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El "Médico de su Honra", escrita por Pedro Calderón de la Barca en el siglo XVII, se enmarca dentro del auge del teatro barroco español. La obra presenta una compleja trama que entrelaza el honor, la justicia y el dilema personal de un médico, quien debe enfrentarse a la infidelidad de su esposa y el reto de su propia ética profesional. Calderón, con su estilo poético y el uso de un lenguaje elevado, logra ofrecer un profundo análisis de las relaciones humanas y los conflictos morales, sumergiendo al espectador en un mundo de sentimientos encontrados y decisiones difíciles, todo en un marco de honor que refleja las tensiones sociales de la época. Pedro Calderón de la Barca, uno de los dramaturgos más prominentes del Siglo de Oro español, nació en 1600 y tuvo una formación esmerada en letras y filosofía. Su vasta experiencia en la vida cortesana y su implicación en el ambiente religioso y militar de su tiempo sin duda influyeron en su obra, marcando su estilo caracterizado por la profundidad psicológica de los personajes y la reflexión sobre temas universales como el honor y el deber. Recomiendo encarecidamente "El Médico de su Honra" a cualquier lector interesado en el drama clásico, ya que no solo es una obra de arte en cuanto a su forma, sino que también plantea cuestiones profundas sobre la moralidad y la condición humana que siguen siendo pertinentes hoy en día. Esta pieza refleja la maestría de Calderón y su habilidad para relacionar el individuo con las exigencias de la sociedad, lo que convierte su lectura en una experiencia enriquecedora. En esta edición enriquecida, hemos creado cuidadosamente un valor añadido para tu experiencia de lectura: - Una Introducción sucinta sitúa el atractivo atemporal de la obra y sus temas. - La Sinopsis describe la trama principal, destacando los hechos clave sin revelar giros críticos. - Un Contexto Histórico detallado te sumerge en los acontecimientos e influencias de la época que dieron forma a la escritura. - Una Biografía del Autor revela hitos en la vida del autor, arrojando luz sobre las reflexiones personales detrás del texto. - Un Análisis exhaustivo examina símbolos, motivos y la evolución de los personajes para descubrir significados profundos. - Preguntas de reflexión te invitan a involucrarte personalmente con los mensajes de la obra, conectándolos con la vida moderna. - Citas memorables seleccionadas resaltan momentos de brillantez literaria. - Notas de pie de página interactivas aclaran referencias inusuales, alusiones históricas y expresiones arcaicas para una lectura más fluida e enriquecedora.
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Veröffentlichungsjahr: 2023
El rey don Pedro. El infante don Enrique. Don Gutierre Alfonso. Don Arias. Don Diego. Coquin, lacayo. Doña Mencía de Acuña. Doña Leonor. Inés, criada. Teodora, criada. Jacinta, esclava herrada. Ludovico, sangrador. Un soldado. Un viejo.Pretendientes.Acompañamiento.Música.Criados, criadas.
Vista exterior de una quinta de Don Gutierre, inmediata á Sevilla.
Suena ruido de caza, y sale cayendo el INFANTE DON ENRIQUE, y algo despues salen DON ARIAS y DON DIEGO, y el último EL REY DON PEDRO.
D. Enr. ¡Jesus mil veces! (Cae sin sentido.)
D. Arias. ¡El cielo Te valga!
Rey. ¿Qué fué?
D. Arias. Cayó El caballo, y arrojó Desde él el Infante al suelo.
Rey. Si las torres de Sevilla Saluda de esa manera, ¡Nunca á Sevilla viniera, Nunca dejara á Castilla!— ¡Enrique, hermano!
D. Diego. ¡Señor!
Rey. ¿No vuelve?
D. Arias. A un tiempo ha perdido Pulso, color y sentido. ¡Qué desdicha!
D. Diego. ¡Qué dolor!
Rey. Llegad á esa quinta bella Que está del camino al paso, Don Arias, á ver si acaso, Recogido un poco en ella, Cobra salud el Infante. Todos os quedad aquí, Y dadme un caballo á mí, Que he de pasar adelante; Que aunque este horror y mancilla Mi rémora pudo ser, No me quiero detener Hasta llegar á Sevilla. Allá llegará la nueva Del suceso. (Váse.)
DON ENRIQUE, desmayado; DON ARIAS, DON DIEGO.
D. Arias. Esta ocasion De su fiera condicion Ha sido bastante prueba. ¿Quién á un hermano dejara, Tropezando desta suerte En los brazos de la muerte? ¡Vive Dios!...
D. Diego. Calla, y repara En que, si oyen las paredes, Los troncos, Don Arias, ven, Y nada nos está bien.
D. Arias. Tú, Don Diego, llegar puedes A esa quinta: dí que aquí El Infante mi señor Cayó.—Pero no; mejor Será que los dos así Le llevemos donde pueda Descansar.
D. Diego. Has dicho bien.
D. Arias. Viva Enrique, y otro bien La suerte no me conceda.
(Llevan al Infante.)
Sala en la quinta de Don Gutierre.
DOÑA MENCIA, JACINTA.
D.ª Men. Desde la torre lo ví, Y aunque quién son no podré Distinguir, Jacinta, sé Que una gran desdicha allí Ha sucedido. Venía Un bizarro caballero En un bruto tan ligero, Que en el viento parecia Un pájaro que volaba; Y es razon que lo presumas, Porque un penacho de plumas Matices al aire daba. El campo y el sol en ellas Compitieron resplandores; Que el campo le dió sus flores, Y el sol le dió sus estrellas; Porque cambiaban de modo, Y de modo relucian, Que en todo al sol parecian, Y á la primavera en todo. Corrió, pues, y tropezó El caballo, de manera Que lo que ave entónces era, Cuando en la tierra cayó Fué rosa; y así en rigor Imitó su lucimiento En sol, cielo, tierra y viento, Ave, bruto, estrella y flor.
Jacinta. ¡Ay señora! en casa ha entrado...
D.ª Men. ¿Quién?
Jacinta. Un confuso tropel De gente.
D.ª Men. ¿Mas que con él A nuestra quinta han llegado?
DON ARIAS y DON DIEGO, que sacan en brazos al INFANTE y siéntanle en una silla.—DOÑA MENCIA, JACINTA.
D. Diego. En las casas de los nobles Tiene tan divino imperio La sangre del Rey, que ha dado En la vuestra atrevimiento Para entrar desta manera.
D.ª Men. (Ap.) ¡Qué es esto que miro, cielos!
D. Diego. El infante Don Enrique, Hermano del rey Don Pedro, A vuestras puertas cayó, Y llega aquí medio muerto.
D.ª Men. ¡Valgame Dios, qué desdicha!
D. Arias. Decidnos á qué aposento Podrá retirarse, en tanto Que vuelva al primero aliento Su vida.—Pero ¡qué miro! ¡Señora!
D.ª Men. ¡Don Arias!
D. Arias. Creo Que es sueño ó fingido cuanto Estoy escuchando y viendo. ¿Que el infante Don Enrique, Más amante que primero, Vuelva á Sevilla, y te halle Con tan infeliz encuentro, Puede ser verdad?
D.ª Men. Sí es: ¡Ojalá que fuera sueño!
D. Arias. Pues ¿qué haces aquí?
D.ª Men. Despacio Lo sabrás, que ahora no es tiempo Sino sólo de acudir A la vida de tu dueño.
D. Arias. ¡Quién le dijera que así Llegara á verte!
D.ª Men. Silencio, Que importa mucho, Don Arias.
D. Arias. ¿Por qué?
D.ª Men.
Va mi honor en ello. Entrad en ese retrete, Donde está un catre cubierto De un cuero turco y de flores; Y en él, aunque humilde lecho, Podrá descansar.—Jacinta, Saca tú ropa al momento, Aguas y olores que sean Dignos de tan alto empleo. (Vase Jacinta.)
D. Arias. Los dos, miéntras se adereza, Aquí al Infante dejemos, Y á su remedio acudamos, Si hay en desdichas remedio.
(Vanse los dos.)
DOÑA MENCÍA; DON ENRIQUE, sin conocimiento, en una silla.
D.ª Men. Ya se fueron; ya he quedado Sola. ¡Oh quién pudiera, cielos, Con licencia de su honor Hacer aquí sentimientos! ¡Oh quién pudiera dar voces, Y romper con el silencio Cárceles de nieve, donde Está aprisionado el fuego, Que ya, resuelto en cenizas, Es ruina que está diciendo: «Aquí fué amor»!—Mas ¿qué digo? ¿Qué es esto, cielos, qué es esto? Yo soy quien soy. Vuelva el aire Los repetidos acentos Que llevó; porque áun perdidos, No es bien que publiquen ellos Lo que yo debo callar; Porque ya, con más acuerdo, Ni para sentir soy mia; y solamente me huelgo De tener hoy que sentir, Por tener en mis deseos Que vencer; pues no hay virtud Sin experiencia. Perfecto Está el oro en el crisol, El iman en el acero, El diamante en el diamante, Los metales en el fuego; Y así mi honor en sí mismo Se acrisola, cuando llego Á vencerme; pues no fuera Sin experiencias perfecto. ¡Piedad, divinos cielos! ¡Viva callando, pues callando muero! ¡Enrique! ¡Señor!
D. Enr. (Volviendo en sí.)¿Quién llama?
D.ª Men. Albricias...
D. Enr. ¡Válgame el cielo!
D.ª Men. Que vive tu Alteza.
D. Enr. ¿Dónde Estoy?
D.ª Men. En parte, á lo ménos, Donde de vuestra salud Hay quien se huelgue.
D. Enr. Lo creo, Si esta dicha, por ser mia, No se deshace en el viento; Pues consultando conmigo Estoy, si despierto sueño, O si dormido discurro, Pues á un tiempo duermo y velo. ¿Pero para qué averiguo, Poniendo á mayores riesgos La verdad? Nunca despierte, Si es verdad que ahora duermo; Y nunca duerma en mi vida, Si es verdad que estoy despierto.
