguiente estrofa, cuyos dos últimos versos no sé por qué gusto tanto de repetir.

Pero, ¿a qué recuerdo instantes

que mi hado infeliz no fija?

¡Oh! ¡Solitario Aconquija,

dulce habitación de amantes!

¡Oh! ¡Montañas elegantes!

¡Oh! ¡Vistas encantadoras!

¡Oh! ¡Feliz Febo que doras

tan apacibles verdores!

¡Oh días de mis amores,

qué dulces fueron tus horas!