El mundo no es perfecto, pero podemos mejorarlo - Alexander Batthyány - E-Book

El mundo no es perfecto, pero podemos mejorarlo E-Book

Alexander Batthyány

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Beschreibung

Alexander Batthyány y Elisabeth Lukas conversan sobre los desafíos psicológicos y sociales de nuestros días, y responden a estas preguntas desde la perspectiva de la logoterapia de Viktor Frankl y los descubrimientos psicológicos actuales. ¿Cómo mantenerse mentalmente sano en las fases difíciles de la vida? ¿Cómo podemos abordar adecuadamente las nuevas tecnologías y la inteligencia artificial? ¿Cómo proteger y mejorar la salud mental en tiempos de crisis, aportando además efectos positivos y sanadores para la sociedad? Alexander Batthyány y Elisabeth Lukas responden a estos desafíos psicológicos y sociales desde la teoría de la logoterapia desarrollada por Viktor Frankl y a la luz de los descubrimientos psicológicos actuales. En tiempos de zozobra, la confianza en nuestra capacidad de resiliencia, la búsqueda del sentido de la vida en las cosas diarias y la motivación que el hallazgo de sentido nos infunde son grandes ayudas para afrontar los retos cotidianos. Este libro, que recoge conversaciones entre los dos psiquiatras, brinda apoyo psicológico concreto y eficaz, invitándonos a valorar las pequeñas cosas cotidianas y a descubrir en ellas el sentido de la vida.

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Seitenzahl: 273

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Alexander Batthyány

Elisabeth Lukas

El mundo no es perfecto, pero podemos mejorarlo

Cómo superar las fases vitales difíciles

Traducción de ALBERTO CIRIA

Herder

Título original: Die Welt ist nicht heil, aber heilbar. Schwierige Lebensphasen meistern

Traducción: Alberto Ciria

Diseño de la cubierta: Toni Cabré

Edición digital: Martín Molinero

© 2023, Tyrolia-Verlag Innsbruck-Viena

© 2024, Herder Editorial, S.L., Barcelona

ISBN: 978-84-254-5090-7

1.ª edición digital, 2024

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com).

Herder

www.herdereditorial.com

Índice

INTRODUCCIÓN

Elisabeth Lukas

1. EL ARTE DE ENCARAR LOS RETOS DEL PRESENTE

El mundo no es perfecto

El «abogado del hombre sufriente»

Los privilegios son un compromiso

Totalmente desdichados de puro saciados

¿En qué podemos tener esperanza?

2. LA ESPERANZA

¿Consiste la esperanza en unas «ganas ingenuas de mejorar el mundo»

La mirada realista

La fe en el bien

Mirar más allá del reducido recinto de nuestro yo

La atracción que ejercen los modelos

3. LA POSIBILIDAD DE APOYARSE MUTUAMENTE

Comunidades solidarias

4. LA NECESIDAD DE ACABAR CON LAS ESPIRALES DE DOLOR

¿Cómo reacciona quien ha padecido sufrimientos?

Romper la cadena del mal

Ser y confianza en Dios

Salir del sufrimiento siendo más humano

Vivir mirando a la muerte

Resistirse a la «justicia igualatoria»

Los inocentes y la venganza

A solas con el destino

5. VISIBILIZAR POSIBLES SENTIDOS

Rudolf Allers y Karl König

Sufrimiento ajeno como acicate

Individuo y comunidad

El sentido como medicina

Comunidades de apoyo

Encontrar y ampliar espacios de libertad

6. SEGUIR DIALOGANDO PESE A TODO

Desconfianza y teorías de conspiraciones

Sobrevalorarse es una falacia

La presión genera contrapresión

La resistencia espiritual

Profecía del fin del mundo

Comunicación con «pacientes difíciles»

Anteponer lo común a lo que divide

7. USAR BIEN LOS MEDIOS SOCIALES

El riesgo de imitar

Lo negativo llama más la atención

Elogio y crítica

Presión y velocidad

La cuestión de los contenidos

Descubrir el mundo real

Salir a la naturaleza

Deseo de cambio

Ejercer la responsabilidad

8. INTELIGENCIA ARTIFICIAL Y PERSONA

¿Qué tarea le queda al hombre?

Libertad, elección y responsabilidad

La persona es pluridimensional

Sentido y espíritu

Apreciaciones correctas y falsas de la realidad

¿Cómo me gustaría recordarme?

9. DIALÉCTICA ENTRE TOLERANCIA Y VERDAD

La búsqueda de la verdad

El conocimiento debe ser seguido de actos

10. CULPA, CONCIENCIA MORAL Y RESPONSABILIDAD

Cuando la persona no tiene culpa

Qué hacer con las contradicciones

Responsabilidad por el presente y el pasado

Qué hacer con la culpa

Sentimientos de culpa y represión de la culpa

¿Qué es lo contrario de la culpa?

11. LA DOBLE FUNCIÓN DE LA VERGÜENZA

La oportunidad de volver a empezar

Atender al desarrollo y al cambio

Los límites de la ayuda

Extorsión y capitulación

Seguir esperando y creyendo

12. APRENDER A VALORAR DE NUEVO LA COTIDIANIDAD

«Un día del año»

El riesgo de sobrevalorar lo nimio

Mirar atrás con agradecimiento

PERSPECTIVAS: EMPEZAR DE NUEVO

Alexander Batthyány

Podemos transformar nuestra cotidianidad

¿Por dónde empezar?

El sentido da forma a la libertad

Hacer lo que de todos modos hay que hacer, pero de otra manera

La paradoja de la generosidad

BIBLIOGRAFÍA

NOTAS

INFORMACIÓN ADICIONAL

Para Marie Czernin († 2022)

Alexander Batthyány

Para Heidi Schönfeld

Elisabeth Lukas

Introducción

Elisabeth Lukas

Psiquiatra, neurólogo y filósofo, Viktor Emil Frankl fue uno de los «grandes hijos de Austria». Nació en Viena en 1905, y ya en los años treinta del siglo pasado, siendo todavía un joven médico, tuvo que tratar a muchas personas que padecían enfermedades psíquicas y sufrían estados de desesperación. Naturalmente, sabía que son numerosas las causas que provocan enfermedades psíquicas: muchos pacientes estaban traumatizados por haber sufrido experiencias terribles. A eso se sumaban la crisis económica y las hambrunas. Los sistemas educativos imperantes eran autoritarios y la situación de inestabilidad política hacía presagiar un futuro incierto. Comparando esa situación con la actual, en principio diríamos que hoy nos va mejor. No obstante, la incertidumbre acerca del futuro es hoy potencialmente mayor, como perciben ya muy tempranamente las generaciones actuales. Hoy hay, además, otros muchos factores de riesgo que nos afectan psicológicamente.

Sin embargo, Frankl dio un giro hacia un enfoque totalmente novedoso. La pregunta que él se hizo fue esta: «¿Qué mantiene a las personas psicológicamente sanas?». En lugar de investigar las causas de las enfermedades, se preocupó de indagar los motivos por los que las personas pueden sanar o mantenerse sanas justamente en tiempos de zozobra. Así es como llegó a descubrir el significado de la pregunta por el sentido de la vida humana. Pensemos qué es lo mejor que puede sucederle a una persona en la vida. Diríamos que es el hecho de vivir en paz consigo misma, estar a gusto con su vida y tener la sensación de poder controlarla, aunque nunca falten preocupaciones ni contrariedades. Una vida plena de sentido y con un norte con el que orientarse tiene grandes probabilidades de ser obsequiada con estos dos «regalos».

Desde entonces, muchos estudios han demostrado luego lo que Frankl ya anticipó intuitivamente: cuando las personas sienten que sus vidas están plenas de sentido, o cuando se consagran a proyectos y objetivos que para ellas tienen mucho sentido, entonces sucede con frecuencia, como efecto secundario, que esas personas alcanzan el éxito y el reconocimiento y están contentas con lo que han logrado y alcanzado; en suma, que pueden estar más satisfechas de sí mismas y de lo que han hecho. Al mismo tiempo, en segundo lugar, también se aprecia que, cuando las personas aspiran a algo que tiene sentido para ellas, también ganan en fortaleza anímica y capacidad de aguante, desarrollan fuerzas físicas y psíquicas con las que consagrarse a sus aspiraciones, no se rinden fácilmente ante los obstáculos y las adversidades, y se vuelven más capaces de tolerar la frustración. Todo esto fomenta su confianza y beneficia a su salud psíquica, incluso en situaciones críticas.

Y al revés: cuando uno duda del sentido de la propia existencia y no está seguro de poder darle un rumbo, entonces cae en depresiones. La idea de que nada tiene sentido mata toda esperanza y paraliza toda buena iniciativa. Las consecuencias son devastadoras. Cuando se da esa situación, puede suceder que uno se diga: «Como de todas formas esto no va a servir para nada, me voy a dedicar a vivir cuan cómodamente me sea posible y a divertirme cuanto pueda. ¡Y detrás de mí el diluvio!». Uno ya no querrá ocuparse ni responsabilizarse de nada. Sin embargo, bien puede suceder que el encontronazo con la realidad acabe siendo desastroso.

También puede suceder que uno claudique y caiga en el letargo, la depresión, la autocompasión o el cinismo. Es obvio que ambas opciones propician perturbaciones psíquicas, que son justamente lo que nuestra sociedad no necesita, pues no sirven más que para agravar aún más los problemas de una época que, ya de por sí, es bastante problemática.

Así pues, para llevar una vida de la que uno pueda sentirse satisfecho se necesitan tareas sensatas en las que pensar y con las que ilusionarse. Tareas así se nos presentan hoy en abundancia. Bastará con explicarles a las personas cómo implicarse en ellas. Especialmente los adolescentes son propensos a caer enseguida en estados de ánimo depresivos, pues se desaniman pensando que no pueden cambiar nada. Les parece que nadie se interesa por ellos, que no importan a nadie, que no pueden hacer nada en la política ni en la sociedad y que están a merced de un mundo brutal que les ha privado de todo futuro. Pero si, justamente cuando hay riesgo de que nuestras condiciones de vida empeoren, enseñamos a los adolescentes vías para demostrar sus capacidades y para contribuir a que no ocurran fatalidades, entonces enseguida se entusiasman y sus estados depresivos desaparecen.

Ya en los años treinta del siglo pasado, Frankl se rigió por estos principios cuando trabajaba en los centros de asesoramiento juvenil que él mismo había fundado en compañía de Charlotte Bühler. En aquella época, el paro generalizado era sin duda un tema agobiante. Para los jóvenes, la falta de empleo equivalía a la falta de sentido en sus vidas. Frankl demostró que esa idea era equivocada; a los jóvenes que acudían a él en busca de consejo los animaba a que desempeñaran trabajos honoríficos y se involucraran en tareas de ayuda sin ánimo de lucro, o a que buscaran alternativas similares. Los estómagos seguían vacíos, pero de pronto esos jóvenes experimentaban una inesperada recuperación psíquica. Hoy son otros los asuntos que inquietan a la juventud, pero vuelve a asomar la idea equivocada de que quien es joven no vale demasiado.

Recientemente, un chico de dieciséis años me expresaba sus penas con este lamento: «Con la enorme superpoblación que hay en la tierra yo estoy de más». ¿Qué le habría respondido Frankl? Supongo que habría replicado: «Hijo, ¿puedes reducir la superpoblación?». Y a la respuesta obviamente negativa del chico, Frankl habría contestado: «Olvídate de todo cuanto no está en tus manos y concéntrate en lo que tú mismo puedes decidir. Hablemos de ello. ¿Sobre qué puedes elegir? ¿Sobre cómo tratar a tus amigos y a tus padres? ¿Sobre si haces deporte o te pasas el día sentado sin hacer nada? ¿Sobre si estudias para especializarte en algo o te dedicas a holgazanear? Háblame de lo que está en tu mano aliviar, apoyar o mejorar en el pequeño entorno que te rodea. Pues bien, en cuanto lo hagas, comprenderás que si tú no existieras faltaría alguien en la tierra». A todos aquellos que se sienten aterrorizados por visiones apocalípticas habría que decirles: «No temáis al futuro, no vaya a ser que ese miedo os haga desaprovechar el momento presente». Pues su futuro dependerá esencialmente de lo que decidan en el presente. Es absurda la fijación mental en lo que no se puede cambiar por ahora, aparte de que eso hace que se desperdicien muchas fuerzas que serían imperiosamente necesarias para otras tareas constructivas. Son trágicas muchas cosas que no podemos cambiar, eso es indiscutible. Frankl acuñó para eso la fórmula del «optimismo trágico». Apremiaba a ser realista: «Mira de frente a las tragedias y no les huyas el rostro». Pero luego daba un giro hacia el idealismo: «Y ahora piensa en lo que tú puedes hacer para que el mundo sea un lugar digno de las personas». Optimismo es optimizar lo que está en nuestras manos.

Por otro lado, el sentido que tienen las tareas resplandece con mayor nitidez en tiempos de necesidad que en épocas de bonanza. Si a uno se lo dan todo hecho, si uno recibe todo en abundancia y sin necesidad de esforzarse, ¿para qué sacrificarse? La vida diaria transcurre entonces como por sí sola, sin necesidad de emplear energías. Por así decirlo, la vida pasa de largo sin que a uno le afecte. Eso provoca insatisfacción y descontento. Así se explica que en épocas de prosperidad, que en realidad suponen para la gente una suerte enorme, tiendan a aumentar las crisis psicológicas, como por ejemplo las adicciones o los actos violentos, por muy contradictorio que esto pueda parecer. Por el contrario, en épocas catastróficas siempre se ha observado que, tras una primera fase de conmoción paralizante y de lamento, muchos afectados desarrollan luego la capacidad de afrontar los reveses del destino y de hacer de la necesidad virtud en medio de circunstancias penosas. Esta muestra de coraje podemos extrapolarla a nuestra situación actual. Desde el inicio del nuevo milenio se ha configurado un escenario global amenazador: desde los flujos de refugiados hasta el calentamiento terrestre, desde la contaminación medioambiental hasta la pandemia, desde la escasez de alimentos hasta las amenazas nucleares, seguimos aún bajo los efectos de una conmoción paralizante y en todas partes se escucha un lamento generalizado. Pero también empieza a oírse ya en todo el mundo un cordial llamamiento al cambio y a la renovación.

Las ideas de Frankl ponen en tela de juicio algún que otro paradigma filosófico. Por ejemplo, el paradigma de que todo lo que hemos experimentado durante nuestro proceso de maduración es luego determinante en la formación de nuestra personalidad. Sin embargo, por mucho que pueda influir sobre nosotros lo que hemos experimentado, lo cierto es que, conforme nos hacemos mayores, cada vez somos más capaces de librarnos de las influencias si queremos rechazarlas. Niñas a las que han pegado no tienen por qué convertirse automáticamente en madres que pegan. Hijos de familias alcohólicas no tienen por qué convertirse forzosamente en alcohólicos. Frecuentemente sucede que los hijos siguen otros caminos y se apartan de los modelos paternos. No es fácil corregir por uno mismo la naturaleza de lo que se ha recibido, pero tampoco es imposible.

No, lo que hemos experimentado a lo largo de la vida no tiene por sí solo poder para configurar nuestra personalidad. Ese poder hay que buscarlo en otra parte: en lo que transmitimos y aportamos. Quien ha sido amado no tiene por qué amar. Pero quien transmite amor es una persona amorosa. Quien ha sufrido odio no tiene por qué acabar odiando. Pero quien odia es un odiador. Y así sucede con todo: esto es innegable e inevitable. Quien enseña es un maestro, quien salva es un salvador... lo que aportamos al mundo forma y configura nuestra propia identidad. Es desagradable que me roben, pero eso no decide nada sobre mí. Puedo bufar de ira, llorar amargamente o permanecer sereno: dispongo de varias alternativas. Pero si soy yo quien roba, entonces no hay alternativa a mi identidad de ladrón. Incluso aunque acabe arrepintiéndome del robo, aunque me muera, seguirá siendo cierto que una vez fui ladrona. Frankl lo formuló así: «Todo acto es su propio monumento».

Este cambio de paradigma deja claro que no conviene andar siempre memorizando y analizando lo que hemos recibido y lo que hemos experimentado, sino que es más provechoso reflexionar a fondo sobre lo que podemos y debemos aportar en cada caso. Pensemos que todo lo que aportamos tiene siempre dobles consecuencias. Si lo que aportamos es algo positivo para el entorno, entonces es motivo de alegría para ese entorno, pero al mismo tiempo también da fe de nuestra identidad positiva. Quien ejerce la misericordia se convierte a sí mismo en una persona misericordiosa. Pero si lo que aportamos es negativo para el entorno, entonces, en primer lugar, será motivo de preocupación para ese entorno, y al mismo tiempo, en segundo lugar, empañará también nuestra propia identidad. Quien atormenta a otros se convierte a sí mismo en un sádico. Son consecuencias dobles que ya no se pueden revocar.

En la práctica, ya solo con mostrar esta perspectiva se puede ayudar mucho a quienes acuden a nosotros buscando consejo. ¡Cuánto nos gusta quejarnos de compañeros, colegas o jefes que no actúan como creemos que deberían actuar! Podremos quejarnos cuanto queramos, pero esas quejas apenas surten efecto. No podemos decidir lo que hacen otros. Centrémonos en aquello sobre lo que sí podemos decidir y preguntémonos: ¿cómo queremos comportarnos nosotros en el futuro con nuestros compañeros, colegas o jefes? ¿Queremos responder a toda agresión con otra agresión, a toda injusticia con otra injusticia? ¿Queremos prolongar la cadena del sufrimiento? ¿O es mejor romperla y ofrecer algo que aporte más sentido? Vemos que, si apartamos la mirada de lo que recibimos y experimentamos y si prestamos atención a lo que nosotros podemos dar, entonces llegamos de nuevo a la pregunta por el sentido, que es un excelente guía en nuestras vidas. ¿Qué reacción nuestra aportaría tanto sentido que pudiera aplacar los conflictos sin dañar a otros y nos permitiera sentirnos orgullosos de nosotros mismos? ¿Qué podríamos hacer para propiciar este doble efecto positivo? No siempre se nos ocurrirá la respuesta perfecta, pero ya la mera búsqueda de una respuesta juiciosa a las difíciles cuestiones vitales es un estímulo que nos permite albergar mayores esperanzas para nosotros y para nuestro prójimo.

Toda la obra de Frankl no es más que un gran llamamiento a impedir el sufrimiento innecesario siempre que podamos, pues lamentablemente nunca faltará el sufrimiento inevitable. Pero incluso para este sufrimiento hay también una respuesta capaz de aportar sentido: esta respuesta está en la capacidad de soportar ese dolor inevitable con valor y con paciencia. Ese es el mayor «logro» que una persona puede aportar y el mayor «empeño» que se puede exigir a sí misma.

Es para mí una enorme alegría que el coautor de este libro me haya invitado a conversar con él sobre las grandes cuestiones de nuestra época y sobre las ideas de Frankl y los llamamientos que él hacía. Cuanto más hablemos sobre ello, más claramente se mostrará la sorprendente actualidad de las tesis logoterapéuticas, más resaltará el apoyo y el consuelo que pueden brindar y cómo esas ideas están a disposición justamente de los hombres de hoy, para que las plasmen. Estoy convencida de que también lo notarán los lectores en cuanto se asomen a estos diálogos nuestros.

Ojalá que algunas de las cosas que vamos a exponer les sean provechosas a los lectores y los animen a afirmar la vida a pesar de todo.