El libro de Monelle - Marcel Schwob - E-Book

El libro de Monelle E-Book

Marcel Schwob

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Beschreibung

Descubran la obra de un autor francés que tuvo una influencia significativa sobre sus contemporáneos

En su juventud, Marcel Schwob mantuvo una intensa y profunda relación con una joven prostituta de un barrio obrero, Louise, que sería el amor de su vida. El libro de Monelle fue escrito a partir del profundo dolor que le provocó su muerte en 1893. Más que una narración, nos encontramos con una colección de hermosos cuentos, a veces inquietantes, siempre vitales, escritos desde lo más profundo. Unos textos repletos de bellísimas sentencias poéticas. Un libro que merece ser asimilado desde el corazón.

Una bella traducción en castellano del texto de Marcel Schwob. Además de Monelle, personajes como Ramita, la reina Mandona, la Barquerita, el diablo verde, y Lobita, recrean todos los universos de la literatura infantil, herederos y referencia de la tradición cuentística, que Marcel Schwob recoge y adapta en sus relatos.

EXTRACTO

Del pequeño cerco que rodeaba el grisáceo cuartel en lo alto del acantilado surgió un brazo infantil que sostenía un paquete atado con una cinta rosa.

—Primero coge esto, dijo una voz de niña. Ten mucho cuidado: puede romperse. Ahora, ayúdame.

Una fina lluvia caía acompasada sobre las grietas de la roca de la profunda cala y cribaba el remolino de las olas al pie del acantilado. Un grumete que vigilaba el cerco se aproximó y dijo en voz baja:

—Venga, pasa, date prisa.

La niña gritó:

—¡No, no, no! No puedo. Tengo que esconder mi paquetito, quiero llevar mis cosas. ¡Egoísta! ¿Es que no ves que me voy a mojar?

El inexperto marinero torció el morro y cogió el paquete. Pero el papel empapado se rompió y cayeron al barro triángulos de seda amarilla y violeta llenos de flores, cintas de terciopelo y un pantaloncito de muñeca en tela de batista, un corazón de oro hueco con una bisagra y un carrete entero de hilo rojo. La niña cruzó el cerco, se pinchó las manos con las ramas, y sus labios temblaron.

LO QUE DICE LA CRÍTICA

En todas partes del mundo hay devotos de Marcel Schwob que constituyen pequeñas sociedades secretas.-  Jorge Luis Borges

Será un autor menor, pero su influencia es visible en obras de Borges, Faulkner, Cunqueiro, Perec, Tabucchi, Bolaño, Sophie Calle, Michon. - Enrique Vila-Matas

SOBRE EL AUTOR

(Chaville, 1867 – París, 1905) Marcel Schwob fue escritor, crítico literario y traductor. Desde muy pronto reveló sus dotes como políglota, convirtiéndose en traductor de autores como Robert Louis Stevenson, del que fue gran admirador. Fue un enamorado de los juegos lingüísticos y estructuras medievales, que mezclaba con nuevas tendencias en textos híbridos entre la prosa y la poesía. La brevedad de su vida no le impidió desarrollar una obra singular y personal, muy próxima al simbolismo. Publicó textos breves, a medio camino entre el relato y los poemas en prosa, en los que creó procedimientos literarios que tendrán influencia en autores posteriores. Así, El libro de Monelle (1894) tuvo influencia en André Gide y La cruzada de los niños (1895) en William Faulkner y Jerzy Andrzejewski. Jorge Luis Borges escribió que sus Vidas imaginarias (1896) fueron el punto de partida de su narrativa, calificando su propia Historia universal de la infamia como una «copia rebajada» de esta obra.

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Seitenzahl: 108

Veröffentlichungsjahr: 2015

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presenta a

Marcel Schwob

en

El libro de Monelle

Traducción y prólogo de Luna Miguel

LaBiblia de Monelle

por Luna Miguel

one day you see a strange little girl look at you

one day you see a strange little girl feeling blue

The Stranglers

Si me preguntaran por los nombres más grandes de la Literatura no dudaría en responder. Diría tres. Sólo tres. Dos de ellos serían reconocidos por todos, y el tercero (a mi juicio el más importante) les sonaría un tanto anónimo, quizá, por la ausencia de apellido, quizá, porque quien lo porta se denomina a sí misma «la que no tiene nombre». No me refiero a tres grandes autores ni a tres grandes libros, sino a tres grandes protagonistas, heroínas, prostitutas y nínfulas: Dolores Haze, Alicia Lidell y Monelle. Hay en sus tres nombres una sobredosis de eles que provoca entre repulsión y ternura, una sobredosis de azúcar y éxtasis: Lolita-Lidell-Monelle. Hay en sus tres cuerpecitos el rastro de otros tres cuerpos oscuros y enormes: Nabokov, Carroll, Schwob.

De estas tres nínfulas, decía, Monelle podría ser a primera vista la más desconocida. Sin embargo Monelle también es la más amada, la más deseada, la más parecida a una bruja capaz de conceder todos los deseos del lector y de los hombres; o a una princesita de cuento de los hermanos Grimm, pues como enLas doce princesas bailarinasMonelle tiene once hermanas que la acompañan a lo largo de las siguientes páginas, hermanas tontas y sangrientas, princesas ingenuas y decepcionadas, amigas silenciosas y crueles… o bien, la ramera mágica del primer amor: ella es el desengaño y la pasión que nunca perece, como una huella de sangre de un beso infiel, como una voz bíblica, pesada, y el triste recuerdo de su decepción. Si según Borges los lectores y seguidores de Marcel Schwob constituyen pequeñas comunidades secretas (sin ir más lejos, él era devoto de toda su obra), los amantes de Monelle podrían ser los sacerdotes de esas extrañas sectas en las que la prosa oscura y la poesía macabra del autor sustituyen al Pan y al Vino, y en donde los iniciados deben recitar cada mañana los versículos de la primera sección,Palabras de Monelle,como si de Hombres-libro enFahrenheit 451se trataran.

Lo llamaremosLa Biblia de Monelle,o como apuntó Ariel Dilon en el prólogo deEl evangelio de la inocencia y la piedad.Versículos, aforismos, nihilismo y anarquía en un texto apócrifo que se encuentra entre la voz de Zaratustra y la del Principito (aunque sólo si éste hubiera leído a Baudelaire, Rimbaud o Dostoievsky antes de salir de su asteroide B-612). Aquí cada cuento de la segunda parte,Las hermanas de Monelle,es comparable a los librillos contenidos en la Biblia cuyos personajes son casi siempre castigados para ilustrar una moraleja divina, siendo en este caso la propia Monelle su máximo Dios, pues, en la tercera sección del libro es ella la que guía a los niños vestidos de blanco, con sus túnicas y sus pies negruzcos y descalzos: ¿quién no se dejaría llevar por esta diminuta paladina? ¿Eh? ¿Quién? Si como Diosa también nos miente, también nosseduce con inverosímiles historias y esperanzas: ella es la vendedora de lamparitas de aceite, y al igual queLa pequeña cerillerade Christian Andersen, cada luz que enciende para nosotros no es más que un destello de ficción que poco a poco nos conduce hasta la muerte.

Un reino blanco. Un reino que no entiende de reyes porque sólo entiende de Monelle. Esta es la tierra baldía pero luminosa hasta donde «La Que No Tiene Nombre» nos ha empujado. Esta, la comunidad secreta a la que algunos de nuestros contemporáneos también han jurado (con sangre) pertenecer:

De entre el sudor, la oscuridad, el miedo,

el temblor sordo de la vida,

su dura confusión, su almacenar sombrío

surgió aquella niña, aquel rostro que busco

aquel recuerdo triste y esta luz que rescata

una tarde de 1850

aquella niña

y en la habitación vacía

(y ya era tarde)

yo cojo el azul

para ti

aguja que excava la carne que ya no siente

y ya era tarde

pero bajo la noche practicaron su arte.

Leopoldo María Panero

Se llama Louise. Es frágil, menuda y enfermiza,

silenciosa y abyecta. Casi no se la ve.

Sólo hay terror y angustia en los inmensos ojos

que le invaden la cara, dignos de Lillian Gish.

Luis Alberto de Cuenca

Un árbol te observa hacerte mujer desde el centro del universo. Y todo lo que tú quieres es su savia. Apoyarás los labios, como una profecía, en su corteza sangrienta y vieja. Renunciarás al cuerpo que amasaste con arcilla en tu ceguera.

Esa que veo en el mar, se va a transformar en atardecer.

Pero un día llegó por fin; tú, cara desfigurada, me dijiste: «olvídame, y te seré devuelta.»

Ruth Llana

Si me preguntaran por el nombre más importante de la Literatura, lo sé, dudaría en responder, porque habría olvidado su tormentoso apodo. Su difícil disciplina. Su destrucción o su amor. Su enseñanza y su Evangelio desaparecido.

Si me preguntaran por Ella… no lo pensaría dos veces…

Pero olvidadla.

Y volverá a ser nuestra.

I

PALABRAS DE MONELLE

Monelle me encontró en la llanura por la que yo erraba y me cogió de la mano.

—No te sorprendas, dijo, soy yo y no soy yo;

Me encontrarás una vez más y me perderás;

Y otra vez volveré a ti; pues pocos hombres me han visto y ninguno me ha comprendido;

Y me olvidarás y me reencontrarás y me olvidarás.

Y Monelle añadió: te hablaré de las pequeñas prostitutas y entonces sabrás el comienzo.

Bonaparte, el asesino, a sus dieciocho años, se topó con una pequeña prostituta frente a las puertas de hierro del Palais Royal. Ella tenía el rostro pálido y tiritaba de frío. Pero «tenía que vivir», dijo. Ni tú ni yo sabemos el nombre de aquella niña a la que Bonaparte llevó, una noche de noviembre, a una habitación de un hotel de Cherbourg. Ella era de Nantes, Bretaña. Estaba débil y exhausta, y acababa de ser abandonada por su amante. Era sencilla y buena; su voz sonaba muy dulce. Bonaparte se acordó más tarde de todo eso. Y yo creo que, después, el recuerdo de su voz le hizo emocionarse hasta el llanto, y la buscó largo tiempo, sin volverla a ver jamás, ni siquiera en las noches de invierno.

Porque, verás, las pequeñas prostitutas sólo salen del tumulto nocturno para realizar un acto de bondad. La pobre Anne acudió a Thomas de Quincey, el fumador de opio, que desfallecía en la calle ancha de Oxford bajo las enormes farolas encendidas. Con los ojos húmedos, le acercó a los labios un vaso de vino dulce, le abrazó y le acarició. Después regresó a la noche, quizás muriera poco más tarde. La última noche que la vi tosía, dijo de Quincey. Puede que incluso aún anduviera errante por las calles; pero, a pesar de su búsqueda apasionada y de haberse enfrentado a las burlas de aquellos a quienes preguntaba, Anne se perdió para siempre. Cuando, tiempo después, él tuvo un cálido hogar, soñó entre lágrimas que la pobre Anne podría seguir aún viva por aquí cerca, a su lado; sin embargo se la imaginaba enferma, o moribunda, o triste, en la oscuridad de un burdel de Londres, habiéndose llevado consigo todo el amor de su corazón.

Has saber que ellas lanzan gritos de compasión por vosotros y os acarician la mano con la suya descarnada. Ellas sólo os comprenden cuando sois desgraciados; lloran con vosotros y os consuelan. La pequeña Nelly, salió de su casa miserable, buscó a Dostoievsky el condenado, y, aun muriéndose de fiebre, veló por él largamente con sus enormes y temblorosos ojos negros. La pequeña Sonia (que existió como las demás) abrazó a Rodin, el asesino, después de confesarle éste su crimen. «¡Está usted perdido!», dijo ella desesperada. Y, levantándose súbitamente, se arrojó a su cuello y le besó… «¡Ahora no hay hombre sobre la tierra más desdichado que tú!» exclamó con piedad y rompió a llorar.

Como Anne, y como aquella sin nombre que encontró el joven y triste Bonaparte, la pequeña Nelly se hundió en la niebla. Dostoievsky nunca dijo qué fue de la pequeña Sonia, pálida y depauperada. Y ni tú ni yo sabremos si ella permaneció con Raskolnikoff hasta el final de su expiación. Lo dudo. Seguramente acabó apagándose suavemente en sus brazos, tras haber sufrido y amado tanto.

¿Lo ves? Ninguna de ellas puede quedarse con vosotros. Se pondrían demasiado tristes y les daría vergüenza. En cuanto dejáis de llorar no se atreven ni a miraros. Os enseñan la lección que tienen que enseñaros. Llegan a través del frío y de la lluvia para besaros en la frente y enjuagar vuestros ojos para sumergirse de nuevo en las tinieblas. Pues tal vez deban marcharse a otra parte.

Vosotros sólo sabéis que existen cuando son compasivas. No necesitáis pensar otra cosa. Poco os importa lo que hagan en las tinieblas. Nelly en esa horrible casa, Sonia borracha en un banco del bulevar y Anne, devolviendo el vaso vacío al bodeguero del oscuro callejón… eran, quizás, crueles y obscenas. Eran criaturas de carne. Salidas de un pasadizo sombrío para besaros piadosamente bajo la luz de una farola de la avenida. En ese instante, parecen divinas.

Hay que olvidarse del resto.

Monelle se calló y me miró:

He salido de la noche, dijo, y a la noche volveré. Porque yo también soy una pequeña prostituta.

Y Monelle dijo entonces:

Tengo piedad de ti, tengo piedad de ti, amado mío. Sin embargo volveré al corazón de la noche, pues es necesario que me pierdas para volverme a encontrar. Y si me encuentras, me escaparé de nuevo.

Pues yo soy la que está sola.

Y dijo luego Monelle:

Porque estoy sola me darás el nombre de Monelle. Pero soñarás que tengo todos los nombres.

Y que soy esta y la otra, y aquella que no tiene nombre.

Y te llevaré entre mis hermanas, que son yo misma, pequeñas prostitutas tontas;

Y las verás atormentadas de egoísmo y voluptuosidad y de crueldad y de orgullo y de paciencia y de piedad, sin haberse encontrado aún a sí mismas;

Y las verás buscarse en lo más recóndito:

Y tú me encontrarás y yo me encontraré; y me perderás, y me perderé.

Pues yo soy la que se pierde tan pronto como se encuentra.

Y Monelle dijo entonces:

Hoy, una mujercita te tocará la mano y saldrá huyendo;

Porque todas las cosas son fugaces;

pero Monelle es la más fugaz.

Y, antes de que me encuentres, te lo contaré en esta llanura, y tú escribirásEl libro de Monelle.

Y Monelle me tendió una tablilla ahuecada en la que ardía un bastoncillo rosado.

—Toma esta antorcha, dijo, y prende fuego. Prende todo lo que existe sobre la tierra y el cielo. Y rompe la tablilla y apágala cuando lo hayas quemado todo, pues nada debe ser propagado. Para que seas el segundo nartecóforo y destruyas con el fuego; y que el fuego que vino del cielo regrese al cielo de nuevo.

Y Monelle dijo entonces: te hablaré de la destrucción.

He aquí la palabra: destruye, destruye, destruye. Destrúyete a ti mismo, destruye a tu alrededor. Haz sitio para tu alma y para las demás almas.

Destruye cualquier bien y cualquier mal. Pues los escombros son parecidos. Destruye las antiguas moradas de los hombres y las antiguas moradas de las almas; las cosas muertas son espejos que deforman.

Destruye, porque cualquier creación proviene de la destrucción.

Y para lograr la bondad superior hay que aniquilar la bondad inferior. Y así el nuevo bien parecerá saturado de mal.

Y para imaginar un nuevo arte, es necesario agrietar el arte antiguo. Y de este modo, el arte nuevo parecerá una suerte de iconoclastia.

Porque cualquier construcción está hecha de despojos, y no hay nada nuevo en este mundo sino las formas.

Pero hay que destruir las formas.

Y Monelle dijo entonces: te hablaré de la formación.

El mismo deseo de lo nuevo no es más que el apetito de un alma que desea formarse.

Y las almas rechazan las formas antiguas como las serpientes se deshacen de sus viejas pieles.

Y los pacientes coleccionistas de viejas pieles de serpiente entristecen a las serpientes jóvenes porque ejercen un poder mágico sobre ellas.

Aquel que posee viejas pieles de serpiente impide transformarse a las más jóvenes.

Por esta razón las serpientes desnudan sus cuerpos en los senderos verdes y profundos; y, una vez al año se reúnen en círculo para quemar sus antiguas pieles.

Has de ser entonces semejante a las estaciones destructoras y formadoras.

Construye tu propia casa y quémala después.

No dejes escombros detrás de ti; que cada uno se sirva de sus propias ruinas.

No construyas nada en la noche pasada. Deja que tus edificios se pierdan a la deriva.

Contempla nuevas construcciones al mínimo impulso de tu alma.

Para cada nuevo deseo, inventa nuevos dioses.

Y Monelle dijo entonces: te hablaré de los dioses.

Deja morir a los viejos dioses; no te quedes sentado como una plañidera junto a sus tumbas;

Porque los dioses viejos escapan de sus sepulcros;

Y no protejas a jóvenes dioses envolviéndolos en seda;

Que cada dios creado se escape tan pronto haya sido creado;

Que cada creación perezca, tan pronto salga a la luz;

Que el dios antiguo ofrezca su creación al joven dios para que éste la convierta en polvo;

Que cada dios sea dios del momento.