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La disyuntiva de los revolucionarios cubanos en 1959 era luchar por su soberanía o plegarse a los violentos intentos de Estados Unidos por restablecer su dominio en Cuba. Muchos cubanos instigados por los cantos de sirena y la Ley de ajuste cubano optaron por emigrar a tierras extrañas. El objetivo era perpetuar un progresivo desgaste económico y un proceso desestabilización política irrecuperable. Este relato no es una crónica, pero muchos de los sucesos aqui descritos han dejado su impronta en la historia revolucionaria. Es solo una mirada introspectiva al inframundo de la subversión enemiga y su impacto brutal en la sociedad a lo largo de estos cincuenta años.
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Seitenzahl: 133
Veröffentlichungsjahr: 2023
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Edición: Vivian Lechuga
Diseño de cubierta y pliego gráfico: Zoe Cesar
Realización gráfica: Carla Otero Muñoz
©Manuel Hevia Frasquieri, 2020
Andrés Zaldívar Diéguez, 2020
© Sobre la presente edición:
Editorial Capitán San Luis, 2020
ISBN: 9789592115743
Editorial Capitán San Luis,calle 38 no. 4717 entre 40 y 47, Playa, La Habana, Cuba.
Email: [email protected]
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Salvar la esperanza, la idea y el nuevo desarrollo del pensamiento revolucionario.
La disyuntiva de los revolucionarios cubanos en 1959 era luchar por su soberanía o plegarse a los violentos intentos de Estados Unidos por restablecer su dominio neocolonial. Era revolución o contrarrevolución.
La decisión de llevar adelante una reforma agraria a menos de cinco meses del 1ro de enero definió nuestra posición. Algunos razonan con acierto que fue a partir de la reunión 400 del Consejo de Seguridad Nacional estadounidense, celebrada el 26 de marzo de 1959, que se elevó a nuevos niveles el derrotero de la hostilidad yanqui contra la Revolución cubana. El entonces jefe de la CIA, Allen Dulles, aseguró a su presidente sentirse perturbado por los acontecimientos recientes, agregando que “el gobierno de Castro se movía a una dictadura total”.
El pueblo cubano enfrentó entonces una guerra sucia brutal impuesta por su vecino del norte, que no ha escatimado recursos para intentar doblegar su voluntad y heroica resistencia. Un prestigioso periodista cubano apuntaba: “El verdadero sentido de la resistencia en Cuba en estos años no era solo salvar la independencia, la justicia social, el derecho a la autodeterminación del pueblo de la isla […] sino además salvar la esperanza, la idea, la perspectiva del socialismo y del nuevo desarrollo del pensamiento revolucionario”.1
Este relato no es una crónica, pero muchos sucesos aquí descritos han dejado su impronta en la historia revolucionaria. Es solo una mirada introspectiva al inframundo de la subversión enemiga en estos cincuenta y cinco años. El sumario inconcluso de una guerra sucia sin precedentes en la historia reciente, no del todo conocida.2 La síntesis inacabada de documentos programáticos del enemigo que se entrelazan con informes fragmentados, desclasificados por la CIA, y evaluaciones críticas de los órganos de seguridad cubanos. No hemos excluido de estas líneas valiosos testimonios de actores históricos.
Esto permitió secuenciar el pulso de una guerra económica y su impacto brutal en la sociedad a lo largo de estos años.
“Debe utilizarse prontamente cualquier medio concebible para debilitar la vida económica de Cuba […]”. Así rezaba el discurso de un funcionario yanqui en fecha tan temprana como 1960.“El único medio previsible para enajenar el apoyo interno es a través del desencanto y el desaliento basados en la insatisfacción y las dificultades económicas [...] causar hambre, desesperación [...]”.3
Muchos cubanos optaron por emigrar a tierras extrañas, instigados también por los cantos de sirena y la Ley de ajuste cubano. Algunos lo hicieron por miedo provocado por una burda mentira que aseguraba que la Revolución los privaría de la patria potestad sobre sus hijos. La gran mayoría partió después por causas económicas. Sin embargo, el fenómeno de la emigración cubana es manipulado aún políticamente por Estados Unidos como un arma contra la Revolución.
Una guerra económica que durante los años más difíciles del Período Especial, trastornó de forma abrupta los niveles de vida de la población. Aquello acrecentó la inseguridad y la falta de expectativas. Marcó también a las generaciones más jóvenes, abriendo paso a la indisciplina social, la marginalidad y el deterioro de valores éticos y morales. Esta tesis enemiga ha sobrevivido al tiempo. Confiamos que debe cesar.
El objetivo era perpetuar un progresivo desgaste económico y un proceso de desestabilización política irrecuperable, que abriera las puertas a una agresión militar o la caída del poder, aprovechando los errores de los revolucionarios.
Esto podría explicar el surgimiento del llamado “desafío político” a mediados de los años 90. Aquella doctrina contrarrevolucionaria, fabricada contra Europa del Este en 1983, es utilizada por mercenarios internos para promover el desorden público y la desobediencia civil, instigados por la sede diplomática norteamericana en La Habana.
Aquellas provocaciones, han perseguido estimular una respuesta desproporcionada de la autoridad y el consiguiente impacto en algunos medios de propaganda occidentales, siempre dispuestos al escarnio público contra la Revolución.
El propósito del enemigo es intentar ganar espacios de influencia, captar el apoyo de grupos “informales” o de jóvenes profesionales, trabajadores, cuentapropistas, intelectuales, deportistas o artistas, alejados de cualquier compromiso con la Revolución, formar líderes de opinión o identificar a aquellos que por su capacidad pudieran influir en un eventual escenario de cambios políticos. A los jóvenes revolucionarios y sus organizaciones políticas, les corresponde defender sin temor estos espacios con su inteligencia, razón y la verdad.
En las condiciones de un país asediado como Cuba, la estrategia enemiga no es diferente a los primeros decenios de la Revolución. La agresión transita en el tiempo con un sentido eminentemente pragmático de sus ejecutores, atemperado a nuevas formas de pensamiento y al desarrollo tecnológico en el mundo, pero centrada en su objetivo cardinal que es eliminar la Revolución. Se trata de una nueva recomposición de la estrategia norteamericana para lograr el “cambio” en Cuba. En esto radica la esencia del trabajo subversivo de estos tiempos.
Aunque Estados Unidos reconozca en la actualidad que su política contra Cuba ha sido un fracaso después de cincuenta años transcurridos, y que su presidente Barack Obama exprese: “No pienso que podamos seguir haciendo lo mismo que durante más de cinco décadas…” El nuevo escenario no debe implicar cambios trascendentales en la política estratégica gubernamental, de la CIA y su comunidad de inteligencia contra Cuba, como no sea fortalecer aún más lo que vienen haciendo, apelando a nuevas metodologías de trabajo subversivo y disímiles argucias para tratar de engañar a algunos jóvenes.
¿Los que esgrimen con fuerza en Estados Unidos la política de Carril II contra Cuba esperan otro resultado distinto? ¿Alguien cree que la Revolución podría ser engañada?
Los cubanos conocen que los llamados programas “pueblo a pueblo” son aprobados mediante licencias por el Departamento del Tesoro, para impulsar su actual política de influencia hacia Cuba. En marzo de 2016 salieron a la luz nuevos mecanismos para fortalecer esta política y permitir “los viajes individuales de pueblo a puebo”. Insisten en la creencia de convertir a los viajeros estadounidenses como los nuevos “agentes de cambio” en Cuba:
[...] permitirles a los participantes sostener diálogos pueblo a publo directos e individuales con el pueblo cubano y el modo en que el viaje permitirá dichos diálogos [...] incrementar los contactos con el pueblo cubano, a apoyar la sociedad civil en Cuba o a promover la independencia del pueblo cubano respecto a las autoridades cubanas, y que tendrán por resultado una interacción significativa entre el viajero y los individuos en Cuba”.4
Pero el imperio se equivoca. No tenemos la menor duda de que esta interacción, alejada de la propaganda contra Cuba a la que están acostumbrados a recibir en su país, influirá en no pocos visitantes en una apreciación más profunda de lo que significa ser cubano de estos tiempos, de su honestidad y esperanzas futuras, de su inclaudicable resistencia, de sus deseos por corregir errores y avanzar en la construcción de una sociedad revolucionaria más perfecta.
Sin embargo, Estados Unidos intentará avanzar paulatinamente en sus propósitos mediante una política más inteligente y solapada, pero atractiva en lo interno, explotando otros resortes de la sociedad de consumo para atraer a los ciudadanos más jóvenes. Un paulatino descongelamiento del bloqueo aliviará sin dudas la precaria situación económica del país por más de dos décadas. Otros factores impactarían en alguna medida en mejores condiciones de vida o expectativas entre la población. Estados Unidos pretenderá por todos los medios mejorar su imagen pública.
El pasado año 2015, en una audiencia ante el Congreso estadounidense la subsecretaria de estado Roberta Jacobson, anunció que “[…] continuarían usando los fondos aprobados por el Congreso en apoyo del ejercicio de la libertad civil y política en Cuba, facilitando el libre flujo de información y proveyendo asistencia humanitaria….” En la misma audiencia expresó que confía que los cambios en Cuba ocurran desde el interior: “…En última instancia, será el propio pueblo cubano quien conduzca las reformas políticas y económicas…”
De hecho, ese gobierno reconoce la continuidad de la intromisión y ratifica su apoyo al “ejercicio de la libertad civil y política en Cuba”, tal y como la conciben los yanquis. Es la misma actitud con que han conducido sus relaciones neocolonialistas con América Latina por casi dos siglos.
El General de Ejército Raúl Castro fue categórico en su discurso en la CELAC: “…Los voceros del gobierno norteamericano han sido claros en precisar que cambian ahora los métodos, pero no los objetivos de la política, e insisten en actos de injerencia en nuestros asuntos internos que no vamos a aceptar […]. Las contrapartes estadounidenses no deberían proponerse relacionarse con la sociedad cubana como si en Cuba no hubiera un gobierno soberano […]”.
Cualquier cubano desea que primen en un futuro verdaderas relaciones entre los dos países, basadas en el respeto recíproco entre ambas naciones. Pero queda aún un largo camino por recorrer.
¿Logrará Estados Unidos –como dijo Obama el 17 de diciembre de 2014– “deshacerse de las cadenas del pasado”? Le resultará una tarea difícil, sin dudas, pues su divisa sigue siendo desmontar el socialismo en Cuba. Nuestro pueblo enfrentará los peligros. Las nuevas circunstancias históricas prepararán mejor al pueblo cubano, permitirán adecuar la política trazada por el Partido a los nuevos desafíos y corregir mejor las faltas y vulnerabilidades de nuestro sistema.
¿Somos hoy infalibles a esta subversión? ¿Cree el imperio que los jóvenes cubanos podrán ser arrastrados a ese espiral de la traición?
Durante una entrevista realizada en 2006 por el periodista Ignacio Ramonet al Comandante en Jefe Fidel Castro, este le comentó que existía una pregunta que él mismo se había hecho a menudo: “¿Es que las revoluciones están llamadas a derrumbarse, o es que los hombres pueden hacer que las revoluciones se derrumben?” El propio Fidel se respondía más adelante: “[…] mire lo que le digo: los yanquis no pueden destruir este proceso revolucionario, porque tenemos todo un pueblo que ha aprendido a manejar las armas; todo un pueblo que, a pesar de nuestros errores, posee tal nivel de cultura, conocimiento y conciencia, que jamás permitiría que este país vuelva a ser una colonia de ellos. Pero este país puede autodestruirse por sí mismo […]. Nosotros sí, nosotros podemos destruirla, y sería culpa nuestra. Si no somos capaces de corregir nuestros errores”. 5
Cuba no está cruzada de brazos. La Revolución resistirá, a despecho del totalitarismo tecnológico y mediático que intentan imponerle.
¿Podrá ser destruida una nación “[…] que ha soportado más de 40 años de bloqueo, invasión mercenaria, amenaza y peligro real de ataque nuclear, guerra sucia, guerra económica, guerra biológica, guerra política, todos los métodos imaginables de subversión y desestabilización, sin excluir cientos de fracasados intentos de descabezar nuestro proceso político mediante el asesinato de sus dirigentes […]”.6
Qué equivocado el imperialismo si piensa que la resistencia del pueblo se ha agotado en estos tiempos difíciles. Qué torpeza si confían que nuestros jóvenes pueden ser arrastrados a sucesos como los de Egipto, Libia, Siria, y Venezuela, para justificar una intervención foránea y arrebatar nuestra soberanía.
Sobre estas experiencias en el último medio siglo discurre este ensayo histórico.
Defender la “democracia y la libertad” y luchar contra el comunismo, decía uno de sus primeros documentos desclasificados a principios de 1959.
Al triunfo de la Revolución cubana, Estados Unidos poseía una vasta experiencia en la ejecución de medidas de subversión política e ideológica y guerra económica, como instrumentos de su política exterior durante la década de los años 40 y 50.
Ambas formas de subversión se habían aplicado con anterioridad de forma conjunta por Gran Bretaña y Estados Unidos contra los países del eje nazi-fascista durante la II Guerra Mundial. Este último país emergería después como cabeza del sistema capitalista mundial y comenzó a aplicar estos instrumentos a escala planetaria, como parte de la denominada política de contención del comunismo que trajo consigo la llamada “Guerra Fría”.
En la Directiva de Seguridad Nacional NSC 10/2 de junio de 1948, Estados Unidos denominó “operaciones encubiertas” a las acciones de propaganda negra, guerra económica, sabotajes y subversión contra estados hostiles, apoyo a grupos de resistencia interna en “países amenazados del mundo libre”.
La mencionada directiva le brindó carácter permanente a un denominado “Grupo de Procedimientos Especiales” en la recién fundada Agencia Central de Inteligencia (CIA), que se convirtió en el órgano de “operaciones encubiertas” para ejecutar acciones clandestinas en otros países. El respaldo a personas o grupos políticos afines a sus intereses la CIA lo denominó desde entonces como “operaciones de acción política”.
Aquel órgano fue bautizado en agosto de 1952 como la “Dirección de Planes de la CIA”. Su oficio principal: derribar gobiernos, como lo demostró poco después en 1954 con el derrocamiento de Jacobo Arbenz en Guatemala. Aquel golpe de estado, devenido después en genocidio, fue el punto de partida de la espiral ascendente de crímenes y atropellos de la CIA hasta nuestros días.
En ese mismo año 1954, para anticiparse a una indagación del Congreso norteamericano sobre la magnitud de tales acciones encubiertas, el presidente D. Eisenhower promocionó un estudio conocido como “informe Doolittle”, que reflejaba sin tapujos la verdadera naturaleza de la nueva política del imperio: Estados Unidos tenía que abandonar sus tradicionales conceptos de “juego limpio” frente a un “implacable enemigo” y “Aprender a subvertir, sabotear y destruir a nuestros enemigos por métodos más astutos, más sofisticados y más eficaces […]”.
Las acciones de subversión política contra el movimiento revolucionario en Cuba se iniciaron mucho antes del primero de enero de 1959. Al producirse el golpe de estado de Fulgencio Batista en 1952, Estados Unidos poseía la total hegemonía económica, ideológica, política y militar sobre el continente.
Como parte de su “política de contención” sobre América Latina, basada en el supuesto peligro de una amenaza comunista, Estados Unidos reforzó su presencia en Cuba mediante la asistencia militar y el establecimiento de misiones dentro del Ejército, la Marina de Guerra y la Aviación de la tiranía.
La CIA reforzaba su centro local en la embajada estadounidense en La Habana y ampliaba la capacidad de su labor de inteligencia, mediante su penetración secreta en estructuras gubernamentales, políticas, económicas y sociales del país.
En contubernio con los órganos represivos batistianos, aplicaba modernos recursos técnicos secretos para labores de seguimiento, control telefónico y escucha microfónica contra ciudadanos que militaban en movimientos revolucionarios y progresistas del país.
Según el volumen III de la Historia Oficial de Operación de Bahía de Cochinos, elaborado por la CIA, se reconoce el desarrollo de estas operaciones subversivas: “A mediados de los años 50, la Estación de La Habana dirigía siete proyectos FI aprobados, la mayoría de los cuales iban dirigidos al Partido Comunista cubano, el PSP (Partido Socialista Popular) […]”.7
Financiaba agentes encubiertos, “sembrados” desde años atrás, en la sociedad civil de entonces. Muchos de estos espías enfrentaron la Revolución triunfante y fueron desenmascarados por la seguridad cubana con posterioridad a enero de 1959.