El hombre misterioso - Janelle Denison - E-Book

El hombre misterioso E-Book

Janelle Denison

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Beschreibung

A la conocida locutora de radio Erica McCree le gustaba mucho el sexo. Es decir, hablar de sexo. Ian Carlisle ya había conseguido seducir la imaginación de Erica, ahora sólo le faltaba conseguir el resto. Erica sabía por experiencia que se podían esconder muchas cosas tras un micrófono. Aunque se había ganado la fama de hablar sobre todo lo referente al sexo en su programa, nunca había tenido que demostrar nada... hasta que un oyente misterioso y atractivo le confirmó que era aún más irresistible en persona. La química que había entre ellos se percibía de lejos, incluso a través de las ondas de radio. Discutían sobre cualquier tema que pudiera resultar provocativo. Y al tiempo que la audiencia aumentaba vertiginosamente, la tensión sexual también. Pero, ¿qué haría Ian cuando descubriera que Erica no era la experta que decía ser?

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2001 Janelle Denison

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El hombre misterioso, n.º 87 - agosto 2018

Título original: Heat Waves

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

I.S.B.N.: 978-84-9188-868-0

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

1

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5

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Publicidad

1

Ian Carlisle estaba obsesionado con una mujer a la que no conocía, una mujer que lo seducía con una voz excitante y encendía su libido con los atrevidos temas que comentaba en antena por las noches.

Últimamente había llegado a convertirse en parte de sus sueños y fantasías. Y había sido entonces cuando había comprendido que estaba perdido. Por si no era suficiente compartir con ella todas las veladas, había terminado llevándosela a la cama cada noche. Desgraciadamente se despertaba solo y la mayoría de las veces, excitado y anhelando a aquella elusiva fantasía. Aquella mujer había llegado a convertirse en una atracción irresistible que lo obligaba a volver a ella noche tras noche.

Cuando todavía faltaban diez minutos para que empezara el programa de radio, Ian se metió en la ducha. Agradeció sentir el agua fría sobre la piel tras haber pasado una hora intentando deshacerse del estrés acumulado durante la negociación de un nuevo contrato para su firma de inversiones. En ese momento tenía la cabeza despejada, el cuerpo relajado y sus pensamientos centrados exclusivamente en Erica.

Se enjabonó el cuerpo, frotándose vigorosamente el pecho, el vientre y los muslos. La anticipación vibraba en su piel, incrementando la necesidad de oír aquella voz tórrida y descubrir lo que había preparado para el programa de aquella noche. La excitación se enroscaba en lo más profundo de su vientre al pensar que lo esperaba una nueva velada cargada de desafíos eróticos.

Su ritual nocturno era una suerte de aventura ilícita, verbalmente arriesgada y físicamente excitante. Una aventura frívola y atrevida. Un juego, una distracción que borraba los problemas y los recuerdos dolorosos que se abrían camino en su cerebro en la soledad de aquel ático silencioso.

Así era como había llegado a conocer el programa de radio de Erica McCree un mes atrás. Desesperado por llenar el opresivo silencio de su casa, había buscado una emisora y la había encontrado a ella. Sorprendente, atrevida, seductora… Erica no solo había conseguido caldear las calurosas noches de Chicago con sus cándidas conversaciones acerca de diferentes cuestiones sexuales, sino que además había conseguido excitarlo. Y había pasado mucho tiempo desde que una mujer lo afectara con tanta fuerza, o a un nivel tan básicamente masculino.

Ian salió de la ducha, se secó, se puso sus pantalones cortos favoritos, se dirigió al cuarto de estar y encendió el aparato estéreo. Una voz masculina se filtró por los bafles estratégicamente colocados, ofreciendo el breve informativo que precedía a Calor en las Ondas, el programa de Erica.

Aprovechando aquellos minutos, Ian fue a buscar una cerveza fría a la cocina. Agarró una botella de su brebaje preferido, cerró el refrigerador y la abrió. Irremediablemente, su mirada voló hacia el pedazo de papel que sujetaba con dos imanes a la puerta del refrigerador. El color de la fotografía de Erica McCree que había conseguido a través de la página web de la emisora provocó una llamarada de deseo que comenzaba a ser habitual cada vez que se aproximaba a ella. Después de haber disfrutado de la compañía de Erica a través de las ondas y de las discusiones que habían mantenido sobre cuestiones íntimas, como si fueran un par de viejos amantes, había sentido curiosidad por conocer su aspecto, por saber si su imagen encajaba con aquella voz increíblemente aterciopelada y su desinhibida personalidad.

Lo había sorprendido, pero en absoluto decepcionado, su descubrimiento. Le gustaba su imagen, estaba fascinado con el contraste entre la imagen que Erica proyectaba en la radio y el físico que mostraba la fotografía. Mientras que en el programa la locutora aparecía como una mujer crítica y con gran experiencia en el sexo, en la fotografía transmitía algo delicado y femenino que, sumado a cierto aire de misterio, lo había cautivado e intrigado al instante. Tenía los ojos oscuros, profundos, iluminados por chispas doradas, y una melena color miel que caía ondulada sobre sus hombros. Sin lugar a dudas, la sonrisa traviesa que curvaba sus labios indicaba que era una mujer que escondía numerosos secretos a su audiencia. Pero Ian pretendía desvelar todos y cada uno de ellos.

Terminó el informativo y se oyó la melodía que precedía a un anuncio de muebles.

Ian regresó al cuarto de estar, se detuvo frente a los ventanales que dominaban una de las paredes y dio un largo sorbo a su cerveza. Desde el decimosexto piso de aquel edificio, tenía una vista envidiable del Grant Park y del puerto de Chicago. Las luces de los barcos que surcaban el Lago Michigan conformaban un espectáculo impresionante. Una sonrisa irónica asomó a sus labios al pensar en la cerveza que se estaba tomando y los viejos pantalones que llevaba, ambos demasiado sencillos para el lujo y la opulencia que lo rodeaba.

Sacudió la cabeza, asombrado todavía por lo lejos que había llegado. De haber sido un niño sin recursos, con una madre más interesada en conseguir la siguiente dosis de heroína que en el bienestar de su hijo, había pasado a convertirse en el director de una firma inversora que había quedado completamente a su cargo cuando David Winslow, su mentor y padre, se había retirado. La pobreza le quedaba ya muy lejos, pero Ian todavía no había llegado a acostumbrarse a tener tanto dinero que prácticamente no sabía qué hacer con él.

A veces le costaba recordar cómo había llegado hasta allí, principalmente porque había dejado que la culpa y el dolor causados por una de las pérdidas más devastadoras y personales de su vida anularan gran parte de sus recuerdos y sus sentimientos.

Desde que su prometida había muerto cuatro años atrás, se había empeñado día a día en la ardua tarea de obligarse a concentrarse únicamente en el trabajo, en ganar dinero para sus clientes. Y no había sido consciente de la monótona y tediosa rutina en la que se había hundido hasta que había encontrado a Erica McCree. La conexión y la química que había surgido entre ellos a través de las ondas le habían proporcionado un entusiasmo y una energía incomparables con cualquier inversión. Erica le había dado algo que esperar al final de unas jornadas agotadoras, le ofrecía excitación, emociones… Y un deseo que lo había hecho sentirse nuevamente vivo cuando ni siquiera era consciente de hasta qué punto estaba muerto por dentro.

Con un largo suspiro, se terminó la cerveza y escuchó a Erica proponiendo el tema del día.

—Os habla Erica McCree y estáis escuchando el programa más excitante de la radio, Calor en las Ondas en la WTLK, fiel reflejo del tiempo que nos acompaña. Un calor tórrido y húmedo —su voz se iba haciendo cada vez más suave y seductora. Las palabras que siguieron a la presentación fueron poco más que un ronroneo satisfecho—. Hum, parece una noche ideal para el sexo, ¿verdad?

Una risa ronca y femenina vibró a través del cuerpo de Ian, cortesía de su inmejorable sistema de sonido, calentándolo como no podía hacerlo el calor de la noche.

—Me gustaría compartir con vosotros una historia que me ha pasado recientemente y que puede servir de introducción para el tema de hoy. No hace mucho, tuve una cita y el hombre en cuestión se pasó la noche hablando por su teléfono móvil —explicó Erica a sus oyentes, más divertida que enfadada—. Y cuando no estaba hablando por teléfono, se dedicaba a mirar a otras mujeres. Y, sin embargo, al final de la cita, esperaba mucho más que un beso de buenas noches. Obviamente, no lo consiguió.

Ian se echó a reír ante la actitud despreocupada de Erica.

—Aquel incidente me hizo preguntarme qué es lo que los hombres encuentran sexy en una mujer. Cómo es posible despertar su interés y qué es lo que los excita. Así que, chicos, ¿qué es lo que os gusta de una mujer, lo que hace que volváis a llamarla después de la primera cita?

Dejó que aquella pregunta encendiera la imaginación de sus oyentes mientras una suave melodía de jazz introducía un nuevo anuncio. Ian agarró el teléfono portátil y se sentó en el sofá. La suave tapicería del sofá acariciaba su espalda desnuda, añadiendo a su excitación un nuevo toque de sensualidad mientras pensaba en la pregunta de Erica. ¿Qué era lo que le hacía escuchar su programa noche tras noche? ¿Qué lo impulsaba a llamarla? ¿Y por qué últimamente lo excitaba?

Minutos después, Erica estaba de nuevo en el aire, atendiendo la llamada de uno de sus oyentes.

—Cuéntanos, Derek, ¿qué es lo que te hace pensar que una mujer es especial?

—Cualquier mujer con las piernas largas y los senos grandes con una camiseta ajustada es capaz de volverme loco.

—Asumo entonces que no estás muy preocupado por mantener una conversación inteligente —comentó Erica bromeando—. ¿Los senos tienen que ser auténticos o pueden ser operados?

—Eso es lo de menos, pero cuanto más grandes mejor.

—Hum. Bueno, creo que acabas de rechazar a la mitad de la población femenina de este país, yo incluida —había un deje de diversión en su voz que ayudó a que Ian imaginara una sonrisa de indulgencia en su rostro—. Gracias por tu opinión, Derek. Ahora hablaremos con Larry. ¿Qué es lo que te excita a ti, Larry?

—Me gustan las mujeres que son calladas y recatadas en público, pero volcanes en el dormitorio.

—Así que quieres el pastel para ti solo, ¿eh?

—Esa es una forma de decirlo —replicó Larry en un tono inconfundiblemente machista—. Me gusta poder enseñar a las mujeres que salen conmigo, pero no hace falta que nadie las oiga, y también me gusta que se acomoden a mis necesidades en la cama.

—Vaya, no sabía que todavía había personas viviendo en la Edad de Piedra —contestó Erica alegremente, en un tono que no podía ser considerado como un insulto—. Estoy segura de que en alguna parte te está esperando ese tipo de mujer, Larry, así que continúa buscando.

Erica desconectó aquella línea para atender una nueva llamada.

—Bienvenido al programa, Kent —continuó, presentando al siguiente oyente—. ¿Y tú que piensas sobre el tema?

—A mí lo que más me atrae es la forma de caminar de una mujer, y eso es precisamente lo que me atrajo de mi novia actual. Si una mujer se siente segura de sí misma, eso se nota en su forma de alzar la cabeza cuando camina y en el suave balanceo de sus caderas. La confianza en sí misma de una mujer es lo que más me gusta, sobre todo cuando esa asertividad la traslada también a la cama y al sexo.

—Guau. Eso me gusta —comentó Erica sinceramente—. Mujeres, hay que tomar nota. Creo que Kent tiene un punto de vista digno de tener en cuenta para despertar el interés de un hombre. Dejad que vuestro cuerpo hable. La confianza en una misma es un rasgo muy atractivo, especialmente cuando se muestra exteriormente. Supongo que hace que un hombre se pregunte qué es lo que se esconde bajo esa capa de seguridad y creo que no nos haría ningún daño acompañar esa confianza con una ropa interior igualmente sexy y confiada. Ligas, tangas… las posibilidades son infinitas.

La mente de Ian se pobló de imágenes de Erica vestida con la lencería más sensual. La imaginó tumbándose en su cama mientras la seda y el encaje moldeaban sus curvas, acentuando la feminidad de sus senos, caderas y muslos. Su hermoso pelo cubriría la almohada mientras ella curvaba los labios con una incitadora sonrisa.

Aquella imagen encendió todos los sentidos de Ian. La sangre bombeaba con fuerza por sus venas. Se tensó en el sofá mientras su cuerpo respondía a aquella estimulación mental. Sacudió la cabeza, intentando eliminar aquellos pensamientos eróticos, y continuó escuchando el programa. Se descubrió a sí mismo entretenido y divertido con algunas de las respuestas que los hombres ofrecieron a Erica. Los comentarios de los oyentes eran de lo más diverso y las respuestas de Erica espontáneas, divertidas y a veces un tanto indignadas.

A las once menos cuarto, Erica interrumpió el programa para dar paso a un anuncio. Ian aprovechó aquella pausa para llamar a la emisora. Había llegado el momento de dar su opinión sobre el asunto y seducir a Erica con su definición de lo que él encontraba sexy en una mujer.

Marcó el número de la emisora y esperó la diversión que estaba a punto de comenzar.

Erica desconectó el micrófono, se quitó los auriculares y se recostó en la silla con un largo suspiro. Se levantó la melena, esperando encontrar algún alivio para el calor del estudio. El aire acondicionado de la emisora había vuelto a estropearse, lo que no era ninguna sorpresa para los empleados de la quinta planta de aquel viejo edificio de Chicago. Tras haber trabajado durante todo el día, el aparato solo era capaz de emitir ráfagas esporádicas de aire frío, haciendo que el cuerpo de Erica alternara entre la gratitud y los golpes de calor.

Justo en aquel momento, tenía una película de sudor sobre la piel, pero suspiró agradecida cuando salió del aire acondicionado una de aquellas extrañas ráfagas de frío. Erica iba vestida con una minifalda vaquera y una camiseta de verano, y como en la emisora ya solo estaban ella y la productora de la emisora y directora del programa, Carly, se había bajado los tirantes de la camiseta.

Mantenía la mirada fija sobre el monitor del ordenador que tenía frente a ella, observando el tiempo que quedaba de publicidad.

Aquella emisora no disponía de muchos recursos y todos los empleados hacían más de un trabajo para poder sacarla adelante. Y aunque el sueldo era mediocre, Erica estaba realizando un trabajo del que disfrutaba y que le permitía sentirse completamente independiente, al contrario que su madre y su hermana, que no tenían la menor idea de cómo mantenerse a sí mismas. Y poco a poco, estaba labrándose un nombre en la profesión.

Hacía tres años que se había trasladado desde California hasta Chicago, tras haber cortado con una relación que había llegado a ser excesivamente dominante. Aquella relación había estado a punto de arrebatarle todo lo que para ella era importante y le había hecho darse cuenta de que era preferible estar sola. Con un diploma en Ciencias de la Información, había conseguido un primer trabajo como locutora en una emisora de música, trabajando de dos a seis de la madrugada. Después de dos años de ser ignorada en las distintas promociones y ascensos de la emisora, había comenzado a buscar otro trabajo. Lo había intentado en WTLK y allí le habían ofrecido un puesto.

Erica siempre había deseado conducir un programa de radio y el entonces propietario de la emisora, Marvin Gilbert, le había dado una libertad absoluta para su espacio, hasta que su débil corazón había fallado. Marvin había apoyado desde el primer momento la decisión de Erica de realizar un programa divertido de contenido erótico, mientras que Virginia, su joven viuda, siempre había puesto mala cara ante lo que consideraba un programa basura. En realidad, no había nada de la emisora que le gustara, ni la programación ni la gente que trabajaba para su marido.

Tras la muerte de Marvin, los empleados de la emisora vivían con el temor de que Virginia los despidiera antes de que terminara el año.

—¿Va todo bien por ahí? —le preguntó Carly a través de los audífonos desde la cabina de control.

Erica controló el tiempo de publicidad y advirtió que todavía quedaban dos minutos para que el programa volviera a empezar.

—Sí, pero no estaría nada mal que Virginia invirtiera en un nuevo aparato de aire acondicionado.

Carly hizo un sonido de disgusto.

—Siendo tan agarrada como siempre hemos sabido que era, ha dejado perfectamente claro que no piensa gastarse un solo penique en esta emisora. Sobre todo después de haber recibido solo un cuarto de la herencia que creía merecer.

Erica hizo una mueca al recordar el enfado de Virginia tras la lectura del testamento de Marvin. Se había llevado la sorpresa de su vida al descubrir que la propiedad más valiosa que había heredado era una emisora que apenas le dejaba beneficios.

—Echo de menos a Marvin —comentó Erica con un suspiro.

—Todos lo echamos de menos —se mostró de acuerdo Carly con tristeza; después registró otra nueva llamada para el programa.

Erica tomó su botella de agua y bebió un trago que no consiguió aplacar su sed.

—Dios mío, qué calor hace aquí —musitó, deseando tener más tiempo para ir a buscar hielo de la máquina del pasillo.

—Bueno, prepárate, cariño. La temperatura está a punto de elevarse —Carly arqueó las cejas con expresión lasciva—. Alerta calórica por la línea tres.

Erica miró el reloj de pared para comprobar la hora y supo inmediatamente a qué se refería su mejor amiga.

—No tienes idea de si Ian está caliente o no.

—¿Cómo no va a estar caliente con esa voz orgásmica que hace que a cualquier mujer se le acelere el pulso? —desde el otro lado de la pantalla de cristal que las separaba, Carly fingió un escalofrío—. ¡Y no hablo solamente del pulso de la muñeca!

Erica elevó los ojos al cielo, pero no podía negar que las llamadas de aquel oyente tenían el mismo efecto en ella. Y no era solo su voz la que hacía que sus nervios se tensaran y en su cuerpo despertaran docenas de los más desvergonzados deseos. Era aquella forma que tenía de hacerle sentirse como si fuera el centro absoluto de su atención, o como si aquellos debates radiofónicos fueran el preludio de algo más prohibido y satisfactorio.

Una idea ridícula, considerando que no tenía intención de conocerlo personalmente. Especialmente, porque no quería estropear la rara química que había surgido entre ellos. Ian era una fantasía excitante y deliciosa que Erica compartía con sus oyentes. Había aprendido años atrás que era más seguro permitirse los más eróticos sueños y fantasías que involucrarse sentimentalmente con un hombre.

—Tanto tú como yo sabemos que una voz puede ser muy engañosa —le dijo a Carly. Ambas habían conocido a algunos de sus oyentes habituales—. Y un hombre con una voz tan increíble como la de Ian no puede tenerlo todo.

—Probablemente tengas razón —se mostró de acuerdo Carly con una sonrisa—. Pero es una bonita fantasía, así que te agradecería que no hicieras añicos mis ilusiones.

Erica se pasó el dorso de la mano por la frente y miró a su amiga con el ceño fruncido.

—Eh, tú ya tienes una vida real suficientemente caliente, así que no te dediques a fantasear con mis oyentes.

—Vaya, vaya, ¿no estás siendo poco posesiva con nuestro oyente de la voz sensual?

—Solo estoy cuidando del bienestar de Dan —Dan era el director de la emisora, un auténtico caballero con el que Carly estaba saliendo últimamente.

Carly se encogió de hombros despreocupadamente.

—Bueno, si a Dan no le gusta que fantasee con las voces de otros hombres, tendrá que espabilarse.

Erica alzó la cabeza y acercó la mano al botón que la sacaría nuevamente al aire.

—¿Todavía no te has acostado con él? —no pudo disimular su sorpresa.

—No, él no quiere hacer las cosas demasiado rápido; pretende que todo fluya con naturalidad. Pero tiene más capacidad para dominarse que yo —replicó con una frustración que fue rápidamente sustituida por un suspiro—. Por otra parte, los momentos íntimos que hemos compartido hasta ahora han sido tan increíbles que estos días estoy mucho más relajada.

Erica rio suavemente. Oh, sí, sabía exactamente lo que Carly pretendía decir: orgasmos conseguidos de las formas más innovadoras.

—No sabes cuánto te envidio.

Erica tenía en su pasado demasiados encuentros sexuales tan rápidos como insatisfactorios. Y aunque no tenía nada en contra del sexo rápido, a menudo deseaba encontrar un hombre con manos lentas que no la dejara siempre anhelante. Uno de esos raros ejemplares masculinos que apreciaban el ritual de la seducción.

Alguien como Ian…

Rechazó inmediatamente aquella idea; se daba por satisfecha y se sentía mucho más segura manteniéndolo en el terreno de la fantasía.

—Lo que tienes que hacer es disfrutar de las atenciones de Dan y de toda la tensión sexual que seáis capaces de generar hasta la gran noche.

—Es lo que estoy haciendo. He decidido girar las tornas y, aunque solo sea para cambiar, esperar a que sea Dan el que me suplique —Carly presionó algunos botones de la mesa de sonido y alzó la mano para que Erica pudiera verla—. Cinco segundos y nuestro querido oyente estará en antena. Al igual que toda la audiencia de tu programa, me muero por oír esa maravillosa voz hablando sobre el tema de esta noche.

Erica también tenía curiosidad por descubrir qué era lo que Ian encontraba excitante en una mujer, y admitía en secreto que había estado esperando aquella llamada y la carga de sensualidad, erotismo y diversión que normalmente se desprendía de sus conversaciones. El corazón se le aceleró al ver a Carly contando los segundos con los dedos para indicarle que comenzaba nuevamente el programa.

—Os habla Erica McCree y estáis escuchando Calor en las Ondas, en la emisora WTLK —anunció en el micrófono, acompañada por una suave melodía de jazz—. Hasta ahora hemos escuchado algunos comentarios fascinantes sobre lo que los hombres encuentran irresistible en una mujer. He aprendido muchas cosas durante la conversación de esta noche, pero todavía queda mucho por aprender. Los que sois oyentes habituales de Calor en las Ondas ya conocéis al próximo oyente que va a intervenir, alguien que está empezando a convertirse en un invitado muy especial de nuestro programa. Hola, Ian. ¿Cómo estás esta noche?

—Acalorado —contestó él con voz ronca.

Erica rio suavemente y él la imitó.

—¿Acaso no lo estamos todos? ¿Pero quién es el responsable de tu calor? ¿La ola de calor que asola Chicago, o alguna otra cosa?

—Estoy en una habitación con aire acondicionado, así que no puedo decir que mis elevadas temperaturas estén relacionadas con el clima.

A Erica no le pasó por alto su insinuación, ni tampoco el efecto que tuvo en ella.

—Supongo que una ducha fría podría ayudarte.

—Hum. Eso ya lo he intentado —un deje de diversión teñía su maravillosa voz de barítono—. Pero solo ha sido un alivio temporal.

—Me alegro de que el calor no te haya impedido llamarnos. Hay muchas mentes curiosas que están deseando saber… qué es lo primero en lo que te fijas cuando ves a una mujer, y qué es lo que consigue retener tu atención después de la primera mirada.

—La inteligencia y el sentido del humor son las primeras cosas que me llaman la atención —comentó él en tono pensativo—. Últimamente he descubierto que la risa es una forma inmejorable de aliviar tensiones.

—También lo es el sexo.

En cuanto sus palabras comenzaron a volar por las ondas, Erica hundió la cabeza entre las manos y la sacudió con fuerza. Ella no reconocería un buen encuentro sexual aunque lo tuviera delante de las narices, pero su audiencia no tenía por qué saberlo. Hacía tanto tiempo que no se acostaba con un hombre que casi podría volver a ser calificada como virgen. Era sorprendente que con solo un micrófono fuera capaz de disimular su absoluta inexperiencia.

—Me gusta tu forma de pensar —se adivinaba una perezosa sonrisa en la voz de Ian y Erica sintió una inconfundible vibración en el vientre—. Eh, a lo mejor acabamos de descubrir una nueva técnica para aliviar tensiones. ¿Has pensado en el efecto que la risa y el sexo podrían tener sobre el estrés de cualquiera?

En lo único que Erica podía pensar en aquel momento era en disfrutar de una noche de sexo con él, en la manera de sofocar aquel deseo y en la larga y agitada noche que tenía por delante.

—¿Qué te parece si dejamos ese tema para otro programa?

—Perfecto. Veamos… —continuó. Su voz se había convertido en un suave ronroneo que vibraba hasta en los rincones más secretos de Erica—. También me siento atraído por los labios de una mujer. Unos labios suaves y brillantes me hacen desear deleitarme con besos largos y profundos. También adoro las sonrisas cargadas de erotismo que me hacen sentirme como si fuera el único hombre al que una mujer desea.

Inconscientemente, Erica se mordisqueó el labio inferior y saboreó los restos del brillo rosado con sabor a algodón de azúcar que llevaba. Dulces, sedosos… Un calor líquido se extendió por su cuerpo mientras su mente conjuraba imágenes de Ian mordisqueando sus labios entreabiertos para hundirse después en las profundidades de su boca y devorarla a besos. Para su más absoluta vergüenza, escapó de su garganta un pequeño gemido.

—¿Estás bien? —le preguntó Ian.

Erica se sonrojó violentamente.

—Esta noche hace mucho calor. Tengo la garganta seca —era una pobre excusa, pero servía a su propósito.

—También me gusta el pelo tupido y sedoso —continuó—. Me resulta increíblemente erótico enredar los dedos en el pelo de una mujer y dirigir así los movimientos de su cabeza.

Nuevas imágenes fluyeron por el cerebro de Erica. Imaginaba a Ian estrechándola contra su cuerpo para rozar sus labios y urgiéndola mientras llenaba su cuerpo de caricias lentas y seductoras. O siendo aprisionada por un cuerpo musculoso mientras Ian enredaba los dedos en su pelo, le hacía echar la cabeza hacia atrás y descendía gradualmente para apoderarse de sus pezones con su aterciopelada boca.

Un estremecimiento atravesó su cuerpo; los pezones, particularmente sensibles, se irguieron contra la tela de la camiseta. Erica tragó saliva, intentando controlar su respiración.

—Pero es la química lo único que me hace sentirme unido a ella noche tras noche —añadió.

¿Sería esa la razón por la que la llamaba todas las noches? ¿Sentiría también él las chispas que saltaban entre ellos?

—La espontaneidad también ayuda. No saber qué esperar y al mismo tiempo ser capaz de disfrutar de todo lo que va pasando es la mejor manera de mantener viva una pareja. ¿Te gusta la espontaneidad, Erica?

—No tendría un programa como este si no me gustara —respondió suavemente, y rápidamente le devolvió la pregunta—. Volvamos al asunto que nos ocupa esta noche, Ian: ¿cómo puede hacerte feliz una mujer en la cama?

Mientras él pensaba la respuesta, la mirada de Erica voló hacia el resto de las líneas telefónicas. Solo la línea uno pestañeaba, lo cual era sorprendente, porque justo antes de la intervención de Ian las llamadas prácticamente estaban bloqueando las líneas de la emisora. Últimamente, Erica notaba que las llamadas disminuían cuando estaba hablando con Ian, como si toda la ciudad de Chicago estuviera tan fascinada como ella por aquel hombre.

—Me gusta que una mujer se sienta suficientemente satisfecha de su cuerpo y de su sensualidad y esté dispuesta a probar todo tipo de cosas diferentes.

Erica cerró los ojos con fuerza. Un nuevo error por su parte, porque inmediatamente visualizó la silueta de una pareja desnuda haciendo el amor. Abrió los ojos rápidamente, preguntándose hasta dónde estaría Ian dispuesto a llegar.

—¿Eres exhibicionista, Ian?

Ian se echó a reír.

—No creo. Me parece que sería divertido hacer el amor en lugares prohibidos, corriendo algún riesgo, pero la verdad es que no me excita la posibilidad de que puedan atraparme.

Al advertir un movimiento de Carly, Erica miró hacia ella y descubrió a su amiga abanicándose con la mano. Erica sonrió, sacudió la cabeza y volvió al micrófono y a Ian.

—¿Y qué otras cosas te excitan?

—Me excita una mujer que no tenga miedo de decirme lo que le gusta o lo que siente —se interrumpió un momento—. Me gusta participar del placer de una mujer, y sobre todo, oírla disfrutar.

Erica se removió en su asiento y cruzó las piernas. Tenía el interior de los muslos empapados por el calor… o quizá por otra razón en la que se negaba a pensar.

—¿Así que eres un amante locuaz?

—Me encantan los gemidos suaves, y también conversar sobre lo que estamos sintiendo cuando hacemos el amor. De esa forma puedo saber si mi pareja está disfrutando realmente.

Erica repasó mentalmente todos sus encuentros sexuales, intentando recordar si solía gemir o no. La verdad era que no recordaba ninguna experiencia memorable.

—¿Y a ti qué te excita en un hombre, Erica?

Aquella pregunta la sorprendió, pero consiguió disimular su sorpresa.

—Ese no es el tema de esta noche.

—Pero creo que sería justo que me respondieras —Erica reconoció al instante el desafío que encerraban sus palabras—. Estoy seguro de que tus oyentes sienten tanta curiosidad como yo por saber qué es lo que te gusta de un hombre.

Aunque Erica no había previsto participar de esa forma en el debate de la noche, Ian había conseguido acorralarla. Y sabía que para conservar el respeto de los oyentes que le confiaban sus secretos, tendría que compartir los suyos.

—Me gustan los ojos de un hombre —dijo bajando la voz hasta convertirla en un susurro—. No necesariamente el color, sino su forma de mirarme. Me gusta que me miren como si fuera la única mujer de La Tierra aunque esté rodeada de mujeres. Eso me hace sentirme femenina, sexy y confiada.

—Y la confianza en una misma es algo muy importante —susurró Ian, recordando la llamada de un oyente anterior.

—Tiene sus ventajas —se llevó la mano al pulso que palpitaba en su cuello y descubrió su piel húmeda y caliente. El deseo avivaba sus sentidos, haciéndole ansiar las más masculinas caricias.

—¿Qué es lo que te excita, Erica?

—La seducción lenta —continuó, hipnotizada por su conversación. Se sentía como si estuvieran hablando a solas—. Me gusta que mi pareja se tome su tiempo para aprender qué es lo que puede llevarme hasta el orgasmo, tanto física como mentalmente.

—¿Te gusta el sexo divertido?

Al menos se imaginaba que le gustaba.

—¿Cómo algo opuesto al sexo serio? —una sonrisa asomó a sus labios.

—Estoy seguro de que te gusta divertirte en el dormitorio. Y, al igual que yo, estás abierta a la diversidad y a las experiencias nuevas.

Bingo. Eso le dejaba el camino abierto, teniendo en cuenta lo limitados que eran sus encuentros sexuales.

Ian lo sabía perfectamente, incluso sin conocerla. Era como si hubiera pasado el último mes aprendiéndolo todo sobre ella… detalles íntimos que le permitían seducir su imaginación con todo tipo de bromas y comentarios provocativos.

Erica estaba excitada en aquel momento. Caliente, anhelante y deseando liberar toda la tensión que se acumulaba entre sus piernas.

La pantalla del ordenador le anunció la llegada de una interrupción publicitaria, ahorrándole tener que responder con un comentario ingenioso en un momento en el que su mente estaba completamente entumecida.

Tomó aire y lo soltó lentamente.

—Como siempre, Ian, tu opinión sobre el tema de esta noche ha sido debidamente escuchada. Os habla Erica McCree, que os agradece que os mantengáis atentos a nuestra cadena —les dijo a sus oyentes—. Tras el siguiente mensaje publicitario, daremos paso a nuevas llamadas.

Las líneas telefónicas volvieron a iluminarse y Carly se concentró en la pantalla. Ya fuera de antena, Erica le dijo a su interlocutor:

—Gracias por llamar, Ian.

—Ha sido un placer.

La palabra «placer» le pareció a Erica llena de connotaciones, cada una de ellas más erótica que la anterior.

—¿Mañana a la misma hora? —preguntó Ian.

Erica sonrió para sí.

—Sí, mañana a la misma hora.