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Un destacamento del ejército, al mando del general don Lope de Figueroa, llega a la localidad de Zalamea de la Serena para descansar antes de continuar su camino hacia Portugal. El general busca alojamiento para sus soldados en las casas del pueblo. A don Álvaro de Ataide, capitán de la tropa, le asigna la casa de Pedro Crespo, un rico campesino que vive con sus hijos, Juan e Isabel. A partir de este momento, se sucederán una serie de acontecimientos en los que el honor, la justicia, el amor y la muerte serán los protagonistas. Esta es una adaptación de la obra original de Calderón en la que se ha actualizado el lenguaje para hacerlo accesible a los jóvenes de nuestros días, de acuerdo con los criterios generales de esta colección. El texto se presenta casi completo (se han eliminado algunos versos de difícil comprensión que no son esenciales para la trama de la obra o que pertenecen a largos parlamentos de carácter muy retórico de algunos personajes) y se ha conservado íntegramente la riqueza métrica original (que puede comprobarse cómodamente al presentar siempre con sangría inicial el primer verso de cada estrofa). Los valores temáticos, la rica caracterización de personajes y los rasgos más destacados del estilo calderoniano también se conservan plenamente en el texto.
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Seitenzahl: 105
Veröffentlichungsjahr: 2014
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Pedro Calderón de la Barca
El alcalde de Zalamea
Adaptación de Emilio Fontanilla Debesa
Ilustraciones de Goyo Rodríguez
Introducción
Jornada primera
Jornada segunda
Jornada tercera
Apéndice
Créditos
En el verano de 1580, las tropas de Felipe II, traídas desde Flandes, marcharon a Portugal a través de Extremadura para defender los derechos del rey español a la corona portuguesa (por ser hijo de Isabel de Avís, segunda hija del rey de Portugal y esposa de su padre Carlos I), que había quedado vacante. De hecho, se proclamará rey de Portugal el 12 de septiembre de aquel año, dando inicio a un período histórico que abarcará hasta 1640, en el que Portugal pertenecerá a la corona española. Existe evidencia histórica de que el rey pasó revista a las tropas, a cuyo frente estaba el duque de Alba, don Fernando Álvarez de Toledo, cerca de Badajoz el 13 de junio de ese año.
En sus desplazamientos por el territorio español, las tropas se alojaban en las casas de los habitantes de las villas por las que pasaban, quienes, con la excepción de los pertenecientes a la nobleza, tenían la obligación legal de proporcionarles alojamiento y manutención. Esto provocaba, con frecuencia, conflictos entre la población civil y los soldados, que en muchas ocasiones no dudaban en abusar de su fuerza en detrimento de los derechos de los campesinos, causando disturbios, cuando no cometiendo delitos, en las villas. Existe constancia, de hecho, de que poco después de aquel 13 de junio al que nos hemos referido, el rey hizo pregonar un edicto para evitar el pillaje y los excesos de las tropas, en cuyo artículo tercero se hacía constar «que ningún soldado ni otra persona de cualquier grado ni condición que sea, ose ni se atreva de hacer violencia ninguna de mujeres de cualquier calidad que sea, so pena de la vida».
Pues bien, el episodio histórico del desplazamiento de las tropas de Felipe II por Extremadura, el malestar de la población por los abusos de los soldados y la desigualdad social entre nobles y quienes no lo eran constituyen la base histórica que da pie al argumento de El alcalde de Zalamea: una bandera del tercio de Flandes se aloja en la villa extremeña de Zalamea de la Serena; al capitán y caballero Álvaro de Ataide le corresponde hospedarse en la casa del villano más rico del lugar, Pedro Crespo, quien tiene una hija de gran belleza. Aunque, por precaución, Pedro Crespo quita a su hija de la vista de los soldados, al capitán le llegan noticias de la belleza de la muchacha, lo que despierta, en un primer momento, su curiosidad y, más tarde, cuando consigue verla mediante el engaño, una pasión amorosa desenfrenada que lo llevará a raptarla y a violarla. El padre, que acaba de ser nombrado alcalde, queda encargado de hacer justicia.
Uno de los temas de la obra es, por tanto, el conflicto social entre villanos y militares (cuyos mandos son, además, nobles), debido a la desigualdad de derechos en una sociedad todavía dividida en estamentos. Esta división no coincide en muchos casos con la posición económica de quienes pertenecen a la nobleza o no forman parte de ella, como demuestran en la obra las figuras de Pedro Crespo, campesino de alta posición económica, pero villano (es decir, no perteneciente a la nobleza), por un lado, y de don Mendo, por otro, hidalgo (por tanto, noble) arruinado, que nos recuerda al tercer amo de Lázaro de Tormes, con su ridícula presunción de sangre, armas y escudo, aunque no tenga ni para comer, como se encarga de recordarle continuamente su criado Nuño. La crisis de este sistema social se aprecia, además, en la posibilidad que existe en esta época de adquirir la nobleza simplemente comprando un título, lo que deslegitima las bases históricas de esta organización, pues la sangre es sustituida por el dinero, con lo que se refuerza la hipocresía de una sociedad basada en las apariencias.
Junto con la división social en estamentos, otro criterio más sutil, pero omnipresente, divide a los españoles de los Siglos de Oro. Se trata de la limpieza de sangre. Impuesta la obligación de convertirse al catolicismo a judíos y a moriscos si querían permanecer en el territorio español, la limpieza de sangre (es decir, la procedencia desde muchas generaciones atrás de cristianos y no de judíos) se utiliza como elemento de confrontación entre quienes la poseen (los denominados «cristianos viejos») y los que son descendientes de judíos conversos (los llamados «cristianos nuevos»), siempre vistos con una sombra de sospecha. Comoquiera que los campesinos raramente se habían mezclado con los judíos en siglos anteriores, pues estos solían disponer de un alto nivel adquisitivo, no es infrecuente que presumieran de limpieza de sangre a falta de título de nobleza. Así lo hace Pedro Crespo cuando aconseja a su hijo Juan, y esa es, sin duda, una de las causas de su personalidad orgullosa, que lo lleva a no tener complejo alguno ante la arrogancia de los caballeros.
En una sociedad en la que la apariencia ante los demás resulta tan importante, el honor, la honra (o, como también se la llama en ese momento, la opinión), se convierte en un tema trascendental, que los dramaturgos llevan con frecuencia al teatro. Una ofensa, un agravio, representa, en consecuencia, una mancha que solo puede ser limpiada públicamente para restaurar el honor dañado de la familia.
Entre las ofensas al honor cobran gran importancia en la sociedad y en el teatro de los Siglos de Oro los casos relacionados con la sexualidad de la mujer (adulterio, violación, etc.), manchas que han de reparar, el marido, si lo hay, o el padre y el hermano, en otro caso. Y la forma más eficaz en la sociedad de la época para reparar el daño es la sangre; es decir, la muerte de la mujer y/o del hombre ofensor como venganza por el agravio cometido.
Visto desde este punto de vista, El alcalde de Zalamea nos presenta un caso de honor alrededor de Pedro Crespo, cabeza de familia ofendido por el ultraje de que es víctima su hija Isabel a manos del capitán Álvaro de Ataide. Pero la circunstancia de que el rico villano haya sido nombrado alcalde de la villa (responsable, por tanto, de impartir justicia) hace que, en vez de vengarse del ofensor a título personal, el conflicto derive en la instrucción de un proceso judicial en toda regla, aunque esto le suponga dar a conocer públicamente la ofensa, consecuencia que le reprocha su hija.
Pero hay un problema, provocado de nuevo por la división social: Pedro Crespo no tiene autoridad para juzgar (y menos aún para condenar y para ejecutar la sentencia) a un jefe militar, caballero, es decir, noble, además, por muy alcalde que sea. Se plantea, entonces, un conflicto jurídico que solo la aparición del rey al final de la obra (sin verosimilitud histórica, en este caso) puede resolver.
De cualquier manera, lo más destacado en torno a esta cuestión es el ímpetu que pone Pedro Crespo en defender su honor. Su conciencia de villano, sí, pero rico, honrado y de limpio linaje, lo lleva a no humillarse en ningún momento ante la arrogancia de clase que manifiestan el capitán Álvaro de Ataide y don Lope de Figueroa, personaje tomado de la historia real y máxima autoridad militar de las tropas que van pasando por Extremadura camino de Portugal en nuestra obra. Frente a las dudas y burlas de estos últimos sobre el honor de un campesino, pues lo consideran patrimonio exclusivo de los nobles, Pedro Crespo sitúa la honra en el alma, es decir, en el centro mismo de la condición humana, patrimonio, en consecuencia, de todos los seres humanos, por el hecho de serlo por la gracia de Dios, y no vinculado a la condición social. Es decir, defiende una concepción horizontal del honor, basada en la honradez y en la autenticidad, frente al honor vertical de los nobles, que depende de la condición social y, por tanto, se basa en un sistema hueco, de apariencias y formalidades, que en el fondo solo pretende el mantenimiento de sus privilegios e intereses.
Esta defensa igualitaria de la dignidad humana, que aparece en esta obra y en otras de nuestro teatro clásico (como, por ejemplo, en Fuenteovejuna, de Lope de Vega), ha llevado a hablar a los estudiosos de un espíritu «democrático» de rebeldía frente al poderoso, que fue muy valorado en el Romanticismo e, incluso, por los revolucionarios soviéticos. Evidentemente, en estas obras no se ataca frontalmente la organización social (estamentos) y política (monarquía absoluta) de la época, para lo que basta con comprobar que es precisamente el rey quien restaura, finalmente, el orden que ha sido alterado por el abuso de poder de unos cuantos, convirtiéndose así en la garantía de justicia última para todos los súbditos. Pero ello no evita que el mensaje de defensa de la igualdad de todos los hombres, en un momento en el que el concepto de «derechos humanos» no existía, haya llegado hasta nuestros días con la fuerza y la calidad artística del mejor Calderón de la Barca y que de la obra trascienda una profunda autenticidad dramática.
Presentamos, a continuación, una adaptación de la obra original de Calderón en la que se ha actualizado el lenguaje para hacerlo accesible a los jóvenes de nuestros días, de acuerdo con los criterios generales de esta colección. El texto se presenta casi completo (se han eliminado algunos versos de difícil comprensión que no son esenciales para la trama de la obra o que pertenecen a largos parlamentos de carácter muy retórico de algunos personajes) y se ha conservado íntegramente la riqueza métrica original (que puede comprobarse cómodamente al presentar siempre con sangría inicial el primer verso de cada estrofa). Los valores temáticos, la rica caracterización de personajes y los rasgos más destacados del estilo calderoniano también se conservan plenamente en el texto adaptado.
ELREY FELIPE II
DON LOPEDE FIGUEROA
DON ÁLVARODE ATAIDE, capitán
UNSARGENTO
REBOLLEDO, soldado
PEDRO CRESPO, labrador viejo
JUAN, hijo de Pedro Crespo
DON MENDO, hidalgo
NUÑO, su criado
UNESCRIBANO
ISABEL, hija de Pedro Crespo
INÉS, prima de Isabel
LA CHISPA
La escena es en Zalamea y sus inmediaciones.
ESCENA PRIMERA
(Campo cercano a Zalamea).
(Salen REBOLLEDO, la CHISPAy SOLDADOS).
REBOLLEDO:
¡Maldita sea con quien
de esta forma hace marchar
de un lugar a otro lugar
sin dar un descanso!
TODOS:
Amén.
REBOLLEDO:
¿Somos gitanos aquí
para andar de esta manera?
¿Una arrollada bandera
nos ha de llevar tras sí
con una caja1…
SOLDADO 1.o:
¿Ya empiezas?
REBOLLEDO:
… que este rato que calló
favor nos hizo de no
rompernos estas cabezas?
SOLDADO 2.o:
No muestres de eso pesar,
si ha de olvidarse, imagino,
el cansancio del camino
a la entrada del lugar.
REBOLLEDO:
¿A qué entrada, si voy muerto?
Y aunque llegue vivo allá,
sabe mi Dios si será
para alojar: pues es cierto
llegar luego al comisario2
los alcaldes a decir
que si es que se pueden ir,
que darán lo necesario.
Pues ¡voto a Dios! que si llego
esta tarde a Zalamea,
y pasar de allí desea
por órdenes o por ruego,
que ha de ser sin mí la ida:
pues no, con desembarazo,
será el primer tornillazo3
que habré yo dado en mi vida.
SOLDADO 1.o:
Tampoco será el primero
que haya la vida costado
a un miserable soldado;
y más hoy, si considero
que está al mando de esta gente
don Lope de Figueroa,
que si tiene fama y loa
de animoso y de valiente,
la tiene también de ser
el hombre más desalmado,
jugador y malhablado
del mundo, y que sabe hacer
la justicia por su mano.
REBOLLEDO:
Con todo, haré lo que digo
por la que viene conmigo,
que yo en esto poco gano.
CHISPA:
Señor soldado, por mí
voacé4 no se aflija, no:
que, como ya sabe, yo
barbada el alma nací5.
Y pues, al venir aquí,
a marchar y padecer
con Rebolledo, sin ser
estorbo, me decidí,
¿por mí, en qué duda o repara?
REBOLLEDO:
¡Vivan los cielos, que eres
corona de las mujeres!
SOLDADO 2.o:
Pues esa es verdad bien clara.
¡Viva la Chispa!
REBOLLEDO:
¡Reviva!
Y más si por divertir
esta fatiga de ir
cuesta abajo y cuesta arriba,
