Una noche a tu lado - Lee Wilkinson - E-Book
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Una noche a tu lado E-Book

Lee Wilkinson

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Beschreibung

Cuando el magnate Gray Gallagher decidió consolar a Rebecca en la boda de su ex prometida, ella no tenía previsto despertar junto a él a la mañana siguiente. ¿Qué tipo de consuelo había querido darle? Y entonces le propuso llevársela en un viaje de negocios. Pero Rebecca seguía con la duda de si había dormido con él o se había acostado con él... o si tenía la intención de mezclar los negocios con el placer durante aquel viaje. Después de todo, él era su jefe y podía pedirle que hiciera "horas extras".

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2004 Lee Wilkinson

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una noche a tu lado, n.º 1537 - marzo 2019

Título original: One Night with the Tycoon

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-471-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

CON una sonrisa tan brillante como una tiara y el corazón tan pesado como el plomo, Rebecca Ferris aguantó estoicamente mientras su hermanastra se casaba con el único hombre al que ella había amado en su vida.

Sujetando el ramo de la novia, aguantó mientras Lisa y el honorable Jason Beaumont eran declarados marido y mujer. Y mientras se besaban. Luego, tiesa como un robot, siguió a la comitiva hasta la sacristía para firmar como testigo.

Después de un inusualmente fresco y lluvioso comienzo de verano, Lisa y Jason tuvieron la suerte de que el dieciséis de julio hiciera un día precioso.

Todo parecía acompañarlos.

Las fotografías se hicieron en la puerta de la antigua y preciosa iglesia de Elmslee, teniendo como fondo el viejo bosque de robles. Los invitados se congregaban en grupos, hablando sobre la buena pareja que hacían: la novia, bajita y guapísima; el novio, alto, delgado y rubio, con pinta de actor de cine.

Cuando el fotógrafo estuvo por fin satisfecho, volvieron a la mansión de Elmslee, el hogar de la familia Ferris durante más de tres siglos.

Lisa, que había llegado a Elmslee cuando era muy pequeña, estaba impaciente por marcharse de allí. Su hermanastra prefería el bullicio y la actividad de Londres y se fue a vivir al apartamento de Jason en Knightsbridge en cuanto le fue posible.

Rebecca había nacido en Elmslee. Le encantaba aquella mansión victoriana con sus ventanas emplomadas y su chimenea de piedra. Y la echaría mucho de menos porque Helen, su madrastra, estaba dispuesta a venderla. La madre de Lisa pensaba comprar un apartamento en Londres para estar cerca de su hija.

Sabiendo cómo habría disgustado eso a su padre, Rebecca se aventuró a protestar, pero su madrastra contestó que, aparte del dinero que costaba mantenerla, Lisa se había ido a Londres y una casa de diez habitaciones era demasiado grande y demasiado silenciosa para ella.

Aquel día, sin embargo, era todo menos silenciosa. La casa y los jardines estaban de fiesta.

El banquete iba a celebrarse en el jardín, bajo una enorme carpa en la que también había un pequeño estrado para la orquesta.

La segunda señora Ferris, bien acostumbrada después de dieciséis años a hacer el papel de anfitriona, estuvo perfecta. Todo había sido organizado con gran rapidez y eficiencia.

Antes de que Jason Beaumont pudiera cambiar de opinión, había dicho una de sus tías, irónica.

En el vestíbulo, adornado con flores blancas, Helen y Rebecca esperaban para saludar formalmente a todos los invitados.

Era el momento que Rebecca temía, pero manteniendo la cabeza bien alta, consiguió sonreír. Hasta que llegó su tía abuela Letty.

–No sé por qué la ceremonia se ha celebrado tan tarde… Una moda, supongo. Pero cuando nos sirvan la cena será casi la hora de irse a la cama –protestó, mientras ponía la mejilla para que Rebecca le diera un beso.

–Lo pasarás bien, tía Letty.

–Me sorprendió mucho recibir una invitación de boda con el nombre de Lisa –dijo su tía entonces, en voz baja–. Pensé que eras tú la que estaba prometida con Jason.

Rebecca tragó saliva.

–Sí, pero…

–¿Cómo has dejado que esa mimada hermanastra tuya te lo quitara?

–Tía, por favor…

Al ver la expresión triste en el rostro de su sobrina, Letty le dio un golpecito en el brazo.

–No pasa nada, querida. Créeme, hay muchos peces en el mar. Y mejores que Jason.

Intentando disimular su turbación, Rebecca siguió estrechando manos hasta que, afortunadamente, se anunció al último invitado: una amiga de su madrastra.

Pero durante un corto silencio, oyó que Helen decía:

–Sí, claro, la pobre Rebecca está muy decepcionada. Pero era absurdo seguir con un hombre que nunca la había querido. Era tan humillante…

Sabiendo que todos los que estaban cercan lo habían oído, Rebecca escapó de allí a toda velocidad.

Medio cegada por las lágrimas y por la luz del sol, corrió por el jardín, su vestido lila enganchándose con los arbustos.

Angustiada, se dirigió hacia un pequeño cenador que dejó de usarse cuando su padre murió.

Aquel sitio había sido para ella como un santuario, un lugar en el que se refugiaba cuando se sentía sola.

Mientras Lisa iba de novio en novio desde que tenía quince años, Jason había sido el único hombre de su vida y, por primera vez desde que lo perdió, Rebecca bajó la guardia y dejó que unas lágrimas amargas corrieran por su rostro.

De repente, el crujido de un escalón hizo que levantase la cabeza.

–Me habían dicho que las mujeres lloraban en las bodas, pero ¿no crees que te estás pasando un poco? –preguntó una voz masculina.

Mortificada, Rebecca escondió la cara.

–Si no te importa, quiero estar sola.

–Ah, como Greta Garbo –replicó él, burlón.

–¡Vete, por favor!

Pero el hombre, apoyado en el quicio de la puerta, tenía en la mano una botella de champán y dos copas.

No podía ver su cara porque el sol le daba de espaldas, pero tenía el pelo oscuro y los dientes muy blancos.

–¿Qué quieres? –preguntó, sorprendida.

–He venido a darte el pésame.

Ella se mordió los labios. Lo último que deseaba era la compasión de un extraño.

Aunque el hombre parecía conocerla.

–¿Quién eres?

–Mi nombre es Graydon Gallagher. Pero mis amigos me llaman Gray.

Rebecca llevaba el pelo, castaño claro, sujeto en un elegante moño y adornado con flores. En el cuello, un sencillo collar de perlas.

A pesar del maquillaje se la veía pálida y sus ojos almendrados estaban llenos de lágrimas.

En la mayoría de las fotografías que Gray había visto de ella, su rostro era sereno, sus ojos color ámbar brillantes, sus labios generosos, sensuales.

Aunque no era guapa en el sentido convencional, tenía un rostro fascinante, con mucho carácter. Y cuando vio su foto pensó, cínicamente, que el gusto de Jason había mejorado notablemente.

Muchas de las chicas con las que Jason Beaumont había mantenido relaciones en el pasado eran buscavidas cuya belleza era su única moneda de cambio.

Aquella mujer, sin embargo, era diferente. Tenía cerebro, carácter, estilo… y un apellido importante.

Aunque podría ir buscando el dinero de Jason debido a sus circunstancias familiares, parecía la clase de chica de la que cualquier hombre se sentiría orgulloso.

Desgraciadamente, el puesto de «señora Beaumont» se lo había quitado su hermanastra y, evidentemente, eso no le había hecho ninguna gracia.

Sonriendo, Gray sacó un pañuelo del bolsillo.

–Toma.

–Gracias –Rebecca se sonó la nariz–. ¿Eres amigo de Jason?

–Lo conozco de toda la vida. Durante un tiempo incluso vivimos en la misma calle.

–¿Y seguís siendo amigos?

–Sí, supongo que sí.

A Rebecca no le sonaba su nombre, pero eso era bastante lógico. Durante las semanas que estuvo prometida, Jason la había querido para él solo.

Ella no era muy aficionada a salir de fiesta y estaba locamente enamorada de él, así que le gustó que Jason fuera tan posesivo. Pero como apenas salían, no había conocido a su círculo de amigos.

–Pensé que cuando se casara me pediría que fuera testigo, pero…

–No recuerdo haberte visto en la iglesia.

–Desgraciadamente, mi avión tuvo un problema en el aeropuerto Kennedy y me he perdido la ceremonia. Acabo de llegar.

–Ah, claro. Por eso no te había visto.

–Acababa de llegar a Elmslee cuando oí el desagradable comentario de tu madrastra.

–Ah, ya –murmuró Rebecca, apartando la mirada.

–Y te vi salir corriendo.

–¿Y me has seguido? ¿Por qué?

–Porque parecías muy triste –contestó él, acercándose–. Por eso pensé que una copa de champán aliviaría tu… desilusión.

Rebecca se percató de que tenía un rostro muy atractivo, de mentón cuadrado y nariz recta. Debía tener unos treinta años. Aunque tenía los ojos brillantes no podría asegurar si eran verdes o grises.

Él dejó las copas sobre un banco y empezó a abrir la botella.

–¿Sabes que el champán tiene poderes curativos?

–Gracias, pero no quiero champán.

–Para no herir mis sentimientos, al menos podrías tomar una copa.

–Te estoy muy agradecida, pero…

–No lo parece –sonrió Gray.

–Mira, lo que te agradecería de verdad es que me dejaras sola –dijo Rebecca entonces.

–Me iré cuando hayas tomado una copa de champán.

–No quiero una copa de champán… y tampoco quiero compañía.

–Puede que no la quieras, pero estoy convencido de que la necesitas.

–¿Por qué iba a necesitarla?

–Porque te sientes sola. Debe ser terrible que te deje tu novio por una hermanastra…

–Oye…

–Pero veo que seguís llevándoos bien. Al fin y al cabo, has sido una de sus damas de honor. Seguro que no es fácil tener que conformarse con ser la dama de honor cuando todo el mundo esperaba que fueses la novia.

En realidad, había sido lo más difícil de toda su vida. Sólo su orgullo y la práctica que tenía escondiendo sus sentimientos lo hicieron posible.

Ese mismo orgullo hizo que Jason y ella siguieran «siendo amigos». Decidida a impedir que Lisa y él supieran cuánto le dolía, se colocó una máscara y siguió adelante, como si no pasara nada.

–Yo creo que deberías hacer un esfuerzo e ir al banquete –insistió su desconocido acompañante.

–Después de lo que ha dicho Helen, no puedo… no puedo.

–¿Y qué piensas hacer? No puedes esconderte aquí indefinidamente. En cuanto se ponga el sol empezará a hacer fresco… Bajo la carpa hay unos calefactores, pero aquí hará frío.

–Cuando todo el mundo esté comiendo me marcharé.

–¿Cómo van a celebrar un banquete que, por cierto, debe haberle costado un dineral a tu madrastra, mientras tú estás en tu cuarto deshecha en lágrimas?

–No pienso hacer tal cosa.

–No puedes negar que lo estás haciendo. Deberías estar celebrándolo con ellos… Aunque la ocasión no es particularmente alegre para ti, entre las dos habéis conseguido conservar a Jason en la familia. Muchas mujeres lo habían intentado antes que vosotras.

Rebecca lo miró sin entender.

–¿Qué quieres decir?

–Nada, déjalo. Pero en lugar de brindar por la felicidad de tu hermanastra, ¿por qué no brindamos por el futuro?

En aquel momento, su futuro le parecía algo vacío y oscuro. Algo insoportable en lo que no quería pensar.

–No, gracias.

–¿No te apetece?

–No.

–¿Por qué no? Aunque hayas perdido un posible marido, tienes mucho tiempo para encontrar otro. Sigues siendo muy joven. ¿Qué edad tienes, veintiuno, veintidós años?

–Veintitrés –contestó ella.

–¡Cinco años mayor que la novia! Ahora entiendo que estés tan furiosa. Con esa experiencia, deberías haber sido capaz de retener a un hombre. Aunque debo admitir que, con Jason, eso no es fácil. Le encantan las mujeres y, debido a su dinero y su título nobiliario, por no hablar de su aspecto físico, siempre ha tenido hordas de chicas detrás de él.

–Eres muy desagradable –replicó Rebecca, molesta.

–Pero no desesperes. Aunque no eres una belleza como su hermanastra, resultas muy atractiva…

–¿Has venido a insultarme?

–Nada más lejos de mi intención –contestó Gray, ofreciéndole una copa.

–Gracias –contestó ella, con expresión glacial.

–Así que supongo que tendrás a alguien esperándote.

–No tengo a nadie esperándome.

–Entonces, brindemos por un cambio de fortuna –dijo Gray, levantando su copa–. Por nosotros, por lo que nos haga felices.

Rebecca tomó un sorbo de champán y se atragantó. Riendo, él le dio un golpecito en la espalda.

–¿Mejor?

–Sí, ya estoy bien.

–¿Quieres un poco más?

–No, gracias.

–¿Eso es genuina gratitud o sólo estás siendo educada?

–Estoy siendo educada. Como te he dicho antes, si quieres verdadera gratitud, déjame sola.

–¿Para que vuelvas a ponerte a llorar?

–Lloraré lo que me dé la gana –replicó Rebecca.

–Sí, supongo que es normal –suspiró Gray–. El orgullo herido duele mucho. Además, que te hayan arrebatado la posibilidad de casarte con un millonario, también debe doler bastante.

–El dinero no tiene absolutamente nada que ver. Yo quería a Jason…

–¿En pasado?

–No. Sigo queriéndolo –suspiró Rebecca.

–Parece como si lo dijeras en serio.

–Lo digo en serio –suspiró ella, tomando otro sorbo de champán–. Es el único hombre al que he amado en mi vida.

Normalmente el champán se le subía a la cabeza, pero aquel día, sin haber comido, la estaba mareando.

Pero eso era mejor que llorar a lágrima viva, pensó.

–¿Quieres contármelo? –sonrió Gray.

Acostumbrada a esconder sus emociones, incluso de su familia y amigos, Rebecca no tenía intención de abrirle su corazón a un extraño.

–No, gracias.

–Venga, qué más da. Si me lo cuentas, te lo quitarás de encima. Y, al menos, nos ayudará a pasar el rato. Cuéntame cómo conociste a Jason.

El champán estaba soltando su lengua y, sin querer, Rebecca se encontró diciendo:

–Nos conocimos en la oficina. Mi padre murió el año pasado…

–Lo sé.

–¿Lo conocías?

–He oído hablar de él.

–Ah, ya.

Tras su muerte, Bowman Ferris, la empresa financiera que fundó su bisabuelo, fue comprada por Finanzia Internacional, una corporación bancaria anglo-americana cuyo presidente era Philip Lorne, el tío de Jason. Por eso, naturalmente, Jason se convirtió en el director de la sucursal de Londres.

–Yo empecé a trabajar en la empresa, pero no con Jason –siguió Rebecca–. Unos meses después, cuando la señorita Swensen, su asistente personal, pidió un traslado a Estados Unidos, conseguí su puesto.

–Ya veo –murmuró Gray, burlón.

–Si crees que lo conseguí porque Jason y yo…

–Conociendo a Jason, debo admitir que se me ha pasado por la cabeza.

–Me dieron el puesto por mi experiencia.

–No lo dudo.

–Fui la ayudante personal de mi padre durante un año.

–Ah.

–Y me encanta mi trabajo.

–Y cuando Bowman Ferris cambió de propietario, supongo que te gustaría trabajar para Jason.

–Sí, pero se acabó.

–¿Por qué? Mientras sigas haciendo bien tu trabajo, no veo por qué tienes que dejarlo. Si Jason intentara echarte, podrías pedirle ayuda a Philip Lorne.

–No lo entiendes… soy yo la que quiere irse. No me apetece ver a Jason todos los días. Y, naturalmente, a Lisa tampoco le gusta la idea.

–Pero has seguido trabajando para él desde que se comprometió con tu hermanastra, ¿no?

–Le dije que quería marcharme, pero Jason me rogó que me quedara.

–No lo entiendo.

–Dijo que, a pesar de todas nuestras precauciones, todo el mundo sabía que habíamos estado saliendo… Y que si me iba de repente, los rumores podrían llegarle a su tío.

–Ah, ya veo. ¿Y qué hiciste?

–Acepté quedarme durante un tiempo.

–Jason siempre consigue lo que quiere –dijo Gray entonces, irónico–. Pero sigue, por favor.

–Acepté quedarme siempre que pudiera trabajar en otro departamento. Afortunadamente, la señora Richardson, la secretaria ejecutiva del director financiero, pidió la baja por maternidad. Jason aceptó que la reemplazara y que otra secretaria hiciera mi trabajo. Y como seguíamos tratándonos como amigos, las especulaciones terminaron.

–¿Y cómo están las cosas ahora?

–El mes pasado presenté mi carta de dimisión y como la señora Richardson vuelve el próximo lunes, no voy a pisar la oficina nunca más.

–¿Ya has encontrado otro trabajo?

–Aún no. Pero Jason me ha dado buenas referencias.

–¿Desde cuándo trabajas?