El Rusito - Román Stakhorskyy - E-Book

El Rusito E-Book

Román Stakhorskyy

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Beschreibung

En este libro el autor presenta sus vivencias en primera persona, desde sus inicios en Ucrania hasta llegar e instalarse en Argentina, en búsqueda de una vida mejor. Atravesando cientos de situaciones sorpresivas y aprendiendo en el camino de la experiencia, adaptándose y aprendiendo el idioma, mientras sufría discriminación y dificultades económicas y emocionales. La historia de una vida contada con total crudeza nos muestra la más pura realidad y los mecanismos de resistencia que desarrolló para sobrevivir a ello. Este libro es una muestra de fortaleza, de resiliencia y capacidad de crecimiento a pesar del contexto hostil. Con un lenguaje claro y relatos precisos El Rusito nos llevará a conocer la profundidad de la voluntad del alma humana.

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El Rusito

“Historias lejanas escritas desde muy cerca”

Román Stakhorskyy

En este libro les presento a mis vivencias en primera persona, me trasladé miles de kilómetros en la búsqueda de una vida mejor, esto me acercó costumbres y culturas totalmente distintas a las de mi país, implicó adaptarme, aprender el idioma, atravesar discriminación muchas veces dude de mí. A lo largo del camino muchos compatriotas no superaron la distancia infinidad de dificultades económicas y emocionales y han regresado, situación en la que también varias veces me encontré. Los hechos que aquí cuento de manera cruda y real, pretenden dar a conocer las adversidades enfrentadas y los mecanismos de resistencia y sobrevivencia para ello, por eso estimado lector, deseo que le sirva de algo lo que me pasó y le permita no cometer los mismos errores; siempre digo que aprendemos de lo que nos pasa y también de lo que les pasa otros. Agradezco a las personas que me han escuchado en la vida, de todas aprendí algo y agradezco especialmente a este país que no me canso de repetir diciendo que país generoso.

Stakhorskyy, Román

El Rusito : historias lejanas escritas desde muy cerca / Román Stakhorskyy. - 1a ed. - Villa Sáenz Peña : Imaginante, 2023.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga

ISBN 978-987-8999-20-3

1. Memoria Autobiográfica. 2. Inmigración. I. Título.

CDD 808.8035

Edición: Oscar Fortuna.

Diseño de cubierta: Raquel Chanampa.

© 2022, Román Stakhorskyy

© De esta edición:

2023 - Editorial Imaginante.

www.editorialimaginante.com.ar

www.facebook.com/editorialimaginante

Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra bajo cualquier método, incluidos reprografía, la fotocopia y el tratamiento digital, sin la previa y expresa autorización por escrito del titular del copyright.

ISBN 978-987-8999-20-3

Conversión a formato digital: Libresque

Índice

CubiertaPortadaSobre este libroCréditosComienzoArgentina: una nueva vida9 de octubre del 2000, el día de la llegadaTramitando los DNIBuscando oportunidadesRegreso a la ciudad que nunca duermeTaksist, el tacheroEn búsqueda de un trabajoAhorrando al máximoSegunda manoDesalojoRefugio para la gente en situación de calleDed y su charla misteriosaLlamadas ilimitadas al exteriorAprendiendo a juntar huevosCómo me convertí en “bostero”La fiesta de fin del año y un “pequeño inconveniente”Estado de borrachera nivel “mudo”“Inteligencia de una mujer”Pequeño desvío en mi destinoMecánico dental, ¿por qué no?…Un nuevo amigo apareció en el horizonteNuevo hogar, nuevos trabajos, nuevas amistades…Otro giro no planeado en la vida y una gran noticia de la «usurpación»Un pequeño sustoCupido en casa o cupido «Igor»Trabajos nuevos - historias nuevasUn pequeño susto o situación poco comúnDesalojo no programadoAlgo inesperado aparece en el horizonteAdaptándome a la vida sureñaAmor a primera vista y “la puntería innata”Dentadura nueva o mejor dicho “la sonrisa al estilo de Hollywood”La odisea de la búsqueda de un terrenoEl reencuentro familiarAmigo nuevo y muchas confusionesEn búsqueda de un arquitectoDespido sincronizado y nuevo rumbo en la vidaGolpe de suerte al principio y un tremendo tropezón al finalRemando en dulce de lecheDescubriendo el mundo petroleroPequeña historia con fernet y situaciones variadasUna mudanza másCumplimiento de uno de mis sueños de hace añosEl viaje a Londres cancelado; bienvenido, Texas, Houston, SugarlandMi viaje a Tierra de FuegoPequeñas vacaciones, conociendo la cordillera mágicaEl despido y la no planeada compra de los terrenosAmpliando mis amistades internacionalesMi brutal despedida de NeuquénMucho trabajo, fuerza de voluntad e inauguración de los departamentosMi primer viaje a MéxicoMejorando el trato con los clientesEl viaje a Francia y la preselección en la “Legión Extranjera”LevantArt y sus consecuenciasUn pequeño desvío de la historiaPequeña historia de mi Abuelita KaterinaPor fin la operación tan esperada y un virus hospitalario

Comienzo

Hoy me desperté, di un par de vueltas en la cama. Sin muchas ganas me levanté, me estiré unos minutos, y abrí las cortinas mientras me vestía ligero con un short y una camisa, ya que todavía hace calor. Trasladé mi cuerpo hasta la cocina, puse café al filtro y, al mismo tiempo, armé un exquisito sándwich de pan casero, con un toque de manteca, trocitos de pescado ahumado y arriba pepinillos agridulces, hechos por mi mamá. Puse todo en una bandeja, preparé un rico café con leche, me fui al balcón y me senté en una reposera; observando el mar y degustando mi desayuno, me puse a pensar sobre mi vida y cómo llegué a estar donde estoy, y si hice todo correcto.

La historia arranca en el año 1997, en Ucrania, ciudad Shostka. Mi mamá recibió en casa a una amiga que había venido tomar el té con algunas exquisiteces que nunca faltaban. Así fue como hablando de las cosas cotidianas, su amiga mencionó que recibió la carta de su hija que vive en la Argentina, más precisamente en Buenos Aires. En breve, describió su vida, que era bastante difícil al principio, y aún más difícil, ya que se había ido sola con su pequeña hija, sin saber nada del idioma español, en fin, charlaron un ratito y a mi mamá se le ocurrió preguntar cómo hizo para poder viajar.

Aclaro un poco, antes en la Ex Unión Soviética era directamente imposible salir del país, y cuando se separó la URRS, la gente empezó a tener posibilidades de viajar únicamente como turista. En ese entonces no teníamos ni Internet, ni WhatsApp ni nada por el estilo. Su amiga le contó que su hija se enteró de que Carlos Menem (el mismísimo expresidente) hizo un acuerdo con Rusia y Ucrania, donde invitaba a los ciudadanos de los países mencionados a venir a la Argentina a poblar La Patagonia, ni más ni menos. Hasta ahora vamos bien. Ese día, la amiga de mi mamá se marchó, todo quedó en la nada, pero en la cabeza de mi mamá quedó una “semilla” del posible traslado al país lejano, Argentina, en la búsqueda de una vida mejor.

En ese entonces yo era estudiante de un colegio especializado, cursaba la carrera de “Mecánico de equipamientos químicos y petroquímicos”. Nunca fui brillante en los estudios, pero de alguna forma la piloteaba. La carrera duraba cuatro años, yo estaba por el segundo. En una de las cenas familiares, mamá mencionó la charla con su amiga sobre la Argentina, y a partir de ahí empieza la aventura. En los siguientes días, mamá le pidió a su amiga que le averigüe dónde y cómo hay que presentarse para poder lograr obtener una visa para poder viajar a la Argentina. Por más que parezca algo raro o poco entendible, antes la única forma de comunicarse era por medio de las cartas escritas a mano, así fue en nuestro caso. Su amiga le escribió a su hija, tres semanas después (lo que tardaba una carta en llegar), le respondió cuando tuvo tiempo, y así un día nos trae los datos necesarios y las direcciones de la embajada, consulado, y los traductores autorizados que se encontraban en la capital de Ucrania. Shostka se encuentra a unos trescientos kilómetros de distancia. En unos días viajamos a la capital y buscamos los lugares indicados; les puedo decir que éramos “campesinos”, como en las películas, que llegaban a ciudades grandes y se perdían ahí, pero nos sentíamos “sapos” de otro pozo. Nada, para sacar turno en la embajada había que esperar mucho tiempo, nos sorprendió la cantidad de gente que se presentaba, visitamos a algunos traductores autorizados, ¡lo que cobraban por su trabajo!, realmente nos sorprendió, ya que eran cifras sumamente altas para una persona común y corriente. De paso, preguntamos en un par de agencias de viaje cuánto podría costar un pasaje a la Argentina, era otra fortuna poco alcanzable para una persona común y corriente. Bueno, sacamos el turno en la embajada, si no me equivoco era en unos seis meses aproximadamente. Por lo que averiguamos y escuchamos, se presentaban miles de personas, y así tocaban los turnos, cada cuatro y seis meses. Por más que mi mamá era muy social y tenía amigos y conocidos por todos lados, con los turnos en la embajada tuvimos que esperar como todos, ni más ni menos.

Volvimos a casa, con un pequeño estado del “shock”, por lo que nos esperaba por delante, ni sabíamos por dónde y cómo arrancar todo esto. En las cenas familiares el tema frecuente era si estamos seguros de que queríamos viajar (era muy difícil de salir de la zona de confort), cómo lo haríamos, si lo haríamos todos juntos o por separados, de dónde sacaríamos la plata para el viaje, de dónde recolectaríamos la información sobre la Argentina, etc.

El tiempo corría, cada uno seguía con su vida cotidiana, yo en el colegio contaba sobre mi viaje de fantasía a un país lejano y, hasta hace poco tiempo atrás, directamente inalcanzable. Los compañeros me escuchaban, pero estoy seguro de que nadie me creía, aunque tampoco lo demostraban.

Al final, decidimos y empezamos con los papeleos. A llenar los formularios y llevarlos a la embajada, recibir otro turno para presentar “antecedentes policiales”…, otros seis meses, otro turno, traducciones, legalizaciones, turnos, revisión médica, turno, análisis de “SIDA”, resultados negativos de los cuatro… otro paso adelante. Quiero contar una historia que nos pasó en el transcurso. En una de las visitas a la embajada, a pesar de que no fumo, bajé con mi hermano acompañándolo con un cigarro y así esperar nuestro turno. Nos cruzamos con un muchacho haciendo lo mismo, palabra va… palabra viene, nos cuenta su pequeña “mala experiencia” con los médicos. Resulta que realizando los mismos trámites, llegó a hacer el “test de SIDA” y… le dio positivo, al tipo casi le agarra un paro cardíaco, se le pasó toda la vida por la cabeza en un instante, en ese momento pensó: “hasta aquí llego y… cómo seguir”.

Resumiendo, un conocido le dijo que haga otro análisis, él aceptó, lo hizo, y… le dio negativo. Solo imaginen cómo estaba el tipo. Charlando un rato más con él, nos intercambiamos los nombres, se llamaba Slavik, más adelante con mi hermano le pusimos de sobrenombre “Ded” (el abuelo). Antes quiero aclarar que, en algunos momentos de la historia, aparecerán personas, las cuales a su vez aparecerán en algún momento de mi vida, en el trayecto desde el principio del libro hasta… por lo menos veinte años de mi vida. Para algunos, pueden parecer muy poco, pero a mi parecer son dignos para contar. Haciendo los trámites, pasaron ni más ni menos cerca de dos años, así es y no me equivoque, DOS larguísimos años. Obvio, cada miembro de la familia seguía con su rutina, yo con mi hermano estudiábamos, cada uno su carrera, y nuestros padres trabajaban.

No voy a olvidar nunca que, para presentar los papeles en la embajada, algunos papeles había que traducirlos, nos pasaron la lista de los traductores legales, y como eran pocos para la cantidad de personas que necesitaban de ellos, cobraban realmente precios abismales y tardaban varios días… por decir algo, traducir X documento; para una persona, su trabajo llegaba a la mitad de un sueldo normal.

Hoy por hoy, sabiendo bastante de español, y calculando cuánto puede llevar dicho trabajo, realmente era un “afano”. Agachando la cabeza, lo hacíamos siempre pensando en el futuro mejor que nos brindaría la Argentina. En el transcurso de los dos años, pudimos conseguir un par de traductores “ruso-español”, leyéndolos a mí no me quedó nada grabado, en absoluto, y de la Argentina me quedó grabado en la memoria una postal gigante en uno de los pasillos de la embajada, Puerto Madero, de noche, todo iluminado, con mucho brillo, color blanco-negro, que a mí personalmente me provocaba una ilusión de una vida maravillosa, con un buen trabajo, altos sueldos, etc. Y alguien también mencionó que Maradona era argentino…

Eso era todo lo que sabíamos de la Argentina antes de viajar. Realizando los trámites necesarios, ya había terminado el colegio, llegué a cursar y a recibir el título de “Soldador eléctrico y con gas”. También llegué a presentar los papeles en una de las mejores universidades de Ucrania, en la capital, “KPU”, Universidad Politécnico de Kiev, rendí los exámenes de ingreso, obtuve el puntaje mínimo necesario, estaba recontento, pero resultó que el mínimo lo obtuvieron más personas de lo necesario y tuvieron que aumentar un punto más para el mínimo de ingreso. De esta forma, quedé afuera…

En una de las cenas, mis padres me dieron a elegir, o nos esforzamos todos y me pagarían la misma carrera, o trataríamos de juntar lo máximo que se puede y viajaríamos a la Argentina con mi hermano. Por cierto, no sé si hicimos bien en su momento, pero decidimos NO viajar todos juntos, sino que iríamos los dos con mi hermano a investigar. Si estaba todo OK, vendrían los padres, de lo contrario, trataríamos de volver…, digo “trataríamos”, ya que cuando nos fuimos, teníamos los pasajes de avión solo de ida, no teníamos posibilidades de regresar. Bien, y para que se ubiquen más o menos, con la diferencia en los sueldos y los precios en el año 2000, para poder comprar dos pasajes de avión, los padres tuvieron que vender un departamento de un dormitorio en estado “regular” y no muy lejos del centro de la ciudad en la cual vivíamos en aquel entonces, por el cual nos pagaron mil cien dólares, y los pasajes nos salieron quinientos veinticinco dólares cada uno. Además, para llevar algo de plata, vendimos el auto, Mercedes Benz, año 1978, y por este obtuvimos algo de ochocientos dólares. El sueldo mío en la planta química, donde llegue a trabajar poco tiempo, llegaba alrededor de treinta, treinta y cinco dólares mensuales, y el atraso del pago del sueldo, a veces, llegaba hasta DOS años, sí, sí, dos años. Entiendo que es poco creíble, pero así era. Ustedes pueden llegar a pensar: “¿quién va a trabajar así?”. Pues, sí, los jóvenes trataban de buscar otro empleo, y hasta parecía que cualquier otro trabajo era mejor, sin embargo, las personas mayores se quedaban hasta lo último, ya que les faltaban algunos años para jubilarse. Esto lo cuento para que aquel que lea el libro, piense si realmente se vive tan bien en la Argentina, por más que aquí haya momentos difíciles.

Bien, ahora vayamos a la historia principal, en el último viaje a la embajada era el encuentro con el cónsul, y en esta “cita” nos sorprendimos. Estábamos esperando en el pasillo, hasta que salió la secretaria y nombró a la familia “Stakhorskyy”: “Acompáñenme, por favor”. Nos paramos los cuatro y la seguimos. En breve nos contaron que nuestros papeles estaban en regla y para obtener la VISA deberíamos firmar un último documento. Sonó un poco raro, nos miraban con cara de… no sé cómo describirlo, entonces, hicimos la pregunta, queríamos que nos cuenten de qué se trataba. La respuesta nos dejó con la boca abierta a los cuatro. En dicho documento decía que, cuando nos vayamos a la Argentina, en los momentos difíciles, en estado de vulnerabilidad, si llegáramos a estar enfermos o en situación de calle, NO pediríamos ayuda a la embajada de Ucrania, situada en la Argentina, Buenos Aires… Creo que nadie espera esto, y casi seguro todos lo firman automáticamente. Después, cuando nos pusieron el sello tan esperado y deseado en el pasaporte, salimos de la embajada camino a la estación de los trenes, para tomar el tren que nos llevaba rumbo a casa, nos agarró angustia, viajamos todos callados y pensativos. Nadie tenía hambre, el tren estaba lleno de gente, las seis horas que dura el trayecto desde Kiev a Shostka, pasaron volando. Llegamos a casa, cenamos algo y nos acostamos. Fue largo el día y muy agotador. Al día siguiente, ya empezamos a planear el viaje hacia el país lejano…, hoy por hoy, todo parece mucho más simple y fácil, pero en aquel momento nadie podía imaginar lo que nos esperaba y qué camino tan sinuoso nos preparó el destino.

A partir de aquel entonces empezaron los días rutinarios, se notaba decayendo la satisfacción por la VISA de trabajo obtenida, en su momento tan deseada, pero… Bien, los días fluían, empezamos a averiguar las fechas disponibles de los vuelos, y obvio que fueran lo más económicos posible. Ya que en ese entonces fue una oleada muy grande de migración de nuestros compatriotas, los pasajes que pudimos conseguir eran para la fecha 9 de octubre, del año 2000. En el transcurso llegamos a festejar los tres cumpleaños, el de mi papá, mi hermano y el mío, todos en el mes de agosto.

Escrupulosamente, armábamos los bolsos, si bien recuerdo, era permitido una pequeña maleta de mano y dos bolsos de hasta veinticuatro kilos cada uno…, en total para los dos teníamos alrededor de cien kilos de equipaje. Lo que no voy a olvidar nunca, fue lo más gracioso, y a su vez patético, es que (por total desconocimiento previo y por el miedo a los precios altos, y probable mal abastecimiento de la Argentina, por ser un “supuesto país de tercer mundo”) compramos y llevamos más de media bolsa de FIDEOS… Sí, sí, fideos tipo “conitos”, ja, ja, ja, después reímos y lloramos cuando vimos los precios que eran mucho más baratos que en Ucrania y de mucho mejor calidad. No hace falta ser un matemático para sacar la cuenta que, del total equipaje permitido, los FIDEOS nos ocupaban una quinta parte. Trajimos unos tres kilos de pan negro, varios trozos de salame semisecos (para poder conservar por más tiempo), saquitos de té, café instantáneo, especies variadas, algo de ropa, unos cinco pares de bóxeres, unos tantos pares de medias, de las cuales dos eran largas, gruesas, de lana, ya que allá hacía mucho frío y no sabíamos que aquí era lo contrario, allá estábamos en otoño-invierno y aquí era pura primavera con “olor” a verano. Bien, todo fue diez veces más pesado, bien acomodado y embalado.

Más o menos, el último mes, antes de realizar el viaje, todos los días discutíamos cómo iríamos a hacer, por dónde arrancaríamos, en qué nos enfocaríamos primero, etc. Sin embargo, lamentablemente estábamos muy lejos de la realidad con la que nos encontramos después. No faltó la fiesta de despedida, me acuerdo que vinieron muchos de los familiares cercanos y no tan. Creo que éramos primeros y, si no me equivoco, hasta ahora los únicos de toda la familia en realizar semejante viaje al “mundo desconocido”. La pasamos lindo esa noche, comimos rico, variado, nos reímos, hablamos y, al final, como ya estaba amaneciendo, sacamos una foto grupal y nos abrazamos con cada uno de los presentes. Sentí que, probablemente, no nos veríamos nunca más, ya que no sabíamos si volveríamos algún día. Me agarró una terrible angustia y tristeza, pero ya era tarde, el tiempo nos “apuraba” y no existía el “botón invisible” de cancelar todo y volver el tiempo atrás. A partir de ahí, arrancó nuestra odisea.

Despedida familiar

Argentina: una nueva vida

Habíamos contratado a un conocido para que nos llevara hasta el aeropuerto a los cuatro y que cuando pasáramos con mi hermano el sector de “migraciones”, que llevara de regreso a casa a nuestros padres. El viaje fue rápido, sin mucho intercambio de palabras de por medio. Cada uno, me imagino, pensaba algo suyo, personal, y no dejamos de pensar si hicimos bien, o si nos equivocamos en algo.

Llegamos al aeropuerto internacional “Borispol”, era la primera vez en la vida que alguien de nosotros estaba a punto de tomar un avión. Buscamos las ventanillas de la empresa KLM y preguntamos cómo proceder en los siguientes pasos, e hicimos todo como nos indicaron. Cuando leía el diccionario ruso-español, me daba sueño al instante, lamentablemente no me quedaba nada grabado en la memoria, tampoco pudimos encontrar ninguna persona que nos pudiera enseñar, al menos algo básico. Por eso mismo, me acuerdo que hice algunos “machetes” con distintas frases, por ejemplo: “Su pasaporte, por favor”, “dónde se encuentra la calle X”, “muchas gracias”, “mi nombre es Román”, etc. En su momento era muy divertido tratar de pronunciarlo (he estudiado alemán en el colegio y la escuela), y por más que las letras me eran familiares, sonaba todo muy diferente. Sin complicaciones, pasamos el chequeo de los boletos, pesaje de las maletas, control migratorio, VISA de trabajo, todo OK, luz verde, y nos metimos al túnel que nos llevó a la sala de espera. Caminando despacito, dimos una vuelta por última vez, intercambiamos las miradas con los ojos humedecidos y entristecidos por dejar a nuestros padres, y desaparecimos. Nadie podría haber imaginado que nuestro próximo encuentro sería seis años después… Sí, sí, seis larguísimos años, aproximado a una décima parte de la vida de un ser humano, sin vernos. Una triste realidad o, con otras palabras, son “sorpresas” imprevistas del destino de cualquier inmigrante.

Ya que el tiempo nos sobraba, según dicen las reglas de los aeropuertos internacionales, había que estar como mínimo tres horas antes del vuelo. Después de la despedida, caminamos lentamente, observando con mucho interés todo lo que nos rodeaba. Nunca imaginé que en una familia cada uno tendría un destino diferente. Todo me parecía super limpio y prolijo, entramos al “Free Shop”, al sector de los perfumes, jamás había sentido tantos aromas juntos, hasta aquel entonces nunca había tenido un perfume importado, así que ese sector me dejó por un largo rato en un estado de “euforia”. No paraba de probar, de oler los perfumes, ni tampoco sabía que después de oler tres perfumes diferentes, el olfato deja de distinguir la diferencia, creo que ese día probé al menos cincuenta. Por tener pocos recursos, no compramos nada. En cambio, hoy, cuando tengo algún vuelo internacional, no dejo de llevar al menos un perfume para cada miembro de la familia.

Ese día seguimos recorriendo las góndolas, me sorprendía todo, y aún más los precios. No dejaba de pensar que por más de que me parecía todo sumamente caro, alguien compraba todo esto. Con mucha dificultad cruzamos el “laberinto de Free Shop” y empezamos a buscar nuestra terminal, nuestra “GATE”. No sé si por los nervios, tal vez angustia, empezamos a sentir hambre en poco tiempo. Seguimos intercambiando las emociones, provocadas por lo visto. Con la ayuda del personal, sin dificultad, encontramos el lugar del embarque. Buscamos la fila de los asientos más apartados de la multitud, y ahí nos quedamos a descansar un poco, ya que el cansancio de la despedida del día anterior, la noche sin dormir, el viaje, los nervios, hizo que nos agotáramos “un poco”. Quedaba algo de una hora y media para el embarque, así que nos vino “al pelo”. Me acomodé como pude, cerré los ojos y me “desconecté” en instantes.

De repente, me desperté gracias a “La Voz” que anuncia los vuelos. Miré la hora, aún faltaba bastante, miré a mi hermano, lo noté algo pensativo. Inicié la charla casual, como para “sacarlo” del “modo pensativo”. En realidad, creo que habría estado repasando las frases en español, como para ir familiarizándose con el idioma, pero el “cerebro” lo negaba total y automáticamente buscaba las excusas para no hacerlo. Cuando nos acordamos, escuchamos la voz anunciante que mencionó nuestro vuelo, sentimos alivio y nerviosismo al mismo tiempo, agarramos nuestro equipaje de mano y nos dirigimos al lugar donde se había empezado a formar una fila. Escuchamos mucha gente hablando en ruso, pero en aquel momento no prestamos mucha atención, ya que el vuelo no era directo, sino con dos escalas, una en Ámsterdam, Holanda, y otra en Sao Pablo, Brasil. Llegó nuestro turno, nos revisaron los papeles, todo en regla y seguimos. Al caminar por el pasillo, todo de vidrio, sentía una pequeña “dosis” de adrenalina en el cuerpo, es que, de algún modo, era el “túnel” que nos trasladaba de una vida a la otra, totalmente diferente.

Llegamos hasta la puerta del avión, las azafatas muy simpáticas nos indicaron por dónde se encontraban nuestros asientos, los buscamos y los encontramos sin dificultad. Acomodamos nuestro equipaje y hasta ayudé a una anciana con el suyo, nos acomodamos y… ¡a esperar la comida! En el vuelo cortito hasta Ámsterdam fueron apenas unos “snacks”, un pequeño alfajor y un café con leche, y si bien recuerdo, llegamos a “rescatar” dos veces el vaso de jugo de naranja. De alguna forma había que “recuperar” los quinientos veinticinco dólares invertidos en el pasaje, ja, ja, ja…

Para los que se olvidaron, un pasaje de ida valía un poco menos que un departamento de un dormitorio allá en Ucrania. Llegamos sin complicaciones hasta Holanda, del avión nos trasladaron hasta el aeropuerto, no teníamos permiso de salir a pasear por la ciudad, así que nos quedamos “encerrados”, otra vez paseando, “chusmeando” un poco. Ahí sí no entendíamos lo que escuchábamos. De esta forma, caímos, ya no estábamos en Europa, pues multitudes de personas nos rodeaban, de distintas nacionalidades e idiomas. Esta vez sí, por ser vuelo económico, había que esperar cerca de diez a doce horas hasta el otro embarque, que nos seguía trasladando hasta el mundo desconocido. Aquel día seguimos recorriendo el aeropuerto, era mucho más grande que “Borispol”, ya que es uno de los principales y más grandes aeropuertos de Europa. Caminamos por los pasillos infinitos, el “snacks” consumido en el avión se “vaporizó” hace tiempo atrás. “Engañar el estómago” no duró mucho, y los precios en el lugar eran sumamente altos, por decir algo, una pequeña botella de agua salía algo de cuatro a cinco euros… En comparación con mi escaso sueldo en Ucrania, era alrededor de veinticinco a treinta dólares mensuales, los cuales, encima, los cobraba dos años después. ¿Pueden imaginar lo que sentía en aquel momento? “Semi desnutridos”, seguimos vagueando por el lugar, no nos faltó visitar free shop, otra vez me “bañé” en diferentes fragancias, me sentía muy bien oliendo rico. Esta vez, cuando nos cansamos de pasear, nos costó encontrar el lugar indicado en nuestros boletos, con nuestro NULO conocimiento de algún otro idioma que no sea el ruso y ucraniano. Mostrando los pasajes, a las personas vestidas de uniformes, nos indicaban con el dedo, al menos, el rumbo para dónde teníamos que movernos. Esta vez, nos quedamos en el lugar hasta la hora indicada, para descartar la posibilidad de perdernos. Parecía que la aguja del reloj no se movía más, ese día era eterna la espera. También llegamos a ver unos cuantos compatriotas, se distinguían fácilmente por la vestimenta, rasgos étnicos, la cara de susto y su forma de ser.

Mientras esperamos, no iniciamos charla con ninguno de ellos, en cambio, en el avión que se dirigía a Sao Pablo, vimos unos cuantos “personajes” ruso hablantes y, ahí sí, hicimos el contacto, y en poco tiempo parecía que nos conocíamos de toda la vida, ya que nos encontrábamos todos en situaciones muy similares. El mayor contacto se formó con un “padre y su hijo” y el otro con un hombre de unos veintisiete años, a quien más adelante le pusimos de apodo “Aleks 100 Baksov” (Aleks 100 dólares), ¿se preguntan por qué? Según él, para poder viajar a la Argentina, vendió todo lo que era “vendible”, compró el pasaje de avión y en el bolsillo tenía cien dólares, no más, en comparación con nosotros que teníamos cerca de ochocientos cincuenta. Y le creo, ya que el 95 % de nosotros nos encontrábamos en situaciones muy similares. El tipo dejó en Ucrania a su mujer y a su pequeño hijo, apostando todo para intentar encontrar una mejor vida en un país lejano. A las mujeres ucranianas solamente las saludábamos, ya que tenían caras muy serias y pensativas, y no trasmitían señales de que estaban dispuestas a iniciar un contacto verbal. El vuelo fue mucho más agradable, pues nos dieron de comer, nos dieron para elegir “meal” o “chicken”, cerveza, vino, varios sabores de jugo; como era todo novedoso para nosotros, sin la menor duda ni tampoco vergüenza, repetimos vaaaarias veces todo lo que nos permitían. Se nos pasó el nerviosismo y miedo, con los chicos se creó un vínculo muy familiar, intercambiamos información, lo que escuchó uno, lo que contaron al otro, y lo que llegaron a leer por ahí. El padre con su hijo contaron que habían estudiado durante casi un año antes de viajar con una profesora de español, lo que al final no les sirvió para nada, ya que al hablar con el personal del avión no se llegaban a entender. Se había hecho tarde, la mayoría de la gente estaba durmiendo, por ahí se escuchaban ronquidos, charlas en voz baja, en idiomas extraños, cada vez con menos frecuencia por los pasillos circulaban los azafatos y las azafatas, tripulantes del avión. El alcohol ayudó a relajarnos y, de a poco, todos quedamos dormidos. Por tomar en exceso esa anoche, me desperté con un pequeño dolor de cabeza y con un aliento poco agradable. Miré la pantalla gigante que se encontraba en el medio del avión, la cual mostraba que nos quedaban alrededor de dos de vuelo. Sin ponerme los zapatos, me dirigí al baño, me cepillé los dientes y me lavé la cara para refrescarme un poco y luego volví a mi asiento. Me senté y miré por la ventanita que se encontraba a mi izquierda. Al poco tiempo, aparecieron nuevamente las azafatas por los pasillos, ofreciendo los desayunos. Esa pequeña “noticia” me alegró la mañana. Ahí desperté a mi hermano, había llegado nuestro turno, a dedos nos hicimos entender que uno de nosotros quería un café con leche y el otro un té sin nada adicional. El desayuno nos ayudó a equilibrar nuestro estado “pos cervecero”. Por el altoparlante sonó la voz del comandante, avisando a los pasajeros el estado del vuelo en general, temperatura y tiempo actual, y hora aproximada de llegada a Sao Pablo…, eso creo, ya que hablaba en idiomas desconocidos. En el aterrizaje no se podía ver mucho, ya que estaba nublado. Aterrizamos, nos pasó a buscar el micro que nos trasladó a la terminal. Esta vez nos manteníamos unidos con los otros ucranianos y, susurrando en voz baja, nos dirigíamos en “manada” siguiendo al papá con su hijo, ya que según ellos sabían algo de español, pero nadie sabía que en el Brasil se habla en portugués. Nadie supo que fue gracias a ellos o a los “carteles mágicos” que estaban colgados por todos lados que pudimos llegar al lugar. Cada uno se ubicó donde había un lugar disponible, se notó mucho al disminuir la cantidad de personas que éramos los “futuros emigrantes” y una pareja de jóvenes más… Esta vez había que esperar poco tiempo y al rato empezamos a pasar por el control. Ahí, sí, que apareció más gente y se llenó la mitad del avión. Mientras esperábamos el vuelo, el tiempo se despejó por completo y, cuando “la nave” se despegó de la tierra, pudimos observar alrededor una mezcla de colores, rojizo tipo ladrillo, rojo fuerte y, el de la selva compacta e intransitable, color verde húmedo. Por momento me quedé hipnotizado por el paisaje. Mi cabeza se anuló y quedé simplemente disfrutando. El avión tomó rápido altura y la bella imagen quedó atrás de las nubes. Al poco tiempo, llegó otro “snack”, luego una película, a la que no le entendimos nada, y la “voz” que nos anunció nuestra próxima llegada al aeropuerto de Ezeiza. En este momento no me acuerdo de qué sentía aquel día, pero hoy por hoy puedo decir con seguridad que el 9 de octubre, del aquel lejano 2000, empezaba mi nueva vida.

9 de octubre del 2000, el día de la llegada

Cabe aclarar antes que, al llegar a Buenos Aires, conseguimos la dirección donde vivía la hija de la amiga de nuestra mamá, gracias a ella el 9 de octubre del 2000 estábamos aterrizando en el aeropuerto de Ezeiza, de algún modo ella sería la “culpable”, y también ella le pidió permiso a su hijo y nos pasó su dirección actual. Hasta el día de hoy me acuerdo perfectamente que era la calle “Gallo 3250… o 3450”, a dos cuadras del Abasto de Buenos Aires, repito, la calle GALLO, ya que, en poco tiempo, simplemente la diferencia en dos letras con una palabra muy parecida, nos preparaba la primera “sorpresa” ese mismo día.

Al llegar al aeropuerto, no tardamos mucho en buscar nuestras maletas, por suerte no faltaba nada. Nos reunimos con el resto del grupo, el papá con su hijo tenían algún dato de un hotel en la capital adonde planeaban ir, “Sania 100 baksov” decidió ir con ellos, las mujeres “desaparecieron” por sí solas y nosotros nos apuntamos a buscar la calle “Gallo 3250” para poder juntarnos con nuestra única persona “pseudo conocida”. Nos despedimos con los chicos, intercambiamos “deseos” de que “tengan mucha suerte” y cada uno tomó su camino. Un detalle que no quiero dejar de contarles es que “hija” de la amiga de nuestra mamá nos aclaró en una de las cartas que ni se nos ocurra tomar un taxi en el aeropuerto, ya que era muy caro. Hicimos caso al consejo y, al caminar unos pocos metros, de todos lados aparecieron los “buitres” (taxistas) en caza de las “lauchas”, sin dificultad los esquivamos y salimos terminal. Pero caímos en otra “trampa”, vimos unas combis, con una cabeza y unas palabras escritas al costado: “Tienda León” y nos dirigimos ahí para preguntar. En comparación, si el taxi salía treinta y cinco pesos, Tienda león nos cobraba once… Pensamos: “una papita” y compramos el boleto. Más tarde nos enteramos de que al caminar unos cien metros más, llegaríamos a la parada del colectivo “línea 86” y que por solo ochenta centavos nos llevaba derechito hasta el “corazón” de Buenos Aires. En fin, nos acomodaron las maletas en el sector adecuado de la combi y en pocos minutos ya estábamos tomando la autopista rumbo a la capital. No sé qué hizo mi hermano, pero yo estaba pegado a la ventana, observando con detalles lo que se cruzaba frente a mis ojos. No me sorprendía la inmensidad de la ciudad, ya que he vivido y trabajado cerca de seis meses en la capital de Ucrania, Kiev. El día era muy caloroso y soleado, sin ninguna nube a la vista. Seguramente, por las emociones vividas en ese momento, no nos fijamos la hora de nuestro viaje, resultó que en un momento la combi paró y nos dijeron algo en “el idioma desconocido”, en ese entonces…, entendimos que habíamos llegado al punto final del viaje. Cuando nos bajamos, recibimos las maletas, dimos vuelta alrededor, a pocos metros vi el cartel que decía: “Parque General San Martín, que se ubica donde se termina la calle Florida. A primera vista, me pareció todo muy colorido y pintoresco, un mundo de gente, y cada uno se dirigía a su propia dirección. También creo que vale mencionar que salimos de allá en época pre invierno y llegamos a la estación primaveral con mucha humedad y calor, ¿por qué menciono esto?, es que teníamos encima algo de cien kilos de equipaje, de los cuales algo de veinte kilos eran FIDEOS secos… Para colmo teníamos puestas las camperas de cuero de chancho, muuuuy grueso, de calidad medio pelo, pesadísimas, pulóveres de colores y dibujos raros, camisas, camiseta y dos pares de pantalones, jean y un pantalón de jersey por debajo…, y para completar y estar lo MENOS cómodos posibles, teníamos puestos los zapatos “Made in Ucrania”, de símil cuero, durísimos. Bien, hasta ahora, al menos estábamos vivos y llegamos al destino. Saqué dos pequeños papelitos del bolsillo de la campera, en uno teníamos escrito la dirección de nuestra “conocida” y en otra, las frases básicas necesarias. En ese momento, se me ocurrió agarrar a los dos “papelillos”, le dije a mi hermano que se quedara cuidando las maletas, y “trotando” fui en búsqueda de algún policía, para que nos pueda guiar hacia dónde teníamos que ir. No tardé mucho en encontrar a la “autoridad”, me acerqué y…, pasó lo que era lógico. Para que me vea le tiré un par de veces de la manga del uniforme, se dio vuelta y amablemente me preguntó algo, lo que no entendí ni una sola palabra, ahí lo único que se me ocurrió era con el dedo indicar el papelito con la dirección y repetir: “dereksion… dereksion”, creo que sonaba algo así, ja, ja, ja. El “Cana” observó lo escrito, miró para los costados, pensó un poco y, con la mano, me indicó que tenía que ir para el lado de la av. Córdoba, acompañando con otra “catarata” de las palabras desconocidas. Lo miraba sin entender nada y le decía: “no entender…, sorry, no entender”. Ahí me di cuenta de que NO estábamos complicados, sino “hasta las manos”. Dije: “gracias”, y me dirigí hasta donde estaba mi hermano. En dos palabras le expliqué lo que había pasado y lo que pude averiguar, agarramos los bolsos y nos marchamos a la dirección mencionada por el policía.

Hoy por hoy, ya la conozco bastante bien a la ciudad, pero en aquel año 2000, para cualquier pequeño trayecto, cualquier distancia insignificante, tardábamos una eternidad. Lo que nos sorprendió mucho también era que cada vez que parábamos un ratito para chequear la dirección, paraban varias personas tratando de ayudarnos, era muy notable. Mal o bien, llegamos hasta la av. Córdoba, paramos, siempre con mucha precaución, repetimos la misma estrategia, “mi hermano Eugenio se quedaba con los bolsos y yo salía en búsqueda de la información”. De esta forma, nuestro dúo funcionaba bastante bien, y de a poco nos acercábamos hasta la dirección deseada…, por lo menos lo pensábamos así. Caminar esas treinta cuadras aproximadamente, con los cien kilos en las manos y varias prendas puestas, nos parecieron una eternidad. Alrededor la gente estaba ligeramente vestida, de vez en cuando veíamos alguna que otra camperita y los de más vestidos de camisetas o vestidos livianos. Al pasar un par de horas, las energías se acababan, el sentido de humor también, ya no parecía todo de “color rosa” lo que nos rodeaba, y los bolsos parecían que pesaban toneladas. Empezamos a parar cada minuto a descansar, después cada treinta segundos, hasta que nos agotamos por completo. Si no me equivoco, era día de semana, las calles llenas de gente que iba y venía, y se hacía muy complicado movernos. En un momento, paramos y decidimos tomar un taxi, no dábamos más. Con el tiempo, leí en un diario que Buenos Aires era la cuarta ciudad en el mundo con más cantidad de taxis, en primer lugar DF, en México, luego New York y el tercero no me acuerdo. Tomamos uno sin problemas, subimos al auto, le mostramos el papelito con la dirección al “tachero” y partimos. No tardamos ni tres minutos: habíamos llegado. Sentimos un alivio enorme al llegar tan rápido, pagamos, no fue caro. Bajamos del auto, y con los bolsos corrimos al costado para dejar circular a la gente por la calle. Buscamos algún cartelito con la dirección. Aquí quiero explicar lo que pasó, como la dirección en el papelito fue escrito sin saber cómo se tiene que escribir, y por ser sacado y guardado mil y una vez, se veía medio borroso, y el “tachero” entendió que era la calle NO GALLO, sino CALLAO, y hasta allí nos llevó. En la dirección parecida (no encontrábamos una numeración igual), figuraba un edificio, nos pareció raro, ya que nos dijeron que ella vivía en un hotel familiar. Hasta ahí bien, lo que se nos ocurrió es tocar timbre por timbre y donde escuchábamos una voz que nos respondía, nombrábamos el nombre de la mujer a la que buscábamos…, de respuesta escuchábamos: “jchosfljs ldfse jgdlg nai gvls vf”, lo que no entendíamos nada de nada. Nos pegamos un susto bárbaro por estar perdidos, pero también nos reímos bastante, porque nos parecía chistoso como sonaba el “castellano”. Seguimos un rato más con la “estrategia” de los timbres, la cual fracasó por completo, y era lógico, ya que ni por casualidad la podríamos haber encontrado si no vivía ahí. Cansados, agotados, malhumorados, quedamos en la puerta del edificio pensando cómo y para dónde seguiríamos. Se nos ocurrió algo diferente y decidimos probarlo. Cercano al lugar habíamos encontrado un cartón que medía unos cincuenta centímetros de cada lado, y con la ayuda de una lapicera que teníamos en nuestro poder, escribimos con letras lo más grandes posibles el nombre y el apellido de la mujer que estábamos buscando y nos pusimos en la entrada del edificio, esperando a que entre o salga la gente, y cuando esto ocurría, les llamábamos la atención y mostrábamos el cartel, saludando y sonriendo. Este plan tampoco funcionó y, cuando pasó un rato largo, nos convencimos de que ella no vivía allí. Tiramos el cartel en el canasto de la basura y nos quedamos analizando nuestra situación. No tardamos mucho en encontrar una solución. Al lado de la entrada del edificio, vimos el cartel “Hotel León”, (se me cruzó por la cabeza, hoy tomamos la combi Tienda León, ahora hotel León, yo del signo zodíaco León, es una señal, pensé yo… que al final no tenía nada que ver, ja, ja, ja), decidimos preguntar ahí, ya que según nuestros datos ella vivía en uno. Mi hermano quedó abajo con nuestras pertenencias y yo subí las escaleras, la entrada se ubicaba en el primer piso. Toqué timbre, el “conserje” me abrió la puerta, y entré. A dedos, traté de explicar lo que necesitaba, con la cabeza girando para los costados entendí que esta persona no se alojaba ahí. Por tener “autonomía del cuerpo en rojo vivo”, pregunté los precios… y me ofreció una bonita habitación con vistas a la av. Callao a solo treinta y cinco pesos (dólares). Quiero mencionar que los precios, por más que eran sumamente altos, no me llamaban la atención porque según la info obtenida, la mujer a la que buscábamos trabajaba de mucama en un hotel cinco estrellas y ganaba algo de ochocientos pesos (dólares) por mes, y nosotros apostábamos todo al futuro cercano y a los sueldos similares. Acepté la propuesta de la chica y fui a buscar a mi hermano. Con las últimas fuerzas, subimos las maletas, nos anotaron los datos de los pasaportes y enseguida nos metimos a la pieza. Lo primero que hicimos es sacar “mil” prendas de ropa puesta, y el alivio fue inmenso. Entonces, uno se fue a la ducha y el otro, mientras revolvía los bolsos, armaba un almuerzo provisorio. Mi hermano se terminó de bañar rápido, y luego comimos salame semiseco, pan casero con agua de la canilla, lo que había en el momento. Después nos desmayamos en las camas, que nos parecieron supercómodas en aquel momento. Por el ruido que provenía de la calle, uno de nosotros se desertó, menos mal, “activó” al otro, y vimos que en la habitación había para preparar té, justo lo que necesitábamos. Mientras mi hermano se quedó en la preparación de la merienda, salí a la calle y no tardé en encontrar la “garita” de los diarios, no sé cómo hice para que entendiera el diariero que necesitaba el mapa de la ciudad. Por solo cuatro pesos tenía una “Guía de la ciudad de Bs. As.” en mis manos. Volví al hotel que se encontraba a la vuelta, merendamos y nos quedamos en la cama estudiando el mapa. En aquel momento, nos pareció un rompecabezas indescifrable, pero no pasaron ni dos horas (algo así tardamos en entender cómo se manejaba). Y en un momento nos dimos cuenta de que ocurrió un error en las direcciones, entre la que buscábamos y donde estábamos ahora. Lo que sí, llegamos a encontrar la calle GALLO, sacamos las cuentas y se encontraba a unas veinte cuadras, aproximadamente, también nos dimos cuenta de que era muy fácil manejarse en la ciudad. Nos vestimos con algo ligero y partimos. Estaba oscureciendo, con la temperatura más que agradable, llegamos hasta la av. Córdoba, doblamos a la izquierda y empezamos a subir. Despacito, sin perder de vista por donde estábamos yendo, no nos queríamos perder y como estaba oscureciendo, chequeábamos cada diez pasos por dónde estábamos yendo, revisábamos cada cartel que indicaba los nombres de las calles…, íbamos bien y a las diez cuadras nos aflojamos un poco. Llegamos hasta el edificio central de “Aguas Argentinas”, nos sorprendimos muchísimo, nos quedamos observando con la boca abierta unos largos minutos. Seguimos hasta el cruce de la av. Pueyrredón, doblamos otra vez a la izquierda y seguimos nuestra ruta. Entre que todo era novedoso y bonito, nuestra caminata nos pareció muy corta, cuando nos acordamos ya estábamos en la puerta del hotel familiar. Ya era de noche, tocamos timbre, nos atendió el encargado del lugar, nombramos a la persona a la que buscábamos, con la sonrisa nos dimos cuenta de que la conocía, sentimos un alivio enorme. En unos segundos, desapareció en el pasillo, poco iluminado, y luego apareció una niña en “rolers”. Se nos acercó, primero habló en español, después en “mal ruso”, era la hija de la mujer que estábamos buscando; que, como llegó de muy pequeña a la Argentina, hablaba muy poco el ruso, pero igual nos llegó a explicar que su mamá volvía del trabajo en una hora, aproximadamente, y nos pidió que volviéramos más tarde. Dijimos: “está bien”, y le preguntamos qué nos recomendaría visitar aquí en la cercanía. Sin pensar mucho, nos indicó el shopping “Abasto”, y nos explicó cómo llegar. Repito que era recién el primer día de nuestra llegada. Cuando entramos al Abasto, era algo que no se podía creer. Ahora mismo, mientras estoy escribiendo, se me despertaron las emociones vividas en aquel lejano año del 2000. Hasta creo que, si voy ahora, puedo repetir, paso por paso, por donde anduvimos aquella tarde. Eran puras emociones, llenas de felicidad, todo nos parecía fantástico, muchas luces, gente alegre alrededor, todo pintoresco, tiendas sin fin, todo brillaba y olía rico. Hasta aquel día nunca había visto un “shopping”. Todo parecía una película, un cuento, todo lo que veía y lo que me rodeaba me encantaba. Y ni me podía imaginar que toda la ilusión se iba a “derrumbar” en un par de meses, no más. Pero mientras tanto seguíamos en pura fantasía con mi hermano. Chequeamos el reloj la mano, habían pasado unos cuarenta minutos, entonces, decidimos ir al hotel para encontrarnos con la “amiga”. Para colmo nos confundimos con la dirección y salimos por las puertas equivocadas y frente a nuestros ojos vimos el hipermercado “COTO”, “woooow”, pensamos, “no terminan más las sorpresas”. Quedamos “hipnotizados” por el cartel luminoso en la entrada y nos dirigimos hacia él.

Entramos con total confianza y nos encontramos con algo nunca visto, ni siquiera en las películas “Yanquis”, nos topamos con las columnas gigantes de CARAMELOS, sí, sí, eran columnas desde el piso hasta el techo, nos pareció importante sacar unas fotos (teníamos una máquina de sacar fotos con rollo de 24). Hasta el día de hoy, en alguna caja de recuerdos las tenemos. No sé cómo me quedé “embobado” ese día. No podía creer que en un solo lugar había de todo y de la cantidad que uno necesitaba, en mi memoria quedaron plasmados los precios de la papa —nueve centavos el kilo—, zanahoria —cinco centavos el kilo—, recortes de tocino —cuarenta y nueve centavos el kilo—, menudos de pollos que valían monedas, etc. Nos estábamos volviendo locos…, pero igual tratábamos de controlarnos. Aquella tarde, nos permitimos comprar una botella grande de “Coca Cola”. Recién a los veinte años en Ucrania yo había probado Coca Cola, una sola vez, y dos veces nos trajeron nuestros de algún viaje a Moscú o Kiev una pequeña botellita de “Pepsi” de 0,33 l, una a cada uno. No sé si era caro, sino que en nuestra ciudad, Shostka, de unos cien mil habitantes, directamente NO SE VENDÍA. Así que compramos una botella grande de “Coca” y no duró ni cinco minutos, la liquidamos. Más contentos, no podíamos estar, solo tienen que imaginar que tomar en abundancia Coca-Cola me hacía sentir la persona más feliz del mundo, y eso que no exagero. Cuando se nos pasó la euforia, nos acordamos de que ya era hora de volver al hotel en la calle “Gallo”. En la oscuridad de la noche, tardamos un poco en actualizarnos. El hotel de la “chica” quedaba a unas tres o cuatro cuadras y las caminamos rápido. Timbre, el mismo encargado con la misma sonrisa. Esta vez salió la mamá con la hija. La hija seguía con los “rolers” puestos. No se notó para nada de que estaba feliz de vernos. Nos hizo pasar, nos quedamos en el patio, ni siquiera nos hizo entrar a su habitación. No nos importó mucho, ya que igual éramos felices en poder encontrarla en esta ciudad gigantesca. Me acuerdo perfectamente que nos dedicó a penas unos quince minutos de su tiempo, y para ser breve nos contó que hace rato que no se juntaba más con los “compatriotas”, ya que son una “cagada”, que tengamos cuidado en el futuro también con eso, nos regaló sus libros para aprender español y al escuchar que estábamos pagando treinta y cinco pesos la noche, dijo que era muy caro y nos pasó la dirección de un hotel en el que ella vivió antes, y nos aseguró que hoy en día no tiene que valer más de doscientos pesos mensuales, así que nos alegró la tarde-noche. Después, bien seco, nos dijo que no tenía más tiempo libre para nosotros y que no la busquemos más en el futuro. Medio con la cabeza cabizbaja salimos y nos dirigimos hasta el hotel “León”. Como de regreso caminamos despacito, llegamos a eso de las diez de la noche. La ciudad se veía mucho más calma en comparación del “caos” del medio día laboral. Entramos a la habitación, “pegamos una ducha”, picamos algo y nos acostamos. Yo me quedé pensando y “rebobinando” el día vivido e imaginando que nos esperaría mañana. Cerré los ojos y por estar muy cansado no me hizo falta contar las ovejas, me “desconecté” enseguida.

Al día siguiente, nos despertamos temprano por el ruido de la gente que madruga en la ciudad. Lo que sí nos dimos cuenta de que por ser muy húmedo el tiempo, sin nada de esfuerzo, traspirábamos mucho. Así que una ducha a la mañana nos ayudaba a despertarnos y mientras preparábamos el té, conversábamos y planeábamos qué hacer durante el día. En primera instancia, quedamos en salir e ir a averiguar sobre la disponibilidad y los precios del hotel “económico”. Entonces, a las 10:45 salimos de la habitación, sin saber los horarios de “Check In” y “Check out”, para pagar, y nos dicen que tenemos que abonar setenta pesos y no los treinta y cinco mencionados ayer. Así empezó la discusión “ruso-castellana…, que no llevó a ninguna solución, pedí hacer una llamada y me pasaron el teléfono, marqué a la única “amiga”, gracias a Dios, me atendió. Le expliqué lo que nos estaba pasando, le pasé el tubo a la recepcionista de turno de la mañana, hablaron un rato entre ellas y, con “cara de pocas ganas”, nos cobró solo un día y nos dejó ir sin escándalo. Durante el “desayuno” ya habíamos hecho el plan de nuestra caminata, desde el hotel “León” hasta el hotel económico, cuyo nombre no me acuerdo, sí, sé que queda en la calle Hipólito Irigoyen 800-900, a metros de la avenida principal, 9 de Julio. Decidimos ir caminando, ya que sacando cuentas, apenas llegamos, gastamos en un día más de una vigésima parte de nuestro presupuesto. Nos pareció mucho, pero nos “acariciaba” la ilusión de conseguir pronto un trabajo y ganar ochocientos o, al menos, quinientos pesos por mes.

En una sola tarde de ayer habíamos aprendido bastante bien a ubicarnos en el “laberinto metropolitano”. Íbamos despacio, ya que los cien kilos quedaron siendo cien kilos…, apenas unos gramos menos por habernos comido el salame y el pan. Como tomamos una ruta diferente, al caminar parábamos a cada rato para observar la arquitectura de los edificios. Al llegar al “Congreso”, otra vez nos quedamos con la boca abierta por la belleza arquitectónica. Seguimos bajando por la av. De Mayo, nos cruzaban un edificio más lindo que el otro. Llegamos sin dificultad alguna, ya que no había muchos desvíos. Encontramos el hotel, entramos y nos atendió la encargada. Era una mujer mayor y simpática. Al toque se dio cuenta de que éramos “importados” y no le costó nada deducir que buscábamos alojamiento. Por suerte, había disponibilidad, nos hizo entender que el precio era ciento cincuenta por mes. Desde ya nos alegró el día, pero en minutos ya no éramos taaaan felices, ja, ja, ja.

Resulta que la habitación disponible se encontraba en el tercer piso y la cocina, una para todo el hotel, en el primero. La pieza era de cuatro metros por cuatro metros, sin ventanas, sin balcón, sin NADA, dos camas individuales, un pequeño placar, una mesa chica y dos banquitos. El color interior de la pieza era ese verde clarito, feo, sucio y manchado. Nada nos detuvo y dimos el “Okey” a la señora, le pagamos el mes, subimos las cosas y nos quedamos a descansar. Durante todo el día hicimos el cambio de hotel y nada más. Fue un día caluroso y habíamos decidido dormir hasta la tarde, luego estudiar el mapa y salir a pasear cuando baje la temperatura. Para dormir, yo no tenía problemas, no lo puedo describir mejor, pero al empezar a leer el diccionario o el libro en español-ruso que nos regaló la “amiga”, en instantes me daba un terrible sueño y no podía aguantarlo. Creo que el cerebro, al “resistir” o rechazar el español, me hacía sentir super cansado, agotado y con mucha fatiga. Solos se me cerraban los ojos. Hoy día, todavía sigo sin entender cómo pude aprender el idioma que me parecía imposible en su momento. Descansamos un rato largo aquel día, repetimos el “ritual”, salame, pan y agua de la canilla. Al estudiar un poco el mapa, hicimos un pequeño recorrido y arrancamos. Habíamos decidido caminar alrededor del hotel, cada vez ampliando el diámetro, para no alejarnos mucho caminando las calles rectas. La misma tarde de nuestro segundo día, al caminar por la avenida principal, nos topamos con el supermercado “Tía”, (hoy por hoy lo adquirió Carrefour). Decidimos entrar y recorrerlo. Para variar nuestro “menú diario”, compramos varias cosas, que nos parecieron muy económicas (más adelante, ampliando nuestro conocimiento general, los supermercados “Tía” era uno de los más económicos). Pero lo que más nos sorprendió aquel día, es la infinita góndola de fideos de distintos colores y sabores, y la mayoría eran más económicos de lo que habíamos pagado y traído desde Ucrania, fideos de una marca “berreta” que nos salieron mucho más caros. Al momento nos reímos y también nos sentimos muy boludos. Pero ojo, al estar en el modo “ahorro total”, no tiramos ni un solo “fideíto importado”, los habíamos comido todos. Volvimos de nuestro recorrido, más contentos, con las bolsas de comida en las manos. Esa noche hicimos una sopita ligera y la comimos saboreando cada cucharita. Hacía días que nuestros estómagos no recibían nada de líquido que no sea café o té. Al estar en el tercer piso y muy al fondo, de noche se dormía muy bien y en silencio, no se llegaba a escuchar el ruido de la calle, solamente a los huéspedes, los que visitaban los baños, ya que se encontraban a metros de nuestra pieza. No me acuerdo por qué a la encargada le pusimos el apodo “Cocodrilo”, que a su vez nos costaba pronunciar. Seguían pasando los días, seguíamos ampliando los circuitos de nuestros recorridos. Al lado del hotel, se encontraba un boliche bailable, pero teníamos miedo de entrar. Una tarde-noche, volviendo, caminábamos lento, vimos de espalda una pareja besándose en la entrada del boliche, y como llevábamos varios días sin mínima “atención femenina”, al acercarnos a la pareja, íbamos cambiando las frases, tipo: “qué bueno”, “algunos tienen más suerte que nosotros”, “estaría bueno encontrar alguna chica por ahí”. Y, al acercarnos, creo que escucharon un idioma desconocido, la pareja se dio vuelta y… eran dos tipos: “Woooow”, nos pegamos un susto tremendo. Aclaro, en Ucrania, con mis veinte años y mi hermano con veinticuatro, NUNCA habíamos visto una pareja gay