El novio equivocado - Lee Wilkinson - E-Book

El novio equivocado E-Book

Lee Wilkinson

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Beschreibung

Julia 983 Samantha quería descubrir si a su abuelo le habían quitado su herencia, y para hacerlo debía conocer a la familia Lorrimore. Eso le resultó fácil: casi en cuanto conoció a Richie Lorrimore, él le pidió que se casaran. Sam decidió aceptar. Como prometida de Richie, tendría la coartada perfecta para investigar a su familia. El plan estaba saliendo bien hasta que apareció en escena Cal Lorrimore. Aunque sospechaba terriblemente de Samantha, ese hombre era irresistiblemente atractivo. Y aunque Sam era la prometida de su hermano, le dejó muy claro que sería muy bien recibida en su cama…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos 8B

Planta 18

28036 Madrid

 

© 1998 Lee Wilkinson

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El novio equivocado, JULIA 983 - abril 2023

Título original: THE RIGHT FIANCE?

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo, Bianca, Jazmín, Julia y logotipo

Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411418157

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

EL tren desde Londres a Dutton Weald era uno lento que paraba casi en cada estación. Después de vivir en Nueva York, el contraste entre el ajetreado Manhattan y la tranquilidad de las ondulantes colinas de la campiña inglesa, debería haber sido notable, pero Samantha apenas se fijó.

¿Y si su abuelo había sido engañado y desposeído de lo que era legalmente suyo? Después de tantos años, tenía pocas posibilidades de descubrir la verdad. Tan pocas que casi se había acobardado. Apenas merecía la pena toda la planificación y engaños que detestaba.

Había necesitado pasar una noche en Londres para decidirse recordando que había llegado demasiado lejos como para no intentarlo.

Pensando en toda la amargura y dolor que el anciano había ocultado durante años, torció el solitario de diamante que llevaba en el dedo y se dijo a sí misma que el fin justificaba los medios.

Si la historia que le había contado su abuelo era cierta, no quería que los Lorrimore se salieran con la suya.

Apretando los dientes, había telefoneado al castillo de Lorrimore para informar al mayordomo que había recogido sus mensajes anteriores de la hora de llegada de su tren.

Cuando pararon en otra estación entró un hombre que se sentó frente a Samantha. Al ver sus esbeltas curvas, su pelo sedoso y sus ojos verdes, movió la rodilla para frotar la de ella. Sam le dirigió una mirada pétrea y volvió a sus sombríos pensamientos.

Cuando su abuelo había quedado postrado y las enfermeras privadas que necesitaba habían consumido casi todos sus ahorros, Sam se había visto obligada a dejar la escuela de medicina para buscar un trabajo.

Las oportunidades habían sido escasas y cuando le habían ofrecido un contrato de modelo, lo había aceptado y por el bien de su abuelo, había puesto buena cara.

Sin embargo, él había empezado a protestar diciendo que no debería haber abandonado su carrera.

Pero cuando se había disgustado de verdad fue cuando leyó un artículo sobre Cal Lorrimore en la columna de cotilleo de un periódico de Nueva York y en su lecho de muerte había empezado a hablar del robo de su herencia.

—Yo era el hijo mayor. El heredero del todo… El castillo de Lorrimore, las propiedades y el título deberían haber sido míos… Debería haberme quedado a luchar por mis derechos.

—¿Y por qué no lo hiciste? —le había preguntado Sam.

—Había estado enfermo y todavía sufría de los nervios. Llegué desde Francia después de la guerra para descubrir que mis padres habían muerto en Londres en un ataque aéreo y que mi hermano pequeño, Albert, era el señor de Lorrimore. El abogado de la familia me dijo que había aparecido un nuevo testamento y que no podía hacer nada… Pero me dio la impresión de que sabía mucho más de lo que me estaba contando. De hecho, todos lo sabían… Nadie me dijo nada… Era como una conspiración de silencio. Había tanta enemistad entre Albert y yo… Lorrimore era mi hogar y ni siquiera me dejó poner los pies en la casa. Yo estaba devastado, enfadado… No tenía nada que ofrecerle a Margaret, la chica que había esperado por mí. Pero ella se quedó a mi lado. No quería ser una Lorrimore y odiaba hasta el apellido, así que antes de casarnos, lo cambié por el de ella.

Cada vez más agitado e incoherente, había estado murmurando durante horas hablándole a Samantha de una caja de rapé con el escudo de armas de los Lorrimore en la tapa que contenía una llave dentro que abría una caja lacada con escrituras, del árbol genealógico de la familia que colgaba de las paredes de la biblioteca del castillo y de una gran Biblia familiar que se guardaba en la capilla…

Era un hombre anciano y tanto su discurso como su cerebro habían sido dañados por la enfermedad. Sabiendo lo enfermo que estaba, Samantha había sospechado que estaba delirando.

Pero después de encontrar entre sus posesiones la caja que había mencionado, le había asaltado el deseo de conocer la verdad.

Entonces había rescatado el periódico de la papelera y había leído el artículo que decía:

 

 

Cal Lorrimore, el empresario inglés que conduce un Rolls Royce clásico y que dirige su imperio desde un remoto castillo en Kent, visitará Nueva York la próxima semana.

Se dice que las posesiones de Lorrimore incluyen una cadena de hoteles por todo el mundo, varios bancos y compañías de seguros, así como una de las empresas electrónicas más grandes del país.

Y recientemente, en aras de la competencia, ha adquirido Clemens, una de las editoriales más prestigiosas de Manhattan.

Alguien nos ha informado de que el soltero de oro ya ha reservado habitaciones en el Plaza y que se celebrará una elegante fiesta en su honor.

Lorrimore, que prefiere no usar su título, es un hombre muy celoso de su intimidad. Se niega a hablar con la prensa y no le gusta que le fotografíen.

Pero, ni entre la naturaleza de Kent o la sofisticación de Londres lleva una vida de ermitaño. Conocido por su exigencia en cuestión de damas, tiene sin duda debilidad por las mujeres bonitas.

Se rumorea que desde que heredó la propiedad en 1990, cuando sus padres perdieron la vida en un trágico accidente de barco, una sucesión de encantadoras damas ha sido invitada al castillo de Lorrimore…

 

 

«Debilidad por las mujeres bonitas».

Sin vanidad, Samantha sabía que ella encajaba en aquella categoría. Si pudiera conseguir conocerle y utilizar su belleza para despertar su interés y que la invitara al castillo Lorrimore…

¡No! Aquello era completamente contrario a su naturaleza.

Pero durante las dos semanas siguientes, mientras intentaba asimilar la pérdida de su abuelo, el deseo de conocer la verdad fue en aumento hasta convertirse casi en una fijación.

Una fijación que intentó combatir con razones prácticas. Incluso aunque los informes del periódico fueran correctos, tenía pocas posibilidades de acercarse lo suficiente a Cal Lorrimore como para atraer su atención.

Y se había convencido a sí misma cuando intervino el destino.

Nuevas Caras, la agencia de modelos para la que trabajaba Sam, la había contratado para una serie de anuncios de perfume para la revista 2 Avenue, una de las revistas femeninas de más venta de Clemens. La oportunidad le llegó en forma de invitación a la fiesta del hotel Plaza.

Aquella noche, se puso lo más deslumbrante que pudo y se mezcló con la multitud mientras contemplaba como festejaban al huésped de honor.

Cal Lorrimore no se parecía en nada a la imagen que ella se había hecho. Era rubio, más joven y menos espectacular a pesar de su ropa de gala inmaculada. En conjunto era agradable, pero corriente.

A pesar de responder con cortesía a las atenciones que recibía, daba la impresión de no estar disfrutando de la fiesta.

Desde la enfermedad de su abuelo, Sam no había tenido apenas vida social, por lo que casi no conocía a nadie. Lo cual le parecía bien porque pudo charlar, beber y observar sin ser molestada.

Aunque todavía se ponía roja al pensar en las tácticas a las que tendría que recurrir.

Armada con una copa de champán, esperó hasta que la multitud que rodeaba al anfitrión fue disminuyendo y entonces avanzó, tropezando con su codo a propósito para que se le derramara la copa por el vestido.

Cal se disculpó con cortesía y ella esbozó una sonrisa deslumbrante.

—No, de ninguna manera. La culpa ha sido toda mía.

—¡Tú eres Samantha Summer! —exclamó él—. Vi tu fotografía en la portada de 2 Avenue. Permíteme…

Sacando un pañuelo inmaculado, intentó secarla el champán.

—Yo soy Lorrimore, Calvin Richard Peregrine Lorrimore, pero mi familia y mis amigos me llaman Richie… ¡Oh, Dios! —gimió mirando la mancha en el vestido blanco de satén—. Creo que lo he puesto peor.

—Por favor, no se preocupe. De todas formas, estaba pensando irme.

—Yo, eh… supongo que estarás acompañada, ¿verdad?

—No, he venido sola.

Él se aclaró la garganta.

—En ese caso, ¿puedo acompañarte a casa?

Samantha no había esperado tanto. No encajaba con el artículo del periódico. O quizá fuera la forma de ocultar sus tácticas.

—¡Oh pero no quiero privarle de la fiesta!

—Francamente, me encantaría escapar. Las fiestas no son lo mío. ¿Has venido en coche?

—No.

Ignorando la aguda mirada del guardaespaldas que tenía al lado, Richie dijo:

—Entonces vamos.

Ella vaciló.

—Había planeado cenar algo antes. Los aperitivos de las fiestas no suelen ser suficiente.

—Quizá querrías cenar conmigo…

—Me encantaría, señor Lorrimore.

—Richie, por favor.

—Richie, de acuerdo.

—No conozco apenas Nueva York —admitió él con sus pálidos ojos azules clavados en su cara exquisita—, pero creo que hay varios restaurantes bastante buenos aquí mismo, en el Plaza.

Como si acabara de acordarse del vestido manchado, Sam bajó la vista y murmuró disculpándose:

—Ahora que lo pienso, realmente debería irme a casa. No estoy en condiciones de aparecer en público.

—¿Quizá podríamos cenar en mi suite?

Habiendo conseguido su objetivo, Sam lo pensó mejor. Subir a su suite podría significar problemas. Aunque parecía bastante inofensivo, nunca se sabía.

Sin embargo, si quería seguir con su plan, tendría que correr algunos riesgos. Y de todas formas, tampoco tenía una constitución de Tarzán.

Sonriendo, aceptó.

—Me encantaría.

Como si no pudiera creer en su suerte, Richie despidió al guardaespaldas, al que llamó Ryan y escoltó a Samantha hasta la puerta.

Ella inspiró con fuerza. Le había resultado muy fácil ganar el interés de Richie Lorrimore. Lo único que tenía que hacer ahora era mantenerlo…

 

 

Y lo consiguió mucho más allá de sus expectativas.

Se había colado por ella, con caña, anzuelo y sedal y durante los diez días que pasó en Nueva York, no se separó de ella salvo para cumplir con sus compromisos.

Pero con el calendario social repleto, apenas estuvieron solos y la invitación que estaba esperando nunca llegó. Lo que en cierto aspecto era un alivio, porque le evitaba tener que engañar más.

En el último día de su estancia, cuando estaban tomando café poco antes de su salida para el aeropuerto, como por arte de magia, Richie sacó un anillo y le pidió que se casara con él.

Verdaderamente asombrada, Sam sólo pudo balbucear:

—Pero.. es dema… demasiado pronto. Apenas… nos conocemos… Y llevamos una vida tan diferente.

—Por favor, Sam —suplicó él—. Ven a Lorrimore. Pasa al menos un mes conmigo y podrás ver cómo es mi vida de verdad. Y si es demasiado tranquilo, siempre podremos vivir en Londres. Y tú podrías seguir con tu carrera si quisieras…

Inspiró para recuperar el resuello.

—Mira, compraré un billete con la vuelta abierta y…

—¡No! Quiero decir que me encantaría ver Lorrimore, pero el billete me lo compraré yo.

—Entonces ven en cuanto te lo permitan tus compromisos. Y mientras tanto, me gustaría que llevaras esto —tomándole la mano izquierda, deslizó el solitario en su dedo anular—. Te llamaré todos los días.

—Por favor, no… Necesito espacio, tiempo para pensar.

—Muy bien —aceptó él con desgana—. Dime cuando puedes venir y te prometo que iré a buscarte.

La besó con torpeza y se apresuró a meterse en el taxi que lo esperaba…

 

 

Con una serie de sacudidas, el tren arrancó de lo que Samantha suponía debía ser la parada anterior a la suya. Sólo le faltaban unos minutos. Y él estaría probablemente en la estación esperándola.

Suspiró. Hubiera sido más fácil si Richie Lorrimore no fuera tan encantador. Pero no podía permitirse que le gustara. Debía intentar recordar que pertenecía al campo enemigo.

Sólo un puñado de gente bajó del tren en Dutton Weald y para cuando Samantha cruzó el puente levadizo para pasar al otro andén, la única persona a la vista era un guarda uniformado.

Fuera, el paseo bordeado de árboles estaba desierto, excepto por un hombre alto y vestido de forma desenfadada apoyado contra un deportivo blanco.

No había rastro ni de Richie ni del Rolls Royce que había esperado.

Posando la maleta, vaciló confundida y buscó con la vista una cabina telefónica.

Entonces escuchó una voz cortés a sus espaldas:

—¿Señorita Summer?

Dándose la vuelta, Samantha se encontró frente a un par de ojos verdes plateados entrecerrados por el sol.

—Sí.

Intentó convencerse de que era lo inesperado del encuentro en vez de la instantánea atracción, lo que le había quitado el aliento.

Con casi uno ochenta, Sam normalmente no tenía que alzar la vista para mirar a ningún hombre, pero aquel debía rozar el metro noventa. Tenía el pelo liso y moreno y su limpia cara bronceada era una de las más atractivas que había visto en su vida.

—Me temo que Richie no ha podido venir…

La examinó como si estuviera intentando leerle el alma.

Samantha se encontró mirándolo y pensando que tenía los ojos más inolvidables de forma y color que resaltaban como joyas en aquella cara tan masculina.

—He venido en su lugar.

¿Quién era aquel hombre? había algo en su actitud, aparte de la familiaridad con que había nombrado a Richie, que le hacía dudar que fuera un empleado.

—Soy Cal Lorrimore.

Ella lo miró con la boca abierta.

—Pareces sorprendida.

—Pero… yo pensaba… El periódico decía…

—¿Que era Cal Lorrimore el que llegaba a Nueva York?

La expresión de Sam fue suficiente respuesta.

—¡Ya entiendo! Bueno, tenía que ir yo, pero como odio ese tipo de circo decidí enviar al joven Richie en mi lugar… ¿Y le confundiste conmigo? Querida, querida…

Chasqueó la lengua con gesto de burla.

—¿Aparte del hecho de que me esperaras a mí, cómo pudiste confundirnos? No podría haber dos hermanos más diferentes.

Completamente aturdida, Samantha dijo la verdad:

—Él me dijo que se llamaba Calvin, así que supuse… No sabía que tenía un hermano.

La sonrisa de Cal Lorrimore tenía más que un tinte de cinismo.

—Debe haber muchas cosas que no conoces de él. Antes de tomarte tantas molestias, quizá deberías haber hecho los deberes con más cuidado.

—No sé lo que quieres decir —contestó ella con tensión.

—Oh, yo creo que sí.

Con un repentino movimiento que ella no había esperado, Cal le levantó la mano izquierda.

Paralizada por su contacto, Sam se quedó como una estatua manteniendo su larga y pálida mano en la potente y morena de él mientras examinaba su anillo.

—Habiendo confundido a Richie por mí, hubiera esperado que consiguieras algo… ¿Cómo decirlo? Algo menos modesto.

Zafándose de su mano, se la agarró en un acto reflejo.

—Creo que vas a quedarte un mes en el castillo Lorrimore, ¿no?

—Tu hermano me ha invitado.

Sam se enfadó consigo misma por sonar tan a la defensiva.

Cal arqueó los labios.

—Me atrevería a decir que te hizo falta poca persuasión. Richie no suele invitar a mujeres, incluso a las más bellas, a quedarse en el castillo.

—Supongo que eso es prerrogativa tuya.

Por un instante, pareció furioso. Entonces dijo con tono tenso:

—Creo que le haces demasiado caso a la prensa del corazón.

Negándose a sentirse intimidada por aquel arrogante y rudo hombre, contestó:

—¿Cómo dice el refrán? ¿Que no hay humo sin fuego?

—Si te quedas en el castillo tendrás que cuidarte para no salir chamuscada.

Parecía casi una velada amenaza y Sam sintió un escalofrío por la espina dorsal .

—¿Pretendes quedarte? Quiero decir que ahora que sabes que has dado con el hermano erróneo…

Samantha apretó los dientes ante su mirada provocativa antes de responder:

—No tengo intención de decepcionar a Richie.

—Hablas como un soldado —se agachó a recogerle la bolsa—. ¿Es este todo tu equipaje?

—Sí.

—No parece mucho para una super modelo.

—Yo no soy una super modelo.

Cal enarcó una ceja.

—¿De verdad? Pues tienes la cara y figura para serlo —su tono desdeñoso le hizo dudar que sus palabras fueran un cumplido—. Tengo entendido que has salido en la portada de 2 Avenue.

—Estoy empezando a tener éxito.

—¿Y piensas dejarlo por amor? ¿O ha sido una consideración… más bien financiera?

Humillada, Samantha gritó:

—No voy tras el dinero de Richie.

—Lo que está muy bien, porque no tiene gran cosa. Para decirlo sin rodeos, señorita Summer, yo soy el propietario de casi todo.

Abriendo la puerta del coche, posó la maleta en el asiento trasero, abrió la puerta del pasajero y la condujo con burlona ceremonia. Una vez más, su roce le hizo contener el aliento.

El sur de Inglaterra estaba atravesando una ola de calor. No se movía ni una hoja y el aire era caliente y sofocante. Cuando abandonaron el pintoresco pueblo de Dutton Weald, el viento refrescó las mejillas de Samantha y le agitó el suave pelo negro.

Con una mirada de soslayo, Cal señaló:

—Cuando tengas unos minutos para pensar, puede que cambies de idea acerca de quedarte en el castillo… Si decides hacerlo, estaré encantado de llevarte al aeropuerto y pagarte el billete de vuelta. Hasta puedes quedarte con el anillo.

Samantha se mordió el labio inferior con furia. El problema era que Cal Lorrimore estaba tan acertado en sus argumentos, que la lógica indignación le resultaba imposible.

Mientras avanzaban por la carretera sombreada por los árboles, Sam intentó dominar la sensación de pánico.

Quedarse en Lorrimore como prometida de Richie ya le había parecido bastante difícil, pero ser la invitada indeseada de su hermano iba a ser imposible…

Pero aunque sólo fuera por el bien de su abuelo, deseaba conocer la verdad. Si abandonaba ahora, ya no tendría otra oportunidad y Cal Lorrimore creería que había acertado por completo…

¡Bueno, pues preferiría verlo en el infierno antes de dar al arrogante diablo tal satisfacción! Inconscientemente, enderezó las espaldas y se estiró.

—¿Decidida a quedarte y luchar?

Con cuidado, provocó:

—Me estaba preguntando qué pensaría Richie si le dijera lo que acabas de sugerirme.

Al ver su mandíbula tensarse, Sam supo que había encontrado el talón de Aquiles de Cal. Le importaba su hermano y no quería problemas entre ellos.

De repente, para su sorpresa, Cal esbozó una radiante sonrisa.

—Ya veo que vas a ser una dura oponente, señorita Summer. ¿O puedo llamarte Samantha?

—Por favor.

—Samantha Summer parece un nombre bastante eufónico. ¿Es tu nombre de guerra?

—Da la casualidad que me bautizaron Samantha y me apellido Summer. ¿Y qué hay de Cal? ¿Es tu nombre auténtico?

—Tocado. Por desgracia a tradición de nuestra familia consiste en una ristra de nombres. Yo me llamo Charles Alexander Lancelot, pero siempre me han llamado Cal. Pero vamos a hablar de algo más interesante. Dime, Samantha, ¿cuántos años tienes?

—Veintitrés.

—¿Y cuánto tiempo llevas trabajando de modelo?

—Menos de un año.

Cal pareció sorprendido.

—Pensaba que la mayoría de las modelos empezaban su carrera mucho más jóvenes.

—La mayoría lo hace.

—Según tengo entendido, la carrera de modelo es bastante corta, ¿verdad?

—Se podría decir que sí.

—Entonces un marido rico y aristócrata sería una buena apuesta… excepto que Richie no es ni lo uno ni lo otro.

—¿Y qué te hace creer que yo quiero un marido rico y aristócrata?

—¿Y por qué si no te hubieras tirado a por él? Richie no es el tipo de hombre por el que las mujeres caigan rendidas.

—¿Y cómo sabes que me tiré a por él?

—Ryan reconoce una encerrona en cuanto la ve. Y según su informe, aquel encuentro estaba totalmente planificado.

Recordando al guardaespaldas que había estado casi siempre al lado de Richie, Sam gritó indignada:

—¡Ordenaste que lo espiaran!

—Prefiero considerarlo como cuidar de él. Cuando Richie está lejos de casa, Ryan es tanto su guardaespaldas como su tutor. Para evitar que se meta en problemas. Sólo que esta vez, no lo consiguió.

Casi con admiración, Cal añadió:

—Y eso se debe a ti. No sólo trabajas rápido, sino que tu técnica debe ser brillante para haber conseguido un anillo en tan poco tiempo. Richie está todavía un poco verde, pero no es un completo tonto. Ya ha tenido que enfrentarse a caza-fortunas antes.

—Sólo que yo no soy una caza-fortunas.

La carcajada de Cal fue cínica.

—Y lo siguiente que me dirás es que estás enamorada de él.

Incapaz de mentir, Sam mantuvo silencio.

—Eso pensaba.

Llevaban ya algún tiempo avanzando por una carretera bordeada por un alto muro cubierto de líquenes.

Pronto llegaron frente a unos altos portones de hierro forjado flanqueados por altos pilares a cada lado y guardados por dos magníficas estatuas de piedra.

—Los leopardos de los Lorrimore —señaló él al notar su evidente interés—. Forman parte del escudo de armas de la familia.

Sí, pensó ella con excitación. Hasta el momento, todo encajaba.

Cuando giraron, las puertas de hierro se deslizaron y se cerraron tras ellos. Sonriendo ante la sorpresa de Samantha, Cal le explicó:

—Están controladas electrónicamente. Todas las puertas del muro abren sólo a nuestros coches.

—Eso debe hacer sentirse a los visitantes bienvenidos.

—Cualquiera con un buen motivo para entrar sólo tiene que ir a la garita de la entrada principal para que lo admitan.

—¿Y no treparía por el muro alguien con un buen motivo?

—Nuestro sistema de seguridad tiene un circuito cerrado de televisión, con vigilancia las veinticuatro horas. Además sonaría en el acto una alarma si alguien intenta trepar el muro.

Bueno, los periódicos habían dicho que Cal Lorrimore era muy celoso de su intimidad.

—Es más problemática la gente que intenta entrar bajo falsas pretensiones —aquello estaba tan cerca de la verdad que Sam sintió ardor en la cara—. Hemos tenido de todo, desde la prensa rosa hasta un potencial secuestrador intentándolo.

Sam estaba empezando a apreciar que ser muy conocido y rico producía sus propios dolores de cabeza.

Pero de alguna manera, toda aquella seguridad no encajaba con la idea que ella se había hecho del castillo Lorrimore. ¿Quizá fuera una gran mansión más que un castillo?

La carretera privada avanzaba por un paisaje ondulado de bosques. Las ovejas se agrupaban en los pastos lejanos y a su izquierda vio un rebaño de ciervos.

Entre los árboles se divisaba un serpenteante río cristalino.

—Es un precioso paisaje agrícola.

—En otro tiempo, la agricultura era más bien una obligación, pero ahora estamos sacando buenos beneficios.

—¿O sea que diriges la propiedad además de tus otros negocios?

Él sacudió la cabeza.

—He contratado a un buen encargado. La dirección de una finca tan grande consume mucho tiempo.

—¿Y no te has sentido tentado de vender algo?

—Nuestra tierra ha pertenecido a la familia desde las cruzadas.

Samantha notó casi un fiero tono de orgullo y admitió que estaba justificado.

—El mismo castillo ha sido saqueado y reconstruido varias veces, la última en el siglo dieciséis, pero siempre ha permanecido en manos de los Lorrimore. En comparación, el parque y el muro son adiciones bastante recientes. Se hicieron a principios del dieciocho.