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La derrota de la invasión mercenaria por Playa girón fue la culminación de un programa de terrorismo de Estado del gobierno estadounidense para eliminar la triunfante Revolución Cubana. Con una novedosa bibliografía y documentación descalificada de ambos países, lo que permite apreciar el carácter protagónico de la CIA previa a la invasión, estimulada desde la misión diplomática de los Estados Unidos en La Habana. Una guerra sucia sin presedentes, que vio frustrado su más cara anhelo, asesinar a Fidel Castro Ruz.
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Seitenzahl: 475
Veröffentlichungsjahr: 2023
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Edición y corrección: Laura Álvarez Cruz
Diseño de cubierta, pliego gráfico y Composición digital: Zoe Cesar Cardoso
© Manuel Hevia Frasquieri, 2019
© Andrés Zaldívar Diéguez, 2019
© Sobre la presente edición:
Editorial Capitán San Luis, 2019
ISBN: 9789592115491
Editorial Capitán San Luis, Calle 38, no. 4717
entre 40 y 47, Playa, La Habana, Cuba
Email:[email protected]
Web: www.capitansanluis.cu
www.facebook.com/editorialcapitansanluis
Reservados todos los derechos. Sin la autorización previa de esta Editorial queda terminantemente prohibida la reproducción parcial o total de esta obra, incluido el diseño de cubierta, o transmitirla de cualquier forma o por cualquier medio. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España.
A los que ofrecieron sus vidas
y desafiaron la muerte
en aquellas gestas heroicas,
que antecedieron los días luminosos
de la victoria en Playa Girón.
A los Cinco Héroes,
herederos de aquel ejemplo de lealtad
y sacrificio por la Patria.
Agradecemos la colaboración brindada
por los investigadores y personal del CIHSE,
quienes con dedicación y profesionalidad
contribuyeron a esta obra.
Los autores
La derrota de la invasión mercenaria en Playa Girón constituyó el capítulo final de un tenebroso programa de terrorismo de Estado, creado y ejecutado por el gobierno de Estados Unidos a través de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) para destruir el proceso revolucionario cubano.
Aquella conjura terrorista había nacido mucho antes del triunfo revolucionario del 1ro. de enero de 1959, cuando el gobierno de Estados Unidos percibió una futura amenaza a sus intereses hegemónicos en el pujante y heroico movimiento popular liderado por el Movimiento 26 de Julio y el Ejército Rebelde. A partir de entonces, decidieron “prevenir la victoria de Castro”,1 según palabras del entonces director de la CIA, Allen Dulles, y dirigieron su atención a la búsqueda de una “tercera fuerza” que, convenientemente manipulada, sirviera como punta de lanza para dividir y debilitar el movimiento revolucionario y, en una perspectiva mediata, fuera capaz de asumir el poder bajo las riendas de Estados Unidos.
En una reunión del Consejo de Seguridad, en los días finales de diciembre de 1958, el presidente Dwight D. Eisenhower consideró que la “tercera fuerza” podría crecer en influencia y fortaleza si se seleccionaba a la persona capaz y se le garantizaba el dinero y el armamento necesarios.2 La posible “identificación” y “apoyo” a una tercera fuerza que fuera capaz de oponerse al Ejército Rebelde había constituido hasta ese momento una línea de acción de la CIA y otros servicios especiales norteamericanos.
La CIA ya había desplegado una fuerte actividad de inteligencia en Cuba desde su creación en julio de 1947. Para ello utilizó su estación local en la embajada de La Habana y frecuentes visitas al país de sus principales jefes, que recomendaron al gobierno de Batista organizar un aparato encargado de desarrollar la actividad represiva contra el movimiento comunista, incluyendo a los dirigentes de organizaciones políticas y estudiantiles considerados hostiles o enemigos de los intereses de la dictadura y de Estados Unidos en Cuba. En 1955 se creó el Buró para la Represión de las Actividades Comunistas (BRAC).
A través de los estrechos vínculos de la CIA con los órganos represivos batistianos, el gobierno de Washington conocía en detalle la abierta oposición y el repudio popular contra el régimen de Batista y los crímenes cometidos contra el pueblo cubano; pero nunca condenó la represión ni repudió los asesinatos y las violaciones de los derechos humanos. Los asesores norteamericanos en las misiones militares y en el BRAC se mantuvieron impasibles ante el secuestro, la tortura y el asesinato.
La CIA y otros órganos secretos norteamericanos, a pesar de contar con un profundo trabajo de inteligencia dentro de Cuba, no tributaron a su gobierno una evaluación equilibrada de la naturaleza política del movimiento social que se estaba gestando: el 22 de noviembre de 1958 —solo cinco semanas antes del 1ro. de enero de 1959— el Estimado Nacional Especial de Inteligencia sobre “La situación en Cuba”3 exponía que el “jefe rebelde Fidel Castro”, junto a otros grupos de la oposición, probablemente no pudieran derribar al gobierno en los próximos meses. Los estrechos vínculos y compromisos con la tiranía y la oligarquía criolla impedían brindar a su gobierno una visión más real de lo que estaba ocurriendo.
No pocos funcionarios norteamericanos consideraban que la mayoría de los cubanos aceptaban con beneplácito el estado de neocolonia que Estados Unidos les imponía. La valoración errónea del carácter y objetivos de la propia revolución emancipadora que tenían ante sí y la falsa creencia de que ellos, al final, podían resolver el problema por la fuerza, expresaban también su arrogancia y menosprecio hacia nuestro pueblo.
A finales de diciembre de 1958 fracasaron los nuevos planes para tratar de escamotear la victoria del movimiento revolucionario. Mientras esto ocurría, en los centros de decisión política estadounidense reinaba la incertidumbre y el malestar. Los acontecimientos en la Isla estaban ya fuera del control de la CIA, del Consejo de Seguridad Nacional, del Departamento de Estado y del propio presidente Eisenhower.
El 1ro. de enero de 1959, Estados Unidos abrió las puertas a la pandilla de malversadores, esbirros y criminales que ensangrentaron la patria, y promovió días después una enorme campaña propagandística contra los actos de justicia revolucionaria que se aplicaban a los asesinos y torturadores que no tuvieron tiempo de escapar.
A ello siguió una conjura tras otra, con el apoyo de otras tiranías del Caribe, detrás de las cuales actuó la CIA, avivando la campaña fabricada de una supuesta intromisión comunista en Cuba y, por ende, en el hemisferio, reclutando a reformistas pro yanquis y traidores del patio, promoviendo o tolerando bombardeos de poblaciones y centrales azucareros con avionetas piratas basificadas en La Florida. Estados Unidos desató una brutal guerra económica y la preparación de una conspiración armada monitoreada por la propia Agencia, que pretendió organizar una insurrección armada y convertir el sur de Las Villas en punto clave de una invasión de mercenarios patrocinada por el dictador Trujillo, frustrada en agosto de 1959 por las fuerzas revolucionarias.
La CIA y el gobierno de Estados Unidos trataron de evitar a cualquier precio que la Revolución Cubana adquiriera armas para su defensa, apelando a presiones diplomáticas en diferentes países europeos y al criminal sabotaje realizado en el puerto habanero, en marzo de 1960, contra el vapor La Coubre, que llenó de luto a la familia cubana.
La estrategia de guerra irregular constituyó un aspecto importante en el Programa de Acciones Encubiertas contra Cuba del presidente Eisenhower, en marzo de 1960. Este programa pretendió fabricar, con el favor de la CIA, una oposición contrarrevolucionaria interna, promover una acción de propaganda sucia contra la nación cubana, desencadenar un proceso de desestabilización interna mediante atentados y actos terroristas con toneladas de explosivos y armamentos introducidos ilegalmente, organizar la insurrección armada y una posible autoagresión a la Base de Estados Unidos en Guantánamo. Aquel programa encubierto intentó también, como su más preciado y secreto objetivo, la eliminación física del líder de la Revolución Cubana. Este escenario fue el preludio de la invasión que sobrevendría después.
A pesar de la amplitud de lo que se ha publicado hasta ahora en Cuba sobre este suceso de excepcional trascendencia histórica para el estudio de la Revolución, existe un amplio espacio no investigado, y muchas de las obras y documentos publicados en el exterior requieren, con la mayor urgencia, de su adecuada refutación, precisión o puntualización. Esto es particularmente válido para el conocimiento de las acciones de terror y guerra sucia desatadas, previas a Playa Girón.
El libro que presentamos no es una crónica de aquellas jornadas históricas, incluso ni de la propia batalla de Girón, cuya riqueza y grandeza rebasan el marco apretado de esta obra. Intentamos enmarcar, a partir de documentos cubanos y norteamericanos desclasificados, el rostro oculto de la CIA en la guerra injusta y criminal desatada desde el 1ro. de enero de 1959, tomando como punto de partida los antecedentes más inmediatos a finales de los años cincuenta, destacando su enorme carga de responsabilidad en aquellos crímenes, ofreciendo elementos novedosos, poco conocidos o inéditos, de sus operaciones secretas en el escenario cubano en aquellos tiempos.
El estudio toma como punto de partida tres ejes temáticos: El primero centra su atención en los intentos de la CIA por fortalecer los cuerpos represivos de la dictadura, contrarrestar el liderazgo de Fidel y oponer una “tercera fuerza” como alternativa a la victoria del Ejército Rebelde que se vislumbraba en 1957, así como evaluar el carácter hostil de la política norteamericana que caracterizó el decurso de 1959, al ver frustrados sus propósitos. El acercamiento se hizo a partir de la hipótesis que establece una relación de continuidad entre las acciones desplegadas por Estados Unidos para impedir el triunfo rebelde y la agresividad manifiesta desde la embajada norteamericana en La Habana, a partir de ese primer año, para frenar la consolidación del proceso revolucionario y contribuir a su derrocamiento.
La documentación desclasificada por Estados Unidos permitió delinear y probar la naturaleza de las medidas de inteligencia y subversión aplicadas por la CIA, que son a su vez los más importantes antecedentes de los sucesos que culminaron en Playa Girón. La extensa documentación de los archivos cubanos, muchos hasta ahora inéditos, permitió rechazar argumentos utilizados por la CIA para encubrir la magnitud y la naturaleza subversiva de algunos proyectos criminales desarrollados en esa etapa. Estos análisis posibilitan refutar las pretensiones de algunos autores en Estados Unidos que intentan hacer creer que existió cierta “luna de miel” con la Revolución en los primeros momentos o que la decisión de eliminarla fue el resultado, aunque sea risible solo imaginarlo, de los “continuados ataques” cubanos a su vecino del Norte después del triunfo.
El segundo eje temático fija su atención en la etapa preparatoria de la operación que concluyó en Girón. Como apreciará el lector, se demuestra que el Programa aprobado por el presidente Eisenhower, el 17 de marzo de 1960, no incluyó solo cuatro componentes, como se ha reiterado en los últimos cuarenta años. Existieron desde los primeros momentos derroteros priorizados no reconocidos hasta ahora como parte del plan original. Uno de ellos era asesinar a Fidel Castro.
A pesar de que algunos de esos planes magnicidas fueron reconocidos por la CIA hace ya algunos decenios, lo novedoso ahora es la demostración —tomando como base la documentación norteamericana desclasificada y los documentos cubanos de la época— de que aquello formó parte integrante, consustancial, del proyecto subversivo original y no un asunto de contingencia ajeno a la más alta voluntad gubernamental de ese país. Se confirma igualmente que el reconocimiento por la CIA y el Comité Selecto del Senado de algunos de estos complots de asesinato contra Fidel Castro examinados en 1975, intentaba ocultar detalles de un involucramiento mayor de la agencia o minimizar los efectos terroristas de determinados proyectos.
El tercer eje temático gira alrededor de la precisión y la ampliación de los componentes de aquel Programa, lo que brinda la oportunidad de abordar aspectos referidos a la creación y manipulación del frente político en el exterior, origen de la actual mafia terrorista con asiento en Miami, con énfasis en la falsedad de las pretensiones de presentarse como “aliados” del gobierno norteamericano y los argumentos que los caracterizan como marionetas de aquel; sobre la incorporación por la CIA de las organizaciones contrarrevolucionarias en el país en su aparato interno de inteligencia y terrorismo, brindando una breve secuencia cronológica de sus actos de terror en campos y ciudades cubanos entre 1960 y abril de 1961; y se revelan aspectos, hasta ahora no divulgados, acerca de las acciones propagandísticas con las que pretendieron engañar a la opinión pública internacional. Como parte de este último eje, se confirma la activa participación de las estaciones de la CIA de La Habana y Miami y sus esfuerzos por conformar un esquema pre Girón: organizar una insurrección interna, una autoagresión a la Base Naval de Estados Unidos en Guantánamo y el asesinato del Jefe de la Revolución, lo que contribuiría decisivamente, según sus pretensiones, a los resultados de la proyectada invasión.
Estos aspectos, al igual que las medidas de guerra económica y de aislamiento internacional, previstos desde la etapa preparatoria de esta operación, prueban que las verdaderas direcciones de este programa, incluyendo las medidas que debían ser rectoradas por los Departamento de Estado, del Tesoro y Comercio o por la extrema derecha del Pentágono y la propia CIA, rebasan el plan de la CIA aprobado el 17 de marzo de 1960.
Muchos de los principios y métodos subversivos que caracterizaron el pensamiento operativo de la CIA en aquellos días se mantienen aún inalterables y fijan su atención en los nuevos procesos revolucionarios que tienen lugar en nuestro continente. Las operaciones de guerra sucia puestas en práctica por la CIA en los primeros años contra la naciente Revolución Cubana tienen una vigencia real en las actuales condiciones de países latinoamericanos que libran una intensa lucha contra el imperialismo norteamericano por defender su soberanía.
Los autores
No es posible comprender los hechos que en su evolución trajeron consigo la victoria de las fuerzas revolucionarias cubanas en Playa Girón, si se asume al 17 de marzo de 19604 como el momento de arrancada de las acciones de Estados Unidos para acabar con la Revolución Cubana. Este concepto está presente en la obra de autores que mal interpretan las palabras del ex presidente norteamericano, Dwight D. Eisenhower, cuando escribe en sus memorias que en aquella fecha había ordenado el inicio del “entrenamiento” de los que serían luego integrantes de la brigada invasora y la creación de una red de inteligencia y terrorismo en el interior del país,5 a pesar de que en otra obra expresa también que “[...] durante las semanas posteriores a la entrada de Castro en La Habana, nosotros, en la administración, comenzamos a examinar medidas que pudieran ser eficaces para frenar a Castro si este llegaba a convertirse en una amenaza”.6 Muchos en el extranjero ignoran que la hostilidad no comenzó “durante las semanas posteriores a la entrada de Castro en La Habana” sino mucho antes, cuando el apoyo norteamericano a los órganos represivos de la tiranía batistiana contra todo brote de descontento estaba al mismo nivel que otras acciones de la CIA o el FBI en el enfrentamiento a las ideas comunistas, punto focal de la política de guerra fría característica de la posguerra y que abarcó toda la década de los cincuenta.
Otro punto de vista retrotrae en muchos años los hechos que en su devenir trajeron consigo el fracaso de la CIA en Playa Girón. Según los periodistas norteamericanos Warren Hinckle y William Turner, autores de El pez es rojo, los antecedentes de la actividad subversiva contra la Cuba revolucionaria pueden encontrarse en 1933, cuando la mediación norteamericana inclinó la balanza hacia el lado favorable a Estados Unidos en ocasión de la Revolución del 30. Hinckle y Turner inician su obra sobre estos temas: “Este libro es la historia del revólver humeante con que Estados Unidos encañona a Cuba. Se remonta al primer período del presidente Franklin Roosevelt, cuando Cuba se convirtió en el primer país del hemisferio cuyo gobierno fuera derrocado por Estados Unidos sin la utilización de la fuerza militar directa”.7
Otra línea de análisis sitúa la hostilidad del gobierno norteamericano a los anhelos revolucionarios en Cuba en los marcos del conflicto Este-Oeste, durante los cincuenta. No deja de tener cierto componente ridículo el que, a partir de este enfoque, los servicios de espionaje norteamericanos perdiesen su tiempo en tratar de probar una inexistente relación conspirativa entre Moscú y la Sierra Maestra,8 en el momento de la lucha guerrillera en las montañas.
Jacob Esterline, uno de los más reconocidos cuadros dirigentes de la CIA y quien preparó y dirigió las acciones contra Cuba que culminaron en Girón al frente de la rama 4 de la División del Hemisferio Occidental (WH-4) de la Agencia, al ser inquirido en el encuentro de 1996 acerca del momento en que podían situarse los orígenes más lejanos de los sucesos que culminaron en Girón, expresó que se remontaban al período inmediatamente posterior al fin de la Segunda Guerra Mundial, momentos en que Estados Unidos se abocó a “la dirección del mundo libre en la lucha contra el bloque soviético”.9
Este enfoque posibilita relacionar la brutal manifestación de cacería de brujas de que fueron objeto los comunistas, los asaltos a sindicatos y la eliminación de los más honestos líderes de la clase obrera como parte de la política de los gobiernos auténticos —influencia del macartismo en la política doméstica—, con el respaldo gubernamental de Estados Unidos a la alternativa batistiana a partir de 1952, tomando en cuenta la posibilidad de que el poder hubiese pasado, en las elecciones de aquel año, a grupos políticos que, aunque respaldaban el dominio norteamericano sobre la Isla, crearían posibilidades de apertura que no resultaban convenientes al imperialismo norteamericano. Esta historia nos traslada hasta los momentos de la posguerra, en que la “política de contención” del gobierno norteamericano comenzaba a centrar todos sus esfuerzos en enfrentar el auge de las ideas comunistas y progresistas en todo el mundo,10 lo que en América Latina dio base al denominado “corolario Kennan de la Doctrina Monroe”, según el cual “los comunistas eran un peligro claro y presente en toda la América Latina”.11 De ello se derivó la estimulación y respaldo a gobiernos fuertes y autoritarios en la región y el directo monitoreo e incluso intervención norteamericana en los casos en que la “amenaza comunista”, real o imaginaria, alcanzase determinado nivel no permisible, como sucedió en la Guatemala de Jacobo Arbenz en 1954.12
Puede afirmarse que en el ambiente enrarecido de “guerra fría”, “política de contención” y “corolario Kennan de la Doctrina Monroe” de los primeros años de la década del cincuenta, las proyecciones de la lucha iniciada en el Moncada —expuestas por Fidel Castro en su alegato La historia me absolverá— causaron una profunda inquietud en los estrategas de la política norteamericana hacia Cuba. No hubo reacción condenatoria alguna por parte de las autoridades norteamericanas contra las atrocidades policiales con los prisioneros detenidos y ultimados después del ataque al cuartel Moncada. No obstante lo anterior, “la única reacción sobrevino durante el juicio, en octubre de 1953, cuando calificaron al líder del movimiento, Fidel Castro, con palabras injuriosas”.13 Este temprano rechazo hacia el joven dirigente rebelde por las autoridades norteamericanas solo puede encontrar explicación en el contenido del programa de lucha expuesto por él, que en su justo reclamo de alcanzar en Cuba la independencia económica y la justicia social afectaba las bases de sometimiento que Estados Unidos implantaba en el país. Sin duda alguna fue un momento decisivo, a partir del cual la CIA dedicó su esmerada atención sobre el otrora dirigente estudiantil, del que ya poseían antecedentes en ocasión de los sucesos en Bogotá tras el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, y de su valiente postura frente al golpe de Estado de Batista el 10 de marzo de 1952.
Transcurridos los primeros años de la década del cincuenta, la CIA y otros servicios de la comunidad de inteligencia norteamericana desarrollaron una intensa actividad operativa dentro del país con el propósito de evaluar y tratar de frustrar la creciente efervescencia revolucionaria existente. Aquella labor tuvo dos vertientes.
La primera los involucró directamente en la realidad cubana, cuando utilizó sus medios y métodos propios del trabajo de inteligencia para penetrar los sectores políticos, militares y económicos de nuestra sociedad, incluidos los movimientos revolucionarios, con propósitos informativos y de influencia, en aras de encauzar los acontecimientos de su interés en una dirección que les resultase provechosa.
La CIA organizó la recolección de inteligencia en la Isla, para hacerla llegar a Estados Unidos atendiendo a los enormes intereses económicos que tenía en Cuba. La literatura especializada que se refiere a su actividad señala que, desde sus orígenes, la Agencia tuvo entre sus objetivos de trabajo los principales movimientos estudiantiles y juveniles.14
Los servicios especiales de Estados Unidos, según resalta el destacado investigador Mario Mencía, intentaron monitorear las actividades de los jóvenes revolucionarios nucleados alrededor de Fidel Castro en el Movimiento de la Generación del Centenario. Las actividades revolucionarias de los clubes de emigrados cubanos en territorio norteamericano eran estrechamente vigiladas por el Buró Federal de Investigaciones (FBI).
La segunda vertiente consistió en el asesoramiento a los organismos represivos de la tiranía y, de forma muy especial, al Buró para la Represión de Actividades Comunistas (BRAC), a los que brindó respaldo moral en sus crímenes y atrocidades contra el movimiento revolucionario.
Con la firma entre Estados Unidos y Cuba, en marzo de 1952, del Acuerdo de Asistencia Mutua para la Defensa, como resultado del establecimiento del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) un lustro antes,15 so pretexto de estar en condiciones de enfrentar una inexistente amenaza externa —esencia de la política de contención—, se inició un proceso de fortalecimiento y modernización del ejército de la tiranía y la presencia en el país de una nutrida asesoría de todas las armas (ejército, marina, fuerza aérea, además de un Grupo de Asistencia y Asesoría Militar) que sería, entre otros objetivos, un valladar para enfrentar la situación revolucionaria en que se encontraba la nación. Si este fermento revolucionario no hubiera constituido una preocupación para los estrategas norteamericanos, no tendría explicación que el ejército cubano recibiese de Estados Unidos, en 1956, el segundo y mayor programa de asistencia militar de toda América Latina,16 por encima de países que le multiplicaban en varias veces la población, extensión geográfica y cuantía de sus fuerzas, y que incluso más de 500 de sus oficiales, hasta 1958, recibiesen entrenamiento en bases militares en la Zona del Canal de Panamá y en territorio norteamericano.17
La comunidad de inteligencia norteamericana intentó elevar también la capacidad y efectividad de los órganos represivos de la tiranía. Aquel apoyo tuvo su equivalente en la creación, asesoramiento, abastecimiento de medios y entrenamiento del personal de los órganos represivos policiales, lo que indicaba no solo un esfuerzo más de apuntalar a la dictadura, sino de ampliar la cobertura y posibilidades de inteligencia de la CIA y otros servicios especiales norteamericanos dentro del país. Entre los órganos represivos que recibieron tutela de la CIA, además del BRAC, recibían también apoyo el Servicio de Inteligencia Militar, el Departamento de Investigación de la División Central de la Policía Nacional, el Servicio de Inteligencia Naval, la Policía Secreta y la Policía Judicial.
Existen numerosas facetas del trabajo de estos órganos represivos y su interrelación con otros grupos paramilitares. Uno de ellos, conocido como Movimiento de Integración Democrática Americana (MIDA),18 dirigido por el ministro batistiano Ernesto de la Fe, tenía en su nómina al matón a sueldo de los gobiernos de Carlos Prío y Fulgencio Batista, e incluso del tirano Trujillo, Rafael Soler Puig, alias El Muerto, asesino del dirigente comunista portuario Aracelio Iglesias y del exiliado dominicano Manuel (Pipi) Hernández Santana. La planilla de ingreso al MIDA implicaba aceptar un “Mensaje de Guerra al Comunismo”, y daba fe de que “al solicitar su ingreso en el MIDA solo le alienta el deseo de luchar contra el comunismo y en defensa de la más amplia y justa democracia”. En esta organización, Soler Puig desempeñaba el pomposo cargo de Comisionado General de Organización del Consejo Supremo Nacional, subordinado directamente a Ernesto de la Fe. Una de las tareas a realizar era el engrosamiento de los archivos con las caracterizaciones de los miembros de los sindicatos que pudiesen ser identificados como comunistas. Refiriéndose a los asaltos a los sindicatos, decía El Muerto Soler Puig en carta al periódico Prensa Libre de julio de 1954: “[...] desde que el amigo y compañero Eusebio Mujal me demostró —bajo los gobiernos de Grau y de Prío— que para sacar a los comunistas de los sindicatos, de las federaciones y de la CTC era necesario ser ‘prácticos’ y ‘realistas’, abandoné todo escrúpulo [...] Comprendí [...] que con los procedimientos normales era imposible vencer a los comunistas [...] para vencer a los comunistas se hacen necesarios los procedimientos excepcionales”.19 Pocos años después él sería uno de los integrantes de la brigada mercenaria de Playa Girón.
El tipo de democracia que defendían sujetos como Rafael Soler Puig era el mismo que apuntalaba la CIA en Cuba en aquel momento. Este ejemplo muestra la estrecha imbricación de los servicios norteamericanos —la CIA, en particular— con los servicios represivos de la tiranía y los matones que formaban parte de aquellos aparatos de terror. No por coincidencia, sino como muestra del alto nivel de penetración en el sistema represivo descrito, el secretario de la jefatura del Departamento de Investigación, Francisco Muñoz Olivé, era contacto de la estación de la CIA de La Habana en aquel órgano represivo y después del triunfo revolucionario jefe de una destacada red de espías organizada y dirigida por la CIA. No resultó extraña, por tanto, la visita a Cuba de Allen Dulles, cabeza visible de toda la comunidad de organismos de espionaje de Estados Unidos, en mayo de 1955, en ocasión de la creación del BRAC.20
A la influencia y control sobre el ejército de Cuba y el tutelaje de su cuerpo de oficiales, se unía su equivalente sobre los cuerpos policíacos, en particular aquellos de carácter político, que tendrían como objeto de trabajo no solo a los comunistas —la creación de aquel órgano era una muestra de la importancia que se le concedía al control de sus acciones, que trascendían el marco nacional e influían en otros movimientos comunistas de la región— sino todos aquellos que propugnasen soluciones revolucionarias, a diferencia de los políticos reformistas tradicionales que se acomodaban a las apariencias “democráticas” que Batista pretendía dar a su gobierno, tras las espurias elecciones de 1954, la ley de amnistía y la restitución de la Constitución del 40.21
La comunidad de inteligencia norteamericana apreciaba en el horizonte político nacional una polarización hacia posiciones revolucionarias, propugnada en lo fundamental por la vanguardia dirigida por Fidel Castro y defendida por José Antonio Echeverría al frente de la FEU, en la misma medida en que se desvanecían las pretensiones “insurreccionales” de algunos políticos reformistas y quedaba demostrado que la dictadura haría caso omiso a sus tibias demandas constitucionalistas. Coincidencia o no, la creación del BRAC y la visita a Cuba de Dulles se realizó pocos días antes de la excarcelación de los asaltantes al cuartel Moncada, el 15 de mayo de 1955, por la enorme presión popular que obligó a la dictadura a incluirlos en la ley de amnistía de inicios de aquel mes,22 y en el mismo año en que los estudiantes universitarios defendían públicamente la solución revolucionaria y el ejemplo del dirigente comunista Rubén Martínez Villena.23
La visita de Allen Dulles abrió las puertas a otras similares. Quizás una mayor importancia operativo-práctica tuvo las que realizó el Inspector General de la CIA —uno de los cargos de mayor nivel en aquella institución— Lyman Kirkpatrick. Para la más completa comprensión de la directa intervención de la comunidad de inteligencia norteamericana en el apuntalamiento de la tiranía batistiana y el enfrentamiento a las acciones revolucionarias, posee gran importancia el seguimiento de las tres visitas al país de este alto funcionario de la Agencia. Cada una de ellas trajo consigo un incremento de las acciones directas de la CIA contra el movimiento revolucionario y, coincidentemente, la información existente muestra que paralelamente a aquellas visitas aparecían o reaparecían oficiales o agentes de la CIA en tareas de penetración o control en determinados ambientes cubanos, lo que demuestra un trabajo en sistema de elevada profesionalidad por parte de esa agencia en aquellos años.
La primera de esas visitas del Inspector General de la CIA se realizó en junio de 1956, en momentos en que los intentos de diálogo con la dictadura por parte de los políticos reformistas habían resultado un fracaso. En igual sentido se apreciaban los intentos oposicionistas de más alcance, entre ellos la conspiración dentro del ejército encabezada por el coronel Ramón Barquín y el ataque al cuartel Goicuría de Matanzas por jóvenes provenientes de las filas del autenticismo, que con aquella acción actuaban a contrapelo de la claudicante posición de los principales representantes de las diferentes facciones de este movimiento. Eran momentos también en que la vanguardia revolucionaria dirigida por Fidel Castro se preparaba en México y se reorganizaban los clubes patrióticos 26 de Julio en Estados Unidos.
Según sus memorias, Kirkpatrick valoró el trabajo investigativo e informativo que se realizaba por los órganos represivos y la coordinación entre ellos, y sostuvo reuniones con el tirano Batista y con su ministro de Gobernación, Santiago Rey, máximo funcionario a quien se encontraba adscrito el BRAC. Según expresara Kirkpatrick más tarde: “La política de Estados Unidos en aquel momento era la de brindar apoyo total al gobierno de Batista, incluyendo asistencia militar […]”,24 y parte importante de su labor se encaminó a defender la necesidad de que los oficiales de la CIA pudiesen mantener contactos con opositores a Batista. Kirkpatrick comprometió “[...] todo el apoyo de la Agencia para eliminar ‘el peligro comunista en Cuba’”, lo que implicaba también un reforzamiento de las medidas de hostigamiento y control que a la sazón se realizaban contra todos los revolucionarios, aun sin evidencias de su filiación comunista.
Resultaba congruente con esta política las visitas de altos funcionarios de la CIA a Cuba en 1956, y en particular la del coronel J. C. King, jefe de la División del Hemisferio Occidental de la Dirección de Planes de la CIA, en ocasión de una reunión de jefes de estación de la CIA en América Central y la zona del Caribe. La anécdota, a continuación, de E. Howard Hunt, explica el grado de dominio de los representantes de la CIA asistentes sobre la situación revolucionaria: “Encontrándose todos aquellos funcionarios reunidos el 2 de diciembre de 1956 con el entonces embajador norteamericano en la capital cubana Arthur Gardner, este recibió una llamada de Batista, para informarle sobre el desembarco de Fidel Castro por la provincia de Oriente, y su supuesta muerte, aquel mismo día [...]”.25 Una muestra adicional del dominio informativo que sobre el joven líder rebelde poseían aquellos funcionarios —incluido el embajador— lo corrobora el tema de la conversación abordada tras haberse recibido la noticia, y era nada menos que la participación de Fidel Castro, cuando todavía era dirigente estudiantil en la Universidad de La Habana, en los disturbios populares en Colombia tras el asesinato del líder progresista Jorge Eliécer Gaitán.26
Lyman Kirkpatrick volvió a visitar Cuba en abril de 1957, apenas transcurridos unos meses del desembarco del Granma por la costa sur de la provincia oriental y el levantamiento armado en Santiago de Cuba, dos días antes, el 30 de noviembre de 1956. Solo un mes antes se había producido el ataque al Palacio Presidencial por jóvenes miembros del Directorio Revolucionario. Según Kirkpatrick, la CIA estaba muy interesada en la obtención del máximo de información sobre la explosiva situación interna. En sus memorias expone que a la sazón pensaban “[...] que se podía hacer mucho más en el reclutamiento de investigadores y personal de vigilancia, y que había una necesidad desesperada de consolidar los archivos de todas las agencias investigativas, de las cuales habían bastante”,27 dentro de las que seguramente incluía, además del BRAC, organizaciones paramilitares neofascistas como el MIDA o los “Tigres” de Masferrer.
A finales del tercer trimestre de 1958 se produjo la tercera y última visita de Lyman Kirkpatrick a Cuba, mientras ganaban en organización y fortaleza las acciones del Ejército Rebelde y resultaban cada vez más infructuosos para la CIA los intentos por encontrar una “tercera fuerza” que las contrarrestara. La finalidad era la de “fortalecer el Buró de Represión de Actividades Comunistas y hacer que su trabajo [...] fuera más efectivo”.28
El asesoramiento, control y dirección que tras bambalinas realizaban los servicios especiales norteamericanos sobre los órganos represivos de la tiranía no se limitaban a las visitas de Allen Dulles o J. C. King, o las que anualmente hacía Lyman Kirkpatrick. Aquel asesoramiento fue sistemático a través de los oficiales de la estación local de la CIA radicada en la embajada norteamericana en la capital cubana, los representantes del FBI y, con toda seguridad, de otros servicios con incidencia notable en el país, como el Servicio de Inteligencia Naval, que dada su competencia en los asuntos relacionados con la Base Naval en Caimanera incidía con fuerza, sobre todo, en la región oriental. No deben existir dudas de que en los restantes puertos del país se movían también sus oficiales y agentes.
“No era un asesoramiento desinteresado a Batista”, relata el investigador Manuel Fernández Crespo. “Se trataba de incrementar la eficiencia de los aparatos policíacos de la dictadura como una vía para elevar la disponibilidad y calidad de la información por ellos requerida. Aunque pueda resultar insólito, hasta la información sobre quienes solicitasen licencias de conducción se remitían, a través de los mecanismos de coordinación existentes, para los bancos de datos de la comunidad de inteligencia norteamericana. Qué decir entonces de la información acerca de los que se procesaban por comunistas. Esos tenían la máxima prioridad”.29
Mientras existió, en el museo del Ministerio del Interior, actual Memorial de la Denuncia, se expusieron carnés de miembros honorarios del Buró de Investigaciones de la División Central de la Policía Nacional, conferidos a oficiales de la estación de la CIA, entre ellos al agregado diplomático David Morales, quien después del triunfo revolucionario desarrolló una intensa actividad subversiva con grupos terroristas internos. En los interrogatorios al agente de la CIA, Francisco Muñoz Olivé, detenido en 1976, confesó que mantuvo relaciones de colaboración con oficiales de la CIA desde que había trabajado como secretario del Buró de Investigaciones en la década de los cincuenta, y que tenía instrucciones del coronel Orlando Piedra, jefe de este, de ofrecer a los norteamericanos todos los datos que solicitasen y facilitarles los resultados de los interrogatorios de detenidos que fueran de su interés. En 1959 el oficial de la CIA, David Morales, contactó nuevamente con Muñoz Olivé y le orientó la creación de una red de espionaje con la que continuó trabajando para la agencia hasta su detención años después.
La relación estrecha de la CIA con los órganos represivos de la tiranía posee también otra faceta importante: su complicidad con los deleznables procedimientos de bárbaras torturas y asesinatos contra los revolucionarios detenidos. Kirkpatrick, en sus memorias del segundo viaje a Cuba en 1957, expresó que: “existían evidencias de que el BRAC se entusiasmaba mucho en sus interrogatorios”.30 Pero es aún más revelador lo que el investigador Carlos Alzugaray resalta con respecto a la tercera visita a Cuba de este funcionario, a finales de 1958. Después de reseñar que Kirkpatrick había tenido que dejar atrás su supuesto escepticismo “sobre la brutalidad de la represión desatada por el régimen” y haber comprobado las torturas a que había sido sometida una persona, maestra por más señas, sin delito alguno, además de comprobar que el BRAC “estaba participando en la escalada represiva”, su reacción era solamente el de tibias protestas por el uso de la violencia en los interrogatorios, agregando que había abordado ese asunto con el coronel Mariano Faget, jefe del BRAC, quien admitió que eso estaba sucediendo, pero que no podía impedirlo. Según el Inspector General de la CIA, se entregó un memorando en el que se trataba ese tema al ministro de Gobernación, Santiago Rey.31
El gobierno norteamericano estaba consciente del repudio popular al régimen batistiano y de los numerosos crímenes que cometía. Pero nunca se produjo la condena oficial contra aquella represión o la repulsa moral contra los crímenes y violaciones de los derechos humanos. Aquellos asesores norteamericanos en las misiones militares y en el BRAC fueron impasibles ante la tortura y el asesinato.
La estación de la CIA conservaba, desde los cincuenta, posiciones encubiertas en la administración de hoteles —a título de ejemplo, el hotel Victoria, situado en la zona de El Vedado, a solo tres cuadras de su embajada, tenía habitaciones habilitadas con técnicas secretas de escucha y otras facilidades para el trabajo de inteligencia. Contaba con oficiales encubiertos en cargos de dirección de líneas aéreas que operaban en el país, como por ejemplo la Pan American, firmas comerciales, empresas constructoras, negocios de todo tipo y grandes almacenes en diferentes áreas de la capital, que poseían medios independientes de comunicación que garantizaban un rápido enlace con la estación CIA en la embajada e incluso con el exterior.32 Otras posibilidades operativas estaban dadas por sus estrechos vínculos con centros educacionales privados, en los que operaban sus oficiales o colaboradores secretos para el reclutamiento de nuevos agentes en el seno de familias burguesas. Después de 1959 estos centros fueron utilizados para fines clandestinos como la falsificación de pasaportes y otros documentos, la propaganda contrarrevolucionaria y el ocultamiento de armas y explosivos, como se hizo en la Roston Academy y la Universidad de Santo Tomás de Villanueva, centros de estudio para los hijos de familias adineradas.
Desde septiembre de 1958 la estación local fue dirigida por el oficial James A. Noel, quien desarrolló una intensa actividad subversiva contra Cuba y ocupó su cargo hasta el cierre de la sede diplomática en enero de 1961. De inmediato, se incorporó desde la estación de la CIA en Miami a dirigir la esfera paramilitar de la actividad de inteligencia y subversión contra la Isla.
En 1955 arribó a Cuba como oficial de la CIA de fachada profunda33 el norteamericano David Atlee Phillips, que aparecía públicamente como dueño de una oficina de relaciones públicas denominada David A. Phillips y Asociados, con oficinas en la calle Humboldt, en El Vedado, dedicada a las relaciones públicas y a la promoción de servicios de mercadotecnia.
Luego de haber servido en los órganos de inteligencia y análisis de la fuerza aérea norteamericana durante la Segunda Guerra Mundial y haber trabajado como publicista en Chile en la posguerra, Phillips fue reclutado por la CIA y se destacó por sus habilidades en el campo de la propaganda. En esta área desempeñó un importante papel en la planificación y dirección de las acciones de propaganda radial subversiva contra el gobierno popular de Jacobo Arbenz, en Guatemala, como parte de la Operación Pbsuccess, con transmisores instalados en la Isla Swan, en el golfo de Honduras, cuya labor, según los especialistas, fue determinante en el desenlace de aquellos sangrientos sucesos.
El hecho de que la CIA destinase para su trabajo encubierto en Cuba a un oficial con esta aureola de triunfo, coincidentemente con la creación del BRAC y la visita a Cuba del director de la CIA, Allen Dulles, constituyen elementos de sumo interés para aquilatar la enorme importancia que le confería a la evaluación y control del ambiente político interno y a la caracterización minuciosa, desde la envidiable posición de un particular sin vínculo oficial alguno con la embajada norteamericana, de las diversas agrupaciones y personalidades en los medios políticos y profesionales, periodísticos, culturales, educacionales y otros afines de la sociedad cubana en que se desenvolvía. Según su libro autobiográfico, realizaba una muy rica actividad social en Cuba —formaba parte incluso de un grupo teatral—, lo que le posibilitaba relacionarse con determinados círculos intelectuales, en que era reconocido por su cultura y dominio en asuntos de la política latinoamericana, temática en la que había fungido como conferencista en medios políticos y académicos en Estados Unidos.
Luego de una breve estancia en un tercer país antes de 1959, es ubicado nuevamente en Cuba, donde permaneció durante el último año de la dictadura batistiana. Según revela el investigador Fabián Escalante Font, cuando el inspector general de la CIA Lyman Kirkpatrick visitó el país en el segundo semestre de 1958, recibió de Batista y sus colaboradores una visión edulcorada de la situación política, por lo cual se entrevistó en secreto con David A. Phillips, quien le dio una opinión opuesta y vaticinó un cercano desplome de la tiranía.34
Phillips fue llamado a las oficinas centrales de la CIA a inicios de 1960, entonces todavía en Washington, para ser uno de los cuadros dirigentes de la rama WH-4 de la CIA a la que se le había encomendado la rápida liquidación de la Revolución. Ocupó la plaza de jefe del área de propaganda —como en la Operación Pbsuccess—, y se convirtió en el ejecutor directo de la puesta en marcha de la emisora subversiva que nuevamente desde la Isla Swan dirigiría sus emisiones contra Cuba.35
Si bien la CIA había alcanzado un alto desarrollo operativo y logístico, y elevado su presupuesto financiero antes del gobierno de Eisenhower, no es hasta su mandato en que asume más altos niveles para el desarrollo de sus acciones encubiertas, en las que llega a admitirse cualquier tipo de actuación necesaria para cumplir con los fines para los que había sido creada. No se trataba solo de acciones políticas, guerra económica, operaciones diversionistas, asistencia a grupos clandestinos y agrupaciones insurgentes. Las acciones encubiertas, aunque no se admitiera públicamente, podían llegar al crimen y al asesinato político, como quedó ampliamente demostrado en la guerra sucia desatada contra Cuba desde 1959.
Los principales recursos para tal manipulación de la realidad se conoce como negación plausible, requisito de actuación de sus servicios de espionaje y terrorismo al que se le confirió rango de política estatal en 1948, en momentos en que las denominadas operaciones encubiertas se incorporaron a la práctica de la política exterior norteamericana a través de la CIA, con la única condición —esencia de aquella negación plausible— de que el gobierno norteamericano pudiera negar, con cierto margen de verosimilitud, cualquier responsabilidad.
Otros oficiales encubiertos de la CIA, poco conocidos por nuestro pueblo, realizaron una significativa actividad contra Cuba desde los cincuenta. Uno de ellos, John M. Espiritto,36 había nacido en 1924 en la ciudad californiana de Los Ángeles. Ingresó en las fuerzas armadas en 1942, y participó en la campaña del Pacífico contra las fuerzas japonesas. Teniendo como telón de fondo el ascenso de la política de guerra fría, trabajó en tareas de la Agencia de Información de Estados Unidos (USIA) bajo el manto del Departamento de Agricultura. Años más tarde, según su testimonio, participó en las tareas de un grupo de trabajo de la CIA involucrado en el derrocamiento del presidente Jacobo Arbenz en Guatemala y, posteriormente, en 1956, tomó parte en labores de vigilancia sobre miembros del Movimiento 26 de Julio, liderados por Fidel Castro, que se encontraban en México en los preparativos de la expedición del yate Granma.37 Al establecerse en Cuba en 1957, trasladó sistemáticamente a la CIA información de inteligencia sobre las zonas montañosas del centro del país (Villa Clara, Sancti Spíritus y Cienfuegos) hasta el final de la guerra de liberación.
Aprovechando sus relaciones con residentes en la provincia de Las Villas logró contactar en agosto de 1958 con la organización II Frente Nacional del Escambray, bajo el manto de periodista. Participó en la denominada Operación Triángulo, de la CIA, que tenía como propósito respaldar a las figuras principales de este grupo armado, como “tercera fuerza” que se opusiese al triunfo del Movimiento 26 de Julio en la lucha contra la dictadura en la zona central del país. En esta misión recibió la colaboración del también agente de los servicios norteamericanos William Morgan, uno de los cabecillas de ese frente.38 Según declaró Espiritto, debía abastecer financieramente a Morgan, utilizarlo como elemento de choque contra el Movimiento 26 de Julio, informar sobre su comportamiento a la CIA y caracterizar a los principales dirigentes de los movimientos revolucionarios que actuaban en la zona, entre otras tareas.
Los cabecillas del II Frente Nacional del Escambray promovieron la desunión con otros movimientos revolucionarios que combatían a la tiranía en el Escambray. Su jefatura engañó a muchos revolucionarios que se habían incorporado honestamente en las filas de este grupo armado con el afán de combatir a la dictadura.
La historia demostró cómo algunos de sus miembros, en especial sus principales jefes, traicionaron al pueblo, sirviendo a las órdenes directas de la CIA y formando parte de las bandas criminales de alzados que esta agencia organizó desde finales de 1959.
Años después de su detención, Espiritto declaró que la CIA le garantizó los medios de comunicación con el centro principal en Estados Unidos a través de plantas transmisoras operadas secretamente desde Matanzas y La Habana, y lo abasteció de otros recursos a través de pilotos de la empresa aérea Pan American. En esta operación participaban algunos oficiales y colaboradores radicados en la embajada norteamericana en la capital así como agentes encubiertos que trabajaban en firmas comerciales, empresas de carga aérea y otros negocios que operaban desde Miami.
Con maniobras como esta, la CIA intentaba bloquear el triunfo de las fuerzas revolucionarias, a la cabeza de las cuales se encontraba el Movimiento 26 de Julio, mediante la estimulación y respaldo de una “tercera fuerza”, contraria a Batista y al movimiento genuinamente revolucionario. La Operación Triángulo, según palabras de Espiritto, fue suspendida “temporalmente” por la CIA a principios de 1959. Este agente, amparado por el traidor William Morgan, llegó a obtener el grado de capitán en esa organización, el que mantuvo hasta 1959. Fue detenido en 1962 cuando participaba en actividades terroristas con bandas de alzados en el Escambray.
Paralelamente, la CIA intentó repetidamente establecer vínculos directos con los movimientos opositores, con el objetivo de penetrarlos e influirlos. En ocasión de su viaje a Cuba en 1956, Lyman Kirkpatrick se refirió a la necesidad “de que los oficiales de la CIA tuvieran contactos con elementos revolucionarios”. A esto se refiere el investigador Jorge Renato Ibarra Guitart: “La política oficial norteamericana hacia el régimen de Batista, asentada en una aparente neutralidad, permitía una colaboración amplia con la dictadura. Sin embargo, la CIA pretendía acercarse y estudiar detalladamente los sectores revolucionarios”.39
La Agencia desplegaba su principal esfuerzo en estudiar detalladamente el amplio abanico de organizaciones y representantes de la oposición a Batista, lo que constituía parte importante de la labor de la treintena de oficiales operativos de que disponían en su estación local en aquellos tiempos. Un fin práctico resultante de este estudio y acercamiento a las figuras de la oposición era determinar quiénes podían ser reclutados para sus planes de promoción de la “tercera fuerza” dirigida a frustrar el triunfo de las ideas más revolucionarias. La información existente muestra una clara diferencia entre el comportamiento de la vanguardia revolucionaria ante tales intentos y la de los políticos reformistas, cuyas motivaciones no iban más allá que la de sustituir al tirano, sin alterar el status quo existente.
En carta a Frank País, Fidel Castro subrayaba la política de principios ante estos intentos:
No debemos temer esa visita si tenemos la seguridad de que en toda circunstancia sabremos mantener en alto el pendón de la dignidad y la soberanía nacional. ¿Que nos hacen exigencias? Las rechazamos. ¿Que desean conocer nuestras opiniones? Las exponemos sin temor alguno. ¿Que desean estrechar lazos de amistad con la democracia triunfante en Cuba? ¡Magnífico! [...] ¿Que nos proponen una mediación amistosa? Respondemos que no hay mediación honrosa, ni mediación patriótica, ni mediación posible en esta lucha.40
Ejemplo de un temprano intento de penetración de las fuerzas revolucionarias por parte de la CIA en plena contienda liberadora, fue el caso del norteamericano Frank Sturgis, aventurero y espía al que la CIA encomendó trabajar contra el movimiento revolucionario cubano. Meses después del triunfo del 1ro. de enero, propició la traición del jefe de la Fuerza Aérea Rebelde, Pedro Luis Díaz Lanz, en julio de 1959, participando con este en el bombardeo y ametrallamiento de la capital en octubre de 1959 y en otras acciones terroristas, hasta alcanzar una cuestionada celebridad al ser acusado de participar en el asesinato del presidente Kennedy en 1963 y haber sido posteriormente uno de los “plomeros” en el caso Watergate, que le costó la presidencia a Richard Nixon, suceso por el que fue enjuiciado.
En entrevista que le realizó en abril de 1977 el periodista Ron Rosenbanm, de la revista High Times, se aprecia el proceso a través del cual los servicios norteamericanos crearon esta categoría de aventureros que utilizaron profusamente durante todo el período de la guerra fría contra los movimientos progresistas y revolucionarios. Sturgis le dijo que después de haber formado parte del cuerpo de la Marina y haber sido herido dos veces de gravedad —la última en la batalla de Okinawa— y por tal causa desmovilizado, la “psiconeurosis histérica” de la que padecía le impulsó a volver nuevamente al servicio donde “[...] me entrenaron y me lavaron el cerebro para que matara personas en los diferentes aspectos de la guerra y en combate mano a mano [...] Ir detrás de las líneas. Matar personas con estiletes, con cuchillos. Muertes silenciosas. Me entrenaron en esto y era muy bueno [...]”.
El oscuro proceso a partir del cual Estados Unidos formó su ejército subversivo en los marcos de la “guerra fría” se aprecia en esas revelaciones en las que no es difícil percibir, como telón, a los servicios de inteligencia norteamericanos, no solo la CIA sino también los correspondientes a las diferentes armas —ejército, marina, fuerza aérea—, los que luego se dieron la mano en la guerra sucia contra la Revolución Cubana. Haber sido objeto de un fuerte entrenamiento durante la contienda es lo que, según Sturgis, terminada la guerra “[...] uno tiene a un profesional que ha sido entrenado y que no puede ajustarse mentalmente a la vida civil, por lo que cuando me rebajaron de la Marina me convertí en un policía [...] posteriormente me vi involucrado en vuelos de entrenamiento [...]”. Lo único que puede afirmarse es que difícilmente pueda alguna vez conocerse la verdad sobre este tipo de personaje. La “negación plausible”, quintaesencia de las medidas de encubrimiento de la actividad subversiva del gobierno norteamericano, siempre va a cubrir historias semejantes. Cuando hechos como el asesinato de Kennedy o los sucesos de Watergate los hacen aparecer bajo escrutinio público, toda la maquinaria hace hasta lo indecible para intentar pasar inadvertido el cordón umbilical que los creó y amamantó.
A través de los vínculos de Sturgis con los políticos del autenticismo que se movían alrededor del ex presidente Carlos Prío Socarrás en Estados Unidos, se inició su acercamiento al movimiento revolucionario comandado por Fidel Castro. Según sus declaraciones en 1977, uno de sus primeros pasos fue su participación en uno de los actos presididos por Fidel y Juan Manuel Márquez, en la ciudad de Miami en noviembre de 1955. Sus contactos posteriores con grupos de revolucionarios cubanos emigrados, en 1957, le permitieron introducirse en la lucha revolucionaria y marchar a la Sierra Maestra. El propio Sturgis explicó cómo llegó a Cuba y estableció los contactos iniciales con las fuerzas en el interior del país: “A través de la clandestinidad [...] de La Habana fui para Santiago de Cuba [...] luego hasta [...] Manzanillo donde el cura me entregó al administrador general de la fábrica Coca-Cola [...]. Él me ayudó a llegar a una pequeña finca donde esperé a una patrulla del 26 de Julio”.
Luego de permanecer algún tiempo con las fuerzas rebeldes, y en el crucial primer semestre de 1958, después del fracaso de la huelga de abril y del inicio de la “ofensiva de verano” de la tiranía, momentos de extrema necesidad de parque y avituallamiento, Sturgis logró convencer al mando rebelde de sus posibilidades para colaborar en tareas de abastecimiento, dada su condición de extranjero, de no estar fichado por la policía batistiana y de no existir conocimiento público de sus vínculos con los revolucionarios. En su nueva tarea bajó al llano y entró en contacto con el movimiento clandestino en Santiago de Cuba, “para organizar una red de suministros”.41
“Ese debe haber sido, si no el primero, por lo menos uno de los primeros de los agentes de la CIA que trabajó contra nosotros”,42 respondió el entonces integrante de las células clandestinas del Movimiento en aquella ciudad, Orestes del Río. “Poco antes de alzarme en el II Frente Oriental, lo que hice a finales de marzo del 58, estábamos un grupo de compañeros en los altos de La Violeta, la antigua casa de William Soler al servicio del movimiento clandestino, cuando se nos apareció allí Frank Sturgis [...] Venía con un plan para organizar una red de suministros [...]. Nosotros desconfiamos, pero [...] desvaneció la desconfianza con que lo recibimos”.
El entonces combatiente clandestino Raúl Camacho contó una experiencia junto a Sturgis:
Fui a dar a Santiago de Cuba por el Movimiento 26 de Julio, yo soy de Santa Clara. Una mañana en los altos de La Violeta —que era una casa del Movimiento donde yo estaba hospedado—, me dicen que había llegado un periodista americano que bajaba de la Sierra [...] era Frank [Sturgis] [...] Esa noche durmió allí. En la mañana siguiente llegaron tres perseguidoras y nos llevaron a todos [...] Nos tuvieron tres días en unas celdas en el cuartel Moncada, al lado de las caballerizas [...]. Al llegar allí, Frank se mantuvo apartado, sacó una libretica que tenía y empezó a comerse los papeles. Se comió completa la libretica. A los tres días nos montaron en un avión y nos trajeron para el SIM aquí en La Habana, era un domingo, y nos metieron a ocho en una celda, incluyéndolo a él. Como a los 10 minutos abrieron las rejas y nos dijeron: “¡Salgan!”, nos pusieron en una fila y empezaron a darnos “bicho de buey”43 [...]. Frank decía “¡yo soy mericán, yo soy mericán!”, pero le dieron una sonada igual que a nosotros. Por la mañana, me sacan a mí y a unos compañeros a declarar, y cuando paso por una oficina veo a un médico curando a Frank. A partir de ahí se desapareció para nosotros. No fue más para la celda [...].
Me enteré ya después aquí en La Habana, después del triunfo, que él estaba con Pedro Luis Díaz Lanz [...]. Fue el 18 de julio de 1958 cuando nos cogieron presos.44
Sturgis no hizo mención a este suceso durante las entrevistas que le realizara la prensa años después. Al referirse a los catorce meses y medio que pasó en prisión cuando los sucesos de Watergate, años más tarde, explicó que “Nunca había estado en la cárcel anteriormente”.45
No se poseen informaciones confiables acerca de las relaciones entre Sturgis y Díaz Lanz durante la estancia del primero en Santiago de Cuba, aunque algunas fuentes señalan que su encuentro se había producido en México.46 Lo que sí puede asegurarse es que para finales de mayo de 1958 ambos estaban en contacto en Miami,47 momento en que pudo haberse iniciado el reclutamiento de Díaz Lanz por la CIA, que derivó pocos meses más tarde en su abierta traición a la Revolución, so pretexto del “peligro comunista” en Cuba.
El 14 de agosto de 1958, Díaz Lanz —con la colaboración de Sturgis en Miami— trasladó al país, a bordo de un Beech Craft D-18, un cargamento de armas y dos combatientes que venían a reforzar la lucha, tocando tierra en la pista rebelde en Mayarí Arriba.48
Sturgis viajó a Cuba acompañando un vuelo de Pedro Luis Díaz Lanz a finales de ese mes, con la encomienda de incorporarse a las fuerzas. La nave que lo había conducido hasta territorio liberado fue destruida por la aviación de la tiranía y resultó un asunto de fuerza mayor su permanencia en la guerrilla. Tiempo después se reunió en Santiago de Cuba en el hotel Casa Granda con el oficial de la CIA, Robert D. Wiecha, vicecónsul en Santiago de Cuba, a quien le trasladó la información solicitada. En las entrevistas realizadas después del escándalo Watergate, por alguna razón ha intentado demostrar que fue aquel el momento de su reclutamiento por la CIA, teoría que no tiene sustentación. La esencia del interés de la CIA en aquel contacto de fines de 1958 la resume Sturgis, en la entrevista de 1977: “Me dijo que deseaba saber si Fidel tenía comunistas con él”.
En su libro autobiográfico, el alto funcionario de la CIA, David Atlee Phillips, expresó que la paternidad de aquella idea —la creación de una tercera fuerza, ni batistiana ni fidelista, que permitiese eliminar a la dictadura, que ya no controlaba la situación como era requerido, y que a su vez neutralizase las posturas más radicales— le correspondió al Jefe de la estación local de la CIA en la capital habanera:
“El jefe de la estación de la CIA me dijo, en una de nuestras poco frecuentes reuniones [...] que había sugerido que Estados Unidos patrocinara discretamente la acción de una tercera fuerza política en Cuba, un grupo moderado entre Castro a la izquierda y Batista a la derecha”.49
Aquella concepción se encontraba enraizada en la mentalidad de los políticos reformistas cubanos —la Sociedad de Amigos de la República (SAR), fundada por Jorge Mañach en 1948, era representativa— como estandarte en sus relaciones con Batista, por lo que propugnaban una solución en la que el gobierno eliminase sus rasgos dictatoriales —dejase de ser lo que era— para evitar que las amplias mayorías optaran por las posiciones más revolucionarias. Según el historiador Jorge Ibarra Guitart, “[...] la SAR tenía una muy bien perfilada estrategia política: evitar que las jóvenes generaciones promovieran una revolución popular”.50 De esta concepción, a la de una “tercera fuerza” —ni dictadura ni Revolución— no hay más que un paso, y fue efectivamente la mantenida por aquellos políticos reformistas a partir del fracaso de los intentos mediacionistas51 desde inicios de 1957.
En correspondencia, en momentos en que la política norteamericana era encontrar una “tercera fuerza” que evitara la Revolución, ciertos políticos la propugnaban internamente. Jorge Ibarra Guitart se refiere a ello.